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Qué Queda de Nuestros Amores PDF
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Paris:
Introducción.
Parodiando una frase célebre, podemos decir que “los franceses no tienen una
inclinación teórica”. Por lo menos hasta la explosión de los años sesenta y setenta. La
teoría literaria vivió entonces su hora de gloria, como si la fe del prosélito le hubiera
Leavis y sus discípulos de Cambridge. Al poner en una balanza en frente de todos estos
efímera disciplina cuyo progreso fue rápidamente interrumpido por la guerra y luego
por la muerte −, y quizás las todavía enigmáticas Fleurs de Tarbes de Jean Paulhan
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(1941), tanteando confusamente hacia la definición de una retórica general, no
moderno, sueco, hebreo, rumano, finlandés y gujarati a finales de los años sesenta, pero
no en francés, idioma en el que vio luz solamente en 1971, bajo el título La Théorie
Seuil, y nunca fue publicado en colección de bolsillo. En 1960, poco antes de morir,
Spitzer explicaba este retraso y este aislamiento francés por tres factores: un viejo
además, pero esto es inseparable, la ausencia de una lingüística y de una filosofía del
lenguaje comparables a las que habían invadido las universidades de lengua alemana o
inglesa, desde Gottlob Frege, Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein y Rudolf Carnap,
momento en que Spitzer hacía este diagnóstico severo—, a un punto tal que, por una
curiosa inversión que puede ser objeto de reflexión, la teoría francesa se vio
si hasta ese momento se hubiera retrocedido pero para saltar mejor, a menos que
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semejante abismo súbitamente atravesado no hubiera permitido reinventar la pólvora
con una inocencia y un ardor que darían la ilusión de un avance, durante estos miríficos
años sesenta que se extendieron de hecho de 1963, el fin de la guerra de Argelia, hasta
1973, la primera crisis petrolera. Hacia 1970, la teoría literaria estaba en su máximo
apogeo y ejercía una enorme atracción en los jóvenes de mi generación. Bajo diversas
“narratología”—, brillaba con todo su esplendor. Quienquiera que haya vivido esos años
maravillosos solo puede recordarlos con nostalgia. Una corriente poderosa nos
arrastraba a todos. En ese tiempo, la imagen de los estudios literarios, sostenida por la
tan desencantada como la explicación de texto a la que atacaba entonces con fuerza. El
joven disciplina ambiciosa y atrayente a finales del siglo XIX, había conocido la misma
evolución triste, y la nueva crítica no escapó al mismo destino. Después del frenesí de
los años sesenta y setenta, durante los cuales los estudios literarios franceses alcanzaron
e inclusive dejaron atrás a los otros en el camino del formalismo y de la textualidad, las
inculpar al monopolio de la historia literaria sobre los estudios franceses, que la nueva
crítica no haya logrado transformar en profundidad, sino que solo hubiera disimulado
nueva crítica, aunque no haya tumbado los muros de la vieja Sorbona, se implantó
algo rígido. Hoy en día es imposible pasar un concurso sin manejar los sutiles matices y
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la jerga de la narratología. Un candidato que no sepa decir si el fragmento del texto que
como si se hubiera dado antes de 1980 la suficiente teoría para renovar la pedagogía: un
1969: “La ‘nueva crítica’ debe convertirse rápidamente en un nuevo abono para hacer
luego otra cosa” (Barthes, 1971: 186), no parece haberse realizado. Los teóricos de los
años sesenta y setenta no tuvieron sucesores. El mismo Barthes fue canonizado, lo que
no es el mejor medio para conservar una obra viva y activa. Otros se reconvirtieron
otro órgano del post 68, siempre más ecléctica, acoge al marxismo, la sociología y el
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sentido en que todos los siglos literarios están aquí, en que todas las especialidades se
estudiantes a la hora acordada, sin ningún intercambio con las otras especialidades ni
con el mundo si no es por el intermedio de estos estudiantes que pasan de una disciplina
a otra. No está más viva que las otras, en el sentido en que no es la teoría la que dice por
qué y cómo se tendría que estudiar la literatura, cuál es la pertinencia, cuál es el objetivo
actual en el estudio literario. Ahora bien, nada la ha remplazado en este papel, y además
“La teoría volverá, como todo, y se descubrirán sus problemas el día en que la
ignorancia habrá ido tan lejos que solo producirá aburrimiento.” Philippe Sollers
ambicioso volumen publicado durante el otoño siguiente a mayo del 68, con un título
Barthes, Jacques Derrida, Julia Kristeva y todo el grupo de Tel Quel, la punta de la
teoría entonces en el cenit, con quizás una sospecha de “terrorismo intelectual”, como
Sollers lo reconoce después (Sollers, 7). La teoría iba entonces viento en popa, daba
ganas de vivir. “Desarrollar la teoría para no estar en retraso con la vida”, había
decretado Lenin, y Louis Althusser recurría a él para llamar “Théorie” la colección que
dirigía en la editorial Maspero. Pierre Macherey publicó allí en 1966, año faro del
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formalistas rusos, Théorie de la littérature, en 1966—, pero ambicionaba también
fundar una ciencia de la literatura. “El objeto de la teoría, escribía Genette en 1972,
formalismo y el marxismo eran sus dos pilares para justificar la búsqueda de invariantes
o universales de la literatura, para considerar las obras individuales como obras posibles
más que como obras reales, como simples ejemplificaciones del sistema literario
subyacente, más cómodas que las obras inactuales, y solamente potenciales, para
acceder a la estructura.
qué forma? ¿No es en principio un reto al sentido común (gageure) si, como lo
sostenía Paul de Man, “el principal interés teórico de la teoría literaria consiste en la
imposibilidad de su definición” (de Man, 3)? La teoría entonces podría ser solo
aprehendida por la gracia de una teoría negativa, como el modelo del Dios escondido
del cual solamente una teología negativa es capaz de hablar: esto es colocar un
obstáculo demasiado alto, o empujar demasiado lejos las afinidades, por lo demás
reales, entre la teoría literaria y el nihilismo. La teoría no puede reducirse a una técnica
dispuestos a la entrada de las librerías del Barrio latino—, pero esto no es una razón
para convertirla en una metafísica ni en una mística. No la tratemos como una religión.
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Además, ¿la teoría literaria solo posee un “interés teórico”? No, si tengo razón al sugerir
combate vehemente y vivificante que ha conducido contra las ideas recibidas en los
estudios literarios, y por la resistencia también tajante que las ideas recibidas le han
su propia definición, por definición discutible, de la literatura —se trata del primer lugar
teorías literarias antiguas, medievales y clásicas, desde Aristóteles hasta Batteux, sin
diferentes escuelas que han compartido la atención teórica en el siglo XX: formalismo
eclectismo, es su compromiso, su vis polemica, como a los callejones sin salida donde
ésta la lanza de lleno. Con frecuencia los teóricos parecen establecer críticas muy
sensatas contra las posiciones de sus adversarios, pero como estos, reconfortados por su
comienzan también a alzar la voz y empujan sus propias tesis, o antítesis, hasta el
absurdo, y por lo tanto las eliminan ellos mismos ante sus rivales felices de verse así
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teórico y contentarse con interrumpirlo de vez en cuando, con un “¡Sí!” un poco burlón:
profesor de latín y francés, que era también alcalde del pueblo en Bretaña, nos
preguntaba con respecto a cada texto de nuestra antología: “¿Cómo entienden este
pasaje? ¿Qué es lo que el autor quiso decirnos? ¿Cuáles son las bellezas del verso o de
la prosa? ¿En qué es original la visión del escritor? ¿Qué lección podemos sacar?”
Durante algún tiempo se pudo creer que la teoría literaria había acabado de una buena
vez con estas preguntas lancinantes. Pero las respuestas pasan y las preguntas
permanecen. Estas son más o menos las mismas. Hay algunas que no dejan de volver
un punto tal que uno se pregunta si existe una historia de la crítica literaria, como existe
agregan los unos a los otros, coexisten más o menos pacíficamente, y juegan
popular. Allí radica uno de los motivos, quizás el motivo principal, del sentimiento de
continua repetición que se siente siempre ante un cuadro histórico de la crítica literaria:
nada nuevo bajo el sol. En teoría, uno pasa su tiempo tratando de limpiar unos términos
ordinario una región lingüística dotada de verdad. Pero la lógica se formalizó enseguida.
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de los lectores aficionados. Así, cuando la teoría se aleja, las viejas nociones resurgen,
indemnes. ¿Se debe al hecho de que son “naturales” o “sensatas” que jamás escapamos
de ellas de una vez por todas? ¿O, como lo cree de Man, porque lo único que pedimos
es resistir a la teoría, porque la teoría hiere, atropella nuestras ilusiones sobre la lengua y
la subjetividad? Se diría que hoy en día casi nadie ha sentido pasar el viento del ala de la
describir? No del todo. En la gran época, hacia 1970, la teoría era un contra discurso,
que cuestionaba las premisas de la crítica tradicional. Objetividad, gusto y claridad, así
resumía Barthes, en Critique et Vérité, en 1966, el año mágico, los artículos de fe del
Hay teoría cuando las premisas del discurso ordinario sobre la literatura no son más
pero esta teoría se perdió de vista o se edulcoró a medida que la historia literaria se
teoría es haber sido transformada en método por la institución académica, haber sido
recuperada, como se decía. Veinte años después, lo que impresiona, tanto si no es más
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que la teoría quiso anular, las mismas que volvieron a levantarse desde que la teoría se
quedó sin aliento, con el fin de volver a pasar por las respuestas de oposición que ella
propuso, pero también para tratar de comprender por qué estas no resolvieron de una
vez por todas las viejas preguntas. ¿Acaso la teoría, a fuerza de luchar contra la hidra de
Lerna, empujó sus argumentos demasiado lejos y éstos se devolvieron contra ella? Cada
año, ante nuevos estudiantes, hay que recomenzar con las mismas figuras del sentido
algunos, los más resistentes, pues es alrededor de ellos que se puede construir una
teoría —y sin que tenga que ser marxista— presupone una práctica, o una praxis, a la
cual esta teoría se enfrenta, o de la cual ella hace la teoría. En las calles de Ginebra,
unos locales tienen este aviso: “Sala de teoría”. Allí no se hace teoría de la literatura,
que la teoría de la literatura codifica, es decir organiza más que reglamentarla? No es,
elocuencia— sino los estudios literarios, es decir la historia literaria y la crítica literaria,
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En este sentido —el del código, de didáctica, o más bien de deontología de la
antigua.
la literatura sigue siendo para nosotros hoy en día la Poética de Aristóteles. Platón y
universales, en las constantes literarias, detrás de las obras particulares: por ejemplo en
los géneros, en las formas, en los modos, en las figuras. Si se preocupaban por obras
individuales (la Iliada, Edipo rey), eran como ilustraciones de categorías generales.
normativas que Platón quería excluir a los poetas de la Ciudad. En un sentido actual, la
reflexiona sobre la naturaleza y sobre la función del arte, sobre la definición de lo bello
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y del valor. Pero la teoría de la literatura no es la filosofía de la literatura: no es
especulativa, ni abstracta, sino analítica o tópica: su objetivo es el, los discursos sobre la
historia literaria francesa entre el siglo XIX y el XX, decía entonces de Ernest Renan y
de Emile Faguet, los críticos literarios que lo habían precedido —Faguet era su
“teoría literaria” (Lanson, p. 1107 y 1189). Era una manera educada de hacerles saber
que a sus ojos eran impresionistas e impostores, no sabían lo que hacían, les faltaba
rigor, espíritu científico, método. Lanson, por el contrario, pretendía tener una teoría, lo
práctica de los otros. Es útil agregar aquí un tercer término a los de teoría y práctica,
verdad de una práctica, enunciaría sus condiciones de posibilidad, mientras que una
ideología no haría sino legitimar esta práctica por medio de una mentira, disimularía sus
condiciones de posibilidad. Según Lanson, por lo demás bien recibido por los marxistas,
sus rivales no tenían teoría porque solo tenían ideologías, es decir ideas preconcebidas.
Así, la teoría reacciona contra las prácticas que juzga a-teóricas, o antiteóricas.
De esta forma, las erige con frecuencia en chivos expiatorios. Lanson, que creía poseer
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tradicional de sus adversarios (hombres de cultura, o de gusto, es decir burgueses). La
teoría se opone al sentido común. Más recientemente, luego de una vuelta de espiral, la
teoría de la literatura se erigió a la vez contra el positivismo en historia literaria (lo que
representaba Lanson), y contra la simpatía en crítica literaria (lo que Faguet había
positivismo por la historia del texto, luego el humanismo por su interpretación), como
en el caso de esos filólogos austeros que, después de un estudio minucioso sobre las
decir la crítica y la historia literarias, y analiza esta práctica, o más bien estas prácticas,
las describe, hace explícitos sus presupuestos, en fin las critica (criticar es separar,
conciencia crítica (una crítica de la ideología literaria), una reflexibilidad literaria (un
pliegue crítico, una self-consciousness o una autoreferencialidad): todos los rasgos que
que conviene definir, o elaborar mejor, para producir a partir de ellos conceptos más
firmes, para llegar a esta conciencia crítica que acompaña la teoría: literatura, luego
literatura para el próximo capítulo y miremos más de cerca las dos otras.
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Teoría. Crítica, historia
Entiendo por crítica literaria, un discurso sobre las obras literarias que hace
efecto que las obras tienen sobre los (buenos) lectores, pero sobre lectores que no son
Por historia literaria, entiendo por el contrario un discurso que insiste sobre
sobre la transmisión de las obras, o sobre otros elementos que en general no interesan al
investigación.
intrínseca y una conducta extrínseca: la crítica se relaciona con el texto, la historia con
el contexto. Lanson decía que se hacía historia literaria desde el momento en que se
miraba el nombre del autor sobre la portada del libro, desde que se daba al texto un
mínimo de contexto. La crítica literaria enuncia proposiciones del tipo: “A es más bello
que B”, mientras que la historia literaria afirma: “C deriva de D”. Aquella pretende
sean explicitados. ¿A qué llama usted literatura? ¿Cuáles son sus criterios de valor? les
dirá a los críticos, pues todo va bien entre lectores que comparten las mismas normas y
que se entienden entre líneas, pero, si no es así, la crítica (la conversación) se convierte
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rápidamente en un diálogo de sordos. No se trata de reconciliar los acercamientos
especiales o de su valor especial? dirá la teoría a los historiadores. Una vez que se
admite que los textos literarios tienen rasgos distintivos, ustedes los tratan como
documentos históricos buscándoles causas fácticas: vida del autor, contexto social y
cultural, intenciones demostradas, fuentes. La paradoja salta a los ojos: ustedes explican
por el contexto un objeto que les interesa precisamente porque se escapa a este contexto
y lo sobrevive.
protervus (el protestante) de la vieja escolástica. Ella pide cuentas, y no hace suya la
opinión de Proust en El Tiempo recobrado, por lo menos en lo que tiene que ver con los
estudios literarios: “Una obra donde hay teorías es como un objeto sobre el cual se deja
la etiqueta del precio” (Proust, p. 461). No tiene nada de abstracto; formula preguntas,
esas preguntas que historiadores y críticos encuentran sin cesar en relación con textos
particulares, pero de las cuales tienen las respuestas expuestas de antemano. La teoría
recuerda que estas preguntas son problemáticas, que se las puede responder de diversas
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