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Viqui

Victoria

Edición Pirata

Elvis Franks Herrada Erquiaga


“Mire señora

agarre bien su cartera

no conoce este barrio

aquí asaltan a cualquiera”.

Calle luna calle sol ~ Héctor Lavoe

Mangú y Rabito

En Viqui Victoria vive gente muy extraña. En el cruce de las esquinas

Alejandro Peralta y la calle 36 habitan los “Cara de rata”, a su costado los

“Cachorros”, al frente de ellos se reproducen los “Cotorros” quienes son

vecinos de las “Cochinas” y éstas parientes de los “Terrucos”, antes llamados

“Borrachos” y “Apretones”.

En Viqui Victoria merodea gente muy extraña, como el Mangú, un cholo

cejón de pelo parado que desde los seis años roba zapatillas a todo pituco que

se le cruce en el camino. Mangú, como Rabito su hermano, son unas mierdas.


Seguro porque son bastardos, huérfanos de padre, y su madre se dedica sólo a

beber licor en la cantina de la tía Norma. Una negrita expulsada de Verdún

Alto, una asociación ubicada en Sullana, Piura.

Pero Rabito es más pendejo, pues todas las mañanas chapa una franela y
con su pata Caño se van al Ministerio del Interior a lavar carros o a

siniestrarlos, lo primero que se les cruce por esa cabeza infestada de Terocal.
Y digo que es más pendejo porque su disfraz de lavacarros y su cara de perro
manso, impiden que la policía sepa que este es un delincuente de los finos. No

como su hermano Mangú que ha caído en la correccional más de 10 veces


antes de cumplir los 13 años. Es que el cholo, además de malo, agresivo y

dañino, es líder y batutea una pandilla que bautizó como La Barrilla. Un grupo
de pirañas que tienen como centro de acopio a Viqui Victoria.

Siempre se reúnen en el Parque del Trabajo, que está al frente de la casa de

Las Monjitas, una congregación de hermanas del Sagrado Corazón de Jesús

que se mudaron al barrio después que las desalojaron de Miraflores. En ese


parque que tiene como epicentro un obelisco en tributo a la chamba, se drogan

los pirañas de La Barrilla con bolsas de Terocal, Pasta Básica de Cocaína

(PBC), Marihuana y Hachís. Este parque también es circundado por los


denominados “Vampiros”. Unos desadaptados que solo salen de noche a fumar

PBC. No roban, ni son alharacosos, al contrario en el día son adultos que

trabajan como mil oficios en la avenida Tomás Marsano. Pero que con la Luna

llena se transforman en murciélagos ansiosos por ligas de PBC. Esos quesos

que compran en la casa de los “Choros”. Allí Pavi y Manongo, dos primos que

desde niños se dedicaron al arte bujíero de romper lunas, abastecen a todos los

parroquianos con drogas que preparan ellos mismos.

El Parque del Trabajo también es usado como plataforma de hueveo, allí

grupos de borrachines beben licor todo el día, la noche y la madrugada. Mean


sobre el pasto seco y amarillento, duermen semidesnudos apoyándose en los

podridos árboles, o en sus mejores casos, solo se quedan sentados como


estatuas con todo el sol cayendo sobre sus caras grasosas. Al mediodía ellos
están inertes, sin mover un solo dedo.

Por eso las Monjitas se mudaron a mi barrio, porque creyeron que de

alguna manera podrían salvar a Viqui Victoria de la inmundicia. Sobre todo


porque esta urbanización es “cosmopolita”, pues tiene como zonas fronterizas

a los distritos de San Isidro, Miraflores, Surquillo, Surco y San Borja. Se dice
que los alcaldes de estos distritos, un tiempo atrás, se pelearon por nuestro
terreno para agrandar sus dependencias, pero terminó siendo un chanchullo

por el que pagamos pato los moradores del barrio, quienes ante la desidia
municipal nos vimos obligados a ser bastardos; como Mangú y su hermano

Rabito.

A ellos las Monjitas trataron de ayudarlos, los llevaron a su casa, les dieron

educación inicial, comida, vestido, amor. Pero cuando uno nace ladrón muere
ladrón. Se lleva en la sangre. No sé si por su viejo ausente, tal vez por su

madre alcohólica o su tío el gordo Ochenta, un viejo apretón de grandes lides.

“Ellos son así porque sí”, dice la Ramona, una negrita hija del Caico Gonzáles,

el arquero menos batido de la primera división de la liga surquillana. La

Ramona siempre ha estado enamorada de Mangú, pero este no tiene ojos para

las mujeres sino para el dinero, y si es fácil mejor, y si es robado más aún,

porque éste patín ha tenido tantas cosas siniestradas que a veces sólo lo hacía

por satisfacer una necesidad llamada cleptomanía.

Así que las Monjitas tiraron la toalla cuando los hermanos llegaron a los
diez años y asaltaron la caja donde se depositaba el dinero de las limosnas.

¿Pero cómo llegaron ellos a esa plata? Las hermanas ingenuas ante la mirada
inocente de los infantes creyeron que haciéndolos acólitos, Dios les daría la
tranquilidad que un niño necesita. Pero palo que nace doblado jamás su tronco

endereza, y ese día, el Domingo de Ramos, el día de la Vía Crucis, del santo y
seña en la frente con aceite de oliva y ceniza, del diezmo generoso de los

fieles, a estos feligreses se les ocurre asaltar deliberadamente la sacristía de la


parroquia.
¡Chucheusumaudre! Fue lo primero que soltó el Padre Jorge en su
castellano abelgado, luego que Sor Margarita exclamara en el atrio de la

iglesia: ¡se robaron toda la plata! Cuando preguntaron por los acólitos, estos
habían desaparecido con sotana y todo. Se llevaron además un cáliz de plata

repleto de hostias bendecidas, la estola inca tejida a mano que le dieron al

Padre Jorge en el Arzobispado de Lima, dos cajas de vino de misa donados

por la hacienda Ugarelli, una Eucaristía bañada en oro donde se almacenaba


las hostias papales, una copia en latín de la Biblia episcopal enviada desde

Roma y el dinero de los diezmos que no era nada ínfimo.

Desaparecieron, y con ellos la confianza de las monjas, que un año más

tarde abandonaron el barrio vendiendo su edificio de tres pisos a una familia

recién llegada de Panamá.

“Yo tuve que matar

a un ser que quise amar

y que aún estando muerta

yo la quiero…”

La cárcel de Sing Sing ~ José Feliciano

El Loco Lampa

A mediados de año, pasando fiestas patrias, el viento de Viqui Victoria se

vuelve tormentoso, mueve los árboles de eucalipto con tal fiereza que

parecieran caer sobre nuestras cabezas. Los más jóvenes aprovechan la

estación invernal para juntar a la colleray juntos hacer cometas hechas de

carrizo que lanzan al ocaso de nubes grises.

No es tan difícil hacer una. El modelo convencional es la llamada Pava. Se

elabora con dos varas de caña: la primera se extiende cinco cuartas y la

segunda tres. Se cruzan en intersección simétrica. Se amarra bien fuerte con


pabilo. Se enmarca la cruz con la cuerda. Se forra con bolsa de plástico. Se

corta los sobrantes con chaveta y de los retazos se hacen flecos en los

extremos del artefacto. Para darle estabilidad átale una cola. Es un trapo
cortado en franjas y atado con gruesos nudos cada diez centímetros.

En el barrio casi todos los mocosos saben hacer cometas y si alguno aún no

aprendió, los vagos de las esquinas construyen un Avión por sólo dos soles
para su somnífero divertimento.

Ya con la nave lista para volar, el clan de niños corre eufórico hacia la
huaca erial, una explanada cubierta por tierra muerta que alberga el hipogeo de

un sacerdote inca. Este data demás de cinco mil años atrás que ahora es
celosamente custodiado por el zascandil “Loco Lampa”.

Él es un decrépito cobrizo que parece tener todos los años del mundo. Su

cabello canoso contrasta con su pecho calato que exhibe dejando ver esa

cuarteada piel. Negra por la inmundicia de la ciudad, tajado por la vida


violenta de las calles, que hacen de su efigie un ser agreste que a todos repele

con su presencia.

¡Cuidado, por ahí viene el loco lampa!, vociferan los niños cuando lo ven y

todos empiezan a correr despavoridos. Los más torpes caen sobre el terraplén

siendo víctimas de la jauría canina que refugia el guardián en su basto

territorio.

Sus cachorros fueron canecillos abandonados que encontró en la calle,

algunos heridos de muerte que regresaron a la vida gracias a su asistencia.

Otros se le acercaron por un poco de manduca que recogía del mercado; y

seguramente uno de sus cachorros está con él para amenguar la soledad.

Pareciera que Loco Lampa siempre tuvo una vida de soledad, alejado de

todo lo convencional. Una familia, esposa, hijos, trabajo, un hogar. Pareciera


que él viviera de lo que hurga en la urbe. Pepena desde el crepúsculo hasta la

aurora en los centros de acopio que repletan los vecinos, buscando algo para
echarse al estómago o algún objeto que pueda vender en La Cachina, o solo

para reciclar en su humilde morada de cartón y calamina erigida sobre el atrio


de un complejo arquitectónico repleto de ayllus ya extinto.

Pero no siempre fue así, antes se llamó Eulogio Cárdenas Mamani, un ex


jefe de hilanderos de la fábrica Unión Textil, primera importadora de telar

nacional. Cuentan que tenía un empleo próspero, una esposa e hija y estaba
por comprar una casa en Viqui Victoria hasta que por esas cosas de la vida,
esos sucesos inexplicables del destino, su mujer se enamoró del vendedor de

gas cuando le cambiaba el balón y del carnicero que le hacía ojitos en el


mercado, y del tipo del pan que amasaba su cuerpo antes de meterlo al horno,

y también del maestro albañil que le tarrajeó la cocina y desatoró la cañería.

Pero lo peor ocurrió cuando sedujo al negrito Polanco. Un flaquito que no

mataba ni una mosca, pero que sodomizaba a su esposa cuando éste se iba a
trabajar el jornal en la fábrica. Un matalascallando.

Bueno, dicen que luego de su faena laboral Eulogio regresaba a casa para

embutir su cena caliente como todas las noches. Bañado, perfumado y con un

ramo de flores en mano, sacó la llave bajo el felpudo que decía welcome y giró

la perilla de la puerta alcahuete. Si embargo, un jadeo extraño lo detuvo.

¿Marujita? Otro sonido gutural le adivinó lo que vendría. Consternación.

Maruja, su mujer, tenía en la boca un enorme pene negro que le hacía

balbucear y lagrimear. Por detrás estaba el carnicero introduciendo todo su

miembro contra natura. A su lado esperaba el maestro albañil desnudo


masturbándose, mirando cómo las tetas de la señora se golpeaban

frenéticamente, y tras él una sombra fetiche se escondía esperando la


oportunidad.

Eulogio no se contuvo, agarró la pala del albañil que encontró en la cocina


y con furia lapidó a todos en ese cuarto. Los cuerpos quedaron mutilados,

cercenados. Brazos por aquí, piernas por allá. Cabezas degolladas y penes
aplastados por el pisotón de una bota con punta de acero.

La escena fue tan brutal que la policía evitó hacer una recreación de los
hechos. El caso pasó a juicio público y el periodismo bautizó la crónica roja

como el “Loco de la lampa”, el que asesinó a su mujer y a tres hombres una

noche de agosto, una noche infernal.

Lampa pasó años en prisión pero la locura logró expulsarlo del penal
Miguel Castro Castro sin cumplir cadena perpetua. Su hija desapareció, nunca

más supo de ella, pero no le interesaba, ese episodio en su vida lo cambió

totalmente. Su mente ya no era la misma, hablaba solo, se reía macabramente


como recordando lo que hizo. En momentos corría como demente por todo el

barrio gritando frases indescifrables, como lo hace todos los agostos cuando la

pandilla de niños quiere arrebatarlela soledad de su huaca.

“Chibolos de mierda lo voy a matar, chuuuuurrchuuuuusumaaaaaaeee”, era

su clásico grito para espantar a los bellacos.

Luego de perseguirlos sin ningún resultado retornaba riendo, murmurando,

pensando, exclamando cosas que solo él comprendía. Les roncaba a sus perros
códigos guturales con los que interactuaba a la perfección. Hasta escuchaba

que le respondían, que se paraban en dos patas y le hablaban:

“Yito olvida a esos niños ya, en el cuarto te espera la mazamorrita caliente,

con su canelita molida más. Yito vamos, olvida a esos chicos que no saben lo
que hacen ¡por el amor de Dios! ¡Calla conchatumadre! ¡Yito! Esos pendejos

quieren robar tu casa, tu mujer Yito, ¡tu hija! Mira como te han dejado Yito. A
nadie le importas un carajo. ¡Grr! Eulogito amor, Yito, recuéstate y toma tus
pastillas ya vas a estar mejor. ¿Así que te gusta matar personas no? Acá vas a

morir mierda. Los declaro marido y mujer, señor puede besar a la novia.
“Cuando estábamos cortando rábanos, unos cortábamos y otros dejábamos”.
A ti Dios padre omnipresente, en la voluntad del espíritu santo, todo honor y

toda gloria, por los siglos de los siglos, amén. Que la unidad sea derramada en

el cielo y sobre la tierra. ¿Y en el infierno Yito? En el infierno donde van los


condenados, los adúlteros, los suicidas, lo asesinos como tú. ¿Cómo yo? Yo no

hice nada señor juez, yo no hice nada. ¡Polanco! La lampa. La sombra.

¿Dónde está mi mujer? Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos,

santifica señor a todos los pueblos y concédenos la paz y la unidad, tu que


vives y reinas por los siglos de los siglos. ¡Reo por asesinato múltiple

Cárdenas Mamani, repito Cárdenas Mamani!, tiene visita. “En los tiempos de

los apostoles, los hombres eran barbaros, se subían a los arboles, y se comían

a los pajaros”. ¡Crimen pasional en Lima! Loco degüella con una lampa a su

mujer que lo engañaba con tres. ¡Baño de sangre! Los efectivos policiales

narraron el macabro episodio. Sobre el lecho de amor yacía la hemorragia de

una falsaria. “Yo tuve que matar, a un ser que quise amar y que aun estando

muerta yo la quiero…” Pero amor ¿tienes que salir con ese escote? Rey yo soy
tuya nada más, otros pueden ver pero solo tú puedes tocar. Te amo.

“Trampolín de tu amor, mujer ingraaaaata, que mala pata, que mala pata,

mala pata que eres”. Radiomar Plus, categóricamente superior. ¡Ay! ¿Ay qué?
¡Ay que rico! Se le condena a cadena perpetua por cuádruple homicidio al

ciudadano Eulogio Cárdenas Mamani, pena a cumplirse en el reclusorio


Miguel Castro Castro de San Juan de Lurigancho. A Eulogito le da por
desmayarse cuando tiene una impresión fuerte Maruja, siempre le pasa,

levántalo con agüita de azahar. “Al verla con su amante a los dos los maté,
por culpa de ese infame moriré”. Yo soy su hermano, pero no sé nada.

¡Polanco! ¿Dónde está Polanco? Gol que no haces, gol que te hacen.
¡Tremendo Cañonazo! A esos niños de mierda, los voy a meter en el cilindro y
los voy a quemar. Ya verán. Sus padres vendrán, me buscarán y los mataré.

“¡Que viva Changó, que viva Changó señoooores!” Yo no hice nada señor
juez, yo no hice nada. ¡Yo la amaba! ¡La amaba! Ya duerme Eugolito que

mañana será otro día y tienes que levantarte temprano para ir al colegio. Si

mamita ¿pero me mandas mazamorrita morada? ¿Dónde está Polanco?”.

“Por eso traigo pistola

esa que vacila sola

y si te pones travieso

te voy a volar la cola”.

Bam bam ~ Joe Arroyo

Suavecito y Galán

Los Rarango fue una familia de clase media que obtuvo su fortuna producto

de la delincuencia. Ellos recién llegados de Panamá alquilaron la casa de Las

Monjitas y se instalaron para no salir jamás. El padre fue un ex policía que

abastecía de armas a “Los Intocables” del callejón El Cóndor, en La Victoria.

La madre hizo de burrier más de 20 veces pasando pepas de cocaína en su

estómago a Estados Unidos, utilizando la ruta de Panamá. De ese matrimonio


nacieron dos hijos, Galán y Suavecito.

Galán era un negro alto de ojos grandes y saltones. Le gustaba vestirse con
camisetas de basquetbol que le mandaba su tía Clarita de los Yunaites. Su short

anchazo y largo hasta los tobillos siempre contrastaba con su camiseta Nike de

los Ángeles Lakers, un equipo anglosajón que tenía como estrella a Michael
Jordan. Terminaba su look vistiendo zapatillas Fila con aire comprimido, luces

y pasadores de colores. ¡Presuntuoso! le decían, pero a él como si las huevas.


Es más, usaba collares de oro que llamaba blink blink y se paseaba por el
barrio con pana y elegancia. Panudo.

En cambio su hermano Suavecito era un niño amanerado, andrógino,

tímido. Siempre andaba tras las faldas de sus amigas. Jugaba con ellas al tuti
frutti, las chapadas y se escondía en el baño de mujeres a leer su Slam y

cuando alguien gritaba: ¡la mano peluda! Salía corriendo junto a sus amigas al
centro del patio y se ponía a llorar.

Ese niño nunca escupía desde la escalera, ni volaba cometas, ni jugaba al

trompo, ni tenía figuritas, solo recortaba muñecas de papel y cuando alguien lo

fastidiaba respondía con tonalidad delicada y levantando el dedo meñique: ¡ay


fo!

Estudiamos juntos en un estatal. Yo los conocí en el colegio. Un día que a

Suavecito trataron de violarlo en el baño los de quinto año. Nosotros

estábamos en primero y Galán en tercero. Cuando observé a Suavecito

llorando con el pantalón abajo y su calzoncillo embarrado de sangre tratando

de escapar, solo atiné a lanzarles lo primero que tenía en la mano, mi cuaderno

de control. Fue allí que ellos salieron furiosos a golpearme pero en la huida me

estrellé contra el negro Galán y ¡pump! caí al piso.

- “¿Qué te pasa chibolo de mierda?”, balbuceó molesto.

De pronto salieron los de quinto y atrás Suavecito llorando. Galán me miró


y preguntó: “¿tú eres del barrio no? ¡Tito! ¿Qué te han hecho?”.

Los ojos de Galán contuvieron una furia terrible, así que tomó mi mano, me
levantó y juntos recontragranputeamos a esos huevones. De allí nos volvimos

patas, amigos, yuntas. Cada vez que salía de mi casa con dirección a la escuela
siempre pasaba por el frontis de Galán y juntos evadíamos el día de clases para

tirarnos la pera.

Galán vivió su niñez en Panamá y su tío Burro le enseñó a conducir, así que

nuestras peras no eran de vagancia en la playa tomando sol, no eran de beber


alcohol en la casa de una amiga, no eran de ir al Super Nintendo a enviciarse

todo el día, sino de tráfico ilegal de armas.


Salíamos uniformados del barrio a la casa de su primo Jaibo. Un negro feo,
sucio, con verruga en la nariz y uñas chancadas. Allí nos cambiábamos y

salíamos en el auto del papá de Galán con dirección a La Victoria, fumando


canutos de marihuana y escuchando Cipres Hill.

“Caminando por la calle siempre es peligroso. ¡Siempre es peligroso!

Corriendo en el pleito, mueren los mocosos. ¡Mueren los mocosos!”,

cantábamos mientras fumábamos y transportábamos una decena de armas que


nos encargaba el ex policía para llevárselos a Pita, un serrano apestoso de poco

confiar que servía de tramitador con los apretones del callejón El Cóndor.

La rutina era sencilla, llegábamos al cantón y estacionábamos el carro en la

entrada. Dejábamos el auto abierto y dábamos vueltas por una cancha de

fútbol metros más allá. Desde la esquina Pita silbaba y corríamos cueteados al

vehículo. D pronto, el dinero ya estaba en la guantera y las armas esfumadas.

Casi todo el tercer año de secundaria la pasamos vagando junto al negro


Galán. Solíamos ir a la playa después de chambear. Allí tirábamos piedras al

mar, a veces nos bañábamos dejando nuestra ropa sobre la arena; pero desde

esa vez que la mar estaba con su regla -o sea varaba yuyos, algas y marea
rojiza amarronada- no volvimos a entrar juntos. Tal vez era una mala señal.

Por nuestra mente jamás pasó que podrían robarnos. “A nosotros qué nos

van hacer, les metemos plomo”, decíamos. Pero ese día fue fatal.

Bajamos al mar sin vehículo, lo dejamos en el Malecón Cisneros porque en

el Circuito de Playas había una redada. Un ex ministro fue víctima de asalto y


los tombos de la Policía Nacional estaban conminados a buscar culpables.

Mejor era no arriesgarse.


Bajamos por el parque María Reiche y caímos a orillas de La Pampilla. Allí
nos cautivó el mar rojo y Galán al mismo estilo de Moises, el de la Biblia,

quiso abrir las aguas pero a nado. Me convenció y nos zambullimos hasta la
reventazón. Cuando salimos nuestra ropa había desaparecido, las zapatillas,

los polos, la billetera. ¿Y las llaves? “Las tengo en el cuello, chato”. Solo nos

quedamos en bermudas.

¡Puta mare!, dijo Galán, tiritando calato y descalzo, subiendo la escalera de


piedras hacia el Malecón. “Que los encontremos y te juro que les disparo en

los huevos. ¡Chesumare!”, renegó.

Ese fue el inicio del fin. La mala suerte. El mal agüero. Mala vibra no

vengas.

Con el auto encendido nos dirigimos a Viqui Victoria conduciendo por la

Vía Expresa, el corredor automovilístico que hiciera Luis Bedoya Reyes en su

gobierno como alcalde de Lima, pero que también fuera una gran estafa. En
aquel entonces a los peruanos les prometieron un Metro, un Subterráneo como

el que hicieron en Chile, pero al final recibieron buses petroleros de la

compañía Enatru que no se daban a vasto para la población.

En fin, Galán divisó antes de la salida 2B de Surquillo una motocicleta


policial con sirena encendida.

“¡Puta mare!”, soltó girando el timón hacia la izquierda. El policía pitó.

No paramos, seguimos de largo hasta la avenida Javier Prado y cuando


creímos librarnos, un patrullero nos cierra el camino y pide documentos.

— Jefe acabo de regresar de la playa con mi primo, nos robaron todo. Solo
tengo estos 20 solcitos que tal vez le puedan ayudar.

— ¿Cómo qué veinte soles? Te has escapado de la moto, te he seguido hasta

acá. ¿Qué tienes en el auto?


— Nada jefe, solo 20 solcitos no más. Mi papá también es de la Policía

Nacional, es Rarango, tal vez lo conocerá.

— ¿Rarango? ¡Quién chucha es Rarango! Chibolo vas a tener que seguirme a

la comisaría.
— Pero jefe mi papá es de la comisaría de Surquillo, “Comegente” le dicen.

— ¡Ah! El negro “Comegente”, tu eres su hijo, dices… Mhhh… Sí, te

pareces… ¿y ese enano?

— Es mi primo, hijo de mi tía Tita.

— Esa Tita, ¿sigue en “gringolandia”?, ¿sigue rica la negra?, ¿sigue de burra?

¡Chucha! ¿Tú sabes no chibolo?

El silencio fue cómplice de una afirmación

— Ya, ya, ya, dame cincuenta lucas no más y te me vas de acá, y dile a tu

viejo que el Choco Terocal te ha cobrado y que falta cobrarse todavía. Que

no se haga pendejo.
“Chato, dame las treinta lucas que están en la guantera al toque”, gritó el
negro y salvamos la situación. “Ta’ mare chato, todo nos pasa”, se lamentaba

Galán cuando ingresábamos al barrio por la calle Alejandro Peralta.

Allí propuso ir a su casa, cambiarnos de ropa y desvelarnos en la pollada


del Loco Paúl, un ladrón de poca monta, un choro sin escrúpulos, sin códigos,

que arrebataba carteras a viejitas que cobraban su pensión de jubilación;


rompía lunas con bujía en una bocacalle sanisidrina; cordeleaba en la

urbanización Limatambo, e incluso le robaba a su misma esposa cuando


regresaba de trabajar. Un miserable ser que tenía encono hacia Galán.

La Pollada de barrio se hace donde sea: casa, departamento, cuartito,

garaje, en la calle, el parque, una canchita de fútbol. No necesitas permiso

municipal, solo un perol lleno de aceite, trozos de pollo aderezado con


vinagre, orégano, pimienta, sal y ajo. Todo hirviendo dentro de una sartén, que

tras unos minutos lo expulsa bien frito, crocantito. Además no debe faltar la

espumante cerveza, chela o agüita para adultos en cantidades industriales. En


Viqui Victoria la gente se puede quedar sin comer, sin amor, sin familia, pero

no sin beber. Tampoco debe faltar la música estridente en sonido turbo estéreo,

con parlantes inmensos que destilan colores de sus cajas y enseñan a los

asistentes a bailar la rica cumbia de Los Destellos, la chicha de papá Chacalón

y La Nueva Crema, los lamentos del siempre preso Pascualillo en contraste

con la salsa antigua de la Sonora Ponceña, de Ángel Canales, de la Fania All

Stars, de Héctor Lavoe, de la riquísima Arabella y su sonadísimo “Callejón”.

Allí llegamos endulzados por las melodías musicales, el olor a pollo frito

que abrumaba el garaje, las bulla de los parroquianos que ya estaban bebiendo
cerveza, el humo del cigarro, de la marihuana, de la cocaína, que se mezclaban

con el perfume Pachuli que usan las cachorras del barrio. Un ramillete de
féminas que siempre acompañaban a los rateros porque éstos les invitaban
trago y droga a cambio de sexo sin condón.

A Galán le llegaban estas putas, pero juerga es juerga. Así que con pana y

elegancia pedimos dos cajas de cerveza helada y nos pusimos “chupar”. Al


rato llegó Jalano, un mecánico que siempre estaba con dinero. Tenía un auto

Datsun color plomo que destrozó aquella madrugada en que totalmente


anestesiado por la cocaína y cerveza, se estrelló contra un poste en la bajada
Chachi Dibós rumbo a la playa La Herradura de Chorrillos. Milagro que salió

vivo. Solo se rompió la cadera, el fémur, la tibia, el peroné y algunos huesitos


de los pies. Lo reconstruyeron como a Robocop y luego de dos meses regresó

al ruedo. Imposible dejar la pichanga. Él trajo tres globos de cocaína que le

regaló su primo Mario, otro cholo gordo que vive en el barrio de Mendocita,

una callejuela achoradaza situada a la espalda del estadio Alejandro


Villanueva, Alianza Lima. Ese gordo era el abastecedor de cocaína en toda esa

zona, tanta era su fama que inclusive los de Radiopatrulla, una delegación

policial a dos cuadras del Jirón Mendoza, iban a buscarlo, pero no para

detenerlo sino para gorrearles un saldaña. La hipocresía siempre es

bienvenida.

“Jala conchatumadre”, me decía el Jalano cuando entramos al baño y fua,

fua, mis ojos se quedaron blancos, y no sentía la nariz, y de repente una bola

de saliva agria con flema comenzaba a subir por mi garganta hasta que logré

escupirla. “A la mierda”, dije, “¿qué chucha es eso?”. Se rieron escandalosos y

Jalano se guardó el globo. “Ya huevón, vamos a chupar no más”, sentenció.

Las conversaciones de borrachos se vuelven monótonas, aburridas y mucho


más cuando tienes ya dos cajas de cerveza encima. “Loco, tráeme dos cajitas
más”, gritó Jalano sacando de su billetera cien soles. “Tráeme el vuelto,

loquito”, le dijo con su boca ya media chueca. Es que la cocaína tiene ese
efecto, el de paralizar el rostro y de repente ya no puedes hablar bien, tu cara

se estira y lo único que haces es pestañear compulsivamente.

“Chato se nos mejoró el día, ya tenía que pasar algo bueno carajo”, alegó el
negro Galán también con la boca torcida. Brindamos por ello. “Salud, por la
puta mare”, gritamos al unísono.

Al rato llegó el Loco Paúl con la permuta y una mirada curda, asquienta, de

peligro, parecía que algo se traía entre manos. Se tomó un vaso de cerveza con
nosotros, con ambas manos frotó el cubilete y arrojó la espuma sobrante al

suelo. Esquivó la mirada y luego se internó en la sartén donde freía pollos.

“Ese Loco huevón”, dijo Galán tomándose un trago y mirando como

descendía de la escalera una mujer. Era la esposa del Loco. Una chola

simpática que no estaba metida en huevadas, que se casó con él porque le hizo

un hijo y su padre la obligó a matrimoniarse. Ella estudiaba secretariado

ejecutivo y trabajaba en una tienda sacando fotocopias. Nosotros siempre

íbamos donde ella para cumplir las tareas del colegio.

— “Hola Galancito, gracias por colaborar”, dijo la esposa.

— “No te preocupes Sarita, para eso estamos los vecinos”, respondió el negro.
Cuando se volteó dejando su derriere cuasi esbelto ante la vista de todos,

una mano abierta cortó el aire y con fuerza descomunal la tumbó al piso.

¡Plom! Era el Loco, que de un cachetadón le volteó la cara y en el suelo le


pateó la barriga. Dicen que en pelea de pareja el tercero sale perdiendo, pero

esto era un abuso.

— Chola de mierda, conchatumadre, no me das plata y todavía te haces la


puta con todos lo que vienen. ¡Toma perra! Le seguía pegando el Loco
ante la mirada atónita de toda la turba.

“¡Oe ya contrólate huevón, la vas a matar!”, le recriminamos, pero el Loco


estaba fuera de sí, los ojos se expulsaban de su rostro desencajado, la vena se
le acentuaba en la frente y sus manos se comprimían con una ira intensa.

— Déjame conchatumadre, ¿qué te metes? ¿es tu mujer? ¿te la quieres

cachar? Vete a la mierda Galán porque te voy reventar. Dijo el Loco con

evidente certeza.
Galán se achoró y de un zapatazo, con sus Caterpillar amarillas, le pateó en

la ingle tumbándolo sobre la pista. El Loco se paró e intentó pegarle, pero el

negro lo volvió a empujar al piso y esta vez le pateó la cabeza. El Loco se


volvió a parar y cogió una piedra que lanzó directo a la cabeza de Galán, pero

este logró esquivarlo. Agarró al demente y de puro cabezazo le reventó la

nariz dejándolo ensangrentado.

— “Ya déjalo Galán”, dijo Jalano mientras que yo atendía a la esposa

llevándola donde sus amigas para que la auxiliaran. La chica tenía el labio

roto y la cara hinchada.


El Loco se paró y desapareció. Dejó tirado el pollo, las chelas, la música, la

droga. Y pensamos que ya no regresaría, entonces nos fuimos al Parque del

Trabajo para acabar la cerveza.

Ya sentados en el obelisco un extraño presentimiento me invadió por


completo. De repente una sombra de se acerca sigilosamente por la espalda de

Galán. “Negro cuidado”, grité.

Era el Loco con un revólver en la mano.

— ¡Ahora defiéndete pe’conchatumadre!, dijo Paul luego que disparara

cobardemente cinco cartuchos de bala en el pecho de su adversario.


El negro cayó al piso y allí recibió dos balazos más. Convulsionó y a los
dos minutos murió con los ojos abiertos mirando al cielo, como si supiera que
Dios lo estaba esperando con los brazos abiertos.

El Loco amenazó a todos con su arma y desapareció del barrio. Nadie lo

volvió a ver, ni tampoco se volvió a escuchar de él. La mujer se mudó al día


siguiente con su hijo Maquito a vivir en Huarochirí. Antes fue al funeral del

negro Galán, se acercó al ataúd de madera pintada de plomo y cubierta por una

bandera de Alianza Lima, y frente al vidrio que divide a los vivos de los
muertos ella le pidió perdón, le dijo que lo sentía, que el Loco hizo todo por

dinero, que ella no tenía nada que ver, que todo estaba planeado, que el Pita,

ese serrano del callejón El Cóndor ya le había propuesto, que solo era cuestión

de tiempo, que una pollada, que la cerveza, que la droga, que el tombo, que

todo había confabulado en su contra. No sé por qué hizo esta confesión, tal vez

ver al negro Galán enfundado en su hábito morado del Señor de Los Milagros,

inerte, con los labios blancos y algodones en las fosas nasales le reventó el

corazón. No lo sé, solo queda como consuelo el recuerdo de esos tiempos

cuando Arabella cantaba: “Callejón, regresé, solo en ti, la compasión hallé”.

“Bandolera, bandolera, bandolera

porque tienes corazón de piedra, piedra”.

Bandolera ~ Ray Sepúlveda

La Cucarda

Eugenia Balladares Muñóz llegó a Viqui Victoria luego intentar ocho veces

matrimoniarse. Tres de ellos fueron sus esposos con todas las de la ley que se

divorciaron bajo esa misma constitución. Dos solo fueron amores de paso que

se alojaron con ella por un corto tiempo. Dos más la pretendían de lejitos. Y el

último fue un chorrillano con quien quiso quedarse para toda la vida junto a

sus dos bebés.

“Pero fue por lana y salió trasquilada”, me dice la Chiquivieja, una

pepenadora que se alimenta de la basura de los vecinos. Que anda mugrosa


con los pantalones rotos, la uñas negras, el cabello como un nido de ratas y

esos ojos blancos que resaltan de su tiznado rostro, impregnado de madrugada.

— ¿Quieres una chela?

— Chato huevón yo no soy puta, enfermo de mierda conchatumare.


— No Chiqui, te equivocas, me cago de sed y verte sudosa me da más sed.

Vamos, te invito.
— Ya chato, que sea una heladita.
— Yanto. Vamos al bar del Negro Fichas.

— Oe pero… no te voy a cachar.


La Chiqui tiene una fijación con esa palabra, siempre la escupe de sus

labios. “¿Eres cojudo o te han cachado de chiquito? ¡Vete de aquí cachao por
un burro! No jodas que ya me caché a tu mamá. ¿Estás molesto o te han

cachado mal?”. Para todo usa ese verbo que lo convirtió en su modismo.

— ¿Por qué le salió el tiro por la culata?

— Porque se la cacharon a su hija.


— ¿Su hija no era la Maricucha?

— Si, una cacheraza.

— ¿Es verdad que se tiró a Luchito, a su viejo, a su primo, a su cuñado y al


sobrino de quince años que no terminó la secundaria?

— Ja, ja, ja. Si eso dicen, por algo será.

Yo no entendía muy bien porqué a esa mujer le gritaban en la calle: “calzón

flojo”. La negra calzón flojo, la arrabalera, la sinvergüenza, la jinetera, la

quitamaridos, la mañosa, la rufiana, la cucarda. Todo Viqui Victoria la

señalaba con el dedo y la acusaba con esa mirada de desprecio, la misma que

Dios le regaló a Eva cuando lo echó del Paraíso.

“Que ya viene esa tal por cual del Parque Tres. ¿Con quién habrá estado

esta mañosa?”, cuchicheaban las vecinas con su rosario bendito en la mano.

“Que anda toda despeinada y que su vestido está todo arrancado, parece
que se lo han jalado. Todo su pelo está revuelto con pasto y ni sostén usa la

condenada. Seguro que ni calzón tampoco. Seguro que ni se baña. Seguro


debe tener toda su cosita cochina. ¡Aggg, vecinita!”, chismorreaban bajo la
cruz de Cristo que bendecía la parroquia del barrio.

Ese mismo Cristo que vio crecer a Maricucha y que fue testigo de cómo

desde muy niñita algo le malogró su cabeza. Ese algo que la hizo cambiar de
la noche a la mañana. Un algo con nombre y apellido, que metió sus manos
bajo la falda cuadrada el día que cumplía cinco añitos de edad.

— ¿Quieres tu regalito? No tengas miedo, aquí tengo una pelota Gaby Pérez

para que juegues con tus amiguitas. Solo tócame aquí con tu manito y

muévelo. ¡Muévelo te he dicho carajo!


El padrastro golpeó a la niña y la arrojó contra el sofá. Le rompió el vestido

y la ropa interior hasta dejarla desnuda. Allí violó a su hijastra hasta hacer la

gritar. De repente la bisagra de la puerta sonó. ¡Chiiirrriiii!

La madre ingresaba al domicilio con una torta de cumpleaños en mano e

iniciando el clásico Happy Birthday cuando…

— Feliz cumpleaños Maricuuuu…

Desgraciadamente se encontró con la escena incestuosa a flor de piel. Una

ira incontenible provocó que arrojara el pastel por la ventana, agarró la escoba

de su cocina y echó a patadas al padrastro de sus niñas. La sorpresa e

indignación no la dejó hacer más. El sentimiento la contuvo, la paralizó, la


dejó en estado de shock, hasta que Maricucha se acercó a ella, le tomó de la

mano y con esa mirada inocente bañada en lágrimas le dijo: “Mamita, ¿puedo

comer torta?”.

Al día siguiente Eugenia denunció al padrastro por violación a una menor


de edad en la comisaría de Viqui Victoria. Ubicó su dirección y llevó policías

a su casa para que arresten a ese desgraciado.

Cuenta la “Chiquivieja” que Eugenia le lloró al juez de la 31 fiscalía de

delitos contra menores, para que le sentencien la pena de muerte, y que sino, al
menos le den cadena perpetua. Dice que le dejó un sobre con dinero al

Presidente de la Corte Suprema para que lo metan al peor penal que existe en
el mundo; que pagó cinco mil nuevos soles a los delincuentes más avezados
del reclusorio Aucayacu para que lo ultrajen repetidas veces, en venganza por

lo que le hizo a su pequeña hija Maricuchita, la primogénita de Eugenia, la


niña de sus ojos, su motor y motivo.

Pero Maricuchi ya no sería la misma y un año más tarde algo le picaba

entre las piernas. ¿Ladillas? Era extraño que a una niña de seis años tenga

ladillas, una enfermedad de adultos, una enfermedad de pareja. Así que


empezó a rascarse y sintió alivio, luego un calor, después algo de excitación,

seguido placer y terminó en deseo. Fue así que decidió ir a la casa de su

amiguito para jugar por la tarde.

“Que yo quiero jugar al papá y a la mamá. Que no porque ese juego es para

niñas. Que entonces vamos a jugar al doctor. Que no porque ese juego me

aburre. Que vamos a jugar a ser novios. Que no porque mi mamá dice que eso
es malo. Que te voy a dar un besito Carlitos. ¡Guaggg, Maricuchi! Que no me

gustan los besos, es asqueroso. Que jugamos a meternos debajo de la cama

para escondernos. ¿Escondernos de quién? Escondernos Carlitos, no seas


aburrido. Pero no me beses. Ya Carlitos”.

Así fue que Maricuchi, ocho años más tarde empezó a darse cuenta que su

picor no era normal, que le quemaba por dentro, que la hacía sudar y que tenía
que calmar esa sensación a como dé lugar.

Su madre conoció a otro hombre, un lavacarros que trabajaba en la


Municipalidad de Surquillo. Y este muy encariñado con las niñas, compró una

bicicleta para su divertimento. La madre rebosó de alegría y le invitó a


quedarse en casa ese día, mientras sus bebés correteaban en la pista manejando
el velocípedo.

Para Maricuchi sentarse en el vehículo de dos ruedas era el placer infinito.

Le gustaba pasar sobre los baches. Allí hay un hueco y ¡zaz! Allá la criba y

¡plop! Qué importa si se malogran las llantas. Qué importa que rebote su
trasero del asiento. Qué importa que se frote a cada instante con la punta de la

silla. Qué importa que el húmedo de su trusa no sea sudor.

Luego de montar bicicleta Maricuchi entró al cuarto de su mami para

pedirle que compre una gaseosa, pero vio dos cuerpos desnudos tendidos sobre

el edredón. El cuerpo de la adolescente se erizó y cuidadosamente acercó su

mano a la pierna velluda de su nuevo padrastro. Sintió como los pelos eran

cada vez más gruesos al subir la palma por el muslo desnudo y notó como se

volvía más cargado cuando se acercaba a la entrepierna.

— ¡¿Qué haces muchacha demierda?!

— Nada, nada.
— ¡Carajo! Saca de acá.

Pero Maricuchi no se movía y miraba fijamente la entrepierna del sujeto,

hasta que se levantó la madre.

— ¡Qué mierda pasa aquí! Manolo, tu no Manolo… ¡Conchatumadre! ¡Porqué


miras a mi hija!

— Pero Eugenia, yo no…


— Lárgate mierda, hijo de puta. Llévate tu bicicleta y no vuelvas más.
— Yo no hice nada Eugenia, tu hija ha venido...

— No mientas, es una niña. ¡Es una niña!


Maricuqui no se movía y ahora miraba fijamente a su madre con cara de
culpa. ¿Qué culpa? La de no saber qué pasa con tu cuerpo, con tu mente, con

tu cabeza. La culpa del deseo, de la necesidad, la culpa de querer tocar a ese

hombre mayor que ella.

“¡Hija ven para acá! Ven hija, dime ¿qué te hizo ese malnacido?, ¿te tocó?,
¿te violó?”. Maricuchi no respondió. Enmudeció y eso fue suficiente para que

la madre entienda que existía un problema con su primogénita. “¿Qué pasa

Cuqui, te gustan los hombres?, ¿te gusta ver a los hombres? ¡Carajo! ¡Qué
pasa Cuqui! ¿Quieres ser una puta de la esquina, quieres tirar hombres tosa tu

vida, quieres hacer de tu poto un florero?”.

Y al parecer ella se lo tomó al pie de la letra.

A los quince años Maricuqui era una morena de piernas esbeltas, trasero

duro, estómago plano, tetas erguidas, nuca estilizada pero con rostro de

malandrín, de achorado, de pendejo. Era la negrita más conocida por la

vecindad masculina del barrio.

“Hola Maricuqui ¿cómo estás? ¡Bonita! Hola Cuquita ¿qué vas hacer más

tardecito?, ¿vamos a tomar lonchecito? Mari ven a mi casa para darte un


menú, no te preocupes que después yo me cobro. Cuquita porqué tan sobrada

conmigo, cualquiera saluda con besito. Hola Maricuchi nos vemos en la


noche, en el Parque Escondido, tú ya conoces, donde la otra vez… Ya tú sabes

Cuqui, ¿nos vemos? No te vayas a olvidar ah…”.

Todo el mundo se ufanaba de haber mojado las sábanas de Maricuchi y no

era para menos, pues la negrita cuando cumplió la mayoría de edad ya tenía en
su haber una lista de hombres que pasaban los tres dígitos.
Su fama en el barrio era la de una puta sin dinero. Misia, abandonada varias
veces por los mismos hombres que la usaban y luego desaparecían. Bueno, eso

decían los comentarios de la gente pero es refutado por la Chiquivieja. Para


ella Cuqui era quien disfrutaba más.

Será este el motivo por el que Maricuqui decidió abandonar Viqui Victoria.

Harta de la gente que hablaba a sus espaldas, de las chismosas de la esquina

que se paran todo el día bajo su algarrobo para ver quiénes se acercan a su
casa. Harta de esas señoras que le decían putacuando ella se volteaba. Que

especulaban. Que cocinaban ideas de su partida.

“¿Porqué se fue la Cuqui, ah? ¿Es verdad que un millonario la llevó a vivir

a Miraflores? Porque fea no era la negra. No vecina, a mi me han dicho que se

fugó a Santa Eulalia con el chibolo de quince años, el nieto del abogado Jebús.

¡Qué va ser! Su papá la mata a esa negra puta. Seguro se ha ido con uno de
esos chancrosos que se cachaba cuando estaba borracha. O tal vez con uno de

esos drogadictos del Parque del Trabajo con quienes se metía en la madrugada.

Todos pasados. Todos negros. Todos necios, cochinos, orinados, inyectados


vaya a saber Dios con qué cosas. De cualquier enfermedad. ¡Sí! Yo la ví que

se iba a la Posta Médica del barrio todas las mañanas, pero estaba muy
delgada, tosía mucho y sus clavículas se le notaban en los hombros. Sus
piernas de ser robustas y gorditas pasaron a ser flaquitas y huesudas. Siempre

caminaba rápido, como si se la llevara el viento, como si quisiera pasar


desapercibida. Seguro porque sus dientes se estaban cayendo de las encías.

Seguro le daba vergüenza que le digan “ventanita”, como cuando era niña.
Seguro se retraía porque su lápiz labial no cubría lo morado y reseco de sus

labios, y el rubor sintético no ocultaba las manchas negras del podrido que se
le formaban en los pómulos. Ni los enormes lentes negros podían cubrir las
ojeras de su faz, ni las arrugas tan marcadas siendo tan joven.

¿Qué le habrá pasado a Maricuqui? Se fue del barrio por algo mejor seguro,

porque aquí en la Posta Médica ya no la querían atender. Que las personas


enfermas enferman a otros, le decían. Que no hay cuidados intensivos. Que ya

se acabaron los remedios. ¡Que ya no hay antirretrovirales Cuqui! Que debesir

al Ministerio de Salud y pedir que te los donen. Que tu piel se está cuarteando
Maricú, que debes ir a un hospital a tratarte. Que aquí ya no se te puede

atender.Y que ponte algo en la boca que vas a contagiar a alguien. ¡Que no me

estornudes carajo! Que tráiganme una ampicilina de 1 500 pronto para

estabilizarla. Que la muerte esta que ronda tu puerta Maricuqui. Que hazte ver

por un especialista. Que está que se te cae el cabello Maricuchi, tu cabello

negro azabache. Que ponte unapañoleta Cuqui, esa que tu hermana menor

recogió del basural, esa Chiquivieja. Que dile a tu mamá que te cuide Maricú.

Que el amor de madre siempre perdona todo. Que la muerte no es el fin de la

vida. Que la muerte es el comienzo de una nueva etapa.¡De una nueva

existencia Mariluz! Que el mismo Dios al que rezan esas personas que te
critican, es el mismo Dios que te abrirá las puertas del paraíso María Luz. Que

Jesús de Nazaret perdonó a María Magdalena. Que el amor de Dios es


maravilloso. Que grande es el amor de Dios, Cuqui, te lo enseñaron en la

Parroquia, cuando cantabas en el coro y el sol te iluminaba los domingos. Que


cuando te reencarnes seguro serás una blanca cucarda planeadora o una
crisálida traslúcida o un delfín que cruza el mar azul Cuqui, libre,

independiente, franca, pura, irisada en albedrío. ¿Imaginas? Seguro que ya


estás gozando de una buena vida Mariluz, lejos del qué dirán, lejos de ese
picor mórbido que te dejó una enfermedad llamada ninfomanía. Lejos del

sufrimiento, de la ignorancia, del prejuicio, lejos de la vida Cuqui, pero cerca

de Dios”.

“Barrunto en mi corazón,

presentimiento

de que pronto llegará

la separación”.

Barrunto ~ Héctor Lavoe

Viqui Victoria

Las noches de Viqui Victoria dan miedo, pero las madrugadas son de terror.

Decenas de historias se cuentan sobre cómo nació este barrio en medio de la

nada. Algunos descubrimientos antropológicos concluyen que el actual

suburbio habita sobre lo que fue un gran santuario Inca.

La fortaleza que daba imponencia a este complejo arquitectónico se

encontraba erigida en las tierras de La Merced y Viqui Victoria, mientras que

la población restante moraba en lo que hoy es Surco, San Isidro, Surquillo y

Miraflores.

Mil años atrás, en la conquista española, estas comunidades fueron

saqueadas y sus moradores asesinados. Luego fueron enterrados en la misma


tierra que los vio nacer, pero con métodos europeos. Era fácil predecir cómo

murieron. Los esqueletos descuartizados se aglutinaban en una fosa común al


estilo Apartheid, muy distinto al ritual de nuestros ancestros, quienes

enterraban a sus muertos con ofrendas y en fardos funerarios estratégicamente


situados mirando a Wiracocha, el Sol, dios que adoraban.

La resistencia debió ser sangrienta ya que tras los milenios de tierra que
ocultan esa parte de la historia, aún se puede escuchar el sonido de ultratumba,

gritos de los antiguos fundadores de mi localidad corriendo despavoridos


pidiendo auxilio. También se oyen pasos de invasores cabalgando por el
terraplén y disparos de escopeta. Algunos más alucinados, dicen que hasta la

pólvora se puede oler, pero creo que definitivamente es el olor de PBC que
ronda centrífugo en sus narices.

De ser un campo fértil y productivo pasó a ser una huaca saqueada, un

terreno eriazo que sirvió decenios después como campo de batalla para que se

libraran enfrentamientos en la denominada Guerra del Pacífico. En mi barrio


se levantó un reducto que contenía el avance agresor de la milicia chilena y

éste evitó que perdiéramos abruptamente contranuestro rival Chile.

Sin embargo bajo nuestras casas quedaron yacidos los cuerpos de aquellos

soldados que entregaron su vida por la patria. Algunos detonados por minas

antipersonales, otros caídos por fusilamientos de bala que aún se pueden

escuchar. Solo tienes que prestar atención en la madrugada cuando todo se


calla. Los lamentos de soldados que nunca retornaron a casa y están

vagabundeando en el limbo.

Centurias más tarde, esta tierra fue abandonada y carecía de dueño, hasta la

llegada de la urbanización y la distribución de los primeros distritos de lo que


sería la gran ciudad capital: Lima. Fue entonces que un señor, Juan Marsano

Porras, compró todo el terreno de lo que sería Surquillo y Surco, y sobre el


pantanal armó su campo agrario, chacra y algodonero. Por muchos años esta
empresa fue la productora agrícola más importante de la metrópoli y sus

dueños amasaron una gran fortuna.

Sin embargo, gracias a un gobierno nefasto y reformas arbitrarias los


Marsano se vieron obligaros a vender sus propiedades. La mayoría de ellos
fueron comprados por un grupo inversor europeo para construir lo que sería la

primera pista de aterrizaje de Lima, otra parte fue obsequiada a los fieles

trabajadores de la parcela y una pequeña manzana sumergida en un pantanal


fangoso fue arrebatado por grupos de vecinos invasores obligando al dueño

colocar su impresa en un contrato de compra venta titulado a nombre de la

Asociación de Pobladores Viqui Victoria El Porvenir.

Parte del terreno se convirtió en una urbanización y otra en un aeropuerto,


el más famoso del Perú luego que una de sus aeronaves se estrellara en el

campo de aterrizaje por el mal viento. Eso sí, el barrio tiene ventarrones

cruzados que utilizamos para hacer guerra de cometas en otoño. Todos los

pasajeros perdieron la vida en ese fatídico accidente, dejando su último respiro

en las tierras de Viqui Victoria. Y es inevitable pensar que todas esas almas

siempre rondan por las callejuelas, como la de una madre mutilada que llora

buscando a su niña por todo el recinto. Los llantos se pueden escuchar al nacer

la aurora, siempre con el mismo aullido de voz triste y prolongada: “dónde

está mi hija”.

La prensa acusó ese motivo como causa del cierre del aeropuerto. Fue así

que convirtieron su antigua Torre de Control en el actual Ministerio del


Interior. Las pistas de aterrizaje y hangares, se transformaron en la zona
residencial más exclusiva de Lima. Urbanización Corpac, que mantuvo las

siglas del accidentado aeropuerto (Corporación Peruana de Aeropuertos y


Aviación Comercial).

Pero aun así este barrio no fue ajeno a las desgracias. Pues la novedad

inmobiliaria del jet set atrajo muchos políticos y juntos crearon una
comunidad. Y así, en un trizar de los dedos, los nuevos vecinos fueron víctima
de continuos robos, secuestros, extorsión, asesinatos a sueldos,ataques

terroristas,coche bomba y persecución de seres inadaptados que buscaban


sembrar el terror en nuestro país.

Paralelamente la delincuencia germinaba en Surquillo y en Viqui Victoria

límite con San Isidro, iba naciendo una sociedad que no se ubicaba en el plano

de Lima. Los marginales que trataron de vivir tranquilamente en una zona


arrebatada de la empresa privada, terminaron siendo víctimas de sí mismos

dejando en la impunidad crímenes de pandillas, asesinato por sicariato, robo

de bancos, terrorismo y crimen organizado que no puede detener la Policía

Nacional, ni la Dirincri, ni los Radiopatrullas, ni colocando en la zona más

picante una comandancia estratégica. No pasa nada.Al mismo estilo de Juanito

Alimaña, una salsa de Héctor Lavoe, los criminales gritaban voz en pecho: “no

me importa lo que digas, pues mi primo es policía”. Impunidad.

Hasta hoy se escucha el llanto de los inocentes asesinados por un robo. El

grito de la mujer cuando matan a su marido por defender la cartera. El dolor de


la madre con su hijo en brazos después de asesinarlo una bala perdida. El

lamento nocturnode aquellos que cometieron delito y pagaron con su vida el


crimen.

Viqui Victoria, un barrio donde pareciera que todo destino es fatal.

“Aquel que abuela tiene

oye mi voz que retumba

y si muerta tu la tienes

vete llorale y rezale a la tumba”.

Abuelita ~ Héctor Lavoe

El Aro de la Abuela

“Hijito anda donde la abuelita y mira si se ha mojado el pañal”, me dijo

mamá esa noche de octubre, justo cuando los terrucos de Sendero Luminoso

explotaron con ANFO una torre de alta tensión en La Molina, provocando un

apagón general en todo Surquillo donde solo resplandecía tatuado en el

collado una hoz y martillo entrecruzado, hecho de fuego indeleble.

“Mamá me da miedo la abuelita”, le respondí, escapando hacia el baño para

evitar la orden.

“¡Carajo! Muchacho de mierda. Ya te dije que no le tengas miedo a tu

abuela, que no te va hacer nada... ¡Anda Chinevis, tócale su pañal! Agarra esa

vela y corre, que luego no hay quien la cambie”, refutó.

Con el cirio entre las manos temblorosas intenté cruzar el jardín que dividía
la casa, pero entre la sábila y el tamarindo apareció la silueta de una rata
erizada, que masticaba algo entre los dientes. Ella me miró tiñéndome de

infrarrojo, apretó las garras y empezó a gritar haciéndome saltar.

¡Euyinnn! Rugió y erizó el asqueroso pelaje que cubría su gelatinoso


cuerpo hediondo por la humedad del desagüe.

“¡Mamita!”, grité despavorido pero una voz de ultratumba me consoló.


“¿Chinewing?”.

Era mi abuela llamando desde su cuarto.

Donatila no era bruja pero sabía las artes de lo oscuro. Su cuarto, que antes

fue un corral donde criábamos patos, cuyes, gallinas, pollos y pericotes, lo

convirtió en un altar superchero donde no faltaba ni un santo. Todos raros. La


virgen con cabeza de calavera sinónimo de la Santa Muerte, el fraile que tenía

testa de sapo y lengua humana, obsequio que le dio su hija Manuela cuando

regresó del más allá, un día que soñaba que pescaba. Un cráneo sin muelas y

con agujeros trepanados en la sien que le entregaron los condenados, almas

vagabundas que peregrinan noctámbulos la madrugada en procesión. El feto

embalsamado de algún animal reciclado en un frasco de vidrio. Esqueletos

carcomidos por la putrefacción que yacían sobre la repisa destilando olor de

azufre, ese que penetraba mi ser hasta hacerme vomitar.

Ella tenía la certeza que la energía de todos esos objetos curiosos la


ayudaban a reencontrarse con mi abuelo, un cholo recio hijo de alemán que

desapareció cuando la fábrica de vidrio donde trabajó se incendió por

completo. Nunca encontraron el cuerpo y le dieron por muerto.

Sin embargo mi abuela lo invocaba por las noches. Los primeros lunes de
cada mes, sólo cuando había luna llena. Ella tomaba su aro de matrimonio y lo

insertaba en una hebra de su largo cabello canoso. Hacía movimientos


ondulares con el artefacto hasta llegar a un estado de trance y cerrando los ojos
producía un sonido gutural desde lo más hondo de su estómago: ahhhh…

ohhhhh… uhhhh… Y de repente sus párpados se abrían, y sus ojos eran dos
esferas nubladas a punto de estallar. Su nariz se corrugaba de forma
indescriptible y sus labios resecos le dibujaban en el rostro una sonrisa

macabra que relucía molares carcomidos por la caries.

Acto seguido su cuerpo se quedaba inmóvil y el cabello con el aro,

increíblemente, iniciaban el sortilegio balanceándose de un lado hacia el otro;


como si bailaran una polka en Los Barrios Altos, como si esa noche hubiera

jarana criolla. La arandela giraba sin parar y Donatila en lance iniciaba su

conversación:

¡Shhuuu! “¿Alguien ahí? Vete conchatumadre que te acostaste con tu

compadre… Si tú eres mi Aurelio ¡dime si estás aquí carajo! ¿Cholo estás ahí?

¿Cholito cómo estás? ¿Cuándo vas a venir por mí? Cholo nuestras hijas ya

están grandes y no me necesitan. Llévame contigo cholito, llévame”, repetía

como oración hasta ver el alba bañado por un mar de lágrimas.

Por eso no me acercaba, porque me daba miedo, pero adoraba verla

sumergida en la superchería. Sin embargo los gritos de mi madre eran de


terror. Así que al escuchar mi nombre balbuceado olvidé la rata y fui a la

madriguera con mi vela de cera.

“¿Abuelita?”, pregunté desde la puerta del dormitorio y nadie respondió.

Inmediato sentí que una ráfaga de viento me escupió la cara junto a una
sombra gigantesca que salió de la oscuridad para desaparecer en el cielo.

Consternación.

“¿Abuelita?”, volví a preguntar sin obtener respuesta. Estará dormida, dije

y acerqué la luz hacia la cama donde yacía. El resplandor de mi vela iluminaba


las arrugas de su rostro pálido y anciano. Sus brazos descansados y famélicos

terminaban en dedos deformados por la artritis. Inmóvil.


“Abuelita sólo revisaré tu pañal, mi mamá vendrá a cambiarte”, dije con
desprecio metiendo una mano entre la frazada y su espalda. Estaba seco. Antes

de retirarme un bufido apagó la vela transformando el aposento en oscuridad.


Intenté sacar cerillos de mi bolsillo cuando una respiración agitada en mi nuca

me paralizó el cuerpo por completo.

Eran presencias, ánimas, seres condenados. Todos aparecieron como

hologramas thriller de los años cincuenta rodeando a la abuela, se arrodillaron


como si fueran imágenes de 3D y gritaron en lenguaje ininteligible, luego me

miraron fijamente antes de desaparecer.

Cuando regresé en mí, el cuerpo de la abuela se hallaba inerte sobre la

cama. Con muchísimo miedo me acerqué a su pecho y no sentí la respiración.

Tomé su escuálida muñeca pero la pulsación había desaparecido. Me acerqué a

su boca abierta y no había aliento.

¡Abuela!, ¡abuela!, la llamé pero no respondía. En sus ojos las pupilas se


tornaban blanquecinas dejando escapar por el rabillo derecho una lágrima que

zigzagueaba sobre los pliegues de la mejilla.

“Algunos tienen ojos para ver y oídos para oír”, recordé una lección que

Donatila me dio cuando creí ver un fantasma. Volví en mí y no pude romper el


llanto. Mi corazón se estrujó y sentí el dolor de la decapitación, de una cabeza

saliendo por un molino para carne. Luego silencio. Nada más que silencio y
oscuridad. De repente un tenue aroma de limón mezclado con Heno de Pravia
y agüita de Azahar entró por mi nariz y regresé en mí, pero la abuela ya no

estaba en el cuarto y yo tampoco.

Cuando la luz se encendió lo primero que pude ver fue una capilla ardiente,
bajo ella un féretro de caoba abrumado de coronas floreadas que perfumaban
el recinto. Mi cuerpo desestabilizado se acercó al ataúd, miré el vidrio de nos

divide de los muertos y estaba empañado. El rostro de la abuela no se veía. Era


una imagen borrosa de televisión. Abrí la tumba para limpiarle el cristal, pero

algo me llamó la atención, entre sus manos el cadáver tenía una alianza

matrimonial lazada por una cadena. Sus uñas ennegrecidas se clavaban en el

aro como aferrándose a una vida extinta, que yo no quería aceptar. Se lo


arrebaté de los dedos y salí corriendo, tumbándome todo lo que estaba en mi

camino: el reclinatorio púrpura que usaban para orar, la fuente de café con

galletas con mantequilla que ofrecía mi madre en sepelio, la botella de

Yonquei calientito que libaban los adultos para amenguar la nostalgia, el chiste

fúnebre que esbozaba irónico mi tío Torito cuando dejaba de lamentarse.

¿Dónde se fue Chinevis?

Nadie respondió. Solo un gran signo de interrogación se reflejó en la

audiencia tras la huida.

Desde ese día a la actualidad, solo los lunes de cada mes y únicamente

cuando hay luna llena, un sujeto con mirada de loco, velitas misioneras en el
bolsillo y una vejenta alhaja entre las manos, toma literalmente el panteón de

Viqui Victoria para iniciar un ritual inútil, improductivo, innecesario, el de


conversar con los muertos, los espíritus, las almas, el aura, una energía, un
algo que le responda porqué su abuela ya no quiere hablar con él.

“Las caras lindas de mi raza prieta,

tienen de llanto, de pena y dolor,

son las verdades que la vida reta,

pero que llevan dentro mucho amor”.

Caras Lindas ~ Ismael Rivera

La Barrilla

Dicen que tu pandilla es como tu familia y puedo decir que es verdad.

Desde que conocí a Mangú cuando trataba de robarle los espejos al

Volkswagen modelo Escarabajo de mi viejo, y en vez de acusarlo decidí

pegarle y terminé pegado, me di cuenta que hubo un lazo más que nos unía,

mucho más importante que sus puños contra mi cara. Mangú no llegó a robar

nada, es más me dejó algo a parte del moretón: su amistad, pues siempre que
iba al mercado de mi barrio estaba él con su pandilla La Barrilla acechando a

todo el mundo, pero desde ese día, ya me saludaba.

La Barrilla era un grupo conformado por varios pirañas: Cazuco, Caño,

Cachita, Cejón, Bemba, Piquichón, Boquita, Apache, Rabito, Cabezón,

Cochino, Tongus, Marcao, Minero y algunos más que Mangú lideraba para
afianzar sus fechorías en San Borja, Surco, Miraflores y aledaños.

Ellos siempre se reunían como si fuera horario laboral, a las diez de la

mañana en microcomplejo. Uno a uno iban apareciendo, primero llegaba


Mangú y Rabito que vivían muy cerca del deportivo, al rato aparecía Minero
un colorado cochino que su piel blanca se opacaba por la suciedad que nunca

había probado jabón, sus zapatillas marca Tigre color blanco con la plantilla
rota y sin medias, short azul de Educación Física y su polo con promoción

Gaseosa Lulú eran su tenida habitual; junto a él estaba Apache, un flaquito que
usaba buzo color azul y sandalias, con las ojeras profundas y mirada perdida,

dice que trasnochaba porque su papá siempre llegaba borracho y se ponía a

cantar toda la madrugada, luego lo levantaba para que le compre licor de caña
en la tienda de Machito y para colmo no podía dormir por los gemidos que

hacía su madre cuando era violada por su padre. Por eso aparecía siempre con

ojeras y demacrado, desanimado, sin ganas de vivir pero con ganas de robar.

Al ratito no más, un gringo misio al que decían Tongus se acercaba con sus
zapatos Rinok rotos en la punta, tanto así que se le veía el dedo y eso que

usaba media, pero estaba con hueco al igual que su polo de seguro La Positiva.

Venía siempre achoradazo, siempre se ha creído el malo del barrio y por eso le

han pegado duro, sin embargo para él más beneficio le daba la venganza

porque La Barrilla vengaba con intereses.

Digamos que si le faltabas el respeto a uno de la pandilla, recibías doble


golpe y zaraqueada palurda. O sea te dejaban misio, sin tabas, sin bobo, sin

garra y gomeado, golpeado hasta sangrar. Así era La Barrilla y su líder ya me

saludaba, otras veces me llamaba para jugar fulbito en la canchita deportiva.


Siempre el clásico seis a seis, a china por mitra. Triangular relámpago. El que

gana se lleva la casada, y el que no se va a la mierda. Todos aportan lo mismo,


se hace un sorteo, juegan los dos primeros que pierden y el ganador juega la
final por el bolo completo. De ahí se paga la cancha y la casada. ¡Ganao’!

Ellos siempre tenían sus seis y en mi cuadra siempre teníamos seis para

jugarles y perder el dinero. Pero ese día fue distintito porque me llamó a la
canchita no para jugar, sino para conspirar.

Sucede que en las Torres de Limatambo de San Borja habitaba una banda
de metaleros, unos gringos, pitucos, altos vestidos de cuero negro con metales

como adornos y cadenas en los bolsillos, tanta opulencia despertó el diablo en

Mangú quien decidió robarles.

En la canchita éramos veinte pirañas y se juntaban más. Machito, como


gran pendejo, trajo botellas de su casa donde vende licor a cualquier hora del

día. Además consiguió gasolina que le robó a su viejo, un curandero

motociclista ex reo del penal Canto Grande que sabía de quiromancia y te


vaticinaba la muerte.

“Hay que hacer bombas Molotov”, dijo eufórico el cholo y todos nos

sacamos las medias para usarlo como mechero. Todo un desahueve que tenía

como pretexto una bronca inventada con un alumno del colegio sanborjino.

Salimos treinta del barrio como estampida de toros en fiesta Ayacuchana.

Con palos, bombas, piedras y arengas escandalosas: “vamos a sacarles la

mierda, conchasumadre”, “salgan pe’ hijos de puta, ahora háganme la


bronca”, decía el supuesto agraviado y de repente alguien lanza una bomba

Molotov que cae encima de un auto Lada. La gasolina encendida flota por todo

el capó reventando la ventana del auto frente a la puerta del colegio.


¡Plommmm!

“¡Corran carajo!”, gritó Mangú y todos fugaron en marcha de zaqueo hacia

el barrio La Calera, una urbanización Surquillana de clase pudiente donde la


mayoría de residentes fueron funcionarios del Banco de La Nación.

Allí nos fuimos arrebatando todo lo que se encontraba en el camino:


carteras, collares, encendedores, relojes, chalinas, gorras, hasta que llegamos a

un parque en cuya glorieta conversaban dos mujeres y un chico. Ellos al final


fueron asaltados por toda La Barrilla, como si fuera un una cebra acechada por
perros salvajes que fugaces empezaron su retorno victorioso al barrio con las

manos llenas. Sin embargo, una patrulla de Serenazgo los esperaba atentos
para la emboscada y cuando quisieron sorprendernos, la jauría de nómades

agrestes desapareció como el humo del tabaco.

Los policías corretearon a uno pero desestimaron en el camino. “El hambre

te hace flaco y corres más rápido”, dijo el Cabezón cuando nos escondimos
bajo una escalera. Los muchachos dijeron que atraparon a Minero y a Cazuco

por huevones, que se metieron a un pasaje sin salida y que cuando trataron de

escapar pero ya les había caído la mancada con fierro y todo. Además ya

estaban caneados en la comisaría de San Borja esperando a que lleguen sus

padres. Cosa que nunca iba a suceder.

“Ya deberían conocer”, dijo Rabito con el trofeo en la mano, unas zapatillas
negras marca AVIA modelo Generator, una recompensa que valía alrededor de

500 soles. Un billetazo para la mancha que resultó ilesa, un premio a la

delincuencia frente a los patrulleros. Para nosotros ese billete se convirtió en


varios Caldo de gallina, con su yuquita y chicha más, de esos que venden en

la Carpa Azul, un restaurante especializado en comida que está ubicado en el


óvalo Arriola, allí donde se erige un monumento de Túpac Amaru y Micaela
Bastidas. Cerca al barrio de El Agustino, a unos veinte minutos de Surquillo

si lo haces en carro, pero sin lateas como nosotros, entonces llegas como en
tren eléctrico.

“Señor diez caldos de gallina con su yapa y harta cebollita china”, gritaba

Mangú desde el centro de la mesa con Rabito a su derecha, mirando a todos


los comensales que habían sobrevivido a la correteada olímpica. Una mesa que
parecía a la de los doce apóstoles, al mismo estilo que les habían enseñado Las

Monjitas y el Padre Jorge. De un plato comen todos y todos estábamos con


una hambruna que dejamos los tazones más brillantes que zapato recién

lustrado. En ese instante alguien escupió el nombre Cazuco y Minero. ¿Cómo

los íbamos a sacar?

En el barrio la gente puede ser mala, asesina, ladrona, maldita, pero jamás
abandona a un compañero, porque el barrio es como tu familia y todos son

como tus hermanos, todos nos protegemos, todos nos cuidamos.

Así que con la panza llena y el corazón contento se empezó a idear el plan,

la fórmula exacta para sacar a nuestros amigos caídos en desgracia. La primera

idea fue asaltar la comisaría a punta de bombazos, pero esa descabellada idea

fue desestimada al unísono. “Serrano huevón ¿quieres que nos metan a


Maranguita?”, le dijo Rabito al Apache metiéndole un lapo en la pelada.

“No es mala idea”, dijo alguien por ahí, “si los distraemos alguien puede

sacarlos caleta por la puerta lateral”. Ahí la gente se puso a pensar. “Tienes

razón Chato”, dijo Mangú, “pero sin bombas”.

Fue entonces que decidimos poner en práctica una idea de niños, al mismo
estilo de Víctor Polay Campos cuando se fugó por el túnel del penal Castro

Castro. Era la obra maestra y estaba en nuestras manos recuperar a nuestros


patas. Así que Caño le pidió a su hermana que lo acompañe a la comisaría para
que monte una falsa denuncia sobre un robo sucedido a escasas cuadras del

recinto policial.

“Señor a mi hermana le han robado su cartera, le han jalado los pelos, la


han tumbado al piso, tiene todo su ojo morado, por favor ayúdeme”, le decía
Caño al policía de la puerta en la comisaría mientras Cayita, la hermana del

mentiroso, hacía que se desmayaba desde la esquina más lejana a la tombería.


El policía ingenuo avisó a su compañero y ambos desesperados salieron

disparados a atender a la flagelada mujer dejando la puerta libre del reclusorio.

“Apúrate huevón”, me dijo Rabito para que entre corriendo a la comisaría

a buscar a Minero y Cazuco, quienes estaban sentados en una oficina con los
ojos llorosos y con cara de yo no fui. A su lado custodiaba un perro Dóberman

negro con cara de pocos amigos y baba en el hocico.

“Ta’ mare”, dije pensando en cómo haría para sacar a ese can de allí, por

suerte atrasito no más Marcao y Tongus me seguían discretamente con el floro

de que estaban buscando a sus padres.

“Chato, ¿ya los viste?”, me preguntó Marcao cuando vio mi cara de

asustado.

“Si huevón, pero hay un perro de mierda que seguro nos va corretear si

entramos, ¡puta mare!”, le dije mientras que Tongus sin pensarlo dos veces se
tiró de cara contra el perro. Acto heroico. El perro ladró, le mordió el buzo y

no lo soltaba, lo jalaba de un lado para otro, Tongus volaba en pánico pero


seguía firme solo atinaba a gritar desesperado y eufórico: ¡¡¡¡¡AAAHHHHHH,

el perro me ataca!!!!

“Corran mierdas”, gritamos a los detenidos para que aprovechen el

escándalo y se escapen caleta por la puerta lateral, pero para su mala suerte
ésta la habían cerrado con llave y candado. Más piña.
El escándalo atrajo a los policías que fueron a auxiliar a Tongus, fue allí
que Cazuco y Minero, como si fueran hijos del hombre invisible, caminaron

hacia la puerta principal de la comisaría y salieron como “Pedro de su casa”.


Tranquilazos. Nos sorprendió, pero cuando nos dimos cuenta ellos habían

cruzado la avenida Aviación y junto a La Barrilla estaban emprendiendo la

huida hacia el barrio.

Lo demás fue historia de risa. Tongus terminó algo moreteado por el perro,
al instante le pusieron una vacuna antirrábica. Eso fue lo que más le dolió, nos

dijo luego que llegó al barrio para contar su historia. Caño y su hermana

sentaron una denuncia sobre un robo que nunca sucedió. Dicen que los

policías no se la creyeron, pero Cayita era tan bonita que lo único que les

importaba era tenerla sentada en la comisaría para poder gilearla. Ella cuenta

que le compraron una gaseosita para que se le pase el susto e inclusive uno de

los tombos le dio su número personal si es que necesitaba alguna otra cosita.

Le prometieron que atraparían a los delincuentes que la habían asaltado. Ella

por su parte solo sonreía de nerviosismo. Mientras que Marcao y yo, nos

quedamos media hora en la comisaría buscando a nuestros imaginarios padres.

Cuando nos encontramos en el barrio todos nos cagamos de la risa,


jugamos matagente, lingo y callejón oscuro mientras recordábamos lo
sucedido. Ya estábamos todos tranquilos, ya estábamos todos completos, ya

estábamos todos ganados.

“No se puede corregir

a la naturaleza

árbol que nace doblao’

jamás su tronco endereza”.

Simón el gran varón ~ Willie Colón

Suavecito

“Broder, porsiacaso yo vivo en Corpac-Surquillo, así que no me vayas a

confundir con esos rateros de Chicago Chico. ¿Manyas? Dios me libre de esa

gentuza, broder”, decía Napo un tipo que conocí en una fiesta sanisidrina,

donde puro surquillanose había colado pero nadie se identificaba.

— Causa, ¿tú de dónde eres?

— ¿Yo? Broder, yo soy de la calle 36 de Corpac - Surquillo. Mi viejo es

Presidente de la Corte Superior de Justicia. ¿Manyas?

— Ah ya. ¿Y tu pata?
— Él es de Surquillo, vive al frente de mi Pen House. Es medio barrio. Suave

que te bolsiquea.

— Chucha. Primo y ese huevón que tiene su peinado medio raro, medio pelo
parado. ¿Se ha echao’ limón?

— No, my friend. Él es mi amigo Luis Aurelio Berquemeyer que ha llegado


de Kendall, Estados Unidos. Seguro no conoces broder, pero allá la moda
son los mohicanos, el estilo punk.

— ¿Pan? ¿Cómo el tolete, cómo el francés, cómo el colisa? Yo como integral


sin bromato.

— No mi broder, punk es un estilo de vida, un tipo de música rebelde para los


rebeldes, my friend.
— Ah. Y por eso tienes tu casaca de cuero con parches. ¿Dónde lo compraste?
— En dónde más pues broder en Monterrey. ¿Conoces? Es una mallwichazo.

— ¿Y cuánto cuesta tu casaca punk?


— No sé broder, lo pagué con la tarjeta de mi viejo. Alucina que nunca veo

los precios, solo paso la tarjeta y listo. Todo fine. ¿Tú tienes tarjeta?

— Claro causita, de Metropolitano no más, pero me llega al pincho porque

subieron el pasaje.
— ¿Si? Aggg yo no subo a esa wada, mi chofer me lleva donde quiera y me

recoge. Pero ya mi Papá me comprará un Bettley Coupé para irme a Eisha

con mi creew de la facul. ¿Tú estudias?

— ¿Ah?... Ya no causa, me votaron de la secundaria por robar el Kiosco a la

hora del recreo. Mi vieja ya no pudo pagar la multa y me expulsaron. Eso

fue hace ufff. Ahora me cachueleo cambiándole las flores a los muertos en

el cementerio de Viqui Victoria y los fines de semana lavo carros en el

Ministerio del Interior. Los pitucos dejan buen sencillo.


— ¿Ah si? Seguro has lavado los carros de mis tíos. Ellos trabajan allí, son

coroneles.

— Recomiéndame pe’causita, yo uso franela verde y paro en chancletas todo


el día.

— No te preocupes, mis tíos son muy buenos con la gente pobre.

— Oye y esa mamacita de pelo amarillo que te saluda, ¿es tu agarre?


— ¡Pfff! No broder para nada. ¡Qué voy a tener agarre! Ella se me pega como

chicle pero la zafo nada más my friend. No me gusta, tiene las rodillas
disparejas.

— No sé causa pero igual yo le meto reja, si al final ni las rodillas le voy a


ver.
— Agg broder, yo no puedo meterme con cualquiera, y ella ni apellido tiene.

— ¿Y cómo se llama?
— Margarita, como la flor más barata del mercado. Y su apellido no lo sé. Su

padre es un colorado que se acostó con la mucama y mira pues, tremenda

chola con suerte.

— Pero te mira y te sigue causa, yo que túaplicode una vez.


— Sabes qué, ignórala broder. Ella no es para mí.

— ¿Y quién entonces? A mi me gusta esa pecosa pelirroja rica que está

bailando.

— ¿Si? Ya la he visto calata y no es nada del otro mundo, te aseguro.

— Qué va ser causita, si ta’ más rica. Yo de arranque no más me le lanzo y le

hago trillizos en la primera luna de miel.

— Que burdo. Pero mira te haré un favor, te la presentaré.

— ¡No jodas causita! ¡Tu sí ah! Gracias cuñao, por mi mare.

— Ya basta, ella es mi hermana, pero la verdad no creo que te haga caso. Ella
para con puro amigo de su universidad viajando por Máncora y se regresa

en yate al Yatch Club de La Punta. Todos visten con ropa de marca y es lo


primero que se fija.

— Pero causa yo me compré las Troop con luces que me ha costado un culo
de plata, además soy canelita fina y tengo mi swing. Sé bailar la salsa bien

pegadito causita. Le agarro de la cintura y la aprieto a mi ombligo. Con ese


movimiento todas las bandidas caen rapidito, más cuando sienten la piezota

que tengo entre las piernas.


— ¿De verdad?
— Claro pues causa, o acaso tu no te has arrimao’ a una flaquita cuando te
bailas tu salsita, o le metes su perreo sandunguero. Ya pe causa, no seas gil.

— A mi no me gusta la salsa, ni bailar, yo amo el rock. Voy a conciertos en el


Hard Rock Café. Escucho Indigo, Adammo y Libido, seguro no conoces,

son rock peruano pero de élite.

— No sé causita. No he escuchao’. ¿Qué es eso de libido?

— ¡Ay cholo! Libido es la mejor banda de rock en el Perú. A mi me gusta


cantar La casa de los gritos.

— Será causa porque te gusta gritar.

— Ja, ja, ja, ja. La verdad si, pero sólo cuando estoy en privado, cuando estoy

solo ¿me entiendes?

— Si causa, yo también grito cuando me aso. Puta mare, la otra vez mi viejita

me mandó a limpiar el corral de los pollos y cuando terminé me dijo que

seguía igual de asqueroso. Puta me dio una cólera y me puse a gritar.

— No, my friend, yo grito de otra manera. ¿Es verdad que bailas ombligo con
ombligo?

— Si causa, me agarro a la nena y la meneo pegadita a mi entrepierna para

que sienta como se va levantando Lázaro pues… ¿sino?


— ¿Y es verdad que tienes una piezasa?

— Causita ponme a tu hermana y la voy a dejar en silla de ruedas, por mi


mare’. Y a mí que me gusta el poto blanco. Mi viejo dice: “poto blanco
aunque sea de varón”.

— Ohhh, ¿de verdad?


— Si pe causa, mi viejo es de a bobo, achoradazo, pero está cagao’ porque lo

canearon por babozaso y cachero. Se robó un banco y se fue a fumar pasta


con su flacaa un telo. Cuando estaba con la puta lo chaparon en pleno
chuculúny fregao’ pues, a la cana.

— ¿Ah?... ¿Tu papá es zambo?


— Cinta.

— ¿Y cuánto calzas?

— ¿Yo causa? 45. ¿Tienes unas tabas que no te sirvan?

— Si my friend, pero acá no, sino en mi casita que está a la vueltecita.


¿Quieres ir?

— No sé causa, no sé. ¿Qué tabas son?

— Ay no recuerdo la marca, pero son carísimas. Te las regalo, pero vamos a

mi casita allí las tengo en un lugarcito que te quiero enseñar.

— ¿Si causa?, ¿de verdad? ¡Gracias! Pero… ¿tu papá no se va molestar?

— No papi, mi papá no está en casa nunca, paro solo y hago lo que quiero, y

quiero ir contigo a mi casa, al oscurito donde están las zapatillas para

dártelas, ¿pero tu me haces un regalito?


— Claro causa, no hay problema mi causita, dime no más ¿qué es lo que

quieres?

— Hazme gritar negro, hazme gritar.



“La calle es una selva de cemento

y de fieras salvajes cómo no

ya no hay quien salga loco de contento

donde quiera te espera te espera lo peor”.

Juanito Alimaña ~ Héctor Lavoe

La Cachina

— Habla primo, ¿vendes? Tienes algo por ahí. Todo se compra primito.

— ¿De verdad?

— Si primo, dime ¿qué estás vendiendo?

— Mi alma, doctor.

— ¡¿Oe qué?!

La Cachina es una bebida popular residuo del mosto de las uvas que sirven
para el vino, un trago delicatesen de las urbes populares pero sin mayor

reconocimiento en las clases altas más que un licor barato de segunda mano

para la plebe peruana.

Tal vez por este motivo es que el mercado negro de Lima se denomina así,

Cachina, donde los artículos de segunda mano regresan a las vitrinas para ser
revalidados y vendidos a un precio basura.

En la Cachina también llegan artículos robados, prendas que alguna gente

ya no quiere en su closet, zapatillas secuestradas de sus dueños, colchones


viejos y amarillentos, teléfonos arrancados del ornato público, semáforos
víctimas de un accidente, cable coaxial para televisión de paga que cuelgan de

los techos, celulares rotos por el arrebato, carteras siniestradas del brazo de sus
dueñas, televisores General Electric de los años 50 y LCD’s en desuso,

SmartTV modernísimos siniestrados en algún zaqueo montonero y seguro algo


que te bolsiquearon recientemente.

También hay libros gastados, apolillados, sulfatados, negreados,

carcomidos por termitas, pero al fin libros y a bajo costo. Revistas frívolas del

jet set que son revendidos a granel como nunca lo hubiesen imaginado sus
directores periodísticos. Boletines informativos de las distintas sociedades de

Lima, que aquí sítienen valor. Películas en dvd’s de acción, terror, romance y

pornografía, mucha pornografía que en este lugar adquiere un protagonismo


tan esencial como el alimento.

Y si quieres armar tu kitchen, es decir cocina, éste es el lugar indicado.

Aquí encuentras estufas con más de 30 años de antigüedad, otras más actuales

pero desgastadas, con el vidrio protector roto, pero que aún sirven para cocinar

el Aguadito, el Lomo Saltado, el Caldo de Cabeza o su Cuy chactado.

Refrigeradoras Moraveco con moho en los zócalos, corroídos por el salitre en


las bisagras de su puerta, con olor nauseabundopero que luego de una buena

lavada con pulitón y detergente quedan como nuevoal ojo del comprador que

asiste con sencillo en el bolsillo.

Seguramente verás cuchillos sin filo pero de antigüedad invaluable.Menaje


de plata que data de los años 30’ pero que ha sido corroído por la sulfatación y

devaluado en su actualidad.Servilletas de tela relavadas, manteles de


navidades pasadas, de día de acción de gracias, del cumpleaños de la abuela,
del repetitivo año nuevo, que fueron abandonados tras su único uso.

Champús, perfumes, lociones para después de baño, acetona, bloqueador y

bronceador, aceites para piel. ¡Medicamentos! Que indiscutiblemente son


riesgosos para la salud pero no para la billetera austera.
Si necesitas un botón color azulnavy de seis agujerosy grabado en el borde
para tu camisa Kenett Cole, el puesto de Marina Rita debes visitar. Ella tiene

la mayor colección de botones que existe en el mundo. Uno piensa y se


pregunta, ¿quién tiene tiempo de buscar un botón para una camisa? Fácilmente

compro otra prenda y listo. Pero no, el peruano es único, exclusivo y

ropavejero, si algo te gusta te lo pones hasta que te lo arranquen del pellejo.

Por esto Rita tiene su mercado activo y su público cautivo.

Como su vecina Corrientes, una negrita azulada chiquita fumadora de

cigarrillos en cantidad. Ella vende de todo y compra de todo. Que si tienes una

plancha rota y no sabes si funciona porque no lo has probado, pero necesitas

dinero para salir de un apuro, ella te lo compra. Y luego lo revende, no sé si

recuperará su dinero, pero debe ser rentable, pues ese trabajo de toda su vida la

llevó a construirse una casa de tres pisos con local de alquiler en el frontis,

mantener a sus cinco gordos hijos negros sin la presencia de un padre. Toda,

absolutamente toda su fortuna, es fruto de su inteligencia en los turbios

negocios.

Por eso todo se compra en la Cachina, tu pantalón, tu casaca, tu camisa, tu

zapato, tu correa, tu perro, tu gato, tu novia, tu mamá, tu alma.

— ¿Si primo? Y… ¿cuánto quieres por tu alma? Seguro tienes un documento


para acreditar que me la estás vendiendo.No vaya ser que venga alguien a
reclamarla.

— Si doctor, tengo un papel donde he firmado con mi sangre y está lacrado


con la cera del cirio pascual de la iglesia Jesús Obrero.

— Mhhh… No sé primito, no he comprado antes un alma…¿Y cuánto


quieres?Tú sabes que tengo que vender y no sé si me van a comprar.
— Bueno yo pido 500 soles no más.Ten en cuenta que es un alma noble, que

no tiene pecado alguno, formó parte de la iglesia católica, incluso fue


sodálite en Cineguilla. Te aseguro que habrá muchos interesados por ella.

— Primito, a quién le importa un alma benévola, pura, inocente. Aquí se vive

el día a día.A la gente le gusta lo malo, lo sórdido, lo pecaminoso, lo

procaz, lo bandido.Mira te doy cinco soles causita. Acuérdate que no


estamos ni cercanos al Apocalipsis como para que la demanda crezca y

mientras haya salvación hay mucha oferta de alma noble. Es muy difícil

venderlas por esta época.

— Pero doctor yo necesito dinero para el alimento de mi hijito, está sin comer

y estoy recagao, sin empleo, denunciado, enfermo y en la lona. Cincuenta

soles te puedo aceptar papito lindo.

— Primo, todos tenemos problemas…Pero mira, te voy a dar un sol más por

tu alma, más no causa. Tómalo o déjalo. Ya sabes que tu hijo te está


esperando para su medicina, su leche. Aprovecha causa, sino anda no

más…Pregunta por ahí para que veas que no te van a dar ni un sol primo.

Yo sé lo que te digo.Te lo van a baratear y mi sencillo te va parar la olla


galán. Piénsalo primito, piénsalo, no se lo vayas a vender a otro que te vaya
a estafar.Aquí somos personas de bien, gente confiable, de reputación

conocida, somos patas de toda la vida, que jamás te va hacer ningún mal

primo, véndelo no más sin miedo, ni que yo fuera el DIABLO.

“Virgen María

es un chiquillo

como fue tu niño

castiga al que vende

la droga, el pitillo

salva a mi hijo

Virgen María”.

Salva a mi hijo ~ Guiller

El ángel de la Rata

Tulio ya pasó los 40 años de edad pero aún su madre lo sigue tratando

como si fuera un bebé.

— Tulio, carajo, no te vayas a mover de la puerta de la casa. Que ya te he

dicho que no se come con las manos. Que no se habla con la boca llena.

Que no se le tira piedra a la gente. Que no se mata a los pajaritos. Que te

cambies de ropa porque esa te la has orinado. Que no te pongas a tomar

licor Tulio, que luego pierdes los estribos. Que lávate la cara y las manos.

Que no cojas el dinero de la gaveta. Que no te comas los marcianos de


fruta. Que tu papá ya te dijo que no le cojas sus revistas. Que no se roba,

Tulio. Que no se grita en la calle. Que no hagas la caca en la esquina. Que

por el amor de Dios no se toca a las chicas. Que no te masturbes en la


ventana, Tulio. Que no escupas a la calle. Que no se le grita a la mamá.

Que no se le pega. Que no se hace daño. Que no se miente Tulio. Que


cierra la boca, que se te cae la baba. Que hables bonito, que no se te
entiende. Que la vida es así Tulio. Que tienes que aprender. Que no te dejes

agarrar de huevón. Que tu comida ya está lista. Que ya no llores Tulio, que
mañana será otro día.

Doña Filomena ya no sabe qué hacer con su hijo, desde que llegó al mundo
sólo le ha traído nada más que problemas.
— ¿Otra vez embarazada? Mujer ya te dije que te cuides.Renegaba Don

Cirilo.

— Pero tú vienes todo borracho y no te digo nada pues Chillo, más bien dame
plata para comprarle comida a tus hijos.

— Chola de mierda, yo no tengo plata para más hijos, por mí ya no tengo ni

un hijo más. Desásete de él, ya no nos alcanza el dinero. Total, ya tenemos

varios hijos, sino, va ser tu problema.Dijo cobardemente.


Filomena agarró el florero de su mesa central y se lo tiró por la cabeza

escupiendo estas palabras: “Maldito seas Cirilo, quieres matar a tu hijo, a tu

sangre, no te lo permitiré hijo de puta, lárgate de mi casa, borracho malnacido

hijodeputa, lárgate”.

Luego de esta amenaza, Filomena se quedó sola con ocho hijos y un

pequeño en la panza. Se dedicó a vender vegetales en el mercado, luego

vendió pescado, después papas, camote, verduras, choclo, zanahoria y

alverjita. Todo con su neonato en la barriga, sufriendo los trajines del

embarazo y sacándose la mugre para darle de comer a su familia hasta que un

día no pudo más, y al sétimo mes de gestación Tulio decidió expulsarse del
útero sin medir las consecuencias.

“¡Ay Dios se me rompió la fuente!”, exclamó Filomena en el mercado de


Viqui Victoria, y no tenía a ninguno de sus hijos cerca para que la auxiliaran.

Rosa, la señora que vende pescado y siempre anda bien perfumada, se le

acercó y casi se desmaya cuando vio un rio de sangre que se escurría entre las
piernas de su amiga.

“¡Ambulancia!”, gritó pero esa palabra era desconocida en mi barrio.


“Médico”, intentó, pero el más cercano aún estudiaba en la facultad de San
Fernando de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

“Abre las piernas vecinita, puje no más, puje fuerte que se muere el niño…

Puje vecina, puje, ¡Puje pues carajo!…”, gritaba Rosa la pescadora agarrando
con sus dos manos a ese engendro que de un momento a otro solito se eyectó.

“Ya nació, está mojadito, dénselo a su madre”, advirtió Rosa.

El recién nacido se abría paso entre los trapos, pero su imagen no era la de

un tierno bebé rosado, dócil, cándido, tierno, sino todo lo contrario, era gris,

con moretones de color verde, cabello muy grueso como si fuera piel de erizo,

nariz semi-deforme, pómulos flácidos, extremidades cortas y algo extraño que

se extendía al terminar la columna vertebral que dejaba ver su espalda.

“¿Es una cola?”, se preguntaron lo chismosos del mercado cuando un

horroroso grito entre humano y animal irrumpió en la acústica del puesto de

ventas.

“¡Euyiiiiiinnnnnnnn!”

Un grito macabro e inelegible se escuchó por todo el mercadillo


provocando que la gente cuchichée, murmure, prejuzgue, especule y pregunte.

“¿Qué es eso que está ahí?¿Es un animal?¿Es humano?¿Tiene cola?”.

La madre en evidente estado de shock, sólo pedía abrazar a su bebé


mientras que Rosa la pescadora solo atinó a dibujar un gesto de asco en su

rostro cuando lo dejaba en el seno de su progenitora.

Los ojos de Filomena se devoraron el cuerpo de Tulio, un raquítico


espécimen sietemesino que desvestido parecía una pequeña rata mojada. Su
rostro era ovoide y dejaba ver su nariz pegada al mentón, con vestigios de

bigote y orejas puntiagudas. Sus dos pies tenían cada uno seis dedos, los
meñiques estaban pegados al anular. Sus manos eran escuálidas y velludas, su

pecho tenía púas ensortijadas que abundaban hasta su espalda. El soporte de su

columna vertebral terminaba en un apéndice que parecía moverse con

voluntad propia.Efectivamente, era una cola.

Su madre lo miró con ternura, pasión, amor, dolor, pena, tristeza,

melancolía, odio, rencor y resignación. Cerró los ojos y lloró para sí, como

sabiendo lo que le esperaba a su pequeño amado, como entendiendo que la

sociedad marginaría a su pequeño campeón. Y se tragó el llanto, y se tragó la

hipocresía, el miedo al qué dirán, a la discriminación, a la burla, al desprecio y

abrazó fuertemente a su hijo para decirle: “Te amo y como tú nadie será más

especial, mi Tulio, mi pequeño Tulio Armando”.

Años después era conocido como el niño-rata y presentó otras situaciones

congénitas consecuencia de su Acrocefalopolisindactilia.Una rara enfermedad


de origen genético y transmisión hereditaria autosómica recesiva que se

caracteriza por malformaciones del cráneo y fusión congénita de dos o más


dedos entre sí.

El cerebro de Tulio estaba perdiendo la cordura, no razonaba con facilidad


y su habilidad motora se iba deteriorando mientras crecía y Tulio, en plena flor

de la vida, ya estaba empezando a morir, a envejecer gracias a un trastorno de


diferentes mutaciones que afectan su gen RAB23 situado en el cromosoma

seis humano.
Pero nadie lo entendía, nadie lo sabía, ni sus propios padres. Por eso los
que se llamaban sus amigos se burlaban de él continuamente, no sólo por su

aspecto físico, sino por su retraso mental. Lo bañaban con lodo, lo


embriagaban con alcohol, lo desnudaban en la calle, le pegaban con fierro,

enviaban a los perros para que lo muerdan, le hacían robar y hacer

obscenidades en la vía pública.

Su madre trataba de impedir esta agresión contra su hijo, pero él ya con


raciocinio para fugarse de casa, se escapaba sin importarle donde acabaría.

Fue de esta manera que descubrió el barrio, su delincuencia, sus personajes,

sus amigos, sus enemigos, sus abusadores, sus protectores y el bendito

alcohol, la droga, el pitillo y la mala maña. Herramientas que ha sabido utilizar

para subsistir en este mundo lleno de prejuicios, maldades, separaciones, pero

que poco le ha servido para cambiar esa mirada infantil perdida que se asoma
cuando está muy bebido o drogado o fuera de si mismo, tal vez preguntándose

en su introspección ¿qué espera el mundo de él?

Mientras tantosu madre, el ángel de su vida, día tras día, año tras año,

década tras década, sigue buscándolo de sus arrabales para arrastrarlo hasta su
lecho de amor y decirle en su poca conciencia: “mi Tulio, mi pequeño Tulito,

mi Tulio Armando, ya pronto todo esto acabará y diosito con sus alas nos
recogerá. Pero ya hijito, no te pongas malito”.

Los Hombres de Lidia

Doña Lidia tiene cuatro hombres que la aman con una intensidad que a

veces ella no lo creería. No la sorprende, aun cuando se haya casado a los 15

años con un sujeto de 21, ni aunque éste mismo fuera su primer marido. No,

ella siempre quiso ser amada y lo logró.

Ahora, después de un largo matrimonio de más de cinco décadas, puede

sentirse satisfecha de su vida pasional. Nunca le engañó a su esposo, siempre

le fue fiel e inclusive le contó, muy seguidas veces, sobre los amores que año

tras año hacían latir su corazón de manera inquietante.

Su pareja matrimonial, un tipo macanudo y de cierta interpretación liberal,

sólo la escuchaba mientras leía su diario o se embriagaba con el bendito licor


que nunca faltó en su domicilio. “Igual”, decía ella. Total, cumplía con decirle

lo que extrañamente le sucedía, claro que de manera recatada y con mesura.

Dicen algunas personas que un clavo saca a otro clavo, y podrían tener

razón, pero lo sucedido en este caso fue diferente.

Cada hombre que llegaba a su vida, producía un nuevo sentimiento en ella,


sólo que lo escondía tras su imagen de mujer recia, dura y luchadora que debía

mostrar para su crecimiento personal, económico y social; aunque en


ocasiones muy seguidas se mostraba dócil, voluble y enamorada cuando los
tenía a solas en su cuarto.

A esta mujer le gustan los hombres, sí. Y sus hombres para ella, son los

únicos que verdaderamente llenan todas sus ambiciones.

Ya han pasado meses que no los ve. En ocasiones evoca al recuerdo y

siente que junto a su corazón nace ese airecito (entre frío y caliente) que
recorre totalmente su cuerpo y le hace sentir que aún ellos están allí.

Ayer tuvo un sueño, un ave le contó que su nido le quedaría chico para

empollar sus huevos. Ella no le contestó. No sabía qué decirle. Entonces le dio

la espalda y se despertó.

Cuando se dio cuenta, tenía a dos de sus amores devorando los panes del

desayuno que siempre deja preparado. Miró hacia el sillón central de la sala y

una maleta le avisaba que un hombre más se encontraba en el lugar.

¿Sorpresa? ¡Claro! Esta mujer no sabía qué hacer, y no porque sus amores

furtivos se veían las caras en su hogar, o porque su marido podía llegar del

trabajo en cualquier instante, o porque improvistamente sonó el teléfono y un


cuarto amante anunciaba su llegada en cinco minutos -so pretexto de saldar

cuentas-. No, sucede que por una rara cosa del destino todos la buscarían y se
darían esta grata sorpresa en la casa de su marido.

(...)

Son las 2 y 15 de la tarde. Pasó más de una hora en que los cuatro hombres
de Lidia conversaron tranquilamente en una mesa servida. Los platos ya están

vacíos, los tenedores sucios, los vasos dejan restos de pequeñas gotas de Pepsi
Cola y sillas aún están tibias, por el reposo de sus bebés.
Las mejillas de Lidia fueron abarrotadas de besos de despedida, besos que
le prometían que regresarían lo más pronto posible, besos que ella quisiera

sentirlos a diario, besos que extraña desde su encierro, besos que le auguraban
el pronto silencio de su hogar, que inmediatamente ella lo transformará en un

perpetuo recuerdo.

Daga en el Corazón

“Yo la amo”, me dijo sumergiendo una lágrima en el quincuagésimo vaso

de cebada rubia que habíamos libado esa tarde.

Era la primera vez que Pepe se quebraba delante mio por un problema tan

complejo. Claro, antes lloró recordando a su madre héroe que entregó su vida

al apóstol San Pedro por la de él. Nunca la conoció en vida y durante años

hasta hoy una fotografía de color sepia llena ese vacío que reserva para su

próximo re encuentro con ella.

Un momento que espera tan ansiosamente como lo hace el fluir de sus

lágrimas cuando escucha pronunciar el nombre de su abuela. Una hechicera

mudita del bajo Piura a quien le cortaron la lengua por predecir la muerte de la
hija de un capataz. Luego fue violada por un ladrón degenerado que

desgraciadamente se convirtió en su abuelo.

La impotencia que le embarga a Pepe se convierte en una ira insostenible

que termina con el brote de gruesas lágrimas de rencor. Llanto.

Esa palabra es común en Pepe cuando bebe cerveza, enciende cigarrillos y


distrae su vista con el humo que se pierde entre sus cabellos rizados.

Hace mucho que no recuerda buenos ratos. Siempre es monótono. Siempre

lo mismo. Siempre los lunes de trabajo y los domingos de bohemia. Siempre


pensando en ¿qué nuevo vendrá? Siempre preguntándose ¿dónde ella estará?

El licor fue su amigo antes que yo. Pero no me quejo, siempre hay algo con

qué estar mejor. Siempre fue su fiel compañero. A él preguntaba por el amor

de paso, por la estabilidad en el trabajo, por la estupidización de la política,


por el destino esa madre y por el bienestar de su familia.

Y cada vez que recuerda eso, tiembla intensamente hasta que su rostro se

arruga dibujando un gesto indescriptible en la faz de su cara, a la vez que su

puño corta el aire para caer contra la mesa que tiembla al oír un ¡carajo!

ensordecedor.

Como hoy, que golpeó la mesa constantemente mientras se preguntaba ¿qué

hacer ahora, cuando está distante de aquel amor con quien vivió más de cinco

décadas de matrimonio intensamente feliz? Arrepentimiento centrífugo. Esta

triste. No quiere hablar. Prefiere callar.

Antes de dormirse en la silla del comedor me cuenta que su autor favorito

es Gustavo Adolfo Becker, inclusive a uno de sus hijos lo llamó así: Gustavo

Adolfo. Pero reconoció que no encontró en las “Oscuras golondrinas” lo que si


halló en un verso cantinero, ese que le recordaba a su compadre Tintán cada

vez que lo encontraba en el bar Tobara de Surquillo:

“Amor se paga con amor,

dolor se paga con dolor,

traición se paga

con daga en el corazón”.



“Ese mulato es un puente roto

porque nadie lo puede pasar”.

Perico Macoña ~ Ángel Canales

Los Bujíeros

La casa de Los choros en Viqui Victoria fue el epicentro de estipendio de

drogas más solicitado por los adictos de los distritos de San Borja, Surco,

Surquillo, San Isidro y Miraflores. Era el lugar más caleta para comprar

estupefacientes como Cocaína, Mariguana, PBC, Crack, Terocal. Todo lo que

pueda hacerte volar allí estaba, y en esa casa vivían dos primos llamados Pavi

y Manongo.

Ellos nacieron el mismo día del mismo mes con la diferencia de un año,

pero igual siempre hicieron todo juntos. Robaron su primera cartera, juntos.

Fueron al colegio, juntos. Se fugaron de él y jamás regresaron, juntos.


Hicieron la primera comunión juntos y se convirtieron en delincuentes, juntos.

Pero no acabaron juntos.

Recuerdo que uno de ellos me decía primo y no entendía por qué, pero era

el que más me cuidaba cuando jugaba en las calles. Si alguien me quería robar
las figuritas jugando a las bolitas con ñoco, o picotear el trompo lanzándolo a

la cocinita, o derribar mi cometa en la guerra aérea; llegaba Manongo y les


metía un sopapo, les arrebataba sus cosas y me las daba. Así era mi primo,
pero nunca entendí por qué.

Esta mancuerna tenía una táctica caleta para vender sus drogas. Primero

recibían al parroquiano en una esquina, si no era conocido le pedían la plata


primero y desaparecían media hora hasta que el angustiado se aburriera o le
diera miedo y se vaya. Cuando era un conocido, recibían el dinero y le pedían

que se de una vueltita.Luego debajo de una piedra sacaban el condimento y


cuando regresaba el consumidor se lo entregaban como saludando. Todo era

sencillo pero cauteloso, siempre estaban los policías rondando por su billete y

los Serenazgos de Surquillo, personajes que todos mandaban literalmente a la

mierda porque Viqui Victoria no era de nadie.

El negocio fue fructífero hasta que llegó el Plan Luciérnaga, una campaña

de seguridad que tenía jurisdicción en todos los distritos colindantes con Viqui

Victoria, el foco de infección. La estrategia dio resultado y encarcelaron a todo

microcomercializador que rondaba por las calles. Entre ellosPavi y Manongo.

Ya en cana la dupla reconoció a varios amigos surquillano que purgaban

condena en el Penal Sarita Colonia del Callao. Allí estaba Vito, un chavetero
asesino malandrín, de cabeza rapada que mostraba sus cicatrices de tanta

botella rota que ha recibido. Allí hicieron manchita y hasta jugaron fútbol,

ganaron el campeonato interpenales que realiza anualmente el INPE (Instituto


Nacional Penitenciario) y salieron en la televisión.

Ese día todos los del barrio fuimos a ver el fútbol en la casa de Chino, un

moreno jalado que tenía el televisor más grande de la cuadra. Dudosa


procedencia.Allí vimos las repeticiones de los goles de Vito, Pavi y Manongo,
tres delincuentes que adrenalínicos gritaban gol en señal abierta frente a

millones de peruanos, gracias a su malamaña que los encerró en el penal.

En ese momento eran más famosos que Mandingo, el único muerto del
barrio que salió publicado en el periódico La Chuchi luego de ser atropellado
por un congresista tránsfuga al que llamaban “Come Pollo”.

Cuando salieron del penal, Manongo y Pavi tenían los bolsillos vacíos y

como no se arriesgarían en el tráfico de drogas, decidieron regresar a la vieja

escuela, al legado de sus padres, a los orígenes de su familia, a romper lunas


de autos con bujía.

Fue así que decidieron ir donde Marrufo, un mecánico que desmantelaba

vehículos siniestrados en su garaje de mala muerte. A él le pidieron bujías

usadas, quemadas por el aceite pero con la porcelana inquebrantable. Ese es el

secreto para que el vidrio siniestrado se quiebre de un solo golpe. Se prepara la

bujía separando la porcelana del fierro. Esto se hace golpeando con una piedra

caliza redonda hasta que el blandón se convierta en proyectil. Éste se lanza al

centro del objetivo y al primer raje de vidrio se golpea con los codos y vulnera

la protección para arrebatar todo lo que esté al alcance de la manos.

Recuerdo que me los crucé cuando regresaba de volar cometa. Manongo


me preguntó que si le había hecho carta a mi barrilete. Le respondí que sí y

que lo hice volar tan lejos que la carta desapareció en el aire, que luego se me

rompió el pabilo y la cometa se perdió.

“Buena primo -se burló- eso es un augurio de que todo va salir bien”, dijo
irónico y luego se fue con Pavi a preparar las bujías para romper los famosos

vidrios Impenetra.

Ellos robaban en la esquina de Tomás Marsano con Alejandro Peralta a los

autos que venían de San Isidro. En ocasiones aparecían mujeres al volante que
dejaban sus carteras sobre el asiento continuo, era allí que aprovechaban los

ladrones para arrebatarles el bolso y fugar en escapada hacia el pasaje Martin


Luther King. Una especie de agujero de gusano que los transportaba hacia un
universo paralelo. Desaparición.

En ocasiones llegaban los policías pero nunca resolvían. En otras, las

mismas mujeres salían del auto persiguiendo a los bujíeros. Todo era en vano.
Siempre quedaba un tercer personaje llamado “campana” que miraba todo lo

que sucedía tras el robo y si alguien respondía al asalto, era este quien

finiquitaba el asunto con su fierro.

Desgraciadamente ese día el campanaestaba inserto en un cuarto de hotel

fumando PBC y esa ausencia fue un augurio que no interpretó Pavi ni

Manongo, pues este ya tenía la mirada fija en un Alfa Romeo Coupé color

amarillo que se detuvo en la luz roja de la avenida Tomás Marsano.

Corrió como lince tras su presa y de un bujíazo reventó la luna del auto. Se

cortó los nudillos de los dedos al intentar arrebatar la cartera, pero ésta fue

retenida por la mano de un hombre.

Manongo intentó con todas sus fuerzas aferrarse al bolso, golpeó

brutalmente el convertible europeo pero terminó por soltarlo.Salió disparado


del auto como un pericote escapando del gato. Tenía como única meta llegar

hasta al pasaje donde se teletransportaría a su cubil.

Sin embargo a mitad de camino sintió que el aire que soplaba su rostro era

tan idéntico al que volaba su cabello cuando corría jugando a la chapadas con
sus amigas de la cuadra. Y recordó el grito de su madre cuando lo llamaba

para tomar lonche: Apúrate Manongo que tu leche está con nata. Y su madre
reía, y él se reía, y veía que su rostro era tan inocente, sin chuzos, y sentía que

era feliz, hasta que un proyectil le impactó en la espalda y lo regresó al


presente.Otra bala perforó su hombro y una tercera le travesó el cráneo. El
cuerpo cayó como un costal de papas contra el asfalto dejando de inmediato

un gran charco de sangre tatuadosobre el pavimento.

Ante el sonido de los balazos Pavi quedó pasmado, lerdo, estático mirando
a su primo desangrarse. El asesino se le acercó, lo tumbó al piso, lo golpeó con

la cacha del revólver y llamó a la policía. Era un General campeón de tiro de

la Caballería Peruana.

Pavi pasó nuevamente internado en un penal llamado El Sepa, inserto en

medio de la jungla.El único reclusorio que no tiene un fugado. Recuerdo que

cuando regresó al barrio me clavó una mirada intensa y fría, esa mirada de

quienes no tienen alma. De aquellos que ya lo hicieron todo.De los que no

tienen nada que perder.

Dicen que estuvo enfermo de tuberculosis un tiempo pero luego se

recuperó.Tomó pastillas antiretrovirales por una infección que contrajo cuando


fue flagelado en el penal. Eso retrasaría la muerte un tiempo. Antes se hizo

apretón con su hermano, un chiquillo al que decían cagón, el “Chiquillo

cagón”, con quien robó el Banco Continental de la avenida República de


Panamá llevándose 80mil nuevos soles. Luego, volvió a desaparecer por unos

meses. Su regreso lo hizo en un auto Mitsubishi blanco con alerón.Invitó trago


por una semana a todos los malandrines y, otra vez, como por arte de magia
volvió a desaparecer.

Todo el mundo lo buscaba. Que se fue a Piura, que se fue del país, que está

en otro distrito, que ya se murió, que está caneado nuevamente en el penal.


Eso dicen todos los que buscan y no encuentran. Pero los que parecen no saber
nada a veces conocen mucho más.

Como el señor Don Lucho, un panadero que tiene ochenta años y desde los

quince se dedica a vender pasteles en la misma esquina de siempre.Una que

mira frente a Rebasa, el clásico escondite de terroristas, secuestradores y


ladrones de bancos.Un escondrijo ultra secretoque gozó albergando al

camarada Feliciano a la banda Los Retacos. Un sitio del que todo

surquillanotiene conocimiento, pero nadie sabe donde queda o prefiere no


saber. Un santuario que acopia todo el lumpen de la ciudad, esa que según Don

Lucho acogió los últimos años de Pavi antes de que salga con los pies por

delante rumbo al crematorio.

“La coca, la coca

me vuelve medio loca”.

La coca ~ Pedro Almodóvar y McNarama

El Muerto Erecto

Casi todos en mi barrio son tildados de homosexuales. Seguro porque

alguno se acostó con alguien de su sexo, o porque comúnmente beben licor

junto a travestis en las reuniones sociales, o porque lo ven a uno conversando

con un gay en el Parque del Trabajo. Todos son tildados de maricas.

Sucede que para afianzar esta mera especulación por arte del destino una

jauría de locas decidió montar su centro de operaciones en Viqui Victoria.

Alquilaron un cuartucho a la espalda del Jardín de infancia. Un cuartel donde

se gestaba un sinnúmero de sucesos irreales provocados por el frenesí de la


cocaína y los excesos. Algunos de ellos como la transformación completa de

sus cuerpos: implantes mamarios, aumento de culo con silicona o aceite de

avión, cambio facial, pómulos, operación de nariz, reducción de labios.

Unos travestis al límite que sacudían sus noches a ritmo de Bailando hit de
Alaska y Dinarama. Se vestían de Dragg Queen en la discoteca Dow Town de

Miraflores y agitaban sus sentidos acelerados por los ácidos. Adultos que
sometían su cuerpo a cirugía plástica en clínicas clandestinas que operaban en
jirón Dante de Surquillo para aparentar una fantasía animada. Lucy in the Sky

with Diamonts.

Algunos pagaban sus engreimientos físicos ofreciendo su cuerpo en alquiler


exponiéndolos bajo la garúa nocturna y el frío pavimento del puente José
Abelardo Quiñones de San Borja, pontón que terminó siendo recinto de

trueque sexual urbano. Allí se amanecían hasta las tres de la mañana ofertando
la vida. Al final de su faena, se llevaban un parroquiano a ese cuarto harem

para finiquitarlo a puro sexo. Borderline.

Sin embargo en mi barrio lo ignoraban y en cada chupeta social los

cabritos tenían que estar allí. Algunos de ellos eran conocidos como Fandana,
La Popó, Katiuska, Chiva, entre otras que desaparecieron paulatinamente.

Ellas siempre estaban con dinero y dispuestas a ser el centro de atención.

Como aquella vez en la canchita deportiva donde se jugaba en Décimo

Campeonato de Masters de Surquillo Fut-Sal. Y cerraban la noche el Sport

Dinamo con Deportivo San Francisco, dos clubes titánicos que se medía tete a

tete al mismo estilo de clásico Universitario de deportes versus el Club

Alianza Lima.

El campo deportivo del barrio es un espacio rectangular cercado por una

pared de ladrillos que mide dos metros quince centímetros. El espacio más
grande está destinado a ser la cancha principal, habilitada con dos arcos y red.

Está pintado como cancha de vóley, básquet y fulbito. Además hay dos
tribunas: occidente y oriente. Cada una de cuatro gradas. Detrás de ellos está
el camarín que sirve como baño público y más allá esta la zona libre, donde

puedes tomarte tus chelas, meterte un dancing, aplicarte unos ñeques, y


vacilarte rico.

Es en este lugar donde estaban las “bandidas” bebiendo de lo más rico con

la collera de la cuadra, entre ellos Narizón, Mitrón, Rulitos y Pelao, que


estaban más que contentos recibiendo la chela gratis de los cabritos.

Cerveza por aquí, besito por acá. Salud por allá, toquecito por aquí. “Ay

que te bailo el perreo”, decía una de ellas a otra que le repetía: “tu no lo

conoces a mi marido, mi marido es un pendejo”, mirando la bragueta de


Rulitos, el zambo que se movía a ritmo de “Dame tu cosita” un reggae de La

Cripta.

Es ahí que La Popó hace un círculo y se pone a bailar al estilo Britney

Spears. Comienza a tocarse la ingle con su dedo índice, frotando su pene que

lo tenía incrustado como candado a su orto. Hit me baby one more

time.Espectáculo deplorable que terminó por atemorizar a la pandilla.

“Suave loco, no hagas eso”, dijo Pelao y el cabrito se encendió.

“Oye tu no tienes que decir nada, si quiero te boto y ya”, arremetió la

maricona haciendo un gesto de morena en el Bronx antes de pelear.

El Pelao se empinchó pero fue apaciguado por Mitrón quien dijo que tenía

un trago para tomar. Era tiempo de partir, pero el Narizón tenía una espina en
la cabeza y un as en el closetcon ansias de salir.

“¿Yo tengo la coca, así qué cómo va ser?”, dijo aventando dos bolsitas de

clorohidrato sobre la caja de cerveza vacía que decoraba el círculo humano.

Los ojos de los presentes se convirtieron en dos de oro y en menos que


caiga el residuo de la chela al suelo, el grupo ya estaba con ganas de hacer “lo
que sea”.

La Popó gritó eufórica: “¡vamos al cuartel!”.


Todos afirmaron al unísono y salieron en fila india.

Con vodka, wiski, cerveza y droga en el cuartel rosa de La popó, el

desbande era inminente y todo daba vueltas y vueltas, y la música de Rafaela

Carrá se escuchaba por todas partes. Y que los policías siempre quieren que se
la chupe. Y jala, jala, la coca, que me pone medio loca. Que “Para hacer bien

el amor hay venir al sur, lo importante es que lo hagas con quien quieras tu”.

Todos siempre dicen que nunca hantirado con uncabro. ¡Yo no les creo! Jala
por la ñata con el sorbete huevón.“No me mires, no me mires, déjalo ya. Que

no llevo puesto el maquillaje, je, je”. Una vez Katiuska le chupó la pinga al

Narizón cuando limpiaba su casa. Está que baja la coca. ¡Arrggg!

Conchasumadre… parece una bola de ácido. “I am belive…”. Que la coca ya

no pasa, que la coca ya no pasa. “No me mires, no me mires”. Dile al Narizón

que se deje de huevadas, que ya nos vamos, que se vaya. “El maquillaje, je,

je”. Mitrón no sé dónde vamos ¡pero vámonos ya!

Al día siguiente la mayoría apareció en su casa. Pero nadie sabe cómo. Es

de esas clásicas chupetas donde no se recuerda qué fue lo que hiciste la noche
anterior.

Eran las tres de la tarde y el timbre de mi casa sonó. Eran los padres del

Narizón preguntando si sabían algo de él. Que no había llegado a casa y que
todos estaban preocupados. “¿Quizá su hijo estuvo con él?”, preguntaron.

Mi madre les dijo que no sabía y que yo estaba durmiendo. Que no me iba
a levantar. Sin embargo yo escuché y de inmediato llamé al Mitrón y él le dijo

a Rulitos y éste dijo que regresamos gateando a nuestra cuadra en un estado


etílico “hasta el pincho”. Además recordó que el Narizón estuvo botando
sangre por su nariz de tanta coca que había inhalado, pero desconocía si

regresó con nosotros.

“La cagada”, dijimos. “¿Dónde podrá estar?”, preguntamos. Así que fuimos

al cuartel rosa a ver qué había sucedido.

La puerta del callejón estaba sin seguro así que decidimos entrar.
Caminamos hasta el final del pasadizo con dirección a la puerta 9C. La

ventana estaba cerrada y tenía la cortina extendida que dejaba ver una

siluetaborrosa que reposaba sobre la cama. Totalmente inerte.

Mitrón dijo que era el Narizón, que estaba dormido.

“Sácalo por su nariz”, nos gritó apuntando hacia la protuberancia que

sobresalía de la sábana.

“Es él. Estoy seguro”, se aferró, pero algo sucedía, no se movía, no parecía
dormido. Había pasado mucho tiempo.

“¿Estará muerto?”, nos paranoiqueamos y tocamos la puerta. No se

despertó. La pateamos y no pudimos abrirla. Conversamos con un pata que

vivía por ahí y nos dijo que la chica de ese cuarto había salido hace horas
perfumada y con una maleta.

Entonces decidimos llamar a su mamá y a la policía. Ellos llegaron al acto

y de un trancazo destruyeron la puerta. Un resplandor de luz inundó la


habitación descubriendo de a pocos el cuerpo desnudo de un joven velludo.

“Es mi Óscar”, dijo la madre cuando la luz se disipaba. Pero algo no


coincidía, sus manos no estaban tan cuidadas, las uñas nunca estuvieron más

limpias, su cuello parecía tan fino y tenía el pecho afeitado. Cuando se


acercaron vieron que la protuberancia en la sábana no era el perfil de Óscar.
¿Qué era? Un falo erecto que medía el tamaño de una cuarta extendida. ¿Pero

de quién era? Era de la Popó, muerto por sobredosis y con una erección que
recordaba el perfil del Narizón.Increíble.

¿Y quién era la chica que se fue en la mañana?

Nadie lo supo, pero Óscar Díaz Arias jamás regresó al barrio.

“Compañeros de prisión

gente de todas las clases

que no tienen corazón

y no saben lo que hacen”.

El Preso ~ Fruko y sus tesos

El Microbús

Lunes ocho y treinta de la mañana. Todo Angamos, Ace Home Center, Vía

Expresa cincuenta, Avenida Arequipa un sol. Parque Mora un sol cincuenta.

Pague con sencillo. Al fondo hay sitio. Papá, arrecochínese, apéguese, avanza

pe’causita. Adelante entran cuatro. Atrás entran seis. La viejita no paga.

Señora suba a su hijita en sus piernas si no va pagar. Los bultos no suben.

Causa tu perro no sube, ya te dije causa, no insistas. Papi chántate. ¡Señor


avance! Está en rojo señorita. ¡Pero la luz está en verde! Ya cambió, no se

queje sino se queda. Vamooooo… espera, espera, suben dos para la ventana

varón. Aquí no se admiten ambulantes. Ya pe causa, un ratito no más, colabora

pe causita. Ya vamos, vamo’.Pisa, pisa, vamos sopa.

“Señoras y señores, damas y caballeros, con el debido respeto que ustedes


se merecen, vengo a ofrecerles un poco de mi arte. Yo acabo de salir del penal

Sarita Colonia del Callao y desde joven estuve en las malas andadas. Con mi
hermano Rabito nos dedicamos a robar, a drogarnos, a asustar a la gente, a
delinquir, a secuestrar. Pero no me ignores varón, no me escondas la mano.

Todos tenemos errores, todos caemos varón. Me vas a decir que no tienes un
hermano drogadicto, un amigo borracho, un papá fumón, pegalón, abusivo,

enfermo, maricón. Piensa bien varón, piensa antes de ignorarme. Piensa en


que estás dándole la espalda a tu vecino, a tu amigo, a uno que cayó en
desgracia varón. No me niegues una ayudita hermano porque no he venido con
las manos vacías, yo he traído aquí mi arte que me enseñaron en el penal, que

me enseñaron mis taitas, que me dieron para ganarme la vida varón.

Como ustedes pueden ver mi hermano Rabito aquí al costado tiene un


desarmador para camión que mide treinta centímetros. Nos lo dieron los

mecánicos en el puerto pesquero para ganarnos la vida señor. Y ese

desarmador que usted ve mi amigo se lo va meter por la nariz, hasta el fondo


señor, hasta el fondo varón. Mire como su fosa nasal se abre varón, miren

todos. Usted niño ¡no lo haga nunca! Ni se atreva. Padre no deje que su hijo lo

intente. Este sujeto tiene práctica, sabe cómo hacerlo, pero que no le vaya a

dar miedo esa sangre que corre por su nariz, eso es parte de la rutina señor,

parte del espectáculo papalindo. No se vaya asustar, no lo hacemos para darle

miedo señorcito, no vaya a pensar eso. Es nuestro arte, nuestra manera de

ganarnos la vida. Como esta cuchara que usted ve y que la voy a quemar por

un minuto con el fuego de este encendedor. Luego me lo apretaré contra el

brazo y verá que no siento dolor. Si señora mire, mire como se quema la piel,

mire como se achicharra mi dermis, mire mi rostro sudado por retener el grito,
mire señora cómo es que me gano la vida, luego de caer en los infortunios

señor, señora. Solo le pido una limosnita varón, una ayudita, un sencillito. Voy
a pasar con mi bolsita por sus asientos.

Empezaré por la parte posterior y terminaré por la parte delantera. Dame


una propinita, un centavito, no me ignores o quieres que regrese a la calle, a

robar, a matar, a hacerle daño a la gente. ¿Eso quieres? ¿Que te asalte cuando
bajes, que este desarmador te lo meta en el cuello y te quite tu billetera, que te

agarre de los pelos abajo y te jale tu cartera y nada puedas hacer señora? ¿Eso
quieres? No me niegues una oportunidad mamita, papito, no me niegues tu
voluntad señor. Nosotros así nos ganamos la vida, no me mires con asco, no

querrás que te mire y te siga hasta tu casa y te robe todo. Que vaya con una
pistola y asalte tu carro en la calle. No querrás que secuestre a tus hijos papito,

mamita, no querrás que me viole a tu mujer. No varón, yo quiero cambiar, yo

quiero una oportunidad, en la calle no me dan trabajo por estar en prisión y no

tengo para comer, mis hijos se mueren de hambre, soy padre de cinco niños y
soy el sostén de la familia. Todos están en la primaria, tengo que darles qué

comer, ¿y si no me das nada? Me obligas a robarte, a buscar el pan como sea.

No me ignores varón, no vaya ser que saliendo a la vuelta de la esquina te

encuentre y te robe todo lo que tienes papá. Si, a ti que tienes tu reloj de oro,

¿no me vas a dar un centavito? ¿Qué tanto te hace falta? A ti señora que tiene

su cartera de cuero con plata dentro, ¿qué le va hacer falta una monedita

señora? A ti señorita que seguro ya cobraste tu quincena y te vas toda linda a

tu instituto. Dame una propinita por el amor de Dios, no querrás que más tarde
alguien te robe tu sueldo. Lo que uno da uno recibe señorita. No me ignores

papito, no me ignores, que me duele el corazón más que la cuchara caliente en

mi brazo. No me bajes la mirada porque bajando te la voy a robar papá. No me


nieguen el alimento, señorcito.

¿Eso quieren no? Que les roben, que los traten mal, porque cuando uno

habla con el corazón nadie lo comprende, nadie lo escucha, nadie te toma


atención, nadie te quiere dar una oportunidad, nadie te mira. Todo porque
estoy un poco sucio, maloliente porque no me he bañado.¡Acabo de salir del

penal señora! Pero no me han dado libertad, me acabo de escapar y si no me


das tu plata te voy a robar. A ti chibolo huevón que me miras con tu cara de
asustado y tu reloj Swacht. A ti mamá que tienes a tu hijo en brazos. Te voy a

robar la leche, vieja de mierda. A ti cobrador,¡dame la plata conchatumadre,

que este es un asalto hijo de puta! A ti chofer detén tu micro.¡Que te detengas


carajo! sino te clavo una bala en la cabeza conchatumadre. Me voy a robar

todo carajo, todo lo que está aquí conchasumadre. ¿Qué no tienen plata dicen?

¿A caso no pueden regalar un centavito? ¿A caso no se les puede ablandar el

corazón? ¡Se cagaron todos! Saquen sus billeteras carajo o les meto bala a
todos conchasumadre. Así que no quieren colaborar porque recién acabo de

salir del penal. Ya se cagaron todos carajo. No digan ni una sola palabra.

Desembolsen todo mierda, que mi amigo va pasar a recoger. Empezará por la

parte trasera y terminará por la parte delantera. Y tú no me mires

conchatumadre, que no me vas a dar lástima. Yo les pedí una colaboración,

una monedita, y nadie me quiso dar, todos me miraban con asco, todos me

ignoraban varón, todos se hacían de la vista gorda, todos volteaban el cuello,

¿y? ¡Ahora pues! Ahora todos están llorando con el miedo en sus rostros. Tú
me pides que no te haga daño, pero tú me haces daño cuando no me das tu

comprensión, hijo de puta. Tú mamita que ahora me das tu dinero, ¿por qué no

me diste un centavito antes mamita? Ahora te tendrás que aguantar. Ahora


todos se tendrán que aguantar y van a colaborar a la fuerza carajo. Todos dejen

sus celulares, billeteras, relojes. Tu cobrador, saca toda la plata de tu bolsillo y


chofer saca la plata de la media conchatumadre, que he visto que ahí tienes los
billetes. Los demás no se preocupen que ya estamos terminando, que ya nos

vamos, que solo les estamos de pasada en este mundo, que solo robamos cosas
materiales que después volverán a conseguir, todo en esta vida se consigue. A

la buena o a la mala, todo se consigue mamita, no te vayas a molestar no mas


si nos robamos también su intimidad, su vida, su seguridad, su tranquilidad, no
se vaya a molestar si les robamos todo. Esperamos también que le hayamos

robado su corazón”.

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