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ESCENA I
Interior de una casa antigua, señorial, en el centro histórico de una población cualquiera
de Valencia. Al centro, una cama viejo, de matrimonio, sobre la cual, reposa, con las
manos sobre el pecho, el cadáver de un hombre de unos 50 años. Está amortajado con el
traje de los domingos. Limpio y pulido y con un disparo en el pecho que se adivina
atendiendo a la leve mancha de sangre de la camisa, una camisa nueva, sin agujeros.
Alguien lo ha vestido después de morir. A la derecha de la escena está su mujer. Amparo,
de unos cuarenta y pocos años, llora a los pies de su marido. La izquierda, de pie,
Enrique, un vecino amigo de la familia, se lamenta de lo que ha pasado. Al fondo, a la
izquierda, una mecedora que aún se mueve ligeramente y un reloj de pie, sin agujas, que
irá marcando las horas con campanadas. En el suelo, un periódico del día. También en
el fondo, a la derecha, una puerta abierta que lleva al pasillo de la casa. La primera
conversación entre Amparo y Enrique está repleta de tópicos que se dicen cuando alguien
muere.
AMPARO: (Arrodillada, llora i da golpes con el puño sobre la cama) ¿Por qué Juan, por
qué? ¿Por qué te vas i me dejas sola? ¿Quién lo ha hecho? ¿Quién te ha matado?
AMPARO: (Llora)
Entra en escena un fraile vestido con el hábito franciscano y un gran crucifijo. Será el
mismo actor que después interpretará otros personajes muy peculiares. Se acerca
rápidamente al muerto y le hace el signo de la cruz
FRAILE: Requiescat in pace (vuelve a salir con la misma rapidez con la que entró)
ENRIQUE: Amparo, me indigno que pienses mal de mí. Cuando he llegado, Juan estaba
muerto y tú estabas aquí con él. No he podido ser yo. ¡Y créeme! (la abraza más fuerte)
yo, más que nadie, deseaba que tú y Juan dejaseis de amaros. Pero no así. Te quiero,
Amparo, desde que tú y tu marido comprasteis esta casa. Te quiero (se dispone a besarla
cuando la viuda lo repele con un guantazo potente que resuena dos veces).
AMPARO. ¿Qué haces, Enrique?
ENRIQUE: Ahora mismo (sale de la habitación por la puerta que está abierta. En
escena, tan sólo Amparo y el cadáver de su marido)
AMPARO: (arrodillada y acariciando el pelo del difunto) Ay, Juan! Tan felices que
éramos ... (ruido de fondo del marcaje de un teléfono antiguo). ¿Quien ha podido hacerte
esta barbaridad? Y a ti ... a ti que nunca has roto un plato! (Suenan dos platos que caen y
se rompen. Empar alza la mirada extrañada por los ruidos). Soy yo o aquí se escucha
todo dos veces?
ENRIQUE: (en off) ¿Es la policía? (Breve pausa) De acuerdo, me espero.
EL MUERTO: (se reclina y mira su mujer) Si pudiera decírtelo no estaría muerto. Los
muertos no hablan. (Ahora se dirigirá de nuevo al público) Ya me entendéis ... (vuelve a
la posición inicial. Se ilumina de nuevo el escenario, la mecedora vuelve a moverse).
AMPARO: (Invadida por una extraña locura se levanta, tararea alguna canción y hace
como si bailara cogida a alguien) París ... Paris ...
ENRIQUE: (en off, voz potente, enfadado y remarcando cada sílaba) ¡A-se-si-na-to!
AMPARO: Tengo que ser fuerte, Juan. Ahora más que nunca. Encontraré Al culpable,
JUan, encontraré al cabrón que te ha hecho todo esto, te lo juro. (De nuevo de pié y dando
vueltas por la estancia, como si investigara el crimen, rastreando la escena, de vez en
cuando un llanto aislado) Lo he visto, lo hace así la policía, lo he visto en la televisión.
(Coge el diario) El periódico. (Lo hojea) Tiene sangre en la sección deportiva. Lo he
visto. Lo hacen así (deja el diario en el suelo y continúa rastreando).
AMPARO: (Sin hacerle demasiado caso) La policía. Lo hacen así, lo he visto por
televisión (continúa investigando)
Suenan dos veces sirenas de la policía. Llaman dos veces al timbre de la puerta. Amparo
y Enrique se sobresaltan, pero no abren. Tocan a la puerta con el puño, dos series de
cuatro toques. Se oyen voces exteriores. Es la policía.
ENRIQUE: ¿Ya? (Extrañado) Me dejan maravillado. No puede ser. (Niega con la cabeza.
Le suena la alarma del reloj, dos veces, mira la hora) o puede ser sí, es la hora acordada.
(El reloj de pared marca tres campanadas) Sí, las tres, la hora acordada. (Vuelven a sonar
las tres. Enrique mira arriba extrañado por los ruidos) ¿Soy yo, o aquí suena todo dos
veces?
EL MUERTO: (al público) Veis, este sonido es el último que oí antes de que sonara el
disparo (suenan dos disparos). Pero a este policía no lo había visto nunca. ¿Qué motivos
puede tener para asesinarme? No pudo ser él. Si queréis, podemos apostar. Las casas de
apuestas creen que ha sido Enrique. Yo apostaré por mi esposa. No creo que fuera ella,
pero una victoria suya se paga ocho a uno. Ojalá haya sido ella, me habrá dado en la
muerte más que me ha dado en la vida. Ahora no me malinterpretéis: no es que no la
quiera, es que siempre ha sido una tacaña. Vamos a ver cómo sigue todo esto (vuelve a
acostarse y vuelve a moverse la mecedora).
ENRIQUE: Le explico, agente: esta mañana he llamado a la policía y les he dicho que
vinieran a mi casa para resolver un asunto personal, pero ahora mismo les he llamado de
nuevo porque ha muerto mi amigo (señalando el cadáver).
ENRIQUE: Pero ... mi amigo está muerto. Es un asunto más importante que el mío.
EL POLICÍA: Su amigo puede esperar. No creo que vaya a ninguna parte. La agenda es
la agenda y usted ha llamado primero. Vayamos (el policía se lleva fuera de la casa a
empujones a Enrique, que no se lo cree. En escena quedan solos Amparo y el cadáver de
Juan).
EL MUERTO: (triste y mirando al suelo) Y las putas. Qué cabrón he sido. Como me he
dejado engañar por la aparente felicidad que me proporcionaba la mezcla de todos los
vicios. Consumí las bebidas más nocivas. Las drogas me lanzaron a los brazos del juego
y, cuando ganaba, me lo gastaba todo en putas. Cuando perdía, el aval que me suponía
ser hijo de una de las familias más ricas del pueblo me permitía seguir jugando con el
dinero que me dejaban. Hasta que tiré a la basura este aval y mi padre me desheredó.
Ahora debía un montón de dinero. (Se mira y se toca la sangre del pecho) Quizás me ha
matado alguien a quien le debía dinero.
AMPARO: El alcohol, el juego y las drogas ... seguro que te ha MATADO alguien a
quien le debías dinero. Al menos puedo estar tranquila. Sé que nunca me has engañado
con otra mujer. Tú me amabas.
EL MUERTO: Y sabiendo que te quería, ¿cómo permití que la excitación de las drogas
me llevara a apagar mi fervoroso deseo sexual en los brazos de otras mujeres? Siempre
me sentía mal cuando acababa de copular con extrañas pero siempre repetía. A menudo
despachaba las prostitutas de la habitación del hotel con un "no quiero volver a verte", a
menudo las despachaba con una paliza. Es posible que me disparara alguna prostituta.
Quizás me ha asesinado la Xoni o la Jessi. O Samantha o Estrella o Déborah o Miranda.
Todas ellas tenían motivos bastante convincentes como para querer acabar conmigo. No
era yo violento, es lo que tienen las drogas. Ojalá quien me haya matado lo hubiera hecho
antes. Hubiera ahorrado muchos sufrimientos.
EL MUERTO: Espero que no haya sido mi mujer. Motivos le sobraban. Sin embargo, si
ha sido ella, no podrá soportar la carga de haberme asesinado.
EMPAR: (Suspira)
EL MUERTO: (Suspira)
Alternarán suspiros durante un breve rato. De vez en cuando, Amparo soltará algún
llanto de rabia, otros llantos, sin embargo, serán más calmados, reposados, con un tono
melancólico. El muerto tan sólo suspira. Después, se oyen las voces lejanas de Enrique
y el policía. Al principio la conversación resulta ininteligible, dada la distancia teórica
que los separa de la escena. El tono de la conversación irá en aumento a medida que se
acercan hasta que, aunque fuera del escenario, sus parlamentos se harán del todo
inteligibles. El muerto vuelve a acostarse tumbado sobre la cama.
EL POLICÍA: Entonces, ¿usted lo tiene claro, no? Cuando tenga tiempo se acerca por la
comisaría y asunto arreglado.
ENRIQUE: Pero, señor agente, ¿y mi amigo? ¿No piensa investigar su asesinato?
ENRIQUE: Sí, pero esto sólo son suposiciones suyas sin ningún fundamento.
EL POLICÍA: ¿Cómo que sin fundamento? A ver, usted me ha dicho que su amigo tenía
la costumbre de beber más de la cuenta, ¿no?
ENRIQUE: Correcto.
ENRIQUE: ¿Cómo?
AMPARO: ¿Cómo?
EL MUERTO: ¿Cómo?
EL POLICÍA: Sí, exacto. Veamos. ¿No es cierto que alguien a quien le deben mucho
dinero sería el último interesado en que su deudor muriera sin liquidar su deuda?
EL POLICÍA: Y no creo que fueron las prostitutas, a la hora del crimen os puedo asegurar
que estaban ocupadas. Entonces, ¿quién gana dinero y oraciones por la muerte de alguien?
EL POLICÍA: Exacto.
EL POLICÍA: Vaya ... todo se complica. Caso cerrado, no hay pruebas contundentes para
inculpar a nadie. Señora ... (a Amparo, mientras se mete la gorra) le acompaño en el
sentimiento. (Le da la mano y se dirige hacia la puerta. De repente para) ¿Prepararía
café?
AMPARO: Discúlpeme, ahora le traigo una sills y café. (Desaparece por la puerta de la
derecha. Después de un breve rato en silencio, sonará la ebullición de una cafetera
italiana)
EL POLICÍA: (a Enrique) Su problema queda claro, ¿no?
ENRIQUE: (Un poco enfadado) Agente, que mi problema era tan sólo una duda sobre la
renovación del carné de conducir.
EL POLICÍA: Ay, bien. Usted no sabe la cantidad de malentendidos que puede generar
un problema como el suyo.
Enrique, medio mosqueado sale de la habitación gesticulando con el brazo y ayuda a
Amparo a entrar tres sillas que se situarán cerca del cadáver. Ampara saca una bandeja
con tres tazas de café. Les da una taza a cada uno y deja la bandeja vacía sobre los pies
del muerto. Vuelve a sonar la ebullición de una cafetera italiana.
Un ciclista cruza el escenario velozmente. Nadie le hará caso. A partir de ese momento
se sucederán hechos del todo absurdos mientras los cuatro protagonistas entablarán una
conversación con intervenciones cortas, cruzadas, cortadas y, a menudo, poco fluidas
mientras van bebiendo café.
El reloj hace sonar cuatro campanadas. Poco después, cuatro más. En la lejanía se
sienten disparos de cañones y ráfagas de ametralladora
AMPARO: La bebida
AMPARO: El juego
EL MUERTO: Las putas, ¿quién si no? (Ruido de cubitos y bebida que cae sobre un vaso)
AMPARO: Usted está siempre dispuesto a pedir mucho por hacer realmente poco.
EL MUERTO: Ya empezamos.
La escena finalizará con una conversación donde todos hablarán y discutirán al mismo
tiempo, no se ha de entender nada de lo que dicen, sólo palabras sueltas, unas más altas
que las otras, que sobresaldrán por encima del diálogo ininteligible. Entretanto sonará
de forma intermitente una vaca, ladridos de perro, campanas de iglesia, bocinas de
coches, un despertador antiguo, un tren lejano, ruido de platos rotos y la campana de un
microondas. Finalmente se escucharan dos disparos de pistola y quedará todo en silencio
y a oscuras.
ESCENA II
AMPARO: Estoy harta de ti, de la bebida, del juego y de las putas. Me prometiste la
semana pasada que procurarías dejar de beber. Anoche me llamaste para decirme que
volverías tarde, que tenías trabajo y vuelves casi de día y con un pedo como un piano.
Estoy harta de ti, eres un hijo de puta (vuelve a abofetear Juan).
JUAN: (con voz pastosa, y resintiéndose de una amarga resaca) No ... no recuerdo nada
...
AMPARO: Qué fácil es esconderte con la excusa de la falta de memoria. Juan, ¿qué
hiciste ayer?
JUAN: No recuerdo mucho. Sé que fui al casino, me tomé unos cuantos gintònics ... no
sé ... jugué (haciendo esfuerzos para recordar) perdí ... ¡mierda! Le debo dinero a alguien,
no recuerdo a quién. Pero sé que quiere matarme. -Te voy a matar si no me pagas- decía.
AMPARO: Juan, quiero el divorcio, no aguanto más a tu lado.
AMPARO: No te soporto más. No soporto que vengas todos los días borracho, no soporto
más tus vejaciones, me niego a tener que soportar tus malos tratos. Juan, acabarás mal y
si no me separo de ti me llevaras irremediablemente a un infierno que no estoy dispuesta
a pasar.
JUAN: No, Amparo. Tú no me puedes abandonar. (Levanta de la cama y se acerca
lentamente hacia su mujer) No me puedes dejar solo, te quiero y tú me quieres.
AMPARO: Te quería, Juan, te quería. (Intenta huir del abrazo de su marido. Ambos dan
vueltas en la habitación hasta que Amparo cae derrotada en brazos de Juan. Se sientan
en la cama.)
JUAN: Amparo, te quiero. No dejaré que te pase nada malo. No beberé, te lo prometo. Sé
que puedo cambiar.