No es un secreto para nadie que las guerras culturales forman hoy y formarán parte en un
futuro de las estrategias mundiales de dominación y expansión imperialistas en el siglo XXI. En
la actualidad los descomunales avances de las ciencias, las telecomunicaciones y las tecnologías hacen del frente cultural y de la mente humana el campo de batalla definitivo. Cada vez abundan más los libros que abordan y recomiendan estrategias triunfadoras en la guerra cultural, sobre todo para doblegar a los enemigos reales o potenciales del imperialismo norteamericano y del grupo neoconservador que lo arrastra en su marcha hacia el dominio mundial. Como eficaces estrategias para neutralizar, desmovilizar y desmoralizar a sus contrarios, que son todos los hombres y pueblos del planeta, incluyendo el pueblo de Estados Unidos, las guerras culturales expanden su radio de acción desde tiempos de paz, o mejor dicho, son el preámbulo o la continuación de la guerra por otros medios, a saber, los culturales. Antes de que estalle un conflicto, aseguran que los potenciales enemigos tomen conciencia de su inferioridad ante las fuerzas y la cultura imperial, ante un sistema capaz de engendrar constantemente símbolos a los que vende como universales, modernos, glamorosos, heraldos de la eterna juventud, los cambios novedosos y la felicidad ilimitad. Durante el conflicto, garantizan que la opinión pública internacional se sitúe al lado del agresor imperialista, satanizando a los adversarios de turno, minando su moral combativa y sus capacidad y decisión de resistencia. Después del conflicto se dirigen a borrar la memoria de los crímenes cometidos, de las mentiras empleadas para justificar las agresiones, a imponer su versión de los acontecimientos, a asegurar la docilidad y asimilación cultural de los pueblos vencidos y las naciones ocupadas, a quebrar la resistencia que pueda existir, y a implantar, en lo profundo de las conciencias de sus nuevos súbditos, sentimientos de resignación, docilidad y acatamiento ante lo inevitable. Es en la última etapa del proceso donde se mide la eficacia definitiva de estas estrategias.[12] En este terreno no basta con vencer, cuando de lo que se trata es de convencer; la victoria no se expresa en el aniquilamiento de las fuerzas y medios del enemigo, ni en arrebatarle su capacidad de iniciativa o resistencia, sino más bien en lograr, sin combatir, su voluntaria rendición y supeditación espiritual, donde la perspicacia y la capacidad para vender un modelo de vida y gobierno, un conjunto de valores y creencias, es lo que se espera de estas nuevas legiones imperiales. Peculiar relevancia adquiere hoy también el concepto de Guerra psicológico- informativa en la aplicación por Estados Unidos de la llamada doctrina del "Poder Blando".[13] Esta última preconiza la necesidad de que Washington, en el logro de sus propósitos, utilice "todas las herramientas del poder" y no únicamente las fuerzas armadas.