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EL RESCATE EN LA NIEVE

Érase una vez un campesino que habitaba con sus dos hijos en un lugar muy distante, cercano al paso de una montaña.
El campesino siempre había tenido mal carácter, pero con los años este había empeorado e incluso se había vuelto cruel
con sus animales, a los que maltrataba sin razón, en especial a los perros a los cuales golpeaba y apedreaba.

Un día de invierno, sorprendió a uno de los hijos que regresaba del pueblo, una gran tormenta de nieve. El clima era
terrible y el joven perdió el camino de regreso a su cabaña en medio de las montañas nevadas, por lo que vagó sin
rumbo hasta caer inconsciente en la nieve.

Estaba a punto de morir congelado, cuando sintió en su rostro un aliento cálido y húmedo que lo hizo despertar. Frente
a él se encontraba un vigoroso perro de robusta constitución, que llevaba una manta en el lomo. De inmediato el joven
se apresuró a envolverse en la manta y con un poco de esfuerzo se tumbó sobre la espalda del animal, que con mucho
trabajo logró trasladarlo el resto del camino.

La tempestad no mostraba clemencia y el campesino temía por la vida de su hijo sin poder hacer nada más que esperar.
Ya se encontraba desesperado cuando sintió frente a la puerta lo que parecía ser un ladrido. Con sorpresa descubrió que
uno de los perros a los que tanto maltrataba le había salvado la vida a su hijo, no sabía qué pensar.

De inmediato tomó a su hijo en brazos y lo cubrió de mantas frente al fuego. Luego regresó por el perro, que se
encontraba tendido en la entrada desfallecido sin fuerzas y lo atendió con igual devoción. En lo adelante el campesino
nunca más dañó a un animal, de hecho creó un refugio para perros como aquel al que tanto le debía. Le puso como
nombre San Bernardo y muchas historias se han contado de aquellos perros que asistieron y refugiaron a cientos de
caminantes que transitaban por el paso.

EL LEÑADOR HONRADO

Érase una vez, un leñador humilde y bueno, que después de trabajar todo el día en el campo, regresaba a casa a reunirse
con los suyos. Por el camino, se dispuso a cruzar un puente pequeño, cuando de repente, se cayó su hacha en el río.
“¿Cómo haré ahora para trabajar y poder dar de comer a mis hijos?” exclamaba angustiado y preocupado el leñador.
Entonces, ante los ojos del pobre hambre apareció desde el fondo del río una ninfa hermosa y centelleante. “No te
lamentes buen hombre. Traeré devuelta tu hacha en este instante” le dijo la criatura mágica al leñador, y se sumergió
rápidamente en las aguas del río.

Poco después, la ninfa reapareció con un hacha de oro para mostrarle al leñador, pero este contestó que esa no era su
hacha. Nuevamente, la ninfa se sumergió en el río y trajo un hacha de plata entre sus manos. “No. Esa tampoco es mi
hacha” dijo el leñador con voz penosa.

Al tercer intento de la ninfa, apareció con un hacha de hierro. “¡Esa sí es mi hacha! Muchas gracias” gritó el leñador con
profunda alegría. Pero la ninfa quiso premiarlo por no haber dicho mentiras, y le dijo “Te regalaré además las dos hachas
de oro y de plata por haber sido tan honrado”.

Ya ven amiguitos, siempre es bueno decir la verdad, pues en este mundo solo ganan los honestos y humildes de corazón.

EL PATITO FEO

Al igual que todos los años, en los meses de verano, la Señora Pata se dedicaba a empollar. El resto de las patas del
corral siempre esperaban con muchos deseos que los patitos rompiesen el cascarón para poder verlos, pues los patitos
de esta distinguida pata siempre eran los más bellos de todos los alrededores.

El momento tan esperado llegó, lo que causó un gran alboroto ya que todas las amigas de mamá pata corrieron hacia el
nido para ver tal acontecimiento. A medida que iban saliendo del cascarón, tanto la Señora Pata como sus amigas
gritaban de la emoción de ver a unos patitos tan bellos como esos. Era tanta la algarabía que había alrededor del nido
que nadie se había percatado que aún faltaba un huevo por romperse.

El séptimo era el más grande de todos y aún permanecía intacto lo que puso a la expectativa a todos los presentes. Un
rato más tarde se empezó a ver como el cascarón se abría poco a poco, y de repente salió un pato muy alegre. Cuando
todos lo vieron se quedaron perplejos porque este era mucho más grande y larguirucho que el resto de los otros patitos,
y lo que más impresionó era lo feo que era.

Esto nunca le había ocurrido a la Señora Pata, quien para evitar las burlas de sus amigas lo apartaba con su ala y solo se
dedicaba a velar por el resto de sus hermanitos. Tanto fue el rechazo que sufrió el patito feo que él comenzó a notar que
nadie lo quería en ese lugar.

Toda esta situación hizo que el patito se sintiera muy triste y rechazado por todos los integrantes del coral e incluso su
propia madre y hermanos eran indiferentes con él. Él pensaba que quizás su problema solo requería tiempo, pero no era
así pues a medida que pasaban los días era más largo, grande y mucho más feo. Además se iba convirtiendo en un patito
muy torpe por lo que era el centro de burlas de todos.

Un día se cansó de toda esta situación y huyó de la granja por un agujero que se encontraba en la cerca que rodeaba a la
propiedad. Comenzó un largo camino solo con el propósito de encontrar amigos a los que su aspecto físico no les
interesara y que lo quisieran por sus valores y características.
Después de un largo caminar llegó a otra granja, donde una anciana lo recogió en la entrada. En ese instante el patito
pensó que ya sus problemas se habían solucionado, lo que él no se imaginaba que en ese lugar sería peor. La anciana era
una mujer muy mala y el único motivo que tuvo para recogerlo de la entrada era usarlo como plato principal en una
cena quePasaba el tiempo y el pobrecillo continuaba en busca de un hogar. Fueron muchas las dificultades que tuvo que
pasar ya que el invierno llegó y tuvo que aprender a buscar comida en la nieve y a refugiarse por sí mismo, pero estas no
fueron las únicas pues tuvo que esquivar muchos disparos provenientes de las armas de los cazadores.

Siguió pasando el tiempo, hasta que por fin llegó la primavera y fue en esta bella etapa donde el patito feo encontró por
fin la felicidad. Un día mientras pasaba junto a estanque diviso que dentro de él había unas aves muy hermosas, eran
cisnes. Estas tenían clase, eran esbeltas, elegantes y se desplazaban por el estanque con tanta frescura y distinción que
el pobre animalito se sintió muy abochornado por lo torpe y descuidado que era él.

A pesar de las diferencias que él había notado, se llenó de valor y se dirigió hacia ellos preguntándole muy
educadamente que si él podía bañarse junto a ellos. Los cisnes con mucha amabilidad le respondieron todos juntos:

– ¡Claro que puedes, como uno de los nuestros no va a poder disfrutar de este maravilloso estanque!

El patito asombrado por la respuesta y apenado les dijo:

– ¡No se rían de mí! Como me van a comparar con ustedes que están llenos de belleza y elegancia cuando yo soy feo y
torpe. No sean crueles burlándose de ese modo.

– No nos estamos riendo de ti, mírate en el estanque y veras como tu reflejo demostrara cuan real es lo que decimos.- le
dijeron los cisnes al pobre patito.

Después de escuchar a las hermosas aves el patito se acercó al estanque y se quedó tan asombrado que ni el mismo lo
pudo creer, ya no era feo. ¡Se había transformado en un hermoso cisne durante todo ese tiempo que pasó en busca de
amigos! Ya había dejado de ser aquel patito feo que un día huyó de su granja para convertirse en el más bello y elegante
de todos los cisnes que nadaban en aquel estanque. preparaba. Cuando el patito feo vio eso salió corriendo sin mirar
atrás.

EL LEÓN COBARDICA

En lo profundo de la selva, una vez vivió un enorme león de garras afiladas y colmillos horripilantes, pero a pesar de su
aspecto tan feroz, aquel león de nombre Gentilio no era capaz ni de asustar a una simple mosca, y era tan bueno y gentil
que los conejos y las aves jugaban a su alrededor sin temor alguno. La historia de nuestro león no es una historia
cualquiera. Cuando la cigüeña lo trajo volando al mundo, Gentilio era una bola de pelos muy pequeñita, y como la
cigüeña estaba atrasada en las entregas, mezcló al leoncito con siete corderitos de igual tamaño, y así partió hacia el
rebaño de ovejas para entregar los nuevos bebés.

Al verla acercarse, las ovejas se congregaron nerviosas y cuando por fin tocó la repartición, cada una de ellas logró
llevarse un hermoso cabrito, excepto la oveja Bibi, que al ver a Gentilio por primera vez, se quedó enamorada del
pequeño león y decidió criarlo y protegerlo con mucho amor y cariño.

Cuando la cigüeña se dio cuenta de su error, ya era demasiado tarde. “Me he equivocado y debo devolver el león a su
verdadera madre”, intentaba explicar la cigüeña mientras Bibi apretaba el leoncito contra su pecho. Cuando por fin se
dio cuenta que no podría convencer a la oveja, la cigüeña se marchó refunfuñando mientras repetía: “Está bien, quédate
con él y que tengas suerte”.

Pero la verdad es que Gentilio no tuvo una niñez fácil. A pesar del amor de su madre, el leoncito no podía dejar de notar
que era muy diferente al resto de las pequeñas ovejas. Con el paso del tiempo, le crecieron enormes dientes, garras
puntiagudas y un rabo largo y peludo. Por si fuera poco, Gentilio nunca aprendió a saltar como el resto de sus amigos, ni
tampoco sabía embestir o balar, que es el sonido que emiten las ovejas.

Tanto se burlaban del pobre león que se la pasaba todo el día cabizbajo y llorando, excepto cuando su madre le
consolaba y lo acurrucaba.

Un buen día, Gentilio se acercó a un lago para beber agua, y como nunca había visto su reflejo se asombró de ver que no
se parecía en nada a las ovejas con quienes vivía. Su nariz era ancha y acompañada de largos bigotes, su pelaje era
amarillo, y sus orejas no eran puntiagudas, sino redondas y grandes.

“Tengo la nariz ancha porque siempre tengo miedo, soy de color amarillo porque me paso todo el tiempo triste, y para
colmo, mis orejas son redondas de tanto que he llorado. Soy el carnero más feo del mundo”, repetía entre sollozos el
desdichado de Gentilio, sin saber que él no era una oveja, sino un león hermoso y fuerte.

Toda la tarde se la pasó Gentilio asomado en el reflejo del lago, lamentándose de su horrible aspecto. Sin embargo, a la
caída de la tarde, el león oyó varios gritos desesperados a lo lejos: ¡Eran las ovejas! Un terrible lobo las acechaba para
comérselas, y cuando Gentilio arribó al lugar pudo ver que el lobo estaba persiguiendo nada más y nada menos que a su
querida madre Bibi.

Las ovejas corrían en todas las direcciones muertas de miedo, pero Gentilio no sabía qué hacer. El lobo estaba cada vez
más cerca de atrapar a Bibi y cuando estuvo a punto de tragársela, Gentilio sintió algo raro en su interior. El miedo se
había convertido en furia, y sin notarlo, había asomado sus enormes garras y sus colmillos mientras rugía con toda la
fuerza de sus pulmones.
Tan grande fue su rugido que todas las ovejas se quedaron inmóviles, y por supuesto, el lobo también se detuvo
contemplando con asombro a Gentilio. Sin pensarlo dos veces, el lobo se mandó a correr a toda velocidad, huyendo
lejos del lugar para nunca volver, y así fue como las ovejas pudieron quedar a salvo y respetaron desde ese día al noble
de Gentilio, que aunque seguía jugando con las aves y los conejitos, nunca más pudieron burlarse de él.

EL RATÓN Y EL LEÓN

Había una vez un fiero león que dominaba toda la selva que le circundaba. No en balde a estos fuertes felinos se les
suele conocer como el rey de esos parajes.

Animal que pasara por algún sitio cercano a él, animal que debía reverenciarlo y mostrarle sus respetos, si es que quería
evitar algún mal momento. Un día, tras mucha actividad física, el león se echó en un descampado a tomar una siesta
para reparar sus fuerzas. Estaba tan cansado que cayó en un sueño profundo tras tan sólo unos segundos.

Mientras dormía por allí apareció un pequeño ratón muy inquieto y juguetón, al que le hizo gracia ver a aquel enorme
león tirado en medio de la nada y roncando a pata suelta. Al roedor le llamó esto tanto la atención que decidió
encaramarse imprudentemente en aquel bulto animal y empezar a jugar allí. Así, corría de aquí para allá sobre el cuerpo
del león, sin percatarse que sus pasitos hacían cosquillas y perturbaban el sueño del fiero animal.

A medida que fue pasando el tiempo para el león se hicieron insostenibles las cosquillas y despertó abruptamente.
Cuando se percató qué era lo que había provocado la interrupción de su sueño dio un zarpazo tan rápido para atraparlo,
que el pobre ratón no tuvo la más mínima oportunidad de escapar. De esta forma el león tenía aprisionado al roedor
entre sus garras y violentamente le preguntó:

-¿Quién diablos te crees que eres pequeño animal? ¿Acaso no sabes quién soy? ¿Por qué eres tan imprudente como
para interrumpir mi descanso? ¿No aprecias tu vida? Soy el rey de la selva y todos me deben respeto. Nadie se atreve a
molestarme y menos mientras duermo. Muerto de miedo y comprendiendo su osadía el ratoncito pidió clemencia al
fiero animal. -Lo siento señor. Juro que no volveré a cometer tal tontería. Le ruego me perdone la vida y estaré en deuda
eterna con usted. Quién sabe si pueda serle útil de alguna forma en el futuro.

-Útil tú a mí –dijo el león con sorna. –No seas tonto. ¿Cómo podrá un animal tan minúsculo como tú ser útil o ayudar a
un animal tan grande y poderoso como yo? Si fuera solo por eso, realmente mereces morir por tus atrevimientos.

-No señor por favor –rogó el ratón. –Le pido reconsidere su decisión y deje vivir a este pobre y tonto animalito. Juro que
no volveré a molestarlo nunca más.

Al ver llorar sin medida al pequeño roedor, el león se apiadó de su caso y lo dejó vivir. Además, estaba tan lleno por el
atraco de comida que se había dado antes de dormir, que realmente un pequeño ratón no haría la diferencia para su
sistema digestivo.

Así lo soltó, no sin antes advertirle que si se volvía tan osado una próxima vez, no viviría para contarlo. Pasaron días
después de esta situación y resulta que en una jornada como otra cualquiera el león andaba de caza por la selva.

Tan enfocado iba en una gacela que tenía más adelante, que no se percató de que estaba yendo directo hacia una
trampa hecha por hombres. Sin margen para maniobrar y escapar, el león cayó presa de tales artilugios y se vio de
pronto atado por todos lados. En vano trató de soltarse y de romper las cuerdas que lo ataban. Por mucha fuerza que
tenía, el amarre estaba hecho con tal ingenio, que la fuerza bruta del animal no podían hacer nada contra él. De esta
manera, para escapar y preservar su vida al león no le quedó más remedio que rugir y gritar en busca de ayuda.

Sin embargo, asustaban tanto sus rugidos a los animales, que ninguno se atrevía a acercarse por allí, pues pensaban que
el león estaba molesto y acercarse a él podría ser dañino para su integridad. Dio la casualidad que los rugidos fueron
escuchados por el pequeño ratón al que el rey de la selva le había perdonado la vida. El roedor comprendió que algo
grave debía estar pasando por los rugidos, razón por la que sin pensarlo dos veces acudió en ayuda de Su Majestad.

Al llegar vio que este estaba completamente atrapado y ofreció su ayuda.

-Señor león, creo que es momento que le devuelva el favor que usted me hizo cuando me perdonó la vida. Yo lo liberaré
de tales amarras para que no sea víctima del animal más fiero de todos.

El león, molesto de que solo hubiese acudido el ratón molesto de aquella ocasión, al cual no valoraba en absoluto por su
escaso tamaño, dijo:

-Te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir. Nada puede hacer un minúsculo animal como tú para ayudarme a mí, el animal
más fuerte de esta selva.

-Pues veremos –replicó el ratón, que sin dejarse amilanar se afiló los dientes y la emprendió a mordiscos contra la
cuerda principal del amarre.

Tan buenos son los ratones mordisqueando y desgatando lo que se propongan, a pesar de su tamaño, que tras solo unos
minutos de haber empezado su faena pudo vencer el grosor de la cuerda y liberar al león.

Este, entre sorprendido y agradecido, no tuvo más remedio que pedir perdón al roedor por sus comentarios y dar
gracias por haberle salvado la vida.
Había comprendido de una vez y para siempre que en esta vida todos somos importantes y podemos ser útiles, sin
importar nuestro tamaño o fuerza. Lo único que importa es el deseo y el empeño que le pongamos a aquello que nos
mueve.

Por supuesto, desde ese día el ratón y el león de nuestra historia fueron muy buenos amigos. Andaban juntos siempre.
El león le facilitaba alimentos al roedor, mientras este exploraba primero por él para ver que no hubiese trampas en el
camino y si el felino caía en una, pues lo liberaba con su importante habilidad.

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