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Centro Salesiano de Estudios Superiores

El hombre “es” en su relación con Dios

Antropología Filosófica

Alumno: Angel Luis Reyes Torres


Docente: Doctor Rolando Echeverría Alvarado
Ciudad de Guatemala 2 de noviembre de 2018
“Señor nuestro… ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él…? (Salmo 8, 5).
A lo largo de este escrito deseo plasmar la visión de hombre que considero, en estos momentos de mi
vida, adecuada e integral: el hombre es en Dios, su creador. Ante la pregunta ¿qué es el hombre?
¿quién es el hombre? Para mí, solamente puede existir la respuesta que Dios me ilumina: el hombre
es, así como Dios es el que es. Pero la complejidad humana nos ha alejado de Dios y de la relación
con Él. Por lo tanto, el hombre mismo se ha “fragmentado”, se ha seccionado a sí mismo y quedando
de esta manera ha ido perdiendo su identidad constituyente: Dios, que en relación con Él llega a SER
en plenitud. En este escrito he querido redireccionar cada dimensión: corpórea; espiritual; religiosa;
intelectual; volitiva; relación-social; histórica; ética; finitud; muerte. Hacia Dios, que como ya he
dicho, hace al hombre que llegue a ser Hombre, en plenitud.
Este escrito inicia con la pregunta ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él…? La cual pretende
ser respondida en la conclusión, pero doy un esbozo de lo que desarrollaré. Si el hombre es “en y
desde” Dios, por lo tanto, la relación con Dios es bidireccional, es de Dios-hombre y del hombre-
Dios. Esto haría que Dios no nos deje “en el olvido”, no podría, aunque sabemos que no nos necesita.
Pero llevamos el sello de ser hechos a imagen y semejanza de Él…
Para realizar este trabajo me he basado en los documentos vistos en clase, tomando en consideración
los aportes de los teóricos que se acerquen a la visión que he querido presentar. En general, es una
visión demasiado personal pues no considero que ningún autor va por esta línea.

El hombre ha sido “creado a imagen y semejanza de Dios” (Gn. 1, 27), su creador. Por lo tanto, ante
la pregunta de ¿quién es el hombre? Se puede comprender, también, desde la misma respuesta que
Dios da sobre sí, cuando Moisés le pregunta ¿quién es, como se llama? a lo que Dios responde: “Yo
soy el que soy” (Ex. 3,14). El hombre, también, es. Pero para llegar a conocerse lo ha realizado a
través de dimensiones, “un modo de ver a todo el ser humano, desde su ligamen con todo lo que está
en él y fuera dé”. Su relación principal es el vínculo que tiene con su creador, de ahí que estando en
comunión con Él, el hombre, pueda llegar a la plenitud de su ser hombre; lo contrario a esto es la
deshumanización, la incertidumbre de lo que se es, el desviarse del camino y tomar otros o
simplemente tantas teorías que pretenden hablar del hombre alejándose de él mismo.
La dimensión corpórea ha hecho referencia a que el hombre es cuerpo, pero no solamente carne o
materialidad; el hombre, dice Zubiri, “es la persona toda; el modo de estar presente el “yo” en el
mundo”. Por lo tanto, por medio del cuerpo el hombre se relaciona con la naturaleza (con todo). El
cuerpo es el medio de expresión del hombre, especialmente con su creador. Y con el cuerpo, el
hombre, se va constituyendo. Esto por dos vertientes, también dimensiones, del hombre: las
relaciones y la inteligencia. El hombre hace uso de su inteligencia para aprehender su realidad y
poder estar inserto en ella misma. Al poder aprehenderla tiene la capacidad de conocerla y optar que
hacer. Esto le permite tener conocimiento de las cosas para desarrollarse y subsistir. Además de que
lo diferencia de otras especies, las cuales no tienen esta capacidad aprehensiva. Entonces, no solo
distinguen al hombre, sino que es una capacidad superior de él. En relación con Dios, la inteligencia
le permite poder conocer, haciendo un proceso de análisis-reflexión, así como tomar de conciencia de
su realidad, pero también, de la existencia de una realidad superior. Dios es la sabiduría-inteligencia
perfecta; el hombre, en una inclinación natural, busca esta perfección, buscando el conocimiento,
buscando a Dios.
En lo dicho anteriormente, se iba esbozando la otra dimensión, el hombre es un ser de relaciones.
“Creó Dios al ser humano… macho y hembra los creó” (Gn. 1, 27). En los relatos míticos, de la
humanidad, el hombre y la mujer están es complementariedad. Al mundo han llegado hombre y
mujer; esto viene a ser alusión a la pluralidad. Un ser de relaciones que está en contacto con un otro.
Qué en el otro, también, se realiza. De ahí que existe una relación entre la inteligencia y las
relaciones, la capacidad de, también, aprehender a la otra persona. Los grandes problemas de la
actualidad es que el hombre ha minimizado su dimensión relacional, se ha vuelto individualista, o sea
“solo buscándose él mismo”; el hombre se autocentraliza y mira a los otros, como aquellos que sirven
a sus fines, ya no como un tú. Y aunque esto sea así, se puede percibir que el hombre, como dice
Aristóteles “no puede bastarse a sí mismo”. Sin duda, que vaya mermando su dimensión relacional
con el otro, entre sus pares, va mermando su relación con Dios, su creador.
A las dimensiones mencionadas se le suma la volitiva y la ética. Por la dimensión volitiva, el hombre,
tiene la capacidad de crear y proyectar cosas nuevas con voluntad libre. En la constitución del
hombre no hay determinismo o condicionamientos, solo aquellos que él se impone debido a su poca
capacidad de querer ser fiel a su constitución de ser, porque ahí mismo entran estas dimensiones.
Voluntad e inteligencia van de la mano. Ambas llevan al hombre a situarse en la realidad y poder
discernir su manera de proceder, esto implica que el hombre se mueva desde su libertad, dirija sus
tendencias en uno y otro sentido hacia su cumplimiento. Aquí entra en juego la dimensión ética del
hombre, con la cual, el hombre, toma una decisión consciente y en un equilibrio entre su inteligencia,
voluntad y libertad. Pero como he dicho anteriormente, el hombre se hace hombre en la relación que
tiene con Dios, su creador. Para poder llevar esto acabo, desde su dimensión ética, el hombre debe
vivir según ciertos preceptos, aunque en realidad lo que debe hacer el hombre es actuar desde esta
dimensión, desde los actos propios humanos, es decir: los que son realizados de forma consciente y
libre, habiendo alcanzado el uso de la razón y en plena posesión de sus facultades. De esta manera
sería fiel a sí mismo, a los demás y a su creador. Cuando no pasa se va deshumanizando, deja de ser
el hombre. En este sentido, el hombre, tiene la capacidad de poder entrar en conciencia de sus actos y
rectificar el camino, a esto le llama: conciencia moral, “esta se manifiesta como una voz que emite un
juicio en nuestro interior, ya sea de aprobación o desaprobación acerca de nuestras acciones”. Así
esta conciencia, no solo va a valorar las acciones como “buenas o malas”, también van a indicarle, al
hombre, el camino que busca: la plena realización. “El camino de los preceptos de Dios… ya que
inclinado a ellos está el corazón” (Salmo 119, 33).
Pero el hombre no está hecho, y aunque es, se hace. Para esto ha servido conocer la dimensión de la
historicidad, es decir, “esa cualidad que tiene el hombre de proyectarse creativamente y desarrollarse
a sí mismo a través del tiempo, tanto a nivel individual como comunitario”. Cada hombre está en un
tiempo y espacio específico, y realizar su historia, su configuración del ser ¡es! en ese tiempo y
espacio ¡no hay otro! Esto abre la puerta a reconocer, también, que somos seres con dimensión finita
y ante la muerte, porque “el hombre se va construyendo en el fluir del antes y el después”.
Reconociendo este “antes y después” logra descubrir las limitaciones que la han impedido
desarrollarse plenamente, pero también, que no hay manera de remediar su presente, ya habiendo
tenido un pasado que lo ha constituido en lo que es y hace en ese momento determinado. El hombre
que es ya no puede cambiar eso que reconocer de sí, porque en el presente ya es, pero puede cambiar
para el futuro lo que será. Así entra, el hombre, en el mundo de las posibilidades, “son esas
realidades que tiene él o la generación próxima”. Este proceso le permite ver y reconocer que tiene
sus limitaciones (finitud) y que se encuentra ante la inminente situación de la muerte. Es por esos que
estas dimensiones se van correlacionando y van complementado al hombre.
El hombre, en el marco de las posibilidades en las cuales realizarse, debe “encajar” aquellas que sean
propias a la manera en cómo se encuentra constituido en ese momento determinado. Estas son las
limitaciones de la persona. Gracias a su inteligencia ha descubierto que es un ser contingente y
“descubre en su interior un fuerte anhelo de infinito, de absoluto, de trascender las barreras de la
muerte y de toda otra limitación”. Pero aun queriendo hacerlo, sabe que debe caminar con sus
limitaciones y realizarse en ellas y desde ellas, porque son, también, factores inherentes a su ser,
inconcluso, hombre.
Ante la realización del hombre, se ha llegado al punto culmen de su configuración. A la respuesta de
toda pregunta; inclusive, a la incertidumbre que ha generado que el hombre se haga está primer
pregunta: ¿quién soy que tengo que morir?
Camus dice que el hombre es como extranjero en este mundo; apenas llega a él, sin saber cómo ni
por qué, y ya está condenado a la muerte… Aunque no pretendo ser trágico en mi concepción de
muerte, debo decir que, como Camus, el hombre apenas llega al mundo y ya está muriendo. Así
como va desarrollándose en algunas dimensiones, también, otros procesos deben morir para dar paso
a lo nuevo. Por lo tanto, es indispensable tener otra visión y manera de asimilar la muerte en sí. No
solo porque sea ineludible, sino porque la muerte, entendida desde Dios, es el paso a la Vida Eterna.
Morir, a diferencia de los existencialistas ateos, tiene y lleva al sentido de la plenitud. Morir es el
paso del encuentro con Dios. Esto significa la realización del hombre, la plenitud. Pero no es desear
morir y llegar, solamente, a este encuentro. La vida tiene sentido porque, también, en ella se da el
encuentro con Dios y se va conformando el hombre en lo que es. Porque la vida permite esa toma de
conciencia del hombre; vivir permite que el hombre pueda morir y por tanto ser pleno, ser “hombre”.
¿Cómo podría el hombre entender esto? La última dimensión a la cual haré referencia ha sido parte
del eje fundamental de este escrito: la dimensión religiosa. Defiendo la postura de Santo Tomás de
Aquino: la religión es la recta y consciente orientación del hombre a la divinidad”. Porque la
dimensión religiosa es esencial en la vida de la persona. De ahí que considere que el “hombre se
puede entender desde Dios, su creador”. Y esto porque está el ADN humano impregnado de la
imagen y semejanza con Dios. Está conectado directamente a él. Si en todas las culturas, el hombre
ha buscado ese sentido de la trascendencia, de la búsqueda del “más allá”, ha tratado de encontrar un
Ser Superior; no es porque sea una sola manifestación simbólica, o un pensamiento mágico… es
porque ese ser existe, ha existido y existirá, y es Dios. Y, por lo tanto, como diría San Agustín: nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti.

Conclusión
El hombre es de Dios. No como si Dios lo poseyera; no como si de Él dependiera; no en una relación
alienante. El hombre es de Dios, porque en Él se constituye en perfección; llega a su integralidad;
porque en relación con Él se va configurando a lo que está llamado a ser: un hombre en plenitud. Es
de Dios porque de Él ha salido: de su pensamiento, de su deseo, de su sentir, de su mano creadora.
Porque en Él alcanza a comprenderse y comprender.
El hombre es un ser que la única complejidad que tiene es no ser lo que es, siguiendo otros caminos,
actuando de maneras diversas de la que está llamado.
El hombre se ha dimensionado para poder responder ¿quién es? Esto solo es necesario para que él
mismo vaya unificándose e integrándose como ser. Ser un hombre de dimensiones le permite conocer
las áreas que aún debe dirigir hacia Dios, las áreas que aún debe trabajar para acercarse a ser hombre.
Pero, aunque el hombre no sea hombre en plenitud no deja de ser “hombre”. Por lo tanto, el hombre
es un ser que ES y que se HACE. ES en potencia, lo que está llamado a ser de manera plena, y se
HACE en acto. Pero, también, ES en acto, sin plenitud, y se HACE en potencia.
Para finalizar, el hombre es en Dios y solo ante Él será.

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