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Rri31 03 Mesa PDF
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R oberto M e s a *'
como sus detentadores, los imperios, se suceden unos tras otros, así el poder
irá desapareciendo o cronificándose en una alternancia repetitiva.
Con todas sus Incoherencias, Duroselle señala ima de las líneas dominantes,
entre las respuestas a la etapa anterior, de revalorización de las fuentes de
conocimiento proporcionadas por la historia- Pero, de un modo de conoci
miento histórico construido sobre interpretaciones personales y sin visión de
globalidad. Otra alternativa muy distinta es la propuesta, entre otros, por
Saúl Friedlander, uno de los principales impulsores de esta tendencia en
lo que tiene de válida. Así como Jean Siotis que, en una obra largamente
prometida y hasta ahora no finalizada, pero de lá que han aparecido algunos
capítulos, al referirse en concreto al estudio de las Organizaciones Interna
cionales, centra qn términos de absoluta corrección el problema: “El punto
de partida de todo estudio de la decisión en un marco institucional multi
lateral es la descripción histórica de los diversos estadios del proceso, que
pueden . distinguirse sobre la base de nuestro conocimiento de la historia
y de la organización internacional. No obstante la necesidad tan evidente de
este planteamiento, los politólogos, en general, tienden a descuidar el aspecto
diacrònico de sus estudios y a considerar las variables que afectan a estos
procesos como si tuviesen el mismo valor en todos los estadios. Sus califica
ciones de las decisiones —cerradas o abiertas, simbólicas, delimitativas, etc.—
no tienen en cuenta los aspectos diacrónicos que hacen que una decisión
pueda cambiar de naturaleza de una a otra etapa del proceso”.
Junto a estas tendencias, valorativas de la historia o que le dan preferen
cia, deben mencionarse otras tentativas también prometedoras, pero todavía
casi en germen. Marcel Merle, cuyo nombre supuso en su momento la libe
ración del peso agobiante que el pensamiento norteamericano había ejercido
sobre el sector francés de nuestra especialidad, en función de la hegemonía
aroniana, en particular a partir del momento en que publica su Sociologi¿
des relations internationales, con la que emprende, de manera prudencial,
el replanteamiento de unas opciones no sólo clásicas, sino también ineficaces.
El mismo Marcel Merle, en su obra más reciente, Forces et enjeux dans les
relations internationales (1980), conjunto heterogéneo en el que reúne tra
bajos, dispersos que abarcan un período de unos veinticinco años, aunque
todavía sometido a la influencia de los nombres de Easton y de Deutsch,
viene a proponernos, bajo el epígrafe “Juegos de la Política”, posibilidades
que, aunque modestas, permiten que nuestra disciplina progrese y salga del
atolladero en que se halla sumida. Estudios muy concretos, de alcances
limitados, pero que posibilitan nuevas perspectivas; en especial, todo lo
concerniente a la observación de la práctica y del pensamiento de los partidos
políticos en materia extranjera, así como el estudio de la influencia de la
política internacional en las campañas electorales y en la orientación del voto,
tpma que, como Merle señala, quizá tendría mejor acomodo en el campo
de la sociología electoral pero cuyos expertos, lamentablemente, han des
cuidado.
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Arend Lijphart que, con ocasión de un análisis sobre las grandes contro
versias y las controversias menores en la teoría de las Relaciones Internacio
nales, diseña una hipótesis que deja inconclusa. Denuncia, primeramente, la
polémica que opuso a idealistas y realistas, calificándola plenamente de
controversia menor. Por el contrario, define como gran controversia la que,
a lo largo de los años sesenta, enfrentó a tradicionalistas y cientifistas, por
utilizar unos términos ya acuñados. Tiene interés observar cómo se descubre
la ancianidad de la novedad aparente que, en su momento, aparentaron los
estudios de K arl W. Deutsch: anarquía y monopolio estatal de la violencia,
que, con un lenguaje moderno, repetía los esquemas clásicos de un Grocio y
gran parte de los iusinternacionalistas, defensores de una cierta idea de
Sociedad Internacional. En resumen, para Lijphart, el corazón del debate
se centra entre los defensores del paradigma tradicional y los mantenedores
del paradigma behaviorista.
Tampoco carecieron de interés, en su momento, las propuestas de Silviu
Brucan, quizá por su calidad de hombre puente entre tendencias o plan
teamientos formalmente antagónicos; y que, desde su posición se subleva
contra predicciones y futuribles interesadas. Basándose su negativa, por
cierto, en la observación del comportamiento de los dos grandes subsistemas
mundiales. Critica ambos proyectos “sociológicos” reprochándoles, sucesiva
mente, su carácter especulativo (acrítico y acientífico), su tendencia utopista
(alejamiento de la realidad) y su esencia engañosa (transposición mecánica
del presente al futuro). La propuesta de Brucan se fundamenta en lo que
denomina las cuatro variables de la política mundial: presión de la inter
dependencia tecnológica, política del poder, autoafirmación nacional y cam
bio social. Su validez queda pendiente de su “capacidad de experimentar
la futura perspectiva de una política exterior, estrategia o doctrina dadas”.
Particular interés, en esta valoración progresiva y selectiva, contiene el
estudio muy divulgado de S. Friediander y S. Cohén, publicado en 1974,
acerca de las tendencias actuales de la investigación en Relaciones Inter
nacionales. Insisten, y se trata de un dato obsesivo, fruto del rechazo del
esquematicismo de los años anteriores, en el carácter acientífico de los estu
dios cuánticos. Y adelantan una aseveración, con el valor de toda una en
señanza, que plantea la cuestión en términos casi éticos: “con frecuencia, se
olvida que la correlación estadística no equivale a una explicación y no nos
documenta sobre la dirección del informe de causalidad”. Ambos especialis
tas reivindican una revalorización de los métodos históricos, pero cuidando
de no caer en los errores del pasado; se trata, pues, de una metodología
histórica condicionada por los conocimientos que hoy en día están a dis
posición de los investigadores. El historiador debe saber que la realidad no
está siempre de acuerdo con la apariencia. La hipótesis de trabajo queda
muy claramente explicitada: “el método que proponemos tomaría como punto
de partida las sugerencias teóricas presentadas estos últimos años, pero en
lugar de verificar las hipótesis por métodos cuantitativos, se someterían las
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de la Sociedad de las Naciones; hay que luchar exactamente contra las causas
engendradoras de la violencia; el combate por la paz, pasa ineludiblemente
por la desaparición de los tratamientos discriminatorios de los diversos grupos
humanos y sociales. La causa de la paz no depende sólo del logro, aunque
utópico igualmente deseable, de la desaparición de todo conflicto armado
convencional o nuclear, internacional o interno, sino muy fundamentalmente
por la superación de las tensiones que fatalmente desembocan en conflictos.
Nuestro especialista en Relaciones Internacionales habrá de ser un buen cono
cedor de los movimientos de liberación nacionales; en consecuencia, combatirá
el colonialismo y cualquier otra forma de discriminación, desde la segre
gación racial hasta el sionismo, por utilizar términos no tan distantes como
aparentan. Esta función teórico-práctica obliga a un ejercicio intelectual su-
perador de determinados formalismos lingüísticos que encubren estructuras de
dominación; por ejemplo, para mencionar uno de los supuestos más llamati
vos, aunque la actual Sociedad internacional continúe siendo preferentemente
estatal, su vocabulario habrá de completarse dialécticamente con los concep
tos, junto al de Estado, de Pueblo y de Nación, tal y como han de entenderse
y utilizarse en nuestros días. En esta actividad, no tienen cabida las iniciativas
individuales; para su fructificación, es forzoso el acompañamiento de iusin-
temacionalistas, de economistas, de antropólogos, etc. A pocos años de concluir
el siglo X X , el término pacifismo, con su elevado contenido moral, sería in
completo, estéril, de no cumplir la función dual de nuestro tiempo: coope
ración y desarrollo. Estas han de ser las líneas maestras para el asentamiento
de una paz distinta y duradera; fundamentalmente distinta, porque ya no
es útil el entendimiento de la paz como ausencia de la guerra.
Aquí, cobra una dimensión especial, la segunda tarea que ha de asumir
el especialista en Relaciones Internacionales. La lucha por la justicia. Qué,
esencialmente, quiere decir la desaparición de la desigualdad. En los pasados
años sesenta, los ingenieros sociales, practicantes en laboratorios cerrados al
servicio de objetivos hegemónicos, dividían a los pueblos en razón de determi
nados “indicadores sociales” ; entre otros muchos igualmente irracionales y,
en el fondo, discriminatorios, por el índice de la renta anual per cápita, del
que se deducían los oportunos, criterios políticos. Debe señalarse que la meta
igualitaria no tiene un objetivo exclusivamente economicista. En primer lugar,
porque en razón del simple progreso histórico, algunos pueblos podrán aban
donar la condición de desheredados; pero, por idénticas razones y por la
existencia de una estructura socio-económica radicalmente injusta, para que
haya pueblos ricos es absolutamente imprescindible que otros nunca salgan
de la miseria y la pobreza. En este aspecto, realizaciones como la Carta de
Derechos y Deberes Económicos de los Estados, así como los Programas para
el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional, son pro
yectos igualitarios de notable trascendencia, pero que forzosamente deberán
superar el plano meramente declarativo.
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Bibliografía