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Universidad Católica Andrés Bello

Facultad de Humanidades y Educación

Escuela de Letras

Seminario de crítica e investigación

Alumna: Damelis Villarreal.

La construcción de lo fragmentario en Desarticulaciones y El infarto del alma

A partir de la subjetividad y experiencia propia las escritoras, Sylvia Molloy y Diamela

Eltit, proponen una hibridez porque crean un espacio distinto para la literatura y la crítica, ya

que reivindican lo femenino, lo enajenado, la enfermedad, la locura y lo homosexual.

Asimismo, esta escritura es una autoría excéntrica porque se encuentra desplazada, no está

suscrita a un género en específico y su función cultural ya no está institucionalizada. Por eso,

en este trabajo nos interesa analizar la fragmentación que se encuentra en las obras.

Molloy planteó una estructura distinta en Desarticulaciones (2010) porque está

construida como especie de apuntes sueltos, es decir, en estos escritos no hay fechas, son

especie de un testimonio en el que la voz narrativa siente la necesidad de relatar el desarrollo

del Alzheimer en el personaje M.L: “Tengo que escribir estos textos mientras ella está viva,

mientras no haya muerte o clausura, para tratar de entender este estar/no estar de una persona

que se desarticula ante mis ojos”. (2010. pág. 9). A través de esta historia, construye una obra

fragmentada en que las memorias están clasificadas por títulos referentes al proceso de

deterioro.

En Desarticulaciones el problema de lo fragmentario se da a partir de la (des) memoria,

el deterioro, la identidad y el lenguaje. En primer lugar, resulta interesante la construcción de

los personajes femeninos: uno que está olvidando y otro que cada vez recuerda más para darle

sentido a las cosas. En la obra el personaje narrativo tiene la concepción de que mientras M.L

recuerde es, pero mientras ella no tenga una correspondencia con los recuerdos y con su
alrededor, deja de ser porque no tiene una identidad y no hay un reconocimiento hacia lo otro:

“¿Cómo dice yo el que no recuerda, cuál es el lugar de su enunciación cuando se ha destejido

la memoria?” (2010, pág. 19). Cuando el yo no tiene memoria, no hay una identificación,

¿quién es?, ¿un vacío? Entonces, ese vacío adquiere un nuevo significado, una

desconfiguración del ser.

Al otro no tener memoria, no existe un lazo que una, hay fracciones de algo que fue y

ya no se pueden rescatar porque no hay otro que lo corresponda. “Y porque para mantener una

conversación -para mantener una relación- es necesario hacer memoria juntas o jugar a hacerla,

aun cuando ella -es decir, su memoria- ya ha dejado sola a la mía.” (2010, pág. 33). Desde el

momento que M.L olvida no hay una coincidencia en ese encuentro, no hay una memoria

compartida.

A pesar de un olvido incesante, M.L mantiene la estructura de la lengua intacta, pero

afecta las relaciones que tiene con los demás y crea un vacío de significado con respecto a lo

que están hablando:

De hecho, la mención de mi nombre ha perdido su capacidad de convocar, no

le provee mucha información. (...) Fue una conversación cordial y

eminentemente correcta en un español que jamás habíamos hablando. Sentí que

había perdido algo más de lo que se quedaba en mí. (Molloy, 2010, pág. 36-37).

Entonces, a partir de la lengua también hay una desconstrucción del entorno porque M.L.

puede entender perfectamente el español y el inglés, pero ya no tiene la capacidad de asimilar

su significado y ponerlo en sintonía con su alrededor. Además, a partir de la lengua se

conformaba su vida porque escribía artículos de literatura, le gustaba Borges y a partir de la

enfermedad su capacidad solo se limita es escribir listas en la que las cosas no coinciden, pero

esa es su nueva lógica.


De esta forma, el personaje se va deformando a los ojos de Molloy y la única vez que

toma forma es cuando logra recordar, no importa cuál sea el nivel del recuerdo, lo que ella

quiere es tenerla en su forma más absoluta y no fragmentada:

Al escribirla me tienta la idea de hacerlo como era antes, concretamente cuando

la conocí, de recomponerla en su momento de mayor fuerza y no en su

derrumbe. Pero no se trata de eso, me digo, no se trata de eso: no escribo para

remendar huecos y hacerle creer a alguien (a mí misma) que aquí no ha pasado

nada sino para atestiguar incoherencias, hiatos, silencios. (Molloy, 2010, pág.

38).

A través de la escritura, Molloy conforma la desconstrucción de un ser querido, a partir

de una experiencia dolorosa deja testimonio del quiebre de algo absoluto y conformado.

Asimismo, en ella se encuentra la autobiografía, pero sin la alusión absoluta de lo que es.

Entonces, crea una obra fragmentaria en la que no hay fechas ni una línea de lectura absoluta.

En El Infarto del alma (1994), de Diamela Eltit y Paz Errázuriz, no hay un orden

cronológico porque la narración está interrumpida por fotografías de parejas del psiquiátrico.

La historia se convierte en retazos de memoria, de sentimiento y se encuentra dividida por fotos

que muestran la simpatía, felicidad y rostros emocionados o afligidos que viven en Philippe

Pinel. Debido a los distintos retratos, al leer el texto crea una sensación distinta lo que se está

narrando.

Al comienzo, gracias a la descripción de los colores, sonidos y apariencia del

psiquiátrico, la escritora logra que el lector viaje y sienta que puede experimentar el mismo

extrañamiento que ella siente al ver cómo la enfermedad y la locura son lo que tienen autoría

por encima de la razón:

Estamos rodeadas de locos en un desfile que podría resultar cómico, pero, claro,

es inexcusablemente dramático, es dramático de veras, más allá de las risas, de


los abrazos, de los besos, pese a que una mujer me tome de la cintura, ponga su

boca en mi oído y me diga por primera vez: “mamita”. Ahora yo también formo

parte de la familia; madre de locos. (Eltit, 1994, pág. 12).

Eltit se relaciona con lo enfermo, lo extraño y lo aislado que se encuentra en un pueblito

chileno llamado Putaeando. De tal forma que, cuando están en el psiquiátrico, dos mujeres

siempre están abrazando su brazo o pierna, como si de alguna u otra forma pertenecieran a ella

o fueran otra extremidad: “Volveré a la ciudad atrapada en el manicomio de mi propia mente

y después caminaré mucho tiempo de un lado para otro, subiendo y bajando escaleras,

tambaleando entre pasillos, atravesando patios, cargando esos cuerpos en un pedazo de mi

cerebro.” (1994, pág. 24)

Los personajes que nos presenta están deteriorados por la enfermedad: “crónicos,

indigentes, ladeados, cojos, mutilados con la mirada fija, caminado por las dependencias con

todo sus bultos a cuestas. Chilenos, olvidados de la mano de Dios, entregados a la caridad rígida

del Estado.” (1994, pág. 16).

Por esta razón, los locos del psiquiátrico no tienen lugar en la sociedad, su condición es

distinta porque no cumplen una función y, por esta causa, es el elemento más resaltante en la

obra. Eltit le da prioridad a lo desplazado, a los seres que no poseen la razón para entender que

no pertenece lo aceptado como normal: Una mujer señala su cicatriz de esterilidad de forma

graciosa y menciona que podría tener ocho meses de embarazo.

Ahora bien, ¿qué ocurre con la identidad de estas personas? Al estar tanto tiempo en el

sitio medicados, olvidan la familia, quiénes son y lo que hay en el exterior. En el psiquiátrico

construyen su propio mundo: tienen parejas, fiestas y, a su manera, encuentran su estabilidad

y dependencia en el amor. Al no poseer memoria ni identidad, se convierten en subalternos y

el Estado los mantiene al margen. Sin embargo, Eltit y Errázuriz le conceden un lugar, algo
incierto, pero propio porque a partir de las fotografías, los capturan y con la escritura, los

reconstruyen para el que se encuentra en el exterior.

Podemos observar que en Desarticulaciones y En el infarto del alma, lo fragmentario

ocurre en el deterioro del individuo al no poseer memoria, lenguaje ni identidad que lo haga

formar parte de lo institucionalizado. Además, la obra literaria no está sujeta a un género y la

voz crítica se comunica a partir del dolor, la pérdida y del extrañamiento a lo enfermo, producen

el choque del individuo frente a lo extraño. Estas autoras producen un espacio distinto para lo

que se ha dejado de lado y lo reivindican a través de la escritura.

Referencias

Molloy, S. (2010) Desarticulaciones. Argentina: Eterna Cadencia.

Eltit, D & Errázuriz, P. (1994) El infarto del alma.

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