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¿Qué es la Edad Media?

¿Cuáles fueron las visiones que imperaron sobre


el Medioevo en Europa entre los siglos XV y XIX?

Según el historiador español César González Mínguez, la Edad Media es un


concepto euro-céntrico que se fraguó en los ambientes humanistas de la
segunda mitad del siglo XV. Y que a partir del siglo XVIII formaría parte de la
tradicional división de la Historia en tres edades; Antigua, Media y Moderna,
consolidada por la Ilustración y el Romanticismo quienes posteriormente
añadirían la Edad Contemporánea. Esta división de la historia en periodos
resulta de gran utilidad ante la complejidad del proceso histórico, mientras que
desde el punto de vista pedagógico facilita el ordenamiento y la investigación
en cada una de las parcelas en que queda dividida, permitiéndole al historiador
la necesaria especialización.

Para González Mínguez el hecho fundamental que marca el inicio de la Edad


Media es la desaparición del Imperio Romano de Occidente en s. V, como un
largo proceso de desintegración que duro más de dos siglos, partiendo desde
la crisis del s. III. Mientras que el final de la Edad Media lo sitúa a finales del s.
XV e inicios del s. XVI donde surgieron acontecimientos de gran importancia
como el descubrimiento de América.

Durante los aproximadamente mil años que duro la Edad Media es evidente
que la sociedad medieval no permaneció con caracteres inmutables así como
tampoco es una sola la visión que se tiene de este periodo, por ejemplo
Giuseppe Sergi habla sobre la doble visión que se tiene de la Edad Media
cuando señala que “En nuestros días la Edad Media funciona como otro lugar
(negativo o positivo), o como una premisa. En el otro lugar negativo hay
pobreza, hambre, peste, desorden político, abusos de los latifundistas contra
los campesinos, supersticiones del pueblo y corrupción del clero. En el otro
lugar positivo hay torneos, la vida de la corte, elfos y hadas, caballeros fieles y
príncipes magnánimos”.

Para Armando Saitta la identificación de la Edad Media con los “siglos oscuros”
o “dark ages” surgió entre los s. XIV y XV, cuyos orígenes son claramente
humanistas-renacentistas. Del s. XVI al s. XVII, como ha escrito S. Montero
Díaz, “no hubo inteligencia histórica de la Edad Media” de aquellos siglos
tenebrosos solo se salvaban algunos literatos y artistas, es el caso de Dante,
Petrarca, Bocaccio, Giotto, etc., pero mas como precursores del Renacimiento
que como hombres medievales. De igual forma en el s. XVIII se acentuó
todavía más el desprecio hacia los tiempos medievales, pues los hombres de la
Ilustración, que rinden culto al poder absoluto de la razón, sólo veían en los
tiempos medievales oscurantismo, inmovilismo e irracionalidad tal es el caso de
Voltaire quien ve con desdén la intromisión del elemento bárbaro tanto en la
lengua latina como en las leyes.
De igual forma encontramos a Montesquieu (1689-1755) cronista y pensador
político francés que vivió durante la Ilustración, según el cual la decadencia de
Roma se debió a que ésta no solo se germanizo sino que también se
cristianizo. Sirva de muestra la opinión de J. Bodin, gran jurista e historiador,
quien en un tratado de metodología histórica publicada en 1566 señalaba que
la Edad Media no era más que “doce siglos de barbarie universal”.

Sin embargo a partir del s. XIX se produjo una revalorización del Medievo, de
forma un tanto apasionada y carente de rigor crítico, que dio lugar a una visión
de la Edad Media mitificada, llena de leyendas maravillosas, de santos y de
héroes, de caballeros y de cruzados. Como ha escrito José A. García de
Cortázar, “por obra de la magia romántica la edad sombría y tenebrosa se
transformaba en aurora luminosa de la civilización cristiana de occidente. Junto
a las ruinas de los castillos y las yedras que ascienden por las torres de las
catedrales, todo el periodo medieval se veía ahora con una inmensa luz, la luz
del entusiasmo frecuentemente acrítico”.

Ejemplo de esta postura la encontramos en 1802 cuando se publicaba en París


un libro de François René de Chateaubriand bajo el título de “El genio del
cristianismo”. La idea motriz o hilo conductor de esta voluminosa obra parte de
esta premisa: la religión cristiana es la verdadera porque es la más hermosa,
por tanto los franceses no deben sentir vergüenza de su fe, antes bien deben
estar orgullosos de sus raíces cristianas.

Chateaubriand en contraposicion al pensamiento de Montesquieu plantea que


a partir de la paz de Constantino el genio del cristianismo se pone al servicio
del arte. Las distintas épocas y estilos artísticos dejarán su sello tanto en las
artes plásticas como en la música. La suma de todas estas manifestaciones
constituye el orgullo de nuestro patrimonio cultural y artístico que hoy
admiramos en catedrales, monasterios e iglesias de nuestra geografía. La
belleza artística al servicio del sentimiento religioso con una finalidad
catequística y didáctica.

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