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Caravelle

Groussac, las ironías y los privilegios


David Viñas

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Viñas David. Groussac, las ironías y los privilegios. In: Caravelle, n°70, 1998. Numéro partiellement consacré à 1898. pp. 288-
298;

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Groussacy las ironías y los privilegios

David VIÑAS

Lo que fatalmente saldrá de esa preponderancia


universal, fundada en el materialismo
financiero y puesta al servicio de una ambición sin
freno ni escrúpulos, no lo verá el que la había
predicho, pero sí sus descendientes americanos
llamados a sufrir los efectos brutales de la
nueva invasión.
Paul Groussac, Prólogo a la segunda edición
(1925) de Del Plata al Niágara, 1893

Mirar a través de una ventana o, con mayor precisión, desde la


ventanilla de un tren en movimiento, se irá convirtiendo en el ademán
definitorio de Groussac frente a los Estados Unidos de 1893. Un
travelling en acecho. Porque además de los ritmos marcados por los
relojes y los horarios que van escandiendo puntualmente el relato y, a la
vez, lo inquietan por su racionalidad industrial y calculadora, su mirar es
una mezcla de lateralidad y espionaje que a lo largo de su itinerario le
permitirá mantener una distancia. Ese cultivo es su producción. Y si su
prosa fría es definida por una sintaxis de alta precisión, su curioseo irónico
podría ser lo característico de su óptica.
Perspectiva antagónica, por cierto, del fervor acelerado de Sarmiento:
porque si Groussac puede ser definido como un caballero doblemente
cauteloso por su origen francés y por sus privilegios argentinos,
Sarmiento es un plebeyo sin ventajas sociales ni económicas; él anota
minuciosamente sus gastos en una libreta arrugada y de tapas de hule,
predominando un aprendizaje utilitario que apunta sobre todo a
"saberes" calcular su posible utilización en la Argentina o en
acumular y
Chile hacia 1 850. Groussac, en cambio, prescinde de esos balances a los
que presentiría tan "cargosos" como indignos de un caballero que recorre
un país definido precisamente por su prolijidad en semejante "rubro".
El trasfondo es un manejo del tiempo que llega a resultar compulsivo y
que en ese momento es difundido por un pedagogo tan próximo a
Sarmiento: "Unfaithfulness in the keeping of an appointment" - llega a
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enunciar Horace Mann - "is an act of clear dishonesty. You may as well
borrow a person's money as his time". Tiempo y mercantilización;
relojes y maquinismo; destinados a los chicos de los colegios y, a la vez, a
los obreros de las fábricas. Groussac se desentiende de los rigores de ese
proyecto utilitario, otros señores del '80 llegarán a abjurar del reloj
mecánico, asomándose, a lo sumo, a los relojes de sol de las plazas o
exhibiendo como un trofeo uno de arena que gotea encima de su
escritorio. Groussac se limita a reivindicar el ocio. Soles y arena: ése es su
mar, Saint Tropez, Biarritz; y más adelante, Mar del Plata con reticencias
hacia Pellegrini, sus bañistas y esa "parodia bonaerense". Es que
Groussac, concentrándose hasta la impasibilidad al cuestionar las
ostentaciones, apenas si accede a comparar desde una posición de
competencia: Argentina versus Estados Unidos; aunque en realidad se
trata, una vez más, de lo francés y lo latino en contraposición con los
resultados de la cultura sajona. Como dos figuras de Julio Verne que
disputan, en América, sobre un tratado de Tordesillas a fines del siglo
XIX. Si son los años en que Quintana y Roque Sáenz Peña maltrataban
al secretario de estado Blaine en 1889, también es el momento del
enfrentamiento decisivo en Fachoda, ese punto de encuentro y conflicto
entre dos estandartes militares: Gordon y el francés Marchand en 1898.
Norte/Sur que se inscribe en el mapamundi complementario de la
disputa del par de imperialismos clásicos con mayor circulación hacia el
1900.
Con su manera de asomarse, Groussac se anticipa así a una polémica
reiterada con matices y anacolutos a lo largo de su viaje: a él no le
interesa aprender porque presiente que no tienen nada que enseñarle en
unos Estados Unidos donde predomina "la mediocridad uniforme e
incurable", último resultado visible de una democracia enfáticamente
igualitaria. Es un debate continental lo que le resulta prioritario. Incluso,
si la mirada de Sarmiento se definía por lo programático de un exilado
que criticaba a Rosas y al mismo tiempo diagramaba una posibilidad
futura de poder, Groussac, por sobre todo, es alguien instalado en esa
cima, con frecuentes desasosiegos, pero que no deja de insinuar los
valores y el proyecto propio de los gentlemen del '80; Incluso, exhibiendo
las propias mediocridades de la Argentina que en ningún momento
escamotea. Sin más vueltas: si Groussac es implacable con el país en el
que vive, cómo no iba a serlo con el que visita, que le es presentado
como el modelo de lo más deficiente de lo que le toca de más cerca: ni
chovinista ni adulador. "Disconforme y polémico". Estados Unidos y la
Argentina se presentan como "democracias del continente americano"; y
él, a cada paso, prefiere apelar a Francia desde ya, y a veces, a Alemania
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"por su educación superior universitaria". Consiguientemente, las pocas


veces en que se esmera por ser ecuánime, su estratagema consiste en
aceptar pero rebajando las hipérboles: "Es una figura descortés que
pretende disimular las ausencias". Uno de los problemas de Groussac, al
que alude resignado, es que no podía limpiar el vidrio de la ventanilla del
tren como si fueran sus anteojos. "USA sí, lo admito". Pero en Europa
reside el paradigma que ilumina pero, a la vez, retacea: "Emerson es muy
sabido que fue una suerte de Carlyle americano, sin el estilo agudo ni la
prodigiosa visión histórica del escocés". Y perfecciona, implacable, su
reticencia en nota al pie de página.
Y llega a encarnizarse emitiendo juicios que sonarán a profecías.
Profetismo señorial, entendámonos, que muy próximo a 1898, se hace
cargo de los perfiles expansionistas de los Estados Unidos en uno de sus
momentos históricos más cuestionados. Como la primera etapa donde el
estilo yanqui que será caricaturizado en el siglo XX, se pone
agresivamente en la superficie; la Gilded age tan criticada hasta por los
gritón"
norteamericanos más lúcidos de ese "período espectacular y
como Veblen y Mark Twain. Son los años en los que se yuxtaponen las
gigantescas empresas de los Rockefeller, los Swift, los Carnegie y los
Morgan con los rough riders y t\ periodismo de Hearst durante la guerra
de Cuba (cfr. Richard Weiss, The American Myth of Success, 1969). "El
éxito norteamericano es la hipérbole atolondrada de una cultura de
consignatarios".
Groussac, mirando desde atrás de un vidrio, al cruzar la frontera entre
México y los Estados Unidos,.,empieza a operar con el contraste -tópico-
que se le irá polarizando: Ciudad criolla!"ciudad yanqui"'; "gran church
gótica"Iiglesia católica; "mujeres morenas"¡muchachas rubias. Y a partir de
esa oposición que se convertirá en el eje de su Del Plata al Niágara
(incluso por el juego que implica el título de su libro), empieza a
desplegar su mordacidad como si necesitara esa peculiar economía para
subrayar sus cautelosos distanciamientos: son anuncios publicitarios y
"carteles ciclópeos", llamadas que lo aturden y, a veces, lo divierten
facilitando sus desahogos. Un voyeur no pretende primeros planos; y si
consiente alguna grandeur, prefiere limitarse a evocar al Emperador;
había aprendido a ir prescindiendo de Hugo y ya se había ensayado con
camafeos, detalles, epigramas y otras miniaturas. La ciudad
norteamericana empieza a hablarle en un inglés retumbante exaltando a
la familia que "hisopea" una compañía de seguros. Cautelas corrosivas
para ir graduando su mirada. "Sin presbicias ni miopías". Pero
entornando los párpados como si espiase a través de una celosía, y fuese
borroneando el resto de su cuerpo para escamotearlo de otra mirada tan
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insistente y cruel. Groussac va entrecerrando su primera aproximación:


"No hay duda posible" - murmura - "estoy en los dominios del Tío
Sam". Y su ironía empieza a intensificarse en una explícita beligerancia
laica y antimercantilista.

Destino e historia; Buenos Aires y "Ariel"

A Norteamérica le encantaba pensar que lo que


quería era precisamente lo que toda la raza
humana quería.
V.G. Kiernan, The New Imperialism.from
White Settlement to World Hegemony, 1978

Desabrida corroboración la de Groussac por haber acertado una


especie de profecía anunciada treinta años antes. 1893-1925. "Eso es el
prólogo de su segunda edición". Publicada nada menos que después de la

expansión desatada
prepotente"
degradado" enque
el Caribe
había
con layderrotado
emergencia
en las Filipinas.
a de
otro
"unSiimperio
imperio
Sarmiento
musculoso,
"arcaico,
se felicita
latino
sajón
por lay

corroboración de sus augurios norteamericanos, Groussac nunca soportó


que lo tuvieran por un adivino. "La historia se degrada en las tiendas de
una feria". No le gustaba que lo aplaudieran por ún pronóstico que
resultaba evidente; nunca alardeó de turfman como Pellegrini o Zeballos,
y "Ganar a placé y en walk-over es demasiado alevoso". Los barcos de
madera del almirante Cervera, reventados por la escuadra acerada del
almirante Dewey, se habían convertido en una siniestra metáfora: unos
Estados Unidos que iban superponiendo en prolongación triunfalista la
doctrina Monroe con el destino manifiesto; y que, además, al terminar la
primera guerra mundial, se irán convirtiendo, de hecho, en el principal
acreedor de Europa y en el reemplazante del poderío imperial británico.
Ese tránsito era lo que Groussac había ido presintiendo y no ya con la
ironía del turista señorial que contemplaba un país desde el otro lado de
la ventanilla de un tren, sino con la inquietud de un típico caballero
espiritualista escrupuloso lector de Taine y de Renan y que había asistido
al deslizamiento desde Cleveland hacia Theodore Roosevelt, primero, y
luego hacia Harding y Coolidge. "Un nuevo calvinismo sanguíneo y
autocomplacido". Con una prepotente dilatación que predominaba pese
a las argucias de Clemenceau en Versalles; y no ya en Cuba y en Puerto
Rico, sino en la Nicaragua de Sandino, en el México de Villa y Zapata, y
en la Haití de Charlemagne Peralte. Y no sólo en el Chicago del
Haymarket, sino en el país de Sacco y Vanzetti (cfr. John Milton
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Cooper, The Warrior and the Priest: Woodrow Wilson and Theodore
Roosevelt, 1983).
Y si bien en la Argentina el pasaje desde el predominio exclusivo de
los gentlemen insolentes como Roque Sáenz Peña y Quintana en 1889, se
había pasado al eduardismo tardío de Marcelo T. de Alvear, el repliegue
desde lo europeo guardaespalda ya se iba advirtiendo de manera notoria.
Estados Unidos había cruzado el Ecuador y bajaba hacia el sur. Fatalismo
que aludía a un "destino" que funcionaba como una especie de subsidio
o soborno encarnado en un tono tradicional. Lo de "materialismo
financiero" le sonaba a proyección de la lucha ideal entre lo latino y lo
sajón, o del espíritu y la materia: ya no se hablaba de los "demonios" sino
de las franquicias; y Groussac redoblaba su profecía: la de 1925 -poco
antes de su muerte- y la de la Argentina que era de sus descendientes
americanos y no ya franceses que iban a "sufrir los efectos brutales de la
nueva invasión". Su ironía enfrentada a las "deformaciones
democráticas" de 1893, lo convertía en un caballero conservador; ahora,
envejecido pero lúcido y en despedida, no divulgaba ninguna expectativa
sobre una posible reconciliación que lo despositase en la nostalgia o en el
misticismo. Las conjeturas de 1893 se le habían convertido en certezas,
aquellas impresiones, en juicios categóricos, desgarradores. Eso era lo que
Groussac llegaba a corroborar entre la primera y la segunda edición de su
libro; desde el momento de un apogeo que insinuaba ya sus primeras
fisuras, hasta llegar a un período de incómodo pero ineludible
arrinconamiento. Los sobrevivientes de 1880 padecerán, en los años '20,
de ese síndrome desabrido: Juan Agustín García o González, el riojano.
La comparación con el pasado podía servirles como soporte y
justificación de cierta identidad; de ninguna manera como queja, refugio
o melancolía. Los gentlemen argentinos como Groussac sabían perder.
Los corroboraba perder. Querían perder. Y en eso consistía la
prohibición de su queja. La derrota llevada con silenciosa dignidad
confirmaba su estirpe. "A esa altura de la soirée" en el envés del
"democraticismo anárquico triunfante", se acrecentaba el sigilo que, por
definición, era aristocrático. Por más de una razón, el Ariel de Rodó,
había sido recibido con "encomios y ponderaciones" en el Buenos Aires
del 1900 por la gentry porteña (cfr. Real de Azúa, Ariel, libro porteño,
1987).

Testimonios y autobiografismo

Su físico [el de Groussac] estaba en íntima


correlación con su carácter: hombros puntia-
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gudos, facciones angulosas, nariz afilada. Todo


en él eran puntas y aristas.
Manuel Gálvez, Amigos y maestros de mi
juventud, 1944

Groussac no se limita a mirar a través de una ventanilla, sino que por


momentos se describe a sí mismo, como si el vidrio episódicamente
perdiera transparencia y se le fuera convirtiendo en un espejo. "Yo
también soy un paisaje". Porque si prosigue cuestionando a los Estados
Unidos al cruzar desde Ciudad Juárez a El Paso, y pese a la continuidad
de la toponimia, subraya que "la estrechez del río fronterizo implica la
inmensidad de un océano", cuando en realidad está pensando en el
espacio que separa a Francia (y a él mismo) de los Estados Unidos. Sobre
todo que -confiesa- ese país, como el inglés, para él, presupone un texto
casi del todo desconocido; y deletrear y balbucear connotan sus
limitaciones. Pero pese a esos tropiezos que provienen de su francés que
resuena al fondo de su paseo, se resuelve a encararlo montando, como
dice, "a un caballo maneado".
Y prosigue justificando lo que prevee como dificultades en los
Estados Unidos: "ese mundo donde penetro, no es solamente extraño y
nuevo", sino antipático "a mis gustos incurables de desterrado artístico y
soñador". Iniciación y dificultades; entrada en una- geografía adversa y
crispación de sus rasgos personales. Incluso ese mapa novedoso que va
palpando, irrita aún más su estilo ya conformado por el tiempo pasado
que se sabe de memoria una genealogía: el burgués conquistador no es
mucho más que, el bourgeois molieresco que, al hacer de su prosa un
imperio, resulta todo lo contrario de sus tendencias "exasperadas por
veinte años de juicios absolutos y de soledad intelectual".
Alude así a su solitario exilio en la Argentina. Ovidio, Dante y otras
extrañezas, hasta Echeverría le sirve para ensayar la muerte en el
destierro, esa extraterritorialidad sin prerrogativas. O con una sola:
familiarizarse con aplomo ante una época que empezaba a negarlo. Por
eso Groussac prosigue su viaje recuperando sus antiguos malestares en su
país de origen, allá lejos donde ya se había enfrentado con ciertos rasgos
episódicos que se le van convirtiendo en lo general y predominante en
los Estados Unidos de la década de 1890. El autobiografismo no implica
retoques, exaltaciones ni perfiles, más bien la trituración de antiguos,
actualizados contratiempos que no terminan sino que apenas si se
interrumpen: "Yo, que me hallo casi desorientado en el París
cosmopolita y frivolo de la ribera derecha, de los bulevares y del Figaro "
-confiesa-, "¿qué vengo a ver en este reino del industrialismo, de la fuerza
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bruta, de la vulgar democracia y de la fealdad?" La mirada de los viajeros


románticos se había asimilado al vuelo de pájaro: amplios panoramas,
idealidades; desde ese revoloteo todo se convertía en el infinito de los
paisajes o en la ancha epicidad de los temas históricos, batallas, cruces de
ríos, cordilleras o entradas triunfales; los del '80, sin descender del todo,
miran desde el privilegio que se traduce en la impertinencia del haut en
bas. Así llega Groussac, como por viejas revanchas, a mirar a los yanquis
y a los Estados Unidos.
Porque si el casi funciona como una muesca en su discurso crítico
donde deposita lo alusivo concediendo y rescatando a la vez su condición
de francés, por contrario sentido se define con altivez. Su arrogancia se le
ha convertido en "eminencia". Privilegio de señores: su propio cuerpo
corrobora su "altura de miras". Desde ahí habla; inscribiéndose en esa
destreza a partir de una ciudadanía muy restringida y concreta: desde la
unicidad agresiva de su rive gauche, en contra de lo mundano y clerical,
rescata la sagesse, confirmando su aristocraticismo y sus insolentes
convicciones.

Repliegue, reactivos, pasatismo y reacción

Su vida (la del norteamericano típico) está


ocupada por la necesidad de prosperar, ganar
dinero, vencer el rival, pagar al terapeuta.
Vicente Verdú, El planeta americano, 1996

Los hallo impermeables a todo lo que sea gusto


y verdadera civilización. Sus diarios, sus piezas
de teatro, sus conversaciones, sus adornos, sus
joyas, sus procesiones, sus comidas: todo es
mammoth. Su ingenuidad es tan enorme, que
llega a ser grandiosa.
Paul Groussac, op. cit., 1893

Estados Unidos, desde la apertura de su itinerario norteamericano, lo


va situando a Groussac en un pasatismo que se irá haciendo más y más
nostálgico ante un proceso que presiente tan gigantesco como inexorable
y grotesco. Si para Sarmiento la grandeur norteamericana aludía a
"Whitman, a Groussac lo remite a Gargantua. Su lucidez se acrecienta así
con su impotencia; y su agresividad, la estratagema cuando presiente que
lo juzgan "rancio". Hasta describir en una suerte de paradójica regresión
que además de "desalentado", lo convierte -textualmente- en "muy
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chiquito arrinconado en un ángulo del vagón", no pudiendo "meterme


debajo de la butaca y desaparecer como en una concha el caracol".
Abrumado, no sólo recupera en un movimiento hacia atrás, su
nacionalidad y sus pasadas experiencias francesas, sino que en un ademán
infantil, insólito pero veraz en medio de sus mordacidades, se repliega en
un seno que resulta, al mismo tiempo, escondite y penumbra.
Pero "la reacción". Inmediata. Como si hubiera claudicado en lo
confidencial. Porque ese rincón imaginario no sólo fortalece el vidrio
separador sino que lo va condicionando a profundizar sus defensas
irónicas: la primera, su sabiduría histórica, que le permite relativizar ese
impacto agobiante; la segunda, una cita en latín que, al subrayar su
sentido de "los grandes tiempos", le agrega otra apoyatura clásica,
inamovible, frente a lo que presiente sólo un capítulo del devenir.
Groussac es un ancien élève. Molière, dijimos; y Rabelais, por supuesto;
y Voltaire, Chamfort, Stendhal y Sainte-Beuve son citados
familiarmente. Reticente con las efusiones románticas, se muestra
escrupuloso cuando se adscribe a los maîtres à penser del 1890. Por eso,
en un tercer movimiento, reitera su propio ademán infantil
generalizándolo: si su reacción "de niño" se inscribe en una serie, la
descarga de su individualidad, la distancia, la objetiva y puede enunciar
que es sólo un episodio: "La joven América" -concluye en conjuro-
"inaugura la misma etapa". Se trata de la historia que si puede
zigzaguear, siempre es progresiva. Groussac, además de viajero, de
exilado, de caballero y de francés, termina como un positivista del siglo
XIX. "Moderado". Aquellos son datos aislados y contradictorios, pero el
positivismo es una fe y sirve para eso: para cementar lo fragmentado y,
en primer lugar, funcionar como invocación contra lo que lo abrumó
empequeñeciéndolo fugazmente. Como si hubiera rezado, su plegaria
laica, inaugurada en latín, se cataliza unitariamente con su convicción en
el progreso universal y en el suyo propio. "Ahora bien -va
concluyéndome toca en suerte estudiarla [la misma etapa encarnada en USA] y acaso
comprenderla en la hora eficaz de la vida, en la plena madurez, cuando
ya disipadas las famosas pasiones juveniles y antes de la decadencia física
y mental, goza el espíritu de su completa autonomía".
El típico narrador del siglo XIX no sólo es un caballero avezado, que
ha "vivido su vida" y que puede dar consejos ante un auditorio en
semicírculo, sino que ha leído a Cicerón y De senectute. Groussac, al ir
penetrando en los Estados Unidos, no olvida que, ante todo y a pesar de
sus episódicos desfallecimientos, es un gentleman que habla desde los
valores de la gentry. Un caballero, aun en el exilio o a solas en los Estados
Unidos, es un "dechado". Y es parte e insignia de una élite que, ya en
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1893, tiene conciencia que representa a un grupo social tan clásico como
homogeneizado por lo experimental. Los gentlemen del '80 argentino se
sentían turistas o abatidos, embajadores in partibus en Nueva York o en
Washington. A Victoria Ocampo le pasará lo mismo en 1930 o en el
'45.

Lo excesivo y deformado: mamuts, mormones y otras magnitudes

...was the origin of the whole system of modern


economic administration. It has revolutionized
the way of doing business all over the world.
The time was ripe for it. It had to come,
tought all we saw at the moment was the need
to save ourselves from wasteful conditions. The
day of combination is here to stay.
Individualism has gone, never to return.
John D. Rockefeller, 1890

La principal experiencia de un caballero que apuesta a lo ciceroniano


-filosofía de hombres maduros- deriva en la posibilidad de no
dramatizarse y de practicar la ironía ante las grandezas, efímeras siempre:
"El famoso Tabernáculo mormón" -comenta Groussac- "es un inmenso
carapacho de gliptodonte puesto sobre zancas rígidas y que ocupa en
arquitectura el mismo puesto que en literatura sagrada el Libro de
Mormón ". La arquitectura norteamericana es la primera víctima de un
mirón que apenas si ha pasado de la ventanilla del ferrocarril a los
ventanales de su hotel; el travelling se ha detenido en los primeros planos
que fijan la pose de las veloces tipologías y que le permiten a Groussac
encarnizarse alevosamente: "Grotesca armadura"; "octavas maravillas" -va
enunciando-, "sutilezas supremas". Es el momento en que ya se ríe sin
disimulo: "Wonderful, exclama el coronel, que es ingeniero, y felicita
calurosamente al portero como si éste fuese el constructor". Los
mormones terminan convertidos así en el epítome, por reducción al
absurdo, de la cultura sobreactuada de los Estados Unidos.
"La grandeza" que admiraba y a la que aspiraba Sarmiento, al hacerse
constante y desproporcionada, se convierte en grandota. Tal cual. Es la
sobreabundancia que alude al exhibicionismo de la riqueza; la
connotación más frecuente de "un país de nuevos ricos"; la dimensión de
lo cuantitativo cuando no logra calidad mediante alguna mutación; las
acumulaciones que no pueden "producir interés", convirtiéndose en
inútiles (y sobresaturadas) por definición. Es el ripio hecho ademán; sin
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lograr, por propia proliferación, "alguna espiritualidad". Se trata, en fin,


de la materia inerte que de tan "espesa" no puede lograr un salto de
"veracidad". Lo supérfluo que a Eduarda Mansilla la encandilaba con
malestar, con Groussac se ha convertido, de manera grotesca, en "ruinas
flamantes".
Si los Estados Unidos, "país de gordos, de cerdos, de multitudes" tan
homogéneas como anónimas, cuya divisa mayor -según Groussac- es
Chicago, sus "gigantescos corrales y embutidos" son el resultado del
desplazamiento y la multiplicación de "lo mejor norteamericano
tradicional". Nueva Inglaterra copiada y prolongación, a su vez, de
Europa se ha trocado en la capital de "las multitudes inmigrantes ávidas
de corporeidad". "Chicago, Chicago": lo peor de Buenos Aires y también
de París. El presunto "crisol" finalmente se ha convertido en pot-pourri
(cfr. Nathan Glazer, Beyond the melting pot, 1975).
"Chicago", insiste Groussac: eventual capital del país material de los
espesos apellidos en triunfo y proliferación y poder: Armour, Carnegie,
Rockefeller, cuya feria internacional es el compendio y la condensación
"de todo eso", y cuya insignia es el mammoth, "simbolo yanqui de la
magnificencia, de la grandeza": "Mammoth es el Niágara, lo mismo que
el Capitolio de Washington, Mammoth es el auditorium y la pieza que
en él se representa". Modernos paquidermos. Y "Mammoth el matadero
de Armour y el mismo mister Armour", y su "Estadística de cerdos
beneficiados"
y la estatua de la Libertad {cf. Theodore Greene, Americas
Heroes, 1971).
Y de ese blasón generalizado continúa burlándose copiosamente
Groussac: la feria internacional es una mezcla de "circo y de zoo", donde
se exhibe una naturaleza anacrónica administrada por los Barnum y los
Buffalo Bill; un escenario colosal que se pretende wagneriano, pero que,
en última instancia, no es más que un pretexto para que Juan Moreira se
disfrace de sheriff. La paradoja de la World's Columbian Exposition de
Chicago de 1893 es que por detrás de las magras fachadas del progreso
resuena una de las depresiones económicas más severas que los
norteamericanos habían experimentado hasta entonces. Nada tiene de
extraño, pues, que cuando no logra exorcizar al "país del mal gusto" con
sus sarcasmos, Groussac pierde su compostura y se exaspera hasta atacar
"la democracia" en general. Como otras veces con el idealismo señorial,
el dato se convierte en universal. "Democracia, bastardía". Ahí reside la
raíz de todo lo que se vende en los Estados Unidos: "la marea
democrática" que lee "la prensa encanallada" en "esa vasta llanura
ilimitada".
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Para conjurar esa "confusión ingenua de la cantidad con la calidad",


Groussac termina apelando al genio, ese "héroe de la excepcionalidad"
-esa grandeza, sin duda, pero espiritual-, culminación de la aristocracia
donde se presiente la debilidad o la fatiga personal y la de su clase "frente
brutal"
a esa avalancha multitudinaria", "fuerza inconsciente y
numericamente apelmazada, robusta y prepotente que pretende
manifestarse a través del "enorme balbuceo de Walt Whitman o del
darwinismo humorístico de Mark Twain".
Y ya no es burla: son los negros, representantes de "lo más abyecto,
profundo y bajuno". Porque la síntesis de las "multitudes igualitarias" es
el negro, el no perfil, la pura negatividad, el color como denegación y,
sobre todo, lo opuesto al genio. El malestar estético no es inocente ni
viene solo. Porque si alguien viaja a solas, realizando el itinerario
norteamericano de un gentleman cada vez más parecido a un"soltero
agriado"
-en el viaje de un solterón-, termina por atribuir lo que le parece
intolerable a los que son multitud y más extraños. Solo/muchos. Yo
único, ellos pululantes. "Nada tengo que ver con ésos". Ni con los
norteamericanos que se le parecen más. Al final del exotismo de los
Estados Unidos, no reside madame Butterfly ni Pierre Loti. Groussac no
es Wilde; su corresponsal preferido hacia 1890 -después de recíprocas
explicaciones- será Miguel Cañé. Y la Ley de Residencia lo más parecido,
en sus fundamentos, a la Ley de Lynch.
La versión de Groussac -desde la ironía hasta la irritación- cada vez
más apela a su público. "El gentleman escribiendo apela a la gentry".
Frente a los más distintosl "los que más se parecen a mí". A esa sólida
homogeneidad apuesta: "En el mejor restaurante, os quedáis unos
cuarenta minutos delante del mantel limpio -he escrito allí casi todos mis
apuntes. Recomiendo la receta a mis amigos del Círculo de Armas". El
lugar donde escribe es parte de su escritura. "Buen estilo y gourmet" que
llegan a superponerse; así como la gourmandise ya implica a muchos. "Y
muchos, una vez más, son Chicago y una Libertad a la Bartholdy". Es "la
democracia absoluta, la tabla rasa de las tradiciones y el desdén de toda
preocupación ideal, que se traducen en lo especulativo por la
mediocridad uniforme e incurable, que es la forma más perfecta de la
igualdad". El viaje de Groussac por Estados Unidos -"esta América que
abandono sin melancolía"- se fue realizando bajo la mirada benévola
pero vigilante de sus lectores del Círculo de Armas.

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