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El auditorio

Oratoria

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El auditorio
Las presentaciones en público son situaciones de comunicación donde
intervienen diferentes participantes, como el emisor y el receptor, que se
comunican a través de un código establecido: el lingüístico, el gestual y el
social, y a través de un canal por medio del cual se transmite la
información; el objetivo es transmitir un mensaje. Tal comunicación
transcurre en un contexto, que es un tiempo y lugar determinados.

Figura 1: Proceso de comunicación

Fuente: Imagen recuperada de búsqueda en Google.

El orador utiliza como canal de comunicación sus palabras, su tono de voz y


su lenguaje corporal, el receptor le va a responder (feedback) con sus
palabras, silencios y actitudes. Es necesario el conocimiento del público
para orientar el discurso y lograr las respuestas deseadas, ya que a ningún
orador le gusta recibir como contestación bostezos, falta de interés o
palabras descorteses. Tal como dicen Ander Egg y Aguilar:

No basta conocer el tema y saber presentarlo, hay que


conocer también a los oyentes; esto es, al público o
auditorio al que uno va dirigir la palabra. Se trata del
receptor en el lenguaje de la comunicación o sea aquellos

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que reciben o perciben el mensaje y que integran o
completan el proceso comunicativo. (2006).

En todas las situaciones de comunicación, debemos tener en cuenta al


público que nos escucha para transmitirle y hacerle llegar el mensaje.
“Sintonizar con el público, vibrar en la misma longitud de onda, es un
objetivo obligado y a veces difícil, que debe imponerse a sí mismo quien
aspire a comunicar eficazmente sus ideas, sus planes o sentimientos” (Di
Bartolo et al., 2009).

No basta conocer el tema y saber presentarlo, hay que conocer también a


los oyentes.

Hay muchos aspectos que tener en cuenta sobre nuestro público al


componer nuestro mensaje. Pensemos que, si le hablamos a niños de un
jardín de infantes, lo haremos con un ritmo determinado, una tonalidad en
la voz, usaremos determinadas palabras y los movimientos corporales
serán lentos y amplios. Distinto sería si le hablamos a estudiantes
universitarios; tampoco es lo mismo dirigirnos a estudiantes de primer año
que de quinto o si le hablamos a alumnos de química o de abogacía.

El orador debe tener en cuenta, de manera muy especial, al


público al que debe dirigirse. Un mismo discurso, sobre un
mismo tema, con un mismo conferenciante, puede o, mejor
dicho, debe ser pronunciado de maneras diferentes según
sea el público al que va destinado. (Di Bartolo et al., 2009).

Quién y por qué escucha nuestro mensaje


En una presentación oral, en primer lugar, debemos captar el interés y la
atención del auditorio para involucrarlo en el tema, ya que hablar a un
público que no muestra interés es perder el tiempo. Si las personas asisten
a la presentación, es porque esperan obtener algo del orador: aprender,
conocer otros puntos de vista o pasar un rato agradable.

Es necesario preparar el discurso de acuerdo con el público que se espera


que asista, ya que un mismo tema puede ser tratado de manera diferente
de acuerdo con el auditorio que tengamos. Por otro lado, hasta el
momento de la presentación no se tendrá una idea exacta del público
asistente; sin embargo, tendremos algunas nociones de acuerdo con la
situación que se trate: no es lo mismo hablar en un congreso de recursos
humanos que en una reunión con amigos.

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Un aspecto que se debe tener en cuenta es si el auditorio será homogéneo,
como los empleados de una fábrica, o heterogéneo, como el público que
mira Showmatch, ya que el discurso deberá ir dirigido a todos ellos. Es
preciso no utilizar términos o expresiones que parte del público no conozca
o que no pueda entender.

Otro aspecto para tener en cuenta es el número previsto de asistentes, ya


que no es lo mismo dirigirse a diez que a trescientas personas. La cantidad
de personas influirá en la capacidad de interactuar, de preguntar o debatir,
en la necesidad o no de utilizar micrófono o en los posibles medios de
apoyo, como pizarra o proyectores. También influirá en el discurso, si el
orador conoce al público, ya que, si es así, esto podrá permitirle darle a su
discurso un toque de mayor cercanía, más informal.

Por otra parte, es necesario lograr identificación con el auditorio y, para


saber su desempeño como orador, debe mirarlo, tal como dicen Di Bartolo
et al.: “el auditorio es un espejo del orador y eso se manifiesta en los
sucesivos estados de ánimo, minuto tras minuto. Si usted quiere saber
cómo se está desempeñando, simplemente observe a su auditorio” (2009).

Los siguientes elementos pueden servir de ayuda cuando se trate de


considerar la posible composición del público:

 Convencimientos religiosos.
 Convencimientos políticos.
 Nivel cultural general.
 Dominio lingüístico.
 Constitución física.
 Constitución psíquica.
 Carácter general.
 Capacidad de memorización.

Además, hay que tener en cuenta lo siguiente:

 ¿Cuánta gente esperas que asista?


 ¿Cuáles son sus circunstancias?
 ¿Quiénes son los socios?
 ¿Quiénes son los competidores?
 ¿Cuál es la edad aproximada de tu grupo?
 ¿Cuál es el nivel de educación?
 ¿Cuál es su ocupación o estatus profesional?, ¿qué nivel?
 ¿Cuál es el conocimiento sobre la audiencia?, ¿antecedentes?
 ¿Cuáles son sus prejuicios y su predisposición acerca de nuestra
persona?

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 ¿Aprecian el humor?
 ¿Cuál es su actitud al escucharnos?
 ¿Qué tipo de información y técnicas son probables para ganar su
atención?
 ¿Qué información o técnicas son probables para obtener reacciones
negativas?

El auditorio es un espejo del orador y eso se manifiesta en los sucesivos


estados de ánimo, minuto tras minuto.

Propósitos del orador


Un discurso siempre tiene un objetivo, aunque a veces sea inconsciente
para quien lo está emitiendo. Por ejemplo: cuando se junta un grupo de
chicas o de chicos a hablar de lo que hizo el día anterior, cuando salieron,
el objetivo es contar hazañas y divertirse; cuando una persona va a una
entrevista de trabajo, su objetivo es convencer de que su capacidad es la
mejor para el puesto que se postula; cuando un progenitor reprende a su
hijo por alguna inconducta, tiene por objetivo hacer saber al menor que
eso no se hace y que está enojado. Cada discurso tiene un objetivo, aunque
muchas veces seamos inconscientes de ello.

Sin embargo, cuando una persona habla profesionalmente, tiene que tener
en claro cuál es su objetivo al hablar y poner todos sus recursos para que
se logre. Antes de enfrentarse al público, se debe tener en claro cuál es la
intención; existe una serie de propósitos, aunque estos no siempre se
encuentran en estado puro. Siguiendo la descripción de Eugenio Luis Henry
(como se cita en Di Bartolo et al., 2009), se mencionarán los más
aceptados:

Convencer

No significa despojar a la gente de sus ideas o conocimientos, sino


complementarlos, reforzarlos o consolidarlos. El desafío es persuadir al
auditorio de que tome la decisión o emprenda la acción.

Informar

Presentar información para el esclarecimiento o instrucción del auditorio, a


fin de que haga algo. Implica dar a conocer hechos o datos sin que estos
sean alterados por prejuicios o sentimientos personales que le ayuden a
incrementar su acervo cultural y su calidad de vida.

Cuando una persona habla profesionalmente, tiene que tener en claro cuál
es su objetivo al hablar y poner todos sus recursos para que se logre.

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Motivar

Cuando un auditorio necesita cambiar su opinión o realizar alguna acción a


la que no está predispuesto, el propósito de la presentación es motivarlo;
va de la mano con el de convencer. Es el más difícil de conseguir, ya que
implica no solo un cambio de actitud ante una idea o concepto, sino,
además, su correspondiente ejecución.

Entretener

Ya es absolutamente caduco el sistema de enseñanza basado


exclusivamente en el dictado de información sin estar acompañado de
recursos para que el auditorio la pase bien. Es cierto que no todos los
oradores tienen carisma de showman, pero también es cierto que, si no se
apela a algún efectismo (juegos, anécdotas, adivinanzas, etc.), es muy
probable que la atención y comprensión disminuyan. Toda presentación
debería ser entretenida. Para que el auditorio esté en un marco favorable,
de mente abierta para ser convencido, ilustrado o motivado, necesita estar
entretenido. En el sentido más amplio, entretener a un auditorio es hacerlo
feliz de haber asistido y contento de que tú hayas sido el presentador.

Estilo de la intervención

El estilo adoptado en una presentación va a depender de diversos factores,


como el motivo de la intervención, el objetivo que se pretende conseguir o
el público asistente al evento, entre otros. Un mismo tema se puede
presentar de maneras muy diferente según el público y la situación. Es un
hecho indiscutible que no se puede hablar en público siempre de la misma
manera: hay que ajustar el estilo de la intervención a las características de
cada ocasión; de lo contrario, la presentación podría ser un fracaso. Las
características que definen el estilo de una intervención son numerosas.
Estas son:

 Formal o informal.
 Seria o desenfadada.
 Sobria o entusiasta.
 Cercana o distante.
 Rigurosa o generalista.
 Monologada o participativa.
 Con apoyo visual o sin apoyo visual.

El orador debe buscar darle a su intervención aquella orientación adecuada


y con la que pueda lograr el mayor impacto en el público. En caso de duda,
es preferible elegir la iniciativa más moderada, ya que resulta menos

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llamativo hablar de manera formal en un acto informal que hablar de
manera informal en un acto formal. La forma de vestir también debe
adecuarse al tipo de acto.

Como última observación, se puede decir que un toque de humor,


sabiamente administrado, no se contrapone con la seriedad ni con el rigor
y ayuda a romper el hielo y empalizar con la audiencia.

El orador debe buscar darle a su intervención aquella orientación adecuada


y con la que pueda lograr el mayor impacto en el público.

Lenguaje

Lo primero que se debe procurar cuando se habla en público es ser


entendido: es necesario emplear un lenguaje apropiado, según el público al
que nos dirigimos. Por ello, es importante saber con anticipación el tipo de
público que se espera que asista al acto.

Deben utilizarse términos y expresiones que todo el público pueda


entender, los términos técnicos se usarán solo si la audiencia conoce su
significado. Si se manejan abreviaturas o acrónimos, hay que asegurarse de
que el público sepa lo que significan; sino, habrá que explicarlos.

Se debería utilizar un lenguaje simple y concreto, huyendo de lo rebuscado


o frases complicadas. No hay que tratar de asombrar al público con un
vasto dominio del idioma: el objetivo del discurso es ganarse al público con
las ideas.

Deben utilizarse términos y expresiones que todo el público pueda entender,


los términos técnicos se usarán solo si la audiencia conoce su significado.

La regla que debe presidir todo discurso es la de la sencillez; mientras que


en un texto escrito el lector puede volver sobre un párrafo que no haya
entendido, en un discurso no existe tal posibilidad, por lo que hay que
facilitarle a la audiencia su comprensión. El lenguaje debe ser preciso y
directo, con frases sencillas y cortas, utilizando tiempos verbales simples.

El público o auditorio
Ander Egg y Aguilar (2006) afirman que, para saber lo que vamos a decir y
cómo hemos de decirlo, debemos saber a quién se lo vamos a decir.

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A continuación, se expresan las ideas de los autores acerca del público o
auditorio.

Todo conferenciante tiene una responsabilidad frente a su auditorio. Y,


visto desde su propio interés en cuanto al propósito que busca con la
conferencia, tiene que preocuparse por saber llegar a su público. Ahora
bien, si actúa con responsabilidad y quiere comunicarse bien con el
auditorio, tiene que saber a quiénes habla. El orador no es un disco o un
casete que dice siempre las mismas cosas, cualesquiera sean las personas y
las circunstancias.

Si bien este texto tiene como propósito central mostrar la necesidad de


conocer al público al que se le va a hablar y sintonizar con él, queremos
advertir que, aun cuando se tomen todos estos recaudos, nunca se sabe
cómo va a reaccionar un auditorio. Y eso pone una incógnita en el ánimo
de quien tiene que hablar.

Importancia del público o auditorio en el proceso


comunicativo
Como lo advierte Coll-Vinent, en el proceso de comunicación, el receptor o
receptores de un mensaje (el público, en el caso de la oratoria) son tan
protagonistas como el conferenciante. Es necesario tenerlo en cuenta para
que la comunicación se produzca realmente, es decir, para que el mensaje
sea recibido.

Esta realidad (importancia del público o auditorio) es un aspecto sustancial


que hasta hace poco no había sido considerado como algo relevante. El
conferenciante u orador era tenido como el eje y figura central,
prácticamente única, como una especie de vedette, mientras que el
auditorio ocupaba un segundo lugar. Ahora existe un enfoque nuevo y
diferente del problema: se considera que el conferenciante inicia el
proceso, pero no lo domina por entero ni puede reservarse la última
palabra en él. Cada día se le concede más importancia al papel que juega el
público, el auditorio, en el acto de comunicación de un individuo con los
grandes grupos.

De todo esto se deduce una cuestión de gran importancia práctica: no


basta conocer el tema y saber presentarlo adecuadamente, sino que hay
que conocer también a los oyentes, esto es, al público o auditorio al que se
le va a dirigir la palabra. Se trata del receptor en el lenguaje de la
comunicación, es decir, de aquellos que reciben o perciben el mensaje y
que integran y completan el proceso comunicativo.

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Un discurso o una conferencia muy bien preparados y concebidos pueden
ser un fracaso si no se ha tenido en cuenta al auditorio o simplemente
porque el auditorio (o parte de él) ha estado bloqueado frente al
conferenciante o ha reaccionado de una manera que este no esperaba.

No basta con que los que forman parte del auditorio oigan (acto pasivo,
más o menos automático): es preciso que escuchen (esto es, que presten
atención, que quieran comprender). Para ello, el emisor debe enviar un
mensaje teniendo en cuenta al receptor o receptores; en otras palabras, el
orador o el conferenciante se han de adaptar al auditorio. ¿Qué significa
este adaptarse al auditorio? Simplemente, que hay que transmitir en la
longitud de onda de los interlocutores.

Ander Egg y Aguilar (2006) también hablan de la necesidad de informarse


acerca del público que ha de escuchar el discurso o conferencia; al
respecto, dicen lo siguiente:

Necesidad de informarse acerca del público

Antes de preparar una conferencia (o de adaptar un tema que ya tenemos


preparado), es necesario preguntarse: “¿A qué público voy a dirigirme?”.
Esto significa que hay que informarse acerca del auditorio ante el cual
habrá que pronunciar la conferencia. Se trata de saber a quién se dice lo
que se dice, para saber cómo se dice.

Esta información previa que debe tenerse sobre los destinatarios o


receptores del mensaje es indispensable para organizar el discurso en lo
que hace al nivel de contenido (la mayor o menor profundidad en el
tratamiento de los temas y el modo de abordarlos) y la forma de
presentación.

Cuando somos invitados a hablar ante un grupo y, más aún, cuando se


trata de un público que puede ser más o menos numeroso, debemos
obtener esa información (acerca del posible auditorio) recabándola de
aquellos que organizan la conferencia.

Aun a riesgo de ser reiterativos, insistimos en este punto: el orador debe


tener en cuenta, de manera muy especial, al público al que debe dirigirse.
Un mismo discurso sobre un mismo tema con un mismo conferenciante
puede o, mejor dicho, debe ser pronunciado de manera diferente según el
público al que vaya destinado.

En cada intervención pública que se hace, siempre nos dirigimos a un


público determinado, real y concreto, no a un público abstracto. Por ello,

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hay que conocer algo de la vida, de las reacciones y de las aspiraciones de
la gente a la que nos dirigiremos; y esto no se averigua en los libros.

Es necesario tomarse el tiempo suficiente para informarse y, mejor


todavía, conocer acerca del auditorio que se tendrá en frente. Sobre este
punto Ander Egg y Aguilar (2006) dicen que hay que tener en cuenta una
doble consideración:

 qué tiene que conocerse acerca del auditorio;


 qué tipo de análisis tenemos que hacer de nuestro público o auditorio
potencial.

Un mismo discurso sobre un mismo tema con un mismo conferenciante


puede o, mejor dicho, debe ser pronunciado de manera diferente según el
público al que vaya destinado.

A continuación, se presenta la opinión de los autores acerca de las


consideraciones sobre el público.

¿Qué se tiene que conocer acerca del auditorio?

Como ya lo indicamos, no existe un auditorio abstracto; existe para cada


caso un auditorio concreto: tenemos que saber algo de las personas que
nos van a escuchar. En líneas generales, podemos y debemos informarnos
acerca de las siguientes cuestiones, en relación con el colectivo a quien se
dirige el mensaje (o que será nuestro auditorio):

 Número de personas: tamaño de la audiencia.


 Edad: casi siempre se presenta una amplia gama de edades, aunque
suele predominar gente de una edad relativamente determinada.
 Sexo: en los públicos suele haber gente de uno y otro sexo, pero, si
predomina uno más netamente, este será un factor para considerar.
 Procedencia y origen.
 Condición social.
 Situación económica media.
 Estudios.
 Profesión y ocupación de la mayoría o la que es más representativa.
 Nivel cultural medio.
 Mentalidad, inclinaciones.
 Religión, creencias, valores.
 Pertenencia o no a asociaciones.
 Costumbres y modos de vida.
 Centros de interés: problemas o preocupaciones que predominan entre
quienes forman parte del auditorio.
 Aficiones.

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¿Qué tipo de análisis tenemos que hacer de nuestro público o auditorio
potencial?

En general, hay que hacerse algunas preguntas sobre el auditorio que


tendremos, pero, si se trata de un discurso con un propósito de persuasión
o convencimiento, se necesita saber mucho más del público que cuando se
trata de un discurso puramente informativo. Las preguntas más
pertinentes, en cuanto guía para obtener información útil, pueden ser las
siguientes:

 ¿Qué interés razonable esperamos del auditorio ante el tema? O, para


decirlo con otras palabras, ¿por qué este público está aquí o estará
dispuesto a escucharnos sobre este tema concreto?
 ¿Qué conocimientos posee el auditorio acerca del tema de la
conferencia?
 ¿Qué actitudes podemos esperar de los oyentes ante el tema del
discurso y la forma de enfocarlo? Por ejemplo, favorable, neutra, hostil.
 ¿Qué concepto o expectativas tiene el posible auditorio acerca del
conferenciante?

La reputación del orador es un arma de doble filo: atrae positivamente a un


público, pero, al mismo tiempo, crea grandes expectativas que a lo mejor
no pueden satisfacerse.

 ¿Qué sentimientos experimentan entre sí las personas que estarán en la


conferencia?
 ¿Cómo es el local en que se pronunciará la conferencia? Por ejemplo, si
favorable o poco favorable para la comunicación, etcétera.
 ¿Qué distancia física habrá entre el orador y el auditorio?

Toda esta información tiene que servir para establecer una estrategia en el
modo de presentar el discurso, tanto en lo que hace al contenido como a la
forma.

A pesar de toda la información que se pueda recoger, siempre quedan


algunas incógnitas acerca del modo en que reaccionará el público, pues
nunca se puede saber exactamente cuáles son sus demandas y
expectativas. Debemos informarnos tanto cuanto sea posible y saber que
nos movemos con una cierta incertidumbre en cada conferencia en
concreto.

En algunas ocasiones, cuando se invita al público en general, no sabremos


quiénes constituirán el auditorio hasta momentos antes de iniciarse la
conferencia. En ese caso, según el conocimiento que tengan los

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organizadores, el conferenciante obtendrá mayor o menor información
sobre el auditorio. También con conversaciones previas (momentos antes
de la conferencia) podrá obtener de manera directa alguna información
interesante acerca de quiénes constituyen su público. En un caso extremo,
se puede ir descubriendo quiénes constituyen el auditorio (en cuanto a
manera de pensar) por las reacciones que se perciben después de ciertas
afirmaciones. En algunos casos, se puede “probar” con una afirmación o
expresión poco corriente o una declaración sorpresiva, frente a la cual las
reacciones pueden revelar actitudes, valores o modos de ser y de pensar
de los que escuchan.

Debemos informarnos tanto cuanto sea posible y saber que nos movemos
con una cierta incertidumbre en cada conferencia en concreto.

Ander Egg y Aguilar (2006) mencionan que existen características comunes


en casi todos los públicos que asisten a una conferencia. A continuación, se
desarrollan sus reflexiones al respecto.

Características comunes de casi todos los públicos


Si bien hay una serie de aspectos o caracteres específicos de cada público
en concreto, otras características son comunes a todo auditorio. Pueden
resumirse en las siguientes:

o Normalmente, la actitud inicial de un público es amigable,


respetuosa y expectante. Esta expectativa puede ser en relación con
el tema de la conferencia o con la personalidad del orador. Si la
gente va a una conferencia, es porque espera aprender algo de
quien va a hablar o del tema que se va a desarrollar. Excluimos aquí
las circunstancias en las que “hay que asistir” a una conferencia por
compromiso (a veces, a regañadientes).
o El público, en general, se interesa por aquellos asuntos que
conciernen o se relacionan con su vida; si el conferenciante trata
cuestiones ajenas a los intereses de su público, este se comienza a
“desconectar” y puede terminar en el aburrimiento general.
o Todo público reacciona como una entidad psicosocial con
modalidades propias y diferentes de los individuos que forman
parte de ese auditorio, considerados aisladamente. Cuando la gente
se congrega en grupos o asambleas, es susceptible, en gran medida,
de excitaciones emocionales y de contagio emotivo.
o La gente que asiste a una conferencia tiene un sentimiento
inconsciente a reclamar por qué y con qué derecho alguien le dirige
la palabra: de algún modo, el conferenciante tiene que justificarlo.
o Normalmente, la gente se resiste, consciente o inconscientemente,
a salir de su modo de pensar, sentir y querer; por eso, el

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conferenciante ha de tener en cuenta el nivel de conciencia y de
conocimientos en que se encuentra la gente.

Por último, todo orador ha de tener en cuenta que entre su público habrá
gente indiferente, remisos, retrógrados y, a veces, una cierta cantidad de
personas en actitud antagónica al orador. En el desarrollo de una
conferencia, es muy probable que nos encontremos con tres categorías de
oyentes:

 los que estarán de acuerdo con lo expuesto en la conferencia;


 los que asumirán una actitud más o menos neutra o de indiferencia;
 los que no aceptarán las ideas, sugerencias o análisis presentados, en
cuyo caso conviene que el rechazo total o parcial del contenido no sea
rechazo del orador.

Difícilmente se puede contentar plenamente a todos, en especial si se trata


de un público muy numeroso y heterogéneo.

El orador puede influir sobre el público por persuasión, por autoridad o


bien por una mezcla de ambas, aunque, cuanto más adulto y maduro sea el
auditorio, menor será la influencia de autoridad.

Todo público merece el respeto del orador, quien de algún modo tiene
ante él una tarea pedagógica. Y esta tarea pedagógica implica una
responsabilidad, expresada fundamentalmente en preparar bien el tema y
en desarrollarlo de la mejor manera posible.

El orador puede influir sobre el público por persuasión, por autoridad o bien
por una mezcla de ambas.

Sin embargo, a pesar de informarse sobre el público y de la existencia de


características comunes de todo auditorio, siempre nos quedan, como ya
se dijo, algunas incógnitas acerca de cómo reaccionará el público. Este, en
algún aspecto, se parece al mar: nunca sabemos de antemano su
comportamiento. Pero de manera especial esta incógnita viene dada por
ciertos fenómenos de psicología de masas que pueden darse en el
comportamiento de un auditorio. Con respecto a ese tema, Ander Egg y
Aguilar (2006) exponen las siguientes premisas.

El auditorio y los fenómenos de psicología de masas


Además de todo lo que hemos indicado, el orador ha de tener presente
que las personas actúan en privado de acuerdo con sus propios motivos,
pero que, en grupo, como es un auditorio, adoptan (o pueden adoptar)

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formas de comportamiento influidas por el conjunto, a veces al margen de
sus intenciones y convicciones. La psicología de multitudes enseña que el
público posee características nuevas y distintas de cada individuo
considerado en particular y distintas de la suma de los caracteres
individuales que lo componen. Gustave Le Bon, precursor de los estudios
sobre psicología de masas, ya lo decía en el siglo XIX: en determinadas
circunstancias, cuando se forma parte de una multitud, la personalidad
consciente se esfuma y los sentimientos y las ideas de los individuos se
orientan en la misma dirección, como consecuencia de un fenómeno de
contagio colectivo.

La oratoria es un fenómeno psicosocial que debe comprenderse como tal.


Cualquiera que sea la finalidad del discurso o conferencia (informar,
distraer, persuadir o convencer), la tarea del orador consiste en crear
estímulos en los oyentes a través de las palabras, la voz, la acción y otros
recursos específicos (ilustraciones, proyecciones de diapositivas, etc.);
estas ayudas visuales se han de utilizar cuando la índole de la conferencia
lo permita. Pero, en lo que aquí nos interesa destacar, juega un papel
decisivo el auditorio mismo: en él y por él se pueden crear el clima y el
ambiente para vivir determinados sentimientos. Por lo tanto, el orador
debe saber que en un auditorio el sentimiento y la emoción priman sobre
la razón, ya sea que considere al público en general o a cada oyente como
individuo en particular. Como consecuencia de ello, las reacciones del
público no se explican solo por las palabras pronunciadas por el orador o
conferenciante: en un auditorio puede producirse un contagio afectivo, lo
cual provoca emociones que se propagan (como por contagio)
rápidamente entre el público. Y conviene tener presente que estas
emociones (que pueden llegar a tener una elevada cuota de sugestión)
pueden ser favorables o desfavorables al orador y al tema que está
tratando.

Ander Egg y Aguilar (2006) también hacen referencia al diálogo posterior a


la intervención. Al respecto, realizan las siguientes consideraciones.

El diálogo o coloquio posterior a la conferencia

Cada vez es más frecuente abrir un coloquio o diálogo con posterioridad a


la conferencia, a fin de que el público (asumiendo también un cierto
protagonismo) tenga oportunidad de expresar sus puntos de vista, de
preguntar y también de dar respuestas.

Esto es muy conveniente: da oportunidad para que todos se enriquezcan


con el intercambio, se aclaren dudas, se maticen expresiones o
afirmaciones o se corrijan malas interpretaciones. Un diálogo o coloquio
posterior a la conferencia permite detectar los resultados de la

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descodificación hecha por los receptores, con lo cual el conferenciante
puede corregir las distorsiones que se han producido, ya sea por malas
interpretaciones o por una explicación insuficiente o inadecuada.

Para el conferenciante, el coloquio posterior a la conferencia es útil, ya que


le ayuda a saber en qué medida ha abordado el tema adaptándose al
auditorio o bien si ha estado tratando cuestiones que para nada se
relacionaban con los problemas e inquietudes de quienes escuchaban.

Junto con las indudables ventajas y la conveniencia de abrir el diálogo, hay


que saber que pueden presentarse algunos problemas: la reacción de
aquellos que siempre están en contra; la actitud de los “sabihondos” o
“listillos” que señalan todo lo que faltaba por decir y los análisis que no se
han hecho. Aun cuando se sabe que en una conferencia es más lo que no
se dice que lo que se dice sobre un tema, no falta aquel a quien le gusta
destacarse; para ello, nada mejor que señalar lo que no se ha dicho. A
veces, con estas observaciones se tiene la intención de mostrar una cierta
superioridad sobre el orador.

Un diálogo o coloquio posterior a la conferencia permite detectar los


resultados de la descodificación hecha por los receptores, con lo cual el
conferenciante puede corregir las distorsiones que se han producido.

Habrá, también, en determinadas ocasiones, aquellos que le tienen


animosidad u ojeriza al conferenciante y procurarán que el acto termine de
manera enojosa o con mal sabor. A veces, el conferenciante se encuentra
con una expresa voluntad de boicoteo. En otras circunstancias, los que no
simpatizan con el conferenciante se limitarán a desplegar una “pantalla
emocional” que tenderá a deformar lo que se dice o a rechazarlo sin
considerarlo.

Si la atmósfera es de confianza y comprensión, si hay actitudes de apertura


y diálogo, el coloquio posterior a la conferencia siempre resulta
enriquecedor.

Es muy oportuno que quien preside el acto o conferencia, el coordinador


de la reunión o el conferenciante mismo, explique brevemente en qué
consiste el coloquio o diálogo. Con frecuencia, se tiende a confundirlo con
un debate; no es lo mismo ni los frutos que se pueden obtener tampoco
son de la misma índole y significación. En un debate se defienden tesis o
posturas contrapuestas que sirven para el juego dialéctico, frecuentemente
con más preocupación por vencer sobre el otro que por aclarar o
profundizar en una cuestión. El diálogo o coloquio es una forma diferente,
nueva y más profunda de acceder a la verdad y de relacionarnos.

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A nuestro entender, es absolutamente necesario ir reemplazando los
debates por los diálogos y coloquios. No se trata de una simple cuestión
semántica; se trata de formas diferentes de abrirse a la búsqueda de la
verdad, teniendo como punto de partida que nadie posee, ni podrá poseer,
una verdad de manera plena.

Insistimos en este punto, que tiene una doble dimensión y cuya práctica
tiene una doble consecuencia:

 Por una parte, es el diálogo y no el debate (en el sentido de discusión


que enfrenta a personas) lo que desarrolla una actitud científica para el
abordaje de los problemas.
 Por otra, el diálogo infunde en nosotros una actitud existencial,
expresada en conductas y modos de relacionarnos más humanos,
porque son más amistosos y fraternales.

En lo que concierne a la forma de actuar durante el diálogo o coloquio,


conviene que el conferenciante tenga en cuenta algunas cuestiones:

o La primera y fundamental es que esté verdaderamente abierto al


diálogo, sintiéndose con el público, de acuerdo con aquello que
decía Paulo Freire, “compañeros en la pronunciación del mundo",
como personas inconclusas en "la búsqueda permanente del más
ser”.
o Esta capacidad de diálogo no se tiene por el simple hecho de ser un
buen conferenciante, sino porque se es una persona que cree con
sinceridad que puede aprender de la gente que ha tenido
circunstancialmente como público.
o Cuando se dialoga, no se busca “derrotar al otro” en una discusión,
sino encontrar juntos un trocito de verdad. No habrá dificultad,
entonces, en reconocer que nos hemos equivocado o en admitir un
matiz o reajuste del pensamiento gracias a lo que ha permitido ver
el otro.
o Para el diálogo debe existir una escucha activa por parte de todos:
cada uno debe hacer “tangible” la recepción que ha hecho del
mensaje del otro, probando que ha entendido realmente y que ha
entendido bien.
o Precisamente, esta escucha activa es la que evita el “diálogo de
sordos”, en el que cada uno habla sin abrirse a la realidad de los
otros; cada cual sigue con su tema sin que la intervención de los
otros modifique en nada lo que tenía propuesto expresar.
o El conferenciante debe ser el primero en esta apertura, siendo un
oyente atento, considerado y respetuoso ante las diferentes
intervenciones. Ha de tener la capacidad de ponerse en el puesto

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del otro y de ver las cosas desde la perspectiva del que está
haciendo la pregunta, el comentario o la crítica.

La escucha activa es la que evita el “diálogo de sordos”, en el que cada cual


habla sin abrirse a la realidad de los otros.

Ander Egg y Aguilar (2006) también nos hablan de la importancia de


sintonizar con el auditorio. Al respecto, emiten las siguientes conclusiones.

La retroalimentación: orador, público y orador


Después de todo lo dicho, queda claro que para un conferenciante u
orador no basta dominar el tema de la conferencia: tiene que lograr
sintonizar con el auditorio. Se ha dicho que esta sintonía es saber
transmitir en la longitud de onda del o de los interlocutores. Si esto no se
logra, es imposible comunicarse realmente con el público.

Todo el esfuerzo del conferenciante debe orientarse a hacerse entender y


comprender, adaptándose a las peculiaridades y circunstancias concretas
de su auditorio. Un grupo que comparece ante un conferenciante no
espera solo palabras: espera una actitud empática, esto es, ponerse en
lugar del otro, saber captar las aspiraciones y necesidades, tratar
cuestiones que son de interés para la gente.

“Para que la comunicación se realice, la persona debe salir de si, hacerse


disponible al otro, situarse en su punto de vista, comprenderle”
(Mounier).

Para lograr esta sintonía, el nivel en que transmite el emisor debe coincidir
con el de los receptores. Esto es válido tanto para las relaciones persona a
persona como para las relaciones conferenciante-auditorio. Por eso se ha
dicho (y con razón) que es mejor bajar el nivel y ser entendido que elevarlo
y ser admirado. Si el conferenciante “sintoniza” con el auditorio, tiene al
público “en el bolsillo”; en caso contrario, se frustran las expectativas del
público y los resultados de la conferencia serán más bien pobres o
deficitarios, aun cuando haya estado muy bien preparada.

El conferenciante habla y, mientras está hablando, el público reacciona de


una determinada manera, por lo que el que habla debe estar atento a
recibir las reacciones del público y ajustar inmediatamente su intervención
(en la medida en que pueda hacerlo) conforme a ellas (o parte de ellas).
Tiene que darse, pues, una rápida retroalimentación entre el orador, el
público y nuevamente el orador. Esta es una cualidad de todos los buenos
conferenciantes, oradores y profesores: la flexibilidad, ductilidad y rapidez
para adaptar su mensaje a las reacciones del público.

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En suma: si se ha logrado sintonizar con el auditorio, la comunicación ha
sido conseguida. Habla. Y ahora: a practicar en público.

Todo cuanto se ha dicho es apenas una guía. No sirve de mucho si no se


practica, si no se aprende por la acción. En el arte de aprender a hablar en
público, no existe ningún sustituto de la práctica. Aquí hay una verdad de
Perogrullo: para aprender a hablar en público, hay que hablar en público.

Cierto día le preguntaron a George Bernard Shaw cómo había aprendido a


hablar tan bien en público. Él respondió: “De la misma manera en que
aprendí a patinar: no me importó nada hacer el ridículo hasta que
aprendí”.

El herrero se hace en la forja y el orador hablando.

Una cualidad de todos los buenos conferenciantes, oradores y profesores es


la flexibilidad, ductilidad y rapidez para adaptar su mensaje a las reacciones
del público.

Aunque olvidemos todo cuanto hemos leído hasta aquí, recordemos esto:
el primer método, el único método, el método que nunca falla para
desarrollar la confianza en nosotros mismos cuando hablamos en público
consiste en… hablar. Todo el problema se reduce a un solo punto esencial:
practicar, practicar y practicar.

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Referencias
Ander Egg, E. y Aguilar, M. (2006). Cómo aprender a hablar en público. Buenos
Aires, AR: Lumen.

Di Bartolo, I., Bustamante, A., Henry, E. L., Llabrés, C. G., Malatesta, N. O.,
Vilches, M. A.,… y Di Bartolo, I. (h). (2009). Para aprender a hablar en público.
Buenos Aires, AR: Corregidor.

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