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la palabra inconclusa
Lina Rovira
Elizabeth Roudinesco1
“Lo que pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas
y cambiándolas por el modelo siguiente, solo porque a alguien se
le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.”
Eduardo Galeano2
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Roudinesco Elisabeth, ¿Por qué el psicoanálisis? Ed, Paidós, España, 2000
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la palabra inconclusa
Ambas citas aluden al discurso que impera en nuestra época: el discurso capitalista.
Llamamos discurso a lo que comúnmente decimos civilización, cultura. Se trata de los
lazos sociales basados en el lenguaje –ya que el lenguaje es lo que nos sitúa por fuera
del mundo animal. Este discurso es la matriz de cualquier acto en que se tome la palabra
e implica un orden de esos lazos sociales. Un orden con el cual cada época regula los
goces en la convivencia de los seres humanos.
Para caracterizar a lo que describe a nuestro siglo, nos atenemos a dos aspectos
interrelacionados: el capitalismo y este discurso científico. El enemigo principal del
capitalismo es la tradición, el consumidor tradicional y la autoridad sensata que fija
goces. Al capitalismo no le sirve aquel que usa siempre el mismo desodorante o
consume durante veinte años la misma pizza. En el capitalismo la autoridad es el
mercado y el sujeto queda reducido a un consumidor de objetos producidos por la
tecnología, brazo ejecutor de la ciencia. Esta férrea alianza ciencia y capitalismo es la
que nos hace la promesa de la felicidad. Se trata de la entrada a un círculo siniestro ya
que no existe la posibilidad de plantearse preguntas, pues el discurso capitalista nos
ofrece verdades enlatadas y precocidas que solo recalentamos y que no pueden ser
cuestionadas. No se trata de ningún deseo singular ni de ninguna responsabilidad por
nuestros propio deseos. Somos un rebaño de seres que gozamos un tiempo corto de un
2
Galeano Eduardo, Para mayores de cuarenta,
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nuevo y pequeño aparato tecnológico para luego reemplazarlo por otro aparato similar
con algún agregado. Es lo que Lacan llamaba gadgets, y es a lo que se refiere la cita de
Galeano. El modo de lograr el no planteamiento de preguntas que conciernen a la propia
existencia, también se halla en relación a la cita de Roudinesco. La autora nos dice: “La
era de la individualidad sustituye a la de la subjetividad, bajo la ilusión de una libertad
sin coacción, de una independencia sin deseo y de una historicidad sin historia.”3 El
hombre de hoy es lo contrario de un sujeto. No existen preguntas sobre sus faltas, sus
padecimientos, ni sus deseos y esto es así porque inmerso en una masa donde cada uno
es casi un clon, cada uno ve como se le prescribe una no muy variada gama de
medicamentos frente a cualquier tipo de síntomas. Pasamos del hombre trágico de la
modernidad, aquél que deseaba, sufría, luchaba y se hallaba atormentado por la
sexualidad y la muerte, al hombre deprimido y adictivo que huye de su inconsciente y
que busca en la droga, en el gadget u objeto tecnológico, en el higienismo – tome tres
litros de agua, camine una hora por día, etc.- en el culto al cuerpo perfecto y joven, el
ideal de la felicidad.
La ciencia y más específicamente las neurociencias, reducen al ser que habla a no ser
más que un quimismo a tratar, que se manifiesta por signos que no representan a nadie
porque la dimensión subjetiva no juega en la partida. Allí no hay nada para escuchar,
porque solo se trata de un “trastorno mental” clasificado en una información estadística,
cuyo tratamiento es por vía de la sustancia y quizá agregando una psicoterapia sugestiva
y rápida que elimine el síntoma – véase DSM IV como traducción científica de “Un
mundo feliz” de A. Huxley, donde queda planteada la abolición del ser hablante. Así
entre nuevos objetos tecnológicos y nuevas sustancias químicas legales o ilegales y
entrevistas directivas y sugestivas, se puede transitar, sin mayores frentes de conflicto y
sin mayor coraje, por la vida. Esta es la felicidad light y adormecida que nos promete el
discurso capitalista. Se trata de una universalización cuyo peligro es que a mayor
globalización, mayor efecto de segregación y mayor efecto de aislamiento. Cada uno
goza solitariamente del objeto tecnológico y los lazos sociales se hallan cada vez más
debilitados. Estos “tóxicos” objetos tecnológicos funcionan incluso en condiciones de
miseria extrema. Jorge Alemán dice: “La miseria es estar a solas con la pulsión de
3
Roudinesco Elizabeth“ Op.cit.
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Como contrapartida a este discurso del hombre objetalizado, que acepta pasivamente la
“verdad” que le ofrece el mercado de objetos y el mercado farmacológico, etc., etc.,
vamos a referirnos a otro modo de desocultar la verdad y transitar la vida, que es el que
parte de una concepción real y ética de la subjetividad humana. Nuestro quehacer de
cada día como profesionales de la salud mental, apunta a “asir” ese real que se nos
escurre de las manos que es la subjetividad, el inconsciente, la pulsión, el sufrimiento, el
goce. Ese real es el que dejan de lado el discurso científico y el capitalismo y es el que
aparece disfrazado en el síntoma –visto como concepto muy amplio. En el campo de la
salud mental nuestra política debe ser “creer en el síntoma”. Creer que el síntoma
significa y habla al hacer hablar, allí donde la electrónica tendería a concebirlo como un
cortocircuito en un microchip. El desafío apunta a pensar que ni el capitalismo ni la
posmodernidad podrán destruir la potencia de la palabra que es el instrumento más
poderoso que posee el sujeto, este sujeto que es humano porque se constituyó a través
del lenguaje. Colette Soler dice:”que el síntoma es lo que hace que cada uno haga
justamente aquello que no está prescripto por el discurso de su época”.5 Y de eso se
trata. De valorar ese síntoma como una verdad propia y esencial del sujeto. Nuestra
tarea no es acallarlo sino abrirlo al develamiento y llegado a un punto si de plantea
como “incurable”, como ese “hueso que no se puede más roer,”, acompañar al sujeto a
que, como decía Freud: “aquello que has heredado, hazlo propio para poseerlo.” Se
trata de no perder más tiempo y vivir dignamente con eso que sí se tiene. Algo así
como sacarle el vino al odre y usar ese odre ya sin asperezas, pulido y lustrado por el
tratamiento, para otro fin útil, que de sentido, una función sublimatoria quizás, por
ejemplo para colocar las flores.
4 Alemán Jorge, “Para una izquierda lacaniana” Intervenciones y textos, Ed, Grama
ediciones, Buenos Aires, 2009
5 Soler Colette “El síntoma en la civilización”, Diversidad del síntoma, Ed, EOL,
Buenos Aires, 1996
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Hacernos los garantes de que el sujeto puede encontrar “la felicidad” según la ilusión
capitalista, en un tratamiento psicológico es una estafa. Esto se sostiene en convicciones
teóricas y filosóficas que sustentan nuestra praxis. Partimos de un sujeto dividido,
deseante, con conflictos y con faltas y llegamos a un punto de fin de tratamiento en
donde ese sujeto puede posicionarse de una manera distinta, más reflexiva, más serena y
más entusiasta y creativa ante esas faltas y ante lo imposible para con esos imposibles
hacer un tránsito más digno, creativo y trascendente por la vida. Se trata de aceptar el no
todo - que el capitalismo quiere negar- pasando de la impotencia y la angustia al
reconocimiento de lo imposible y también al acto con lo posible.
En 1929 Freud se preguntaba sobre las relaciones entre cada individuo y su civilización.
Hablaba desde una ética de lo real. La principal fuente de sufrimientos del hombre en su
vida social estaba en el renunciamiento a las satisfacciones pulsionales impuestas por la
civilización. La civilización coarta las pulsiones y genera el malestar, pero la
interiorización de las prohibiciones se efectúa en el uno por uno de la historia personal
de cada sujeto.
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Si no creyera en la balanza
si no creyera en el delirio
si no creyera en la esperanza.
si no creyera en el deseo
Licenciada en Psicología (UBA) residente en Concordia Entre Ríos. Desde 2005 está
junto a distintos colegas en la Secretaría Científica del COPER Regional Este. Coordina
el Convenio entre la Regional Este del COPER y la Universidad de Bs. As. para el
dictado de la Maestría en Psicoanálisis en Concordia.
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