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SILABO A DESARROLLAR POR EL PROFESOR

ABOGADO DE CONFIANZA

RECURSO DE AMPARO NÚM. 4760/2004


PONENTE: DOÑA MARÍA EMILIA CASAS BAAMONDE
Recurso de amparo contra el Auto de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional (Sección Cuarta), de 14-06-2004,
por el que se desestima el incidente de nulidad de actuaciones interpuesto contra el Auto de la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional (Sección Cuarta), de 24-05-2004, procedimiento de euroorden por el que se accede a la entrega a
Francia del demandante, solicitada en virtud de Orden europea de detención; y contra los Autos de 14-04-2004 y 23-
04-2004 del Juzgado Central de Instrucción, y de 27-05-2004 de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional por los
que se acuerda y confirma la prisión provisional del recurrente por delito de tráfico de estupefacientes. Vulneración
del derecho fundamental a la libertad personal y a la seguridad: inexistencia; Vulneración del derecho fundamental a
la defensa y asistencia de letrado: existencia: otorgamiento parcial de amparo.
La Sala Primera del Tribunal Constitucional, compuesta por doña María Emilia Casas Baamonde, Presidenta, don
Javier Delgado Barrio, don Jorge Rodríguez-Zapata Pérez, don Manuel Aragón Reyes y don Pablo Pérez Tremps,
Magistrados, ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En el recurso de amparo núm. 4760/2004, promovido por don Benavente N. G., representado por la
Procuradora de los Tribunales doña Silvia Ayuso Gallego y asistido por la Abogada doña María del Mar Vega Mallo,
contra el Auto de la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de 14 de junio de 2004, por el que
se desestima el incidente de nulidad de actuaciones interpuesto contra el Auto de la Sección Cuarta de la Sala de lo
Penal de la Audiencia Nacional de 24 de mayo de 2004, rollo de Sala núm. 61/2004, procedimiento de euroorden
9/2004, por el que se accede a la entrega a Francia del demandante, solicitada en virtud de Orden europea de
detención; y contra los Autos de 14 y 23 de abril de 2004 del Juzgado Central de Instrucción, y de 27 de mayo de la
Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional por los que se acuerda y confirma la prisión provisional del recurrente. Ha
intervenido el Ministerio Fiscal. Ha sido Ponente la Presidenta doña María Emilia Casas Baamonde, quien expresa el
parecer de la Sala.
I. ANTECEDENTES
1 Mediante escrito presentado en el Registro General de este Tribunal el día 20 de julio de 2004, la Procuradora de
los Tribunales doña Silvia Ayuso Gallego, en nombre y representación de don Benavente N. G., y bajo la dirección
letrada de la Abogada doña María del Mar Vega Mallo, interpuso recurso de amparo contra las resoluciones que se
mencionan en el encabezamiento de esta Sentencia.
2 El recurso tiene su origen en los siguientes antecedentes, que se exponen en forma resumida en lo que son
relevantes para el presente recurso:
a) El recurrente, de nacionalidad española, fue detenido el 13 de abril de 2004 en Murcia con base en una orden de
detención dictada por la Sección Decimosexta de la Audiencia Provincial de Madrid para la ejecución de una
Sentencia de 23 de noviembre de 2001 en la que se le condenó a una pena de cuatro años de prisión. Una vez
detenido, se recibe en el Juzgado Central de Instrucción núm. 5 de la Audiencia Nacional información de Interpol
relativa a dicha detención, a los efectos de la entrega del recurrente a las autoridades judiciales de Francia por
encontrarse reclamado en virtud de Orden internacional de detención de 17 de junio de 1999, expedida por el Juez de
Instrucción de Tarbes (Francia) por delito de tráfico de estupefacientes. Por el Juzgado Central de Instrucción se
acuerda, mediante providencia de 13 de abril, incoar procedimiento de Orden europea de detención núm. 9/2004, por
lo que se solicita de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias el traslado del recurrente, ya detenido en
Murcia, a los calabozos de la sede del Juzgado Central de Instrucción.
Una vez informadas las autoridades francesas de la detención, el 14 de abril de 2004 se remite formalmente Orden
europea de detención, en la que se hace constar que el recurrente había sido condenado en ausencia por el Tribunal
correccional de Tarbes a una pena de seis años de prisión por tráfico de estupefacientes, pudiendo beneficiarse de un
nuevo enjuiciamiento.
b) A su llegada al Juzgado Central de Instrucción, el 14 de abril se practica la diligencia de información de derechos
al detenido, solicitando el recurrente la designación de la Abogada doña Mar Vega Mallo. A continuación se practica
la comparecencia prevista en el art. 14 de la Ley 3/2003 ( RCL 2003, 731) , manifestando el recurrente que no
acepta la entrega y que no renuncia al principio de especialidad, considerando por su parte el Ministerio Fiscal que no
concurren causas de denegación de la entrega. En ese mismo acto, y con relación a lo dispuesto en los arts. 17 Ley
3/2003 y 505 LECrim ( LEG 1882, 16) , el Ministerio Fiscal solicita se acuerde la prisión provisional, a lo que se
opone el Letrado del recurrente. En dicha comparecencia, el recurrente fue asistido por la Letrada de oficio doña
María Leandra Bris García.
c) Por Auto de 14 de abril de 2004, el Juzgado Central de Instrucción acuerda decretar la prisión provisional, siendo
confirmada, tras la desestimación de los recursos de reforma y apelación interpuestos, por Auto de 23 de abril y por
Auto de la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de 27 de mayo de 2004, respectivamente.
d) Por Auto de 24 de mayo de 2004, la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional acuerda la
entrega a Francia, si bien, a la vista de la ejecutoria 14/2004 de la Sección Decimosexta de la Audiencia Provincial de
Madrid y para cumplir la pena de cuatro años impuesta en la Sentencia de 23 de noviembre de 2001, en aplicación de
lo dispuesto en el art. 21.1 de la Ley 3/2003, se suspende la entrega hasta que se cumpla la citada pena en España, sin
perjuicio de la entrega temporal en las condiciones señaladas en el art. 21.1 Ley 3/2003. Además, se acuerda tener en
cuenta la voluntad del reclamado, a los efectos del cumplimiento de la pena en España.
e) Contra la citada resolución se interpone por la representación procesal del recurrente incidente de nulidad de
actuaciones, interesando la nulidad de lo actuado desde el 12 de abril de 2004 en virtud de que el día de la detención,
en la citada fecha, no se le informó de los motivos de la detención ni de sus derechos, y que en la comparecencia de
14 de abril no estuvo presente la Letrada por él designada.
Por Auto de 14 de junio 2004, la Audiencia Nacional desestima la nulidad de actuaciones, afirmando, de una parte,
que la detención practicada el 13 de abril es consecuencia de la ejecutoria dictada por la Audiencia Provincial de
Madrid, tal como se informó al detenido, aunque éste se negara a firmar la oportuna diligencia, y que en relación con
el traslado a Madrid el 14 de abril consta el trámite de lectura de derechos en el que manifestó que designaba como
Letrada a doña Mar Vega Mallo. De otra parte, en la comparecencia del art. 14 de la Ley 3/2003, el reclamado se
opuso a la entrega, afirmó no renunciar al principio de especialidad, y el Letrado de oficio indicó que se oponía a lo
solicitado por el Ministerio Fiscal, todo lo que indica que no hubo indefensión alguna, ya que en todo momento tuvo
conocimiento de sus derechos, «y la circunstancia de que tras la lectura de derechos se realizara la comparecencia
antes de la llegada de la Letrada designada por dicho reclamado estando asistido por la Letrada de oficio no lleva
aparejada la nulidad de actuaciones que pretende ya que por la misma atendió en todo momento al reclamado como
consta en el acta levantada».
3 La demanda se fundamenta en los siguientes motivos de amparo. En primer lugar, se alega la vulneración del
derecho a la libertad y a ser informado de los derechos y de los motivos de la detención (art. 17.1 y 17.3 CE [ RCL
1978, 2836] ), producida en dos momentos distintos. Primero, cuando el recurrente es detenido el 12 de abril en
Zarcilla de Ramos (Murcia) no se efectuó la preceptiva lectura de derechos, sin que pueda acogerse la interpretación
de la Audiencia Nacional relativa a que dicha diligencia sí se llevo a cabo, si bien el recurrente se negó a firmarla, y
ello porque no consta ni la firma ni tampoco mención alguna a tal negativa por parte de la Guardia civil, y porque una
cosa es que exista una orden de detención de la Sección Decimosexta de Madrid, y otra cosa es que se cumplan los
requisitos legales para proceder a la detención. Segundo, constando Orden europea de detención desde el 13 de abril,
razón por la que el recurrente es puesto a disposición del Juzgado Central de Instrucción núm. 5, no fue informado de
ello, ni de los motivos de su traslado a Madrid, hasta el día siguiente, tal como consta en la diligencia de lectura de
derechos fechada el día 14. En consecuencia, el recurrente permaneció un día entero detenido por causa distinta a la
que motivó su primera detención el día 13 de abril sin ser informado de ello. Ello implica que la situación de prisión
provisional padecida por el recurrente por esa causa es contraria a Derecho.
En segundo lugar, aduce el demandante que se ha vulnerado su derecho a la libre elección de Letrado del art. 17.3
CE, así como su derecho a la defensa, a un proceso con las debidas garantías y a la tutela judicial efectiva sin
indefensión (art. 24 CE), puesto que, después de haber designado expresamente el recurrente a un Abogado de su
elección, por la Audiencia Nacional se procedió a asignarle uno de oficio para la comparecencia del art. 14 Ley
3/2003 ( RCL 2003, 731) , sin avisar al Ilustre Colegio de Abogados de Madrid a los efectos oportunos ni tampoco a
la letrada designada por el demandante. Ello vulnera el derecho a la asistencia letrada, y el resto de los derechos
mencionados, porque no se trata de que haya asistencia letrada, sino de que esté presente el Letrado que el detenido
designa expresamente.
4 Por providencia de 21 de diciembre de 2004 la Sala Primera de este Tribunal acordó admitir a trámite la presente
demanda de amparo y, en aplicación de lo dispuesto en el art. 51 LOTC ( RCL 1979, 2383) , dirigir atentas
comunicaciones a los órganos judiciales competentes para la remisión de certificación o fotocopia adverada de las
actuaciones.
Igualmente se acordó formar la correspondiente pieza separada de suspensión, en la que, tras los trámites oportunos,
se dictó por la Sala Primera de este Tribunal el Auto de 14 de febrero de 2005, acordando denegar la suspensión de la
ejecución de las resoluciones impugnadas.
5 Por diligencia de ordenación de la Secretaría de Justicia de la Sala Primera de este Tribunal de 8 de abril de 2005 se
acordó dar vista de las actuaciones a la parte recurrente y al Ministerio Fiscal por plazo común de veinte días para que
presentaran las alegaciones que estimasen pertinentes, de conformidad con el art. 52.1 LOTC ( RCL 1979, 2383) .
6 Evacuando dicho trámite, el recurrente, por escrito registrado en este Tribunal el 19 de mayo de 2005, se ratificó en
sus alegaciones.
7 El Ministerio Fiscal, en igual trámite y por escrito registrado el 5 de mayo de 2005 en este Tribunal, interesó la
denegación del amparo solicitado, en virtud de los siguientes argumentos:
Con respecto a la primera queja, sostiene que parte ésta de un error, ya que cuando el demandante fue detenido, a las
9 horas del día 12 de abril, fue informado de sus derechos, tal como consta en la documentación sobre la ejecutoria
14/2004 de la Sección Decimosexta de la Audiencia Provincial de Madrid. Tampoco la segunda vertiente del primer
motivo de amparo es atendible, y ello porque el expediente de euroorden se inició estando ya detenido el recurrente
en virtud de la citada ejecutoria, por lo que el traslado a Madrid se produce estando ya detenido, sin que pueda
concebirse como una detención o privación de libertad independiente de la que ya afecta al interno. En este sentido, la
primera decisión sobre la libertad del recurrente dentro del procedimiento de euroorden es la del Auto de 14 de abril,
dictado después de la comparecencia en cuya última parte se cumplió lo previsto en el art. 17 Ley 3/2003 ( RCL
2003, 731) , habiendo sido informado debidamente de su situación conforme a la regulación legal –art. 13 Ley
3/2003– por el Juzgado Central de Instrucción.
En relación con el segundo motivo de amparo, no podría en cualquier caso afirmarse vulneración del art. 17.3 CE
( RCL 1978, 2836) ya que el demandante entiende que no estaba detenido por el expediente de euroorden, sino que
simplemente le eran aplicables las disposiciones que regulan tal diligencia judicial, para la que se había interesado el
traslado. A este respecto, tales disposiciones –art. 14 Ley 3/2003, y su remisión a las normas de la LECrim– deben ser
tratadas como normas de legalidad ordinaria cuyo incumplimiento no puede vulnerar el art. 17 CE, ya que si el
expedientado no está detenido no se trata de garantías de la privación de libertad. Por lo que respecta a la eventual
vulneración del derecho de defensa del art. 24 CE, más allá del hecho de que no conste que la designación de Letrada
por parte del recurrente fuera anterior a la comparecencia, el hecho es que, aun cuando pueda calificarse como
irregularidad procesal, en ningún momento se dice en la demanda cuál pueda ser la indefensión material sufrida.
Después de la designación llevada a cabo el 14 de abril, la Letrada elegida por el demandante ha podido alegar lo que
ha estimado en los recursos de reforma y apelación interpuestos contra la prisión provisional acordada por Auto de 14
de abril de 2004 y ha tenido ocasión de presentar alegaciones contra la decisión de entrega a Francia, por lo que no
cabe afirmar indefensión material alguna.
8 Por providencia de fecha 2 de diciembre de 2005 se señaló para deliberación y fallo de la Sentencia el día 12 del
mismo mes y año, día en que se inició el trámite, que ha finalizado en el día de la fecha.

II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS


1 El presente recurso de amparo se dirige contra el Auto de la Audiencia Nacional de 24 de mayo de 2004 por el que
se accede a la entrega a Francia del demandante, solicitada en virtud de euroorden, y contra el Auto posterior de la
Audiencia Nacional de 14 de junio de 2004, que desestima el incidente de nulidad de actuaciones interpuesto contra
aquél. Está fundado en dos quejas. De una parte, en la vulneración del derecho a la libertad y a ser informado de los
derechos y de los motivos de la detención (art. 17.1 y 17.3 CE [ RCL 1978, 2836] ), producida con ocasión de la
detención en Murcia para el cumplimiento de una pena impuesta por Sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid,
en la que no es informado de sus derechos, así como con ocasión del traslado a Madrid debido a la Orden europea de
detención expedida por Francia, no siendo informado de los motivos del traslado hasta el día siguiente. De otra, en la
vulneración del derecho a la asistencia letrada del art. 17.3 CE, en relación con el derecho a la defensa y a un proceso
con todas las garantías (art. 24.2 CE), en que habría incurrido la Audiencia Nacional al asignarle un Abogado de
oficio para la comparecencia prevista en el art. 14 de la Ley 3/2003 ( RCL 2003, 731) , sobre la Orden europea de
detención y entrega, pese a la solicitud expresa de ser asistido por un Abogado de su confianza. En efecto, de las
actuaciones deriva que el demandante de amparo designó Abogado en la lectura de derechos el día 14 de abril y, sin
embargo, la comparecencia efectuada a los efectos del art. 14 de la Ley 3/2003 y de la prisión provisional (art. 504 bis
de la Ley de Enjuiciamiento Criminal [ LEG 1882, 16] : LECrim) se efectuó sin la presencia de la Letrada
designada, sino con una Letrada de oficio.
El Ministerio Fiscal solicita la desestimación de la demanda presentada, por considerar que, respecto de la primera
queja, consta en autos la efectiva lectura de derechos firmada por el recurrente, habiendo sido informado de los
motivos de la detención; y en relación con la segunda, que, pese a poder tratarse de una irregularidad procesal, de tal
irregularidad no se habría derivado una indefensión material.
2 En el marco del primer motivo de amparo, sitúa el recurrente la vulneración de su derecho a ser informado de sus
derechos como detenido y de los motivos de la detención (art. 17.3 CE [ RCL 1978, 2836] ) en dos momentos
distintos: en primer lugar, cuando es detenido por la Guardia civil en Zarcilla de Ramos (Murcia) en virtud de la
ejecutoria 14/2004 dictada por la Audiencia Provincial de Madrid, al no ser informado de sus derechos; y en segundo
lugar, cuando es trasladado a Madrid como consecuencia de la incoación del procedimiento de euroorden 9/2004 por
el Juzgado Central de Instrucción, al no ser informado de los motivos del traslado.
La primera vertiente de la queja debe ser desestimada por cuanto no resulta acreditada la base fáctica en que se
sustenta. Como pone de manifiesto el Ministerio Fiscal en su escrito de alegaciones, obra en las actuaciones (folios
655 y 656 de la ejecutoria) la diligencia de lectura de derechos practicada con ocasión de la detención realizada en la
citada localidad el día 12 de abril a las 9 horas, en la cual figura (al folio 656) la firma del recurrente, de apariencia
idéntica a la que consta en el resto de diligencias que ha firmado, como, por ejemplo, la diligencia de información de
derechos posteriormente practicada en el Juzgado Central de Instrucción (folio 125 del expediente sobre euroorden).
En consecuencia, constando realizada la pertinente lectura de derechos e información al detenido de las razones de su
detención, la alegada vulneración del art. 17.3 CE carece de base.
3 Tampoco en ese segundo momento citado cabe apreciar vulneración alguna del art. 17.3 CE ( RCL 1978, 2836) .
En efecto, tal como puso de manifiesto la STC 21/1997, de 10 de febrero ( RTC 1997, 21) , F. 5 –que el mismo
recurrente cita en su demanda–, las garantías del detenido de ser informado de forma inmediata, y de modo que le sea
comprensible, de sus derechos y de las razones de su detención, adquieren su sentido protector ante la situación,
establecida en el art. 520.1 LECrim ( LEG 1882, 16) , en que hayan de realizarse, tras la detención preventiva de
una persona y su conducción a dependencias policiales, diligencias tendentes al esclarecimiento de los hechos,
incluida la declaración del detenido, dada la innegable importancia de dichas garantías para el ejercicio de la defensa
y siendo su finalidad, como afirmamos en la citada Sentencia, y en otras anteriores a las que aquélla remite ( SSTC
107/1985, de 7 de octubre [ RTC 1985, 107] , F. 3; 196/1987, de 11 de diciembre [ RTC 1987, 196] , F. 5
y 341/1993, de 18 de noviembre [ RTC 1993, 341] , F. 6), la de asegurar la situación de quien, privado de su
libertad, se encuentra en la eventualidad de quedar sometido a un proceso, procurando así la norma constitucional que
la situación de sujeción que la detención implica no produzca en ningún caso la indefensión del afectado.
Pues bien, de lo acabado de afirmar podemos concluir que en el traslado a Madrid del recurrente el día 13 de abril,
aun cuando estuviera motivado por el expediente de euroorden incoado por el Juzgado Central de Instrucción, no se
da esa citada situación en la que deban ser satisfechas las exigencias de defensa conforme al sentido y finalidad del
art. 17.3 CE, pues ninguna diligencia de esclarecimiento de los hechos ni de incoación de un procedimiento se
practica. Tal situación no se produce hasta la celebración de la comparecencia prevista en el art. 14 de la Ley 3/2003
( RCL 2003, 731) , momento en el que el recurrente está ya debidamente informado de las razones del traslado, de su
condición de detenido y sus derechos constitucionales. Por todo ello, en suma, debe descartarse la alegada
vulneración del derecho consagrado en el art. 17.3 CE.
4 El examen del segundo motivo que sustenta la demanda de amparo requiere, con carácter previo, delimitar el
alcance de la pretensión y determinar el derecho fundamental en este caso afectado, esto es, el derecho a la asistencia
letrada del imputado o acusado en el proceso penal (art. 24.2 CE [ RCL 1978, 2836] ).
En cuanto a lo primero, el demandante dirige su queja tanto contra el Auto de 24 de mayo de 2004 por el que se
acuerda la entrega –y contra el Auto de 14 de junio que, desestimando el incidente de nulidad, confirma el anterior–,
como contra las resoluciones que acuerdan y confirman la prisión provisional: Autos de 14 de abril, que acuerda la
prisión, de 23 de abril, que desestima la reforma, y de 27 de mayo, que desestima la apelación, todos ellos de 2004.
Ello es indudablemente acorde con la vulneración de derechos alegada, pues la comparecencia celebrada ante el
Juzgado Central de Instrucción donde fue asistido por Abogado de oficio en lugar de por el Letrado que el recurrente
había designado, tiene por objeto no sólo la decisión acerca de la procedencia de la entrega (art. 14 de la Ley 3/2003
[ RCL 2003, 731] ), sino asimismo resolver acerca de la situación personal del reclamado, tal como establece el art.
17 de la citada Ley.
No obstante, la demanda del recurrente en amparo, en lo relativo a la queja de vulneración del derecho a la asistencia
letrada dirigida a los Autos que decretan la prisión provisional, debe considerarse incursa en la causa de inadmisión
prevista en el art. 50.1 a) en relación con el art. 44.1 c) LOTC ( RCL 1979, 2383) , relativa a la falta de invocación
formal del derecho vulnerado tan pronto como hubiere lugar para ello. Y ello porque ni en el recurso de reforma que
resuelve el Auto de 23 de abril, ni en el posterior recurso de apelación desestimado por Auto de 27 de mayo se plantea
la vulneración del derecho que ahora, per saltum y desatendiendo el carácter subsidiario del recurso de amparo, es
sometido a nuestro enjuiciamiento. Por ello, en lo relativo a la impugnación de las citadas resoluciones, la demanda
debe ser inadmitida.
Reducido, pues, nuestro enjuiciamiento, a los Autos (de 24 de mayo y 14 de junio de 2004) relativos a la entrega,
hemos de recordar, en cuanto al derecho fundamental alegado que, con arreglo a la doctrina de este Tribunal [ STC
165/2005, de 20 de junio ( RTC 2005, 165) , F. 11 a)], «es necesario distinguir entre la asistencia letrada al detenido
en las diligencias policiales y judiciales que la Constitución reconoce en el art. 17.3 como una de las garantías del
derecho a la libertad personal protegido en el apartado 1 de ese mismo artículo, y la asistencia letrada al imputado o
acusado que la propia Constitución contempla en el art. 24.2 CE dentro del marco de la tutela judicial efectiva y del
derecho a un proceso debido»; de modo que esta doble proyección constitucional del derecho a la asistencia letrada,
que guarda paralelismo con los textos internacionales sobre la materia (arts. 5 y 6 del Convenio europeo de derechos
humanos [ RCL 1999, 1190 y 1572] , CEDH, y arts. 9 y 14 del Pacto internacional de derechos civiles y políticos
( RCL 1977, 893) , PIDCP), no permite asignar un mismo contenido a los derechos a la asistencia letrada que se
protegen de forma individualizada y autónoma en los arts. 17.3 y 24.2 CE (en sentido similar desde las SSTC
196/1987, de 11 de diciembre [ RTC 1987, 196] , F. 4; 188/1991, de 3 de octubre [ RTC 1991, 188] , F. 2; 7/2004,
de 9 de febrero [ RTC 2004, 7] , F. 6; 165/2005 [ RTC 2005, 165] , F. 11.a).
5 Concretado el objeto de nuestro análisis en esos términos, hemos de iniciar el análisis recordando que, como hemos
manifestado en la ya citada STC 165/2005, de 20 de junio ( RTC 2005, 165) , citando anteriores pronunciamientos
de este Tribunal, «el derecho a la asistencia letrada, interpretado por imperativo del art. 10.2 CE ( RCL 1978,
2836) de acuerdo con el art. 6.3 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las
Libertades Públicas ( RCL 1999, 1190 y 1572) , y con el art. 14.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos ( RCL 1977, 893) es, en principio, y ante todo, el derecho a la asistencia de un Letrado de la propia
elección del justiciable ( STC 216/1988, de 14 de noviembre [ RTC 1988, 216] , F. 2), lo que comporta de forma
esencial que éste pueda encomendar su representación y asesoramiento técnico a quien merezca su confianza y
considere más adecuado para instrumentalizar su propia defensa ( SSTC 30/1981, de 24 de julio [ RTC 1981, 30] ,
F. 3; 7/1986, de 21 de enero [ RTC 1986, 7] , F. 2; 12/1993, de 18 de enero [ RTC 1993, 12] , F. 3). Así pues, en el
ejercicio del derecho a la asistencia letrada tiene lugar destacado la confianza que al asistido le inspiren las
condiciones profesionales y humanas del Abogado y, por ello, procede entender que la libre designación de éste viene
integrada en el ámbito protector del derecho constitucional de defensa ( STC 196/1987, de 11 de diciembre [ RTC
1987, 196] , F. 5; 18/1995, de 24 de enero [ RTC 1995, 18] , F. 2.b; 105/1999, de 14 de junio [ RTC 1999, 105] ,
F. 2; 162/1999, de 27 de septiembre [ RTC 1999, 162] , F. 3; 130/2001, de 4 de junio [ RTC 2001, 130] , F. 3)» [F.
11 b)]
De otra parte, hemos de señalar que el art. 13 de la Ley 3/2003, de 14 de marzo ( RCL 2003, 731) , sobre la Orden
europea de detención y entrega establece: «1. La detención de una persona afectada por una Orden Europea de
Detención y Entrega se practicará en la forma y con los requisitos y garantías previstos por la Ley de Enjuiciamiento
Criminal ( LEG 1882, 16) ». Y el art. 14.1 de la misma Ley dispone: «la audiencia de la persona detenida se
celebrará ante el Juez Central de Instrucción, en el plazo máximo de 72 horas desde la puesta a disposición judicial,
con asistencia del Ministerio Fiscal, del Abogado de la persona detenida y, en su caso, de intérprete, debiendo
realizarse conforme a lo previsto para la declaración del detenido por la Ley de Enjuiciamiento Criminal». El art. 14.2
de dicha Ley determina el objeto de la comparecencia que consiste básicamente en determinar si el detenido se opone
o no la entrega, si aduce causas de denegación y solicita se practiquen pruebas al efecto y si renuncia al principio de
especialidad. Por su parte, el art. 504 bis 2 LECrim exige que «desde que el detenido es puesto a disposición del Juez
de Instrucción o Tribunal que deba conocer de la causa, éste, salvo que decrete su libertad provisional sin fianza,
convocará a audiencia, dentro de las setenta y dos horas siguientes, al Ministerio Fiscal, demás partes personadas y al
imputado, que deberá estar asistido de Letrado por él elegido o designado de oficio. El Ministerio Fiscal y el
imputado, asistido de su Letrado, tendrán obligación de comparecer».
De conformidad con los artículos mencionados de la Ley 3/2003, de 14 de marzo, y la remisión que efectúan a la Ley
de Enjuiciamiento Criminal no cabe ninguna duda de que la comparecencia a efectos de la Orden europea de
detención y entrega debe efectuarse con el Letrado designado por el detenido, pues ninguna restricción del mismo
consta en ella; ausencia de restricción legal que se aviene con nuestros pronunciamientos, habida cuenta de que, como
ya hemos dicho, «el derecho a la asistencia letrada, interpretado por imperativo del art. 10.2 CE de acuerdo con el art.
6.3 del Convenio europeo para la protección de los derechos humanos y de las libertades públicas, y con el art. 14.3
del Pacto internacional de derechos civiles y políticos, es, en principio, y ante todo, el derecho a la asistencia de un
Letrado de la propia elección del justiciable ( STC 216/1988, de 14 de noviembre [ RTC 1988, 216] , F. 2)» ( STC
165/2005, de 20 de junio [ RTC 2005, 165] , F. 11 in fine ).
Desde dicha perspectiva, no puede ser asumida la argumentación acogida por la Audiencia Nacional en su Auto de 14
de junio que desestima el incidente de nulidad de actuaciones, al rechazar la alegación en virtud de que el recurrente
estuvo asistido de Letrado que le atendió en todo momento y no se produjo indefensión. El fundamento que sostiene
la idea de que no existe vulneración del derecho a la asistencia de Abogado si la asistencia técnica ha sido efectiva fue
establecida por la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en la Sentencia de 13 de mayo de
1980 ( TEDH 1980, 4) (caso Artico c. Italia , parágrafo 33), y tenía por finalidad dotar de contenido material la
garantía dispuesta en el art. 6.3 c) del Convenio europeo de derechos humanos, estableciendo que no basta con la
designación de Abogado de oficio para considerar salvaguardado el derecho, sino que es preciso que el Abogado de
oficio asista efectivamente al procesado y que ejerza de modo efectivo la defensa. En este sentido, la efectividad de la
defensa y de la asistencia ejercida, en el marco del derecho a un proceso con todas las garantías que consagra el art. 6
CEDH y el art. 24.2 CE, constituye una garantía complementaria a la obligación de nombramiento del Abogado de
oficio, pero no puede ser utilizada para prescindir de la voluntad manifestada por el demandante de amparo de
designar un Letrado de su elección y justificar la asignación de un Letrado de oficio, produciendo una restricción
injustificada, sin apoyo legal para ello, del derecho a la libre designación de Abogado.
La asistencia letrada, libremente designada o asignada de oficio, se configura, en ciertos casos, tanto en el art. 6.3 c)
CEDH como en los preceptos de la Ley procesal que desarrollan las exigencias del art. 24.2 CE, además de como un
derecho subjetivo, como una institución dirigida a asegurar las debidas garantías del proceso (por todas, STC
229/1999, de 13 de diciembre [ RTC 1999, 229] , F. 2); de modo que constituye una exigencia estructural del
proceso a cuya observancia quedan obligados los órganos judiciales. Ahora bien, la libre designación de Abogado,
salvo muy excepcionales circunstancias que permitan su restricción, previstas por la Ley y proporcionales al fin,
constitucionalmente lícito, perseguido, debe siempre primar sobre la asignación de oficio. A dicha primacía nos
hemos referido en la STC 130/2001, de 4 de junio ( RTC 2001, 130) , F. 3, entre otras, afirmando que «en el
proceso penal el órgano judicial habrá de proceder a nombrar al imputado o acusado o condenado un Letrado del
turno de oficio tan sólo en los casos en los que, siendo preceptiva su asistencia, aquél, pese a haber sido requerido
para ello, no hubiese designado Letrado de su elección o pidiese expresamente el nombramiento de uno de oficio, así
como en los supuestos en que, siendo o no preceptiva la asistencia de Letrado, carezca de medios económicos para
designarlo y lo solicite al órgano judicial o éste estime necesaria su intervención ( SSTC 216/1988, de 14 de
noviembre [ RTC 1988, 216] , F. 2; 18/1995, de 24 de enero [ RTC 1995, 18] , F. 3)».
De otra parte, la única situación en la que Ley permite la imposición de un Letrado de oficio contra la voluntad del
sujeto es la de incomunicación del detenido o preso contemplada en el art. 527 a) LECrim, cuya constitucionalidad ha
sido declarada por este Tribunal en STC 196/1987, de 11 de diciembre ( RTC 1987, 196) , ya citada, en virtud de la
ponderación del derecho a la asistencia letrada del art. 17.3 CE con la necesaria protección de otros bienes
constitucionalmente reconocidos. Pues bien, no concurriendo las circunstancias excepcionales previstas en el art. 527
a) LECrim y no estando previsto en la Ley 3/2003, de 14 de marzo ( RCL 2003, 731) , sobre la Orden europea de
detención y entrega, debemos concluir que los Autos impugnados han vulnerado el derecho invocado, al haberse
designado un Abogado de oficio al recurrente para la audiencia del procedimiento de euroorden pese a su expresa
designación de Letrado.
Siendo subsanable tal vulneración, procede la retroacción de actuaciones al momento anterior a la audiencia prevista
en el art. 14 de la Ley 3/2003, a fin de que vuelva a celebrarse con respeto del derecho fundamental a la libre
designación de Letrado en relación con el derecho a un proceso con todas las garantías.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE LA
CONSTITUCIÓN DE LA NACIÓN ESPAÑOLA,
Ha decidido
Estimar parcialmente el recurso de amparo interpuesto por don Benavente N. G., y en su virtud:
1º Reconocer su derecho a la asistencia de Letrado en relación con el derecho a un proceso con todas las garantías
(art. 24.2 CE [ RCL 1978, 2836] ).
2º Anular los Autos de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de 24 de mayo de 2004 y 14 de junio de 2004.
3º Retrotraer las actuaciones al momento anterior a la audiencia prevista en el art. 14 de la Ley 3/2003 ( RCL 2003,
731) , a fin de que vuelva a celebrarse con respeto al derecho fundamental aquí reconocido.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a veinte de diciembre de dos mil cinco.–María Emilia Casas Baamonde.–Javier Delgado Barrio.–
Jorge Rodríguez-Zapata Pérez.–Manuel Aragón Reyes.–Pablo Pérez Tremps.–Firmado y rubricado.

PREGUNTAS QUE HA DE RESPONDER EL ALUMNO


LA EFECTIVIDAD DE LA DEFENSA ¿QUÉ CONSTITUYE?
LA EFECTIVIDAD DE LA DEFENSA ¿NO PUEDE SER UTILIZADA PARA PRESCINDIR DE QUÉ?
LA ASISTENCIA DE ABOGADO LIBREMENTE DESIGNADO ¿CÓMO SE CONFIGURA?
LA ASISTENCIA DE ABOGADO LIBREMENTE DESIGNADO CONSTITUYE UNA EXIGENCIA ¿DE QUÉ?
LA LIBRE DESIGNACIÓN DE ABOGADO ¿SOBRE QUÉ DEBE PRIMAR?
¿CÓMO TIENE LUGAR ESA PRIMACÍA?
¿CUÁNDO SE IMPONE UN ABOGADO DE OFICIO?

RECURSO DE AMPARO NÚM. 2825/2002 y 3866/2002


PONENTE: DON VICENTE CONDE MARTÍN DE HIJAS
Recursos de amparo acumulados contra Sentencia, de 16-12-1999, de la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional, y contra Sentencias, de 24-04-2002 de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, dictadas en
casación, en cuya virtud los recurrentes en amparo resultan condenados como autores de un delito continuado contra
la salud pública. Vulneración de los derechos fundamentales al secreto de las comunicaciones, a
la defensa y asistencia de letrado y a la presunción de inocencia: existencia: estimación del amparo.
La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, compuesta por don Guillermo Jiménez Sánchez, Presidente, don
Vicente Conde Martín de Hijas, doña Elisa Pérez Vera, don Eugeni Gay Montalvo, don Ramón Rodríguez Arribas y
don Pascual Sala Sánchez, Magistrados, ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En los recursos de amparo acumulados núms. 3825-2002 y 3866-2002, promovidos, respectivamente, por
don Antonio M. A., representado por la Procuradora de los Tribunales doña María del Carmen Hijosa Martínez y
asistido por el Letrado don Eduardo Jiménez Calzada, y por don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R.,
representados por el Procurador de los Tribunales don Federico Gordo Romero y asistidos por la Letrada doña Elena
Domínguez Taberna, contra la Sentencia de la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional núm.
37/1999, de 16 de diciembre, recaída en el rollo núm. 42/96 dimanante del Juzgado Central de Instrucción núm. 4, y
las de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo núms. 742/2002, de 24 de abril ( RJ 2002, 7338) , primera y
segunda Sentencia, dictadas en el recurso de casación núm. 818-2002, en causa seguida por presunto delito contra la
salud pública. Han comparecido y formulado alegaciones don Juan Antonio C. F., representado por el Procurador de
los Tribunales don Francisco Inocencio Fernández Martínez y asistido por el Letrado don Ángel Francisco Gil López,
y el Ministerio Fiscal. Ha actuado como Ponente el Magistrado don Vicente Conde Martín de Hijas, quien expresa el
parecer de la Sala.
I. ANTECEDENTES
1 Se recurren en los recursos de amparo acumulados en este proceso Sentencias de la Audiencia Nacional y del
Tribunal Supremo, a las que debemos referirnos como datos iniciales, en lo que a los efectos de los presentes recursos
aquí interesan:
a) La Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional dictó la Sentencia núm. 37/1999, de 16 de
diciembre, recaída en el rollo núm. 42/96 dimanante del Juzgado Central de Instrucción núm. 4, en la que condenó,
entre otras personas, al recurrente en amparo don Antonio M. A. a la pena de tres años de prisión y multa de diez
millones de pesetas por un delito continuado contra la salud pública de sustancia que causa grave daño (art.
344 CP/1973 [ RCL 1973, 2255] ), con veinte días de arresto sustitutorio en caso de impago, sin concurrencia de
circunstancias modificativas de la responsabilidad; al recurrente en amparo don Bernardo S. R. a la pena de nueve
años de prisión mayor y multa de ciento veinte millones de pesetas por un delito continuado contra la salud pública
de sustancia que causa grave daño a la salud (art. 344 CP/1973), concurriendo notoria importancia [art. 366 bis a)
núm. 3 CP/1973] y ninguna circunstancia genérica de la responsabilidad criminal; y al recurrente en amparo don
Francisco Alfonso S. R. a la pena de tres años de prisión menor y multa de ciento veinte millones de pesetas y veinte
días de arresto sustitutorio en caso de impago por un delito continuado contra la salud pública de sustancia que causa
grave daño a la salud (art. 344 CP/1973), concurriendo notoria importancia y la atenuante analógica muy cualificada
de enfermedad mental.
b) Don Antonio M. A. y don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R. interpusieron recurso de casación contra la
anterior Sentencia.
La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo dictó una primera Sentencia núm. 742/2002, de 24 de abril ( RJ 2002,
7338) , en la que declaró no haber lugar a los recursos de casación por infracción de Ley interpuestos, entre otros,
por don Antonio M. A. y estimó parcialmente los recursos de casación por infracción de Ley y quebrantamiento de
forma interpuestos, entre otros, por don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R. en cuanto a la no aplicación del
subtipo agravado por la cantidad de notoria importancia de la droga objeto de delito, casando, en consecuencia, la
Sentencia de la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y procediendo a dictar una segunda
Sentencia.
En esa segunda Sentencia se condenó a don Bernardo S. R., como autor de un delito continuado contra la salud
pública de sustancia que causa grave daño a la salud, a la pena de cinco años de prisión menor y multa de diez mil
euros, con arresto sustitutorio de treinta días en caso de impago, y a don Francisco Alfonso S. R., como autor de un
delito contra la salud pública de sustancias que causan grave daño a la salud concurriendo la atenuante analógica muy
cualificada de enfermedad mental, a la pena de seis meses de arresto mayor y multa de cinco mil cuatrocientos euros,
con arresto sustitutorio de dieciséis días en caso de impago.
2 Mediante escrito presentado en el Registro General de este Tribunal el día 20 de junio de 2002, registrado con el
núm. 3825-2002, doña María del Carmen Hijosa Martínez, Procuradora de los Tribunales, en nombre y
representación de don Antonio M. A., solicitó que le fueran designados Procurador y Abogado del turno de oficio, a
fin de interponer recurso de amparo contra las resoluciones judiciales a las que se ha hecho mención en el
encabezamiento de esta Sentencia.
Por diligencia de ordenación de la Secretaría de la Sala Segunda del Tribunal Constitucional, de 18 de diciembre de
2002, se tuvo por designados por el turno de oficio como Procuradora a doña María del Carmen Hijosa Martínez, ya
designada en la jurisdicción ordinaria, y como Letrado a don Eduardo Jiménez Calzada; se les hizo saber a éstos y al
recurrente en amparo tal designación; se entregó copia de los escritos presentados a la mencionada Procuradora para
que los pasase a estudio del citado Letrado, a fin de que formalizasen la demanda de amparo en el plazo de veinte
días con sujeción a lo dispuesto en el art. 49 LOTC ( RCL 1979, 2383) ; y, en fin, se hizo saber al Letrado
designado que de estimar insostenible el recurso o apreciar insuficiente la documentación aportada debía atenerse a lo
dispuesto en los arts. 32 y 33 de la Ley 1/1996, de 10 de enero ( RCL 1996, 89) , de asistencia jurídica gratuita,
poniéndolo en conocimiento de este Tribunal.
3 Mediante escrito presentado en el Juzgado de guardia el día 16 de enero de 2003, registrado en este Tribunal al día
siguiente, la Procuradora de los Tribunales doña María del Carmen Hijosa Martínez, en nombre y representación de
don Antonio M. A., formalizó la demanda de amparo con base en la argumentación que a continuación sucintamente
se extracta:
a) Tras identificar como resoluciones judiciales impugnadas aquellas a las que se ha hecho mención en el
encabezamiento de esta Sentencia, aduce como primer motivo del recurso la infracción del derecho al secreto de las
comunicaciones (art. 18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ). Sostiene al respecto que el eje central del proceso y el hilo
conductor de la investigación llevada a efecto tuvieron como origen una serie de intervenciones telefónicas que se
han constituido en los únicos elementos de prueba contra el demandante de amparo, sin que por el órgano judicial se
hubieran observado los mandatos doctrinales y jurisprudenciales sobre la protección del derecho al secreto de las
comunicaciones.
En efecto, el proceso comenzó por una solicitud policial dirigida al Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de
Mar para intervenir el teléfono instalado en el domicilio familiar de don Francisco, S. A., de quien se afirmaba «está
relacionado con personas dedicadas al tráfico de heroína y cocaína, y que al margen de no ejercer actividad laboral
alguna, efectúa públicamente ostentación de grandes cantidades de dinero, utilizando para sus desplazamientos
vehículos de gran cilindrada, adquiridos presumiblemente de su actividad ilícita, así como que puede ser propietario
de un club de alterne... y tiene antecedentes por tráfico de drogas». A tal solicitud respondió el Juzgado mediante
Auto impreso, en el que no se hace referencia alguna a las causas que tuvo en cuenta para conceder la intervención
pedida. La medida fue ampliada en su término inicial con sucesivas prórrogas contenidas en resoluciones en las que
también se obvió cualquier referencia a los motivos habilitadores de las mismas, extendiéndose la intervención a
distintos teléfonos de cuya existencia se tuvo conocimiento a través de la primera intervención aludida. Así la policía
por oficio de fecha 12 de mayo comunicó al Juzgado que a través de la inicial intervención del teléfono de don
Francisco, S. A. se había tenido noticia de que doña María Dolores R. P. tenía relación con aquél y podría concluirse
que era con ocasión del tráfico de drogas.
La representación procesal del demandante de amparo manifiesta su absoluta conformidad con el Voto particular
formulado a la primera Sentencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo ( RJ 2002, 7338) por uno de los
Magistrados que la integraron sobre la constitucionalidad de las intervenciones telefónicas efectuadas, cuyo
contenido reproduce parcialmente, para afirmar a continuación que la legitimidad de una medida restrictiva del
derecho fundamental invocado requiere la necesaria expresión o exteriorización por el órgano judicial de la existencia
de los presupuestos materiales de la intervención, así como de la necesidad y adecuación de la medida al fin
perseguido. Pues bien, en este caso nunca fueron aportados a la Instructora datos relevantes y objetivos que
excedieran de la mera sospecha, que es en definitiva lo que la Policía aportó en su informe, es decir, la afirmación
genérica de que una persona supuestamente se dedica al tráfico de drogas, y no a otra actividad lícita o ilícita, por el
simple hecho de que hace ostentación de dinero, cuando en el mismo informe, sorprendentemente, se admite que
regenta un club de alterne. Tal noticia puede servir, como se afirma en el referido voto particular, para establecer una
línea de investigación policial, pero no de presupuesto habilitante de la restrictiva medida de intervención de las
comunicaciones telefónicas.
b) La representación procesal del demandante de amparo aduce como segundo motivo del recurso la vulneración
del derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE).
Argumenta al respecto que la infracción del derecho al secreto de las comunicaciones afecta igualmente al derecho a
la presunción de inocencia, por cuanto toda la información y el resto de la pruebas subsiguientemente obtenidas
proceden de aquella infracción y, por tanto, su nulidad es patente.
No obstante en la Sentencia condenatoria se mencionan como pruebas contra el recurrente en amparo, no sólo la
intervención telefónica, sino también las declaraciones de la coimputada doña María Dolores R. P., cuya valoración
no respeta los mandatos doctrinal y jurisprudencialmente establecidos. Entre tales mandatos se encuentra que el
coimputado no persiga con sus manifestaciones un trato procesal favorable, en el que pueda fundarse la incriminación
que realice de un tercero. Pues bien, en el presente caso ha quedado perfectamente acreditado que la acusada doña
María Dolores R. P. vio atenuada su condena, que le fue rebajada en dos grados, gracias precisamente a la
incriminación que hizo y mantuvo del resto de los acusados, circunstancia que vicia e invalida aquellas declaraciones
para considerarlas como medio de prueba capaz de desvirtuar la presunción de inocencia.
Todo ello dejando a un lado las circunstancias excepcionales por las que tuvo que pasar doña María Dolores R. P.
antes de efectuar tales declaraciones incriminatorias. En efecto, antes de realizar dichas declaraciones sufrió en
prisión preventiva una larga incomunicación, al parecer con las únicas excepciones de las llamadas que recibía en el
centro penitenciario de la propia instructora y de alguna excarcelación llevaba a cabo por la policía y la instructora a
fin de que «marcara» puntos de venta y distribución de la droga, como quedó reflejado en el acto del juicio. Esta
situación conforma una grave irregularidad que ha tenido una directa incidencia en aquellas manifestaciones, que han
contribuido a la condena del recurrente en amparo. Por ello su representación procesal entiende que las aludidas
declaraciones incriminatorias están afectadas de invalidez tanto en su origen y consecución, como en su contenido.
Concluye el escrito de demanda suplicando del Tribunal Constitucional que dicte en su día Sentencia en la que se
otorgue el amparo solicitado y se declare la nulidad del proceso a partir de la actuación judicial infractora de los
derechos fundamentales vulnerados. Por otrosí se interesó que, encontrándose el recurrente en amparo en prisión
preventiva, se acordase su libertad provisional.
4 La Sección Tercera del Tribunal Constitucional, por providencia de 11 de septiembre de 2003, de conformidad con
lo dispuesto en el art. 50.3 LOTC ( RCL 1979, 2383) , acordó conceder al demandante de amparo y al Ministerio
Fiscal el plazo común de diez días para que formulasen, con las aportaciones documentales que procediesen, las
alegaciones que estimasen pertinentes en relación con la carencia manifiesta de contenido constitucional de la
demanda [art. 50.1 c) LOTC].
Evacuado por el Ministerio Fiscal el trámite de alegaciones conferido, la Sala Segunda del Tribunal Constitucional,
por providencia de 11 de diciembre de 2003, acordó admitir a trámite la demanda de amparo y, de conformidad con lo
dispuesto en el art. 51 LOTC, obrando ya en la Sala Primera de este Tribunal en el recurso de amparo núm. 3866-
2002 testimonio de las actuaciones de la Audiencia Nacional, habiéndose interesado asimismo el testimonio de las
actuaciones del Tribunal Supremo, dirigir atenta comunicación a la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional, a fin de que, en plazo que no excediera de diez días, emplazase a quienes hubieran sido parte en
el citado procedimiento, a excepción del demandante de amparo, para que en el plazo de diez días pudiesen
comparecer, si lo desean, en este recurso de amparo.
5 La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, por providencia de 11 de diciembre de 2003, acordó formar la
oportuna pieza para la tramitación del incidente de suspensión, y, de conformidad con lo dispuesto en el art.
56 LOTC ( RCL 1979, 2383) , conceder un plazo común de tres días a la parte recurrente y al Ministerio Fiscal para
que alegasen lo que estimasen procedente sobre la suspensión solicitada.
Evacuado el trámite de alegaciones conferido, la Sala Segunda por ATC 35/2004, de 9 de febrero, acordó suspender la
ejecución de la Sentencia dictada por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo de 24 de abril de 2002 ( RJ 2002,
7338) , en lo referente a la pena privativa de libertad y, en su caso, al arresto sustitutorio.
6 Por diligencia de ordenación de la Secretaría de la Sala Segunda del Tribunal Constitucional, de 4 de mayo de 2004,
se acordó dar vista de las actuaciones recibidas a la parte recurrente y al Ministerio Fiscal, por plazo común de veinte
días, para que formulasen las alegaciones que tuviesen por conveniente, de conformidad con lo dispuesto por el art.
52.1 LOTC ( RCL 1979, 2383) .
Al propio tiempo, de acuerdo con lo previsto en el art. 83 LOTC, se abrió el trámite de acumulación al presente
recurso del recurso de amparo núm. 3866-2002, que se tramita en la Sala Primera de este Tribunal, a fin de que la
parte recurrente y el Ministerio Fiscal formulasen en el plazo de diez días las alegaciones que al respecto estimasen
pertinentes.
7 El Ministerio Fiscal, mediante escrito registrado en fecha 25 de mayo de 2004, evacuó el trámite de alegaciones
referido a la acumulación al presente recurso de amparo del recurso de amparo núm. 3866-2002, pronunciándose a
favor de la misma.
8 Mediante escrito registrado en fecha 8 de junio de 2004, el Ministerio Fiscal evacuó el trámite de alegaciones
conferido de conformidad con lo dispuesto en el art. 52.1 LOTC ( RCL 1979, 2383) , en el que, con base en la
argumentación que a continuación se resume, interesó la desestimación de la demanda de amparo:
a) El Ministerio Fiscal entiende, por lo que se refiere a la denunciada vulneración del derecho al secreto de las
comunicaciones (art. 18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ), que la discusión sobre la intervención telefónica a don
Francisco, S. A. no tiene la importancia que se le otorga, ya que no es esta intervención la que ha originado la
condena del recurrente en amparo –quien no habló nunca con don Francisco, S. A.–, sino la intervención del teléfono
de doña María Dolores R. P. Pues bien, esta intervención trae causa sólo parcialmente de las conversaciones que
aquélla mantuvo con el citado don Francisco, S. A.. En el informe solicitando la intervención del teléfono de doña
María Dolores R. P. la policía se fundó en otros datos ajenos a la investigación ya en marcha, por lo que tal
intervención resulta justificada por remisión implícita del Auto judicial –ciertamente impreso– al oficio policial. La
licitud de esta última intervención telefónica conlleva necesariamente la de las conversaciones interceptadas en ella.
En particular cuando en el recurso de amparo, a diferencia de lo que se hizo constar en el recurso de casación en
cuanto a la intervención del teléfono de doña María Dolores R. P., el demandante no formula ninguna queja
independiente de la supuesta dependencia exclusiva de esta intervención de las conversaciones que aquélla mantuvo
con don Francisco, S. A..
b) En relación con la denunciada vulneración del derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE) el Ministerio
Fiscal señala que la Audiencia Provincial valoró el contenido de las cintas magnetofónicas escuchadas en el acto del
juicio, en lenguaje críptico, con tratos sobre la futura entrega de cocaína, atendiendo a las explicaciones de doña
María Dolores R. P.; estimó falsa la negativa del recurrente en amparo de haber participado en esas conversaciones,
tanto por las declaraciones contrarias de doña María Dolores R. P., como por el parecido de las voces que se escuchan
en las cintas oídas en el acto de la vista con las del ahora demandante de amparo y doña María Dolores R. P.;
consideró verdaderas las declaraciones de doña María Dolores R. P., tanto sobre la anterior entrega de cocaína al
solicitante de amparo, como sobre el trato de entregarle parte de la cocaína que le fue incautada por la Policía;
también valoró, en fin, que el recurrente en amparo no diera explicación alguna de por qué disponía del número de
teléfono de doña María Dolores R. P. cuando afirmó que no tenía ninguna relación con ella.
Como la intervención telefónica no vulnera el derecho fundamental al secreto de las comunicaciones, las cintas son
prueba válida y de cargo, por lo que, atendiendo a su contenido y a las manifestaciones de la coimputada doña María
Dolores R. P., ha de concluirse que ha existido prueba suficiente para desvirtuar la presunción de inocencia. De la
misma manera las afirmaciones de la coacusada sobre los tratos que tenían y que se llevaban a cabo mediante
conversaciones telefónicas se ratifican por haberse encontrado el número de teléfono de doña María Dolores R. P. en
poder del recurrente en amparo, en contra de la afirmación de éste de que no la conocía de nada y que no tenía
relación con ella. De conformidad con la doctrina constitucional sobre la valoración como prueba de cargo de las
declaraciones de un coimputado ( STC 142/2003 [ RTC 2003, 142] , F. 4), en este caso la declaración de la
coimputada no es la única prueba de cargo, ya que existen las cintas magnetofónicas resultado de la intervención del
teléfono de doña María Dolores R. P., y el contenido de éstas corrobora las manifestaciones de la coimputada.
También e independientemente lo corrobora que el recurrente en amparo haya afirmado que no conocía a doña María
Dolores R. P., que únicamente se la presentaron una vez pero que nunca se puso en contacto con ella, cuando tenía su
teléfono, sin que explique tal circunstancia, particularmente relevante en este caso en el que todos los contactos sobre
la droga que manifestó la coacusada se realizaron por teléfono.
9 Por diligencia de ordenación de la Secretaría de la Sala Segunda del Tribunal Constitucional, de 10 de junio de
2004, se tuvo por personado y parte en el procedimiento al Procurador de los Tribunales don Francisco Inocencio
Fernández Martínez, en nombre y representación de don Juan Antonio C. F., y por designado por el turno de oficio al
Letrado don Ángel Francisco Gil López; se acordó dar vista de las actuaciones recibidas al expresado Procurador por
plazo de veinte días, a fin de que pudiera presentar las alegaciones que tuviera por conveniente, conforme determina
el art. 52.1 LOTC ( RCL 1979, 2383) ; y, de acuerdo con lo dispuesto en el art. 83 LOTC, se le concedió un plazo
de diez días para que formulase las alegaciones que estimase pertinentes sobre la acumulación al presente recurso de
amparo del que se tramitaba en la Sala Primera de este Tribunal con el núm. 3866-2002.
10 Por medio de escrito registrado en fecha 28 de junio de 2004 la representación procesal de don Juan Antonio C. F.
manifestó que se abstenía de efectuar alegaciones sobre la acumulación al presente recurso de amparo del recurso de
amparo núm. 3866-2002.
11 Por medio de escrito registrado en fecha 12 de julio de 2004, la representación procesal de don Juan Antonio C. F.
evacuó el trámite de alegaciones del art. 52.1 LOTC ( RCL 1979, 2383) , en el que manifestó en síntesis que, sin
perjuicio de la fundamentación de la demanda de amparo, el Voto particular formulado a la primera Sentencia de la
Sala de lo Penal del Tribunal Supremo ( RJ 2002, 7338) por uno de los Magistrados que la integraron da un
respaldo argumentativo extremadamente sólido y consistente para considerar viable el presente recurso, por lo que
concluye interesando la estimación de la demanda de amparo.
12 Mediante escrito presentado en el Registro General de este Tribunal el día 21 de junio de 2002, registrado con el
núm. 3866-2002, don Federico Gordo Romero, Procurador de los Tribunales, en nombre y representación de don
Bernardo y don Francisco Alfonso S. R., interpuso recurso de amparo contra las resoluciones judiciales a las que se
ha hecho mención en el encabezamiento de esta Sentencia.
13 La demanda de amparo se basa en los antecedentes fácticos que a continuación sucintamente se extractan:
a) Los recurrentes en amparo, don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R., fueron condenados por la Sentencia de la
Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, de 16 de diciembre de 1999, como autores
responsables de un delito contra la salud pública de sustancia que causa grave daño a la salud, concurriendo notoria
importancia y ninguna circunstancia genérica de la responsabilidad criminal, a las penas, respectivamente, de nueve
años de prisión mayor y multa de ciento veinte millones de pesetas, el primero, y tres años de prisión menor y multa
de ciento veinte millones de pesetas, el segundo.
b) Los demandantes de amparo interpusieron recurso de casación contra la anterior Sentencia, que fue parcialmente
estimado por Sentencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, de 24 de abril de 2002 ( RJ 2002, 7338) ,
dictándose una segunda Sentencia en la que se condenó a don Bernardo S. R. a las penas de cinco años de prisión
menor y multa de 10.000 €, con arresto sustitutorio de treinta días en caso de impago, y a don Francisco Alfonso S. R.
a las penas de seis meses de arresto mayor y multa de 5.400 €, con arresto sustitutorio de dieciséis días en caso de
impago.
14 En cuanto a la fundamentación jurídica de la demanda de amparo, se invocan en ésta, frente a las resoluciones
judiciales impugnadas, las siguientes vulneraciones de derechos fundamentales:
a) En primer lugar, la vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ).
Se argumenta al respecto que las escuchas telefónicas jugaron un papel central en la identificación de las fuentes de
prueba de las que el Tribunal extrajo los elementos de convicción en los que fundó el fallo condenatorio. Pues bien,
tales escuchas tuvieron origen en una solicitud policial dirigida al Juzgado instando la intervención del teléfono de
don Francisco, S. A., sin que conste en el escrito de solicitud la existencia de una investigación previa que hubiera
llevado a los agentes a la convicción de que existían indicios delictivos en la actuación de aquella persona y que en
ese momento de la investigación no se podía seguir otra línea. Por el contrario en el escrito simplemente se alude a
don Francisco, S. A. como conductor de coches de gran cilindrada y que al parecer regentaba un club de alterne,
actividad no encuadrable dentro del art. 368 CP ( RCL 1995, 3170 y RCL 1996, 777) y concordantes.
Por su parte el Auto del Juzgado autorizando la intervención no expresó la existencia de los presupuestos materiales,
ni la necesidad, ni adecuación de la medida. Se trata de un impreso donde se rellenó la fecha, el número de teléfono,
los titulares y poco más. No existe en él alusión alguna a la investigación, delito, conexión de las personas, finalidad
perseguida, en fin, a los requisitos mínimos que cualquier resolución judicial debe contener. Además la intervención
telefónica se acordó en el marco de unas diligencias indeterminadas, cuando dicha medida ha de adoptarse en un
procedimiento judicial iniciado para la averiguación del delito, no habiendo existido en este caso, al tratarse de unas
diligencias indeterminadas, la posibilidad de cualquier control por el Ministerio Fiscal.
Así pues no se ha cumplido ninguno de los requisitos exigidos para llevar a cabo una intervención telefónica. En
cuanto a la proporcionalidad de la medida, que sólo cabe adoptar en relación con delitos graves y durante el tiempo
indispensable, en este caso no se puede hablar de delito, pues lo único que se dice en la solicitud es que la persona
intervenida tiene antecedentes penales, coches de gran cilindrada y clubes de alterne. Respecto al requisito de la
motivación de la autorización, el Auto carece de motivación alguna. En relación con la previa existencia de indicios
delictivos, dicha exigencia no puede equipararse a meras sospechas o conjeturas, no existiendo en este caso indicios
delictivos, ni tan siquiera investigación, tratándose el escrito de la policía, iniciador de la medida, de una mera
conjetura basada en unos supuestos antecedentes penales, entre otras circunstancias. En fin, respecto a la necesidad de
la medida, a la que sólo cabe acudir si es realmente imprescindible, no existe el más mínimo indicio dimanante de
una posible investigación, careciendo el Auto de toda motivación en relación con dicha exigencia. No se cumplieron,
pues, los requisitos establecidos para acceder a la restricción del derecho al secreto de las comunicaciones, por lo que
ha de concluirse que se trata de una prueba nula, que vicia todo el procedimiento posterior.
Pero es que además no se ejercitó un control judicial efectivo sobre las escuchas, por lo que las grabaciones carecen
de valor probatorio. Precisamente fue como consecuencia de estas grabaciones por lo que se solicitó la intervención
del teléfono de doña María Dolores R. P., ya que al parecer ésta había comunicado con don Francisco, S. A.,
informando la policía de que aquélla había realizado algún viaje a Tailandia. Con base en tales premisas se intervino
el teléfono de doña María Dolores R. P., no cumpliéndose tampoco los requisitos exigidos para llevarla a cabo, pero
que de todas formas debe declararse nula, independientemente del incumplimiento de dichos requisitos, ya que deriva
de la intervención del teléfono de don Francisco, S. A., la cual, como se ha razonado, también es nula.
Tras invocar la doctrina recogida en las SSTC 181/1995 ( RTC 1995, 181) , 49/1999 ( RTC 1999, 49) , 239/1999
( RTC 1999, 239) , 299/2000 ( RTC 2000, 299) y 202/2001 ( RTC 2001, 202) , se concluye en la demanda este
motivo de amparo afirmando que, dadas las irregularidades cometidas en las intervenciones telefónicas, el contenido
de las grabaciones debe declararse nulo por vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE).
b) Los demandantes de amparo invocan, en segundo lugar, la vulneración del derecho a un proceso con todas las
garantías (art. 24.2 CE). Con base en la citada infracción denuncian, de un lado, que el Ministerio Fiscal no intervino
en la fase de instrucción de la causa en el Juzgado de Roquetas de Mar, en concreto, ni en las intervenciones
telefónicas, ni en la toma de declaraciones a los imputados, ni en los Autos que acordaron la incomunicación de los
detenidos, ni, en fin, en los Autos que declararon secretas las diligencias.
De otro lado sostienen que consta acreditado en autos y por la prueba testifical practicada que en la declaración de
doña María Dolores R. P., única detenida a la que se le ocupó una cantidad determinada de droga, se prescindió total
y absolutamente del procedimiento establecido por las Leyes. En efecto, fue detenida el 26 de junio de 1995 en
Barcelona y posteriormente trasladada a Roquetas de Mar y puesta a disposición del Juzgado de Instrucción núm. 2,
cuyo titular le tomó declaración en varias ocasiones y ordenó su traslado a la cárcel de Barcelona. Una vez en esta
población, y en calidad de presa, la instructora ordenó que se le tomase nueva declaración, para lo cual, en lugar de
requerir el auxilio judicial (art. 183 LECrim [ LEG 1882, 16] ), envió al funcionario de policía núm. ..., que la
excarceló y la condujo a la comisaría de policía de Barcelona, donde nuevamente el citado policía procedió a tomarle
declaración. Con esta actuación se han vulnerado los arts. 183 LECrim, 274 y 275 LOPJ ( RCL 1985, 1578,
2635) y se les ha causado indefensión (art. 24.1 CE) al resto de los acusados, ya que no fueron citados a esta
declaración, que consta en los folios núms. 1051 y ss.
c) Bajo la invocación del derecho a la tutela judicial efectiva, se dan por reproducidas en la demanda de amparo las
alegaciones del motivo precedente y se denuncia, con carácter genérico, que en el proceso, desde la detención a la
incomunicación y a las intervenciones telefónicas, todas las resoluciones judiciales son inmotivadas.
d) En la demanda de amparo se estima vulnerado también el derecho a la libertad y seguridad, forma de la detención
preventiva y derechos de las personas detenidas (art. 17 CE) del demandante de amparo don Bernardo S. R.. Se
argumenta al respecto que éste fue puesto a disposición judicial el día 26 de agosto de 1995, dictando el Juez de
Instrucción Auto en el que se acordó su incomunicación. El día 30 de agosto se dictó nuevo Auto en el que se tuvo
por concluida la incomunicación de don Bernardo S. R. (folio 1161). Sin embargo al día siguiente, 31 de agosto, se
realizó la diligencia de información de derechos (folio 1154), en la que se tacharon una serie de derechos,
aplicándosele el art. 527 LECrim, precepto que se aplica a supuestos de incomunicación, lo que ha supuesto la
infracción de los derechos reconocidos en el art. 520 LECrim.
Esto es, la incomunicación de don Bernardo S. R. se dio por concluida el día 30 de agosto, privándosele al día
siguiente, al realizarse la lectura de derechos, de alguno de los que le correspondían. Se vulneraron con ello los arts.
17 y 24 CE, ya que se le privó, entre otros, del derecho a designar Abogado que le asistiera en su declaración, no
pudiendo señalarse como excusa que fue asistido por Abogado de oficio. Por ello la declaración prestada en el
Juzgado de Roquetas de Mar ha de declarase nula, circunstancia que resulta relevante, frente a lo que se afirma en la
primera Sentencia del Tribunal Supremo, para la condena de don Bernardo S. R., ya que las únicas pruebas en las que
se ha fundado han sido dicha declaración, las conversaciones telefónicas intervenidas, que han de estimarse nulas por
vulnerar el derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE), y la declaración de la coimputada doña María
Dolores R. P.
e) Por último en la demanda se denuncia la violación del derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE). Se
argumenta al respecto que la convicción condenatoria del Tribunal se ha formado a partir de la declaración prestada
por doña María Dolores R. P. en el acto del juicio, de la declaración de don Bernardo S. R. en el Juzgado de Roquetas
de Mar, lesiva de los derechos fundamentales indicados en el motivo anterior, y de las escuchas telefónicas,
vulneradoras del derecho al secreto de las comunicaciones.
En relación con la declaración de doña María Dolores R. P., coimputada en la causa, se afirma en la demanda de
amparo que existen motivos para entender que ha acusado a una serie de personas con el único fin de buscar un
beneficio personal que permitiese la aplicación de una circunstancia atenuante. Se destaca al respecto que las
declaraciones de la coacusada han sido varias en el tiempo y en la forma. Cuando fue detenida declaró ante la Policía
y ante la autoridad judicial, y posteriormente volvió a declarar ante el Juzgado de Roquetas de Mar, implicando a
diferentes personas. Como premio fue trasladada desde Roquetas de Mar a la cárcel de Barcelona, cerca de su familia.
Fue puesta en libertad sin fianza, sólo con la condición de que antes de dictar el Auto de libertad declarase ante el
policía núm. ... en la comisaría, para lo que fue excarcelada. Una vez se reafirmó y ratificó en las declaraciones
anteriormente prestadas fue puesta en libertad. En la declaración indagatoria rectificó y manifestó que había sido
coaccionada, y en el acto del juicio realizó una nueva declaración en la que implicó a unas personas y a otras las dejó
fuera, es más, dijo que a estas personas no las conocía de nada cuando llevaban sujetas a este procedimiento varios
años. No obstante los órganos judiciales no detectaron motivos de aprovechamiento personal, estimando la
declaración en el acto del juicio como suficiente prueba de cargo para dictar Sentencia condenatoria.
Pues bien, es evidente que la obtención de beneficios es la única causa de la versión sostenida por la coimputada, no
existiendo en este caso otros elementos de corroboración, como exige la doctrina de este Tribunal Constitucional,
para conferir validez a la declaración de un coimputado ( STC 153/1997 [ RTC 1997, 153] ). Así pues la
declaración de doña María Dolores R. P. no puede ser considerada como prueba de cargo para desvirtuar la
presunción de inocencia, ya que en ella concurren móviles de autoexculpación, incurre en contradicciones y no existe
uniformidad en ninguna de sus declaraciones. Cabe apreciar, por el contrario, motivos espurios, pues reconoce la
amistad existente entre las familias, pero sobre todo se intentó y se consiguió por la acusada obtener beneficios en la
pena, cuando fue la única persona a la que se le encontraron sustancias estupefacientes, no sólo en el momento de ser
detenida, sino también en su domicilio, junto a instrumentos para manipular la droga.
Ello así, ha de concluirse, en relación con la condena de don Bernardo S. R., que la única declaración de éste que ha
de tenerse en cuenta es la declaración exculpatoria prestada en el acto del juicio y no las anteriores, respecto a las
cuales la Sala viene a reconocer que fueron obtenidas por presiones psicológicas y porque esperaba recibir un trato
más agradable.
Y por lo que se refiere a don Francisco Alfonso S. R., cuya condena se justifica por las declaraciones de doña María
Dolores R. P. y por las de su hermano anteriores al acto del juicio, ha de concluirse también que tales declaraciones,
por las razones que se han indicado, no pueden considerarse válidas para desvirtuar la presunción de inocencia, por lo
que ha resultado vulnerado el citado derecho fundamental.
Concluye la demanda suplicando del Tribunal Constitucional que, tras los trámites oportunos, dicte Sentencia en la
que se otorgue el amparo solicitado y se declare la nulidad de las Sentencias recurridas. Por otrosí, a tenor de lo
dispuesto en el art. 56 LOTC ( RCL 1979, 2383) , se interesó la suspensión de la ejecución de las mencionadas
Sentencias.
15 La Sección Segunda del Tribunal Constitucional, por providencia de 23 de julio de 2003, acordó, de conformidad
con lo dispuesto en el art. 50.3 LOTC ( RCL 1979, 2383) , conceder un plazo común de diez días al Ministerio
Fiscal y a los solicitantes de amparo, para que dentro de dicho término alegasen lo que estimasen pertinente en
relación con la posible carencia manifiesta de contenido constitucional de la demanda [art. 50.1 c) LOTC].
Evacuado el trámite de alegaciones conferido, la Sala Primera del Tribunal Constitucional, por providencia de 19 de
enero de 2004, acordó admitir a trámite la demanda y, de conformidad con lo dispuesto en el art. 51 LOTC, requerir
atentamente a la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo y a la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional para que en plazo de diez días remitiera aquélla testimonio del recurso de casación núm. 818-2000 y
emplazase ésta a quienes fueron parte en el rollo núm. 42/96 dimanante del Juzgado Central de Instrucción núm. 4,
con excepción de los demandantes de amparo, para que en el plazo de diez días pudiesen comparecer, si lo desean, en
este proceso de amparo.
16 Por providencia de la Sala Primera del Tribunal Constitucional, de 19 de enero de 2004, se acordó formar la
oportuna pieza separada de suspensión y, de conformidad con lo dispuesto en el art. 56 LOTC ( RCL 1979, 2383) ,
conceder un plazo común de tres días al Ministerio Fiscal y a los solicitantes de amparo para que dentro de dicho
término alegasen lo que estimasen pertinente en relación con la suspensión interesada.
Evacuado el trámite de alegaciones conferido, la Sala Primera por ATC 100/2004, de 30 de marzo, acordó suspender
la ejecución de la Sentencia dictada por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo de 24 de abril de 2002 ( RJ 2002,
7338) , exclusivamente en lo referente a la pena privativa de libertad impuesta a don Bernardo S. R., denegando la
suspensión solicitada en cuanto a los demás pronunciamientos condenatorios.
17 Por diligencia de ordenación de la Secretaría de la Sala Primera del Tribunal Constitucional, de 4 de mayo de
2004, se acordó tener por recibidos los testimonios de las actuaciones remitidos por la Sala de lo Penal del Tribunal
Supremo y por la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional; dar vista de las actuaciones, por
plazo común de veinte días, al Ministerio Fiscal y a las partes personadas, para que dentro de dicho término pudiesen
formular las alegaciones que tuviesen por conveniente, de acuerdo con lo dispuesto en el art. 52.1 LOTC ( RCL
1979, 2383) ; y, en fin, de conformidad con lo establecido en el art. 83 LOTC, abrir el trámite de acumulación del
presente recurso de amparo al recurso de amparo núm. 3825-2002, que se tramita en la Sala Segunda, a fin de que el
Ministerio Fiscal y las partes personadas formulasen en el plazo de diez días las alegaciones que estimasen
pertinentes.
18 El Ministerio Fiscal, mediante escrito registrado en fecha 25 de mayo de 2004, evacuó el trámite de alegaciones
referido a la acumulación del presente recurso de amparo al recurso de amparo núm. 3825-2002, pronunciándose a
favor de la misma.
19 El Ministerio Fiscal evacuó el trámite de alegaciones, conferido de conformidad con lo dispuesto en el art.
52.1 LOTC ( RCL 1979, 2383) , mediante escrito registrado en fecha 7 de junio de 2004, que en lo sustancial a
continuación se resume:
a) En relación con la denunciada infracción del derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE [ RCL 1978,
2836] ), el Ministerio Fiscal comienza por señalar que los ahora demandantes de amparo en el recurso de casación
centraron la lesión del citado derecho fundamental exclusivamente en el hecho de haberse acordado la intervención
de las comunicaciones en diligencias indeterminadas y no en un proceso penal abierto como diligencias previas. Sin
embargo, en la demanda de amparo, a la vista del alcance con el que había sido denunciada por otros recurrentes la
vulneración del mencionado derecho fundamental, esto es, la falta de fundamentación suficiente de los autos
judiciales que acordaron la medida, añaden esta última queja a la inicialmente suscitada en sede judicial. No obstante,
a la vista de las circunstancias del caso, el Ministerio Fiscal considera que, no sólo ha existido la invocación previa,
sino que además la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo ha tenido ocasión de pronunciarse sobre los dos aspectos
en los que se sustenta en la demanda de amparo la vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones.
Respecto al primero de dichos aspectos, esto es, que la intervención de las comunicaciones fuese acordada en
diligencias indeterminadas y no en diligencias previas, el Ministerio Fiscal entiende que la queja carece
manifiestamente de contenido constitucional, pues lo que protege el derecho al secreto de las comunicaciones es
esencialmente que la intromisión en las mismas únicamente puede producirse de forma legítima mediante una
resolución judicial motivada y en el curso de una investigación criminal, como acontece en el supuesto de autos. La
utilización de unas diligencias indeterminadas constituye una irregularidad procesal, censurada por la propia Sala de
lo Penal del Tribunal Supremo, pero no supone en absoluto, por sí sola, lesión del derecho al secreto de las
comunicaciones ( STC 126/2000, de 16 de mayo [ RTC 2000, 126] , F. 6).
A diferente conclusión llega el Ministerio Fiscal respecto a la segunda de las quejas relativas al mencionado derecho
fundamental, pues el oficio policial no resulta suficientemente expresivo de la existencia de unos indicios –incluso en
el sentido que ha de darse a este término en una investigación preliminar, al que alude la Sentencia del Tribunal
Supremo ( RJ 2002, 7338) – de la comisión del delito que se trata de investigar, por suponer en unos casos unas
inferencias excesivamente abiertas, referirse en otros a informaciones contradictorias –se dice que no se conocen
medios de vida del particular cuyo teléfono se va a intervenir, pero se añade que regenta un club de alterne– y,
finalmente, incluir datos –los antecedentes por tráfico de drogas– que resultan contradichos por el certificado de
penales, que es negativo al respecto. De este modo, ni siquiera por remisión implícita del Auto que acordó la
intervención telefónica al oficio policial, puede considerarse suficientemente motivada dicha medida.
Ahora bien, a juicio del Ministerio Fiscal existen no obstante varios factores que han de determinar la desestimación
de esta queja. De una parte, el hecho de que no consta la menor conversación de don Francisco, S. A. con los ahora
recurrentes en amparo, por lo que en dicha intervención no se obtuvo directamente ninguna prueba de cargo que
pudiera ser utilizada contra ellos, más aún cuando, al no encontrarse las cintas a disposición del Tribunal
sentenciador, se optó por retirar la acusación que provisionalmente se había formulado contra aquél. De otra parte,
porque, si bien es cierto que la segunda intervención telefónica –la practicada a doña María Dolores R. P.– trae causa
parcialmente de las conversaciones que ésta mantuvo con don Francisco, S. A., la policía en el informe solicitando la
intervención del teléfono de aquélla se fundó en otros datos ajenos a la investigación ya en marcha, por lo que tal
intervención resulta justificada por remisión implícita del Auto judicial –ciertamente impreso– al oficio policial. La
licitud de esta última intervención telefónica conlleva necesariamente la de las conversaciones interceptadas.
La consideración de que la intervención del teléfono de doña María Dolores R. P. esta desconectada, al menos
parcialmente, de la realizada a don Francisco, S. A. ha de conducir necesariamente a desestimar la denunciada
vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones, pues, respecto a este último, los demandantes de amparo
están articulando un derecho fundamental del que es titular un tercero, sin que las deficiencias observadas en la
fundamentación del Auto determinen la lesión de derechofundamental alguno de los recurrentes. Y en cuanto a la
intervención del teléfono de doña María Dolores R. P., al no formular ninguna queja independiente de la supuesta
dependencia exclusiva de esta intervención de las conversaciones que aquélla mantuvo con don Francisco, S. A.,
también debe ser desestimada.
b) Bajo el epígrafe «derecho a la libertad y seguridad: art. 17», únicamente el demandante don Bernardo S. R. –pese a
que los hechos que denuncia se produjeron respecto a ambos recurrentes– se queja esencialmente de que se le
tomaron dos declaraciones como detenido incomunicado, cuando la incomunicación ya había sido alzada por el
instructor el día anterior, de modo que se le privó del ejercicio del derecho a la asistencia de Letrado de su elección.
En opinión del Ministerio Fiscal esta queja debe ser estimada, desde la estricta perspectiva del art. 17.3 CE ( RCL
1978, 2836) , en relación con las normas concordantes o de desarrollo de la LECrim ( LEG 1882, 16) , ya que, si se
acepta que la situación de incomunicación de un detenido supone una restricción de derechos respecto de los que
corresponden al privado de libertad no incomunicado, en este caso el alzamiento por el Juzgado de la incomunicación
el día 30 de agosto y la declaración judicial al día siguiente sin instrucción de los derechos al detenido no
incomunicado determinan la lesión constitucional denunciada, al margen de la incidencia que pueda tener en la
denunciada lesión del derecho a la presunción de inocencia.
c) Finalmente, en relación con la aducida vulneración del derecho a la presunción de inocencia, el Ministerio Fiscal
entiende que basta la lectura de la valoración de las pruebas desarrollada en la Sentencia de instancia para comprobar
que la declaración de doña María Dolores R. P. no fue la única prueba inculpatoria practicada en el acto del juicio.
Así, respecto a don Bernardo S. R. –además de la declaración autoinculpatoria, a la que nos hemos referido– se alude,
no sólo al reconocimiento de su voz por parte de doña María Dolores R. P., sino a la propia convicción de la Sala de
que «es posible atribuirlas a este acusado... porque existe analogía en la cadencia de la voz escuchada a Bernardo S.
R. en el interrogatorio a que fue sometido en el juicio y la grabada en las cintas auditadas». Y respecto a don
Francisco Alfonso S. R. se mencionan en la Sentencia las declaraciones de su hermano y de doña María Dolores R. P.,
entendiendo el Ministerio Fiscal que, incluso eliminadas las que su hermano prestó como detenido incomunicado
cuando ya se había alzado la incomunicación, existe prueba de cargo suficiente –declaración de una coimputada a la
que se intervino cierta cantidad de drogas, seguimiento de viajes de ésta a Verín, lugar de residencia de ambos
hermanos– como para considerar respetado su derecho a la presunción de inocencia.
Concluye el Ministerio Fiscal su escrito solicitando que se dicte Sentencia parcialmente estimatoria del recurso de
amparo, y, en consecuencia, se acuerde que las declaraciones prestadas por don Bernardo S. R. ante el Juzgado de
Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, en régimen de detenido incomunicado, cuando la incomunicación había sido
alzada con anterioridad, han lesionado sus derechos ex art. 17.3 CE, desestimando el resto de los motivos de amparo.
20 La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, por ATC 332/2004, de 13 de septiembre ( JUR 2004, 280625) ,
acordó la acumulación del recurso de amparo núm. 3866-2002 al recurso de amparo núm. 3825-2002.
21 Por providencia de 16 de junio de 2005, se señaló para la deliberación y votación de la presente Sentencia el día
20 de junio siguiente.

II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS


1 Las presentes demandas de amparo acumuladas tienen por objeto la impugnación de la Sentencia de la Sección
Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional núm. 37/1999, de 16 de diciembre, y las de la Sala de lo
Penal del Tribunal Supremo núms. 742/2002, de 24 de abril ( RJ 2002, 7338) , primera y segunda Sentencia, en
virtud de las cuales cada uno de los recurrentes en amparo –don Antonio M. A., don Bernardo y don Francisco
Alfonso S. R.– ha sido condenado como autor responsable de un delito continuado contra la salud pública de
sustancias que causan grave daño a la salud (art. 344 del Código Penal de 1973 [ RCL 1973, 2255] ), concurriendo
en el solicitante de amparo don Francisco Alfonso S. R. la circunstancia atenuante analógica muy cualificada de
enfermedad mental.
En los antecedentes de esta Sentencia se ha dejado constancia de las distintas vulneraciones de
derechos fundamentales aducidas por los recurrentes, que a los efectos del enjuiciamiento conjunto de ambas
demandas de amparo razones sistemáticas aconsejan agrupar en los siguientes bloques temáticos.
El primero referido a la intervención acordada por el Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar de la línea
telefónica conectada al domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., de la que deriva, en opinión de los
recurrentes en amparo, la posterior intervención del teléfono de doña María Dolores R. P. Los demandantes de
amparo consideran tales intervenciones telefónicas lesivas del derecho al secreto de las comunicaciones (art.
18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ) por falta de exteriorización y motivación en la resolución judicial que autorizó la
intervención del teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G: de la concurrencia de los presupuestos
materiales legitimadores de la misma, así como de la necesidad y adecuación de la medida al fin perseguido, no
habiéndose aportado al órgano judicial datos relevantes y objetivos, sino meras sospechas policiales; por haberse
acordado dichas intervenciones en el marco de unas diligencias indeterminadas, sin posibilidad de control por el
Ministerio Fiscal; y, en fin, por no haberse ejercitado un control judicial efectivo de las mismas. En consecuencia los
demandantes de amparo estiman que dichas intervenciones telefónicas deben declararse nulas por vulneración del
derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE).
El segundo tiene por objeto la supuesta lesión de los derechos a la libertad (art. 17 CE) y a la asistencia letrada (art.
24.2 CE), al habérsele impedido al recurrente en amparo don Bernardo S. R., por aplicación del régimen de preso
incomunicado, la designación de Abogado de su elección que le asistiera al prestar declaración ante el Juzgado de
Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, cuando en el momento de efectuarla ya había sido levantada por el mismo
órgano judicial la incomunicación a la que había estado sometido. En consecuencia, en la demanda de amparo
interpuesta por don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R. se sostiene que dicha declaración es nula por lesiva de
los mencionados derechos fundamentales.
El tercer bloque se contrae a la denunciada vulneración del derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE). Se
alega al respecto en ambas demandas de amparo que, al resultar nulas las conversaciones telefónicas intervenidas, por
vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE), y también, en la demanda de amparo
interpuesta por don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R., la declaración incriminatoria prestada por aquél en la
fase de instrucción, por violación de los derechos a la libertad (art. 17 CE) y a la asistencia letrada (art. 24.2 CE), la
condena de los solicitantes de amparo se sustenta únicamente en las declaraciones prestadas por la coimputada doña
María Dolores R. P., que no pueden estimarse como medio de prueba capaz de enervar el derecho a la presunción de
inocencia (art. 24.2 CE), pues están motivadas por la obtención de beneficios procesales para la atenuación de su
responsabilidad penal, no existiendo además en este caso otros elementos de corroboración.
Por último, el cuarto bloque lo integran distintas quejas que don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R. formulan
bajo la invocación conjunta del derecho a un proceso con todas las garantías (art. 24.2 CE) y del derecho a la tutela
judicial efectiva (art. 24.1 CE), referidas a la no intervención del Ministerio Fiscal durante la fase de instrucción de la
causa en el Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, a que la declaración de la coimputada doña María
Dolores R. P., una vez que ya estaba en la cárcel de Barcelona, se realizó sin auxilio judicial y sin que estuvieran
presentes las demás partes personadas, y, en fin, a la falta de motivación de todas las resoluciones judiciales desde la
detención, a la incomunicación y a las intervenciones telefónicas.
El Ministerio Fiscal se opone a la estimación de las demandas de amparo. Si bien entiende, en primer término, que no
puede considerarse suficientemente motivada la intervención de la línea telefónica del domicilio de don Francisco, S.
A. y doña Trinidad M. G., descarta, sin embargo, la denunciada lesión del derecho al secreto de las comunicaciones
(art. 18.3 CE), ya que, en su opinión, la intervención del teléfono de doña María Dolores R. P. está desconectada, al
menos parcialmente, de aquélla, conllevando su licitud la de la utilización de las conversaciones interceptadas como
medio de prueba. Por el contrario debe prosperar, a su juicio, la queja referida a las declaraciones prestadas en la fase
de instrucción por don Bernardo S. R. como detenido incomunicado, dado que tales declaraciones las efectuó cuando
ya se había levantado dicha incomunicación y sin haber sido informado de sus derechos como detenido no
incomunicado, de modo que se le privó del ejercicio del derecho a la asistencia de Letrado de su libre elección.
Finalmente el Ministerio Fiscal considera como pruebas de cargo suficientes para estimar enervada la presunción de
inocencia (art. 24.2 CE) las cintas correspondientes a las conversaciones grabadas como consecuencia de la
intervención del teléfono de doña Dolores R. P., que han sido escuchadas en el juicio oral y la declaración de esta
coimputada prestada en el mismo acto.
2 Delimitadas en los términos expuestos las cuestiones suscitadas en las presentes demandas de amparo, hemos de
comenzar por analizar, en primer lugar, la denunciada infracción del derecho al secreto de las comunicaciones, si
bien, antes de examinar cada uno de los motivos en los que ésta se sustenta, resulta necesario realizar una serie de
precisiones para acotar adecuadamente la vulneración aducida y los términos de su enjuiciamiento:
a) La primera de dichas precisiones hace referencia a la legitimación procesal de los demandantes de amparo para
alegar el derecho fundamental al secreto de las comunicaciones cuando ninguno de los teléfonos intervenidos
respecto a los cuales se plantean dudas sobre la regularidad constitucional de su intervención son de su titularidad, ni
se corresponden con los de sus domicilios. En efecto, el primero de los teléfonos intervenidos, que da origen a todas
las actuaciones, es el del domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G: (Almería), y el segundo, cuya
intervención deriva, en opinión de los recurrentes en amparo, de los resultados de la anterior, es el del domicilio de
doña María Dolores R. P. (Barcelona). Aunque ninguno de estos teléfonos son de la titularidad ni se corresponden con
los de los domicilios de los demandantes de amparo, lo cierto es que con ocasión de la intervención del teléfono de
doña María Dolores R. P. se interceptaron y grabaron diversas comunicaciones entre ella y los demandantes de
amparo don Antonio M. A. y don Bernardo S. R., que han sido utilizadas como pruebas de cargo contra ambos
recurrentes. Pues bien, sin perjuicio de lo que se diga sobre el fondo de la queja planteada, es indudable que los
demandantes de amparo están legitimados en este caso para alegar la aducida vulneración del derecho al secreto de
las comunicaciones (art. 18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ), ya que, además de haber sido interlocutores de las
comunicaciones intervenidas ( STC 176/2002, de 18 de septiembre [ RTC 2002, 176] ), éstas han sido utilizadas
como pruebas en las que fundar su responsabilidad penal. En este sentido ha de recordarse que este Tribunal tiene
declarado que en la alegación de la vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones de un tercero no
recurrente en amparo puede encontrarse un interés legítimo a los efectos del art. 162.1 b) CE ( SSTC 70/2002, de 3
de abril [ RTC 2002, 70] , F. 3; 137/2002, de 3 de junio [ RTC 2002, 137] , F. 3).
b) En segundo lugar, la eventual apreciación de la denunciada vulneración del derecho al secreto de las
comunicaciones como consecuencia de la autorización de la intervención de la línea telefónica conectada al domicilio
de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., en las que los recurrentes centran principalmente sus quejas, sólo
podrá implicar el éxito en este extremo de su pretensión de amparo si, como ellos sostienen, la intervención del
teléfono del domicilio de doña María Dolores R. P. se deriva directa y necesariamente de los resultados de aquella
primera intervención, ya que las únicas comunicaciones interceptadas en las que han participado como interlocutores
dos de los demandantes de amparo y que han sido utilizadas como pruebas de cargo respecto a ellos son las que han
tenido lugar entre los solicitantes de amparo don Antonio M. A. y don Bernardo S. R. y la coimputada doña María
Dolores R. P.
c) Finalmente los demandantes de amparo impugnan la validez constitucional de las intervenciones telefónicas con la
intención expresa de que se declare su nulidad y, por consiguiente, su falta de idoneidad como medio de prueba para
enervar el derecho a la presunción de inocencia. Ahora bien, a efectos de proceder a una adecuada subsunción de su
queja ha de precisarse que, de acuerdo con una reiterada doctrina constitucional, el derecho fundamental concernido
como consecuencia de haberse valorado pruebas directamente obtenidas con vulneración de un derecho fundamental,
en este caso las intervenciones telefónicas lesivas del derecho al secreto de las comunicaciones, es el derecho a un
proceso con todas las garantías (art. 24.2 CE [ RCL 1978, 2836] ). El derecho a la presunción de inocencia sólo
resultará vulnerado si la condena se ha fundado exclusivamente en tales pruebas, pues si existen otras pruebas de
cargo válidas e independientes de dicha vulneración la presunción de inocencia no resultaría finalmente infringida
( SSTC 49/1999, de 5 de abril [ RTC 1999, 49] , F. 2; 299/2000, de 11 de diciembre [ RTC 2000, 299] , F.
9; 167/2002, de 18 de septiembre [ RTC 2002, 167] , F. 6, por todas).
3 Los demandantes de amparo consideran que ha resultado lesionado el derecho al secreto de las comunicaciones (art.
18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ), en primer término, porque en la resolución judicial que ha acordado la intervención
de la línea telefónica conectada al domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., de cuyos resultados
deriva, en su opinión, la intervención del teléfono de doña María Dolores R. P., no se ha exteriorizado ni motivado la
concurrencia de los presupuestos legitimadores de la medida, así como su necesidad y adecuación al fin perseguido.
Sostienen que en este caso se ha acordado la intervención telefónica sin que hubieran sido aportados al órgano
judicial datos relevantes y objetivos que no fueran meras sospechas y excedieran de la genérica afirmación policial de
que una persona se dedica al tráfico de drogas porque no ejerce actividad laboral alguna y hace ostentación de dinero
y conduce coches de gran cilindrada, cuando en el mismo informe policial se dice que es propietario de un club de
alterne. La información aportada puede servir, a juicio de los demandantes de amparo, para iniciar una investigación
policial, pero no de presupuesto habilitante de la restrictiva medida de intervención de las comunicaciones
telefónicas.
El Ministerio Fiscal, aunque considera que la intervención del teléfono de doña María Dolores R. P. esta
desconectada, al menos parcialmente, de la intervención del teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G.,
entiende, sin embargo, que esta última no puede estimarse suficientemente motivada, ya que el oficio policial de
solicitud, al que se remite el Auto de autorización, no resulta expresivo de la existencia de unos indicios de la
comisión del delito que se trata de investigar, por suponer en unos casos unas inferencias excesivamente abiertas,
incluir en otros informaciones contradictorias y afirmar también algún que otro dato que resulta contradicho por la
documentación obrante en las actuaciones judiciales.
4 El examen de la queja de los recurrentes en amparo requiere traer a colación la reiterada doctrina de este Tribunal
sobre la motivación de las resoluciones judiciales limitativas del derecho al secreto de las comunicaciones, para pasar
después a examinar de modo concreto si la resolución judicial cuestionada en este caso se ha atenido o no a las
exigencias de dicha doctrina.
Sobre el particular este Tribunal tiene declarado que, al ser la intervención de las comunicaciones telefónicas una
limitación del derecho fundamental al secreto de las mismas, exigida por un interés constitucionalmente legítimo, es
inexcusable una adecuada motivación de las resoluciones judiciales por las que se acuerda, que tiene que ver con la
necesidad de justificar el presupuesto legal habilitante de la intervención y la de hacer posible su control posterior en
aras del respeto del derecho de defensa del sujeto pasivo de la medida, habida cuenta de que, por la propia finalidad
de ésta, dicha defensa no puede tener lugar en el momento de su adopción.
En este sentido tenemos dicho que la resolución judicial en la que se acuerda la medida de intervención telefónica o
su prórroga debe expresar o exteriorizar las razones fácticas y jurídicas que apoyan la necesidad de la intervención,
esto es, cuáles son los indicios que existen acerca de la presunta comisión de un hecho delictivo grave por una
determinada persona, así como determinar con precisión el número o números de teléfono y personas cuyas
conversaciones han de ser intervenidas, que, en principio, deberán serlo las personas sobre las que recaigan los
indicios referidos, el tiempo de duración de la intervención, quiénes han de llevarla a cabo y cómo, y los períodos en
los que deba darse cuenta al Juez para controlar su ejecución. Así pues también se deben exteriorizar en la resolución
judicial, entre otras circunstancias, los datos o hechos objetivos que puedan considerarse indicios de la existencia del
delito y la conexión de la persona o personas investigadas con el mismo, indicios que son algo más que simples
sospechas, pero también algo menos que los indicios racionales que se exigen para el procesamiento. Esto es,
sospechas fundadas en alguna clase de dato objetivo.
Tales precisiones son indispensables, habida cuenta de que el juicio sobre la legitimidad constitucional de la medida
exige verificar si la decisión judicial apreció razonadamente la conexión entre el sujeto o sujetos que iban a verse
afectados por la medida y el delito investigado (existencia del presupuesto habilitante), para analizar después si el
Juez tuvo en cuenta tanto la gravedad de la intromisión como su idoneidad o imprescindibilidad para asegurar
la defensa del interés público, pues la conexión entre la causa justificativa de la limitación pretendida –la
averiguación del delito– y el sujeto afectado por ésta –aquel de quien se presume que pueda resultar autor o partícipe
del delito investigado o pueda haberse relacionado con él– es un prius lógico del juicio de proporcionalidad.
La relación entre la persona investigada y el delito se manifiesta en las sospechas que, como tiene declarado este
Tribunal, no son tan sólo circunstancias meramente anímicas, sino que precisan para que puedan entenderse fundadas
hallarse apoyadas en datos objetivos, que han de serlo en un doble sentido: en primer lugar, en el de ser accesibles a
terceros, sin lo que no serían susceptibles de control; y, en segundo lugar, en el de que han de proporcionar una base
real de la que pueda inferirse que se ha cometido o que se va a cometer el delito, sin que puedan consistir en
valoraciones acerca de la persona. Esta mínima exigencia resulta indispensable desde la perspectiva del derecho
fundamental, pues si el secreto pudiera alzarse sobre la base de meras hipótesis subjetivas, el derecho al secreto de las
comunicaciones, tal y como la Constitución lo configura, quedaría materialmente vacío de contenido. Estas sospechas
han de fundarse en datos fácticos o indicios que permitan suponer que alguien intenta cometer, está cometiendo o ha
cometido una infracción grave, o en buenas razones o fuertes presunciones de que las infracciones están a punto de
cometerse, o, en los términos en los que se expresa el actual art. 579 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal ( LEG
1882, 16) (LECrim), en «indicios de obtener por estos medios el descubrimiento o la comprobación de algún hecho
o circunstancia importante de la causa» (art. 579.1 LECrim) o «indicios de responsabilidad criminal» (art. 579.3
LECrim).
Se trata, por consiguiente, de determinar si en el momento de pedir y adoptar la medida de intervención se pusieron
de manifiesto ante el Juez y se tomaron en consideración por éste elementos de convicción que constituyeran algo
más que meras suposiciones o conjeturas de la existencia del delito o de su posible comisión, y de que las
conversaciones que se mantuvieran a través de la línea telefónica indicada eran medio útil de averiguación del delito.
En consecuencia era exigible la mención de los datos objetivos que permitieran precisar que dicha línea era utilizada
por las personas sospechosas de su comisión o de quienes con ella se relacionaban, y que, por lo tanto, no se trataba
de una investigación meramente prospectiva para satisfacer la necesidad genérica de prevenir o descubrir delitos o
para despejar las sospechas que surjan de los encargados de la investigación, pues el secreto de las comunicaciones
no puede ser desvelado sin base objetiva, ya que de otro modo se desvanecería la garantía constitucional, y por lo
tanto, para determinar si se ha vulnerado o no el derecho al secreto de las comunicaciones, será necesario establecer
la relación entre el delito investigado y los usuarios de los teléfonos intervenidos, individualizar los datos que hayan
llevado a centrar las sospechas en ellos y analizar, finalmente, si éstos tenían algún fundamento objetivo que
justificara la adopción de la medida limitativa.
De otra parte, aunque lo deseable es que la expresión de los indicios objetivos que justifiquen la intervención quede
exteriorizada directamente en la resolución judicial, ésta puede considerarse suficientemente motivada si, integrada
incluso con la solicitud policial, a la que puede remitirse, contiene los elementos necesarios para considerar
satisfechas las exigencias para poder llevar a cabo con posterioridad la ponderación de la restricción de los derechos
fundamentales que la proporcionalidad de la medida conlleva ( SSTC 299/2000, de 11 de diciembre [ RTC 2000,
299] , F. 4; 167/2002, de 18 de septiembre [ RTC 2002, 167] , F. 2; 184/2003, de 23 de octubre [ RTC 2003,
184] , FF. 9 y 11; y doctrina constitucional en ellas citada).
5 Descendiendo de esta doctrina general al análisis del caso, hemos de determinar ahora si en el momento de solicitar
y autorizar la intervención del teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G: se pusieron de manifiesto ante
el Juez y se tomaron en consideración por éste elementos de convicción que constituyan algo más que meras
suposiciones o conjeturas de la existencia del delito o de su posible comisión, así como datos objetivos que
permitieran precisar que la línea de teléfono que se solicitó intervenir era utilizada por personas sospechosas de su
comisión o por quienes con ella se relacionaban.
Para decidir la cuestión suscitada, resulta conveniente transcribir, dada su reducida extensión, la solicitud policial de
intervención y la resolución judicial que la autorizó. Dicha solicitud resultaba del siguiente tenor literal:
«De las investigaciones, que habitualmente realiza el Grupo de Estupefacientes de esta Comisaría Provincial, en su
labor diaria contra el tráfico de drogas, se ha venido en conocimiento, que, un individuo llamado Francisco, S. A....
está relacionado con personas dedicadas al tráfico de heroína y cocaína, y que al margen de no ejercer actividad
laboral alguna, efectúa públicamente ostentación de grandes cantidades de dinero utilizando para sus desplazamientos
vehículos de gran cilindrada adquiridos presumiblemente de su actividad ilícita, así como que puede ser propietario
de un club de alterne sito en Venta Criado (Polígono La Redonda-El Ejido-Almería).
Este individuo, tiene antecedentes por tráfico de drogas, tenencia ilícita de armas, etc... siendo ayudado en todo
momento por su mujer Trinidad M. G: ... la cual está al tanto de las actividades que realizan, y es partícipe de las
mismas.
Como quiera que este matrimonio, vive en Roquetas de Mar, Avenida de los Baños, Duplex 106, y que en el mismo
se encuentra instalado el teléfono número ..., a nombre de... y que pudieran hacer uso del referido teléfono para
contactar con otras personas a fin de efectuar citas y contactos previos a operaciones relacionadas con el tráfico de
drogas, es por lo que, se solicita de V. I. si a bien lo tiene ordene la intervención del referido número a los circuitos
policiales instalados en esta Comisaría por un período de 30 días a fin de proceder a su observación por funcionarios
de este Grupo».
Por su parte, el Auto del Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, de 17 de marzo de 1995, por el que se
que autorizó la intervención telefónica solicitada, tras referirse en el apartado de hechos al escrito solicitando la
intervención telefónica y aludir en sus fundamentos jurídicos al art. 18.3 CE ( RCL 1978, 2836) , al art.
599 LECrim ( LEG 1882, 16) y a la Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de junio de 1992 ( RJ 1992, 6102) ,
dispuso, a los efectos que a este recurso de amparo interesan, lo siguiente:
«Y, deduciéndose de la solicitud de observación telefónica que existen indicios racionales de Criminalidad contra
D./Dª Francisco, S. A. y su esposa Trinidad M. G.: el cual utiliza para sus presuntos hechos delictivos el Número de
teléfono ..., cuyo titular es D./Dª... es procedente para el descubrimiento de hechos y circunstancias de interés sobre la
comisión de un delito de C.S.P. en el que pudiera está implicado el reseñado/a, ordenar la observación telefónica
solicitada».
En consecuencia, en la parte dispositiva del Auto se acuerda literalmente
«la observación telefónica del número ... perteneciente al abonado/a D./Dª... con domicilio en la C/ Avda. Los
Baños ... de Roquetas que se llevará a efecto por funcionarios del Grupo de estupefacientes, Comisaría de Policía,
durante un período de 30 días, quienes rendirán cuenta a este Juzgado de la observación a la conclusión del mismo
levantándose la oportuna acta en la que se hará constar cuantas personas lleven a cabo la observación telefónica,
grabación en cintas de cassete y trascripción de la misma».
La lectura del Auto del Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, de 17 de marzo de 1995, autorizando la
intervención de la línea telefónica del domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., aun integrado con la
solicitud policial de intervención, permite afirmar que faltan los elementos imprescindibles para poder aceptar la
legitimidad constitucional de la intervención acordada, pues no incorpora datos objetivos que pudieran servir de
soporte a la sospecha de la comisión del delito ni de su implicación en ella de las personas cuyas comunicaciones
telefónicas se solicita intervenir.
Ha de recordarse ante todo, como este Tribunal ya ha tenido ocasión de declarar, que el hecho en que el presunto
delito pueda consistir no puede servir como fuente de conocimiento, pues la fuente de conocimiento y el hecho
conocido no pueden ser la misma cosa ( SSTC 299/2000, de 11 de diciembre [ RTC 2000, 299] , F. 5; 176/2002, de
18 de septiembre, F. 3). En este caso si, como se dice en la solicitud policial de intervención, el conocimiento del
delito se había obtenido por investigaciones del Grupo de Estupefacientes de la Comisaría Provincial de Almería, lo
lógico es exigir al menos que se detalle en dicha solicitud en qué han consistido esas investigaciones y sus resultados,
por muy provisionales que puedan ser en ese momento, precisiones que lógicamente debió exigir el Juzgado antes de
conceder la autorización. El hecho de que en el Auto se concrete con precisión el delito que se investiga, las personas
a investigar, el teléfono a intervenir y el plazo de intervención, no basta para suplir la carencia fundamental de la
expresión de los elementos objetivos indiciarios que pudieran servir de soporte a la investigación, y la falta de esos
indispensables datos no puede ser justificada a posteriori por el éxito de la investigación misma.
Según acertadamente señala el Ministerio Fiscal en su escrito de alegaciones, ha de descartarse, como dato objetivo
que pudiera servir de soporte a la supuesta implicación de don Francisco, S. A. en la actividad delictiva investigada,
el que pretende inferirse de que no ejerce actividad laboral alguna y que pese a ello efectúa ostentación pública de
grandes cantidades de dinero y utiliza vehículos de gran cilindrada, por resultar obviamente contradictorio con la
siguiente afirmación de que «pued[e] ser propietario de un club de alterne», pues el desarrollo de esta actividad
comercial podría constituir una fuente de ingresos para disponer de importantes sumas de dinero y acceder a aquel
tipo de vehículos. Lo mismo ocurre con la indicación de que tiene antecedentes por tráfico de drogas, ya que ni se
precisa que se trata en realidad de meros antecedentes policiales y no, como pudiera desprenderse de la solicitud, de
antecedentes penales (según pone de manifiesto el resultado negativo al respecto del certificado de antecedentes
penales de don Francisco, S. A., incorporado a las actuaciones judiciales), ni se indica con ocasión de qué concretas
actuaciones policiales, ni en qué momento había sido objeto de investigación policial por su posible participación en
supuestos delitos de tráfico de drogas.
En esta línea es también en sí mismo manifiestamente insuficiente para servir fundadamente de soporte a la sospecha
de la participación de don Francisco, S. A. en la comisión del hecho delictivo a cuya investigación se dirige la
intervención telefónica, el dato o elemento, aportado por la solicitud policial de intervención, de relacionarse «con
personas dedicadas al tráfico de heroína y cocaína».
En conclusión, en el Auto de autorización, aun integrado con la solicitud policial de intervención, no se exterioriza
ningún elemento objetivo sobre el que apoyar fundadamente la posible participación de don Francisco, S. A. en un
supuesto delito de tráfico de drogas.
Y a idéntica conclusión ha de llegarse en relación con su esposa, doña Trinidad M. G., respecto a la cual la solicitud
policial de intervención, a la que se remite el Auto de autorización, resulta huérfana de cualquier elemento o dato
objetivo, más allá de las afirmaciones apodícticas que en ella se hacen, sobre su posible participación o implicación
en dicha actividad delictiva.
Ha de afirmarse así, desde la perspectiva constitucional en que hemos de fijar el análisis de la vulneración del
derecho fundamental, que el Auto judicial ahora examinado no contiene una motivación suficiente, ni por sí mismo,
ni integrado con la solicitud policial, lo que determina la lesión del derecho al secreto de las comunicaciones (art.
18.3 CE [ RCL 1978, 2836] ).
6 La declaración de la vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones del primer Auto de autorización de la
intervención del teléfono del domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G: tiene como consecuencia la
declaración de vulneración del mismo derecho por las resoluciones judiciales posteriores de intervención que se
adoptaron con fundamento en los datos conocidos directamente a través de la primera intervención telefónica, cuya
ilegitimidad constitucional acabamos de declarar. Ello con independencia de que pueda entenderse que las posteriores
autorizaciones se sustentaban en datos objetivos y no en meras conjeturas, pues la fuente de conocimiento de los
mismos es la primera intervención telefónica declarada inconstitucional [ SSTC 299/2000, de 11 de diciembre
( RTC 2000, 299) , F. 6; 184/2003, de 23 de octubre ( RTC 2003, 184) , F. 11 c)].
En este caso, a los efectos que a este recurso de amparo interesan, la declaración de la vulneración del derecho al
secreto de las comunicaciones afecta, no sólo a la autorización de las prórrogas de intervención del teléfono del
domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., sino también a la autorización de la intervención del
teléfono de doña María Dolores R. P., pues, como pone de manifiesto la lectura de las actuaciones judiciales y se
reconoce en las Sentencias recurridas, dicha intervención se adoptó con fundamento en los datos conocidos
directamente a través de la intervención del teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., en concreto
durante la primera prórroga de la intervención de su teléfono.
Así lo revela la solicitud de intervención del teléfono de doña María Dolores R. P. que el Jefe del Área de
Estupefacientes de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona dirigió al Juzgado de Instrucción núm. 8 de Barcelona
con fecha 9 de mayo de 1995. En dicha solicitud se afirma que el Área de Estupefacientes de la Jefatura Superior de
Policía de Barcelona ha recibido del Grupo de Estupefacientes de la Comisaría Provincial de Almería un fax en el que
se informa que «a través de investigaciones llevadas a cabo por dicho grupo en torno a Francisco, S. A., por su
implicación en tráfico de heroína, a través de Diligencias Indeterminadas número 199/95 del Juzgado de Instrucción
núm. 2 de Roquetas de Mar (Almería), han detectado que dicho individuo se provee de la sustancia estupefaciente en
Barcelona, manteniendo contactos con una mujer apodada "Cristina" a través del teléfono 210.36.86 del que es titular
Mª Dolores R. P. Que asimismo la mencionada Cristina pudiera estar suministrando heroína a otras personas en
Granada, a la vez que adquiere hachís en Almería que posteriormente distribuye en Barcelona». A continuación se
relata en la solicitud de intervención que, consultados los archivos policiales, doña María Dolores R. P. había sido
investigada en el año 1988 por el Área de Estupefacientes de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona «por formar
parte de una red dedicada al tráfico de heroína, en la que hacía funciones de correo realizando frecuentes viajes a
Thailandia para transportar la sustancia estupefaciente», habiendo efectuado los miembros de dicha organización seis
viajes a Tailandia desde noviembre de 1986 a mayo de 1988, en tres de los cuales se detectó la presencia de doña
María Dolores R. P. Tras comunicar el Juzgado de Instrucción núm. 8 de Barcelona al Jefe del Área de
Estupefacientes de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, por providencia de 19 de mayo de 1995, que dirigiera
la solicitud de intervención telefónica al Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, el Inspector-Jefe de la
Comisaría Provincial de Almería en fecha 23 de mayo de 1995 dirigió un escrito al Juzgado de Instrucción núm. 2 de
Roquetas de Mar en el que, como ampliación de informe de 12 de mayo de 1995 sobre los contactos entre don
Francisco, S. A. y doña María Dolores R. P., le comunica la decisión adoptada por el Juzgado de Instrucción núm. 8
de Barcelona en relación con la solicitud de intervención del teléfono de doña María Dolores R. P., adjuntándole
copia de la solicitud policial de intervención a los efectos procedentes.
En el informe policial de fecha 12 de mayo de 1995, al que se refiere el escrito de 23 de mayo de 1995, se solicitó una
nueva prórroga de la intervención de la línea telefónica del domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G:
para confirmar el dato de que don Francisco, S. A. es «uno de los proveedores de droga más importantes de esta
provincia», destacándose al respecto de las conversaciones intervenidas «las que mantiene con la llamada "Cristina"
(Mª Dolores R. P)... a quien adeudaba alguna importante cantidad de dinero, como se puede deducir de las palabras
que Cristina dice el día 18-4-95... siendo significativa la producida también con Cristina el día 27-5-95». A
continuación se añade en el referido informe que: «La tal Cristina con residencia en Barcelona, que ha sido
investigada en otras ocasiones por tráfico de droga, principalmente heroína, es la persona a la que se refiere una tal
Carmen en conversación del día 23-4-95... siendo igualmente relevantes las conversaciones que, a este respecto,
Carmen mantiene con Frasco el día 24-5-95 –literal– en la que se alude a Cristina». «Igualmente –continúa el
informe– el día 4-5-95 Trinidad manifiesta a Frasco el número telefónico de Cristina, es decir, el... que anteriormente
se había obtenido en la observación, aludiendo a asuntos económicos».
El Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, por Auto de 23 de mayo de 1995, acordó, con remisión a la
solicitud policial de intervención, la observación de la línea telefónica correspondiente al domicilio de doña María
Dolores R. P. durante un período de treintas días. Por Auto de 22 de junio de 1995 se acordó la prórroga de la
intervención telefónica por otros treinta días, acordándose su cese por providencia de 7 de julio de 1995.
El precedente relato pone de manifiesto, frente a lo que al respecto sostiene el Ministerio Fiscal, que la implicación de
doña María Dolores R. P. en la concreta actividad delictiva objeto de investigación policial y, en consecuencia, la
solicitud de intervención del teléfono de su domicilio, están directa y expresamente fundadas en los datos obtenidos a
través de la intervención del teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., constituyendo, pues, esta
intervención la fuente de conocimiento de los datos en los que se sustentó aquella solicitud de intervención telefónica.
Cierto es que en la solicitud policial de intervención telefónica se deja constancia de que doña María Dolores R. P.
había sido investigada por la policía en el año 1988 por supuesta pertenencia a una red dedicada al tráfico de heroína,
mas tales antecedentes policiales no han sido el factor determinante y desencadenante de la solicitud de intervención
telefónica, y su posterior autorización, sino un elemento que se adiciona a los datos obtenidos de la intervención del
teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., con el que se pretende poner de manifiesto al órgano judicial
que ya en otras ocasiones doña María Dolores R. P. aparece implicada en investigaciones policiales relacionadas con
el tráfico de drogas, y conferir así mayor fundamento a la solicitud policial de intervención en relación con la
concreta actividad delictiva investigada. En definitiva ha de concluirse que la declaración de vulneración
del derecho al secreto de las comunicaciones afecta también a la autorización judicial de la intervención del teléfono
de doña María Dolores R. P., así como a la autorización de su prórroga, al haberse adoptado con fundamento en los
datos conocidos directamente a través de la intervención del teléfono de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G.,
cuya ilegitimidad constitucional hemos declarado.
7 La segunda de las tachas que los demandantes de amparo imputan a la autorización judicial de intervenir el teléfono
del domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., de cuyos resultados deriva directamente la intervención
del teléfono de doña María Dolores R. P., estriba en que aquella intervención se adoptó en el marco de unas
diligencias indeterminadas, cuando la principal condición que ha de reunir la resolución judicial que acuerda una
intervención telefónica es su utilización en un procedimiento judicial iniciado para la averiguación de un delito, no
habiendo existido en este caso, al haberse acordado en unas diligencias indeterminadas, la posibilidad de cualquier
control por parte del Ministerio Fiscal.
El examen de la queja de los demandantes de amparo hace preciso recordar que este Tribunal tiene declarado que,
aun cuando la naturaleza de la intervención telefónica, su finalidad y la misma lógica de la intervención requieren, no
solamente que la investigación y su desarrollo se lleven a cabo por el Juez de Instrucción, sino además que se realicen
dentro de un proceso legalmente existente, el hecho de que la decisión judicial se lleve a cabo en las denominadas
diligencias indeterminadas no implica, per se , la vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones, pues lo
relevante a estos efectos es la posibilidad de control. Tanto el control inicial (ya que, aun cuando se practiquen en esta
fase sin conocimiento del interesado, que no participa en ella, aquél ha de suplirse por la intervención del Ministerio
Fiscal, garante de la legalidad y de los derechos de los ciudadanos por lo dispuesto en el art. 124.1 CE [ RCL 1978,
2836] ), como el posterior (esto es, cuando se alza la medida, por el propio interesado que ha de poder conocerla e
impugnarla). Por ello hemos considerado que no se quiebra esa garantía cuando, adoptada la medida en el marco de
unas diligencias indeterminadas, éstas se unen, sin solución de continuidad, al proceso incoado en averiguación del
delito, «satisfaciendo así las exigencias de control de cese de la medida que, en otro supuesto, se mantendría en un
permanente, y por ello inaceptable, secreto» ( SSTC 4/1999, de 5 de abril [ RTC 1999, 4] , F. 6; 126/2000, de 16 de
mayo [ RTC 2000, 126] , F. 5). En aplicación de la doctrina expuesta hemos considerado, por el contrario, que
vulnera el derecho al secreto de las comunicaciones la falta de notificación al Ministerio Fiscal de la resolución
judicial que autoriza la intervención telefónica, pues con ello se impide «el control inicial de la medida... en
sustitución del interesado, por el garante de los derechos de los ciudadanos» ( STC 205/2002, de 11 de noviembre
[ RTC 2002, 205] , F. 5). Pues bien, en el caso ahora examinado no consta en las actuaciones judiciales que se hayan
notificado al Ministerio Fiscal ninguno de los Autos por los que se autorizaron y prorrogaron las intervenciones de los
teléfonos de los domicilios de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G: y de doña María Dolores R. P. En efecto, el
Auto de 17 de marzo de 1995, por el que se autorizó la inicial intervención del teléfono del domicilio de don
Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., así como el Auto de 15 de abril de 1995, por el que se acordó la primera
prórroga de dicha intervención, fueron adoptados en el seno de las diligencias indeterminadas núm. 28/95, no
existiendo constancia en las actuaciones de su notificación al Ministerio Fiscal. La falta de esta notificación, en
aplicación de la doctrina constitucional expuesta, ha de determinar la nulidad de la referida intervención telefónica y
de su prórroga, por haberse impedido el control inicial de la medida por el Ministerio Fiscal, que habría de extenderse
también a la intervención del teléfono de doña María Dolores R. P., pues, como ya se ha dejado constancia, esta
intervención se acordó con fundamento en los datos conocidos directamente a través de aquella primera intervención
telefónica. Pero es que, además, pese a haberse adoptado en el seno de las diligencias previas núm. 903/95, que se
incoaron con todas las diligencias procedentes de las diligencias indeterminadas núm. 28/95, no consta tampoco en
las actuaciones judiciales la notificación al Ministerio Fiscal del Auto de 12 de mayo de 1995, por el que se acordó la
segunda prórroga del teléfono del domicilio de don Francisco, S. A. y doña Trinidad M. G., ni de los Autos de 23 de
mayo y 22 de junio de 1995, por los que se acordaron, respectivamente, la intervención inicial del teléfono del
domicilio de doña María Dolores R. P. y la prórroga de dicha intervención. Es más, incluso no consta en las
actuaciones que se hubiera notificado al Ministerio Fiscal el propio Auto de 12 de mayo de 1995, por el que se acordó
la incoación de las diligencias previas núm. 903/95, pese a lo ordenado en dicho Auto y a lo referido en el mismo
sentido en la providencia de 10 de mayo de 1995.
Así pues, además del defecto de motivación del que se ha dejado constancia en los fundamentos jurídicos
precedentes, de por sí suficiente para evidenciar la vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones, es
apreciable también, como causa concurrente de la vulneración de este mismo derecho, la falta de notificación al
Ministerio Fiscal de las resoluciones judiciales que autorizaron y prorrogaron las intervenciones telefónicas referidas,
lo que ha impedido el control inicial de las medidas de intervención en sustitución del interesado por el garante de los
derechos de los ciudadanos ex art. 124.1 CE ( RCL 1978, 2836) .
8 Los recurrentes en amparo fundamentan, por último, la lesión del derecho al secreto de las comunicaciones en la
falta también de un efectivo control judicial de las medidas de intervención.
No puede compartirse en este extremo la queja de los demandantes de amparo, pues, si bien el control judicial de la
ejecución de la medida de intervención de las comunicaciones se integra en el contenido esencial del derecho al
secreto de las comunicaciones, para considerar cumplido el requisito de que las intervenciones se ejecuten bajo
control y supervisión judicial es suficiente con señalar que los Autos de autorización y prórroga fijaban términos y
requerían de la fuerza policial ejecutante dar cuenta al Juzgado del resultado de las intervenciones, así como que el
órgano judicial efectuó un seguimiento de las mismas ( SSTC 176/2002, de 18 de septiembre [ RTC 2002, 176] , F.
5; 184/2003, de 23 de octubre [ RTC 2003, 184] , F. 12).
En efecto, en este caso los Autos de intervención y prórroga fijaban los términos de la medida de interceptación, la
fuerza policial ejecutante y la obligación de ésta de dar cuenta periódicamente al Juzgado de los resultados de las
intervenciones. Respecto al conocimiento y consideración por el órgano judicial de estos resultados basta con
constatar, como permite apreciar el examen de las actuaciones, que la policía aportó al Juzgado dichos resultados a
través de las transcripciones y las copias de las grabaciones de las conversaciones relevantes y mediante informes
efectuados mientras las llevaban a cabo, siendo suficiente a los efectos de considerar que el Juez ha tenido una
puntual información de los resultados de la intervención ( SSTC 82/2002, de 22 de abril [ RTC 2002, 82] , F.
5; 184/2003, de 23 de octubre [ RTC 2003, 184] , F. 12).
9 La estimación de la denunciada vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE [ RCL
1978, 2836] ) ha de tener como consecuencia la prohibición de valorar todas las pruebas obtenidas directamente a
partir de las referidas intervenciones telefónicas, esto es, todas las cintas en las que se grabaron las conversaciones
que constituyen el fruto directo de las mismas y sus transcripciones. Igualmente de la declaración de la vulneración
del mencionado derecho fundamental deriva la prohibición de incorporar al proceso el contenido de las
conversaciones grabadas mediante las declaraciones de los policías que llevaron a cabo las escuchas ( STC
184/2003, de 23 de octubre [ RTC 2003, 184] , F. 13, por todas).
En este caso la Audiencia Provincial ha valorado con carácter incriminatorio contra los demandantes de amparo
algunas de las conversaciones intervenidas, habiendo procedido en el acto del juicio a la audición de las cintas en las
que se grabaron. La valoración de dichos medios de prueba, constitucionalmente prohibida por haber sido
directamente obtenidas con vulneración del derecho al secreto de las comunicaciones, determina asimismo la
vulneración del derecho a un proceso con todas las garantías de los demandantes de amparo.
10 La segunda de las cuestiones que se suscita con ocasión de los presentes recursos de amparo acumulados estriba
en la vulneración del derecho a la libertad (art. 17 CE [ RCL 1978, 2836] ) y del derecho a la asistencia letrada (art.
24.2 CE) que don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R. denuncian en su demanda de amparo, al no haber podido
designar aquél Abogado de su libre elección que le asistiera al prestar declaración en la fase de instrucción ante la
titular del Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar el día 31 de agosto de 1995, por habérsele aplicado el
régimen de preso incomunicado, que, sin embargo, ya había sido levantado por Auto de fecha 30 de agosto de 1995.
Como consecuencia de la lesión constitucional aducida consideran que la declaración auto y heteroincriminatoria de
don Bernardo S. R. prestada en la fase de instrucción no puede valorarse como prueba de cargo, ya que no ha sido
obtenida con todas las garantías.
El Ministerio Fiscal se pronuncia a favor de la estimación de esta queja de los recurrentes en amparo. Sostiene al
respecto que, desde la estricta perspectiva del art. 17.3 CE, si se acepta que la situación de incomunicación de un
detenido supone una restricción de derechos respecto de los que corresponden al privado de libertad no
incomunicado, en este caso el alzamiento por el Juzgado de la incomunicación y la declaración al día siguiente de
don Bernardo S. R., sin instrucción de los derechos como detenido no incomunicado, determinan la
lesión constitucional denunciada, aunque la eliminación de estas declaraciones no presenta incidencia alguna en
el derecho a la presunción de inocencia al existir otras pruebas de cargo capaces de desvirtuarla.
11 El examen de la queja que ahora nos ocupa requiere precisar con carácter previo cuál es el derecho fundamental en
este caso en juego, el derecho a la asistencia letrada del detenido (art. 17.3 CE [ RCL 1978, 2836] ) o el derecho a la
asistencia letrada del imputado o acusado en el proceso penal (art. 24.2 CE), para concretar, seguidamente, el
contenido del derecho fundamental en el aspecto en este caso concernido.
a) Con arreglo a la doctrina de este Tribunal es necesario distinguir entre la asistencia letrada al detenido en las
diligencias policiales y judiciales que la Constitución reconoce en el art. 17.3 como una de las garantías del derecho a
la libertad personal protegido en el apartado 1 de ese mismo artículo, y la asistencia letrada al imputado o acusado
que la propia Constitución contempla en el art. 24.2 CE ( RCL 1978, 2836) dentro del marco de la tutela judicial
efectiva y del derecho a un proceso debido. Esta doble proyección constitucional del derecho a la asistencia letrada,
que guarda paralelismo con los textos internacionales sobre la materia (arts. 5 y 6 del Convenio Europeo de
Derechos Humanos [ RCL 1999, 1190, 1572] , CEDH, y arts. 9 y 14 del Pacto internacional de derechos civiles y
políticos [ RCL 1977, 893] , PIDCP), impide determinar el contenido esencial del derecho a la asistencia letrada en
una lectura y aplicación conjunta de los citados arts. 17.3 y 24.2 CE ( SSTC 196/1987, de 11 de diciembre [ RTC
1987, 196] , F. 4; 188/1991, de 3 de octubre [ RTC 1991, 188] , F. 2; 7/2004, de 9 de febrero [ RTC 2004, 7] , F.
6).
En este caso la denunciada infracción del derecho a la asistencia letrada ha de enmarcase no en el art. 17.3 CE, sino
en el art. 24.2 CE, habida cuenta de que la supuesta lesión del derecho a la asistencia letrada habría tenido lugar
cuando don Bernardo S. R. no se encontraba en situación de detención, sino ya de prisión y al prestar declaración
como imputado ante el Juez de Instrucción.
b) Dentro del haz de garantías que conforman el derecho al proceso debido figura también, como reiterada y firme
jurisprudencia de este Tribunal tiene declarado, el derecho a la asistencia letrada que el art. 24.2 CE recoge de manera
singularizada y con proyección especial hacia el proceso penal, sin duda por la complejidad técnica de las cuestiones
que en él se debaten y la relevancia de los bienes jurídicos que pueden verse afectados [ SSTC 42/1982, de 5 de julio
( RTC 1982, 42) , F. 2; 47/1987, de 22 de abril ( RTC 1987, 47) , F. 2; 245/1988, de 19 de diciembre ( RTC 1988,
245) , F. 3; 37/1988, de 3 de marzo ( RTC 1988, 37) , F. 6; 135/1991, de 17 de junio ( RTC 1991, 135) , F.
2; 180/1991, de 23 de septiembre ( RTC 1991, 180) , F. 2; 91/1994, de 21 de marzo ( RTC 1994, 91) , F.
2; 110/1994, de 11 de abril ( RTC 1994, 110) , F. 3; 18/1995, de 24 de enero ( RTC 1995, 18) , F. 2 B); 162/1999,
de 27 de septiembre ( RTC 1999, 162) , F. 3]. Es éste, junto al derecho a la defensa privada o autodefensa del propio
imputado, una parte del contenido esencial del derecho constitucional de defensa que, al igual que todas las garantías
que conforman el derecho en que se integra, trata de asegurar la efectiva realización de los principios de igualdad y de
contradicción entre las partes, de forma que se eviten desequilibrios en las respectivas posiciones procesales o
limitaciones del derecho de defensa que pueden producir indefensión como resultado, y, en último término, hacer
valer con eficacia el derecho a la libertad de todo ciudadano ( SSTC 47/1987, de 22 de abril [ RTC 1987, 47] , F.
2; 132/1992, de 28 de septiembre [ RTC 1992, 132] , F. 2; 18/1995, de 24 de enero [ RTC 1995, 18] , F.
2.b; 162/1999, de 27 de septiembre [ RTC 1999, 162] , F. 3).
El derecho a la asistencia letrada, interpretado por imperativo del art. 10.2 CE de acuerdo con el art. 6.3 del Convenio
europeo para la protección de los derechos humanos y de las libertades públicas, y con el art. 14.3 del Pacto
internacional de derechos civiles y políticos, es, en principio, y ante todo, el derecho a la asistencia de un Letrado de
la propia elección del justiciable ( STC 216/1988, de 14 de noviembre [ RTC 1988, 216] , F. 2), lo que comporta de
forma esencial que éste pueda encomendar su representación y asesoramiento técnico a quien merezca su confianza y
considere más adecuado para instrumentalizar su propia defensa ( SSTC 30/1981, de 24 de julio [ RTC 1981, 30] ,
F. 3; 7/1986, de 21 de enero [ RTC 1986, 7] , F. 2; 12/1993, de 18 de enero [ RTC 1993, 12] , F. 3). Así pues, en el
ejercicio del derecho a la asistencia letrada tiene lugar destacado la confianza que al asistido le inspiren las
condiciones profesionales y humanas del Abogado y, por ello, procede entender que la libre designación de éste viene
integrada en el ámbito protector del derecho constitucional de defensa ( STC 196/1987, de 11 de diciembre [ RTC
1987, 196] , F. 5; 18/1995, de 24 de enero [ RTC 1995, 18] , F. 2.b; 105/1999, de 14 de junio [ RTC 1999, 105] ,
F. 2; 162/1999, de 27 de septiembre [ RTC 1999, 162] , F. 3; 130/2001, de 4 de junio [ RTC 2001, 130] , F. 3).
12 En este caso, según resulta del examen de las actuaciones judiciales, en fecha 25 de agosto de 1995 se procedió a
la detención incomunicada de don Bernardo S. R., en cumplimiento del Auto del Juzgado de Instrucción núm. 2 de
Roquetas de Mar de 24 de agosto de 1995. Por Auto de 28 de agosto de 1995 el Juzgado acordó la prisión provisional
incomunicada y sin fianza de don Bernardo S. R., teniendo por concluida la incomunicación por posterior Auto de 30
de agosto de 1995.
Al día siguiente, es decir, el 31 de agosto de 1995, fue conducido ante el Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas
de Mar para prestar declaración como imputado. Figura en las actuaciones una diligencia de esa misma fecha
informándole de sus derechos, en la que se recogen transcritos los derechos enunciados en el art. 520.2 LECrim
( LEG 1882, 16) , apareciendo tachados los contemplados en las letras c) y d) de dicho precepto, esto es: «c) Derecho
a designar Abogado y a solicitar su presencia para que asista a las diligencias policiales y judiciales de declaración e
intervenga en todo reconocimiento de identidad de que sea objeto. Si el detenido o preso no designare Abogado, se
procederá a la designación de oficio» y «d) Derecho a que se ponga en conocimiento del familiar o persona que
desee, el hecho de la detención y el lugar de custodia en que se halle en cada momento. Los extranjeros tendrán
derecho a que las circunstancias anteriores se comuniquen a la Oficina Consular del País». Asimismo, al pie de la
diligencia de información de derechos se hace constar expresamente que tal información se efectúa «con las
salvedades establecidas en el artículo 527 de la Ley de enjuiciamiento criminal, en relación con los arts. 118 y 520 del
mismo texto legal». El citado art. 527 LECrim prevé que «el detenido o preso, mientras se halle incomunicado, no
podrá disfrutar de los derechos expresados en el presente capítulo ["Del ejercicio del derecho de defensa, de la
asistencia de abogado y del tratamiento de los detenidos y presos"], con excepción de los establecidos en el artículo
520, con las siguientes modificaciones: a) En todo caso, su Abogado será designado de oficio; b) No tendrá derecho a
la comunicación prevista en el apartado d) del número 2 [antes transcrita]; c) Tampoco tendrá derecho a la entrevista
con su Abogado prevista en el apartado c) del número 6 ("entrevistarse reservadamente con el detenido al término de
la práctica de la diligencia en que hubiere intervenido")».
En las expresadas condiciones don Bernardo S. R. prestó una primera declaración ante la titular del Juzgado de
Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, asistido de Abogado de oficio, en la que negó los hechos que se le imputaban
y no incriminó a ninguna persona. Ese mismo día, 31 de agosto de 1995, prestó voluntariamente una segunda
declaración, sin que conste una nueva diligencia de información de derechos, asistido por un Abogado diferente al
que le asistió en la anterior declaración, que tampoco consta que haya sido designado por don Bernardo S. R., en la
que reconoció su participación en los hechos que se le imputaban, así como la de otras personas, entre ellas, la de su
hermano don Francisco Alfonso S. R.. El contenido auto y heteroincriminatorio de esta segunda declaración, de la
que con posterioridad don Bernardo S. R. se retractó, incluso con ocasión de la declaración prestada en el juicio oral,
accedió a este acto a través del interrogatorio del declarante, habiendo sido objeto de debate las causas de su
retractación.
Pues bien, la aplicación en este caso del régimen de incomunicación a don Bernardo S. R. al prestar declaración ante
el Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, cuando dicho régimen ya había sido levantado el día anterior
por el propio órgano judicial, ha impedido que pudiera ser asistido por un letrado de su libre elección y confianza en
sus declaraciones judiciales en la fase de instrucción, conculcándose así su derecho a la asistencia letrada (art.
24.2 CE [ RCL 1978, 2836] ), que, como hemos tenido ocasión de señalar, comporta de forma esencial, en lo que
aquí importa, que el imputado pueda encomendar su asesoramiento técnico a quien merezca su confianza y considere
más adecuado para instrumentar su propia defensa.
Por tanto las declaraciones que don Bernardo S. R. prestó ante la titular del Juzgado de Instrucción núm. 2 de
Roquetas de Mar no se han realizado formalmente con todas las garantías constitucionales que han de rodear su
práctica frente a la autoincriminación, y que una reiterada doctrina constitucional viene cifrando, en lo que aquí y
ahora interesa, en los derechos a no declarar contra sí mismo, a no confesarse culpable y a la asistencia letrada.
Garantías que, como hemos dicho, se articulan como un medio eficaz de protección frente a cualquier tipo de
coerción o compulsión ilegítima, permitiendo afirmar su respeto la espontaneidad y voluntariedad de las
declaraciones ( SSTC 167/2002, de 18 de septiembre [ RTC 2002, 167] , F. 8; 7/2004, de 9 de febrero [ RTC 2004,
7] , F. 8, y doctrina constitucional en ella citada).
Así pues ha de concluirse que en este caso en la práctica de las declaraciones de don Bernardo S. R. ante el Juez de
Instrucción no se han respetado formalmente las garantías constitucionales exigidas, al haberle impedido su derecho a
la asistencia letrada, lo que excluye la posibilidad de valorar tales declaraciones como prueba de cargo (STC 7/2004,
de 9 de febrero, F. 8). No se trata en este supuesto de una prueba derivada de otra ilícitamente obtenida, cuya nulidad
derivaría de su conexión con la anterior, sino de una prueba en sí misma lesiva de un derecho fundamental. En tal
sentido este Tribunal tiene declarado que no pueden considerarse pruebas de cargo y obtenidas con todas las garantías
aquellas que han sido conseguidas con vulneración de derechos fundamentales sustantivos, pues «aunque esta
prohibición de valoración no se halla proclamada en un precepto constitucional que explícitamente la imponga, ni
tiene lugar inmediatamente en virtud del derecho sustantivo originariamente afectado, expresa una garantía objetiva e
implícita en el sistema de los derechos fundamentales, cuya vigencia y posición preferente, en el Estado de Derecho
que la Constitución instaura, exige que los actos que los vulneren carezcan de eficacia probatoria en el proceso ( STC
114/1984 [ RTC 1984, 114] , FF. 2 y 3)» ( SSTC 81/1998, de 2 de abril [ RTC 1998, 81] , FF. 2 y 3; 161/1999, de
27 de septiembre [ RTC 1999, 161] , F. 4). A partir de estas premisas hemos venido afirmando la lesión del derecho
a un proceso con todas las garantías al valorar pruebas obtenidas directamente con vulneración de derechos
fundamentales, como acontece en ese caso, u otras que sean consecuencia de dicha vulneración (STC 161/1999, de
27 de septiembre, F. 4, por todas).
A la conclusión alcanzada no cabe oponer que la segunda declaración de don Bernardo S. R. ante el Juez de
Instrucción, que es la que reviste carácter auto y heteroincriminatorio y que ha sido utilizada como prueba de cargo
para sustentar su condena y la de su hermano don Francisco Alfonso S. R., ha sido prestada voluntariamente, pues si
el órgano judicial hubiera actuado como constitucionalmente le era exigible, esto es, si no le hubiera privado de la
designación de Letrado de su libre elección que le asistiera en sus declaraciones judiciales, no puede descartarse que
don Bernardo S. R. no hubiera formulado contra sí mismo y contra otras personas las graves inculpaciones que se
contienen en su segunda declaración, tras haber negado en la primera declaración prestada ese mismo día los hechos
que se le imputaban. En este extremo hemos de insistir, una vez más, de un lado, en que la validez de la confesión no
puede hacerse depender de los motivos internos del confesante, sino de las condiciones externas y objetivas de su
obtención (STC 161/1999, de 27 de septiembre, F. 4) y, de otro, en el deber del Juez de instrucción de comunicarle al
imputado el hecho punible cuya comisión se le atribuye y de ilustrarle de la totalidad de los derechos que integran la
defensa y, de modo especial, de su derecho a la designación de Abogado en los términos legalmente previstos ( STC
38/2003, de 27 de febrero [ RTC 2003, 38] , F. 5).
Así pues, la Audiencia Provincial, al haber valorado con carácter incriminatorio contra don Bernardo y don Francisco
Alfonso S. R. la declaración auto y heteroincriminatoria prestada por aquél ante la titular del Juzgado de Instrucción
núm. 2 de Roquetas de Mar el día 31 de agosto de 1995, valoración constitucionalmente prohibida por haber sido
directamente obtenida aquella declaración con lesión del derecho a la asistencia letrada (art. 24.2 CE), ha vulnerado
también el derecho de don Bernardo y don Francisco Alfonso S. R. a un proceso con todas las garantías (art. 24.2
CE).
13 Una vez descartados como medios de prueba susceptibles de valoración por los órganos judiciales, al haber sido
directamente obtenidos con vulneración de derechos fundamentales, las cintas en las que se grabaron las
conversaciones intervenidas del teléfono de doña María Dolores R. P. y la declaración auto y heteroincriminatoria de
don Bernardo S. R. prestada en la fase de instrucción ante el Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar, la
cuestión que seguidamente hemos de abordar, suscitada en términos sustancialmente idénticos en ambas demandas de
amparo, es la relativa a la denunciada lesión del derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE [ RCL 1978,
2836] ), al sustentarse la condena de los recurrentes en amparo, tras la exclusión de aquellos medios de prueba,
únicamente en las declaraciones de la coimputada doña María Dolores R. P. realizadas en la fase de instrucción y en
el juicio oral. Los solicitantes de amparo sostienen, en síntesis, que tales declaraciones no pueden considerarse como
medio de prueba capaz de enervar la presunción de inocencia porque están motivadas por la obtención de beneficios
procesales para atenuar la responsabilidad penal de su autora, no existiendo además elemento alguno que las
corrobore.
14 El examen de la queja de los demandantes de amparo requiere traer a colación la reiterada doctrina constitucional
sobre la aptitud o suficiencia de las declaraciones de los coimputados para enervar la presunción de inocencia, según
la cual, si bien la valoración de tales declaraciones es legítima desde la perspectiva constitucional, dado su carácter
testimonial, carecen, sin embargo, de consistencia plena como prueba de cargo cuando, siendo únicas, no resultan
mínimamente corroboradas por otras pruebas. En efecto, este Tribunal ha señalado al respecto que la declaración de
un coimputado es una prueba «sospechosa» cuando se trata de la única prueba de cargo, en la medida en que el
acusado, a diferencia del testigo, no sólo no tiene obligación de decir la verdad, sino que puede callar parcial o
totalmente, en virtud de los derechos a no declarar contra sí mismo y no confesarse culpable, reconocidos en el art.
24.2 CE ( RCL 1978, 2836) , que son garantías instrumentales del más amplio derecho de defensa.
Dicha exigencia de corroboración se concreta en dos ideas: por una parte, que no ha de ser necesariamente plena –
pues para llegar a tal conclusión este Tribunal tendría que efectuar una valoración global de la prueba practicada ante
los órganos jurisdiccionales, realizando una actividad que le está vedada–, sino que basta con que al menos sea
mínima; y, por otra, que no cabe establecer su alcance en términos generales, más allá de la idea obvia de que la
veracidad objetiva de la declaración del coimputado ha de estar avalada por algún hecho, dato o circunstancia
externa, debiendo dejar la determinación de si dicha mínima corroboración se ha producido o no al análisis caso por
caso. A lo que hemos añadido que la corroboración mínima resulta exigible, no en cualquier punto, sino en relación
con la participación del recurrente en los hechos punibles que el órgano judicial considera probados, y que los
diferentes elementos de credibilidad objetiva de la declaración –como pueden ser la inexistencia de animadversión, el
mantenimiento o no de la declaración o su coherencia interna– carecen de relevancia como factores externos de
corroboración. Igualmente hemos destacado, en fin, que los elementos cuyo carácter corroborador ha de ser valorado
por este Tribunal son exclusivamente los que aparezcan expresados en las resoluciones judiciales impugnadas como
fundamentos probatorios de la condena (por todas, SSTC 30/2005, de 14 de febrero [ RTC 2005, 30] , F.
4; 55/2005, de 14 de marzo [ RTC 2005, 55] , F. 1, y doctrina en ellas citada).
15 En el presente caso, excluidas las escuchas telefónicas y la declaración judicial auto y heteroincriminatoria de don
Bernardo S. R. como medios de prueba susceptibles de valoración, la única prueba de cargo en la que se sustenta la
condena de los recurrentes en amparo son las declaraciones prestadas en la fase de instrucción y en el juicio oral por
la coimputada doña María Dolores R. P., sin que en las resoluciones judiciales se aporte, se argumente, se razone o,
siquiera, se aluda a algún elemento, hecho, dato o circunstancia externa que avale dichas declaraciones en relación
con la participación de los demandantes de amparo en los hechos punibles que en las Sentencias recurridas se
declaran probados respecto a cada uno de ellos.
Así acontece con toda nitidez en relación con don Bernardo y don Francisco Alfonso R. S., respecto a quienes los
medios de prueba que se mencionan para su condena son las ya citadas declaraciones de aquél en la fase de
instrucción, las escuchas telefónicas, no susceptibles de valoración ambos medios de prueba como ya se ha razonado,
y las declaraciones de la coimputada doña María Dolores R. P. Por lo que a estas declaraciones se refiere en las
Sentencias recurridas no se aporta ni se alude a algún elemento, dato o circunstancia externa que las corrobore en
cuanto a la participación de aquéllos en los hechos que se les imputan.
En relación con la condena de don Antonio M. A., aunque en las Sentencias impugnadas no se aporta como elemento
de corroboración ni nada se razona al respecto, podría plantearse si pudiera ser considerado como tal elemento de
corroboración de la declaración de la coimputada doña María Dolores R. P. la declaración prestada por aquél en el
juicio oral, en la que admitió que «conocía a María Dolores porque se la presentó una amiga, pero que nunca se puso
en contacto con ella. Solo la había visto una vez en Barcelona y no comprende por qué tenía su teléfono». En este
sentido, el Ministerio Fiscal sostiene que las declaraciones de la coimputada resultan corroboradas por el testimonio
del recurrente en amparo, al no ofrecer una explicación satisfactoria de por qué tenía el número de teléfono de doña
María Dolores R. P.
Pues bien, hemos tenido ocasión de señalar que la consideración de la falta de credibilidad del relato ofrecido por el
recurrente en amparo como elemento externo de corroboración mínima de las declaraciones del coimputado plantea
entre otros aspectos problemáticos, en lo que aquí y ahora interesa, si la futilidad de la declaración de descargo del
recurrente puede ser utilizada, en sí misma, como elemento de corroboración mínima en el concreto aspecto exigido
por la jurisprudencia constitucional de la participación del recurrente en los hechos que se le imputan, ya que, como
hemos señalado con anterioridad, en los supuestos de declaraciones de coimputados el elemento de corroboración
mínimo lo ha de estar en relación, no con cualquier tipo de afirmación contenida en las mismas, sino precisamente
con la concreta participación del acusado en aquellos hechos ( STC 55/2005, de 14 de marzo [ RTC 2005, 55] , F.
5). En este caso, dicho testimonio, en sí mismo considerado, a lo sumo, podría servir para concluir de manera directa
que el recurrente y doña María Dolores R. P. se conocían, pero de él no cabe extraer como consecuencia lógica e
inmediata que quede corroborada la concreta participación en los hechos que se le atribuyen a don Antonio M. A., ya
que a partir de tal testimonio, y más allá de la declaración de la coimputada, ninguna conexión se puede realizar entre
aquel conocimiento y la adquisición periódica por don Antonio M. A. de droga a doña María Dolores R. P.,
procediendo después a su reventa a otras personas.
En consecuencia ha de concluirse que se ha vulnerado el derecho a la presunción de inocencia (art. 24.2 CE [ RCL
1978, 2836] ) de los recurrentes en amparo, ya que la única prueba de cargo en la que se ha fundado su condena, una
vez descartados como medios de prueba susceptibles de valoración las cintas en las que se grabaron las
conversaciones intervenidas del teléfono de doña María Dolores R. P. y la declaración auto y heteroincriminatoria de
don Bernardo S. R. prestada en la fase de instrucción ante el Juzgado de Instrucción núm. 2 de Roquetas de Mar,
fueron las declaraciones de la coimputada doña María Dolores R. P., sin que en las Sentencias recurridas se haya
aportado ni puesto de manifiesto la existencia de elementos externos e independientes a dichas declaraciones que
permitieran considerar mínimamente corroborada la participación de los demandantes de amparo en los hechos que
en ellas se les imputan.
16 Razonada la procedencia de estimar los presentes recursos de amparo deviene innecesario el examen de quejas que
hemos agrupado en el bloque temático cuarto, quedando sólo por determinar, en cumplimiento del art. 55.1 c) LOTC
( RCL 1979, 2383) , cuál es la medida que corresponde adoptar para restablecer a los demandantes de amparo en la
integridad de sus derechos. A tal fin es obligado partir de la consideración de que las Sentencias impugnadas, además
de condenar a los solicitantes de amparo, condenan a otras personas. Debe por ello estimarse que la medida adecuada
para restablecer a los recurrentes en amparo en los derechos fundamentales vulnerados es la de acordar la nulidad de
dichas Sentencias respecto a ellos únicamente.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE LA
CONSTITUCIÓN DE LA NACIÓN ESPAÑOLA,
Ha decidido
Estimar las demandas de amparo presentadas por don Antonio M. A. y otros y, en su virtud:
1º Declarar vulnerados los derechos de los recurrentes en amparo al secreto de las comunicaciones (art. 18.3 CE
[ RCL 1978, 2836] ), a un proceso con todas las garantías (art. 24.2 CE) y a la presunción de inocencia (art. 24.2
CE), así como también el derecho de don Bernardo S. R. a la asistencia letrada (art. 24.2 CE).
2º Restablecerlos en sus derechos y, a tal fin, declarar la nulidad de la Sentencia de la Sección Tercera de la Sala de lo
Penal de la Audiencia Nacional núm. 37/1999, de 16 de diciembre, recaída en el rollo núm. 42/96 dimanante del
Juzgado Central de Instrucción núm. 4, y la de las Sentencias de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo núms.
742/2002, de 24 de abril ( RJ 2002, 7338) , primera y segunda Sentencia, dictadas en el recurso de casación núm.
818-2002.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a veinte de junio de dos mil cinco.–Guillermo Jiménez Sánchez.–Vicente Conde Martín de Hijas.–
Elisa Pérez Vera.–Eugeni Gay Montalvo.–Ramón Rodríguez Arribas.–Pascual Sala Sánchez.–Firmado y rubricado.

PREGUNTAS QUE HA DE RESPONDER EL ALUMNO


¿POR QUÉ EL DERECHO DE DEFENSA SE REGULA DE MANERA SINGULARIZADA Y CON
PROYECCIÓN ESPECIAL HACIA EL PROCESO PENAL?
EL DERECHO DE DEFENSA ¿QUÉ ES ANTE TODO?
¿QUÉ TIENE LUGAR DESTACADO EN EL DERECHO DE DEFENSA?

RECURSO DE AMPARO NÚM. 3031/1995


PONENTE: DON TOMÁS S. VIVES ANTÓN
Formulado voto particular a la presente resolución
Recurso de amparo formulado por don Juan Hormaechea Cazón contra Sentencia de 10 julio 1996 de la Sala Segunda
del Tribunal Supremo, desestimatoria del recurso de casación deducido frente a la Sentencia de lo Civil y Penal del
TSJ de Cantabria, de 24 octubre 1994, en autos sobre delito de malversación de caudales públicos y de prevaricación.
Vulneración de los derechos fundamentales a la defensa y asistencia de letrado y a un proceso público con todas las
garantías: existencia: otorgamiento de amparo.
La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, compuesta por don Carles Viver Pi-Sunyer, Presidente; don Rafael de
Mendizábal Allende, don Julio Diego González Campos, don Tomás S. Vives Antón, don Vicente Conde Martín de
Hijas y don Guillermo Jiménez Sánchez, Magistrados, ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En el recurso de amparo núm. 3031/1995, interpuesto por don Juan H. C., representado por el Procurador
don Isidoro Argos Simón, con la asistencia del Letrado don Manuel Cobo del Rosal, contra la Sentencia de la Sala
Segunda del Tribunal Supremo, de 10 de julio de 1995 ( RJ 1995\5400), desestimatoria del recurso de casación núm.
3546/1994, deducido frente a la Sentencia de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de
Cantabria, de 24 de octubre de 1994, dictada en el sumario ordinario 1/1991. Ha intervenido el Ministerio Fiscal y
don Roberto B. A., representado por la Procuradora doña Pilar Azorín-Albiñana López, con la asistencia del Letrado
don Abel I. de B. P. Ha sido Ponente el Magistrado don Tomás S. Vives Antón, quien expresa el parecer de la Sala.
I. ANTECEDENTES
1. Mediante escrito presentado en el Juzgado de guardia de Madrid el día 3 de agosto de 1995, y registrado en este
Tribunal el siguiente día 4, el Procurador de los Tribunales don Isidoro Argos Simón, en nombre y representación de
don Juan H. C., formuló demanda de amparo contra las resoluciones judiciales, reseñadas en el encabezamiento, por
las que se condenó al recurrente, además de a otros acusados, a las penas de seis años y un día de prisión mayor y
siete años de inhabilitación absoluta, y a la de siete años de inhabilitación especial, que comprendía la privación del
cargo que ostente y la de obtener otros cargos políticos de designación o elección durante el tiempo de duración de la
condena, como autor de sendos delitos de malversación de caudales públicos y prevaricación.
2. Son relevantes para la comprensión de la pretensión de amparo los siguientes hechos que, sintéticamente
expuestos, aparecen acreditados en las actuaciones:
a) El 1 de diciembre de 1990, cuatro Diputados de la Asamblea Regional de Cantabria, representantes de los Grupos
Parlamentarios del Partido Regionalista de Cantabria, del Centro Democrático y Social y del Partido Socialista
Obrero Español, todos ellos miembros de la Comisión de Investigación sobre determinados aspectos de la gestión y
funcionamiento de la Consejería de Economía, Hacienda y Presupuesto del Gobierno Regional, presentaron denuncia
contra el recurrente, don Juan H. C., entonces Presidente de la Diputación Regional, imputándole la comisión de
varios delitos, entre ellos, los de prevaricación y malversación de caudales públicos. La denuncia fue admitida a
trámite por Auto de 4 de diciembre siguiente, por la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de
Cantabria, integrada por los Magistrados don Claudio M. A., Presidente, don Mario G.-O. P. y don César T. T.,
nombrándose Instructor a este último.
b) Pocos días después, el 20 de diciembre de 1990, los mismos denunciantes presentaron escrito de querella contra el
recurrente, con base en los mismos hechos denunciados, la cual fue admitida a trámite el 22 de diciembre, por la
misma Sala, esta vez completada con la integración del Magistrado don Javier S. P., que sustituyó al designado
Instructor, acordándose su acumulación a las diligencias previas abiertas con la presentación de la denuncia. El 3 de
abril de 1991, mediante Auto, se amplía la querella a otros imputados, quienes habían formado parte del Consejo de
Gobierno presidido por el señor H. En las diligencias penales se aceptó la personación, el 15 de abril de 1991, de
diversos vecinos de Burgos, y el 9 de mayo siguiente, de los representantes del partido político Izquierda Unida de
Cantabria, que actuaban en ejercicio de la acción popular. La admisión a trámite de estas nuevas querellas la llevó a
efecto la Sala, integrada por los Magistrados don Claudio M. A., Presidente, don Mario G.-O. P. y don César T. T.
c) El 13 de noviembre de 1991, el Magistrado Instructor dictó Auto de procesamiento por delitos de malversación de
caudales públicos y prevaricación, contra el recurrente y otros querellados. Recurrido en reforma y apelación, esta
última fue desestimada por Auto de 23 de abril de 1992, firmado esta vez por los Magistrados don Claudio M. A., don
Mario G.-O. P. y don Francisco José N. S.
d) El 21 de enero de 1992, la representación del recurrente presentó solicitud de nulidad de actuaciones, alegando la
confusión de las funciones de instrucción y decisión en la misma Sala de lo Civil y Penal, petición que fue rechazada
por Auto de 10 de febrero de 1992, confirmado por otro posterior de 21 de febrero de 1992, que resolvió el recurso de
súplica. Otro incidente similar se promovió por la misma representación el 18 de enero de 1994, el cual fue
desestimado por Auto de 26 de enero de 1994, confirmado el 2 de febrero siguiente al rechazar el recurso de súplica.
El 7 de febrero de 1992, el Juez Instructor acordó la conclusión del sumario, remitiéndolo a la Sala para sustanciar la
fase intermedia.
e) En escrito presentado el 6 de julio de 1992, la representación del recurrente y de otros querellados, promovió
incidente de recusación contra el Magistrado don Mario G.-O. P. , alegando la existencia de enemistad de éste con sus
recusantes, la cual deducían de su militancia y actividad política como Concejal por Santander y Senador del Partido
Socialista Obrero Español, anterior a ser nombrado Magistrado de la Sala por el procedimiento previsto en el art.
330.3 LOPJ ( RCL 1985\1578, 2635 y ApNDL 8375), a cuyo tenor, una de cada tres plazas existentes se cubrirá con
un jurista, nombrado a propuesta del Consejo General del Poder Judicial, sobre una terna presentada por la Asamblea
Legislativa.
El incidente de recusación fue inadmitido a trámite, en virtud de Auto de la Sala de 8 de julio de 1992 (Magistrados
M. A. , N. S. y A. L), confirmado el 27 de julio siguiente, al desestimar la súplica. La razón de la desestimación
- ex art. 223.1 LOPJ-, fue apreciar la extemporaneidad de la recusación planteada al no haberse formulado «tan luego
como se tenga conocimiento de la causa en que se funde» y, desde luego, por no haberlo hecho «al inicio del pleito»,
como ordena el precepto legal citado.
f) El 7 de marzo de 1993, el periódico catalán «La Vanguardia», titulaba la siguiente noticia: «Meses antes de ser
juzgado por un posible delito de malversación de fondos y prevaricación, el Presidente cántabro ha denunciado
públicamente a la mujer del Juez que presidirá la vista de haberse beneficiado de una contratación ilegal. H. acusa a
la esposa del magistrado que le juzgará. Claudio M. afirma que no se inhibirá del caso tras los ataques». Con la
firma del periodista Fernando G., el diario se hace eco de la siguiente información:
«No conforme con haber puesto en jaque a todo un partido político -el PP-, el Presidente del Gobierno cántabro
parece dispuesto a desafiar y provocar incluso a los Magistrados que van a juzgarle a él y a nueve Consejeros de su
anterior Gabinete por supuestos delitos de prevaricación y malversación de fondos.
En los últimos días, Juan H. ha convocado cuatro ruedas de prensa para acusar a la mujer del Presidente del Tribunal
Superior de Justicia, Claudio M. , de haberse beneficiado de una contratación ilegal en la propia Administración
autonómica, contratación que, además, piensan anular. La respuesta de M. ha sido contundente: "por mucho que diga
de mi esposa -afirmó a `La Vanguardia'-, no pienso abstenerme de esta causa".
El jueves de la semana pasada, H. dio cuenta de ciertos acuerdos de su Gobierno sobre la salida a concurso de varias
plazas de la Diputación Regional ocupadas en la actualidad por interinos. El jefe del Ejecutivo criticó con dureza la
forma en que se adjudicaron algunos de estos puestos, y puso un solo ejemplo: la contratación como técnico de pesca
de doña Elisa P., esposa de Claudio M. , tras una oposición convocada por el "Gobierno de gestión" del socialista
Jaime B. El viernes, H. volvió sobre el asunto, y la aludida publicó en la prensa una carta de réplica en la que
recordaba que, si bien su examen y concurso de méritos se convocaron durante el mandato de B., la adjudicación de
la plaza se produjo cuando ya H. era Presidente.
H., en sus comparecencias ante los periodistas, tachó a la mujer de Claudio M. de haber llegado "al colmo del
cinismo" y añadió que su contratación era "nula de pleno Derecho".
El primero en reaccionar ante la andanada fue el Abogado de la acusación en el proceso que se sigue contra el
anterior Consejo de Gobierno, Benito H. En su opinión, las acusaciones de H. a Elisa P. forman parte de una
estrategia que tiene como fin último recusar a su esposo, Claudio M. , como Magistrado de la Sala que le juzgará
dentro de unos meses.
El Juez, por su parte, rechazó la polémica directa con H.: "No quiero entrar en un juicio de intenciones, pero le
aseguro que no me abstendré del conocimiento de este proceso y sí me opondré a una eventual recusación porque no
concurre ninguna causa para ello, por mucho que alguien pretendiera prepararla o ambientarla".
M. aportó argumentos legales: "No tengo ninguna enemistad (ni amistad) con el señor H., lo que equivale a decir que
en mí no concurre la única causa que me obligaría a inhibirme del caso. Así que no me abstendré por mucho que diga
en relación a mi señora o en relación a cualquier familiar mío".
El Presidente del Tribunal Superior de Cantabria rechazó además la relevancia que el propio H. da a su
procesamiento: "Me niego -señaló M. - a que la política en esta región tenga que pasar por un proceso judicial; a que
sea una política tan pobre que el único cauce de resolución y el único ámbito en el que todo se ventila sea una causa
judicial... Como desde luego también me niego a que este proceso se mediatice políticamente. Por eso no pienso
abstenerme".
Tal vez recordando ciertas declaraciones de altos dirigentes del PP en cuanto al supuesto "carácter político" de la
querella que, presentada por portavoces parlamentarios de la oposición, desembocó en el procesamiento de H., M. se
reafirmó en lo obvio: "Nosotros, la Sala, no tiene ningún interés político y por supuesto va a juzgar a unas personas
desde unos parámetros jurídicos -en ningún caso políticos- y, dentro de ellos, tanto el Presidente de la Diputación
como el resto los implicados tienen y seguirán teniendo toda clase de garantías. A mí me merece el máximo respeto el
Presidente, como me la merece en su condición de procesado"».
Esta misma información fue recogida en otros diarios de ámbito regional, ocasionándose una controversia pública
acerca del modo de contratación en la que intervinieron doña Elisa P., el Gabinete de Prensa de la Diputación
Regional y su Presidente, a través de ruedas de prensa, comunicados y réplicas y dúplicas en los medios de
comunicación. De entre ellas, cabe destacar una nota de prensa del Gobierno Regional (27 de noviembre de 1993), un
remitido a prensa de la señora P. bajo el título «Respuesta al Consejo de Gobierno» (29 de noviembre de 1993), un
artículo en prensa de la misma bajo el título «Réplica a Diputación» (3 de diciembre de 1993), y una «Contestación a
doña Elisa P.» firmada por el Gabinete de Prensa del Consejo de Gobierno (4 de diciembre de 1993).
g) El día 23 de diciembre de 1993, el diario «El País», titula, en su página 25, la siguiente noticia: «El Presidente
cántabro alude a matanzas cometidas por izquierdistas en la Guerra Civil. H. pone en duda la independencia de los
Magistrados que deben juzgarlo por prevaricación». Bajo la firma del periodista Jesús Delgado, se recoge la
siguiente información:
«Juan H., Presidente del Gobierno cántabro, puso ayer en duda la independencia de los Magistrados que le juzgarán
por prevaricación y falsedad a partir del 2 de febrero próximo, a los que vincula con la izquierda. Del Presidente del
Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, Claudio M. , resaltó la proclamación que hace de su izquierdismo y su
amistad con el secretario general del Partido Socialista en Cantabria, Jaime B. H. se refirió también a Mario G. O.,
otro de los miembros de la Sala, del que subrayó que, para hacer méritos y entrar en el PSOE, había tenido que
"barrer" durante algún tiempo la sede de la agrupación local de la calle de Tetuán, en Santander... El jefe del
Ejecutivo autonómico recordó que G.-O. ex Senador socialista y ex Presidente de la Comisión de Justicia de la
Cámara Alta, le había comentado que para ingresar en las filas del partido socialista, le hicieron barrer varios días,
antes de extenderle la ficha, el local de la calle Tetuán "con estos antecedentes", precisó H., está claro que no serviría
para jurado en Estados Unidos. En sus críticas contra el Presidente de la Sala, H. se refirió incluso a la Guerra Civil:
"Claudio M. siempre proclama su izquierdismo. Yo no sé si tales convicciones políticas en 1936 -eso tendría que
contestarlo él- hubieran sido móvil suficiente para tirar a la gente por el faro del cabo Mayor (aludiendo a presuntas
atrocidades cometidas en Santander durante la Guerra Civil). Aquí, desde luego, hubo quienes movidos por sus
ideales de izquierdas arrojaron a la gente por aquellos acantilados. Tendría que contestarlo él, pero eso, ¿qué
plantea?"».
Claudio M. calificó ayer de «vergonzosas» las acusaciones de H. al poner en duda la independencia de los Jueces.
«Revelan una catadura moral que yo no desearía para un presidente de una comunidad autónoma.
Ningún derecho tiene H. a poner en duda la independencia de un Tribunal al margen de la ideología de sus
componentes. Recordar penosos episodios de la Guerra Civil, transcurridas ya tantas décadas desde su término, me
parece una actitud penosa y miserable», dijo M. . Sólo 24 horas antes de las declaraciones de H., Claudio M. había
anunciado que el juicio a H. «será un proceso penal para juzgar a unas personas acusadas de supuestos delitos, sin
que se pretenda hacer ningún tipo de valoración política sobre la gestión del señor H.».
h) El 31 de enero de 1994, dos días antes del señalado para el comienzo de las sesiones del juicio oral, la
representación del recurrente formuló un nuevo incidente de recusación, en este caso contra el Presidente del Tribunal
(señor M. A. ) y de nuevo contra uno de sus Magistrados (señor G.-O. P. ), basada la de aquél en mantener amistad
íntima con uno de los querellantes -el señor R. R.-, en tener interés directo en la causa, mantener enemistad
manifiesta con el recusante [la cual derivaba del contenido de las declaraciones transcritas en el precedente apartado
f), y de «no poder ser ajeno» a la polémica existente entre el recurrente y la esposa del Magistrado acerca de la
legitimidad del nombramiento de ésta como técnico de la Diputación Regional de Cantabria], así como en haber sido
nombrado Ponente del caso con arbitrariedad. La recusación del señor G.-O. denunciaba que éste tenía también
interés directo o indirecto en la causa, y a ambos Magistrados les imputaba haber realizado previamente actos de
instrucción, que en la demanda se concretan en haber dictado el Auto de admisión a trámite de la querella, lo que se
consideraba incompatible con la función enjuiciadora.
Admitido a trámite, el incidente finalizó por Auto de 2 de marzo de 1994, de la Sala especial, conformada al efecto,
que desestimó la recusación e impuso al recurrente las costas del incidente y una multa de 100.000 pesetas, al
apreciar mala fe en la alegación de las causas frente al Presidente del Tribunal.
Al justificar su decisión la Sala consideró que las motivaciones que impulsaran a los querellantes a ejercer la acción
que había dado lugar al proceso eran ajenas al enjuiciamiento de las causas de recusación alegadas. Señaló que la
única prohibición constitucional que afectaba a Jueces y Magistrados era la de pertenecer a partidos políticos, y no la
de tener ideas políticas, ni la de manifestarlas, razones estas que impedían fundar una causa de recusación en la
ideología política de los Magistrados. En cuanto a las polémicas públicas mantenidas por el recurrente y dos de los
Magistrados de la Sala que habían de juzgarle, la Sala desestimó su eficacia para fundar la recusación pretendida, ya
que el cruce de acusaciones entre el recurrente y la esposa del señor M. es ajeno a este último, y las manifestaciones
del Presidente de la Sala acerca del recurrente no fueron sino una proporcionada réplica a una previa agresión verbal
provocadora que no buscaba sino crear artificialmente una causa de recusación. Por último, se desechó que la
admisión a trámite de la querella fuera un acto instructorio capaz de fundar una causa de recusación, y que las
supuestas comidas mantenidas por el Magistrado recusado con uno de los querellantes pusieran de relieve algo más
que una relación social común.
i) Solicitada en el acto del juicio oral la nulidad de lo actuado, por otro de los acusados, como consecuencia de haber
participado sus integrantes en la instrucción de la causa, la petición fue rechazada en la Sentencia de instancia, al
entender que:
«Aunque redactado confusamente, la alusión que se hace al anterior incidente de nulidad, parece dar a entender que el
quebrantamiento está en que la Sala al admitir el escrito de querella de las acusaciones particulares y tenerlos por
personados en la causa, realizó actos de instrucción y por consiguiente no está revestido de la exigible imparcialidad
para dictar la sentencia. Al mismo tiempo se vuelve a hacer alusión a la "instrucción delegada", ignorando que el
Instructor a que hacen referencia los artículos 57.2 y 61.2 LOPJ para los aforamientos ante la Sala Segunda del
Tribunal Supremo o la especial a que hacen alusión los citados artículos 61.2 y 73.4 para los aforamientos ante las
Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de Justicia, no actúa por delegación de aquellas Salas y sí con
competencia propia, sin que las mismas puedan ordenar nada relativo a los trámites instructorios, como no sea al
resolver algún recurso contra decisiones del Instructor, que actúa con total independencia, sin que pueda entenderse
como menoscabo de aquélla, como se argumenta en forma harto curiosa por la parte que interesa la nulidad, el dato
de que el trabajo de la Sala y del Instructor se realice en dependencias contiguas del edificio en que están instalados.
La única valoración que se hace en el trámite de admisión de la querella, es la referente a la competencia del órgano
judicial ante quien se presenta o el desvalor inicial jurídico-penal de los hechos que se imputan, sin que se puedan
realizar actos de instrucción. Por ello, esta Sala admite las querellas iniciales de los actores particulares, en tanto que
posteriormente y dado que el Instructor nombrado por aquella Sala ya estaba en el ejercicio de sus funciones
instructoras, se remitió a aquél para que dictara la oportuna resolución, la ampliación subjetiva de las querellas en
cuanto a otros presuntos implicados en los hechos objeto de investigación».
j) Según se lee en los antecedentes de la Sentencia de instancia, durante las sesiones del juicio oral, una vez
practicada la prueba, y un día antes del señalado para la formulación de conclusiones definitivas y emisión de
informes orales, el recurrente, señor H. C., presentó ante la Sala un escrito por el que renunciaba a su Abogado en
razón de las diferencias surgidas entre ambos, renuncia que fue confirmada en la vista pública, solicitando un plazo
para designar nuevo Letrado. La Sala, ante lo que entendió como una nueva maniobra dilatoria, y teniendo en cuenta
que el acusado había obtenido la habilitación del Colegio de Abogados para defenderse por sí mismo, y que durante
la práctica de toda la prueba había intervenido personalmente relegando a segundo plano al Letrado designado, no
accedió a lo solicitado. El acusado no quiso informar cuándo le correspondió su turno, si bien, al hacer uso de la
palabra como acusado, habló durante más de dos horas en defensa de su postura procesal y de su inocencia.
k) El 24 de octubre de 1994, la Sala, integrada por los Magistrados señores M. A. , G.-O. P. y R. A., dictó Sentencia
por la que condenó al recurrente, además de a otros acusados, a las penas de seis años y un día de prisión mayor y
siete años de inhabilitación absoluta, y a la de siete años de inhabilitación especial, que comprendía la privación del
cargo que ostente y la de obtener otros cargos políticos de designación o elección durante el tiempo de duración de la
condena, como autor de sendos delitos de malversación de caudales públicos y prevaricación. El Magistrado señor R.
A. emitió un voto particular, propugnando la absolución de los acusados, bien por falta de jurisdicción de la Sala, bien
por entender no acreditados los hechos imputados.
l) Recurrida en casación, la Sentencia fue confirmada por otra de la Sala Segunda del Tribunal Supremo que, por
mayoría (se formuló un voto particular), desestimó todos los motivos de casación planteados.
De sus razonamientos, interesa sintetizar los referidos a las dos quejas que hoy fundamentan la demanda de amparo
que aquí se resuelve.
En relación con la negativa a suspender la vista para designar nuevo Letrado, tras la renuncia expresada por el
recurrente de quien voluntariamente le asistía, el Tribunal Supremo consideró que la decisión judicial no le causó
indefensión pues fue una situación creada de propósito por él mismo, que, pese a ello, estaba en condiciones de
defenderse adecuadamente por contar con habilitación al efecto para ejercer su propia defensa. En opinión de la Sala,
el órgano judicial actuó correctamente al no aceptar la suspensión del juicio, pues ésta era una pretensión
eminentemente dilatoria, que no impedía, por lo demás, que el acusado se defendiera por sí mismo, ya que había
contado con tiempo suficiente para hacerlo al disponer de doce días desde que se suspendió la vista tras la práctica de
las pruebas, hasta su reanudación para formular las conclusiones definitivas. En definitiva, no hubo indefensión
relevante pues fue el recurrente, quien, con su propia actitud, se colocó en la situación que denuncia, sin que obrara
con la debida diligencia.
Al rechazar la queja referida a la supuesta parcialidad de dos de los componentes de la Sala enjuiciadora, el Tribunal
Supremo asumió los argumentos, antes sintetizados, que se utilizaron para rechazar su recusación, llamando, al
tiempo, la atención sobre la necesidad de rechazar el uso reprobable y desviado del derecho a recusar, y considerando
que el motivo de casación debía ser desestimado tanto por la forma en que venía expuesto como por su contenido.
3. En la demanda de amparo se alega la lesión de los siguientes derechos fundamentales:
a) Derecho a un Juez imparcial (art. 24.2 CE) ( RCL 1978\2836 y ApNDL 2875). Para el recurrente, dos de los
Magistrados que le juzgaron, después de haber sido infructuosamente recusados, eran sospechosos de parcialidad por
su previa relación tanto con las partes que han intervenido en el litigio, como con el objeto del proceso. En su
opinión, las causas de recusación expresadas en el anterior antecedente, y rechazadas judicialmente, han sido
suficientemente probadas y constituyen circunstancias que les invalidan para el conocimiento y fallo de la pretensión
de condena. Los argumentos que fundan esta afirmación son los siguientes:
1) Se ha producido la quiebra de la imparcialidad subjetiva, debido a la existencia de vínculos personales o de
relación entre el Juez y las partes que intervinieron en el proceso; y también la de la imparcialidad objetiva (aquella
que se refiere a la relación del Juez con el objeto mismo del proceso), con razón de la admisión a trámite de la
querella inicial, acordada por dos de los Magistrados que después firmaron el fallo.
2) Se ha producido una serie de hechos que debieran haber llevado a estimar sus peticiones de recusación, pues los
juzgadores no ofrecían garantías suficientes para excluir cualquier duda legítima sobre la imparcialidad de su
actuación. Los Magistrados debieron abstenerse y su misma negativa es ya sintomática de la presencia de un interés
directo en conocer de los hechos. Dice que entre el Presidente del Tribunal -señor M. -, y el recurrente, se produjo una
controversia pública reveladora de enemistades e intereses relevantes que permiten dudar fundadamente de la
imparcialidad del primero. Para el demandante, el señor M. siente hacia él «un profundo desafecto, cautamente
reservado en la intimidad para no provocar su recusación por enemistad manifiesta». Tal enemistad sería
consecuencia lógica de la polémica pública mantenida entre el recurrente y la esposa del recusado acerca de la
regularidad de la anterior contratación administrativa de aquélla por la Diputación Regional que el demandante
presidía cuando se inició el proceso. También deduce su parcialidad de las manifestaciones públicas del señor M. en
contestación a la actitud y las imputaciones hechas por el recurrente sobre su esposa y sobre su supuesta ideología de
izquierdas.
3) La demanda imputa también a los Magistrados recusados la pérdida de su imparcialidad objetiva por haber
integrado la Sala que, con carácter previo al juicio, había admitido a trámite la querella formulada contra el
recurrente. Estima que éste es un acto instructorio que permite dudar de su imparcialidad para enjuiciar el fondo del
asunto.
También se cuestiona la imparcialidad personal del Magistrado señor G.-O., alegando la existencia de enemistad de
éste con sus recusantes, la cual deduce de su previa militancia y actividad política como Concejal por Santander y
Senador del Partido Socialista Obrero Español, anteriores, en cualquier caso, a su designación como Magistrado de la
Sala de lo Civil y Penal, a propuesta de la Asamblea Legislativa cántabra, previo nombramiento del Consejo General
del Poder Judicial.
b) Vulneración del art. 24.1 y 2 CE, que consagra el derecho a la tutela judicial efectiva, a un proceso con todas las
garantías sin indefensión y el derecho de defensa y a la asistencia de Letrado, en relación con el art. 6.3 c) del
Convenio Europeo de 1950 ( RCL 1999\1190 y 1572), y el art. 14.3 del Pacto Internacional de 1966 ( RCL
1977\893 y ApNDL 3630).
La lesión se habría producido al denegar la Sala tanto la suspensión de la vista oral como la concesión del plazo
solicitado para que un nuevo Letrado voluntariamente designado preparara su defensa, después de que el recurrente,
alegando diferencias de enfoque, hubiese retirado su confianza en la fase final del juicio oral (concretamente el día
anterior a la emisión de los informes orales posteriores a la práctica de la prueba), a quien hasta entonces la venía
ejerciendo.
Para el recurrente, el Tribunal de instancia y la Sentencia de casación han violado el art. 24.2 CE al impedirle contar
con un Letrado de su confianza en la recta final del proceso, sin que sea cierto que la revocación del mandato hasta
entonces conferido a su Letrado obedeciera a pretensiones dilatorias, ni debiera haber sido rechazada por el hecho de
que, por tres veces, hubiera cambiado antes de Letrado, o que el mismo recurrente, Licenciado en Derecho, estuviese
habilitado como Letrado en esta causa, y hubiese participado activamente en su propia defensa a lo largo del juicio.
Concluye el recurrente señalando que se produjo un efectivo y real menoscabo en su derecho de defensa por cuanto
no pudo defenderse en igualdad de condiciones a las demás partes intervinientes. Por todo ello, acaba suplicando que
se acojan sus pretensiones de amparo y se declare la nulidad de las resoluciones impugnadas y, asimismo, la nulidad
de todo lo actuado a partir del inicio de las sesiones del juicio oral con sustitución del Presidente y del Magistrado
recusados por otros, o, subsidiariamente, a partir del momento en que se denegó al recurrente el nombramiento de
nuevo Abogado defensor.
4. Mediante escrito presentado en el Juzgado de Guardia de Madrid el día 9 de agosto de 1995, y registrado en este
Tribunal el siguiente día 10, el recurrente formuló escrito de ampliación de la demanda de amparo, añadiendo a las
pretensiones formuladas en la demanda las siguientes:
a) Primera: Vulneración de los derechos a un proceso con todas las garantías debidas, sin indefensión y a ser
informado de la acusación, que deriva de la ausencia de legitimación activa de la parte acusadora, ya que considera
que el proceso penal contra el recurrente, por su condición de Presidente de la Diputación Regional de Cantabria, sólo
podía iniciarse a instancia del Ministerio Fiscal, o a instancia del ofendido o perjudicado, y no por medio de denuncia
de particulares o del ejercicio de la acción popular. En esta pretensión de amparo se denuncia también la indebida
acumulación de hechos atribuibles a la gestión del segundo período de gobierno del recurrente que, por no ser
conexos, no debieron enjuiciarse en el mismo proceso, ni utilizarse para agravar la pena a través de la figura del
delito continuado.
b) Segunda: Vulneración del derecho fundamental a la presunción de inocencia. Se considera que no existe prueba
alguna, ni precedente actividad probatoria mínima, de la relación de amistad con el adjudicatario de algunos de los
contratos, lo que priva de sentido a la condena por prevaricación. El mismo vicio se afirma de la manifestación,
nuclear en los hechos imputados, de haber sufrido perjuicio la Diputación Regional, así como del ánimo prevaricador
del recurrente.
c) Tercera: Vulneración del art. 14 CE, en su vertiente de igualdad en la aplicación de la ley, pues se entiende que
parte del sustrato fáctico de la Sentencia por la que ha sido condenado afecta también al resto de acusados, y pese a
ello, sólo se condena al recurrente.
5. Por providencia de fecha 23 de enero de 1996, la Sección acordó, de conformidad con lo prrevisto en el núm. 3 del
art. 50 LOTC ( RCL 1979\2383 y ApNDL 13575), conceder al demandante de amparo y al Ministerio Fiscal el plazo
común de diez días para que formulasen, con las aportaciones documentales que procedieran, las alegaciones que
estimaren pertinentes en relación con la carencia manifiesta de contenido constitucional, en relación exclusivamente
con las quejas expuestas en la demanda de amparo, al considerar que no cabía atender a las contenidas en el posterior
escrito de ampliación del recurso.
6. El trámite fue evacuado mediante sendos escritos de fechas 4 y 7 de febrero de 1996. En sus alegaciones, el
recurrente considera que los hechos que fundamentan la queja relativa al derecho a un Juez imparcial son ciertos, han
sido acreditados documentalmente, y son expresivos de una recíproca enemistad y animadversión que tiñe de
sospecha la exigible imparcialidad de los dos Magistrados recusados, por lo que, en este aspecto, la demanda no
carece de contenido y relevancia constitucional. De la misma forma, reitera que los Magistrados recusados han tenido
una relación previa con el objeto del proceso que les hace sospechosos de parcialidad al haber acordado la admisión a
trámite de la querella presentada contra el recurrente. Ratifica también su queja relativa a no haberse podido defender
eficazmente como consecuencia de la decisión de la Sala de no suspender el juicio oral pese a su expresa renuncia
al Letrado de su designación, formulada con carácter previo a la exposición de las conclusiones definitivas. Por
último, entiende que las alegaciones expresadas en el escrito ampliatorio de la demanda deben ser atendidas por
haberse efectuado en el plazo legal de veinte días, que computa desde que la Sentencia de casación le fue notificada
personalmente al señor H., propugnando así una interpretación analógica del art. 45 LOTC, en relación con lo
previsto en los arts. 211 y 212 LECrim.
El Ministerio Fiscal consideró, por contra, que sus alegaciones debían ceñirse únicamente al escrito de demanda,
poniendo de relieve que la queja que ésta expresa coincide con el contenido del voto particular emitido por uno de los
Magistrados de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. En relación con la queja relativa al derecho a un Juez
imparcial, entendió que, dada la riqueza de hechos y circunstancias concurrentes, no carecía de manera evidente de
contenido constitucional, ni tampoco la referida a la supuesta lesión del derecho de asistencia letrada, aunque admitió
que para pronunciarse sobre ambas precisaba tener acceso a todas las actuaciones, por lo que interesó la admisión a
trámite de la demanda.
7. Por providencia de 4 de marzo de 1996, la Sección decidió la admisión a trámite de la demanda de amparo, y, en
consecuencia, en aplicación del art. 51 LOTC, dirigió comunicación a la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo y a la
Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria para que remitieran certificación o fotocopia
adverada de las actuaciones y se emplazara a quienes hubieran sido parte en el procedimiento, excepto el recurrente
en amparo, a fin de que en el término de diez días pudieran comparecer en el proceso de amparo y formular las
alegaciones pertinentes.
8. Transcurrido el plazo otorgado, mediante providencia de 18 de abril de 1996, se acordó dar vista de las actuaciones
recibidas, por plazo común de veinte días, al recurrente y al Ministerio Fiscal para que, de conformidad con el art.
52.1 LOTC, y dentro de dicho término, presentaran las alegaciones pertinentes.
9. Dicho trámite fue cumplimentado por el demandante en virtud de escrito registrado en este Tribunal el día 23 de
mayo de 1996, en el que de modo sucinto, con remisión al de demanda y al anterior escrito de alegaciones, interesó el
otorgamiento del amparo pretendido.
10. Las alegaciones del Ministerio Fiscal tuvieron entrada en el Registro de este Tribunal el día 11 de junio de 1996,
previa concesión de un nuevo plazo de veinte días, que le fue otorgado a la vista del volumen de las actuaciones.
El escrito se refiere, únicamente, a las pretensiones de amparo formuladas en la demanda inicial, ya que, en su
opinión, el escrito ampliatorio registrado el 9 de agosto de 1995, se presentó fuera del plazo para recurrir en amparo,
y no puede por ello agregar nada al primitivo recurso.
En relación con la pretendida lesión del derecho a un Juez imparcial, el análisis del Fiscal parte de la jurisprudencia
del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y de este mismo Tribunal acerca de su contenido, para resaltar que es
precisa «la comprobación en el caso concreto». Distingue los aspectos subjetivo y objetivo que, según el Tribunal
Europeo, pueden apreciarse al analizar las quejas acerca de la imparcialidad de los Tribunales. En relación con la
recusación del Magistrado señor M. A. , analiza cada uno de los incidentes que -supuestamente- ponen de relieve la
enemistad, animadversión o interés directo e indirecto que se denuncia, para concluir que la polémica acerca de la
contratación administrativa de la esposa del señor M. fue entre ésta y el recurrente, sin que el Magistrado recusado
hubiera participado en la misma, salvo para expresar que por mucho que el recurrente dijera que su esposa no iba a
abstenerse de la causa, expresión esta que no indica animadversión alguna hacia el recurrente. En punto a las
declaraciones del señor M. en las que calificó las del recurrente como «vergonzosas y reveladoras de una catadura
moral no deseable para un Presidente de Comunidad Autónoma», considera el Ministerio Fiscal que no pueden ser
esgrimidas como indicativas de enemistad si se atiende a las manifestaciones del recurrente de las que eran réplica, en
las cuales se imputaba al Magistrado «un izquierdismo político que en 1936 hubiera podido ser móvil suficiente para
tirar a la gente por el faro de Cabo Mayor».
Para el Fiscal, tampoco la exteriorización pública de su ideología política interfiere en la debida imparcialidad que la
Constitución protege, ni considera probada la existencia de amistad íntima entre el señor M. y los señores R. y B.
Pone el acento el Ministerio Fiscal en la agresiva actitud e iniciativa del recurrente contra el señor M. y su esposa,
pero entiende que no existen datos objetivos que revelen que tal actitud fue recíproca.
En cuanto a la recusación del Magistrado señor G.-O. P. , se destaca que fue recusado tanto por su anterior militancia
en el Partido Socialista Obrero Español y su actividad política como concejal cuando el recurrente era Alcalde de
Santander (firmó y apoyó en 1980 una moción de censura contra el mismo), como por haber sido propuesto por la
Asamblea Legislativa de Cantabria al Consejo General del Poder Judicial para su designación como Magistrado,
designación que no habría impedido que con posterioridad haya hecho expresión pública de su ideología socialista.
Entiende el Ministerio Fiscal que la libertad ideológica ampara este tipo de manifestaciones y que, en cualquier caso,
su exteriorización es independiente de la actuación profesional como Magistrado. Más dudas se expresan en cuanto a
la intervención del Magistrado recusado, catorce años antes, en un acto de censura política a la gestión municipal del
recurrente, pues conviene con la demanda en que, por su contenido, son precedentes que no favorecen la apariencia
de imparcialidad que la Constitución garantiza. Sin embargo, apreciando el tiempo transcurrido, y el hecho de que ha
sido el recurrente y no el recusado quien ha lanzado al debate público estos hechos, el Fiscal se inclina por considerar
que no nos hallamos ante un supuesto objetivamente válido para justificar los recelos que se expresan en la demanda.
Para el Fiscal, las demás alegaciones nada añaden a la fundamentación del motivo que defiende la demanda de
amparo, ya que la designación de Ponente se amparaba en el turno correlativo establecido con anterioridad, sin que
tampoco fuese denunciado en el momento de conocer la composición de la Sala. Por último, alega que la admisión a
trámite de las querellas presentadas no es un acto de instrucción que pueda perturbar la imparcialidad objetiva del
Tribunal (STC 145/1988 [ RTC 1988\145]).
En relación con la segunda pretensión de amparo formulada en la demanda, entiende que no debe ser tampoco
estimada, pues la decisión de la Sala de no acceder a la suspensión del juicio ni conceder al recurrente nuevo plazo
para designar Letrado de su confianza que pudiese estudiar de nuevo lo actuado, fue razonable, ya que el derecho a
la asistencia letrada no puede ser interpretado de tal forma que entregue al acusado «la llave del desarrollo procesal»,
conforme a los dictados de su capricho. Las razones invocadas para cambiar de Letrado fueron tan genéricas que
carecían de consistencia, y por el momento y las circunstancias en que se formularon, inducen a pensar que no eran
sino un intento de retraso malicioso o fraude de ley. Refuerza esta idea el momento específico en que se expresó la
renuncia, un día antes del señalado para informar, así como la negativa del recurrente, expresamente habilitado para
ejercer como Letrado en esta causa, a hacerse cargo de su propia defensa pese a su previa y activa intervención en el
juicio. En conclusión, no se adujeron causas suficientes que justificaran la solicitud de renuncia
al Letrado voluntariamente designado.
Para el Ministerio Fiscal, «la decisión de la Sala, negando al acusado su pretensión de cambiar de Abogado en ese
momento procesal, no causó a aquél mayor indefensión que la buscada por él mismo, ni le privó de Letrado, no sólo
porque ya el propio interesado lo era y estaba habilitado para defenderse, sino porque su reiterada participación e
intervención durante el juicio así lo acreditaba, y, en fin, porque la no presencia del Letrado que hasta ese momento le
asistía fue directa e insistentemente motivada y buscada por el mismo acusado que quiso imponer su criterio jurídico
de defensa cuando la prueba ya se había practicado a presencia del señor R. G. y también del mismo defendido,
quien, por tanto, en la situación por él creada, se convertía así en el único que gozaba de la inmediación necesaria
para continuar el juicio». Por todo ello, estima que no se vulneró el derecho a la asistencia letrada reconocido en el
artículo 24.2 CE.
Concluye el Ministerio Fiscal en su escrito de alegaciones interesando se dicte Sentencia denegando el amparo
pretendido.
11. El 13 de junio de 1996, mediante providencia, se tuvo por personada y parte a la Procuradora doña Pilar Azorín-
Albiñana López, que, con la asistencia del Letrado don Abel de B. P., hizo tal solicitud en nombre y representación de
don Roberto B. A., concediéndole el mismo plazo de veinte días para formular alegaciones, que evacuó mediante
escrito de 11 de julio de 1996 por el que, sin alegación adicional alguna, se adhería a la demanda de amparo
presentada por el señor H. C..
12. Por providencia de 23 de septiembre de 1999, se señaló, para deliberación y votación de la presente Sentencia, el
día 27 del mismo mes y año.

II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS


1. El recurrente, que en el momento de ocurrir los hechos que dieron lugar al proceso penal en el que ha sido
condenado, era Presidente de la Diputación Regional de Cantabria, cuestiona en su demanda de amparo tanto la
Sentencia de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de dicha Comunidad Autónoma, que le
consideró autor de sendos delitos de malversación de caudales públicos y prevaricación, como la posterior Sentencia
de la Sala Segunda del Tribunal Supremo que ratificó su condena al desestimar el recurso de casación contra ella
intentado. Considera que no ha contado con la garantía de un proceso justo en el que rebatir con igualdad el
fundamento de la acusación que se formuló contra él, pues no sólo se limitaron indebidamente sus posibilidades
de defensa sino que, además, el Tribunal que enjuició su causa no era un Tribunal imparcial, dadas las circunstancias
concurrentes en dos de sus miembros.
Como anticipamos en la providencia de fecha 23 de enero de 1996 (antecedente de hecho 5 de esta resolución),
únicamente son objeto de este proceso de amparo las pretensiones formuladas en el escrito inicial de demanda que
fue presentado, en el Juzgado de Guardia de Madrid, el 3 de agosto de 1995. Las recogidas en el posterior escrito de 9
de agosto de 1995, por el que se intentaba «ampliar el recurso de amparo», no pueden ser tomadas en consideración
por ser extemporáneas. En efecto, la Sentencia de casación, con la que se agotó la vía judicial previa, fue notificada al
Procurador del recurrente el día 11 de julio de 1995, iniciándose en esa fecha el cómputo del plazo de veinte días
hábiles en el que la demanda de amparo ha de ser presentada ante este Tribunal (SSTC 159/1998 [ RTC 1998\159] y
182/1998 [ RTC 1998\182]), plazo que expiraba el mismo día 3 de agosto en que se presentó el primer escrito antes
reseñado. A dicha conclusión no obsta el hecho de que, con posterioridad a la notificación al Procurador, la
Sentencia de casación fuera comunicada personalmente al reo, como la Ley Procesal exige, pues la previa
notificación hecha a la representación procesal del demandante surte plena eficacia y determina la fecha de
inicio del cómputo del plazo para la interposición del recurso de amparo, y ello «con independencia de la
existencia o no de notificación personal al interesado y del momento en que ésta se produzca» , como ha
señalado este Tribunal, entre otros, en los AATC 160/1982 [ RTC 1982\160 AUTO], 191/1984 [ RTC 1984\191
AUTO], 550/1984 [ RTC 1984\550 AUTO], 234/1985 [ RTC 1985\234 AUTO], 782/1985 [ RTC 1985\782 AUTO],
597/1986 [ RTC 1986\597 AUTO], 1098/1987 [ RTC 1987\1098 AUTO], 194/1989 [ RTC 1989\194 AUTO] y
289/1996 [ RTC 1996\289 AUTO], y en las SSTC 147/1990 [ RTC 1990\147], 122/1992 [ RTC 1992\122], 24/1995
[ RTC 1995\24], 159/1998 y 182/1998.
2. No es ésta, sin embargo, la única precisión que ha de hacerse acerca del objeto del recurso, pues el estudio de las
alegaciones formuladas en la demanda pone de relieve la existencia de una causa de inadmisibilidad por falta de la
tempestiva invocación y agotamiento de los recursos utilizables dentro de la vía judicial [art. 44, letras a) y c) LOTC],
en relación con una de las razones que, supuestamente, provocaron la lesión del derecho del recurrente al Juez
imparcial.
Reiteradamente hemos señalado que el requisito de agotamiento de los recursos utilizables responde al carácter
subsidiario del recurso de amparo, pues la tutela general de los derechos y libertades corresponde a los
Tribunales de Justicia -art. 41.1 LOTC-, lo que hace exigible, en todo caso, que a los órganos judiciales se les
haya dado la oportunidad de reparar la lesión cometida y de restablecer en sede jurisdiccional ordinaria
el derecho constitucional vulnerado (SSTC 118/1986 [RTC 1986\118], 75/1988 [ RTC 1988\75], 155/1988 [ RTC
1988\155], o 287/1993 [ RTC 1993\287]). Por ello, no hemos considerado agotados los recursos utilizables cuando la
interposición adolece de irregularidades procesales que llevan a su inadmisión, ni tampoco cuando, una vez
interpuestos, la inactividad de la parte provoca su desestimación (AATC 114/1983 [ RTC 1983\114 AUTO], 411/1984
[ RTC 1984\411 AUTO], o 621/1984 [ RTC 1984\621 AUTO]), pues, como hemos recordado en la STC 11/1998, a
efectos del art. 44.1 a) LOTC, la frustración procesal de un recurso por causa imputable a la parte equivale a su
no utilización (en el mismo sentido, SSTC 12/1982 [ RTC 1982\12], 112/1983 [ RTC 1983\112] y 129/1992 [ RTC
1992\129], así como AATC 85/1983 [ RTC 1983\85 AUTO], y 466/1985 [ RTC 1985\466 AUTO]). Es decir, no
basta con interponer el recurso útil, sino que es exigible hacer un uso efectivo del mismo, plantearlo
correctamente en tiempo y forma, de manera que se hayan agotado las posibilidades de defensa que el
ordenamiento ofrece para que los órganos del Poder Judicial puedan poner remedio a la vulneración de los
derechos fundamentales que se dice sufrida (STC 199/1991 [ RTC 1991\199]). La recusación del Juez o
Magistrado de cuya imparcialidad se duda es, en casi todas las ocasiones, un remedio procesal útil para evitar
la lesión del derecho a un Juez imparcial, y por ello, cuando la misma es posible por conocerse la causa con
carácter previo al enjuiciamiento, es exigido plantearla para entender agotados los recursos judiciales e
invocada la supuesta lesión antes de demandar el amparo (SSTC 138/1991 [ RTC 1991\138], 238/1991 [ RTC
1991\238], 230/1992 [ RTC 1992\230], 119/1993 [ RTC 1993\119], 282/1993 [ RTC 1993\282], 384/1993 [ RTC
1993\384], 142/1997 [ RTC 1997\142] e, implícitamente, STC 205/1997 [ RTC 1997\205]).
En la demanda se cuestiona la imparcialidad del Magistrado señor G.-O. P. , alegando, entre otras razones, que
mantiene enemistad personal con el recurrente, la cual deduce de su actividad política como Concejal de Santander, y
su militancia en el Partido Socialista Obrero Español, previas a su designación por el Consejo General del Poder
Judicial como Magistrado de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, a propuesta de
la Asamblea Legislativa cántabra (art. 330.3 LOPJ).
Dichas circunstancias fueron puestas de manifiesto en el proceso judicial precedente mediante la formulación de un
incidente de recusación, pero el mismo fue inadmitido a trámite por plantearse extemporáneamente. Los órganos
judiciales no pudieron, por tanto, llegar a pronunciarse sobre el fondo de la pretensión de recusación, porque el
motivo alegado no lo fue «tan luego como se tenga conocimiento de la causa en que se funde» (art. 223.1 LOPJ), lo
que provocó un pronunciamiento procesal de inadmisión por extemporaneidad que impidió una resolución sobre el
fondo. Esta circunstancia provoca ahora que este Tribunal no pueda tampoco pronunciarse sobre esta concreta
pretensión pues, de hacerlo, no respetaría la subsidiariedad del recurso de amparo, al expresar un pronunciamiento
sobre el fondo que no ha sido precedido del correspondiente de los órganos judiciales, por causas sólo imputables al
recurrente. Por ello, nuestro examen queda reducido al resto de las pretensiones de amparo formuladas en la demanda
inicial.
3. Analizaremos en primer lugar la que denuncia la vulneración del art. 24.1 y 2 CE, en cuanto reconocen los
derechos a la tutela judicial efectiva, a un proceso con todas las garantías sin indefensión y el derecho de defensa y a
la asistencia de Letrado. Según la demanda, la lesión se habría producido como consecuencia de la decisión de la Sala
de no acceder a la petición de suspensión de la vista oral. La suspensión había sido solicitada por el recurrente,
avanzado ya el juicio oral, al revocar el mandato voluntariamente conferido a su Letrado -señor R. G.-, aduciendo
«discrepancias en el enfoque del ejercicio de la defensa» según se expresó en un escrito que tuvo su entrada en el
Tribunal el 11 de julio de 1994 (folio 4646 de las actuaciones). El recurrente justificó la petición en la necesidad de
contar con un plazo de tiempo suficiente para designar un nuevo Letrado de su confianza y ejercer así su defensa en
el juicio oral debidamente asesorado.
El examen del acta (folio 4649 y siguientes) pone de relieve que el 12 de julio de 1994, una vez practicadas las
diligencias de prueba y en trance de ratificar o modificar las conclusiones de los escritos de calificación (art. 732
LECrim), acto para cuya preparación quedó suspendida la vista durante doce días (la anterior sesión había sido el 30
de junio de 1994), la reanudación del juicio oral comenzó por la lectura de dicho escrito, presentado tres días antes en
el Juzgado de Guardia. Concedida la palabra al Letradocuestionado, señor R. G., éste manifestó que se oponía a lo
interesado por el recurrente, por entender que «tiene la responsabilidad de la defensa de su cliente, a la que no ha
renunciado, considerando que en el estado en que se encuentra el juicio, no se debe aceptar la renuncia de su cliente»,
poniéndose, en todo caso, a disposición de la Sala, a cuyo acuerdo se sometería. Seguidamente, el señor H. ratificó
verbalmente la petición formulada antes por escrito. El Ministerio Fiscal se opuso a la renuncia por entenderla
extemporánea y no fundada en causa legal alguna. Los Letrados de las acusaciones coincidieron con el Ministerio
Fiscal en su apreciación, oponiéndose a que, en cualquier caso, la aceptación de la renuncia supusiera una nueva
dilación en el proceso. Los Letrados defensores del resto de los acusados expusieron su criterio, unos a favor y otros
en contra de la petición, resaltando los primeros la importancia de la relación de confianza en la asistencia letrada, y
los segundos la necesidad de no incurrir en dilaciones indebidas. La Sala aceptó la renuncia formulada por el señor H.
«sin cuestionar las razones que la motivan», pero al mismo tiempo, acordó no acceder a la designación de
nuevo Letrado porque «el señor H. ha asumido prácticamente su defensa a lo largo de todo el desarrollo del juicio
oral, y tiene completo conocimiento de las pruebas practicadas» y «por otra parte, el nombramiento de un
nuevo Letrado supondría decretar la nulidad del juicio para que el nuevo Letrado pueda estar presente durante la
celebración del mismo».
Por estas razones, la Sala instó al recurrente a que asumiera su propia defensa e informara verbalmente en el
momento procesal oportuno (arts. 736 a 738 LECrim) «tal y como solicitó y fue autorizado por el Colegio de
Abogados», autorizándose al Letrado señor R. G. a que abandonara los estrados del Tribunal. La sesión se suspendió
a fin de que las partes que expresaron su deseo de modificar las conclusiones formuladas en sus escritos de
calificación lo formalizaran por escrito. El juicio se reanudó por la tarde, aportando el recurrente un escrito (folios
4751 a 4754 de las actuaciones) en el que formulaba protesta de nulidad de todo lo que en lo sucesivo se actuara,
ratificando su criterio de que la decisión de la Sala le impedía elegir Abogado de confianza, y no aceptando realizar
su autodefensa dado que no se le concedía nuevo plazo para estudiar detenidamente por sí, o con
otro Letrado designado, la documentación de las sesiones del juicio oral. El escrito acababa solicitando se le
concediera un plazo «no inferior al que fue concedido a las demás partes, pasado el cual, sea mediante el patrocinio
de otro Letrado, o de mi propia defensa, estaré en condiciones de ejercerla», al tiempo que contraía el compromiso
irrevocable de asumirla personalmente en el caso de que no la ejerciera otro Letrado. Tal petición tampoco fue
aceptada por la Sala, que le concedió la palabra para defender oralmente sus conclusiones, manifestando éste (acta del
juicio oral, día 13 de julio de 1994, folio 4771), que «desearía informar pero no puede hacerlo porque, aunque ha
colaborado con su anterior Letrado en su propia defensa, lo ha hecho únicamente en relación con los hechos pero no
ha intervenido desde el punto de vista del contenido jurídico; que tiene una serie de notas desordenadas por lo que no
puede asumir la defensa a la que se le obliga, ni hacer conclusiones, ni emitir el correspondiente informe oral, salvo
que se le conceda un plazo de diez días para poder preparar la intervención», petición que le fue denegada por la Sala,
ofreciéndole la posibilidad de intervenir en último lugar, al día siguiente, y recordándole que sería la cuarta vez que
cambiaba de Letrado durante la tramitación de la causa.
Sobre la cuestión planteada se han expresado en este proceso de amparo dos opiniones radicalmente opuestas. La del
recurrente, conforme a la cual la decisión de la Sala habría supuesto la vulneración de su derecho a ser asistido
por Letrado de su elección, rompiendo así el equilibrio del proceso, al imponerle una limitación indebida en el
ejercicio de su derecho de defensa, pues su renuncia no se debió a un mero capricho, sino a un real desencuentro en la
orientación jurídica de su defensa. La del Ministerio Fiscal, a cuyo tenor, la decisión de la Sala de no acceder a la
suspensión del juicio ni conceder al recurrente nuevo plazo para designar Letrado de su confianza que pudiese
estudiar lo ya actuado, fue razonable, ya que el derecho a la asistencia letrada no puede ser interpretado de tal forma
que entregue al acusado «la llave del desarrollo procesal», conforme a «los dictados de su capricho». Además, las
razones invocadas para cambiar de Letrado fueron tan genéricas que carecían de consistencia, y por el momento y las
circunstancias en que se formularon, inducen a pensar que no eran sino un intento de retraso malicioso o fraude de
ley, como lo refuerza el hecho de que el recurrente, expresamente habilitado para ejercer como Letrado en esta causa,
se negara a hacerse cargo de su propia defensa pese a su previa y activa intervención en el juicio.
La delimitación del objeto de la queja nos obliga a precisar que, más allá de las manifestaciones expuestas en la
demanda, el recurrente gozó de asistencia letrada de su elección hasta el momento en que decidió revocar el
mandato conferido al Abogado voluntariamente designado, y pudo también defenderse por sí mismo, al estar
expresamente habilitado por el Colegio de Abogados para hacerlo dada su condición de Licenciado
en Derecho , lo que excluía la obligatoriedad de la defensa técnica, exigible, conforme a la Ley Procesal, en el
proceso penal por delito en el resto de casos (STC 29/1995 [ RTC 1995\29], fundamento jurídico 4º). No hubo, por
tanto, negativa a la designación de nuevo Letrado, ni prohibición de que el recurrente ejercitara su
propia defensa técnica, sino únicamente negativa a conceder un nuevo plazo para preparar la defensa, una vez
que había contado con doce días para preparar la continuación del juicio oral .
Fue la decisión del recurrente de renunciar al Letrado previamente designado la que provocó una situación de hecho
en la que la continuación del juicio había de realizarse con su propia autodefensa, o con la de un
nuevo Letrado designado, puesto que nunca pidió contar con asistencia letrada de oficio. En esta situación de hecho,
creada por el propio recurrente bajo la alegación de una genérica «discrepancia en el enfoque del ejercicio de
la defensa», luego desmentida por su propio Letrado, nos corresponde determinar si la decisión de la Sala de no
suspender de nuevo la vista oral más allá de 24 horas, supuso una merma real y relevante de sus posibilidades
de defensa.
Sobre el derecho de asistencia letrada, y su conexión con el más genérico derecho de defensa, este Tribunal ha
reconocido su especial proyección hacia el proceso penal por delito, sin duda por la complejidad técnica de las
cuestiones jurídicas que en él se debaten y la relevancia de los bienes jurídicos que pueden verse afectados . Su
finalidad reside en la objetiva protección de los principios de igualdad de partes y de contradicción, de forma que se
eviten desequilibrios en las respectivas posiciones procesales o limitaciones del derecho de defensa que pueden
producir indefensión como resultado (SSTC 47/1987 [ RTC 1987\47], fundamento jurídico 2º, y 178/1991 [ RTC
1991\178], fundamento jurídico 3º). Recogiendo la doctrina del TEDH emanada al aplicar e interpretar el art. 6.3 c)
CEDH, hemos declarado que el derecho de defensa «garantiza tres derechos al acusado: a defenderse por sí
mismo, a defenderse mediante asistencia letrada de su elección y, en determinadas condiciones, a
recibir asistencia letrada gratuita» , sin que la opción en favor de una de esas tres posibles formas de defensa
implique la renuncia o la imposibilidad de ejercer alguna de las otras, siempre que sea necesario, para dar realidad
efectiva en cada caso a la defensa en un juicio penal (STC 37/1988 [ RTC 1988\37], fundamento jurídico 6º).
La confianza que al asistido le inspiren las condiciones profesionales y humanas de su Letrado ocupa un lugar
destacado en el ejercicio del derecho de asistencia letrada cuando se trata de la defensa de un acusado en un proceso
penal, por ello hemos reconocido que «la libre designación de éste viene integrada en el ámbito protector de éste»
(STC 196/1987 [ RTC 1987\196], fundamento jurídico 5º). Pero la necesidad de contar con la confianza del
acusado no permite a éste disponer a su antojo del desarrollo del proceso ni elegir, sin restricción alguna,
cuándo se retira o se mantiene la misma, pues hemos dicho también reiteradamente, desde la STC 47/1987, que
el ejercicio del derecho de asistencia letrada entra en ocasiones en tensión o conflicto con los intereses
protegidos por el derecho fundamental que el art. 24.2 CE reconoce en relación con el proceso sin dilaciones
indebidas . De esta forma, es posible imponer limitaciones en el ejercicio de la posibilidad de designar Letrado de
libre elección en protección de otros no produzcan una real y efectiva vulneración del derecho de asistencia letrada,
de manera que queden a salvo los intereses jurídicamente protegibles que dan vida al derecho (SSTC 11/1981 [ RTC
1981\11 ], 37/1987 [ RTC 1987\37] y 196/1987).
Desde esta perspectiva, cabe concluir que la decisión de la Sala por la que se acordó no acceder a la solicitud de
suspensión de la vista oral, no sometió el derecho de asistencia letrada a limitaciones que lo hicieran
impracticable, ni lo dificultaron más allá de lo razonable ni lo despojaron de la necesaria y efectiva protección,
pues se basó en la finalidad de proteger otro derecho fundamental (el derecho a un proceso sin dilaciones
indebidas del resto de acusados), y tuvo en cuenta no sólo que el acusado estuvo asistido jurídicamente en todo
momento hasta su voluntaria renuncia, y por tanto se hallaba en condiciones de continuar el ejercicio de
su defensa con sólo superar las desavenencias que se ofrecieron como justificación de la revocación del
mandato, sino que, además, el propio recurrente, por sus conocimientos jurídicos , su expresa habilitación legal,
su activa intervención antecedente en la vista oral y el propio criterio jurídico que le llevaba a disentir de
su Letrado, estaba en condiciones de exponer ante la Sala, mediante un informe oral, su criterio acerca de las
pretensiones de condena contra él formuladas, para cuya preparación se le había conferido un plazo previo de
doce días . Si pese a estas circunstancias, el recurrente decidió mantener la revocación del mandato a su Letrado, no
informar personalmente en la vista oral y no designar a otro Letrado que expresara en su nombre su criterio jurídico,
la supuesta limitación de sus posibilidades de defensa de la que se queja sólo a él es achacable, y no a la decisión de
la Sala, que por ser razonada y atender a finalidades legítimas, no puede ser cuestionada desde la
perspectiva constitucional que ha sido invocada.
4. Aduce también el recurrente haber sufrido la lesión del derecho a ser juzgado por un Tribunal imparcial , que
en la demanda se incluye en el contenido del derecho a un proceso con todas las garantías. La queja se apoya en las
sospechas de parcialidad que el recurrente mantiene sobre dos de los Magistrados que integraron la Sala de lo Civil y
Penal del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, competente para su enjuiciamiento en primera instancia, las
cuales, se dice, tienen su origen tanto en la actividad procesal previa desarrollada por dicho Tribunal (ambos
Magistrados integraron la Sala que admitió a trámite la denuncia y posterior querella contra el recurrente), como en
su relación con las partes, pues, según la demanda, uno de los Magistrados, concretamente el Presidente de la
Sala, señor M. A. , no sólo tenía interés directo en juzgarle, sino que mantenía una relación de enemistad con el
recurrente que le impedía juzgar con imparcialidad el fundamento de la acusación penal sometida a su
consideración , efecto este que era también fruto de su supuesta «amistad íntima» con uno de los acusadores.
La comprensión del supuesto sometido a nuestra consideración exige precisar que, según se ha recogido en el
antecedente núm. 2 -letras f), g) y h)-, las causas de recusación alegadas en su momento y desestimadas, tienen los
siguientes presupuestos fácticos:
a) El 1 de diciembre de 1990, se presentó denuncia contra el recurrente, imputándole la comisión de varios delitos,
entre ellos los de prevaricación y malversación de caudales públicos. La denuncia fue admitida a trámite por Auto de
4 de diciembre siguiente, por la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, integrada por
los Magistrados don Claudio M. A., Presidente, don Mario G.-O. P. y don César T. T., nombrándose Instructor a este
último. Pocos días después, el 20 de diciembre de 1990, los denunciantes presentaron escrito de querella contra el
recurrente, tomando como base los mismos hechos denunciados. Fue admitida a trámite el 22 de diciembre, por la
misma Sala, esta vez completada con la integración del Magistrado don Javier S. P., que sustituyó al designado
Instructor, acordándose su acumulación a las diligencias previas abiertas con la presentación de la denuncia. El 3 de
abril de 1991, mediante Auto, se amplía la querella a otros imputados, quienes habían formado parte del Consejo de
Gobierno presidido por el señor H.. En las diligencias penales se aceptó la personación, el 15 de abril de 1991, de
diversos vecinos de Burgos, y el 9 de mayo siguiente, de los representantes del partido político Izquierda Unida de
Cantabria, que actuaban en ejercicio de la acción popular. La admisión a trámite de estas nuevas querellas la llevó a
efecto la Sala, integrada por los Magistrados don Claudio M. A., Presidente, don Mario G.-O. P. y don César Tolosa
Tribiño.
b) Una vez abierto el juicio oral (el sumario se concluyó en febrero de 1992), más concretamente, en febrero de 1993,
meses antes de que éste se celebrara, el recurrente cuestionó públicamente la legalidad de la contratación
administrativa de la esposa del Presidente de la Sala que había de juzgarle, como funcionaria interina de la
Diputación Regional de Cantabria, poniendo el énfasis en que la misma era irregular y se había llevado a cabo en los
últimos momentos del gobierno de gestión del Partido Socialista Obrero Español. La réplica de la afectada fue
contestada con mayor dureza por el recurrente, al afirmar que su versión de los hechos constituía «el colmo del
cinismo» ya que entendía que la contratación era «nula de pleno Derecho». En declaraciones a la prensa, el
Presidente de la Sala, señor M. A. , declaró lo siguiente acerca de esta cuestión: «No quiero entrar en un juicio
de intenciones, pero le aseguro que no me abstendré del conocimiento de este proceso y sí me opondré a una
eventual recusación porque no concurre ninguna causa para ello, por mucho que alguien pretendiera
prepararla o ambientarla», añadiendo : «No tengo ninguna enemistad (ni amistad) con el señor H., lo que equivale
a decir que en mí no concurre la única causa que me obligaría a inhibirme del caso. Así que no me abstendré por
mucho que diga en relación a mi señora o en relación a cualquier familiar mío. Me niego a que la política en esta
región tenga que pasar por un proceso judicial; a que sea una política tan pobre que el único cauce de resolución y el
único ámbito en el que todo se ventila sea una causa judicial... Como desde luego también me niego a que este
proceso se mediatice políticamente. Por eso no pienso abstenerme. Nosotros, la Sala, no tiene ningún interés político
y por supuesto va a juzgar a unas personas desde unos parámetros jurídicos -en ningún caso políticos- y, dentro de
ellos, tanto el Presidente de la Diputación como el resto de los implicados tienen y seguirán teniendo toda clase de
garantías. A mí me merece el máximo respeto el Presidente, como me la merece en su condición de procesado».
c) El 23 de diciembre de 1993, poco más de un mes antes del día señalado para el inicio de las sesiones del juicio
oral, un diario de tirada nacional se hacía eco de las manifestaciones realizadas en rueda de prensa por el recurrente y
de la contestación del Magistrado, señor M. . Según tal información, el señor H. había puesto públicamente en duda
la independencia de los Magistrados que habrían de juzgarle por su ideología política «de izquierdas» señalando,
acerca del señor G.-O., que «... para hacer méritos y entrar en el PSOE, había tenido que "barrer" durante algún
tiempo la sede de la agrupación local de la calle de Tetuán, en Santander...», lo cual se lo había comentado
personalmente el Magistrado; «con estos antecedentes», precisó el señor H., está claro que no serviría para jurado en
Estados Unidos. Sobre el Presidente de la Sala, señaló lo siguiente: «Claudio M. siempre proclama su izquierdismo.
Yo no sé si tales convicciones políticas en 1936 -eso tendría que contestarlo él- hubieran sido móvil suficiente para
tirar a la gente por el faro del Cabo Mayor (aludiendo a presuntas atrocidades cometidas en Santander durante la
Guerra Civil). Aquí, desde luego, hubo quienes movidos por sus ideales de izquierdas arrojaron a la gente por
aquellos acantilados. Tendría que contestarlo él, pero eso, ¿qué plantea?».
Según la información, el señor M. calificó como «vergonzosas» las acusaciones del señor H., añadiendo que «revelan
una catadura moral que yo no desearía para un Presidente de una Comunidad Autónoma. Ningún derecho tiene el
señor H. a poner en duda la independencia de un Tribunal al margen de la ideología de sus componentes. Recordar
penosos episodios de la Guerra Civil, transcurridas ya tantas décadas desde su término, me parece una actitud penosa
y miserable». La información se hacía eco también de que 24 horas antes de las reseñadas declaraciones, el señor M.
había anunciado que el juicio «será un proceso penal para juzgar a unas personas acusadas de supuestos delitos, sin
que se pretenda hacer ningún tipo de valoración política sobre la gestión del señor H.».
Por estas circunstancias, el recurrente denuncia la pérdida de la denominada imparcialidad «objetiva y
subjetiva» de dos de los integrantes de la Sala que le enjuició en primera instancia (precisamente, los que
formaron la mayoría en favor de su condena). La desordenada acumulación de argumentos y citas jurisprudenciales
de este Tribunal y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que en la demanda se utilizan para justificar la queja
obliga a sintetizar nuestra doctrina al respecto, en lo que tiene relación con el supuesto debatido.
5. En los arts. 24.1 y 2 CE y 6 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las
Libertades Fundamentales (CEDH), se reconoce a todo ciudadano el derecho a que el fundamento de cualquier
acusación que en materia penal se dirija contra él, sea decidido en un plazo razonable por un Tribunal independiente e
imparcial, establecido por la ley, tras un proceso público y equitativo.
La imparcialidad del Tribunal aparece así como una exigencia básica del proceso debido -«la primera de ellas»,
según expresión de la STC 60/1995 ( RTC 1995\60), fundamento jurídico 3º-, dirigida a garantizar que la
razonabilidad de la pretensión de condena sea decidida, conforme a la ley, por un tercero ajeno a los intereses
en litigio y, por tanto, a sus titulares y a las funciones que desempeñan en el proceso . Por eso, en la STC
299/1994 ( RTC 1994\299), tuvimos oportunidad de recordar que el derecho al Juez imparcial es
«... un derecho que , como se desprende de una reiterada doctrina de este Tribunal, siguiendo la sentada en el TEDH
(Sentencias de 26 de octubre de 1984, caso De Cubber, y de 1 de octubre de 1982, caso Piersack), constituye sin
duda una fundamental garantía en la Administración de Justicia propia de un Estado de Derecho (art. 1.1 CE),
de ahí que deba considerarse inherente a los derechos fundamentales al Juez legal y a un proceso con todas las
garantías (art. 24.2 CE) (SSTC 47/1982 [ RTC 1982\47], 261/1984 [ RTC 1984\261], 44/1985 [ RTC 1985\44],
148/1987 [ RTC 1987\148], 145/1988, 106/1989 [ RTC 1989\106], 138/1991 o 282/1993, entre otras)», desde el
momento en que la nota de imparcialidad forma parte de la idea del Juez en la tradición constitucional. Ser tercero
entre partes, permanecer ajeno a los intereses en litigio y someterse exclusivamente al ordenamiento jurídico
como criterio de juicio, son notas esenciales que caracterizan la función jurisdiccional desempeñada por Jueces
y Magistrados . A protegerlas se dirigen, sin duda, las exigencias de imparcialidad. La sujeción estricta a la ley
garantiza la objetividad e imparcialidad del juicio de los Tribunales, es decir, el resultado del enjuiciamiento. Esta
obligada vinculación es especialmente exigible en el ámbito penal, como hemos declarado expresamente en las SSTC
75/1984 ( RTC 1984\75), 133/1987 ( RTC 1987\133), 150/1989 ( RTC 1989\150), 111/1993 ( RTC 1993\111), y, más
recientemente en las SSTC 137/1997 ( RTC 1997\137) y 237/1997 ( RTC 1997\237), al señalar que «el principio de
legalidad penal... se vincula ante todo con el imperio de la ley como presupuesto de la actuación del Estado sobre
bienes jurídicos de los ciudadanos, pero también con el derecho de los ciudadanos a la seguridad (STC 62/1982
[ RTC 1982\62], fundamento jurídico 7º), previsto en la Constitución como derecho fundamental de mayor alcance,
así como la prohibición de la arbitrariedad y el derecho a la objetividad e imparcialidad del juicio de los Tribunales,
que garantizan el art. 24.2 y el art. 117.1 CE, especialmente cuando éste declara que los Jueces y Magistrados están
"sometidos únicamente al imperio de la ley". Todo ello supone, en palabras de la STC 142/1997 (fundamento jurídico
2º), «que esa su libertad de criterio en que estriba la independencia (no) sea orientada a priori por simpatías o
antipatías personales o ideológicas, por convicciones e incluso por prejuicios, es decir, por motivos ajenos a la
aplicación del Derecho». Dicho de otra forma, lo que reclama el principio de legalidad en el ámbito sancionador
es la aplicación rigurosa de la Ley Penal, por ello la Constitución lo enuncia en su Título Preliminar (art.
9.3), lo configura como contenido de un derecho fundamental de las personas (art. 25.1)y lo recuerda como
límite en la definición del estatuto y de la competencia esenciales de los Jueces y Magistrados integrantes del
Poder Judicial (art. 117.1) -SSTC 137/1997 y 151/1997 ( RTC 1997\151)-.
La separación y alejamiento de las partes en litigio y sus intereses permite al Juez «situarse por encima de las
partes acusadoras e imputadas, para decidir justamente la controversia determinada por sus pretensiones en
relación con la culpabilidad o inocencia» (SSTC 54/1985 [ RTC 1985\54], fundamento jurídico 6º, y 225/1988
[ RTC 1988\225], fundamento jurídico 1º). Esta obligación de ser ajeno al litigio, de no jugarse nada en él, de no
ser «Juez y parte» ni «Juez de la propia causa», puede resumirse en dos reglas: según la primera, el Juez no
puede asumir procesalmente funciones de parte ; por la segunda, el Juez no puede realizar actos ni mantener
con las partes relaciones jurídicas o conexiones de hecho que puedan poner de manifiesto o exteriorizar una
previa toma de posición anímica a favor o en su contra (Sentencias del TEDH de 22 de junio de 1989, caso
Langborger, de 25 de noviembre de 1993, caso Holm, y de 20 de mayo de 1998, caso Gautrin y otros).
El método de apreciación de estas exigencias empleado por el TEDH, cuya jurisprudencia constituye un obligado y
valioso medio hermenéutico para configurar el contenido y alcance de los derechos fundamentales (art. 10.2 CE), se
caracteriza por distinguir dos perspectivas -subjetiva y objetiva-, desde las que valorar si el Juez de un caso concreto
puede ser considerado imparcial [Sentencias del TEDH dictadas en los casos Piersack (ap. 30) y De Cubber (ap. 24),
antes citados, a cuya doctrina se remiten las posteriores]. La perspectiva subjetiva trata de apreciar la convicción
personal del Juez, lo que pensaba en su fuero interno en tal ocasión, a fin de excluir a aquel que internamente
haya tomado partido previamente, o vaya a basar su decisión en prejuicios indebidamente adquiridos . Desde
esta perspectiva, la imparcialidad del Juez ha de presumirse, y las sospechas sobre su idoneidad han de ser
probadas. La perspectiva objetiva, sin embargo, se dirige a determinar si, pese a no haber exteriorizado
convicción personal alguna ni toma de partido previa, el Juez ofrece garantías suficientes para excluir toda
duda legítima al respecto (caso Hauschildt, ap. 48); por ello, desde este punto de vista, son muy importantes las
consideraciones de carácter funcional y orgánico , pues determinan si, por las funciones que se le asignan en el
proceso, el Juez puede ser visto como un tercero en el litigio, ajeno a los intereses que en él se ventilan.
Por tanto, para que, en garantía de la imparcialidad, un Juez pueda ser apartado del conocimiento de un
concreto asunto es siempre preciso que existan sospechas objetivamente justificadas, es decir, exteriorizadas y
apoyadas en datos objetivos que permitan afirmar fundadamente que el Juez no es ajeno a la causa (porque
está o ha estado en posición de parte realizando las funciones que a éstas corresponden, o porque ha exteriorizado
anticipadamente una toma de partido a favor o en contra del acusado), o que permitan temer que, por cualquier
relación con el caso concreto, no utilizará como criterio de juicio el previsto por la ley, sino otras
consideraciones ajenas al ordenamiento jurídico (por ejemplo, las previas ideas racistas, Sentencias del TEDH, 23
de abril de 1996, caso Remli, y de 25 de febrero de 1997, caso Gregory).
Es preciso recordar que, por más que hemos reconocido que en este ámbito las apariencias son muy importantes
porque lo que está en juego es la confianza que, en una sociedad democrática, los Tribunales deben inspirar al
acusado y al resto de los ciudadanos, no basta para apartar a un determinado Juez del conocimiento de un
concreto asunto con que las sospechas o dudas sobre su imparcialidad surjan en la mente de quien recusa, sino
que es preciso determinar , caso a caso, más allá de la simple opinión del acusado, conforme a los criterios antes
expuestos, si las mismas alcanzan una consistencia tal que permita afirmar que se hallan objetiva y
legítimamente justificadas (SSTC 145/1988, 11/1989 [ RTC 1989\11], 151/1991 [ RTC 1991\151], 113/1992 [ RTC
1992\113], 119/1993, 299/1994, 60/1995 y 142/1997 y Sentencias del TEDH de 17 de enero de 1970, caso Delcourt;
de 1 de octubre de 1982, caso Piersack, ap. 30; de 26 de octubre de 1984, caso De Cubber, ap. 26; de 24 de mayo de
1989 [ TEDH 1989\1], caso Hauschildt, ap. 47; o en las más recientes, de 29 de agosto de 1997, caso Worm, ap. 40; y
de 28 de octubre de 1998 [ TEDH 1998\51], caso Castillo Algar, ap. 45).
Las sospechas pueden surgir de cualquier tipo de relaciones jurídicas o de hecho en que el Juez se vea o haya visto
envuelto (SSTC 137/1994 [ RTC 1994\137], fundamento jurídico 2º; 60/1995, fundamento jurídico 3º; 7/1997 [ RTC
1997\7], fundamento jurídico 3º; y 64/1997 [ RTC 1997\64], fundamento jurídico 3º). Nuestra jurisprudencia,
siguiendo un criterio de clasificación diverso del utilizado por el TEDH, ha agrupado bajo el común
denominador de afectar a la «imparcialidad subjetiva» a aquellas sospechas que expresan indebidas relaciones
del Juez con las partes, mientras las que evidencian la relación del Juez con el objeto del proceso, hemos dicho,
afectan a la «imparcialidad objetiva» (SSTC 145/1988, 11/1989, 136/1992 [ RTC 1992\136], 372/1993 [ RTC
1993\372], y 32/1994 [ RTC 1994\32]).
Las exigencias de imparcialidad se proyectan sobre la actividad procesal y extraprocesal del Juez del caso, definiendo
reglas y exclusiones que tratan de disipar cualquier duda legítima que pueda existir sobre la idoneidad del Juez. Por lo
que se refiere a la actividad procesal, y más concretamente, a la desarrollada en el proceso penal, este Tribunal ha
establecido ya como reglas constitucionalmente exigidas las que afirman la incompatibilidad entre las funciones de
fallo y las de previa acusación o de auxilio a la acusación (SSTC 54/1985, 225/1988, 180/1991 [ RTC 1991\180] y
56/1994 [ RTC 1994\56]), o entre las facultades de instrucción y las de enjuiciamiento (SSTC 113/1987 [RTC
1987\113], 145/1988, 164/1988 [ RTC 1988\164], 11/1989 [ RTC 1989\11], 106/1989, 98/1990 [ RTC 1990\98],
186/1990 [ RTC 1990\186], 138/1991, 151/1991, 238/1991, 113/1992, 170/1993 [ RTC 1993\170 ], 320/1993 [ RTC
1993\320], 372/1993, 384/1993 y 132/1997 [ RTC 1997\132]). Además de las anteriores, el TEDH ha
individualizado otra actividad procesal que quiebra la imparcialidad al excluir del proceso debido aquellos
supuestos en que la actividad jurisdiccional previa ha supuesto la exteriorización anticipada del juicio de
culpabilidad (caso Hauschildt, ap. 52: medida cautelar acordada en fase previa al juicio oral cuyo fundamento es
prácticamente idéntico al juicio de culpabilidad, y caso Castillo Algar, ap. 48: enjuiciamiento por una Sala integrada
por dos Magistrados que, previamente, habían confirmado el procesamiento del acusado apreciando «indicios
suficientes para considerar que pudiera existir un delito militar...»). En el mismo sentido, aunque la duda de
inconstitucionalidad se rechazó, nos pronunciamos en la STC 60/1995 -Juez de menores que, en fase de
investigación, dispone medidas limitativas de derechos fundamentales, y luego enjuicia al sometido a investigación-,
y a sensu contrario , en la STC 14/1999 ( RTC 1994\14), fundamentos jurídicos 4º y 8º. Por las mismas razones,
carece de la debida imparcialidad para revisar el fallo en segunda instancia el Juez que lo ha dictado en la primera; así
lo ha declarado ya este Tribunal en el ámbito penal -STC 238/1991-, y en el social -SSTC 137/1994 y 299/1994- (y el
TEDH, en su Sentencia de 23 de mayo de 1991, caso Oberschlick, aps. 48 a 52). Finalmente, pueden también surgir
dudas sobre la imparcialidad del Tribunal cuando, en un pleito anterior, se ha pronunciado sobre los hechos
debatidos (SSTC 138/1994 [ RTC 1994\138], 206/1994 [ RTC 1994\206], y 47/1998 [ RTC 1998\47], y Sentencias
del TEDH, de 7 de agosto de 1996, caso Ferrantelli y Santangelo, y de 26 de agosto de 1997, caso De Haan), aunque
la razonabilidad de las mismas exija el examen concreto de los pronunciamientos previos emitidos.
De otra parte, cabe entender que las referencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos a la «perspectiva
subjetiva» desde la que cabe apreciar la imparcialidad judicial, que llevan a indagar «la convicción personal del
Juez», tanto para descartar la presencia de prejuicios o tomas de partido previas como para excluir aquellos supuestos
en que sea legítimo temer que el criterio de juicio no va a ser la aplicación del ordenamiento jurídico, sino otro,
derivado de cualquier tipo de relación jurídica o de hecho, que el Juez mantenga o haya mantenido en relación con la
pretensión de condena que ha de decidir, tienen más que ver con la actividad extraprocesal del Juez, aquella que, por
razones personales, le haga aparecer vinculado a las partes, a sus intereses o al mismo objeto de enjuiciamiento.
6. La aplicación de la anterior doctrina a la primera de las causas en las que se funda la queja de parcialidad
expresada en la demanda (haber participado dos de los Magistrados de la Sala de enjuiciamiento en la decisión de
admisión a trámite de la denuncia y posterior querella que dio inicio a la investigación) nos lleva a descartar su
relevancia constitucional .
En efecto, es cierto que, como hemos declarado reiteradamente, en el ámbito del proceso penal, la previa realización
de funciones de investigación o de supervisión o fiscalización de la investigación puede ser causa que justifique un
temor fundado acerca de la imparcialidad de quien está llamado a resolver sobre el asunto investigado. Ahora
bien, dicha parcialidad sólo podría ser apreciada, conforme a la doctrina antes expuesta, cuando la actividad
cuestionada supusiera asumir posiciones de parte o auxiliar a las partes en el ejercicio de sus funciones .
La admisión a trámite de una denuncia o querella no es un acto de parte sino un acto jurisdiccional que, aun
respondiendo a una iniciativa de parte, no expresa ni exterioriza toma de posición anímica hacia ninguna de
ellas, ni supone auxiliar o sustituir a éstas en el ejercicio de sus funciones . Es un acto sometido a previsión legal,
por más que ésta exprese únicamente los casos en que no procede la admisión a trámite. Como dijimos en la STC
41/1998 [ RTC 1998\41], fundamento jurídico 16º, en esta fase del procedimiento, el órgano judicial competente para
recibir la denuncia (o querella) «tiene... muy escaso margen de decisión: está obligado por la ley a incoar
procedimiento cuando recibe una denuncia, salvo excepciones. Estas las cifra la ley en que el hecho denunciado no
revistiere carácter de delito, o que la denuncia fuere manifiestamente falsa (art. 269 LECrim). Sólo después,
conforme avanza la instrucción, se amplían las facultades judiciales: cuando se ha iniciado la comprobación
del hecho denunciado , practicándose las diligencias iniciales, puede el Juzgado acordar el sobreseimiento de la
causa por los motivos previstos por los arts. 637 y 641 de la Ley (SSTC 34/1983 [ RTC 1983\34], fundamentos
jurídicos 1º y 2º, y 40/1988 [ RTC 1988\40], fundamento jurídico 3º)».
En relación con la querella, las posibilidades legales de rechazo están expresadas, aun, de forma más escueta -art. 313
de la LECrim-, al preverse la desestimación, únicamente, «cuando los hechos en que se funde no constituyan delito».
Obsérvese que la ley sólo permite al Juez hacer un juicio acerca de la calificación jurídica que el querellante da a los
hechos, pero no, inicialmente, sobre su propia existencia, y mucho menos, sobre su atribuibilidad a quien en la misma
aparezca como querellado. El juicio que se expresa en la resolución por la que se admite a trámite una querella es
claramente distinto del razonamiento fáctico y jurídico que permite afirmar, más allá de toda duda razonable, que
unos hechos previstos en la ley como delito, han sido cometidos por un acusado.
La disimilitud de juicios y el carácter estrictamente jurisdiccional de la actividad procesal realizada impiden
considerar fundada cualquier duda que pueda expresarse sobre los Magistrados encargados del enjuiciamiento
si deriva del hecho de haber admitido a trámite previamente la denuncia o querella que inició la fase preliminar del
proceso penal.
7. La misma suerte ha de correr la alegada lesión del derecho al Juez imparcial que en la demanda se anuda a la
relación de «amistad íntima» que, según se alegaba, existía entre el Presidente de la Sala enjuiciadora y uno de los
acusadores, el señor R R.
Los órganos judiciales rechazaron la recusación señalando que, aun en el supuesto de que se diesen por acreditados
los hechos alegados sobre los que se fundaba la queja (haber comido en tres ocasiones el señor M. con uno de los
acusadores) tal relación social no es expresiva de la amistad íntima que justificaría el apartamiento del Juez .
Tal apreciación es razonable pues, como dijimos en el ATC 226/1988 ( RTC 1988\226 AUTO), fundamento jurídico
3º, la relación de amistad con las partes que puede invalidar a un Juez desde la perspectiva de la debida
imparcialidad «no es cualquier relación de amistad, sino aquella que aparezca connotada por la característica de la
intimidad entre dos personas, concepto que ciertamente puede considerarse en sentido técnico como indeterminado,
pero que en ningún caso permite que se le califique como vago o subjetivo. De la amistad dice el Diccionario de la
Lengua, en la primera de sus acepciones que es afecto personal, puro y desinteresado , ordinariamente recíproco,
que nace y se fortalece con el trato, y aparece caracterizado por la nota de la intimidad cuando penetra y se sitúa en la
zona espiritual y reservada de la persona». Y, desde luego, no reúne tales características aquella que puede deducirse
de los ocasionales encuentros que se alegan en la demanda .
8. Fue desestimada también la recusación del Presidente de la Sala, señor M. A. , la cual se había fundado en las
circunstancias sintetizadas en los apartados b) y c) del anterior fundamento jurídico 3º. Las decisiones judiciales,
tanto la inicial desestimatoria como la Sentencia de casación, consideraron que de la controversia pública mantenida
por el recurrente y la esposa del Magistrado, acerca de la regularidad de la contratación administrativa de aquélla, no
cabía deducir que existiera pleito pendiente entre el acusado y el Magistrado, ni un interés directo o indirecto de este
último en la causa, pues la acción penal seguía un curso no interferente con la cuestión administrativa planteada.
Asimismo entendieron que las manifestaciones del señor M. acerca de esta polémica no eran la expresión de un
sentimiento de enemistad o desafecto, sino la exteriorización del propósito de no abstenerse del conocimiento de la
causa salvo en los supuestos previstos en la ley, entre los cuales no se encontraban las opiniones que tuviera el
acusado sobre la regularidad del contrato administrativo de su esposa, o sobre su conducta. Argumentos todos ellos
que, por su razonabilidad, no pueden sino ser acogidos y reiterados para desestimar esta concreta pretensión de
amparo.
Coincidieron también los órganos judiciales en entender que el resto de manifestaciones públicas del señor M. , en las
que desaprobaba los argumentos utilizados por el recurrente en una rueda de prensa para cuestionar la imparcialidad
de la Sala en razón de la ideología política de dos de los Magistrados que la integraban, no eran sino la proporcionada
réplica a una grave imputación del recurrente, cuyo contenido ponía únicamente de manifiesto que era éste quien
profesaba enemistad hacia quienes habían de enjuiciarle, o motivo de recusación que le permitiera apartar a los
Jueces legalmente predeterminados. En definitiva, los órganos judiciales, atendiendo exclusivamente a la finalidad de
réplica, entendieron que tampoco por estas circunstancias existían razones fundadas para dudar de la imparcialidad
del Magistrado recusado, al no concurrir las causas de recusación alegadas (art. 219, núms. 8 y 9, LOPJ). Esta misma
es la opinión que mantiene el Ministerio Fiscal en su escrito de alegaciones.
A este Tribunal, al que no compete determinar en cada caso si concurren o no las causas de recusación
alegadas en la vía judicial (SSTC 234/1994 [ RTC 1994\234], y 205/1998 [ RTC 1998\205]), corresponde
únicamente analizar si, a la vista de las circunstancias concurrentes, ha sido respetado el contenido
del derecho fundamental a ser juzgado por un Tribunal imparcial .
Para hacerlo, es preciso realizar algunas consideraciones previas sobre el supuesto de hecho analizado:
a) Como en todas las ocasiones en que se alegan sospechas de parcialidad apoyadas en circunstancias posteriores en
el tiempo a la concreción de la abstracta predeterminación legal del Juez, el canon de enjuiciamiento de las dudas
alegadas ha de ser especialmente riguroso, pues si la predeterminación legal abstracta del Juez del caso, además de
constituir un derecho fundamental autónomo, es, como dijimos antes, una garantía de su actuación independiente y,
por ende, imparcial, apartar a un Juez ya determinado por circunstancias sobrevenidas a la asignación del caso,
quebrando así la previsión legal inicial, exige fundadas razones que eliminen cualquier posibilidad de utilizar
interesadamente este mecanismo de garantía para seleccionar o separar al Juez tomando como base la preferencia o
rechazo del justiciable hacia sus cualidades personales.
b) Las manifestaciones públicas del Presidente de la Sala que se alegan para justificar las sospechas de parcialidad,
tienen su origen en la propia conducta del recurrente, de cuyas previas manifestaciones son réplica. El análisis global
de las circunstancias acaecidas en el proceso judicial previo, no puede pasar por alto que el recurrente, orillando los
cauces procesales legalmente habilitados al efecto, cuestionó públicamente la imparcialidad de los Magistrados que
habrían de juzgarle a través de manifestaciones realizadas ante los medios de comunicación, a los que, por su
responsabilidad política, tenía fácil acceso. Y lo hizo aludiendo a la ideología política de ambos, dando por sentado
que, por ser diversa a la suya, prevalecería en el ánimo de los Magistrados su intención de inhabilitarle políticamente
a través de su condena.
El procedimiento utilizado para expresar tal sospecha es ilegítimo, pues, al hacerlo al margen del cauce
procesal y sus reglas, se obvió el debate reglado y la debida contradicción a sus argumentos, poniendo así en
peligro la confianza de los ciudadanos hacia sus Tribunales . Pero aún más ilegítimo fue el contenido de las
sospechas que se expresaron. Aun para salvaguardar la imparcialidad de los Tribunales, el ordenamiento jurídico no
puede, sin violar la Constitución, acoger como válidas todas las razones para sospechar de aquélla. Y su aceptación
no depende sólo de su verdad o falsedad, o de su suficiencia. Hay razones de sospecha, como las expresadas
públicamente por el señor H. en sus ruedas de prensa que, por su naturaleza, son ilegítimas. Tuvimos ocasión de
decirlo hace ya más de quince años en los AATC 195/1983 ( RTC 1983\195 AUTO), y 358/1983 ( RTC 1983\358
AUTO): «En el sistema de valores instaurado por la Constitución de 1978, la ideología es un problema privado,
un problema íntimo, respecto al que se reconoce la más amplia libertad, como se desprende de los núms. 1 y 2
del art. 16 de la propia CE. Las ideas que se profesen, cualesquiera que sean, no pueden someterse a enjuiciamiento,
y nadie, como preceptúa el art. 14 CE, puede ser discriminado en razón de sus opiniones». Por ello, continuábamos,
«Hallándose pues sustraída la ideología al control de los poderes públicos y prohibida toda discriminación en base a
la misma, es claro que las opiniones políticas no pueden fundar la apreciación, por parte de un Tribunal, del
interés directo o indirecto que el art. 54.9 LECrim conceptúa como causa de recusación» .
c) La comprensión global del incidente que analizamos exige destacar que junto a las concretas manifestaciones del
Magistrado recusado que el recurrente individualiza como expresivas de enemistad, existen otras en las que el
Magistrado señor M. rechaza expresamente la polémica directa con el señor H. acerca del tema de la contratación de
su esposa, excluye, en ese caso, efectuar cualquier juicio de intenciones acerca de la conducta del acusado, y reafirma
su deseo de que el proceso penal iniciado no fuera mediatizado políticamente, garantizando que sólo se utilizarían
parámetros jurídicos, y no políticos, para pronunciarse sobre la pretensión de condena, en aquellos momentos ya
formulada, a la vez que mostraba públicamente su respeto por el recurrente y el resto de los acusados [antecedente 2,
letra f)].
d) Por último, la contestación pública a las manifestaciones del señor H., recogida el 23 de diciembre de 1993 en un
diario nacional [antecedente 2, letra g)], no se refiere a los hechos enjuiciados ni a las pretensiones de condena, no
prejuzga ni anticipa el sentido del fallo, ni se refiere a la verosimilitud de la acusación. Expresa, sin embargo, en
términos morales, la reprobación del recurrente por la utilización de la memoria histórica de la Guerra Civil española,
para descalificar ante la opinión pública al más alto organismo judicial de la Comunidad Autónoma, el Tribunal
Superior de Justicia (art. 70 LOPJ), y a su Presidente, a quien corresponde la representación del Poder Judicial en
dicho ámbito territorial, ex art. 161 LOPJ.
9. Hechas estas precisiones, resulta patente que las manifestaciones del señor M. ahora analizadas no le
alinearon con ninguna de las partes, ni sirvieron de auxilio a las pretensiones de la acusación . Por tanto, la
respuesta a la queja planteada acerca de la imparcialidad del Tribunal exige determinar si la expresión de tan airado
juicio de valor sobre el recurrente exteriorizó o no una toma de posición anímica en favor de la culpabilidad del
acusado o convirtió en fundado el temor de que dicho Magistrado no utilizara como criterio de juicio el previsto por
la ley, sino que podría sustituirlo por sus propias pasiones y desafectos, expresados en dichas declaraciones.
Desde luego, de las manifestaciones públicas del señor M. no cabe deducir una toma de posición anímica en favor o
en contra de la culpabilidad del entonces acusado, señor H., pues nunca se refirieron a su supuesta participación en
los hechos ni a su eventual disposición a cometerlos, ni se anticipó juicio alguno de culpabilidad o de probabilidad de
culpabilidad. Desde esta primera perspectiva, la queja carece de fundamento.
Por el contrario, desde la segunda de las perspectivas mencionadas nuestro análisis nos ha de llevar a una
conclusión diferente. Pese a que, por el contenido y momento en que se expresaron, cabe deducir que las
manifestaciones controvertidas tenían como propósito básico defender el prestigio del Tribunal llamado a
juzgar al recurrente, el mismo medio en que se expresaron las sospechas, el tenor, contundencia y radicalidad
de la descalificación del recurrente que contenían permite fundar una sospecha legítima de parcialidad. Dicho
de otro modo, el señor M. exteriorizó una convicción personal que le hizo aparecer como inidóneo para juzgar
el caso .
En efecto: la actitud del señor H. fue calificada de «penosa y miserable», sus acusaciones, se dijo, eran «vergonzosas»
y reveladoras de «una catadura moral» no deseable para un Presidente de Comunidad Autónoma. La carga emocional
y el significado de las palabras son suficientemente expresivos, mas su sentido descalificador queda aún reforzado si
atendemos a que la pretensión de condena (formulada por supuestos delitos de prevaricación y malversación de
caudales públicos) imputaba al recurrente, precisamente, una conducta consistente en faltar a las obligaciones de su
cargo representativo aprovechando, en beneficio propio, su autoridad pública.
Dijimos en la reciente STC 46/1998 ( RTC 1998\46) (fundamento jurídico 5º), y ahora hemos de repetirlo, que «la
acción de los Tribunales, que son garantes de la justicia y cuya misión es fundamental en un Estado de Derecho, tiene
necesidad de la confianza del público y también conviene protegerla contra los ataques carentes de fundamento». Por
eso, hemos declarado conforme a la Constitución ciertos límites, incluso penales, dirigidos a salvaguardar la
autoridad e imparcialidad de los Tribunales (SSTC 107/1988 [ RTC 1988\107], y 143/1991 [ RTC 1991\143]).
Mas la protección pública de la acción de los Tribunales y de su autoridad no es una misión para la que los Jueces y
Magistrados que los integran sean los más idóneos, pues el contenido del derecho a la presunción de inocencia y la
salvaguarda de su propia imparcialidad les impone un específico deber de reserva que tanto les impide utilizar como
argumento el propio objeto del enjuiciamiento para reaccionar frente a los ataques verbales, como anticipar cualquier
veredicto sobre la culpabilidad del acusado o sobrepasar el límite que les haga aparecer, a los ojos del acusado o de
los ciudadanos en general, incursos en un enfrentamiento personal con aquél, distinto y superior al que
estructuralmente se establece entre quienes han de decidir sobre el fundamento de una acusación penal, y quien es
objeto de la misma. Por tanto, la constatación de que las manifestaciones que sirven de fundamento a la queja no eran
sino réplica de otras precedentes del acusado no es justificación suficiente de su contenido desde la perspectiva de la
debida imparcialidad.
Este Tribunal es consciente de que el origen de la polémica y la iniciativa constante de la controversia la tuvo siempre
el recurrente. Es cierto, lo hemos dicho antes, que el rechazo público de dos de los Jueces del caso -señores M. y G.-
O.-, apoyado en sus ideas políticas, es objetivamente ofensivo y puede ser considerado expresión de una concepción
nada respetuosa con la libertad ideológica, pero tales circunstancias no justifican la reacción del Juez recusado.
La global descalificación del acusado, expresada pocos días antes de su enjuiciamiento, no situó al Tribunal en
las mejores condiciones para garantizar que su veredicto final gozara de la confianza del público y, mucho
menos, de la del acusado. La queja del recurrente se funda en una sospecha objetivamente justificada. Por ello, en
protección de tal confianza y del derecho del acusado a gozar de un juicio justo, ha de ser anulada la condena
dictada a fin de que un Tribunal imparcial se pronuncie sobre el fundamento de la pretensión de condena que
motivó originariamente el proceso contra el recurrente .
La estimación de la demanda por este motivo tiene como efecto la retroacción de las actuaciones judiciales que
originaron la condena al momento procesal de convocatoria del juicio oral (SSTC 44/1985, 11/1989, 106/1989,
151/1991, 113/1992, 230/1992, 282/1993, 320/1993, 137/1994, 299/1994 y 142/1997), para su conocimiento y fallo
por el Tribunal a quien hoy éste corresponda, integrado por Magistrados cuya imparcialidad no se vea comprometida
en esta causa.
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE LA
CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,
Ha decidido
Estimar en parte el recurso de amparo presentado y, en su virtud:
1º Declarar que ha sido vulnerado el derecho del recurrente a ser juzgado por un Tribunal imparcial.
2º Restablecerle en su derecho y, a tal fin, anular la Sentencia dictada por la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal
Superior de Justicia de Cantabria, de 24 de octubre de 1994, y la Sentencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo,
de 10 de julio de 1995, desestimatoria del recurso de casación núm. 3546/1994, dictadas ambas en el sumario
ordinario 1/1991.
3º Retrotraer las actuaciones judiciales al momento inmediatamente anterior a la convocatoria del juicio oral, a fin de
que su enjuiciamiento se lleve a cabo por el Tribunal que sea competente, integrado por Magistrados cuya
imparcialidad no se encuentre comprometida en tal proceso penal.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a veintisiete de septiembre de mil novecientos noventa y nueve.-Carles Viver Pi-Sunyer.-Rafael de
Mendizábal Allende.-Julio Diego González Campos.-Tomás S. Vives Antón.-Vicente Conde Martín de Hijas.
Guillermo Jiménez Sánchez.-Firmado y rubricado.
ANEXO
Auto 232/1999, de 11 octubre (Sala Segunda). Recursos de aclaración formulados por el Ministerio Fiscal y el
demandante respecto de la Sentencia 162/1999, de 27 septiembre, dictada en el recurso de amparo núm. 3031/1995.
Estimación parcial.
I. ANTECEDENTES
1. En el recurso de amparo núm. 3031/1995, interpuesto por don Juan H. C., contra la Sentencia de la Sala Segunda
del Tribunal Supremo, de 10 de julio de 1995 ( RJ 1995\5400), desestimatoria del recurso de casación núm.
3546/1994, deducido frente a la Sentencia de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de
Cantabria, de 24 de octubre de 1994, dictada en el Sumario ordinario 1/1991, en el que han intervenido además el
Ministerio Fiscal y don Roberto B. A., se dictó Sentencia por esta Sala Segunda, con fecha 27 de septiembre de 1999
( RTC 1999\162), en cuyo fallo se acuerda lo siguiente:
«Estimar en parte el recurso de amparo presentado y, en su virtud:
1º Declarar que ha sido vulnerado el derecho del recurrente a ser juzgado por un Tribunal imparcial.
2º Restablecerle en su derecho y, a tal fin, anular la Sentencia dictada por la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal
Superior de Justicia de Cantabria, de 24 de octubre de 1994, y la Sentencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo,
de 10 de julio de 1995, desestimatoria del recurso de casación núm. 3546/1994, dictadas ambas en el Sumario
ordinario 1/1991.
3º Retrotraer las actuaciones judiciales al momento inmediatamente anterior a la convocatoria del juicio oral, a fin de
que su enjuiciamiento se lleve a cabo por el Tribunal que sea competente, integrado por Magistrados cuya
imparcialidad no se encuentre comprometida en tal proceso penal.»
La Sentencia fue notificada a todas las partes el pasado día 1 de octubre de 1999.
2. Mediante escrito registrado en este Tribunal el día 4 de octubre de 1999, el Ministerio Fiscal, al amparo de lo
previsto en los arts. 267.4 LOPJ ( RCL 1985\1578, 2635 y ApNDL 8375 y 363 LECiv, interesa la aclaración de dicha
Sentencia, en el sentido de que el fallo dictado se refiere exclusivamente al recurrente señor H., apoyando su petición
en los arts. 54 y 55 LOTC ( RCL 1979\2383 y ApNDL 13575).
3. Mediante escrito presentado en el Juzgado de Guardia de Madrid en la misma fecha, la representación procesal del
demandante de amparo ha solicitado también la aclaración de la parte dispositiva de la citada Sentencia en el mismo
sentido que el Ministerio Fiscal, pidiendo que se concrete si la misma afecta exclusivamente al señor H., o si bien
extenderse, además, al resto de condenados en el proceso penal previo. El recurrente, en su escrito, descarta esta
última posibilidad, alegando que ni los citados condenados se adhirieron al recurso de amparo, ni se encontraban
legitimados para recurrir, por cuanto la razón del amparo otorgado se refiere a una cuestión que únicamente le
afectaba a él.
En el mismo escrito extiende su solicitud de aclaración a que concrete este Tribunal cómo afecta la Sentencia dictada
al indulto parcial de la condena concedido por el Consejo de Ministros y al ya realizado pago de las costas del
procedimiento.

II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS


1. El art. 93.1 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional establece que en el plazo de dos días, a contar desde la
notificación, las partes podrán solicitar la aclaración de la Sentencia. Aclaración que según determina el art. 363 de la
Ley de Enjuiciamiento Civil, no podrá tener otro alcance que el de «aclarar algún concepto oscuro, o suplir cualquier
omisión» sobre puntos discutidos en el litigio, que no suponga, sin embargo, variación o modificación de la sentencia,
y que, de acuerdo con el art. 267 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, permite también rectificar los «errores
materiales manifiestos y los aritméticos» contenidos en la Sentencia (AATC 357/1984 [ RTC 1984\357 AUTO],
668/1985 [ RTC 1985\668 AUTO], 25/1990 [ RTC 1990\25 AUTO] y 101/1998).
2. Es común a las dos solicitudes de aclaración presentadas la pretensión de que quede concretado, por esta vía, el
alcance subjetivo de la sentencia en relación con quienes fueron acusados en el proceso penal previo, propugnando
tanto el Ministerio Fiscal como el recurrente que quede limitado a este último, el señor H. C.
Pese a que lo que se pide es que se haga aun más explícito un pronunciamiento que ya consta en la parte dispositiva
de la sentencia atendido su tenor literal, ningún inconveniente hay en acceder a ello, pues es doctrina reiterada de este
Tribunal que el alcance del fallo estimatorio del recurso de amparo, ex arts. 54 y 55.1 LOTC, además del
reconocimiento del derecho o libertad pública vulnerado, se limita a restablecer al recurrente en la integridad de su
derecho o libertad, para lo cual, en este caso, ha sido preciso declarar la nulidad de la sentencia que le condenó y de la
que ratificó la condena al desestimar el recurso de casación. Tal nulidad es, por tanto, parcial y afecta únicamente al
recurrente, como declaramos en un caso similar en el que se apreció también la lesión del derecho al Juez imparcial
(STC 170/1993 [ RTC 1993\170]), y hemos reiterado en numerosos pronunciamientos anteriores y posteriores en los
que, habiendo sido varios los condenados, únicamente el recurrente demandó el amparo de este Tribunal (SSTC
7/1986 [ RTC 1986\7], 19/1993 [ RTC 1993\19], 300/1994 [ RTC 1994\300], 303/1994 [ RTC 1994\303], 319/1994
[ RTC 1994\319], 181/1995 [ RTC 1995\181], 49/1996 [ RTC 1996\49], 131/1997 [ RTC 1997\131], 49/1998 [ RTC
1998\49], 151/1998 [ RTC 1998\151] y 157/1998 [ RTC 1998\157], entre las más recientes. Por lo que resulta claro
que la Sentencia sólo se anula en cuanto a la condena del recurrente señor H..
3. El recurrente pretende también que la aclaración se extienda a determinar «si el nuevo orden de cosas procesal que
instaura la Sentencia de 27 de septiembre debe tener en cuenta, o no, y en qué medida» el indulto de la pena privativa
de libertad que le fue concedido por el Consejo de Ministros, así como el pago de las costas del procedimiento. Tal
pretensión, puesta en relación con el objeto de este trámite antes definido, excede de su cometido pues no trata de
suplir omisión alguna ni de aclarar ningún concepto oscuro de la sentencia, sino que se dirige a obtener un
pronunciamiento acerca de los efectos que, sobre el nuevo enjuiciamiento, pudieran reconocerse a acontecimientos
acaecidos durante la ejecución de las sentencias cuya nulidad parcial ha sido decretada. Nada puede aclararse en este
sentido, pues el derecho fundamental invocado, cuya lesión ha sido reconocida, ha quedado reparado con la nulidad y
orden de retroacción decretadas a fin de que se lleve a cabo de nuevo su enjuiciamiento por Tribunal competente
integrado por Magistrados cuya imparcialidad no se encuentre comprometida en el mismo, sin que los límites de la
jurisdicción de amparo permitan a este Tribunal hacer pronunciamientos que puedan extenderse más allá de lo ya
dispuesto.
Por lo expuesto, la Sala
ACUERDA
1º) Aclarar el punto 2º del mencionado fallo, en el sentido expuesto en el fundamento jurídico núm. 2.
2º) Desestimar la aclaración en todo lo demás.
Madrid, a once de octubre de mil novecientos noventa y nueve.

PREGUNTA QUE HA DE RESPONDER EL ALUMNO


LA NECESIDAD DE CONTAR CON LA CONFIANZA DE SU ABOGADO ¿QUÉ ES LO QUE NO PERMITE?

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