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¡ HEIL... SHARON !

Siendo un pequeño devorador de libros que aún vestía pantalón corto,


cayó en mis manos uno titulado “Éxodo”. Recuerdo perfectamente cómo el
primer tomo se centraba en el ghetto de Varsovia mientras el segundo
relataba la construcción del Estado de Israel. A partir de aquella lectura,
los judíos me cayeron bien. Recuerdo también perfectamente cómo tres o
cuatro años después supe de la inminencia de la que resultaría Guerra de los
Seis Días y anuncié a mis compañeros que, a pesar de la supuesta invencible
conjunción de los países árabes, la guerra iba a estar del lado de los judíos,
como sucedió a vertiginosa velocidad.
Aún joven, contemplé, extrañado e indignado, cómo los judíos se
quedaban con los terrenos ocupados e, incluso, ocupaban también países
limítrofes. Observé cómo, además, se carcajeaban de las resoluciones de las
Naciones Unidas, algo que a otros pueblos acabaría costando tanto.
Ya adulto, me indignaba comprobar cómo persistían en ahogar al
pueblo palestino con el beneplácito del Imperio, comprobando igualmente
cómo casi todo el mundo callaba o miraba para otro lado, mientras los
palestinos pasaban a ser habitantes de ghettos o extensos campos de
concentración.
Con posterioridad he ido viendo cómo, al igual que en la Varsovia de
“Éxodo”, masacraban Sabra y Chatila con sadismo similar, o mayor, al de los
verdugos de sus ancestros. E igualmente he ido comprobando cómo casi
todos seguíamos mudos, ciegos y sordos.
Llegaron las sucesivas intifadas y nos hartamos de ver a niños con
tirachinas enfrentados a expeditivos militares armados hasta los dientes.
Los judíos ya no vestían el harapiento traje del ghetto, ni el pijama del
campo, ni siquiera el buzo del kibuzz, sino sofisticados trajes de guerra más
aterradores que los de las “SS” en las solapas que torturaron y mataron a
sus antecesores con crueldad parecida a la que ellos emplean con los
palestinos.
Así hemos llegado hasta hoy en que resulta alucinante, insufrible y
demasiado fuerte comprobar cómo en un diabólico giro de la historia, de tan
sólo dos generaciones, los herederos de las víctimas imitan, si no superan, a
los verdugos sacando a la población civil de las casas, deteniendo en masa,
clasificándola por edad y sexo, para marcar con tinta indeleble —igualito
que hicieron los nazis a sus abuelos— y asesinar, a su antojo y sin juicio, a la
población palestina. Los nietos de los exterminados en Auschwitz
exterminan en Ramala.
Sí, ya sé. Sé de sobra que cuentan con el apoyo del Imperio de la
Economía y la Guerra. Sé también que los árabes difícilmente se pondrán de
acuerdo. Sé que el resto de los dirigentes, incluidos los europeos, no pasan
de ser monaguillos aspirantes a becarios de la Casa Blanca. Sé que el
Imperio va a seguir apoyando el exterminio, salvo que su interés por
aglutinar apoyos para masacrar otro pueblo sea más alto.
Pero mi ira infinita se empapa de tristeza cuando miro a mi alrededor
y compruebo que todos callamos. Si todos hubiesen callado y mirado para
otro lado el Tercer Reich hubiese triunfado y el imperio hubiese sido otro.
Pero ahora callamos. Con mis compañeros o mis amigos y hablo del trabajo,
de cómo bajar de internet tal programa, del tiempo tan revuelto y seco, de
las vacaciones, de los oscars, del próximo encuentro de fútbol, de la
muchacha triunfadora en Operación Triunfo o del inquietante cuerpo que
cruza ante nosotros.
Por más que todos hayamos visto cómo dejan a poblaciones enteras
sin luz, sin agua, sin medicinas o sin acceso al hospital, guardamos silencio.
Por más que veamos poblaciones civiles detenidas en masa, mantenidas de
rodillas con los ojos vendados para ser marcadas con un número, torturadas
o asesinadas, nadie comenta. Por más que nos preguntemos e intentemos
imaginar qué grado de desesperación tiene que existir en un pueblo para que
sus jóvenes lleguen a inmolarse, callamos. Por más que casi hayamos echado
las tripas al ver asesinar a sangre fría en plena calle, no comunicamos.
Quiero pedir a mis amigos que recuperen la memoria, la memoria
colectiva, porque que el yo solo es mentira. Que recuperen la memoria de
hechos que están detrás, pero ahí mismo.
Quiero solicitar de mis amigos que comprueben cómo la historia, como
por desgracia ocurre también en nuestro entorno, se reitera incansable. A
no ser que nos decidamos a detener la noria.
Quiero solicitar de mis amigos que me escuchen qué siento, que me
cuenten qué sienten, que nos comuniquemos de manera que nuestra rabia no
se trastoque en tristeza, sea fecunda a largo plazo contra esta nueva “Gran
Alemania” multinacional y global y, a corto, detenga un nuevo exterminio.
Deseo también enviar a los judíos que ejecutan el genocidio, a quienes
lo apoyan y a quienes lo posibilitan con su mutismo, una maldición que, sin
duda, iría unida a la de quienes, de similar manera detenidos en masa,
secuestrados, seleccionados por sexo y edad, marcados, encerrados en
extensos campos y exterminados, no pudieron llegar a ser sus abuelos.
Javier Mina, Iruña 6-4-02

Publicado en Gara y Diario de Noticias

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