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“DOBLE CRIM”- Jacob Mompó Navarro

Premiada en “VII Premis Bancaixa- Universitat de València d’Escriptura de


Creació. Teatre”

Traducción: Eloi Mompó Navarro

ESCENA I

Interior de una casa antigua, señorial, en el centro histórico de una población cualquiera
de Valencia. Al centro, una cama viejo, de matrimonio, sobre la cual, reposa, con las
manos sobre el pecho, el cadáver de un hombre de unos 50 años. Está amortajado con el
traje de los domingos. Limpio y pulido y con un disparo en el pecho que se adivina
atendiendo a la leve mancha de sangre de la camisa, una camisa nueva, sin agujeros.
Alguien lo ha vestido después de morir. A la derecha de la escena está su mujer. Amparo,
de unos cuarenta y pocos años, llora a los pies de su marido. La izquierda, de pie,
Enrique, un vecino amigo de la familia, se lamenta de lo que ha pasado. Al fondo, a la
izquierda, una mecedora que aún se mueve ligeramente y un reloj de pie, sin agujas, que
irá marcando las horas con campanadas. En el suelo, un periódico del día. También en
el fondo, a la derecha, una puerta abierta que lleva al pasillo de la casa. La primera
conversación entre Amparo y Enrique está repleta de tópicos que se dicen cuando alguien
muere.
AMPARO: (Arrodillada, llora i da golpes con el puño sobre la cama) ¿Por qué Juan, por
qué? ¿Por qué te vas i me dejas sola? ¿Quién lo ha hecho? ¿Quién te ha matado?

ENRIQUE: Amparo, tienes que ser fuerte. La vida continúa

AMPARO: ¡Ya nada será igual!

ENRIQUE: Fuerte, Amparo…sé fuerte. (La mecedora continúa moviéndose)

AMPARO. ¿Por qué ahora?

ENRIQUE: Te acompaño en el sentimiento

AMPARO: Gracias. ¡No me abandones! (a su marido).


ENRIQUE: ¡Qué buena persona era!

AMPARO: ¡¿Qué haré yo ahora?!

ENRIQUE: No somos nada

AMPARO: ¡Donde quiera que vayas, estarás bien!

ENRIQUE: (Mirando a Juan) Le para bien el traje de los domingos.

AMPARO: (Llora)

ENRIQUE: Si necesitas cualquier cosa, me tienes a tu disposición.

Entra en escena un fraile vestido con el hábito franciscano y un gran crucifijo. Será el
mismo actor que después interpretará otros personajes muy peculiares. Se acerca
rápidamente al muerto y le hace el signo de la cruz

FRAILE: Requiescat in pace (vuelve a salir con la misma rapidez con la que entró)

AMPARO: Estábamos preparando las bodas de plata. Íbamos a ir a París. (Rompe a


llorar). París… (Se pone de pie y hace cómo si bailase con alguien) y bailaríamos toda la
noche… (tararéa una canción y vuelve a caer a los pies de su marido) ¿Por qué Juan?
¿Por qué? (unos segundos de silencio y se levanta enrabietada hacia Enrique). ¡Lo has
matado tú! (intente pegarle y Enrique para el golpe y la abraza). Has sido tú (resignada).

ENRIQUE: Amparo, me indigno que pienses mal de mí. Cuando he llegado, Juan estaba
muerto y tú estabas aquí con él. No he podido ser yo. ¡Y créeme! (la abraza más fuerte)
yo, más que nadie, deseaba que tú y Juan dejaseis de amaros. Pero no así. Te quiero,
Amparo, desde que tú y tu marido comprasteis esta casa. Te quiero (se dispone a besarla
cuando la viuda lo repele con un guantazo potente que resuena dos veces).
AMPARO. ¿Qué haces, Enrique?

ENRIQUE: (Con voz débil) No he podido ser yo.

De repente, para la escena. Enrique y Amparo quedan inmóviles. La mecedora se para,


como si se hubiese para el tiempo. Luz tenue en el escenario, excepto un foco que centra
la atención en el cadáver. Éste se reclina y fija su mirada en Enrique.
MUERTO: (Irónicamente) ¡Mira Enrique! Parecía tonto. (Se levanta y se sitúa delante de
la cama. Camina de lado a lado del escenario, acompasado con el ritmo del parlamento
que sigue. Se dirige al público). Seguramente os estaréis preguntando qué coño hace un
muerto hablando y caminando, Ciertamente, un cadáver como el mío no debería poder
moverse ni, menos todavía, hablar. Pensaréis que tal vez no esté muerto, pero, os
equivocáis. Estoy muerto y bien muerto. Quizás tú ... o tú (señalando dos espectadores
al azar) seréis capaces de afirmar que he muerto y quien os habla es un espíritu. Pero
también iréis errados. ¿Y si no soy un espíritu, pero he muerto, por qué hablo y camino?
Pues lo hago (breve pausa) porqué me apetece. Y ahora que lo sabéis intentaré razonar
qué es lo que ha pasado hoy. Estaba aquí sentado (se sienta en la mecedora) mientras leía
el periódico (coge el periódico del suelo y cuando lo despliega se ve un agujero de bala
entre las hojas). Todos los días leía el periódico sentado aquí. Me pregunto si allí donde
voy tendrán periódicos (dubitativo). El caso es que todos los días me organizaba la lectura
del periódico con el fin de no leérmelo todo de una panzada. Estaba leyendo la sección
deportiva, por lo que deduzco que serían cerca de las dos del mediodía. Y, no, (se mira el
vestido de arriba a abajo) no iba con el traje de los domingos. Entonces, oí el ruido de
unas llaves (se oye ruido de llaves. Silencio breve y más ruido de llaves). Pensaba que era
mi mujer, pero, cuando, fuese quien fuera, avanzó por el pasillo, me di cuenta de un ruido
característico, como el que hacen los zapatos con la suela de madera (se oye ruido de
suelas de madera, dos series de cuatro o cinco pasos separados por un breve silencio).
Mi mujer no utiliza ese calzado si no es domingo. En ese mismo momento me disponía a
levantar la cabeza del periódico cuando oí el disparo (se escuchan dos disparos y Juan
levanta la mirada hacia arriba, extrañado por los ruidos). ¿Soy yo o aquí se siente todo
dos veces? Pues bien, (prosigue) oí el disparo (suenan dos disparos) y no recuerdo nada
más hasta ahora. (Juan vuelve a dejar el periódico en el suelo, se levanta de la mecedora
y camina hacia la cama). Pero estoy muerto y bien muerto (vuelve a acostarse en la cama
tal y como estaba al principio).

Cuando Juan se acuesta sobre la cama vuelve la iluminación primera, la mecedora


vuelve a moverse y Amparo vuelve a llorar.

AMPARO: ¿Por qué, Juan, por qué?

ENRIQUE: No he podido ser yo.


AMPARO: (a Enrique) ¿Has llamado a la policía?

ENRIQUE: Amparo, acabo de llegar.

EMPAR: Llámalos, por favor.

ENRIQUE: Ahora mismo (sale de la habitación por la puerta que está abierta. En
escena, tan sólo Amparo y el cadáver de su marido)

AMPARO: (arrodillada y acariciando el pelo del difunto) Ay, Juan! Tan felices que
éramos ... (ruido de fondo del marcaje de un teléfono antiguo). ¿Quien ha podido hacerte
esta barbaridad? Y a ti ... a ti que nunca has roto un plato! (Suenan dos platos que caen y
se rompen. Empar alza la mirada extrañada por los ruidos). Soy yo o aquí se escucha
todo dos veces?
ENRIQUE: (en off) ¿Es la policía? (Breve pausa) De acuerdo, me espero.

AMPARO: Juan, ¿quién te ha matado? Si pudieras decírmelo ...

(Quedará, como antes, la escena en penumbra, excepto el cuerpo de Juan. Amparo


permanecerá inmóvil y la mecedora detendrá su movimiento durante la breve
intervención que seguirá. Se utilizará el mismo procedimiento siempre que sea el muerto
quien intervenga)

EL MUERTO: (se reclina y mira su mujer) Si pudiera decírtelo no estaría muerto. Los
muertos no hablan. (Ahora se dirigirá de nuevo al público) Ya me entendéis ... (vuelve a
la posición inicial. Se ilumina de nuevo el escenario, la mecedora vuelve a moverse).

ENRIQUE: (en off) ¿Es la policía? (Breve pausa) De acuerdo, me espero.

AMPARO: (Invadida por una extraña locura se levanta, tararea alguna canción y hace
como si bailara cogida a alguien) París ... Paris ...

ENRIC: (en off) ¡Asesinato!


AMPARO: París ... (vuelve a desplomarse a los pies de su marido y llora) adiós Paris.

ENRIQUE: (en off, voz potente, enfadado y remarcando cada sílaba) ¡A-se-si-na-to!

AMPARO: Tengo que ser fuerte, Juan. Ahora más que nunca. Encontraré Al culpable,
JUan, encontraré al cabrón que te ha hecho todo esto, te lo juro. (De nuevo de pié y dando
vueltas por la estancia, como si investigara el crimen, rastreando la escena, de vez en
cuando un llanto aislado) Lo he visto, lo hace así la policía, lo he visto en la televisión.
(Coge el diario) El periódico. (Lo hojea) Tiene sangre en la sección deportiva. Lo he
visto. Lo hacen así (deja el diario en el suelo y continúa rastreando).

ENRIQUE: (Entra de nuevo a escena) Amparo, la policía viene hacia aquí.

AMPARO: (Sin hacerle demasiado caso) La policía. Lo hacen así, lo he visto por
televisión (continúa investigando)

ENRIQUE: Dicen que tardarán, que están hasta arriba de trabajo.

Suenan dos veces sirenas de la policía. Llaman dos veces al timbre de la puerta. Amparo
y Enrique se sobresaltan, pero no abren. Tocan a la puerta con el puño, dos series de
cuatro toques. Se oyen voces exteriores. Es la policía.

EL POLICÍA: (en off) Abra, soy un agente de la policía.

ENRIQUE: ¿Ya? (Extrañado) Me dejan maravillado. No puede ser. (Niega con la cabeza.
Le suena la alarma del reloj, dos veces, mira la hora) o puede ser sí, es la hora acordada.
(El reloj de pared marca tres campanadas) Sí, las tres, la hora acordada. (Vuelven a sonar
las tres. Enrique mira arriba extrañado por los ruidos) ¿Soy yo, o aquí suena todo dos
veces?

EL POLICÍA: (en off) Abra, soy un agente de la policía.


Enrique se acerca hacia la puerta y la abre, la cierra y la vuelve a abrir. El policía entra
en la habitación, sus pasos suenan con el ruido característico de las suelas de madera.
Se quita la gorra. La escena se detiene, luz tenue, Juan se reclina.

EL MUERTO: (al público) Veis, este sonido es el último que oí antes de que sonara el
disparo (suenan dos disparos). Pero a este policía no lo había visto nunca. ¿Qué motivos
puede tener para asesinarme? No pudo ser él. Si queréis, podemos apostar. Las casas de
apuestas creen que ha sido Enrique. Yo apostaré por mi esposa. No creo que fuera ella,
pero una victoria suya se paga ocho a uno. Ojalá haya sido ella, me habrá dado en la
muerte más que me ha dado en la vida. Ahora no me malinterpretéis: no es que no la
quiera, es que siempre ha sido una tacaña. Vamos a ver cómo sigue todo esto (vuelve a
acostarse y vuelve a moverse la mecedora).

EL POLICÍA: (Se vuelve a poner la gorra y avanza alborotado hacia el cadáver) No


tengo todo el día. Veamos, ¿quién es Enrique? (Se acerca al muerto y le pega dos
bofetadas) ¿es usted? ¡Conteste! ¿Es usted? No tengo todo el día.

ENRIQUE: Soy yo, señor agente, soy yo Enrique.

EL POLICÍA: Usted ha llamado esta mañana la policía, ¿es así?

ENRIQUE: Así es, pero ...

EL POLICÍA: (Interrumpiéndolo) Y habíamos quedado a las tres aquí, ¿es así?

ENRIQUE: Así es, pero ...

EL POLICÍA: (Interrumpiendo de nuevo) ¿Y qué es lo que quería?

ENRIQUE: Le explico, agente: esta mañana he llamado a la policía y les he dicho que
vinieran a mi casa para resolver un asunto personal, pero ahora mismo les he llamado de
nuevo porque ha muerto mi amigo (señalando el cadáver).

EL POLICÍA: Lo sé, el comisario me ha dicho que me acercara aquí aprovechando que


tenía que venir a su casa. Entonces, ¿ésta no es su casa?
ENRIQUE: No, yo vivo dos casas más abajo.

EL POLICÍA: Pues no perdamos más tiempo, ¡vayamos!

ENRIQUE: Pero ... mi amigo está muerto. Es un asunto más importante que el mío.

EL POLICÍA: Su amigo puede esperar. No creo que vaya a ninguna parte. La agenda es
la agenda y usted ha llamado primero. Vayamos (el policía se lleva fuera de la casa a
empujones a Enrique, que no se lo cree. En escena quedan solos Amparo y el cadáver de
Juan).

AMPARO: (Se sienta al borde de la cama, a la izquierda de la escena, respira


profundamente, unos pocos segundos de silencio) Juan, ¿qué hemos hecho para que todo
nos haya salido mal? ¿Por qué dejaste que la vida te llevara por tan mal camino?
¿Recuerdas cómo nos conocimos? Eras tan vivaracho...(ríe frívolamente) ¡como me
engañaste! Y sin darme cuenta me habías metido en tu cama con la misma rapidez con la
que me quitaste el sujetador mientras subíamos fogosos escaleras arriba de casa de tus
padres. Entonces, empezamos a salir juntos. Tus padres, en un principio, no las tenían
todas. Quizás pensaban que te merecías algo mejor. Como erais una familia con dinero ...
quizás te hubieran querido casar con alguien de tu clase. Pero ya me conoces, siempre he
sido una persona con una cierta facilidad para caer bien a la gente, y en pocas semanas ya
era una más de la familia. Ay! el dinero ... a tí el dinero no te dio la felicidad, al contrario,
fue la causa de todas tus desgracias. (Poco a poco el muerto se reclina y quedará sentado
en la cama de espaldas a su mujer. Ésta, sin embargo, siempre que gesticule para
referirse a Juan lo hará como si todavía estuviera tumbado en la cama.) Sin dinero, sin
duda, te hubiera costado mucho más destruirte la vida como te la has destruido. Sin dinero
difícilmente hubieras caído en la red del juego, el alcohol y las drogas ...

EL MUERTO: (triste y mirando al suelo) Y las putas. Qué cabrón he sido. Como me he
dejado engañar por la aparente felicidad que me proporcionaba la mezcla de todos los
vicios. Consumí las bebidas más nocivas. Las drogas me lanzaron a los brazos del juego
y, cuando ganaba, me lo gastaba todo en putas. Cuando perdía, el aval que me suponía
ser hijo de una de las familias más ricas del pueblo me permitía seguir jugando con el
dinero que me dejaban. Hasta que tiré a la basura este aval y mi padre me desheredó.
Ahora debía un montón de dinero. (Se mira y se toca la sangre del pecho) Quizás me ha
matado alguien a quien le debía dinero.
AMPARO: El alcohol, el juego y las drogas ... seguro que te ha MATADO alguien a
quien le debías dinero. Al menos puedo estar tranquila. Sé que nunca me has engañado
con otra mujer. Tú me amabas.

EL MUERTO: Y sabiendo que te quería, ¿cómo permití que la excitación de las drogas
me llevara a apagar mi fervoroso deseo sexual en los brazos de otras mujeres? Siempre
me sentía mal cuando acababa de copular con extrañas pero siempre repetía. A menudo
despachaba las prostitutas de la habitación del hotel con un "no quiero volver a verte", a
menudo las despachaba con una paliza. Es posible que me disparara alguna prostituta.
Quizás me ha asesinado la Xoni o la Jessi. O Samantha o Estrella o Déborah o Miranda.
Todas ellas tenían motivos bastante convincentes como para querer acabar conmigo. No
era yo violento, es lo que tienen las drogas. Ojalá quien me haya matado lo hubiera hecho
antes. Hubiera ahorrado muchos sufrimientos.

AMPARO: Me querías a tu manera. Yo sé que me amabas. Sé que aquel que me insultaba


cuando llegaba a casa borracho no eras tú. Aquel que apaciguaba su ira rompiendo todos
los muebles de casa no eras tú. (Aumenta su tono, hasta gritar al final de la intervención)
Sé que no eres tu quién me rompió el brazo cuando me empujaste contra la pared. No eras
tú quien, desde hace poco más de un año, me pegaba una paliza tras otra cada vez que
entraba en casa. ¡Maldito hijo de Puta! (Silencio. Reanuda con calma) Quizás te he
matado yo. No lo recuerdo. No me creo capaz. No lo sé ciertamente.

EL MUERTO: Espero que no haya sido mi mujer. Motivos le sobraban. Sin embargo, si
ha sido ella, no podrá soportar la carga de haberme asesinado.

EMPAR: (Suspira)

EL MUERTO: (Suspira)

Alternarán suspiros durante un breve rato. De vez en cuando, Amparo soltará algún
llanto de rabia, otros llantos, sin embargo, serán más calmados, reposados, con un tono
melancólico. El muerto tan sólo suspira. Después, se oyen las voces lejanas de Enrique
y el policía. Al principio la conversación resulta ininteligible, dada la distancia teórica
que los separa de la escena. El tono de la conversación irá en aumento a medida que se
acercan hasta que, aunque fuera del escenario, sus parlamentos se harán del todo
inteligibles. El muerto vuelve a acostarse tumbado sobre la cama.

EL POLICÍA: Entonces, ¿usted lo tiene claro, no? Cuando tenga tiempo se acerca por la
comisaría y asunto arreglado.
ENRIQUE: Pero, señor agente, ¿y mi amigo? ¿No piensa investigar su asesinato?

EL POLICÍA: Ya está resuelto. ¿No se lo he explicado ya?

ENRIQUE: Sí, pero esto sólo son suposiciones suyas sin ningún fundamento.

EL POLICÍA: ¿Cómo que sin fundamento? A ver, usted me ha dicho que su amigo tenía
la costumbre de beber más de la cuenta, ¿no?

ENRIQUE: Así es.

EL POLICÍA: También me ha dicho que era consumidor de drogas, ¿correcto?

ENRIQUE: Correcto.

EL POLICÍA: Y que últimamente había incrementado su deuda a raíz de su adición al


juego, ¿es así?

ENRIQUE: Así es.

EL POLICÍA: Pues está claro. El culpable es el señor cura.

ENRIQUE: ¿Cómo?

AMPARO: ¿Cómo?

EL MUERTO: ¿Cómo?

Por la puerta de la derecha entra, de un salto, un personaje vestido de cura y grita: -


¿Cómo? - Después situará las manos a la altura del pecho, bajará la cabeza en actitud
de meditación y cruzará la habitación de lado a lado, desapareciendo por la parte
izquierda del escenario mientras continúa la discusión entre los tres personajes
principales.

ENRIQUE: (estupefacto) ¿El señor cura?

EL POLICÍA: Sí, exacto. Veamos. ¿No es cierto que alguien a quien le deben mucho
dinero sería el último interesado en que su deudor muriera sin liquidar su deuda?

ENRIQUE: En cierto modo sí.

EL POLICÍA: Y no creo que fueron las prostitutas, a la hora del crimen os puedo asegurar
que estaban ocupadas. Entonces, ¿quién gana dinero y oraciones por la muerte de alguien?

ENRIQUE: El señor cura.

EL POLICÍA: Exacto.

ENRIQUE: Y el enterrador, y la funeraria y la floristería y ...

EL POLICÍA: Vaya ... todo se complica. Caso cerrado, no hay pruebas contundentes para
inculpar a nadie. Señora ... (a Amparo, mientras se mete la gorra) le acompaño en el
sentimiento. (Le da la mano y se dirige hacia la puerta. De repente para) ¿Prepararía
café?

AMPARO: Sí, supongo.

EL POLICÍA: Entonces me quedo (y vuelve donde estaba)

EL MUERTO: ¿El señor cura? ¿Y usted es policía?

AMPARO: Discúlpeme, ahora le traigo una sills y café. (Desaparece por la puerta de la
derecha. Después de un breve rato en silencio, sonará la ebullición de una cafetera
italiana)
EL POLICÍA: (a Enrique) Su problema queda claro, ¿no?

ENRIQUE: (Un poco enfadado) Agente, que mi problema era tan sólo una duda sobre la
renovación del carné de conducir.

EL POLICÍA: Ay, bien. Usted no sabe la cantidad de malentendidos que puede generar
un problema como el suyo.
Enrique, medio mosqueado sale de la habitación gesticulando con el brazo y ayuda a
Amparo a entrar tres sillas que se situarán cerca del cadáver. Ampara saca una bandeja
con tres tazas de café. Les da una taza a cada uno y deja la bandeja vacía sobre los pies
del muerto. Vuelve a sonar la ebullición de una cafetera italiana.

EL POLICÍA: ¿Ha preparado más?

ENRIQUE: No, es que aquí suena todo dos veces.

Un ciclista cruza el escenario velozmente. Nadie le hará caso. A partir de ese momento
se sucederán hechos del todo absurdos mientras los cuatro protagonistas entablarán una
conversación con intervenciones cortas, cruzadas, cortadas y, a menudo, poco fluidas
mientras van bebiendo café.

El POLICÍA: (a Amparo) ¿Cuando hará el entierro?

AMPARO: No pienso enterrarlo hasta que no aparezca el culpable

ENRIQUE: Quizá lo ha matado la florista.

El reloj hace sonar cuatro campanadas. Poco después, cuatro más. En la lejanía se
sienten disparos de cañones y ráfagas de ametralladora

EL MUERTO: (se levanta de la cama y deambula por todo el escenario) Es la hora de la


guerra. Todos los días a las cuatro.
AMPARO: ¡Venganza!

EL POLICÍA: ¡Caso cerrado!

ENRIQUE: ¡Encontraremos al culpable!

AMPARO: La bebida

EL POLICÍA: ¡Caso cerrado!

AMPARO: Las drogas.

ENRIQUE: Esto no puede quedar así.

AMPARO: El juego

EL MUERTO: Las putas, ¿quién si no? (Ruido de cubitos y bebida que cae sobre un vaso)

EL POLICÍA: Me apetecería otro café

AMPARO: Usted está siempre dispuesto a pedir mucho por hacer realmente poco.

ENRIQUE: ¿Es posible que lo haya asesinado alguien de la familia?

EL POLICÍA: No importa, el caso está cerrado.

EMPAR: Realmente poco. Usted no se gana los cafés que toma.

EL MUERTO: Ya empezamos.
La escena finalizará con una conversación donde todos hablarán y discutirán al mismo
tiempo, no se ha de entender nada de lo que dicen, sólo palabras sueltas, unas más altas
que las otras, que sobresaldrán por encima del diálogo ininteligible. Entretanto sonará
de forma intermitente una vaca, ladridos de perro, campanas de iglesia, bocinas de
coches, un despertador antiguo, un tren lejano, ruido de platos rotos y la campana de un
microondas. Finalmente se escucharan dos disparos de pistola y quedará todo en silencio
y a oscuras.

ESCENA II

Silencio. Oscuro total en el escenario. Pocos segundos de silencio. Después se escucha


lejana la voz de Amparo que grita: -Juan, Juan.- Cada vez se escucha más cerca.
Finalmente llama enfadada: -¡Juan! y se escuchan golpes de puño en la puerta. De
repente vuelve la luz. En el escenario, sobre la cama, Juan duerme con el traje de los
domingos. Desordenado, sucio y despeinado y con una gran mancha de vino en la camisa.
Se mueve con pereza por la cama en un intento esforzado para despertarse. Amparo abre
la puerta, corre hacia la cama y le da una bofetada a su marido al tiempo que grita: -
borracho!

JUAN: (se despierta confuso) ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?

AMPARO: Estoy harta de ti, de la bebida, del juego y de las putas. Me prometiste la
semana pasada que procurarías dejar de beber. Anoche me llamaste para decirme que
volverías tarde, que tenías trabajo y vuelves casi de día y con un pedo como un piano.
Estoy harta de ti, eres un hijo de puta (vuelve a abofetear Juan).

JUAN: (con voz pastosa, y resintiéndose de una amarga resaca) No ... no recuerdo nada
...

AMPARO: Qué fácil es esconderte con la excusa de la falta de memoria. Juan, ¿qué
hiciste ayer?

JUAN: No recuerdo mucho. Sé que fui al casino, me tomé unos cuantos gintònics ... no
sé ... jugué (haciendo esfuerzos para recordar) perdí ... ¡mierda! Le debo dinero a alguien,
no recuerdo a quién. Pero sé que quiere matarme. -Te voy a matar si no me pagas- decía.
AMPARO: Juan, quiero el divorcio, no aguanto más a tu lado.

JUAN: Pero Amparo, sé que puedo cambiar, no puedes hacerme esto.

AMPARO: No te soporto más. No soporto que vengas todos los días borracho, no soporto
más tus vejaciones, me niego a tener que soportar tus malos tratos. Juan, acabarás mal y
si no me separo de ti me llevaras irremediablemente a un infierno que no estoy dispuesta
a pasar.
JUAN: No, Amparo. Tú no me puedes abandonar. (Levanta de la cama y se acerca
lentamente hacia su mujer) No me puedes dejar solo, te quiero y tú me quieres.

AMPARO: Te quería, Juan, te quería. (Intenta huir del abrazo de su marido. Ambos dan
vueltas en la habitación hasta que Amparo cae derrotada en brazos de Juan. Se sientan
en la cama.)

JUAN: Amparo, te quiero. No dejaré que te pase nada malo. No beberé, te lo prometo. Sé
que puedo cambiar.

AMPARO: Yo también te quiero. Pero es tu segunda oportunidad. No tendrás más.

Ambos se abrazan y se besan intensamente. Un beso largo, apasionado, sin reparar en


una extraña presencia en su casa. Por la puerta de la derecha aparece una mano que
viste un guante de piel negro. Lleva una pistola. El escenario se oscurece excepto un foco
que ilumina la pistola. Unos pocos segundos de silencio. De repente se escuchan dos
disparos. Vuelve la luz. Marido y mujer caen extendidos sobre la cama. La mano
ejecutora cierra la puerta del dormitorio. Final.

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