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Cronica de La 42
Cronica de La 42
Mientras escribo, recuerdo que caminar por esa calle un sábado por la noche,
era como entrar a una parranda que organizan popularmente los vecinos más
alegres al finalizar el año. Algarabía por allí, comida por allá, decenas de
personas con ansias de gastar su dinero en rumba y alcohol.
Ahora es desolada, no recuerdo cuando fue que empezó a sentirse ese vacío en
esa calle. Lo que sí recuerdo bien fue que, en el 2015 en esa transitada calle,
estaba en pie el Complejo Deportivo de la 42. Es una tarde húmeda, las
chimeneas andantes recogen y dejan personas por doquier, señores de
avanzada edad miran con tristeza lo que algún día fue el máximo escenario de
los tolimenses.
Así mismo, hay niños que ingenuos y sin conocimiento alguno, les dicen a sus
madres que por qué no terminaron de alzar las columnas que hoy esconden un
pasado de corrupción, mientras se pudren en el agua que a su vez las corroe el
óxido que desprende el grueso hierro.
-Antes el comercio era bueno por aquí, uno se hacía sus venticas gracias a que
ese parque estaba abierto. -Me dice Rengifo, que al mismo tiempo me sirve un
tinto de 600 pesos, negro, como para trasnochar haciendo trabajos.
-Ahora es difícil la situación, ya nadie viene a jugar aquí y en las noches no hay
tanta rumba. -Aclara Doña Gloria, con un aspecto pálido mientras ve pasar a un
joven con aspecto de niño, fumando un cigarrillo.
Es interesante ver que la fortaleza que ha soportado el asedio del olvido de los
ibaguereños es la farmacia Colony. Todos los días paso cerca de ella, pero
nunca he entrado allá. Al acercarse o cruzar cerca de esta farmacia es inevitable
sentir un cierto aroma a remedios raros, plantas medicinales y ungüentos para
esos dolores articulares o como decía un viejo comercial, ‘los dolores le tienen
miedo a Doloran’.
Mientras la noche empieza a surgir y la luna se empieza a colar por las crestas
azules y verdes de la cordillera, me entra una nostalgia en el ojo al recordar que
fue mi hermano, quien me coló en el festival numero once para que lo pudiera
Sigo mi camino directo al paradero de buses, voy sin prisa, con un poco de
hambre y un dolor bajito que indica que me va a llegar. Siento un poco de temor
al caminar cuando veo que se acerca un joven de mal aspecto físicamente, pero
que va con una sonrisa como si hubiera visto al mismísimo Dios; y es que en
ese preciso instante se baja de una camioneta parecida a los de los actores de
Hollywood, blanca y con full equipo, un moreno bajito, con un corte raso y de
aspecto de futbolista y ¡oh sorpresa!, el joven que había visto segundos atrás se
le abalanza sobre el para pedirle un autógrafo.
-Hey Yohandry que buena socio, ¿me regalas un autógrafo? -Dice el muchacho
con un acento ligeramente cariñoso pero embargado por un tono de voz que se
asimila al de los indigentes.
-Claro con gusto, -le responde el jugador que por lógica debería ser del Deportes
Tolima, pues es el único equipo de fútbol que cuenta la ciudad musical. Me llamó
tanto la atención este episodio que indagué sobre él y descubrí que se llama
Yohandry Orozco y es de Venezuela, y coincidencialmente donde se bajo
aquella noche, es donde tiene su propio establecimiento llamado ‘El Sabor
Venezolano’.
Al llegar a la esquina y con un ambiente tenso por la hora pico que todavía
transcurre, me dispongo a esperar a la ruta que me llevará casa, cuando me
subo al bus veo que tiene una registradora vieja, algo común en el sistema de
transporte público. Tiene una tapicería obsoleta que nadie le da importancia.
Tiene los vidrios sucios y calcomanías que piden a gritos los escenarios de los
juegos nacionales. Pienso que el servicio es malo, lento y obsoleto. La ciudad
necesita un nuevo modelo de transporte masivo, pero no como Bogotá, no
queremos estancarnos.