Lección 6 Derecho Penal I PDF

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LECCIÓN 6

CONCEPTO Y FUNCIONES DE LA CIENCIA PENAL

1. La Dogmática jurídica

2.1 La Dogmática jurídica como Ciencia del Derecho penal

Cuando se habla de Ciencia penal hay que tratar de concretar si lo


hacemos en un sentido amplio o en un sentido estricto. En un sentido estricto la
Ciencia penal es la Dogmática jurídica, la que estudia el Derecho penal objetivo
como conjunto de normas penales de un Ordenamiento jurídico, y también el
Derecho penal subjetivo desde la Política criminal. Por el contrario, y un sentido
amplio, la Ciencia penal o las Ciencias penales analizan el fenómeno criminal en
su totalidad, tanto desde la perspectiva del delito, como del delincuente, de la
pena o del proceso para determinar la responsabilidad. En ese sentido se dice
que conforman las Ciencias penales, junto al Derecho penal y la Política
criminal, el Derecho procesal penal y la Criminología. Sobre ellas y su relación
con el Derecho penal volveremos más tarde.

La Dogmática penal se ocupa, desde el siglo XIX, del Derecho sustantivo


desde la perspectiva normativa, esto es: partiendo de la Ley penal, de su
fundamento y límites, la Dogmática penal se ocupa de elaborar el contenido
conceptual y las estructuras de las proposiciones jurídicas, dotándolas de
sistematicidad en aras a un mayor orden y comprensión. La Dogmática se
encarga, pues, del análisis de los conceptos jurídicos, de la investigación sobre
los elementos constitutivos del hecho punible, o del desarrollo de los sistemas
jurídico-penales, “para preparar la elaboración de reglas jurídicas, para
fundamentar y criticar esas reglas, y para sistematizarlas y estabilizarlas”. Pero
no es la de elaborar conceptos y enunciados derivados de la Ley penal y
ordenarlos sistemáticamente la única tarea que desempeña la Dogmática; junto
a ella hay que considerar, como veremos posteriormente con más profundidad,
también la función crítica del Derecho vigente, relacionada con la Política
criminal, y que obliga a la ciencia a analizar el Derecho objetivo formal no sólo
desde el ser normativo, sino también desde el deber ser normativo.

Y es que hoy en día prácticamente se ha abandonado el entendimiento


antiguo de la Dogmática como mera labor meramente exegética del Derecho
positivo, y se ha aceptado su papel para la elaboración de principios y categorías
y para el descubrimiento de los valores que establezcan un sistema ordenado
que, a su vez, sirva para la comprensión y la aplicación del Derecho penal. Poco
a poco, pues, se ha ido superando la “imagen literalmente positivista de la tarea
jurídica, que tiende a reducirla a la repetición aclaratoria de las leyes, con la
consiguiente renuncia a la secular función de la Dogmática como medio de
participación en la creación del Derecho”. Antes de dedicar el correspondiente
estudio al binomio Derecho penal–Política criminal como funciones posibles de
la Dogmática jurídica, vamos a tratar de responder a la fundamental cuestión
de ¿por qué una “Ciencia del Derecho penal”? o, mejor, ¿por qué esa “Ciencia
sistemática del Derecho penal”? Entramos, pues, en la cuestión de las funciones
de la Dogmática jurídica del Derecho penal.

Pues bien, si, como hemos hecho, entendemos la Dogmática como la


sistematización de los conceptos y categorías normativas del Derecho penal en
aras a la comprensión de la Ley, resulta evidente que su principal aportación a la
práctica del Derecho puede ser la facilitación de la práctica jurídica y, aún más
importante, la consecución de cierta seguridad jurídica. En este sentido, y como
señaló perfectamente MUÑOZ CONDE, puede decirse que la función de la
Dogmática jurídica es fundamental y digna, en cuanto consistente en
“garantizar los derechos fundamentales del individuo frente al poder arbitrario
del Estado”, al tratarse de un desarrollo, con finalidades democráticas, del
principio de intervención legalizada del poder punitivo estatal. La Dogmática
jurídica, pues, como recordó a la propia Dogmática jurídica alemana “ein
spaniard”, esto es, GIMBERNAT ORDEIG, se opone a la inseguridad: “[t]rata de
percibir, en primer lugar, qué problemas presenta la aplicación de una
disposición jurídica. Una vez conocido el problema, el siguiente paso es el de
establecer teorías para su solución”, y todo ello resulta fundamental si no se
quiere “[…] perder el control sobre ese terrible medio de política social, pues la
inseguridad conceptual incapacita, en primer lugar, para lograr formulaciones
legales que abarquen todos y sólo los casos que se considera socialmente
necesario reprimir, y trae consigo, en segundo lugar, que una vez puesto un tipo
penal en el mundo inicie una marcha que se desconoce adónde, por dónde y de
qué manera va a llevar”. Junto con esta función democrática de la Dogmática,
BURKHARDT incluye otras, tales como la función constitutiva de producción de
reglas y de fundamentación de cuestiones jurídicas; la función de control, al
servicio del principio de igualdad; la función de descarga, en cuanto que se
facilita la aplicación del Derecho, al disponerse de criterios ya reconocidos; la
función técnica o didáctica, que aumenta al capacidad de enseñar y aprender
mediante una elaboración didáctica de la materia jurídica; la función de
asesoramiento y mejora; y, por último, la función de adaptación del Derecho a
las circunstancias sociales cambiantes.

Estos evidentes beneficios de la Dogmática jurídica han llevado, sin


embargo, a interpretaciones erróneas de la misma, conforme al parecer actual
de muchos autores, y, también, a excesos en el formalismo y en la voluntad de
sistematicidad que afectan negativamente al logro de sus objetivos.

Así, y empezando por lo primero, la necesidad de creación de una


Dogmática jurídica positivizada para la evitación de cualquier discrecionalidad,
se llevó en parte al extremo de la posible separación entre Derecho y Justicia,
hoy no sólo negada desde los presupuestos más o menos iusnaturalistas de los
que se pretendía huir, sino también desde otras muchas formulaciones de teoría
jurídica que no tienen por qué negar las verdades del positivismo jurídico, como
la Dogmática teleológica, en la que posteriormente centraré mi atención, y que
orienta la interpretación de las categorías y conceptos jurídicos a los fines
político-criminales. Así, podríamos recordar como ejemplo el ofrecido por
WELZEL respecto al cambio de postura de RADBRUCH, que en su Filosofía del
Derecho decía que la misión primaria del Derecho penal era la seguridad
jurídica y la secundaria la Justicia, si bien posteriormente trataba de huir de
aquellos presupuestos al señalar que “[…] la injusticia es siempre injusticia aún
cuando se la vacíe en las formas de una [L]ey”. Como ya hemos señalado, no es
necesario hoy acudir al iusnaturalismo para afirmar que labor de la Dogmática
también es el de interpretar el Derecho en el sentido “justo”, sobre la base del
fundamento y fines del Derecho penal del Estado social y democrático de
Derecho. De todos modos, qué duda cabe de que la idea de un Derecho penal
necesario y justo, desde la construcción que dan los fines del Derecho penal, no
se contradice, pero sí supone una tensión, con la necesidad de formulación de
márgenes estrictos en los conceptos y categorías jurídicas en aras a la necesaria
seguridad jurídica.

Por otra parte, decíamos que en ocasiones la pretensión de la Dogmática


de contribuir a la seguridad jurídica desde la sistematicidad, había sido llevada
al extremo, olvidando sus fines y objetivos fundamentales. Como dice ESER, la
sagacidad, tenacidad e intensidad con la que ha elaborado el sistema la
Dogmática jurídica, puede llevarnos a pensar que, con ello, se pretende más la
protección del Derecho penal que la protección a través del Derecho penal. En
este sentido se plantea críticamente BAJO FERNÁNDEZ “[…] si la Dogmática
jurídico penal realmente no se ha convertido en un fin en sí misma, en un
«juego» sistemático que no tiene más objetivo que el de la autosatisfacción, sin
influir de ningún modo en los resultados de la solución del problema
encomendada a los Tribunales de Justicia”. En realidad los riesgos del “exceso
sistemático”, y las críticas al idealismo de la Dogmática, siempre han sido
planteados por la doctrina. Así, por ejemplo, decía JESCHECK, como conclusión
de su justificación del pensamiento sistemático, que “[t]ampoco puede
desconocerse el peligro de una Dogmática penal formulada de un modo
demasiado abstracto; este riesgo consiste en que el [J]uez se abandone a la
automatización de los conceptos teóricos pasando por alto así las especialidades
del caso concreto. La solución de la cuestión de hecho ha de ser siempre
decisiva, mientras que las exigencias de la sistemática deben ser tenidas en
cuenta a través de un desarrollo adicional en aquellos supuestos en los que la
resolución del caso no se adapta al sistema”. En realidad, hay que aclarar que
aquello que se critica no es la sistematicidad de la Dogmática jurídica, sino su
exceso, que llega a asumir una relevancia más intensa que la que se reconoce al
mismo objeto del estudio sistemático.

Por otra parte, y no sólo ya por un exceso sistemático, sino simplemente


por un exceso en general del estudio dogmático, la función democrática, que
decíamos que tenía que cumplir la Dogmática, de asegurar una aplicación
igualitaria y previsible del Derecho, difícilmente se cumple en la actualidad.
Como señala BURKHARDT, es tal la cantidad de publicaciones y, por tanto, tal
“[l]a diversidad de propuestas de solución controvertidas, todas ellas
igualmente científicas, [que] genera una pérdida de certeza y de seguridad
jurídica”. Como dijo VIVES ANTÓN, “donde debería reinar la certeza, se ha
instalado la «falta de claridad» característica de nuestro tiempo”.

Todos estos defectos de la Dogmática penal sistemática han conllevado


intentos de superación dogmática, sin renunciar a la sistematicidad, como
ocurre con la propuesta del sistema de casos de HRUSCHKA, quien, tras la crítica
a la Dogmática sistemática tal y como se desarrollaba, propone el desarrollo del
sistema de casos que, “[…] junto con la determinación de los márgenes de
racionalidad de las propuestas, con el trabajo disciplinado en los conceptos, a la
larga nos permitirá determinar con exactitud los conceptos fundamentales del
Derecho penal y sus relaciones entre sí, descubrir las relaciones de derivación de
dichos conceptos y estructurar así de forma adecuada la doctrina general del
delito”. Pero estos intentos también han supuesto la propuesta de eliminación o
sustitución de la Dogmática penal sistemática por el pensamiento problemático,
huyendo de la noción de sistema estructurado y tratando de ligar el Derecho
penal con la realidad social en la que está sumergido, en una Dogmática que se
nutrirá con los resultados que brindan otras Ciencias penales. Estos contactos
de la doctrina alemana con la tópica, entendida como “«procedimiento especial
de discusión de problemas» que se caracteriza por el empleo de ciertos puntos
de vista, planteamientos y argumentos generales aceptados como estables: los
«topoi»”, no llevaron, sin embargo, a la sustitución de la Dogmática penal
sistemática.

Y es que creemos, del mismo modo que hace SCHÜNEMANN, en el valor y


la necesidad de una construcción sistemática en el Derecho penal, así como en
la capacidad del método de la Dogmática jurídica para la aplicación segura,
objetiva, del Derecho penal, pero también para la solución de los problemas
reales concretos. Hay que aceptar las críticas, y tratar de superar el formalismo y
abstracción rígidos que limitan en exceso el desarrollo del pensamiento jurídico,
privándole, además, de eficacia práctica. Pero ello nunca puede hacerse a costa
de olvidar la importante labor de la Dogmática jurídica de ayudar a la
realización de los fines del Derecho penal de un Estado social y democrático de
Derecho. En definitiva, hoy la Dogmática jurídico-penal no sólo ha de indagar
acerca de las estructuras del sistema jurídico-penal de normas, y trabajar y
comentar el llamado Derecho penal vigente, sino que este último fin debe
realizarlo desde las bases que le propicie la consecución de otro anterior: el de
responder a la pregunta acerca de qué conductas humanas son merecedoras de
pena y cuáles no. Como se sabe, este es el modelo de una Dogmática orientada a
fines político-criminales sobre el que vamos a tratar a continuación.

1.2. La Dogmática jurídica en la actualidad. La relación entre


Dogmática y Política criminal. El método de la Dogmática jurídica

Se debe mucho a la figura de ROXIN en la discusión sobre la Ciencia del


Derecho penal, y en la evolución sobre las funciones de la Dogmática jurídico-
penal. Y ello hasta el punto de poder afirmarse que la propuesta metodológica
que ha ido explicando en distintos textos, sobre todo desde su “Política criminal
y sistema del Derecho penal”, es una de las visiones sobre la Ciencia del Derecho
penal que más ha influido en los últimos cincuenta años. ROXIN trata de superar
la visión positivista del Derecho penal como barrera infranqueable de la Política
criminal, tal y como entendía VON LISZT. Así, recuerda el propio ROXIN que “[e]l
positivismo, como teoría jurídica, se distingue porque destierra de la esfera de lo
jurídico las dimensiones de lo social y de lo político”, y este axioma es el que
sirvió de base durante mucho tiempo para sostener la oposición total entre
Derecho penal y Política criminal, y para entender como objeto único de la
Ciencia del Derecho penal el del análisis del Derecho positivo. Éste, que podría
reducirse a las dos frases clásicas de VON LISZT “el Código penal es la «Magna
Carta» del delincuente”, y “el Derecho penal es la barrera infranqueable de la
Política criminal”, ha sido el entendimiento general de la doctrina sobre la
relación entre Política criminal y Derecho penal, y aún es sostenido por gran
parte de la doctrina.

Frente a ello ROXIN deja penetrar “las decisiones valorativas político-


criminales en el sistema del Derecho penal”, vinculando el Derecho penal
objetivo y la utilidad político-criminal, que “[…] no pueden contradecirse, sino
que tienen que compaginarse en una síntesis, del mismo modo que el Estado de
Derecho y el [E]stado social no forman en verdad contrastes irreconciliables,
sino una unidad dialéctica”. De este modo, ROXIN, no sólo trata de superar el
positivismo con sus consiguientes problemas de conservar y aceptar cualquier
sistema jurídico-penal vigente, sino que orienta la Ciencia del Derecho penal a
los aspectos creadores del mismo; y relaciona cada una de las categorías del
delito con distintos objetivos político-criminales.

Este entendimiento de la Ciencia del Derecho penal, denominado de


Dogmática crítica por algunos, lleva al concepto teleológico del Derecho penal
como orientado a fines que, con leves matices, derivados de la necesidad de
aceptar la necesidad de racionalidad y seguridad del sistema penal, se ha
mantenido en este trabajo, y que hoy en día ha encontrado amplio eco en la
doctrina española. Al fin y al cabo, y reconociendo en lo esencial que no es
posible una identificación absoluta entre Derecho penal y Política criminal,
dado que ésta no es sino la respuesta a la necesidad de la Dogmática de
transformar el Derecho objetivo vigente. ZIPF definió la Política criminal como
“obtención y realización de criterios directivos en el ámbito de la justicia
criminal [...]. En consecuencia, la Política criminal se refiere al siguiente
ámbito: determinación del cometido y función de la justicia criminal,
consecución de un determinado modelo de regulación en este campo y decisión
sobre el mismo (decisión fundamental políticocriminal), su configuración y
realización de prácticas en virtud de la función, y su constante revisión en orden
a las posibilidades de mejora (decisión de la concepción políticocriminal en
particular)”. Sí es cierto que la conexión interna entre ambas es innegable, y que
si no puede aceptarse una unión entre ellas, tampoco la separación absoluta de
ambas tiene total sentido. A este respecto considera BACIGALUPO ZAPATER que
“[…] «Derecho penal y Política criminal» encierran contenidos bien definidos en
cada uno de sus términos. Derecho penal significa Derecho penal (dogmática y
legislativamente) de las teorías absolutas y Política criminal es la expresión con
la que se define el programa de un Derecho penal fundado en concepciones
preventivas extraídas de los conocimientos de las ciencias sociales. Por lo tanto,
aunque no se lo explicite y generalmente se lo sobreentienda, cuando se habla
de «Derecho penal» como límite de la Política criminal, ambas proposiciones
mantienen los significados correspondientes antes expresados. En realidad se
quiere decir que para toda [P]olítica criminal existe sólo un único sistema
legislativo y dogmático. Como señala con acierto ORTIZ DE URBINA GIMENO,
desde una interesante reinterpretación de VON LISZT, al decir que el Derecho
penal es la barrera infranqueable de la Política criminal se está diciendo, con
razón, que un Juez no puede imponer una pena más elevada de la prevista en la
Ley, aunque considere que el hecho está levemente penado, pero dicha
afirmación no puede aceptarse en el sentido de que el Derecho penal no puede
orientarse por los fines político-criminales. De este modo, puede afirmarse que
los criterios político-criminales se elaboran sobre la base del conocimiento que
del Derecho positivo ofrece la Dogmática jurídica, mientras que ésta tiene en
consideración los criterios de Política criminal y el fundamento material del
Derecho penal a la hora de interpretar el Derecho positivo. Hasta el punto de
que hoy en día la interpretación de los preceptos penales no puede entenderse
como una labor de Dogmática jurídica que no atienda más que al Derecho penal
en sentido formal, sino que debe tomar en consideración los propios fines y
funciones del Derecho penal y, por tanto, la Política criminal. Así, pues, como
señala BORJA JIMÉNEZ, “[l]a Política [c]riminal debe orientar racionalmente su
misión [del Derecho penal] de tratamiento del fenómeno criminal en el ámbito
de la reforma de la legislación penal considerando los principios e instituciones
que durante décadas ha ido elaborando la Dogmática penal. Es así como se
puede alcanzar un fin común perseguido por estos dos sectores del
conocimiento: lograr la convivencia pacífica de los individuos y de los grupos
que estos integran en la moderna sociedad”. Exigir racionalidad al sistema, para
asegurar la seguridad jurídica y, por tanto, la propia defensa democrática del
individuo frente al Estado, no tiene por qué contradecirse con la afirmación de
que, dentro de los márgenes del principio de legalidad, la interpretación de los
tipos penales debe hacerse desde el conocimiento de los principios materiales
que justifican la aplicación del Derecho penal en un Estado social y democrático
de Derecho.

Con esta afirmación estamos entrando ya, para terminar con este punto,
en la cuestión del método del Derecho penal. Y es que la relación entre método y
objeto es indudable, de modo que el entendimiento del Derecho penal como
mero Derecho positivo formal llevaba a un método de interpretación gramatical
y sistemática, fundamentalmente, que se ha visto superado por un nuevo
método de interpretación teleológica cuando se ha entendido necesario dar un
concepto material del Derecho penal que relacione los preceptos objetivos con
sus finalidades y fines en una concreta configuración socio-política.

En efecto, la técnica fundamental utilizada para conocer el contenido del


Derecho penal es la interpretación jurídica de las normas penales. En este
sentido, puede decirse con ENGISCH que “la misión de la interpretación consiste
en hacer presente a los juristas el contenido y alcance de los conceptos
jurídicos”. Pues bien, siendo cuatro los criterios clásicos de interpretación desde
que JHERING incluyera el de la finalidad de la Ley a los tres formulados en su día
por SAVIGNY (gramatical, histórico, sistemático y teleológico, puede afirmarse
sin temor a errar que “[…] el jurista moderno, frente a los métodos de
interpretación mencionados, concede una cierta preferencia al llamado método
de interpretación «teleológico», que investiga el fin, la «ratio», el «pensamiento
fundamental» de la disposición legal, a fin de encontrar de esta manera su
«sentido»”. Y en Derecho penal también está asumido como fundamental
criterio de interpretación teleológica, superior al criticado de la voluntad del
legislador y al de la Justicia, el del bien jurídico. Si al criterio del bien jurídico se
suman, en la interpretación de los conceptos penales, los otros fines del Derecho
penal de un Estado social y democrático de Derecho, no sólo se estará cerca de
un método crítico de la Dogmática del Derecho penal, en la terminología de
MUÑOZ CONDE, en el que se interprete y sistematice el Derecho penal vigente,
pero en el que se pongan también de relieve los problemas que todavía quedan
por resolver, sino que se llegará a un método dogmático en el que la sistemática
no deberá servir sólo para conocer y aplicar el Derecho positivo, sino para
hacerlo en el sentido que marcan los principios y funciones del Ordenamiento
penal en un Estado democrático que conjugue los postulados liberales y
sociales, y que requiera del Derecho penal para la protección de su base
esencial: la persona libre e igual en sociedad.

1. La relación entre Dogmática penal y “las otras Ciencias


penales”

2.1. Derecho penal y Derecho procesal penal


Derecho penal y Derecho procesal penal son dos ramas diferentes del
Ordenamiento jurídico que, sin embargo, están ligadas de tal forma que puede
afirmarse que son de total complementariedad. Esto se entiende en un Estado
de Derecho, donde las exigencias procesales se constituyen en el riguroso límite
a la arbitrariedad de los poderes públicos respecto a la afirmación de la
existencia de una infracción punible, primero, y, después, a la determinación de
la sanción aplicable y a su efectiva aplicación. Las garantías materiales del
Derecho penal no serían nada, pues, sin las garantías materiales del Derecho
procesal que, en nuestro concreto Ordenamiento jurídico, se concretan en el
derecho a una tutela judicial efectiva reconocido en el artículo 24 CE 1978.

La relación entre ambas ramas no sólo es, pues, consustancial al hecho de


que una define el contenido y la otra el proceso para lo mismo, esto es, la
resolución de la Justicia penal frente al delito, sino que debe serlo en cuanto que
para lograr los fines materiales del Derecho penal también debe tomarse en
consideración en ocasiones el Derecho procesal. Podría citarse como ejemplo,
en este sentido, que el Derecho penal se sirve a veces de instrumentos
procesales para condicionar su intervención por razones de oportunidad o
necesidad. Así ocurre con las condiciones de procedibilidad o de
perseguibilidad, presentes en muchos de los delitos de la Parte especial, y que
exigen, para el inicio del proceso y, por tanto, para que se pueda sancionar
penalmente un comportamiento delictivo, que el ofendido interponga denuncia
o querella. Y también está especialmente relacionada con los fines del Derecho
penal la institución procesal de la prisión provisional, que trata de evitar el
incumplimiento de los fines del Derecho procesal (proceso para determinar la
culpabilidad), así como de los fines del Derecho penal (prevención).

Pese a todo lo señalado, y como ha indicado con acierto recientemente


RAGUÉS I VALLÉS, “las relaciones entre la [C]iencia del [D]erecho penal
sustantivo y la [C]iencia procesal penal se han caracterizado en buena medida
por la mutua ignorancia, como si estas dos disciplinas se ocuparan de sectores
del [O]rdenamiento jurídico sin ningún tipo de relación entre sí”. Esto, que
quizás se deba fundamentalmente a razones históricas relacionadas con el
proceso de codificación, que separó claramente los Códigos penales (que
incluían el Derecho sustantivo) de los Códigos procesales (que incorporaban las
reglas procedimentales), no sólo ha perjudicado el desarrollo teórico del
Derecho procesal penal, sino que, sobre todo, ha impedido avanzar en la
búsqueda de una Política criminal más eficiente, que conjugue los fines de
ambas ramas para el Estado social y democrático de Derecho.

2.2. Derecho penal y Criminología

Al igual que ocurre con cualquier ciencia, son muchas las definiciones
posibles de Criminología, sirviendo como ejemplo la precisa definición de
LÓPEZ-REY ARROJO, que entendía por tal “la ciencia que se ocupa de determinar
las causas o factores del delito a fines de prevención y de tratamiento del
delincuente”. Más completa y actual es la de GARCÍA-PABLOS DE MOLINA: “la
ciencia empírica e interdisciplinaria que tiene por objeto el crimen, el
delincuente, la víctima y el control social del comportamiento delictivo; y que
aporta una información válida, contrastada y fiable sobre la génesis,
dinámica y variables del crimen […], así como sobre su prevención eficaz, las
formas y estrategias de reacción al mismo y las técnicas de intervención
positiva en el infractor”. Y es que en aquello en lo que sí coinciden las
definiciones es, primero, en la concreción del objeto de la Criminología
(delincuencia, delito y delincuentes como perspectivas diferentes de una misma
dimensión, el comportamiento delictivo), y, en segundo lugar, en el carácter
interdisciplinar, que debe interpretarse en el sentido de que la Criminología
comparte conocimientos e instrumentos con disciplinas como la Sociología o la
Psicología, pero no en el de que no tiene una entidad científica propia.

Desde estos presupuestos resulta claro que Derecho penal y


Criminología, una como ciencia del deber ser, y otra como ciencia del ser, son
esencialmente distintas. El Derecho penal tiene por objeto esencial el delito
como hecho jurídico, y la Criminología la delincuencia como hecho social. Los
puntos de unión entre ambas ciencias son, sin embargo, también más que
evidentes. Así, ambas se dedican a estudiar el fenómeno delictivo, de modo que,
por ejemplo, los sujetos del estudio criminológico también son sujetos del
delito; y ambas tienen por objeto, también, prevenir la realización de
comportamientos criminales. Pero, sin duda, la relación más cercana se da entre
la Política criminal y la Criminología. El entendimiento de la Política criminal
como la disciplina que ofrece a los poderes públicos las opciones científicas
concretas más adecuadas para la intervención penal, ha llevado a un sector
doctrinal a entender la Política criminal como el puente entre Criminología y
Derecho penal.

Más bien creemos, sin embargo, que el puente entre la Política criminal y
el Derecho penal objetivo debe construirse desde las bases de la Criminología:
principios como el de intervención mínima, o fines de la pena como los de
prevención general, que dan contenido material al Derecho penal, y que enlazan
con la Política criminal y el Derecho penal de un Estado social y democrático de
Derecho, deben basarse en estudios criminológicos de carácter empírico, y no en
meras hipótesis sin más base que la intuición del dogmático, sobre las
posibilidades de evitación de la delincuencia por medio de otros instrumentos, o
sobre la eficacia y eficiencia del concreto Derecho penal objetivo para lograr los
propósitos deseados. En este sentido, entendemos que la Dogmática jurídico-
penal debería apoyarse mucho más en la Criminología y en los estudios
científicos de otras ramas como la Psicología, la Sociología o la Economía para
dotarse de mejores instrumentos, en aras a seguir buscando y construyendo un
Derecho penal más justo, por estar más cercano a las necesidades reales de los
ciudadanos. En efecto, así lo considera DE LA CUESTA ARZAMENDI, para quien
“[...] connatural a la valoración político-criminal ha de ser el conocimiento de la
realidad a través de los resultados que las «ciencias experimentales» ofrecen
sobre «la criminalidad, el delincuente, la víctima, la conducta socialmente
desviada y los controles sociales de estos comportamiento»”. Como dijo KAISER,
“la Política criminal no puede renunciar a la valoración de los datos empíricos,
si es que trata de ser convincente”, y la ciencia que se encarga de comprobar los
datos empíricos relacionados con la delincuencia es la Criminología. Por ello, y
como señaló MUÑOZ CONDE, la Criminología debe brindar al Derecho penal “no
sólo teorías sobre las causas y factores de la criminalidad, sino también, y sobre
todo, datos empíricos sobre las consecuencias de las normas jurídico-penales,
contribuyendo tanto a su legitimación, como a su crítica y modificación”.

Dentro de la Criminología han adquirido especial importancia en los


últimos años, por diferentes motivos, la Criminalística y la Victimología. La
Criminalística, históricamente, es hija de la Medicina forense, y sus primeros
cultivadores fueron médicos que, para resolver ciertos problemas médico-
forenses, tuvieron que recurrir a conocimientos distintos a la Medicina (como,
por ejemplo, la balística), creando una estructura técnica paralela, que
rápidamente es adaptada por los primeros policías científicos. Dejando a un
lado la cuestión de si forma parte de la Ciencia criminológica o si, por el
contrario, es independiente, puede decirse que la Criminalística se ocupa de los
conocimientos referidos a la indagación técnica del delito y el delincuente, en
aras a detectar las infracciones penales e identificar a sus autores, y adquiere
cada vez mayor importancia debido a la mejora de las tecnologías aplicadas a
estas labores.

El papel de la Victimología dentro de la Criminología, y la importancia


del mismo para su relación con el Derecho penal, es mucho más significativo. La
unión de una serie de factores, tales como los primeros estudios de la Psicología
social sobre las víctimas del delito, la elaboración de cuestionarios y de
encuestas para la obtención de información sobre las víctimas, y los nuevos
movimientos, no sólo feministas, sino también de defensa de los derechos
humanos, facilitaron el desarrollo de lo que LÓPEZ-REY ARROJO consideró “una
concepción superada de la Criminología” y que hoy es, sin embargo, uno de los
principales polos de desarrollo de las investigaciones criminológicas: la
Victimología. En general, la Victimología puede definirse como el estudio
científico de las víctimas. En este aspecto amplio, no se agota con el estudio del
sujeto pasivo del delito, sino que atiende a otras personas que son afectadas, y a
otros campos no delictivos, como puede serlo el de los accidentes, o la
marginación, o problemáticas personales o sociales como la de la drogadicción.
Esta disciplina, sin embargo, no se ha planteado todavía como tal, dado que
engloba una serie de visiones sobre la víctima desde perspectivas muy
diferentes. Así, GARRIDO GENOVÉS, STANGELAND y REDONDO ILLESCAS hablan de
cuatro tendencias: los estudios sobre la atención psicológica a la persona
victimizada, necesarios para mejor la atención a la víctima; los estudios sobre el
fenómeno de la victimización y las políticas para prevenirla; la preocupación por
los derechos de las víctimas en el proceso penal; y los movimientos a favor de
víctimas en particular (de delitos de terrorismo, de agresiones sexuales, de
violencia doméstica en los últimos años, etc.).
De todos estos aspectos, el que más interacciona con el Derecho penal es
el de la imbricación de los derechos de las víctimas dentro del propio
Ordenamiento penal. Durante los primeros años la importancia se otorgaba,
fundamentalmente, a las aplicaciones victimológicas en el proceso penal, y son
muchos los avances que nuestra Justicia criminal ha conocido durante los
últimos años; pero pronto se vio la necesidad de integrar los derechos de la
víctima en el propio contenido material del Derecho penal. Se trataría, según
algunos, de sustituir el viejo Derecho penal, que sólo otorga derechos y
garantías al delincuente, por un nuevo Derecho penal que tuviera más en cuenta
las necesidades y derechos de la víctima del delito. Esto ha dado lugar al
desarrollo de la Victimodogmática, la cual “[…] trata de examinar hasta qué
punto (y en qué términos) el reconocimiento de la existencia – en algunos
supuestos delictivos – de víctimas que contribuyen al hecho delictivo puede
conducir a afirmar que éstas son corresponsables del mismo (por haber
contribuido a él con actos dolosos o imprudentes) y, seguidamente, influir – en
sentido atenuatorio o incluso eximente – en la responsabilidad criminal del
autor”, y que se ha centrado, sobre todo, en cuestiones como la relevancia del
consentimiento en el Derecho penal, etc. Los argumentos de quienes defienden
la Victimodogmática son los de que con ella se podría “[…] obtener una
disminución de la aplicación de las sanciones penales, es decir, vincular la
necesidad de protección a consideraciones relativas al papel de la víctima en el
hecho delictivo, pues se ha comprobado la existencia de víctimas cuyo
comportamiento actúa como factor cocausal de la producción del delito”. En
contra se ha argüido, sin embargo, la tendencia hacia la privatización del
sistema penal que puede conllevar el que el Estado asuma o propicie las
fórmulas de perdón y conciliación propuestas por la Victimología. Aquello sobre
lo que hay acuerdo, sin embargo, es en que las tendencias político-legislativas
actuales van a tratar de otorgar cada vez más importancia a la víctima del delito,
por lo que habrá que tomar en consideración a la víctima dentro del Derecho
penal, pero sin olvidar nunca cuáles son los fines, funciones y fundamento del
mismo.

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