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Mucha gente cree que la felicidad es un estado al que se llega una vez que han alcanzado un

determinado objetivo, y que luego permanece inmutable, para siempre. Si tal creencia se pudiera
resumir en una sola frase, sería algo así: “sólo podré ser feliz cuando me haya recibido” o bien
“sólo podré ser feliz cuando haya salido campeón de rugby”.

Otras personas creen que la felicidad viene asociada a un logro material concreto: la casa de sus
sueños, un auto cero kilómetro o ganar el premio gordo de navidad.

Y en parte, todas están personas, tienen razón. Pero solo en parte. Cualquier recompensa,
emocional o material, luego de un proceso más o menos sostenido de esfuerzo personal hace que
nos sintamos, finalmente, muy pero muy felices.

El problema estriba en que tal periodo de felicidad suele ser bastante modesto, de una duración
tan efímera, que casi siempre durante el transcurso de las semanas posteriores a la obtención de
la meta deseada nuestro índice de felicidad vuelve al punto de partida, experimentando una
fuerte regresión, y se estabiliza, gracias a un fenómeno psicológico que se conoce
como adaptación hedónica.

La adaptación hedónica, consiste esencialmente en un rápido acostumbramiento a lo nuevo, que


se da en todos los órdenes, y que pasada la primera euforia nos lleva otra vez a nuestro nivel de
felicidad de base. Por ejemplo, las personas lisiadas no son en promedio menos felices que las
personas no lisiadas, ganar el premio gordo de navidad produce un gran monto de felicidad inicial
que se diluye con el tiempo.

En este contexto, una vez disipada la alegría, por lo general sobreviene una sensación de vacío que
nos empuja a establecer nuevos objetivos personales o a comprar nuevos bienes que nos
proporcionen, aunque más no sea por un ratito, una nueva oleada de plenitud y bienestar. Esta es
la razón por la que muchas personas caen en la compra compulsiva de cosas que en realidad no
necesitan, como una forma de renovar permanentemente la efímera felicidad inicial que produce
la adquisición de bienes materiales.

SIN MOVIMIENTO NO HAY FELICIDAD

En este sentido, también es un error preguntarnos si somos felices o no, como si la felicidad
dependiera de un interruptor de encendido y apagado.

Cuando compramos una cafetera, sumamos un bien material a nuestras pertenencias y sabemos
que vamos a poder tomar café durante un buen tiempo. En cambio, la felicidad no es para
siempre. Pensar que podemos disfrutar de un estado de bienestar permanente es ingenuo y
puede ser la causa de mucha frustración.

La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿cómo podemos ser más felices?¿Cómo
podemos aumentar nuestro índice de satisfacción con la vida?
No pretendo con el presente artículo brindarle al lector una fórmula infalible e inequívoca para
alcanzar la felicidad. Ello resultaría imposible por una decena de razones distintas, de manera que
renuncio a tal desmedida ambición.

Pero por otra parte, desde hace algún tiempo el concepto de felicidad y sus vicisitudes se han
convertido en objeto de interés por parte de la psicología y otras ciencias; de manera que hoy en
día contamos con un esbozo, algo parecido a un borrador preliminar, que contiene una serie de
premisas que parecen funcionar como los pilares de la felicidad, elementos necesarios en mayor o
menor medida para poder llevar adelante una vida plena y cargada de satisfacciones.

PLACER

El primer paso, y el más básico, es identificar todas aquellas cosas que nos proporcionan placer.
Una cuota de hedonismo es un ingrediente necesario para la felicidad.

Le sugiero que escriba una lista de todas aquellas cosas que le brindan placer físico o emocional,
desde las más insignificantes hasta las más sofisticadas.

A los fines ilustrativos y porque no, con el propósito de inspirarlo, en su lista de disfrute personal
puede incluir cosas como estas: comer helado de chocolate, andar en bicicleta, tener sexo con su
pareja, jugar al ajedrez, leer novelas de misterio, mirar películas de acción y cocinar para los
amigos.

Ahora bien, cuando haya terminado, repase la lista cuidadosamente y observe cuántas de estas
cosas hace realmente en la semana. Si es usted como la mayoría de las personas descubrirá que
por descuido o falta de tiempo, muchas de estas actividades las ha abandonado o no las practica
con la frecuencia que le gustaría.

Procure entonces maximizar el placer, sin estas pequeñas recompensas cotidianas no parece
probable bienestar alguno. Busque la manera, haga los arreglos necesarios que le permitan sacarle
más provecho a los pequeños placeres que nos ofrece el día a día.

Pero cuidado, el hedonismo no lo es todo, sino un mero punto de partida. Ponga especial atención
también a los cuatro puntos que siguen…

HABILIDADES

Haga también una lista de competencias personales; es decir, anote todas aquellas cosas que
considera que hace bien.

Trate de responder a la pregunta: ¿para qué soy bueno? Ya sea que se trate de actividades en las
que usted u otras personas consideran que posee cierta habilidad.

Puede incluir cosas como las siguientes: “soy bueno para tomar fotografías”, “me doy maña en
cuestiones de electricidad”, “soy bueno para explicar temas o dar clases”, “soy un jardinero
aficionado excelente” o “hago una mermelada casera deliciosa”.
Hecho esto, ahora lo invito a ejercitar más seguido sus virtudes personales. Puede cambiarle los
enchufes quemados a la abuela Margarita y alegrarle el día, darle algunas clases particulares de
geografía a su sufrido sobrino que está a punto de llevarse la asignatura a marzo, o hacer
mermelada casera de durazno para su novia, que tanto le gusta.

TENER UN OBJETIVO DE VIDA TRASCENDENTAL FUNCIONA COMO UN FARO, UNA LUZ QUE NOS
GUÍA Y ORIENTA EN LOS PEORES MOMENTOS, CUANDO LA OSCURIDAD ARRECIA.1

Incluir la práctica de las habilidades personales en su rutina semanal lo colmará de amor y


agradecimiento de sus amigos y seres queridos, mejorará su concepto de sí mismo, le ayudará a
desarrollar un sentido de autoeficacia, y lo hará sentir un miembro valioso de su familia y
comunidad.

EJERCICIO

Sin movimiento no hay felicidad. Nuestro organismo y nuestro cuerpo han sido diseñados
evolutivamente para la acción.

Cuando ejercitamos el cuerpo, las redes neuronales que dan forma a nuestro cerebro se
encienden como un árbol de navidad.

Treinta minutos de actividad aeróbica al día funcionan como un potente energizante, mantienen
nuestros músculos flexibles, y previene un amplio abanico de enfermedades cardíacas y
neurológicas.

Incluso muchos trastornos psicológicos, como la depresión y los cuadros de ansiedad, encuentran
el camino allanado cuando se lleva una vida sedentaria y caracterizada por la inmovilidad.

APRENDIZAJE

Las personas más felices poseen un espíritu curioso incansable, y nunca dejan de aprender a lo
largo de sus vidas.

Ya sea de manera formal, por medio de institutos de enseñanza, o de manera informal, como
autodidacta, la perspectiva de aprender nuevas cosas permanentemente es el mejor antídoto
contra el aburrimiento y un pasaporte seguro hacia la realización personal.

Revise su lista de intereses y trate de perfeccionarse en aquella materia que ya domina mientras,
en forma complementaria, suma nuevos conocimientos provenientes de otras áreas a su acervo
personal. Ya se trate de un curso de teatro, aprender diseño gráfico, cultivo orgánico o un idioma
nuevo, el aprendizaje es uno de los mejores estímulos y alimentos para el cerebro. Aumenta la
reserva cognitiva, y de paso mantiene alejados a la desidia y el abandono.

SENTIDO

¿Para qué vino usted a este mundo?


Sé que la pregunta no es nada fácil de responder, pero si logra al menos delinear un esbozo estará
mucho más cerca de otorgarle un sentido a su vida, lo cual constituye la clave suprema para la
felicidad.

Estoy hablando aquí de un propósito de carácter humanitario, algo que trascienda su propia
existencia, que no desaparezca una vez que haya muerto.

Preguntas similares que pueden ayudarlo a pensar al respecto podrían ser: ¿cuál es su misión en la
vida? ¿qué puede hacer para que el mundo sea un lugar mejor? ¿cómo le gustaría ser recordado
cuando ya no esté?

Tener un objetivo de vida trascendental funciona como un faro, una luz que nos guía y orienta en
los peores momentos, cuando la oscuridad arrecia.

Las personas más felices son las que llevan adelante una vida cargada de significado, y dedican
buena parte de sus esfuerzos físicos e intelectuales para hacer del pequeño pedacito que habitan
en el mundo, un lugar más reconfortante.

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