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Universidad Pedagógica Nacional

Lingüística, literatura y semiótica


Profesor: Tito Pérez
Estudiante: Lorena Sofía Betancourt Torres
Una clase es ¿buena, mala o perversa?
Al realizar este ejercicio, me resulta un poco complicado recordar todas las clases que he
tenido en mi vida que podría clasificar, específicamente, entre buenas, malas o perversas. No
obstante, sí recuerdo algunas materias y espacios académicos que han sido de gran impacto
en mi trayectoria de estudiante los cuales podría describir con mayor facilidad al hacer una
descripción general de dicha clase.
Personalmente, considero que a lo largo de mi paso por la academia he podido notar que las
clases que más me gustan son aquellas en las que tengo un interés particular, cierta
inclinación que me hace darle un poco más de importancia a esa asignatura gracias al gusto
o al amor que tenga por ella; por ejemplo, durante el colegio siempre me gustó la clase de
inglés, pienso que siempre la califiqué como “buena” no sólo por la profesora o el ambiente,
sino porque mi amor por el inglés nació desde muy pequeña, entonces me creé la idea de que
la clase de inglés siempre era buena porque más allá de eso mi interés por aprender el inglés
siempre fue muy grande y le cogí mucho cariño. De la misma forma, creo que este
pensamiento en parte también fue negativo ya que, así como consideraba buena una clase por
mi interés en la materia y en los temas o contenidos, pasaba con las materias que no me
gustaban en lo absoluto. Pongo como ejemplo las matemáticas -que nunca me han gustado-,
mi falta de interés por esta materia me hacía pensar que las clases de matemáticas, geometría
o estadística en la primaria y en el bachillerato eran “malas” y como consecuencia no ponía
atención o me dispersaba más fácilmente ya que no me interesaban los temas, aunque los
profesores decían que eran necesarios. Con todo esto, me refiero a que el interés que el
estudiante tiene frente a x o y clase influye en gran parte en la forma en la que ve la clase y
su actitud frente a ella aunque reconozco que este puede ser un pensamiento poco académico
e incluso una excusa.
De esto he podido concluir que uno como estudiante se predispone frente a las clases por
ideas que uno mismo se ha formado en su cabeza acerca de si la materia le gusta o no y otros
factores. Sin embargo, siendo sincera a medida que he estudiado en esta carrera sobre la
pedagogía, los docentes, los estudiantes, las clases, los estilos cognitivos, etc creo que puedo
establecer con más criterio y claridad cuáles clases específicas -que recuerde- han dejado una
marca en mí y que ahora mismo puedo catalogar como “buenas, malas o perversas”. Esto va
de la siguiente forma:
Clase “buena”:
Cursé mi bachillerato en el Liceo Santa Bernardita en donde conocí a una de las mejores
profesoras que he visto, su nombre es Olga Lucía. La profe Olga se encargaba de dictar
Español y yo había estado con ella en grado séptimo y octavo. Ya en once, la profesora
retornó al colegio y así fue como retomamos cierta confianza. Las clases de Español en
noveno y décimo me habían parecido muy aburridas y monótonas, pero en grado once la
profesora aprovechó para hacer de su asignatura un espacio que propiciaba la propuesta de
ideas, el respeto a las opiniones de los compañeros, la formulación de preguntas por parte de
los estudiantes y el desarrollo de las diferentes temáticas a partir del uso de un material
llamativo y creativo. Una vez a la semana teníamos una asignatura que denominábamos
PILEO (Proyecto Institucional de Lectura, Escritura y Oralidad) para la cual destinábamos 1
hora. Ese año, la profesora Olga había lanzado un proyecto de escritura creativa e hizo que
nuestros cuadernos para esa materia no tuvieran el forro común y corriente, sino que nos
animó a decorar la pasta con cuanta imagen quisiéramos de las cosas que nos gustaban, de
las personas y los hábitos que más amábamos. Así fue como todos personalizamos nuestros
cuadernos con imágenes de comidas, personas, bandas de música, libros, frases, programas
de televisión, etc todo aquello que mostraba nuestros intereses. Poco después de empezar con
este cuaderno, la profe Olga nos hizo una clase muy particular en la que nos explicó un
movimiento artístico y literario -que era el surrealismo- y lo hizo por medio de fragmentos
de obras. En el TV, mostró imágenes de pinturas y cuadros que reflejaban el surrealismo de
autores conocidos. Recuerdo muy bien que nos mostró un video de una canción de Pink Floyd
llamada Time y el video consistía en una animación en secuencia de las obras surrealistas de
Dalí. Posteriormente, la profe nos preguntó qué habíamos visto, entendido, cómo
relacionábamos esto con la teoría surrealista. Luego de dar nuestras opiniones, la profe
explicó toda la temática y para mí fue muy sencillo entenderla. Considero que hasta este
momento esa ha sido una de las clases más significativas de toda mi vida, aún recuerdo con
claridad el tema y fue significativo ya que la profesora usó elementos que a mí personalmente
me gustan bastante como la música -Pink Floyd es uno de mis gustos musicales- y el arte -la
pintura en este caso-. Cabe agregar que la actitud de la profesora en esa clase fue admirable:
su amor al explicar el tema me impactó porque supe que amaba su trabajo tanto como dicho
tema, su atención frente a las opiniones que nosotros dimos, su paciencia, su respeto, y la
emoción que trasmitía al momento hablar. Digo que esa ha sido una clase “buena” porque en
ella la información no sólo se quedó como eso, sino que se tornó en un aprendizaje, un
conocimiento que me quedó y que logré interiorizar. También porque el salón estaba
dispuesto en mesa redonda, esto me daba más confianza. Todas nuestras opiniones fueron
respetadas y sin duda los materiales y recursos usados por la profe fueron sencillos, útiles,
impactantes y adecuados al mundo real -aunque el tema fuese el surrealismo- logramos hacer
una contextualización de eso y hablar de cómo podíamos aplicar ese estilo literario en la
actualidad (2016). Esa misma clase, la profe Olga nos puso como ejercicio de escritura
realizar un cuento a partir de fragmentos de las canciones que más nos gustaran. La idea era
usar las letras de la canción dentro del cuento y relacionarlas con la trama o con los personajes
dándoles un estilo surrealista, ya en ese tiempo que fueron como 20 minutos la profe nos dio
la libertad de escuchar música en nuestros audífonos mientras escribíamos nuestro cuento.
Sin duda, uno de los mejores ejercicios de escritura que he realizado.
Clase “mala”:
Como había mencionado anteriormente, entre mis gustos académicos nunca han estado las
matemáticas ni el cálculo, en realidad poco que tenga que ver con números por más
necesarios que sean. Durante grado once también, recuerdo que luché contra mis clases de
cálculo para poner atención al profesor y obtener buenas notas. Sin embargo, aunque estas
clases me eran complicadas la asignatura que definitivamente me sacó de quicio fue física.
Hoy en día la recuerdo con tanta decepción como en ese año. La física siempre me pareció
aburrida, totalmente inútil e innecesaria para mi vida, pero debía pasarla y aprobarla. Sin
embargo, aunque hice muchos esfuerzos mis notas nunca estuvieron en el nivel superior, esto
es más arriba de 4.6. El profesor encargado de dictar física se llamaba Anderson Beltrán, lo
recuerdo muy bien porque como persona me caía bien, era un hombre descomplicado y tenía
buen sentido del humor. Pero como profesor creo que me es un mal referente ya que él es a
quien recuerdo cuando pienso en la clase de profesora que no quiero llegar a ser. El profe
Anderson hacía de la clase de física un espacio realmente tenso, complicado, aburridor y lo
que en inglés se diría pointless. Las clases que eran más activas eran las que se trataban de
hacer algún experimento, un quiz o un taller de ejercicios del libro. Pero yo casi nunca
entendía los temas y por más que le preguntara al profesor me resultaba muy difícil. Cuando
ya le preguntaban mucho, el profe Anderson se estresaba y se le notaba el cansancio en la
cara. Creo que es un profe que no transmitía nada de alegría o pasión por la física. Recuerdo
muy bien que siempre llegaba a la clase con los ojos rojos, tomando agua y hablaba en un
tono de voz bastante bajo y casi sin ganas. Una clase en la que el tema era la fuerza -o lo que
recuerdo que se mide en Newtons- el profe llegó, dispuso el salón en filas y comenzó a
exponer el tema. Esa clase se me hizo infinita, en ningún momento nos preguntó, por ratos
se quedaba en silencio mirando al tablero y solo hasta el final de la clase nos puso algunos
ejercicios. Recuerdo que me aburrí tanto durante la explicación que su tono de voz me hizo
perder el interés y me quedé dormida. Sé que esto no fue una buena actitud de mi parte, sin
embargo, insisto en que esa clase no aprendí nada, nada se me quedó, no me “excitó el
cerebro”, no tuve para nada un aprendizaje significativo ya que la información que nos dio
el profe se quedó en eso, en sólo información anotada sobre un cuaderno.
Clase “perversa”:
La peor clase que he tenido en mi vida y que considero perversa ha sido una clase de
matemáticas durante un curso Pre-universitario que realicé luego de salir del colegio. Fue en
el instituto Instruimos ya que en ese entonces quería ser admitida en la Universidad Nacional.
Ni siquiera recuerdo el nombre del profesor, sólo sé que ese día disponíamos de 1 hora de
matemáticas y había una tarea que consistía en hacer unos ejercicios que estaban en el libro
de esa semana. Anteriormente, el profesor se había presentado -en la primera clase-, parecía
un profesor común y corriente y e interesado en enseñarnos. Si no recuerdo mal, unas dos
semanas después el profesor tuvo un inconveniente con un estudiante del grupo en el que yo
me hallaba y desde esa semana simplemente se paró un día frente al grupo y dijo que no le
interesaba conocernos, ni saber nada de nosotros, sino que hiciéramos como si él no existiera
en esa clase. Esta situación fue bastante incómoda ya que aunque uno sabe que es un curso
de 3 meses y que probablemente no va a volver a ver a nadie de ahí el resto de su vida, todos
los estudiantes estábamos allí con el deseo y la motivación de aprender, de corresponder,
preguntar, practicar, perfeccionarnos y aún más en el área de las matemáticas que es
importante para el examen de admisión. Creo que en una buena clase, el profesor no es un
dictador que posee todo el poder o el conocimiento, pero tampoco es un fantasma que se
sienta a un rincón a hacer como si no existiera -esto fue lo que ese profesor hizo justamente-
sino que es un guía, una persona obviamente respetable, mayor y con un grado de
conocimiento más avanzado al de un estudiante, pero es un orientador, alguien que ayuda a
que sus estudiantes construyan conocimiento de una forma eficiente y correcta, alguien ideal
para enseñar y ser enseñado al mismo tiempo. Cuando pienso en ese profesor creo que ni
siquiera lo era en realidad, ya que su comportamiento en las clases era decir:” buenos días,
hoy haremos los ejercicios de tal a tal”,” Eso es todo, hasta luego”. Además, fueron muy
pocas las veces que alguien osó a formularle alguna pregunta al profesor ya que nada más su
presencia no daba confianza sino miedo, causaba una especie de intimidación y humillación
incómoda. Una vez, el profesor llegó siendo como siempre era con nosotros, dejó los
ejercicios escritos en el tablero para ser solucionados y se sentó. En ese momento, hubo un
pequeño temblor y una compañera fue quien dijo “está temblando, ¿no?”. El profesor se puso
de pie, nos miró y salió del salón sin proferir palabra alguna. Todos nos miramos confundidos
y asustados a la vez. Pasados unos 10 minutos y el temblor, el profesor entró al salón, borró
el tablero y comenzó a escribir la solución de las ecuaciones sin ni siquiera decirnos nada.
Absolutamente nada. Cuando terminó la clase, borró el tablero y nos dijo “hasta luego” y
salió. Aparte de parecerme una actitud grosera y extraña, dicha clase no adquirí ningún
conocimiento. El profesor escribía la información de memoria y ni siquiera nos hablaba, así
me resultó muy difícil pedir explicación de aquellas cosas que no entendía y tuve que pedirle
ayuda a mis compañeros. Fue una clase pésima, tensa, confusa, aburrida, complicada de
entender y de lidiar, aún peor con un profesor que ni siquiera en un solo momento del curso
me dirigió la palabra, fue como si para él los estudiantes no existiéramos, y por más malos
que seamos en la asignatura, más allá de ser estudiantes somos seres humanos que pensamos,
sentimos y opinamos, y por lo visto esto al profesor se le olvidó por completo.

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