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Seguridad y Gestión Ambiental

Unidad 1. Marco Teórico Conceptual

Profesor: Dr. Omar Taborda

Objetivo específico
Desarrollar un conocimiento crítico de la problemática ambiental en la actualidad.

Contenidos
Actividad humana y contaminación. Interrelación del hombre con la naturaleza.
Formas de Intercambio entre el Hombre y el Ambiente. Ejemplos de formas positivas
de aprovechamiento. Ejemplos de formas negativas de aprovechamiento. Cuestiones
históricas para su análisis

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Actividad humana y contaminación

Introducción

Los seres humanos, como parte de la naturaleza, interactúan con el entorno de diversas
maneras.

¿Se puede pensar en una humanidad que no altere el entorno físico que habita? ¿Es razonable
considerar como posible esa circunstancia? No parece muy atinado. Leemos a Homero M.
Bibiloni quién nos dice que “…toda actividad antrópica impacta sobre el entorno ambiental,
por lo cual cuando pregonamos a favor del ambiente, debemos asumir una restricción en
nuestras conductas (desde la más simple de llevar un papel al cesto, hasta no ir en auto al
trabajo y hacerlo en medios públicos o con esfuerzo físico si lo hacemos en bicicleta; cambiar
el emplazamiento de una vivienda para salvar un árbol añoso, etcétera, etcétera)…”1

El niño que juega en un parque y pisa la hierba la altera, sin saberlo, sin intención, sin
maldad, pero también sin excepción. Todos los seres humanos viven de su entorno. A su vez,
son muchas las acciones que, llevadas a cabo por el hombre como especie sostiene y mejora
el ambiente.

Es decir, toda actividad humana modifica el entorno, a veces para peor y muchas veces para
mejor. En el estado actual de cosas con costumbres marcadas desde hace muchísimos años
que nos muestran, al menos, desaprensivos con nuestro ambiente, una actitud de protección
del mismo implica el cambio de hábitos que, tal como dice Bibiloni, se transforman en una
restricción de nuestra conducta. ¿Estamos dispuestos a realizar el cambio en nosotros para
exigirlo a los otros?

Relación de jerarquías:

Pensemos en el hombre y la naturaleza como conceptos puros, aislados de su significación


cultural y, en ese marco, determinemos si es el hombre parte de la naturaleza o, por el
contrario, es el dueño de ella.

Parados frente a las grandes montañas, la inmensidad del mar o la belleza casi irreal de
algunos paisajes parece fácil convenir en que el hombre es parte de la naturaleza, en general
una parte bastante pequeña e insignificante.

Ahora bien, en los grandes centros urbanos ese mismo hombre, se habla de la especie y no
del género masculino solamente, parece olvidar su rol de miembro menor. Diariamente se
puede observar el modo en el que se transforma en un insaciable destructor del entorno
natural realizando obras y acciones a sabiendas de que son nocivas para el entorno.

Asimismo se ve ahí, en esos grandes centros urbanos en los que se pregona casi
machaconamente sobre la importancia de la protección de unos activos ambientales que, por

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supuesto, no se tienen. Vemos que las campañas más fuertes de las mega ongs
ambientalistas nos hablan de cosas importantes pero muchas veces lejanas. Muchas veces
frente a un aula comencé mi clase preguntando “¿Quién de ustedes mató hoy una ballena?
¿Un oso panda? ¿Alguno taló un bosque nativo?” ante la perplejidad del auditorio que, por
supuesto, me responde negativamente les digo “Entonces no hay problemas ambientales en
su entorno” Claro que aquello que implica un actuar concreto y sistemático de cada uno de
nosotros, aunque sea un actuar menor, nos resulta mucho más complicado de lo que nos

imaginamos, como nos decía Bibiloni2 líneas más arriba.

Este actuar cuasi suicida del hombre con la naturaleza parece recordar lo que Fidel Castro
dijo respecto de las guerras mundiales: Consultado sobre qué armas se usarían en la tercera
guerra mundial contesto “en la tercera no se pero en la cuarta serán palos y piedras”. El
avance desmedido del armamentismo y de la ciencia relacionada provocaría, según Castro, la
destrucción de todo lo que hoy conocemos como civilización.

En ese mismo sentido la sobreexplotación de la tierra, la escasa rotación de los cultivos, el


envenenamiento de las aguas por los efluentes industriales entre otras atrocidades
ambientales van a hacer que lo que fue un sueño de progreso se transforme en un desastre
de magnitudes inimaginables.

1. Bibiloni, Homero Máximo: Ambiente y Política en Argentina. 2008. Buenos Aires. Ediciones Rap
2. ídem

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Formas de Intercambio entre el Hombre y el Ambiente

Comencemos por definir al ambiente recurriendo a lo que nos dice el diccionario de la Real
Académia Española en su tercera definición: “Condiciones o circunstancias físicas,
sociales, económicas, etc., de un lugar, de una reunión, de una colectividad o de

una época.” 3

En “Contaminación y medio ambiente” encontramos la definición de Gómez Orea que es más


abarcativa y representa una forma más global de entender el ambiente. Allí se define al
ambiente como “el medio o entorno vital; o sea el conjunto de factores físico-naturales,
sociales, culturales, económicos y estéticos que interactúan entre si, con el individuo y con la
comunidad en que se vive, determinando su forma, carácter, relación y supervivencia. No
debe considerarse pues, como medio envolvente del hombre, sino como algo indisociable a él,

de su organización y de su progreso”4

En esta última definición se plasma claramente la dicotomía antedicha.


¿Es el hombre parte de la naturaleza o es el sujeto al que la naturaleza “lo envuelve”?.

Leemos en el Tratado de Derecho Ambiental de Bellorio Clabot “El hombre se ha arrogado el


dominio y no el servicio de los bienes de la creación, malversándolos, degradándolos,
depredándolos, olvidando que la creación no está para que la manipule a su antojo sino para
que la administre sabiamente teniendo empeño por el cuidado de sus recursos, que están al
servicio de toda la familia humana. Sin el hombre se sabe vinculado, perteneciente a ese
cosmos como algo propio, está religado (religare= vinculado estrechamente) en una actitud,
valga la redundancia, religiosa y si experimenta su responsabilidad ante la realidad del mismo
y de si mismo evitaremos la crisis alimentaria, el agotamiento de los recursos, la degradación
ambiental, el abuso nuclear, la ciencia y tecnología desatadas o fuera de todo control”5

La cita transcripta nos presenta algunas ideas interesantes:

En primer lugar nos muestra el modo irracional y desaprensivo en el que el


hombre se relaciona con la naturaleza. Se considera el dueño de ella (el derecho
de dominio mencionado es, según el Código Civil Argentino, el derecho real en
virtud del cual una cosa se encuentra sometida a la voluntad y a la acción de una
persona)6

En segundo lugar manifiesta una idea por demás interesante que podríamos
definir como “manejo racional y eficiente”. Nótese que no se ve a la naturaleza
como un sistema intangible, inmaculado e intocable sino que se propone “que la
administre sabiamente teniendo empeño por el cuidado de sus recursos, que
están al servicio de toda la familia humana”. Esto habla a las claras del rol que le

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asigna el autor al hombre y ese es de Gestionador, administrador. La naturaleza


está para ser disfrutada racional y eficientemente por el hombre y, agrego yo,
por el resto de las especies.

En tercer lugar nos habla de la importancia de que el hombre se considere como


parte de un sistema y no como dueño de él hará que sus actitudes frente a la
naturaleza sean menos nocivas y más protectivas.

3. Diccionario de la Real Academia Española, 22ª edición


4. Contaminación y Medio Ambiente, Autores Varios, Colección Ciencia Joven Nro 21, Eudeba, Buenos
Aires, 2007
5. Bellorio Clabot, Dino Luis: Tratado de Derecho Ambiental Tomo II, 2004. Buenos Aires. Editorial
Ad-Hoc
6. Código Civil Argentino, Art. 2506

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Formas positivas y formas negativas de aprovechamiento

Vayamos a un relato que circula por Internet:

“En la fila del supermercado, el cajero le dice a una señora mayor que debería
traer su propia bolsa, ya que las bolsas de plástico no son buenas para el medio
ambiente.
La señora pide disculpas y explica: "es que no había esta moda verde en mis
tiempos."
El empleado le contestó: "ese es ahora nuestro problema. Su generación no puso
suficiente cuidado en conservar el medio ambiente."
Tiene razón: nuestra generación no tenía esa moda verde en esos tiempos.
En aquel entonces, las botellas de leche, las botellas de gaseosa y las de cerveza
se devolvían a la tienda. La tienda las enviaba de nuevo a la fábrica para ser
lavadas y esterilizadas antes de llenarlas de nuevo, de manera que se podían usar
las mismas botellas una y otra vez. Así, realmente las reciclaban.
Pero no teníamos esta moda verde en nuestros tiempos.
Subíamos las escaleras, porque no había escaleras mecánicas en cada comercio ni
oficina. Íbamos andando a las tiendas en lugar de ir en coches de 300 caballos de
potencia cada vez que necesitábamos recorrer 200 metros.
Pero tenía razón. No teníamos la moda verde en nuestros días.
Por entonces, lavábamos los pañales de los bebés porque no los había
desechables.
Secábamos la ropa en tendederos, no en secadoras que funcionan con 220 voltios.
La energía solar y la eólica secaban verdaderamente nuestra ropa. Los chicos
usaban la ropa de sus hermanos mayores, no siempre modelitos nuevos. Pero esa
señora está en lo cierto: no teníamos una moda verde en nuestros días.
Entonces teníamos una televisión, o radio, en casa -no un televisor en cada
habitación. Y la TV tenía una pantallita del tamaño de un pañuelo (¿se acuerdan?),
no una pantallota del tamaño de un estadio.
En la cocina, molíamos y batíamos a mano, porque no había máquinas eléctricas
que lo hiciesen por nosotros.
Cuando empaquetábamos algo frágil para enviarlo por correo, usábamos
periódicos arrugados para protegerlo, no cartones preformados o bolitas de
plástico.
En esos tiempos no arrancábamos un motor y quemábamos gasolina sólo para
cortar el césped. Usábamos una podadora que funcionaba a músculo. Hacíamos
ejercicio trabajando, así que no necesitábamos ir a un gimnasio para correr sobre
cintas mecánicas que funcionan con electricidad.

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Pero ella está en lo cierto: no había en esos tiempos una moda verde.
Bebíamos del grifo cuando teníamos sed, en lugar de usar vasitos o botellas de
plástico cada vez que teníamos que tomar agua.
Recargábamos las estilográficas con tinta, en lugar de comprar una nueva y
cambiábamos las cuchillas de afeitar en vez de tirar a la basura toda la afeitadora
sólo porque la hoja perdió su filo.
Pero no teníamos una moda verde por entonces.”7

Otro relato que también figura en innumerables páginas de Internet sin que se haya
demostrado su autenticidad y su veracidad histórica y que forma parte de una obra ficcional
pero se decidió agregarlo aquí por la fuerza de su relato y la crudeza de la descripción de la
irracional extracción de recursos naturales americanos durante la conquista y el período
colonial:

“Aquí pues yo, Guaicaipuro Cuatémoc he venido a encontrar a los que celebran el
encuentro. Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace
cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace sólo
quinientos años. Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es
bastante. Nunca tendremos otra cosa.
El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir
a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo me pide pago de una
deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.
El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses,
aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles
consentimiento.
Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo
reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre
recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a
San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata
provenientes de América.
¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos
faltaron a su Séptimo Mandamiento. ¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de
figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!
¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las
Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos
como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual
civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos! ¡No!
Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados
como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al
desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de
guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir devolución inmediata, sino la
indemnización por daños y perjuicios.

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Yo, Guaicaipuro Cuatémoc, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas


hipótesis. Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un
plan ‘Marshalltezuma’, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa,
arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del
álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.
Por eso, al celebrar el Quinto Centenario de Empréstito, podremos preguntarnos:
¿han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos
productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo
Indoamericano Internacional? Deploramos decir que no. En lo estratégico, lo
dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros reichs
y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por
las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.
En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de quinientos
años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las
rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee
todo el Tercer Mundo.
Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual
una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para
su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente hemos
demorado todos estos siglos en cobrar.
Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a nuestros hermanos
europeos las viles sanguinarias tasas del veinte y hasta el treinta por ciento de
interés, que los hermanos europeos les cobran a los pueblos del Tercer Mundo.
Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más
el módico interés fijo del diez por ciento, acumulado sólo durante los últimos tres
cientos años, con dos cientos años de gracia.
Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto,
informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda,
una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a
la potencia de tres cientos . Es decir, un número para cuya expresión total, sería
necesarias más de trescientas cifras, y que supera ampliamente el peso total del
planeta tierra.
Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en
sangre? Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas
suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto
fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.
Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.
Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos
deudores del Viejo Continente; y que los obligue a cumplir su compromiso
mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita
entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica [...]”.

Ahora un pequeñísimo análisis de ambos textos.

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Es por demás claro y sabido que el progreso no debe ser visto como negativo ni mucho
menos tomado como algo perjudicial.

En el primer relato lo que se pone de manifiesto, creo yo, es la inmensa cantidad de cosas
que se podrían seguir haciendo para una más racional relación con el ambiente y que la
natural propensión al confort, la comodidad y el despilfarro han hecho olvidar a las
generaciones presentes que el cuidado del ambiente comienza por acciones propias,
pequeñas, no muy trascendentales pero sin ninguna duda significativas tomadas en conjunto.

Obviamente nadie pide que vuelvan los pañales a los que había que lavar para reutilizar,
nadie desea la abolición de las máquinas de cortar pasto…

El texto es un llamado de atención sobre lo que no hacemos y que francamente es


extremadamente fácil de realizar. A lo que dice el texto se puede agregar también que la
basura ahora se embolsa y que esas bolsas tienen un tiempo de degradación de más de 400
años. Las galletitas, que venían en caja y se compraban sueltas por kilo en lugar de la
cantidad de paquetes y tinta y plástico que se utiliza sólo para que sean más vistosas en las
góndolas.

Por otro lado el segundo texto, aunque ficcional es esclarecedor. Los recursos que fueron
extraídos en América fueron de tal magnitud que permiten decir a Eduardo Galeano, en Las
venas Abiertas de América Latina, que: “las regiones hoy día más signadas por el
subdesarrollo y la pobreza son aquellas que en el pasado han tenido lazos más estrechos con
la metrópoli y han disfrutado de períodos de auge. Son las regiones que fueron las mayores
productoras de bienes exportados hacia Europa o, posteriormente, hacia Estados Unidos, y las
fuentes más caudalosas de capital: regiones abandonadas por la metrópoli cuando por una u
otra razón los negocios decayeron”8

7. http://www.librodearena.com/post/waldau/es-que-no-habia-esta-moda-verde-en-mis-
tiempos/4393987/7989
8. Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo Veintiuno Editores, 51a edición,
México, 1985

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Consideraciones Históricas para graficar lo antedicho

En primer lugar se acompaña un texto en el que se describen algunas formas positivas de


explotación del suelo por parte de los pueblos originarios en Colombia.

“Un análisis de la información arqueológica y etnohistórica disponible, indica que la


población indígena que habitaba la antigua Provincia de Santa Marta en el
momento de la conquista española era considerable. Evidencias de una agricultura
extensiva con gran diversidad de productos, de un comercio organizado, amplio y
variado, de actividades manufactureras de varias clases, y de una compleja
infraestructura material, implican la existencia de una sociedad indígena
relativamente grande y compleja, con una fuerza de trabajo abundante y
calificada.

Reconocimientos arqueológicos realizados en años recientes, han revelado que los


asentamientos prehispánicos y las áreas cultivadas se concentraban en las tierras
bajas, principalmente en las áreas costeras y en las vertientes bajas de la sierra,
hasta los 1.300 metros de altura sobre el nivel del mar.

Entre las diversas actividades productivas realizadas por la comunidad indígena, la


agricultura constituía, sin duda, la base de la economía. Los cronistas
repetidamente elogian la destacada fertilidad de los suelos, la inmensa extensión
de los cultivos y la diversidad de los productos indígenas que los conquistadores
encontraron a su llegada. Debido a su riqueza agrícola, las tierras bajas cercanas a
la población de Santa Marta y los muchos valles ubicados en las vertientes bajas
del norte de la sierra, atrajeron particularmente la admiración de los españoles.

El maíz, la yuca, la batata y algunos otros cultivos, constituían la fuente básica de


alimentación de los indígenas. Otros productos, tales como el fríjol, la ahuyama y
numerosos árboles frutales complementaban su dieta, a la que la miel también
hacía una contribución importante.

Los indígenas parecen haber tenido una buena comprensión del medio ambiente
en que vivían y de la manera más adecuada de explotarlo para obtener un
rendimiento sostenido en las cosechas, sin llegar a una sobre explotación. Los
métodos aborígenes de cultivo muestran claramente una preocupación por
conservar la fertilidad del suelo y por evitar la erosión; así:

1. Se practicaba la rotación de cultivos, tanto en la agricultura mixta, como en la


individual. En los cultivos mixtos, práctica que aparentemente se efectuaba en
huertas aledañas a las viviendas, los indígenas mezclaban plantas perennes con
otras de ciclo corto; esto ayudaba a evitar plagas en los cultivos y a mantener la

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cobertura vegetal del bosque. El cultivo individual, generalmente se realizaba en


áreas mayores, en las afueras de los pueblos y en los valles de los ríos, donde la
mayor fertilidad del suelo probablemente permitía obtener varias cosechas de buen
rendimiento entre un período de descanso y el siguiente.

2. El abono con tallos de legumbres, de maíz y otras partes de las plantas,


aumentaba la fertilidad de los cultivos. Los huertos se enriquecían con los
desechos domésticos y las eliminaciones humanas.

3. Al vivir en una región de lluvias fuertes y prolongadas, los indígenas parecen


haber reconocido la importancia de conservar el bosque como medio de evitar la
erosión; normalmente, se protegía el bosque alrededor de los campos agrícolas y,
aunque a veces se utilizaba la quema como método de desmonte, ésta se hacía de
una manera racional, eliminando solamente las plantas no deseadas y dejando los
árboles grandes y el resto de la vegetación útil, especialmente en áreas de baja
fertilidad.

4. Puesto que la mayor parte de las tierras cultivables de la sierra se encontraban


en pendientes, los indígenas utilizaron el sistema de terraceo para evitar que las
partículas y los nutrientes del suelo se lavaran con la lluvia. Las terrazas de cultivo
variaban en tamaño y altura y algunas veces incluían muros de contención.

Al menos durante los primeros 50 años de contacto, la agricultura continuó en


manos de los indígenas y los españoles mantuvieron su dependencia de los nativos
para la provisión de alimentos. Durante este período no hubo mayores
innovaciones con respecto a la agricultura, a excepción de la introducción de
nuevas herramientas de trabajo y de algunas variedades de plantas traídas de
Europa y las islas caribes.

El proceso de colonización española produjo un choque entre la mentalidad blanca


y la de los indígenas, debido a las diferentes actitudes frente al manejo del medio
ambiente y a diferente utilización del mismo. Así, mientras que los colonizadores
blancos que llegaron a la sierra, trataron de establecer cultivos y potreros
permanentes, el sistema agrícola indígena estuvo basado, principalmente, en el
cultivo no permanente (rotatorio).

Después de 75 años de sangrientas luchas y confrontaciones, durante las cuales


los conquistadores subyugaron a los grupos costeros y quemaron la mayoría de
sus aldeas y cultivos, los indígenas sobrevivientes fueron forzados a migrar hacia
las regiones más altas y adentradas de la sierra, donde la calidad de los suelos era
más pobre. En su mayor parte, las tierras devastadas no se volvieron a ocupar.
Los bosques se restablecieron en poblados y campos de cultivo. Tan solo unas
pocas áreas de las tierras bajas fueron reutilizadas posteriormente por la población
blanca. En las zonas restringidas a las que los indígenas fueron confinados, se
afectó adversamente el tradicional sistema de cultivo rotatorio, ya que el tiempo

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dedicado al descanso debió ser acortado y fue necesario derribar la totalidad de la


vegetación lo cual llevó al empobrecimiento y erosión acelerada de los suelos.

A finales del siglo XVI, la población indígena de la antigua provincia de Santa


Marta, había disminuido considerablemente. Los intentos de los españoles por
poblar la provincia durante los dos siglos siguientes, fueron, en general, poco
exitosos. La falta de fuerza de trabajo humana se reflejó en una baja producción
agrícola durante esos siglos. Sin embargo, los cronistas siguieron alabando la
fertilidad de los suelos y la diversidad de los productos cultivados en la provincia.

Una repercusión muy significativa, a largo plazo, de la subyugación y el exterminio


parcial de los indígenas, fue el cambio de cultivo básico, que probablemente
ocurrió hacia la segunda mitad del siglo XVII. El maíz, que había sido el cultivo
básico de los indígenas y se había convertido en el alimento principal de los
conquistadores, fue reemplazado por el plátano. Este cambio puede explicarse por
dos factores principales:
a) el confinamiento de la población indígena en tierras más altas y menos
fértiles, donde la calidad del maíz cosechado era de inferior calidad;
b) la reducción de la población indígena, de manera que la oferta de fuerza de
trabajo disminuyó, haciendo imposible mantener siembras extensas de maíz. El
plátano era un buen sustituto porque requería un menor cuidado, era menos
exigente en cuanto a la fertilidad del suelo y se reproducía espontáneamente por
vía vegetativa.

Más adelante una revisión de las prácticas agrícolas de los indígenas y colonos que
habitan la Sierra Nevada de Santa Marta, nos da una imagen que contrasta,
agudamente, con la de la agricultura aborigen prehispánica, particularmente en lo
referente a los efectos ambientales.
Durante el presente siglo, los colonos blancos han estado despojando a los
indígenas de sus antiguas tierras. Como resultado de ello, los Indígenas se han
visto forzados a cultivar tierras cada vez más alejadas de sus poblados, áreas
frecuentemente reducidas y de suelos pobres. Adicionalmente, y dado que las
tierras agrícolas a su disposición se han vuelto cada vez más escasas, han
comenzado a utilizar métodos de explotación intensiva que han contribuido a la
pérdida de fertilidad y al empobrecimiento del suelo. Aunque aún practicaban el
cultivo individual y mixto por rotación, la restricción sobre las tierras agrícolas
para el cultivo los lleva a dejar períodos de descanso muy corto, insuficiente para
que la vegetación boscosa se restablezca.

Una vez agotados los suelos de sus parcelas, los indígenas se van y proceden a
desmontar nuevas áreas de bosques. El aterrazamiento de las laderas para el
cultivo prácticamente no es utilizado, factor este que contribuye a un mayor
empobrecimiento del suelo. Dado que la ganadería se practica cada vez más,
principalmente en las áreas en descanso, se ha convertido en una causa adicional

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de erosión en la Sierra.

Los métodos de cultivo utilizados por los actuales colonos de la Sierra son muy
parecidos a los de los indígenas con quienes coexisten. Cultivan las parcelas en
forma continua durante varios años consecutivos, hasta que el suelo se agota. No
aterrazan las laderas. Desmontan las superficies requeridas para la siembra, sin
ningún tipo de control, removiendo todos los árboles y vegetación preexistente,
dejando así los suelos sin protección adecuada contra las lluvias. También
desmontan áreas mayores que las requeridas para el cultivo e impiden la
regeneración del bosque, mediante el mantenimiento de potreros.

Durante las dos últimas décadas, el bosque ha venido desapareciendo muy


rápidamente en la Sierra Nevada y hoy en día es posible ver cómo la erosión
avanza progresivamente, en la medida en que el área de potreros aumenta.
Durante los años sesenta, con el auge de la marihuana, mucha gente migró a la
Sierra y algunos colonos llegaron a áreas remotas donde nadie se había asentado
antes; desmontaron enormes áreas de bosque con el propósito de cultivar
cannabis y, como resultado de este proceso, se intensificaron la deforestación y la
erosión del suelo.

Por otro lado, el análisis palinológico de las muestras que se tomaron en los sitios
de la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta (ver mapa), han
suministrado evidencia de cambios en la vegetación inducidos por la población
indígena que habitaba el área. También proporcionan información para poner a
prueba la hipótesis, ya respaldada por los datos etnohistóricos de que las prácticas
agrícolas de los indígenas de la sierra no produjeron degradación ambiental.

El análisis de los diagramas de polen demostró la existencia de tres zonas


temporales muy interrelacionadas: una zona anterior a la ocupación de los sitios,
otra zona indicativa de influencia humana y una tercera zona en la que hay
evidencia de regeneración del bosque después del abandono de los sitios.

Las conclusiones más relevantes que se obtuvieron de dichos perfiles de polen


fueron: la primera, que aunque la ocupación humana de los sitios produjo un
cambio permanente en la composición del bosque, su influencia no impidió la
regeneración total del mismo; la segunda, que la recuperación del bosque fue
relativamente rápida. Ambas conclusiones apoyan claramente la principal hipótesis
de este trabajo, es decir, que las prácticas agrícolas de los aborígenes
prehispánicos no degradaron el medio ambiente sino que, por el contrario,
mantuvieron la fertilidad del suelo y evitaron la erosión.”9

Ahora un fragmento del paradigmático libro de Eduardo Galeano para graficar una práctica
inadecuada y nociva.

9. El manejo del medio ambiente natural por el hombre prehispánico en la sierra nevada de
Santa Marta - Luisa Fernanda Herrera - Banco de la República de Colombia

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El asesinato de la tierra en el nordeste de Brasil

Las colonias españolas proporcionaban, en primer lugar, metales. Muy temprano se habían
descubierto, en ellas, los tesoros y las vetas. El azúcar, relegada a un segundo plano, se
cultivó en Santo Domingo, luego en Veracruz, más tarde en la costa peruana y en Cuba. En
cambio, hasta mediados del siglo XVII, Brasil fue el mayor productor mundial de azúcar.
Simultáneamente, la colonia portuguesa de América era el principal mercado de esclavos; la
mano de obra indígena, muy escasa, se extinguía rápidamente en los trabajos forzados, y el
azúcar exigía grandes contingentes de mano de obra para limpiar y preparar los terrenos,
plantar, cosechar y transportar la caña y, por fin, molerla y purgarla. La sociedad colonial
brasileña, subproducto del azúcar, floreció en Bahía y Pernambuco, hasta que el
descubrimiento del oro trasladó su núcleo central a Minas Gerais.

Las tierras fueron cedidas por la corona portuguesa, en usufructo a los primeros grandes
terratenientes de Brasil. La hazaña de la conquista habría de correr pareja con la organización
de la producción. Solamente doce «capitanes» recibieron, por carta de donación, todo el
inmenso territorio colonial inexplorado, para explotarlo al servicio del monarca. Sin embargo,
fueron capitales holandeses los que financiaron, en mayor medida, el negocio, que resultó, en
resumidas cuentas, más flamenco que portugués. Las empresas holandesas no sólo
participaron en la instalación de los ingenios y en la importación de los esclavos; además,
recogían el azúcar en bruto en Lisboa, lo refinaban obteniendo utilidades que llegaban a la
tercera parte del valor del producto, y lo vendían en Europa. En 1630, la Dutch West India
Company invadió y conquistó la costa nordeste de Brasil, para asumir directamente el control
del producto. Era preciso multiplicar las fuentes del azúcar, para multiplicar las ganancias, y
la empresa ofreció a los ingleses de la isla Barbados todas las facilidades para iniciar el
cultivo en gran escala en las Antillas. Trajo a Brasil colonos del Caribe, para que allí, en sus
flamantes dominios, adquirieran los necesarios conocimientos técnicos y la capacidad de
organización.

Cuando los holandeses fueron por fin expulsados del nordeste brasileño, en 1654, ya habían
echado las bases para que Barbados se lanzara a una competencia furiosa y ruinosa. Habían
llevado negros y raíces de caña, habían levantado ingenios y les habían proporcionado todos
los implementos. Las exportaciones brasileñas cayeron bruscamente a la mitad, y a la mitad
bajaron los precios del azúcar a fines del siglo xvii. Mientras tanto, en un par de décadas, se
multiplicó por diez la población negra de Barbados. Las Antillas estaban más cerca del
mercado europeo, Barbados proporcionaba tierras todavía invictas y producía con mejor nivel
técnico. Las tierras brasileñas se habían cansado. La formidable magnitud de las rebeliones de
los esclavos en Brasil y la aparición del oro en el sur, que arrebataba mano de obra a las
plantaciones, precipitaron también la crisis del nordeste azucarero. Fue una crisis definitiva.
Se prolonga, arrastrándose penosamente de siglo en siglo, hasta nuestros días. El azúcar
había arrasado el nordeste. La franja húmeda del litoral, bien regada por las lluvias, tenía un

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suelo de gran fertilidad, muy rico en humus y sales minerales, cubierto por los bosques desde
Bahía, hasta Ceará. Esta región de bosques tropicales se convirtió, como dice Josué de
Castro, en una región de sabanas. Naturalmente nacida para producir alimentos, pasó a ser
uña región de hambre. Donde todo brotaba con vigor exuberante, el latifundio azucarero,
destructivo y avasallador, dejó rocas estériles, suelos lavados, tierras erosionadas. Se habían
hecho, al principio, plantaciones de naranjos y mangos, que «fueron abandonadas a su suerte
y se redujeron a pequeñas huertas que rodeaban la casa del dueño del ingenio,
exclusivamente reservadas a la familia del plantador blanco». Los incendios que abrían tierras
a los cañaverales devastaron la floresta y con ella la fauna; desaparecieron los ciervos, los
jabalíes, los tapires, los conejos, las pacas y los tatúes. La alfombra vegetal, la flora y la
fauna fueron sacrificadas, en los altares del monocultivo, a la caña de azúcar. La producción
extensiva agotó rápidamente los suelos.

A fines del siglo XVI había en Brasil no menos de 120 ingenios, que sumaban un capital
cercano a los dos millones de libras, pero sus dueños, que poseían las mejores tierras, no
cultivaban alimentos. Los importaban, como importaban una vasta gama de artículos de lujo
que llegaban, desde ultramar, junto con los esclavos y las bolsas de sal. La abundancia y la
prosperidad eran, como de costumbre, simétricas a la miseria de la mayoría de la población,
que vivía en estado crónico de subnutrición. La ganadería fue relegada a los desiertos del
interior, lejos de la franja húmeda de la costa: el sertão que, con un par de reses por
kilómetro cuadrado, proporcionaba (y aún proporciona) la carne dura y sin sabor, siempre
escasa.

De aquellos tiempos coloniales nace la costumbre, todavía vigente, de comer tierra. La falta
de hierro provoca anemia; el instinto empuja a los niños nordestinos a compensar con tierra
las sales minerales que no encuentran en su comida habitual, que se reduce a la harina de
mandioca, los frijoles y, con suerte, el tasajo. Antiguamente, se castigaba este «vicio
africano» de los niños poniéndoles bozales o colgándolos dentro de cestas de mimbre a larga
distancia del suelo.

El nordeste de Brasil es, en la actualidad, la región más subdesarrollada del hemisferio


occidental. Gigantesco campo de concentración para treinta millones de personas, padece hoy
la herencia del monocultivo del azúcar. De sus tierras brotó el negocio más lucrativo de la
economía agrícola colonial en América Latina. En la actualidad, menos de la quinta parte de la
zona húmeda de Pernambuco está dedicada al cultivo de la caña de azúcar, y el resto no se
usa para nada: los dueños de los grandes ingenios centrales, que son los mayores
plantadores de caña, se dan este lujo del desperdicio, manteniendo improductivos sus vastos
latifundios. No es en las zonas áridas y semiáridas del interior nordestino donde la gente
come peor, como equivocadamente se cree. El sertáo, desierto de piedra y arbustos ralos,
vegetación escasa, padece hambres periódicas: el sol rajante de la sequía se abate sobre la
tierra y la reduce a un paisaje lunar; obliga a los hombres al éxodo y siembra de cruces los
bordes de los caminos-.

Pero es en el litoral húmedo donde se padece hambre endémica. Allí donde más opulenta es

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la opulencia, más miserable resulta, tierra de contradicciones, la miseria: la región elegida por
la naturaleza para producir todos los alimentos, los niega todos: la franja costera todavía
conocida, ironía del vocabulario, como zona da mata, «zona del bosque», en homenaje al
pasado remoto y a los míseros vestigios de la forestación sobreviviente a los siglos del
azúcar. El latifundio azucarero, estructura del desperdicio, continúa obligando a traer
alimentos desde otras zonas, sobre todo de la región centro-sur del país, a precios crecientes.
El costo de la vida en Recife es el más alto de Brasil, por encima del índice de Río de Janeiro.
Los frijoles cuestan más caros en el nordeste que en Ipanema, la lujosa playa de la bahía
carioca. Medio kilo de harina de mandioca equivale al salario diario de un trabajador adulto en
una plantación de azúcar, por su jornada de sol a sol: si el obrero protesta, el capataz manda
buscar al carpintero para que le vaya tomando las medidas del cuerpo. Para los propietarios o
sus administradores sigue en vigencia, en vastas zonas, el «derecho a la primera noche» de
cada muchacha. La tercera parte de la población de Recife sobrevive marginada en las chozas
de los bajos fondos; en un barrio, Casa Amarela, más de la mitad de los niños que nacen
muere antes de llegar al año. La prostitución infantil, niñas de diez o doce años vendidas por
sus padres, es frecuente en las ciudades del nordeste. La jornada de trabajo en algunas
plantaciones se paga por debajo de los jornales bajos de la India. Un informe de la FAO,
organismo de las Naciones Unidas, aseguraba en 1957 que en la localidad de Vitoria, cerca de
Recife, la deficiencia de proteínas «provoca en los niños una pérdida de peso de un 40% más
grave de lo que se observa generalmente en África». En numerosas plantaciones subsisten
todavía las prisiones privadas, «pero los responsables de los asesinatos por subalimentación –
dice Rene Dumont– no son encerrados en ellas, porque son los que tienen las llaves».

Pernambuco produce ahora menos de la mitad del azúcar que produce el estado de San
Pablo, y con rendimientos menores por hectárea; sin embargo, Pernambuco vive del azúcar, y
de ella viven sus habitantes densamente concentrados en la zona húmeda, mientras que el
estado de San Pablo contiene el centro industrial más poderoso de América Latina. En el
nordeste ni siquiera el progreso resulta progresista, porque hasta el progreso está en manos
de pocos propietarios. El alimento de las minorías se convierte en el hambre de las mayorías.
A partir de 1870, la industria azucarera se modernizó considerablemente con la creación de
los grandes molinos centrales, y entonces «la absorción de las tierras por los latifundios
progresó de modo alarmante, acentuando la miseria alimentaria de esa zona».

En la década de 1950, la industrialización en auge incrementó el consumo del azúcar en


Brasil. La producción nordestina tuvo un gran impulso, pero sin que aumentaran los
rendimientos por hectárea. Se incorporaron nuevas tierras, de inferior calidad, a los
cañaverales, y el azúcar nuevamente devoró las pocas áreas dedicadas a la producción de
alimentos. Convertido en asalariado, el campesino que antes cultivaba su pequeña parcela no
mejoró con la nueva situación, pues no gana suficiente dinero para comprar los alimentos que

antes producía. Como de costumbre, la expansión expandió el hambre”10

10. Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo Veintiuno Editores, 51a edición,
México, 1985

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