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TRATADO DE LAS PASIONES DEL ALMA – SEGUNDA PARTE

Informe de lectura

Por: Santiago Saldarriaga Montoya.

D.I: 99111307225.

La propuesta de Descartes para la segunda parte del tratado es explicar de qué modo se dan las pasiones
(en qué orden) y las características de las seis primitivas, de las que se hablará posteriormente.

La explicación que da Descartes a la causa de las pasiones es, en pocas palabras, el movimiento de la
glándula [pineal] generado por la agitación de los espíritus en el cerebro; ahora bien, estas pasiones
pueden ser causadas tanto por movimientos del alma como por impresiones que afectan a los sentidos.
Aclara que la diversidad de objetos no es lo que hace que haya diversas pasiones, sino la diversidad de
modos en que los objetos nos pueden afectar y la importancia que le demos a esas afecciones. Advierte
la consistencia de las pasiones: disponer cuerpo y alma para recibir lo beneficioso y repeler lo
perjudicial. Y a continuación hace un sondeo general de las pasiones con sus respectivas especies y
peculiaridades; después de ello enfatiza en que, en resumen, pueden concebirse tan solo seis pasiones
primitivas, de las que las demás se derivan conformando especies: la admiración, el amor, el odio, el
deseo, la alegría y la tristeza. Por esto se remite a describir cada una de estas.

Siendo leal a su introducción, comienza por la admiración, que es una sorpresa súbita del alma, cuya
principal característica es que en ella no se producen cambios ni en el corazón ni en la sangre, y esto
debido a que, por ser de súbito, no se puede tener opinión inmediata alguna del objeto; ahora bien, el
asombro es descrito como el exceso de admiración, un estado de estupefacción. En este punto enfatiza
Descartes en considerar la importancia de las pasiones: fortificar y hacer duraderos los pensamientos.
Sin embargo, no se detiene allí por mucho y, a continuación, reflexiona sobre la importancia de la
admiración: hace que aprendamos y mantengamos en la memoria las cosas que antes ignorábamos;
también recalca los daños que puede provocar su exceso, puede convertirse en vicio si no se trata de
acentuar. Procede, después de estas determinaciones acerca de la admiración, a enfocarse en el amor y
el odio; los define, y desarrolla cada parte de esta definición por separado, de tal modo que queden
estudiadas todas las características que les incumben: que el amor es una emoción que incita al alma a
unirse voluntariamente al objeto conveniente, y que el odio hace que esta quiera separarse de lo que la
perjudica; que hay amor concupiscente y de benevolencia; que hay diversas pasiones que participan en
el amor, tales como el afecto, la amistad o la devoción, y que estos pueden considerarse niveles de esta
pasión. Del odio dice que no hay tantas especies como del amor, por ejemplo, considera la aversión y el
horror como tales. A continuación procede a describir el deseo, que es una pasión sin contrario [como
sí el odio lo es del amor], sino que los acompaña al momento de ser presentados al alma los objetos.
Descartes lo define y caracteriza sus especies con detalle (que hay tantas como objetos hay), recalcando
la relevancia de esta pasión en su tratado. Luego de la explicación sobre el deseo, procede a definir la
alegría y la tristeza; de la primera dice que es una emoción agradable producida por el gozo causado
por un bien presente que nos es nuestro, y que puede considerarse como meramente intelectual o como
pasión en tanto tal; de la tristeza, por otro lado, dice que es una languidez desagradable, que incomoda
al alma y por desgracia nos es nuestra, y que puede ser intelectual o apelar a la pasión, tal como su
contraria. Describe de ambas sus causas, y enfatiza en ciertas consideraciones, como, por ejemplo, el
modo en que pueden producirse y las respectivas limitaciones que les incumben.

Luego de haber dado consideraciones acerca de las pasiones primitivas, se centra en describir los
movimientos de la sangre y los espíritus que las producen, y cómo es posible que no se vea afectado tan
solo el cerebro, sino también el cuerpo, cuando estas se presentan. Con gran cuidado ofrece modelos
para identificar estos movimientos en las experiencias que producen las pasiones, dando de cada una de
ellas una pequeña descripción de cómo se afectan las partes del cuerpo. Justo después se dedica a
describir minuciosamente, en cada uno, los movimientos de la sangre y los espíritus afectados por las
pasiones; justamente, al momento de describir dichos movimientos en el amor, el autor establece cierta
suerte de unión alma-cuerpo, donde, al unirse un movimiento corporal con un pensamiento, de ahí en
adelante, la repetición de dicho movimiento supondrá también la repetición del pensamiento que la
acompañaba. Luego de esto, procede a dar explicación acerca de las manifestaciones exteriores que
caracterizan las pasiones, de las cuales afirma que no son voluntarias, sino que se producen de
improvisto; estas son: los cambios de color (el enrojecimiento o palidecimiento que se observan, por
ejemplo, en la alegría o la tristeza), el pasmo (o desmayo), la risa, el llanto, los gemidos de tristeza o
los suspiros; de estos describe ciertas peculiaridades y características que estudia a medida que se
desarrolla la explicación de cada manifestación.

Luego de haber dado una definición de las pasiones, y de haber estudiado los movimientos corporales
que las causan o acompañan, Descartes procede a explicar las pasiones por su uso en favor del cuerpo,
es decir, en favor a los instintos de conservación y perfeccionamiento del mismo. Sin embargo, antes
de proseguir, advierte que las pasiones, en principio, afectan al cuerpo, y el alma, en cuanto que está
unida a este, también se ve afectada; de lo que surge la consideración sobre las emociones internas de
las que más adelante Descartes habla. Y es que establece también un orden en que necesariamente se
dan las pasiones: en primer lugar, hay una impresión que admiramos; a continuación hay tristeza o
alegría, de las que se derivan los sentimientos de dolor u odio, esto según el modo en que el objeto nos
afecta; finalmente, se presenta un deseo de conservación (si es que la afección produce alegría), o de
aversión y huida (si produce odio). Luego de tratado este tema desde el punto de vista corporal,
Descartes se propone estudiarlo desde el del alma (cuyo estudio supone un lazo con el conocimiento de
los objetos por parte de ella), de tal modo que a cada pasión que se nos produce como siendo nuestra, le
corresponde un determinado tratamiento, esto con el fin de sacarles el mayor de los provechos para
nuestra alma. A estas consideraciones le subsiguen aquellas respecto al amor y la alegría comparadas
con el odio y la tristeza, donde deducimos en qué casos es mejor responder a los primeros en lugar de a
los segundos, y viceversa; luego, considerando que el deseo se les une, concluye que las pasiones justas
son más convenientes respecto a cómo deberíamos reaccionar. En este punto logra enlazar el deseo con
las condiciones de posibilidad que le incumben, a saber, que hay ciertos deseos que dependen de
nosotros, otros que no, y otros que dependen de nosotros, y sin embargo, también de causas externas;
de estas consideraciones surge el concepto de fortuna, que no es más que la posibilidad de que ocurra o
no algo que no depende de nosotros en absoluto, siendo afortunado aquel a quien el deseo corresponde
con lo sucedido. Descartes entra a tratar el punto de las emociones internas, que son producidas tan
solo por el alma, difiriendo de las pasiones en que estas dependen del movimiento de los espíritus.
Finalmente el autor ofrece ejercicios de la virtud, que sirve como fármaco contra las pasiones, esto
debido a que el perfeccionamiento de la virtud supone un perfeccionamiento del alma; cuanto más
perfecta sea el alma, tanto menos débil será ante las afecciones de los objetos, y tanto más plena será al
momento de decidir cómo actuar frente a estas.

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