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Selección

de textos y poemas románticos

WILLIAM BLAKE
(1757-1827)

Canciones de Experiencia (1794)

“Introducción”

¡Escuchad la voz del Bardo!
Es aquel que ve presente, pasado y futuro; es aquel cuyos
oídos escucharon
la palabra sagrada
que caminaba entre los árboles antiguos,

llamando al alma perdida
y llorando en el rocío de la tarde;
la que puede controlar
al


polo estrellado,
¡y renovar la luz que se pierde, que se pierde!

“La rosa enferma”

Estás enferma, ¡oh rosa!


El gusano invisible,
que vuela, por la noche,
en el aullar del viento,
tu lecho descubrió
de alegría escarlata,
y su amor sombrío y secreto
consume tu vida.

Esbozos poéticos (1783)

“A la estrella nocturna”

¡Tú, ángel rubio de la noche,


ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende
tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona
y sonríe a nuestro lecho nocturno!
Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los
azules cortinajes del cielo, siembra tu rocío plateado
sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos
al oportuno sueño. Que tu viento occidental duerma en
el lago. Di el silencio con el fulgor de tus ojos
y lava el polvo con plata. Presto, prestísimo,
te retiras; y entonces ladra, rabioso, por doquier el lobo
y el león echa fuego por los ojos en la oscura selva.
La lana de nuestras majadas se cubre con
tu sacro rocío; protégelas con tu favor.
El matrimonio del cielo y del infierno (1790)

“Argumento”

Rintrah ruge y sacude sus fuegos en el aire opresor.


Nubes Hambrientas oscilan sobre el abismo.
Ayer sumiso, en el sendero peligroso
el hombre justo siguió su camino a través del valle
de la muerte.
Donde crecía la espina han plantado las rosas, sobre la tierra estéril
canta la abeja.
Entonces, el sendero peligroso fue plantando de árboles y
un río y una fuente
brotaron en cada roca y tumba;
y sobre los huesos blanqueados brotó la roja arcilla.
Hasta que el ruin dejó los fáciles senderos para seguir los senderos peligrosos y conducir al
Hombre justo a las regiones áridas.
Ahora, la serpiente hipócrita camina, en dulce humildad
y el justo se enfurece en los
desiertos donde vagan los leones.
Rintrah ruge y sacude sus fuegos en el aire opresor.
Nubes hambrientas oscilan sobre el abismo.
Puesto que ha empezado un nuevo cielo y transcurrido treinta y tres años desde su
advenimiento, el Eterno Infierno se reanima. Y he aquí que Swedenborg es el ángel de pie
sobre la tumba; sus escritos, los lienzos plegados.
Ahora sobreviene el dominio de Edom y el retorno de Adán al Paraíso. -Ved Isaías, XXXIV y
XXXV.
Sin contrarios no hay progreso. Atracción y repulsión, razón y energía, amor y odio son
necesarios a la existencia humana.
Brota de esos contrarios lo que las religiones llaman el Bien y el Mal. El Bien es el
elemento pasivo sumiso a la razón. El Mal es el activo que brota de la energía.
Bien es Cielo, Mal es Infierno.


LORD BYRON (1788-1824)

“En un álbum” (1809)
Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,


piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.

“Prometeo” (1816)

¡Titán! En cuyos ojos inmortales


los sufrimientos de la mortalidad,
en su triste realidad no fueron
despreciables a los dioses;
¿cuál fue la recompensa a tu piedad?
un sufrimiento silencioso, intenso;
la roca, el buitre y la cadena,

todo el dolor que el orgulloso sienta,
la agonía que no muestra,
la sofocante aflicción,

que no habla más que en soledad,

y luego siente celos de que el cielo
tenga quien lo escuche, y no suspirará
hasta que su voz quede sin eco.

¡Titán! En ti combaten

sufrimiento y voluntad,

que al no poder matar torturan.

Tu delito fue la bondad,

de atemperar con tus preceptos

la suma del dolor humano,

y fortalecer al Hombre con su propia mente;
aunque impedido como fuiste desde lo alto,
de tu energía paciente, sin embargo,

tu resistencia y rebeldía
de tu impenetrable Espíritu

que ni la Tierra ni el Cielo podrían doblegar,
una poderosa lección heredamos.

Eres para los mortales símbolo y señal

de su destino y de su fuerza;

el Hombre es en parte divino, como tú,
una corriente que fluye de una fuente pura;
y puede entrever anticipadamente
su propio fúnebre destino,

su miseria, su resistencia,

su triste existencia solitaria;

a todo esto el Espíritu se opone;
una férrea voluntad,
un sentido profundo,

que incluso en la tortura

divisa su propia recompensa concentrada,
triunfante donde se atreve el desafío,
haciendo de la Muerte una Victoria.

“Adiós” (1808)

¡Adiós! si dicha se concede al hombre


de una plegaria en premio, ésta tu nombre
elevará hasta el trono del Señor.
Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;
más que el lloro, exprimido, ya sangrante,
de ojos sin luz, tenaz remordimiento
esta palabra dice… ¡Adiós! ¡Adiós!

Secos están mis ojos, extinguida


mi voz, pero al dejarte, de mi vida
se adueña para siempre un gran dolor.
Aunque el pesar y la pasión torturan
mi corazón, quejarse no le es dado…
Yo sólo sé que en vano hemos amado…
Sólo puedo sentir… ¡Adiós! adiós.


“Oscuridad” (1816)

Tuve un sueño, que no fue del todo un sueño.


El brillante sol se había extinguido, y las estrellas
vagaban oscuramente por el eterno espacio,
sin luz y sin camino fijo, y la helada Tierra
oscilaba ciega y ennegreciéndose en el aire sin luna.
La mañana vino y se fue; y volvió, y no trajo día alguno,
y los hombres olvidaron sus pasiones en el miedo
de esta, su desolación; y todos sus corazones
enfriáronse en una egoísta plegaria por luz;
y vivieron junto a las hogueras; y los tronos,
los palacios de los reyes coronados, las cabañas
y las habitaciones de todos los seres que moraban
fueron quemadas como señales; las ciudades fueron consumidas,
y reuniéronse los hombres alrededor de sus ardientes hogares
para mirarse una vez más a los rostros;
felices eran aquellos que vivían en el ojo
de los volcanes y sus encumbradas antorchas;
una temerosa esperanza era todo lo que había en el mundo;
los bosques fueron puestos en llamas, pero hora tras hora
caían y se reducían, y los crepitantes troncos
se extinguían con un estrépito, y todo era negro.
Las frentes de los hombres junto a la luz desesperada
mostraban un aspecto espectral cuando, fugazmente,
destellos caían sobre ellas; algunos se echaban al suelo
y se tapaban los ojos y lloraban; algunos apoyaban
sus mentones sobre sus puños cerrados y sonreían;
y otros se apresuraban de aquí para allí, alimentaban
sus piras funerarias con más combustible, y elevaban la vista
con loco desasosiego hacia el apagado cielo,
el velo mortuorio de un mundo pasado, y entonces de nuevo,
profiriendo blasfemias, se arrojaban sobre el polvo
y hacían rechinar sus dientes y aullaban.
Las aves chillaban y, aterradas, se agitaban en el suelo,
sacudiendo sus inútiles alas; las bestias más salvajes
se acercaban dóciles y trémulas; y las serpientes se arrastraban
y se enroscaban entre la multitud, siseando,
pero sin poder morder; y dábaseles a todos muerte para devorarlos.
Y la Guerra, que por un momento había dejado de ser,
se nutrió nuevamente; un alimento se compraba
con sangre, y cada uno sentábase hoscamente aparte
para llenarse en las sombras; ya no quedó amor;
toda la Tierra era un solo pensamiento, y este era muerte,
inmediata y sin gloria; y la agonía del hambre
se cebó en todas las entrañas; los hombres murieron,
y sus huesos quedaron insepultos al igual que su carne;
los moribundos por los moribundos fueron devorados,
y hasta los perros atacaron a sus amos, todos excepto uno,
que fue leal al cadáver del suyo y mantuvo
a las aves y las bestias y los hombres frenéticos alejados,
hasta que el hambre los derribaba o los muertos que caían
tentaban a sus consumidas mandíbulas; no salió en busca de comida,
sino que con una piadosa mirada, un perpetuo gemido,
y un rápido aullido desolado, lamiendo la mano
que no respondía ya con una caricia, murió.
La población del mundo sucumbió por el hambre gradualmente;
pero dos habitantes de una enorme ciudad sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron al lado
de los expirantes rescoldos de una iglesia en la cual
había sido amontonada una gran cantidad de objetos sagrados
para un uso profano; temblando, juntaron
y apretujaron con sus frías manos esqueléticas
las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por una pequeña vida y obtuvieron una llama
que era una burla; entonces elevaron
sus ojos, mientras crecía la luminosidad, y contemplaron
el aspecto del otro: se vieron, y gritaron, y murieron,
de su mutua fealdad murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
el hambre había escrito Demonio. El mundo estaba vacío;
lo populoso y lo poderoso era ahora una masa
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida,
una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos y océanos quedaron inmóviles,
y ya nada se agitó en sus silenciosas profundidades;
naves sin marinos permanecieron pudriéndose en el mar,
y sus mástiles cayeron a pedazos, y al caer
sumiéronse en el abismo sin causar agitación alguna:
las olas estaban muertas; las mareas estaban en su tumba;
la luna, su señora, había expirado antes;
marchitáronse los vientos en el aire inmóvil,
y las nubes perecieron; la Oscuridad ya no necesitaba
más de su ayuda... Ella era el Universo.



































GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)

“Introducción”, Rimas y leyendas (1868)


Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los
extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra
para poderse presentar decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más
hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la
cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años
que me restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los
siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas
de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas
de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse, al beso
del sol, en flores y frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que
deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas
ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose
en formidable aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz, de entre
las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay!, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe
un abismo que sólo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a
secundar sus esfuerzos. Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven
a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cesa el viento,
las hojas amarillas que levantó el remolino!
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas
son la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así,
aunque mal, vengo viviendo hasta aquí paseando por entre la indiferente multitud esta
silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un
término, y a éstas hay que ponerles punto.
El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus
creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su
fantástica existencia disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una
tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el
dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.
¡Andad, pues! Andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo
suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que
no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una
maravillosa estrofa tejida con frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo
como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros,
como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. Mas es imposible.
No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por
cuyas henchidas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro,
insuficiente a contener tantos absurdos.
Quedad, pues, consignados aquí como la estela nebulosa que señala el paso de un
desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por
el aire la muerte antes que su creador haya podido pronunciar el fiat luxque separa la
claridad de las sombras.
No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en
extravagante procesión pidiéndome, con gestos y contorsiones, que os saque a la vida de la
realidad, del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al
romperse este arpa, vieja y cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas
notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez
vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común,
que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear, y las gentes de diversos campos se
mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han
sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales.
Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han
pasado, con los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar
arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser mi
pesadilla maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues,
al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que
encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y
sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora a otra puede
desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero,
cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el
tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del
cerebro.

“Rima XIII”

Tu pupila es azul, y cuando ríes


su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
¡una perdida estrella!

“Rima XLVII”
Yo me he asomado a las profundas
simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné por verlo,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!

“Rima XC”

Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
Cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo…
¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo,
un sueño que durara hasta la muerte!…
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

“Rima LXX”

¡Cuántas veces al pie de las musgosas


paredes que la guardan
oí la esquila que al mediar la noche
a los maitines llama!
¡Cuántas veces trazó mi triste sombra
la luna plateada,
junto a la del ciprés, que de su huerto
se asoma por las tapias!
Cuando en sombras la iglesia se envolvía
de su ojiva calada,
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
vi el fulgor de la lámpara!
Aunque el viento en los ángulos oscuros
de la torre silbara,
del coro entre las voces percibía
su voz vibrante y clara.
En las noches de invierno, si un medroso
por la desierta plaza
se atrevía a cruzar, al divisarme,
el paso aceleraba.
Y no faltó una vieja que en el torno
dijese a la mañana
que de algún sacristán muerto en pecado
acaso era yo el alma.
A oscuras conocía los rincones
del atrio y la portada;
de mis pies las ortigas que allí crecen
las huellas tal vez guardan.
Los búhos, que espantados me seguían
con sus ojos de llamas,
llegaron a mirarme con el tiempo
como a un buen camarada.
A mi lado, sin miedo, los reptiles
se movían a rastras;
¡hasta los mudos santos de granito
vi que me saludaban!





JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

“A la noche”
Salve, oh tú, noche serena,
Que al mundo velas augusta,
Y los pesares de un triste
Con tu oscuridad endulzas.
El arroyuelo a lo lejos
Más acallado murmura,
Y entre las ramas el aura
Eco armonioso susurra.
Se cubre el monte de sombras
Que las praderas anublan,
Y las estrellas apenas
Con trémula luz alumbran.
Melancólico rüido
Del mar las olas murmuran,
Y fatuos, rápidos fuegos
Entre sus aguas fluctúan.
El majestüoso río
Sus claras ondas enluta,
Y los colores del campo
Se ven en sombra confusa.
Al aprisco sus ovejas
Lleva el pastor con presura,
Y el labrador impaciente
Los pesados bueyes punza.
En sus hogares le esperan
Su esposa y prole robusta,
Parca cena, preparada
Sin sobresalto ni angustia.
Todos süave reposo
En tu calma, ¡oh noche!, buscan,
Y aun las lágrimas tus sueños
Al desventurado enjugan.
¡Oh qué silencio! ¡Oh qué grata
Oscuridad y tristura!
¡Cómo el alma contemplaros
En sí recogida gusta!
Del mustio agorero búho
El ronco graznar se escucha,
Que el magnífico reposo
Interrumpe de las tumbas.
Allá en la elevada torre
Lánguida lámpara alumbra,
Y en derredor negras sombras,
Agitándose, circulan.
Mas ya el pértigo de plata
Muestra naciente la luna,
Y las cimas del otero
De cándida luz inunda.
Con majestad se adelanta
Y las estrellas ofusca,
Y el azul del alto cielo
Reverbera en lumbre pura.
Deslízase manso el río
Y su luz trémula ondula
En sus aguas retratada,
Que, terso espejo, relumbran.
Al blando batir del remo
Dulces cantares se escuchan
Del pescador, y su barco
Al plácido rayo cruza.
El ruiseñor a su esposa
Con vario cántico arrulla,
Y en la calma de los bosques
Dice él solo sus ternuras.
Tal vez de algún caserío
Se ve subir en confusas
Ondas el humo, y por ellas
Entreclarear la luna.
Por el espeso ramaje
Penetrar sus rayos dudan,
Y las hojas que los quiebran,
Hacen que tímidos luzcan.
Ora la brisa süave
Entre las flores susurra,
Y de sus gratos aromas
El ancho campo perfuma.
Ora acaso en la montaña
Eco sonoro modula
Algún lánguido sonido,
Que otro a imitar se apresura.
Silencio, plácida calma
A algún murmullo se juntan
Tal vez, haciendo más grata
La faz de la noche augusta.
¡Oh! salve, amiga del triste,
Con blando bálsamo endulza
Los pesares de mi pecho,
Que en ti su consuelo buscan.

“Canción de la muerte”
Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.
Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.
Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.
Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.
En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.
Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.
Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.
Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

“A XXX”
Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento, y mi agonía
crecen, y mi ansiedad y mis dolores.
Sobre terso cristal, ricos colores
pinta alegre, tal vez, mi fantasía,
cuando la dura realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.
Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo
y en torno gira indiferente el cielo.
A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío.
Mis versos son tu corazón y el mío.

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