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La Teoría del Apego, esta es una teoría iniciada en los años cincuenta que parte de una
perspectiva etológica, bien a tono con los derroteros epistemológicos de su tiempo. Sus
principales exponentes, J. Bolwby y M. Aisworth plantean que la separación producida entre un
niño pequeño y una figura de apego es de por sí perturbadora y suministra las condiciones
necesarias para que se experimente con facilidad un miedo muy intenso. Como resultado, cuando
el niño visualiza ulteriores perspectivas de separación, surge en él cierto grado de ansiedad. El
propio Bolwby cree que su planteo es una combinación de la Teoría de las señales y de la Teoría
del apego frustrado (Bolwby, 1985).

   

  
Bolwby pensaba que la relación entre lo que provoca temor y lo que realmente puede
dañarnos es indirecta. Sin embargo compartimos con los animales ciertos temores: el
desconocimiento del otro ser o de un objeto; el temor a objetos que aumentan de tamaño o se
aproximan rápidamente; el temor a los ruidos intensos y el temor a la oscuridad y el aislamiento.
Nada de esto es peligroso en sí mismo pero desde el punto de vista evolutivo tiene explicación:
son señales de peligro, por ejemplo, la presencia de depredadores que se perciben como seres
extraños y que se aproximan comúnmente durante la noche y la cercanía de un desastre natural
(Bolwby, 1985).

La tesis fundamental de la Teoría del Apego es que el estado de seguridad, ansiedad o


zozobra de un niño o un adulto es determinado en gran medida por la accesibilidad y capacidad de
respuesta de su principal figura de afecto. Cuando Bowlby se refiere a presencia de la figura de
apego quiere decir no tanto presencia real inmediata sino accesibilidad inmediata. La figura de
apego no sólo debe estar accesible sino responder de manera apropiada dando protección y
consuelo.

Su teoría defiende tres postulados básicos:

Cuando un individuo confía en contar con la presencia o apoyo de la figura de apego siempre
que la necesite, será mucho menos propenso a experimentar miedos intensos o crónicos que
otra persona que no albergue tal grado de confianza.

La confianza se va adquiriendo gradualmente durante los años de inmadurez y tiende a


subsistir por el resto de la vida.

Las diversas expectativas referentes a la accesibilidad y capacidad de respuesta de la figura de


apego forjados por diferentes individuos durante sus años inmaduros constituyen un reflejo
relativamente fiel de sus experiencias reales.

Relevancia de la Teoría del Apego

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Es interesante señalar que la Teoría del Apego investiga la ontogenia de las respuestas a
la separación e incluye referencias a Piaget al hablar de la interacción del apego con el desarrollo
cognitivo del bebé en la segunda mitad del primer año de vida, cuando este logra permanencia
del objeto. En las 28-30 semanas de vida se da el punto de viraje es decir aparecen las respuestas a
la separación como evidentes; el bebé ha empezado a percibir el objeto como algo que existe
independientemente de sí mismo, aún cuando no lo perciba directamente por lo cual puede iniciar
su búsqueda. Hay experimentos de los 70 que demuestran que la permanencia de las personas se
produce primero que la permanencia de los objetos inanimados (Oliva, s/a).

La tendencia a reaccionar con temor a la presencia de extraños, la oscuridad, los ruidos


fuertes, etc, son interpretados por Bolwby como el desarrollo de tendencias genéticamente
determinadas que redundan en una predisposición a enfrentar peligros reales de la especie y que
existen en el hombre durante toda la vida. Aunque inicialmente esta postura podría evaluarse
como demasiado sesgada hacia la carga biológica, en realidad, Bolwby completa su postura
refiriéndose a una serie de circunstancias psicológicas y culturales que dan lugar a estas
reacciones. En este sentido hace referencia a los peligros imaginarios, los indicios culturales
aprendidos de otras personas sobre el peligro, la racionalización, la atribución de significado a las
conductas de los niños por parte de los padres, la proyección y el contexto familiar (Bolwby, 1985).

A. La teoría formulada por John Bowlby y Mary Ainsworth sobre el vínculo


afectivo que se establece entre madre e hijo es un planteo teórico de mucha fuerza en el área
del desarrollo socio-emocional. Con el paso del tiempo esta teoría se ha fortalecido y
enriquecido gracias a una gran cantidad de investigaciones realizadas en los últimos años que la
han convertido en una de las principales áreas de investigación evolutiva (Oliva, s/a).

Esta teoría está basada en observaciones naturalistas y en una extensa investigación


empírica.

En la década del 40, Anna Freud y Burlingham describieron la experiencia de cuidado de


niños en una guardería separados de sus madres. Ellos observaron que los niños poco tiempo
después de estar en las guarderías, desarrollaban un sentimiento intenso de posesión hacia las
niñeras y daban señales de inquietud cuando esta no estaba disponible. Durante los años sesenta,
Schaffer y Emerson (1964) realizaron en Escocia una serie de observaciones sobre sesenta bebés y
sus familias durante los dos primeros años de vida. Este estudio puso de manifiesto que el tipo de
vínculo que los niños establecían con sus padres dependía fundamentalmente de la sensibilidad y
capacidad de respuesta del adulto con respecto a las necesidades del bebé (en Bolwby, 1985).

En 1970 Ainsworth y Bell diseñaron la m  


   (en Bolwby, 1985) para
examinar el equilibrio entre las conductas de apego y de exploración, bajo condiciones de alto
estrés. Desde este momento la m  
   se convirtió en el paradigma experimental
por excelencia de la Teoría del Apego.

La m  
   es una situación de laboratorio de unos veinte minutos de
duración con ocho episodios. La madre y el niño son introducidos en una sala de juego en la que se
incorpora una desconocida. Mientras esta persona juega con el niño, la madre sale de la
habitación dejando al niño con la persona extraña. La madre regresa y vuelve a salir, esta vez con
la desconocida, dejando al niño completamente solo. Finalmente regresan la madre y la extraña.

Tal y como esperaba, Ainsworth encontró que los niños exploraban y jugaban más en
presencia de su madre, y que esta conducta disminuía cuando entraba la desconocida y, sobre
todo, cuando salía la madre. A partir, de estos datos, quedaba claro que el niño utilizaba a la
madre como una base segura para la exploración, y que la percepción de cualquier amenaza
activaba las conductas de apego y hacía desaparecer las conductas exploratorias (Oliva, s/a).

Como resultado de este experimento Aisworth y Bell postularon lo que se conoce como
los diferentes tipos de apego:

Apego seguro:

Es un tipo de relación con la figura de apego que se caracteriza porque en la situación


experimental los niños lloraban poco y se mostraban contentos cuando exploraban en
presencia de la madre. Inmediatamente después de entrar en la sala de juego, estos niños
usaban a su madre como una base a partir de la que comenzaban a explorar. Cuando la
madre salía de la habitación, su conducta exploratoria disminuía y se mostraban
claramente afectados. Su regreso les alegraba claramente y se acercaban a ella buscando
el contacto físico durante unos instantes para luego continuar su conducta exploratoria. Al
mismo tiempo en observaciones naturalistas llevadas a cabo en el hogar de estas familias
se encontró que las madres se habían comportado en la casa como muy sensibles y
responsivas a las llamadas del bebé, mostrándose disponibles cuando sus hijos las
necesitaban.

Apego inseguro-evitativo:

Es un tipo de relación con la figura de apego que se caracteriza porque los niños se
mostraban bastante independientes en la m  
  . Desde el primer momento
comenzaban a explorar e inspeccionar los juguetes, aunque sin utilizar a su madre como
base segura, ya que no la miraban para comprobar su presencia, por el contrario la
ignoraban. Cuando la madre abandonaba la habitación no parecían verse afectados y
tampoco buscaban acercarse y contactar físicamente con ella a su regreso. Incluso si su
madre buscaba el contacto, ellos rechazaban el acercamiento. Su desapego era semejante
al mostrado por los niños que habían experimentado separaciones dolorosas. En la
observación en el hogar las madres de estos niños se habían mostrado relativamente
insensibles a las peticiones del niño y/o rechazantes. Los niños se mostraban inseguros, y
en algunos casos muy preocupados por la proximidad de la madre, lloraban incluso en sus
brazos.

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Otros estudios (Isabella, Stevenson-Hinde y Shouldice, en Oliva, s/a) encontraron que en


ciertas circunstancias estas madres se mostraban responsivas y sensibles, lo que habla de una
capacidad de actuar adecuadamente a las necesidades de sus hijos. Sin embargo, el no hacerlo
siempre hace pensar a los investigadores que el comportamiento de las madres está afectado por
su humor y su grado de tolerancia al estrés.

El niño en este caso se comporta de modo tal que responde a una figura de apego que
esta mínima o inestablemente disponible; el niño puede desarrollar una estrategia para conseguir
su atención: exhibir mucha dependencia. Entonces acentúa su inmadurez y la dependencia puede
resultar adaptativa a nivel biológico, ya que sirve para mantener la proximidad de la figura de
apego. Sin embargo, a nivel psicológico no es tan adaptativa, ya que impide al niño desarrollar sus
tareas evolutivas (Oliva, s/a).

             
   
     
  

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Bowlby tomó en cuenta la etología al describir el carácter muy activo de las conductas de
vínculo del niño. El pensamiento analítico anterior hacía mucho hincapié en la dependencia del
bebé con respecto a la madre, en la necesidad de gratificación para mantener bajo control la
tensión instintual. A diferencia de esto, en Bowlby se aprecia el reconocimiento del rol del bebé en
su voluntad de suscitar respuestas en su madre, y se hace énfasis en la actividad y no en la
indefensión, en la facultad de promover conductas y no en la pasividad (Brazelton, 1993).

Al hacer referencia al rol de la interacción Bowlby plantea que la experiencia de


separación real mina la confianza pero no es suficiente para que surja la ansiedad de separación.
Para ello es necesario que intervengan otras variables como amenazas de abandono con fines
disciplinarios, discusiones de los padres con significado implícito de riesgo de separación, etc. Es
muy típico escuchar a muchos padres con la amenaza de: ͞Si no te portas bien, te llamo al policía
para que te lleve͟; o ͞Te dejaremos solo͟; o ͞Papá se marchará͟; o ͞Mamá se enfermará y se
morirá͟, o amenazas y/o intentos reales de suicidio.

C. Teoría de alto valor heurístico, que continúa generando investigación y debate en la
psicología.

Es sorprendente el número de investigaciones en Psicología que se ha generado a partir


de la Teoría del Apego. En su artículo ͞Estado actual de la Teoría del Apego͟, A. Oliva resume
varias líneas de investigación que se han abierto a partir de los debates que generan aún hoy los
planteamientos cincuentenarios de Ainsworth y Bolwby.

Reseñaremos a continuación algunas de las polémicas más importantes al interior de cada


una de estas líneas de investigación.

1. Trasmisión generacional del apego. La transmisión intergeneracional de la seguridad


en el apego ha sido cuestionada e investigada en varios estudios. El hecho de que los
padres seguros tengan hijos con apego seguro, los padres preocupados niños con
apego inseguro-ambivalente, y los padres rechazados niños de apego inseguro-
evitativo, ha sido probado en varias investigaciones (Benoit y Parker, 1994; Fonagy,
Steele y Steele, en Oliva, s/a). Se ha encontrado que la capacidad predictiva que las
representaciones maternas tienen sobre el tipo de apego que establecen sus hijos es
de alrededor del 80%.

Estos datos ponen el acento en la transmisión intergeneracional del tipo de apego


entre padres e hijos. Los investigadores explican este fenómeno a partir de los
modelos internos activos que son trasmitidos a los hijos; que fueron construidos
durante la infancia y reelaborados posteriormente. Este último aspecto es muy
importante, ya que como señala Bretherton (en Oliva, s/a) lo importante no es el
tipo de relación que el adulto sostuvo durante su infancia con sus figuras de apego,
sino la posterior elaboración e interpretación de estas experiencias. Es decir, no es
tan determinante el tipo de apego que se tuvo con los padres propios sino la
reelaboración consciente e inconsciente que luego, durante la vida y el
cumplimiento del rol de padres se haga de aquella experiencia.

El hecho de que exista la transmisión generacional del apego no debe llevarnos a


pensar que siempre es una copia exacta del apego materno. Si bien los modelos
representacionales del tipo de apego parecen tener mucha estabilidad, algunos
acontecimientos en la vida de los padres, pueden provocar su cambio.

2. Apego múltiple. Aunque Bowlby admitió que el niño puede llegar a establecer
vínculos afectivos con distintas personas, pensaba que los niños estaban
predispuestos a vincularse especialmente con una figura principal, y que el apego
con esta figura sería especial y distinto cualitativamente del establecido con otras
figuras secundarias.

A esto lo llamó monotropía o monotropismo y planteaba que era lo más conveniente


para el niño/a. Consecuentemente, una situación donde los niños fueran criados por
varias personas no sería adecuada. Más tarde Bolwby afirmó haber sido
malinterpretado sobre este particular (Oliva, s/a).

Es común que cuando un niño/a está triste o enfermo busque la compañía de su


madre preferentemente, pero también es posible que prefiera al padre.
Investigaciones realizadas en este sentido prueban que en el momento del
nacimiento los padres pueden comportarse tan sensibles y dispuestos a responder a
los bebés como las madres (Oliva, s/a).

El apego no sólo se produce con relación a las figuras parentales. Aunque se admite
que hay poca investigación al respecto, se sabe que con los hermanos se logran
verdaderas relaciones de apego. Los niños se ofrecen unos a otros ayuda y consuelo
en situaciones desconocidas o amenazantes (Oliva, s/a).

En conclusión, los niños son capaces de establecer vínculos de apego con distintas
figuras, siempre que éstas se muestren sensibles y cariñosas. No es de antemano
negativa la existencia de varias figuras de apego. Por el contrario puede ser muy
conveniente, pues facilita elaboración de los celos, el aprendizaje por imitación y la
estimulación variada. Incluso es una garantía para una mejor adaptación en caso de
una inevitable separación de los padres en caso de accidente, enfermedad o muerte
(Oliva, s/a).

3. Temperamento y Apego. Se ha pensado que existe una relación entre el


temperamento del niño y el tipo de apego que pueda llegar a establecerse. Este
tema ha creado un fuerte debate en los últimos años, sin que se haya llegado a un
acuerdo absoluto.

Hay varias hipótesis entre las cuales la que parece recibir mayor apoyo es la que se
conoce como: el modelo de Ô  (Thomas y Chess, en Oliva, s/a). Esta
postula que el factor clave es la interacción entre las características
temperamentales del niño y las características de los padres. Es decir, ciertos rasgos
del niño pueden influir en el tipo de interacción adulto-niño y, por tanto, en la
seguridad del apego, pero en función de la personalidad y circunstancias del adulto.
Por ejemplo, la irritabilidad en el niño puede suscitar respuestas completamente
diferentes en dos personas de distintas características de personalidad.

4. Apego madre-apego padre. Bretherton, (en Oliva, s/a) plantea que hay una
concordancia entre el tipo de apego que el niño establece con ambos progenitores.
Cuando el niño muestra un tipo de apego seguro en la m  
   con la
madre, es muy probable que también sea clasificado como de apego seguro cuando
es el padre quien acompaña al niño en esta situación. También hay una clara
similitud en cuanto al tipo concreto de apego inseguro mostrado hacia ambos
padres. Sin embargo, los resultados reseñados parecen contradecir la hipótesis de
͞bondad de ajuste͟. Habría que investigar la influencia del paradigma experimental
de la   
   en el tipo de apego encontrado, según la clasificación
tradicional.

5. Apego y ͞Day Care͟. Hay muchas investigaciones con datos algo contradictorios en
torno al asunto de los cuidados alternativos a los bebés en su primera infancia y la
relación de apego.

Al parecer, los datos hacen difícil la generalización acerca de las influencias de los
cuidados alternativos sobre el vínculo que el niño establece con sus padres. No
puede decirse con certeza que estos cuidados necesariamente implican mayor
probabilidad de inseguridad en este vínculo. El elemento esencial parece ser la
calidad de los cuidados que se ofrecen al niño como alternativa a los cuidados de los
padres. Esto será lo que determinará la seguridad del apego. Si los cuidados son
adecuados y promueven que el niño pueda interactuar con los padres sin ansiedad,
no se espera que aparezcan problemas emocionales.

Por otra parte, la experiencia clínica ha aportado sobre ciertos elementos a tener en
cuenta en estos casos. Brazelton (1992) indica la importancia de que los padres
reconozcan los sentimientos dolorosos asociados a dejar al bebé en un cuido; el
tenerlos claros puede ser muy útil para manejar la situación emocional que se
genera en el ambiente familiar. Este autor recomienda para facilitar la transición del
hogar al cuido, que los padres deben prepararse para ese proceso, deben comentar
al niño/a , sobre lo atractivo de jugar con otros niños, presentarlo a su cuidador/ra,
permitirle que lleven consigo un objeto de casa y recordarle cuándo regresarán a
buscarlo.

6. Validez trascultural de la Teoría del Apego. Siempre ha sido común entre los
investigadores de este tema, la idea de que distintas culturas que representan
distintos ambientes de adaptación, tendrán diferentes prácticas de crianza
consideradas como las más adecuadas. Esto traerá por consecuencia que variarán
los comportamientos y reacciones de los padres ante las llamadas y señales de sus
hijos. Las prácticas establecidas con los niños, que se consideran adecuadas en la
cultura de pertenencia, no tienen porqué ser compatibles con los principios de
adaptación filogenética o individual (Hinde y Stevenson-Hinde, en Oliva, s/a). Este es
precisamente el punto central de la polémica.

En tal sentido Oliva (s/a) reseña abundante investigación transcultural que prueba
que en ciertas culturas un tipo de respuesta ante las necesidades de los bebés es
más frecuente que en otras. Tomando como base el comportamiento típico de los
niños/as en la m  
  se ha llegado a plantear la mayor o menor
frecuencia de aparición de los tres tipos de apego según distintas culturas, lo que
desde el punto de vista teórico es cuestionable. Creemos que lo que está en
evidencia aquí

además de la diferenciación cultural es la validez de este diseño experimental para


dar conclusiones sobre la ͞adecuación͟ de diferentes interacciones y prácticas de
apego.

Otras voces se han levantado para apoyar la validez de una supuesta universalidad
de la teoría del apego es decir, postular la existencia de una relación, también
independiente de factores culturales, entre la responsividad materna y el tipo de
apego establecido por el niño. Tampoco sobre este punto se disponen de datos
transculturales suficientes. El propio Oliva cree que u       

             
 

 
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  ! (Oliva, s/a, p.20).

Referencias:

Bowlby, J. (1985). La separación afectiva. Ediciones Paidos: Barcelona.

Brazelton, T. y Cramer, B. (1993). La relación más temprana. Padres, bebés y el drama

del apego inicial. Ediciones Paidos: Buenos Aires.

Brazelton, T. (1992). 35 Separation. En Touchpoints: your child͛s emotional and

behavioral development. Perseus Books. Reading: Massachussetts.

Oliva, A. Estado actual de la teoría del apego. Universidad de Sevilla.

http://www.pdipas.us.es/o/oliva/investigacion.html

[Accesado 1 de noviembre de 2004]

Revista Latinoamericana de Psicología 2006, volumen 38, No 3, 493-507

APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL. IMPLICACIONES PARA LA SALUD

LUSMENIA GARRIDO-ROJAS1

Universidad Católica del Maule, Talca, Chile

ABSTRACT This article aims to make a theoretical revision on the relations between different styles
of attachment, emotions that characterize these styles, and emotional regulation strategies used
in each one of them. It is also explained how these attachment styles develop in relation with the
appearance of emotions and regulation strategies. This idea is discussed considering the main
results of relevant research, and the implications of the presence of specific emotions and the use
of different strategies of emotional regulation upon people͛s well-being and physical health. Key
words: attachment, emotions, emotional regulation.

RESUMEN El presente artículo tiene como objetivo realizar una revisión teórica, que permita
conocer las relaciones que se han encontrado entre los distintos estilos de apego, las emociones
que caracterizan estos estilos, y las distintas estrategias de regulación emocional utilizadas en cada
uno de ellos. Para lograr una mayor comprensión, se explicita además cómo se van desarrollando
los estilos de apego en los sujetos, en la medida que esto se encuentra en íntima relación con la
aparición de las emociones y las estrategias de regulación. Se discute lo anterior considerando los
principales hallazgos de investigaciones relevantes en el tema, y las implicancias de la presencia de
emociones específicas y utilización de las distintas estrategias de regulación emocional, en el
bienestar y salud física de las personas. Palabras clave: apego, emociones, regulación emocional.

Correspondencia: LUSMENIA GARRIDO ROJAS, Universidad Católica del Maule, Talca, Chile. E-mail:
lgarrido@ucm.cl
494

LA TEORÍA DE APEGO

GARRIDO-ROJAS

John Bowlby (1986, 1998), psiquiatra y psicoanalista, trabajó durante años en clínica infantil y
planteó la teoría del apego, la que concibió como una tendencia de los seres humanos a establecer
vínculos afectivos sólidos con personas determinadas a través de la vida. A través del tiempo, la
propuesta de Bowlby se ha convertido en una de las teorías más influyentes en la psicología,
siendo de interés para distintos autores; incluso es considerada actualmente como un cuerpo
sólido y sistemático con importante investigación empírica (Feeney & Noller, 2001; Hazan &
Shaver, 1994; Lecannelier, 2001, 2002a; Marrone, 2001; Martínez & Santelices, 2005; Moneta,
2003; Shaver & Mikulincer, 2002b). Para Bowlby (1986), el comportamiento de apego es todo
aquel que permite al sujeto conseguir o mantener proximidad con otra persona diferenciada y
generalmente considerada más fuerte y/o sabia, propio del ser humano, que motiva la búsqueda
de proximidad entre el niño pequeño y sus padres o cuidadores. Se enfatiza que la experiencia del
niño con sus padres tiene un rol fundamental en la capacidad posterior del niño de establecer
vínculos afectivos y que las funciones principales de ellos serían proporcionar al niño una base
segura y, desde allí, animarlos a explorar; es importante que el niño pueda depender de sus
figuras de apego y que éstas puedan contener y proteger al niño cuando lo necesita. La interacción
que se produzca entre el cuidador y el niño podrá dar cuenta de la calidad del vínculo, lo que
tendría que ver con lo que Bowlby (1980) identificó como modelos operantes internos, que serían
expectativas que posee el niño acerca de sí mismo y de los demás, y que le hacen posible
anticipar, interpretar y responder a la conducta de sus figuras de apego, ya que integran
experiencias presentes y pasadas en esquemas cognitivos y emocionales. En la misma línea,
Fonagy et al. (1995) señalan que a partir de experiencias repetidas con sus figuras de apego, los
niños desarrollan expectativas en cuanto a la naturaleza de las interacciones. Así,

las relaciones tempranas de apego poseen amplia influencia en la capacidad para regular el estrés,
en la regulación de la atención y en la función mentalizadora de los sujetos (Fonagy & Target,
2002). Crittenden (1990, 1995) también habla de modelos internos, que implican cierta forma de
procesar la información acerca de la conducta de las figuras de apego y, asimismo, mayor o menor
tendencia a ciertos tipos de psicopatología. Diferencias individuales en la calidad del apego Las
primeras investigaciones detalladas de las diferencias individuales en apego fueron dirigidas por
Ainsworth (Fenney & Noller, 2001), quien trabajó con Bowlby en una asociación importante y
prolífica (Marrone, 2001). Basándose en una serie de observaciones realizadas a través de un
procedimiento estandarizado de laboratorio llamado Situación Extraña (Strange Situation), de
interacciones madre-hijo, Ainsworth, Blehar, Waters y Wall (1978) desarrollaron la primera
clasificación de apego en niños y describieron tres patrones generales: seguro, inseguro evitativo y
ambivalente. A través de la situación extraña, bebés con apego seguro presentan conductas de
exploración activa, se disgustan ante la separación del cuidador pero cuando éste vuelve tienen
una respuesta positiva frente a él y suelen consolarse con facilidad; bebés con apego evitativo
presentan conductas de distanciamiento, no lloran al separarse del progenitor, suelen
concentrarse en los juguetes y evitan el contacto cercano; por último, bebés con apego
ambivalente reaccionan fuertemente a la separación, presentan conductas ansiosas y de protesta
como llorar y aferrarse, suelen mostrar rabia, no se calman con facilidad y no retoman la
exploración. Posteriormente, Main y Solomon (1986), agregaron una cuarta categoría
desorganizada para algunos bebés que muestran conductas desorientadas en presencia del
progenitor. Un aspecto interesante de esta clasificación, es que se basa en la expresión y
regulación emocional; la calidad del apego se establece fundamentalmente dependiendo de cuán
bien está la regulación emocional diádica
APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL

495

al servicio de la exploración y el dominio (Sroufe, 2000b). A través del tiempo, el interés por la
evaluación se amplió al ámbito del apego adulto. Una de las pioneras fue Mary Main, quien junto a
su equipo diseñaron la Adult Attachment Interview (George, Kaplan & Main, 1985, citado en
Feeney & Noller, 2001), que mide las representaciones actuales de las experiencias de apego a
través de la narrativa. Se establecieron tres patrones de apego: seguro, indiferente y preocupado.
Más tarde se formularon dos nuevas categorías: irresuelto/desorganizado e inclasificable
(Marrone, 2001). Adultos seguros realizan relatos coherentes y consistentes de su infancia,
integran experiencias distintas, reflexionan acerca de sus vivencias y poseen sentido de equilibrio;
adultos indiferentes realizan relatos incoherentes e incompletos y tienen vacíos en su memoria,
minimizan la relevancia del apego, tienen imagen positiva de las figuras de apego pero no logran
dar ejemplos concretos de ello y suelen negar experiencias negativas; adultos preocupados se
aprecian rabiosos, otorgan relatos detallados de los conflictos que tuvieron con sus figuras de
apego, oscilan entre evaluaciones positivas y negativas sin notarlo y su lenguaje suele ser confuso,
vago y poco claro (Moneta, 2003). Martínez y Santelices (2005), señalan que luego de estos
primeros intentos y hasta la actualidad, ha sido enorme la diversificación en la medición del apego
adulto. Esto ha implicado complejidades y desafíos a los investigadores, ya que los estudios han
surgido desde áreas diversas de la psicología y, además, han realizado distintos énfasis en la
conceptualización del apego adulto, en la forma de evaluar, en el foco de la evaluación, en el tipo
de instrumentos utilizados, entre otros (Bartholomew, 1994; Bifulco, 2002; Griffin & Bartholomew,
1994; Harris, 2002; Hazan & Shaver, 1994; Jacobvitz, Curran & Moller, 2002; Martínez &
Santelices, 2005; Shaver & Mikulincer, 2002b; Stein, Jacobs, Ferguson, Allen & Fonagy, 1998; Stein
et al., 2002; Waters, Crowell, Elliott, Corcoran & Treboux, 2002). Aún considerando

estas dificultades (para un análisis más exhaustivo, dirigirse a las referencias ya mencionadas), se
reportarán los resultados más comunes de investigaciones que han utilizado metodologías
distintas en sus procesos de evaluación. ESTILOS DE APEGO Y EMOCIONES CARACTERÍSTICAS
Existe cierto acuerdo actualmente, en relación con la presencia de emociones específicas, en
mayor o menor grado e intensidad, en cada estilo de apego. Tomando el aporte de distintos
autores, es posible dilucidar qué relaciones se han ido estableciendo y, aunque existe un amplio
espectro de investigaciones en el área, se aprecian ciertas coincidencias que son las que se tratará
de relevar. Apego seguro Ainsworth et al. (1978), señalan que las emociones más frecuentes de los
bebés con apego seguro en la situación extraña, son la angustia ante las separaciones del cuidador
y la calma cuando éste vuelve; en la interacción con el cuidador relevan la calidez, confianza y
seguridad. Kobak y Sceery (1988), en investigación en adolescentes y apego, concluyen que
cuando los pares evalúan a sujetos con apego seguro aprecian menores índices de ansiedad en
comparación con ambos grupos inseguros, e índices más bajos de hostilidad que en el estilo
evitativo; el reporte de los sujetos con apego seguro involucra menos síntomas de estrés.
Mikulincer, Shaver y Pereg (2003), reportan que en el estilo seguro existe baja ansiedad y
evitación, seguridad en el apego, comodidad con la cercanía y con la interdependencia, y confianza
en la búsqueda de apoyo y otros medios constructivos de afrontamiento al estrés. Para Magai,
Hunziker, Mesias y Culver (2000), este estilo está marcado por expresiones faciales de alegría y un
sesgo favorecedor de la vergüenza; por el contrario, está negativamente asociado al rasgo de
emoción negativa y a la tendencia de que los afectos negativos recorran
496

GARRIDO-ROJAS

la conciencia. En la rabia en particular, Mikulincer (1998) señala que cuando personas seguras
están enojadas tienden a aceptar su ira, expresar su enojo controladamente y buscar soluciones a
la situación. En un estudio que explora la relación entre estilos de apego y síntomas de ansiedad y
depresión (Muris, Mayer & Meesters, 2000), se reporta que niños con estilo de apego seguro
exhiben menores niveles de ansiedad y depresión, comparado a los niños con estilos inseguros.
Kerr, Melley, Travea y Pole (2003), exploran la relación entre apego adulto, experiencia y
expresión emocional, y encuentran que el grupo seguro reporta niveles más altos de afecto
positivo, gran cantidad de energía y placer, alta concentración y bajos niveles de tristeza y apatía.
En la vejez, Consedine y Magai (2003) señalan que mayor seguridad en el apego se asocia con
mayor alegría, interés, tristeza, rabia y miedo; esto se explica por la presencia de un repertorio
emocional balanceado y apertura a la experiencia emocional, lo que incluye la habilidad de
reconocer y expresar estrés emocional; además, este estilo se asocia no sólo con contacto más
frecuente y mayor intimidad, sino también con un mayor número de individuos en la red social, lo
que posibilita en estos sujetos mayor cantidad de experiencia emocional. Apego ansioso
ambivalente Ainsworth et al. (1978), señalan que las emociones más frecuentes de los bebés con
apego ambivalente en la situación extraña es la angustia exacerbada ante las separaciones del
cuidador y la dificultad para lograr la calma cuando éste vuelve; en la interacción con el cuidador
relevan la ambivalencia, enojo y preocupación. Kochanska (2001), en investigación con niños
pequeños, señala que el grupo ambivalente exhibe la mayor disminución en el desarrollo de
emociones positivas entre los 9 y 33 meses, y el mayor malestar en episodios dirigidos a elicitar
emociones positivas; responden más temerosos no sólo a estímulos que producen temor, sino
también a estímulos

elicitadores de alegría. El miedo fue la emoción más fuerte. Mikulincer (2003), enfatiza que en el
estilo ansioso ambivalente se aprecia alta ansiedad y baja evitación, inseguridad en el apego,
fuerte necesidad de cercanía, preocupaciones en cuanto a las relaciones y miedo a ser rechazado.
En la misma línea, Mikulincer, Gillath y Shaver (2002), señalan que en este estilo se facilita la
accesibilidad a las preocupaciones en relación al rechazo; para Lecannelier (2002b), el estado
emocional predominante es la preocupación y el miedo a la separación. Valdés (2002), además de
enfatizar las emociones de miedo y ansiedad, indica una baja tolerancia al dolor. Consedine y
Magai (2003) coinciden, al señalar que en la vejez tardía el estilo ambivalente posee alta
afectividad negativa, presentando miedo, ansiedad y vergüenza. Kobak y Sceery (1988), incluso
llaman preocupado a este estilo; se caracteriza por evidentes sentimientos de ansiedad durante la
entrevista de apego adulto; los pares también los caracterizan con un predominio en los índices de
ansiedad, y los sujetos con este patrón tienen una percepción mayor de síntomas que el estilo
seguro. Magai et al. (2000), coinciden en el estilo preocupado, encontrando que éste se asocia con
la presencia de un conflicto interno, emociones de rabia, enojo, estrés y afecto depresivo.
Asimismo, Crittenden (1995), enfatiza la presencia de rabia y ansiedad en este estilo.
Considerando la rabia en particular, Mikulincer (1998) señala que los sujetos ambivalentes
propenden a la ira, caracterizándose por presentar enojos con alta hostilidad. Kerr et al. (2003),
señalan que sujetos pertenecientes al estilo ambivalente reportan los niveles más altos de afecto
negativo; malestar, enojo, repugnancia, culpa, miedo y nerviosismo y menores niveles de calma y
serenidad. Apego ansioso evitativo Ainsworth et al. (1978), señalan que las emociones más
frecuentes de los bebés con
APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL

497

apego evitativo en la situación extraña es la ausencia de angustia y de enojo ante las separaciones
del cuidador, y la indiferencia cuando vuelve; en la interacción relevan distancia y evitación.
Mikulincer (2003), enfatiza que en el estilo evitativo no hay seguridad en el apego, se produce una
autosuficiencia compulsiva y existe preferencia por una distancia emocional de los otros. Sin
embargo, se ha constatado en niños con este estilo que, aunque éstos parecen despreocupados
por las separaciones, muestran signos fisiológicos que denotan la presencia de ansiedad y esta
activación se mantiene por mucho más tiempo que en los niños seguros (ByngHall, 1995), lo que
también ha sido demostrado en bebés (Sroufe & Waters, 1977). En una investigación realizada con
niños en la etapa de ingreso a la guardería, Ahnert, Gunnar, Lamb y Barthel (2004), encontraron
mayores niveles de cortisol, de llanto y agitación, en la fase de adaptación de los niños con apegos
inseguros a la madre. Lo anterior concuerda con los resultados de Kobak y Sceery (1988), quienes
señalan que el autoreporte de los sujetos con estilo evitativo no refleja afecto negativo ni
síntomas de estrés y, sin embargo, los pares los consideran ansiosos y con un predominio de la
hostilidad. Los autores conceptualizan esta incongruencia como un sesgo hacia el no
reconocimiento de afecto negativo. Kochanska (2001) reporta que los niños evitativos son muy
temerosos a los 33 meses, y con altas probabilidades de expresar ese temor, y que presentan los
puntajes más altos al examinar el total de emociones negativas a esta edad. Kerr et al. (2003)
coinciden al señalar que este grupo reporta bajos niveles de emociones positivas; experimentan
más afecto negativo que el grupo seguro y menor afecto negativo que el grupo ambivalente.
Específicamente en relación con la rabia, Mikulincer (1998) señala que el estilo evitativo se inclina
a la ira pero, aunque presenten intensos episodios de enojo con alta hostilidad, tienden a
esconder su ira mediante la negación de su emoción o mostrándose positivo. En la vejez tardía,
este estilo se asocia con menor alegría y más interés, menos vergüenza y

miedo; esto es conceptualizado por los autores como un indicador de la tendencia de este estilo a
la minimización del afecto (Consedine & Magai, 2003). DESARROLLO DE LOS ESTILOS DE APEGO En
la teoría e investigación acerca del apego, se mantiene la hipótesis de que las reglas que regulan el
estrés relacionado a los afectos, evolucionan en el contexto de la responsividad parental a las
señales de estrés del niño (Kobak & Sceery, 1988; Sroufe, 2000a). En esta línea, una propuesta
interesante de cómo pueden desarrollarse los distintos estilos a través de la interacción de los
niños con sus figuras de apego, es realizada por Crittenden (1995). En el apego seguro, los
cuidadores responden a las conductas reflejas, afectivas y condicionadas del niño, y son capaces
de confortarlos cuando es necesario, de modo que éstos son reforzados en su comportamiento
(Crittenden, 1995); las principales características del cuidador son la capacidad de animar e
interactuar con el niño, sensibilidad a las señales emocionales y habilidades en apaciguar y
modificar conductas en respuesta a las señales del niño (Perris, 2000). Los sujetos de este grupo
representan a sus padres como amables y disponibles en momentos de estrés, y tienen un buen
recuerdo de sus experiencias de apego (Kobak & Sceery, 1988). Lo anterior se relaciona con los
resultados encontrados por Magai et. al. (2000), ya que el apego seguro presenta una asociación
negativa con las prácticas de crianza que incluyen como método la retirada del amor al niño. En los
niños con apego evitativo, de algún modo las madres han rechazado las señales afectivas lo que se
convierte en un castigo, y el niño aprende a inhibir las respuestas castigadas. Si el niño protesta
por el rechazo de la madre, ésta responde con la emoción de rabia; así, al inhibir la señal afectiva
se reduce el rechazo y la rabia de la madre y, a la vez, el niño aprende que la expresión de afectos
es contraproducente (Crittenden, 1995). Perris (2000), señala que los
498

GARRIDO-ROJAS

cuidadores de estos niños se caracterizan por una carencia en la validación de las señales
emocionales, no disponibilidad emocional, rechazo en forma manifiesta y aversión al contacto
corporal cercano. También Byng-Hall (1995), refiere que al observar niños con estilo evitativo en
sus hogares, se aprecia que son rechazados por sus padres; éstos sienten aversivo que el niño
busque contacto físico y tienden a retirarse ante su tristeza. Esto coincide con el reporte de
sujetos con este estilo, quienes señalan haber experimentado considerable rechazo y carencia de
amor desde los padres (Kobak & Sceery, 1988). En cuanto a las prácticas de crianza de los padres
de niños con estilo evitativo, se señala que giran en torno al castigo físico y la retirada del amor
(Magai et al., 2000). En el caso del apego ambivalente, la conducta afectiva de los cuidadores es
errática, cambiante o inconsistente, ya que la mayoría de las veces no responden en forma
adecuada a las necesidades del niño, pudiendo producirse una sobre o sub-responsividad. Así, el
niño no logra predecir cómo responderán sus cuidadores, lo que les genera rabia y ansiedad
(Crittenden, 1995). Son cuidadores que se caracterizan por la intermitencia en su capacidad de
responder con sensibilidad, inaccesibles en lo emocional, y con mezclas impredecibles de
respuestas que no satisfacen de modo consistente las necesidades de apego del niño (Perris,
2000). En relación con la teoría del aprendizaje esto se explica a través del condicionamiento
operante, donde la conducta de la madre se estructura en un programa de reforzamiento
impredecible, lo que aumentaría la tasa de respuesta del niño; éstos experimentan la asociación
temporal de su deseo y satisfacción, con emociones de rabia, miedo e incertidumbre (Crittenden,
1995). Todo lo anterior, implica la generación de emociones diversas que integran estructuras
cognitivo-afectivas; niños seguros aprenden el valor predictivo y comunicacional de las señales
interpersonales, dando sentido a cogniciones y afectos; niños evitativos aprenden a utilizar su
cognición en ausencia de interpretación de seña-

les afectivas y niños ambivalentes se refuerzan por sus conductas afectivas, aunque no aprenden
una organización cognitiva que les permita reducir la inconsistencia en sus madres (Crittenden,
1995). Aún considerando esta propuesta, es necesario señalar que no todas las investigaciones
muestran la primacía de las conductas de la madre como fuente principal en la formación de los
estilos de apego (Grossmann et al., 2002; Grossmann, Grossmann & Zimmermann, 1999; Lamb,
2005). De Wolff e Ijzendoorn (1997), realizan un meta-análisis que incluye 66 estudios con
antecedentes parentales que se relacionan con seguridad en el apego, con el objetivo de dilucidar
si la sensibilidad materna se asocia con la seguridad del apego en el niño, y con qué fuerza. Los
resultados muestran una asociación mediana entre sensibilidad materna y apego seguro,
concluyendo que es un factor importante pero no único, lo que subraya la necesidad de una
aproximación multidi-mensional de los determinantes del apego y la regulación emocional, en
lugar de centrarse sólo en la sensibilidad materna; parece necesario acercarse al contexto global y
ambiental, que incluya la interacción entre la sensibilidad materna, acumulación de estresores y
factores de riesgo, sistemas familiares y eventos vitales (De Wolff & Ijzendoorn, 1997). Esto ya ha
sido incorporado en investigaciones actuales, en que se han integrado otras posibles figuras de
apego como la presencia de abuelas en el caso de madres adolescentes (Carrillo, Maldonado,
Saldarriaga, Vega & Díaz, 2004). ESTILOS DE APEGO Y ESTRATEGIAS DE REGULACIÓN EMOCIONAL
Los estilos de apego se asocian a ciertas emociones y, además, se relacionan con la expresión de
éstas y su regulación; de este modo, las estrategias utilizadas para expresar y regular emociones,
actúan de acuerdo al estilo de apego (Kobak & Sceery, 1988; Lecannelier, 2002a; Valdés, 2002). En
la literatura científica revisada, es posible apreciar la inexistencia de un acuerdo en relación al
concepto de regulación emocional; se discute la delimitación entre emo-
APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL

499

ción y regulación emocional (Cole, Martín & Dennis, 2004; Eisenberg & Spinrad, 2004; Reeve,
2003; Ulich, 1985); la presencia de distintas perspectivas tanto teóricas como metodológicas
(Langlois, 2004); la insistencia en la complejidad y multidimensionalidad del concepto (Stifter,
2002; Diamond & Aspinwall, 2003); las distinciones en la conceptualización, medición e
importancia del contexto (Fox & Calkins, 2003; Kopp & Neufeld, 2003); aspectos biológicos y
efectividad de las estrategias (Silva, 2003), y las relaciones entre desarrollo y regulación emocional
(Bell & Calkins, 2000; Diener et al., 2002; Eisenberg & Moore, 1997; Lecannelier, 2002a; Sroufe,
2000a, 2000b; Stifter, 2002; Walden & Smith, 1997). No es tema de este artículo esta discusión,
aunque parece relevante explicitarla, y señalar cuál es la conceptualización que se adopta en éste.
Thompson (1994), define regulación emocional como el ͞proceso de iniciar, mantener, modular o
cambiar la ocurrencia, intensidad o duración de los estados afectivos internos y los procesos
fisiológicos, a menudo con el objetivo de alcanzar una meta͟ (p. 106). Esta definición se considera
como base, ya que permite conceptualizar la regulación emocional como un proceso que ayuda al
ser humano a manejar sus estados emocionales, para lo que puede utilizar distintos tipos de
estrategias que conducen a ese objetivo. Una de las tesis de este artículo, enfatiza que la elección
de estas estrategias, tiene que ver con el estilo de apego que tenga el sujeto, es decir, en cada
estilo se tienden a privilegiar ciertas formas de manejar y regular las emociones. Para Sroufe
(2000a), el apego es concebido como la regulación diádica de la emoción; pronostica que cuando
esta regulación es eficaz en la primera infancia a través de un apego seguro, tendrá consecuencias
en la expresión, modulación y flexibilidad en el control de las emociones por el niño. Señala que
niños con apego seguro expresan directamente sus emociones, exhiben notable curiosidad, gusto
por la exploración y expresividad afectiva; en situaciones de afecto

intenso permanecen organizados, manifiestan esfuerzos por modular la excitación, presentan


flexibilidad en lo emocional adecuando la expresión de sus impulsos y emocionalidad al contexto.
Además, acuden eficazmente a otros cuando sus propias capacidades fallan. Por el contrario,
Sroufe enfatiza que en general, sujetos con historias de apego ansioso tienden a experimentar
dificultades para manejar los desafíos emocionales de las relaciones con sus iguales. Lo anterior
concuerda con los resultados de una investigación realizada por Kerr et al. (2003), cuyo objetivo
era explorar la relación entre el estilo de apego adulto, experiencia y expresividad emocional, en
que los participantes con estilo seguro son los más expresivos emocionalmente y reportan niveles
más bajos de inhibición emocional; participantes con estilos inseguros, tanto ambivalentes como
evitivos, presentan indicadores de expresión emocional significativamente más bajos que los de
estilo seguro y ambos grupos reportan mayor inhibición emocional que los del grupo seguro. En
cuanto a experiencia emocional, los grupos de estilos seguros y ambivalentes reportan los más
altos niveles de intensidad emocional total y el grupo seguro es significativamente más alto que el
grupo evitativo. Al examinar por separado experiencias afectivas positivas y negativas, el grupo
ambivalente reporta los niveles más altos de afecto negativo, mientras que el grupo seguro
reporta los niveles más altos de afecto positivo. El grupo evitativo reporta los niveles más bajos de
experiencia emocional total y bajos niveles de emociones positivas. Kerr et al. (2003), concluyen
que si bien el grupo ambivalente no se considera a sí mismo expresando más emoción que el
grupo seguro, estos tienen altos niveles de inhibición emocional y de experiencia emocional total,
y los más altos niveles de afecto negativo. Estos resultados apoyan la noción que los niveles de
expresividad en su conjunto, de sujetos con estilo ambivalente, no representan la cantidad de
emoción que ellos experimentan, especialmente emociones negativas. Por otro lado, en el estilo
evitativo se aprecia una incongruencia importante, ya que reporta niveles bajos de experiencia
emocional total y, sin embargo, sus puntajes en inhibición fueron tan altos como
500

GARRIDO-ROJAS

los de los participantes ambivalentes, lo que sugiere una falta de conciencia o incapacidad de
reconocer sus experiencias emocionales internas y dificultad en la expresión de emociones. Más
aún, Kobak y Sceery (1988), señalan que existe dificultad en el recuerdo de experiencias
estresantes en la niñez, y lo conceptualizan como un intento de aislar o minimizar el estrés en el
ámbito de los afectos, asociado a la experiencia de rechazo. En una línea similar, Diener et al.
(2002) realizan una investigación que examina las estrategias conductuales para la regulación
emocional, expresión emocional, estilos reguladores y calidad del apego con la madre y el padre
de niños de 12 y 13 meses de edad. Los autores concluyen que los niños con apego seguro a
ambos padres, muestran mayor consistencia en estrategias orientadas hacia éstos, que los niños
con apego inseguro a uno o ambos padres. Otro aspecto relevante, es que el nivel de malestar y
estrés experimentado es mayor en los niños ambivalentes que en los seguros, cuando se desvía la
atención parental y el niño no tiene alternativas de ocupar su atención. En relación a la utilización
de estrategias conductuales, los resultados de Diener et al. (2002) muestran que niños con estilo
de apego evitativo hacia el padre, son más propensos a comprometerse en técnicas distractoras
en situaciones estresantes, que niños con apego seguro o ambivalente. En cambio, niños
ambivalentes con sus padres tienden a la auto-tranquilización, comprometiéndose en conductas
tales como chuparse el pulgar. Los descubrimientos de esta investigación aportan evidencia
empírica en que la calidad del apego del niño al padre se encuentra asociado en forma significativa
al desarrollo de estilos de regulación emocional. Mikulincer y Sheffi (2000), relacionan estilos de
apego con ciertas reacciones cognitivas ante el afecto positivo; personas con apego seguro
reaccionan a éste con una mejor ejecución en la resolución creativa de problemas, personas con
apego evitativo no presentan diferencias en sus reacciones cognitivas tendiendo a

distanciarse mentalmente del material afectivo, y sujetos con apego ambivalente, no reportan
aumento en el afecto positivo y muestran una peor ejecución en la resolución creativa de
problemas en afecto positivo. En este último caso, los sujetos suelen adoptar una postura rígida y
una actitud hipervigilante hacia la novedad y la incertidumbre, y activan reacciones defensivas que
intentan negar la experiencia afectiva; esto puede tener que ver con la emoción predominante de
temor, encontrada en otras investigaciones (Kochanska, 2001). Lecannelier (2002b) señala cómo
niños con distintos patrones de apego presentan diferencias en su narrativa, lo que muestra
énfasis en ciertas estrategias de regulación emocional. En el estilo de apego seguro, Lecannelier
(2002b) plantea que existe una descripción y elaboración de las emociones, a la vez que una
contextualización relacional de éstas; para el codificador queda la percepción de un niño que se
siente cómodo en la expresión de sus afectos, sin restricciones emocionales, y sin índices de
ansiedad durante la entrevista. Al contrario, en el caso del estilo evitativo aparece una
sobrerregulación emocional; es escasa la aparición de los afectos en la discusión, ya sean positivos
o negativos, quedando la impresión de que el sujeto intenta dejar fuera los estados emocionales,
haciendo la menor referencia posible a ellos. En el estilo ambivalente, una de las características
principales tiene que ver con la presencia de un estado emocional constante que es la
preocupación, sobretodo en relación con las figuras de apego, y el predominio del miedo a la
separación, por lo que una estrategia es estar muy cerca de los padres. Otros autores como
Mikulincer et al. (2003), también establecen relaciones entre estilos de apego y regulación
emocional, y señalan que una de las mayores fuentes de variación en las estrategias de regulación
del afecto, tiene que ver con la disponibilidad de la figura de apego. En el apego seguro se describe
una disponibilidad de esta figura, que promueve la formación de un sentido de seguridad; así, se
forman expectativas positivas acerca de la disponibilidad
APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL

501

de los otros y visiones positivas del sí mismo como competente y valorado. Cuando otros
significativos no están disponibles o no responden a las necesidades, la búsqueda de proximidad
fracasa en aliviar el malestar y no se logra seguridad en el apego; así, se forman representaciones
negativas del sí mismo y los otros, y se desarrollan estrategias de regulación afectiva distintas a la
búsqueda de proximidad (Mikulincer et al., 2003). Así, los estilos de apego inseguros son
caracterizados por el fracaso del alivio del estrés a través de la búsqueda de proximidad, lo que
trae como consecuencia la adopción de otras estrategias de regulación emocional. Esto coincide
con los resultados de Florian, Mikulincer y Bucholtz (1995), que reportan que personas con estilo
seguro reportan una búsqueda mayor de apoyo emocional e instrumental que los estilos inseguros
y, a su vez, tienden a percibir a los otros significativos como entregando altos niveles de apoyo. Lo
contrario sucede en personas con estilos inseguros, ya que tienden a percibir un nivel
relativamente bajo de disponibilidad en el apoyo emocional e instrumental de otros y presentan
una baja tendencia a la búsqueda de apoyo social en tiempos de necesidad. Lo anterior es
coherente con los resultados de Kobak y Sceery (1988), quienes señalan que sujetos con estilo
seguro reconocen el estrés y recurren a otros en búsqueda de apoyo, en cambio, el estilo evitativo
está organizado por reglas que limitan el reconocimiento del estrés y, asimismo, los intentos
asociados de búsqueda de apoyo. En el estilo ambivalente, reportan una atención directa al estrés
y a las figuras de apego, en un modo hipervigilante, que finalmente inhibe el desarrollo de la
autonomía y autoconfianza. En la misma línea se encuentra lo reportado por Byng-Hall (1995),
quien señala que los niños que poseen un estilo evitativo tendrían como estrategia el mantener
distancia, tanto física como emocional, para reducir la probabilidad de arrebatos emocionales que
puedan conducir al rechazo; de tal modo, el niño no aprende a explorar sentimientos e intimidad.
Al contrario, en el estilo ambivalente la estrategia es mantener cercanía, pegarse al padre, ser
demandante, infan-

til, e incluso, amenazar con mayor distancia para estimular a la otra persona a estar más cerca.
Shaver y Mikulincer (2002a), realizan una recopilación de una serie de investigaciones en relación
con estilos de apego y estrategias de regulación afectiva. Señalan que individuos con apego seguro
se sienten menos amenazados por información potencialmente estresante, pueden experimentar,
expresar y autorevelar verbalmente emociones, y no llegan a estar perdidos en una escalada de
preocupaciones y memorias negativas. Buscan apoyo cuando se encuentran bajo estrés y utilizan
medios constructivos de afrontamiento; sienten comodidad al explorar nuevos estímulos, son
menos hostiles a miembros de otros grupos y más empáticos hacia personas que lo necesitan. Los
sujetos evitativos se caracterizan por realizar una desactivación de estrategias, incluyendo una
exclusión defensiva de pensamientos y recuerdos dolorosos, no reconocimiento de su propia
hostilidad, segregación de los sistemas mentales y disociación entre los niveles conciente e
inconsciente de respuesta. Por último, individuos ansiosos exhiben una variedad de efectos
compatibles con la noción de la hiperactivación de estrategias, incluyendo rápido acceso a
recuerdos dolorosos, propagación automática de la emoción negativa desde un incidente
recordado a otro, y un cierre cognitivo paradójico en respuesta a la inducción de afecto positivo.
Su inhabilidad para regular recuerdos emocionales negativos, es compatible con la constante
preocupación en que permanecen; a menudo pueden llegar a estar perdidos en recuerdos
emocionales negativos (Shaver & Mikulincer, 2002a). En relación con lo anterior, y como una
forma de organizar la información teórica y empírica que ha surgido en la temática, Shaver y
Mikulincer (2002a) proponen un modelo integrativo de la activación, sobreactivación y
desactivación del sistema de apego. Sujetos con apego seguro, ante los signos de amenaza activan
el sistema de apego, buscan la proximidad de la figura de apego y, si ésta es disponible, hay un
sentido de base segura activándose estrate-
502

GARRIDO-ROJAS

gias de compromiso en exploración, afiliación, toma de riesgos, actividades prosociales y dar


cuidado. En cambio, cuando la figura de apego no está disponible, hay inseguridad en el apego y
pueden producirse dos situaciones; si la opción de búsqueda de proximidad no es viable, hay una
desactivación de estrategias, como la supresión de emociones negativas y de cogniciones, y un
distanciamiento de la amenaza y de los contextos de apego, lo que se produce comúnmente en el
estilo evitativo; la distancia incluye inatención activa a los eventos amenazantes y supresión e
inhibición de pensamientos y recuerdos evocadores de estrés y de sentimientos de vulnerabilidad.
La otra posibilidad, es que la búsqueda de proximidad sí sea viable y se produzca una
sobreactivación de estrategias, con lo que aumenta el estrés, se produce una hipervigilancia y
rumiación, lo que tiende a suceder en el estilo ambivalente. Esto tiende a mantener un sentido de
malestar y dolor, lo que concuerda plenamente con la investigación de Mikulincer et al. (2002),
que reporta una aumentada activación de las representaciones de las figuras de apego en el estilo
ambivalente, tanto en contextos neutrales como amenazadores; lo anterior sugiere una activación
crónica y disfuncional del sistema de apego, preocupaciones en relación al apego y la
imposibilidad de diferenciar los contextos de amenaza, lo que exacerba el estrés. DISCUSIÓN Este
artículo tenía como objetivo realizar una revisión acerca de las relaciones que se han encontrado
entre estilos de apego, emoción y regulación emocional y discutir posibles relaciones con la salud
física de los seres humanos a partir de diversas investigaciones en el área. Lo anterior surge como
relevante ya que si bien la literatura en apego es sumamente amplia y variada, no es posible
encontrar una sistematización, en nuestro medio, que permita conectar los distintos temas;
Waters et al. (2002), señalan que existe relativamente poca investigación que conecte la seguridad
en el apego a la regulación del afecto. Más difícil aún es encontrar investigaciones que relacionen
los estilos de apego con la salud física.

Lo anterior da cuenta de un área potencial de investigación que ha sido escasamente explorada,


ya que el énfasis a través de la historia han sido las relaciones entre apego y psicopatología. En
cuanto a estilos de apego y emociones más frecuentes, en el apego seguro se presentan mayor
cantidad de emociones como confianza, alegría, placer, calma y tranquilidad; en el estilo evitativo
predominan emociones de ansiedad, miedo, rabia, hostilidad y desconfianza y, en el estilo
ambivalente, resaltan emociones como preocupación, rabia, miedo, estrés y ansiedad. Con
respecto a las estrategias de regulación emocional, en el estilo seguro se utilizan mayormente
estrategias de búsqueda de proximidad, afiliación, exploración; alta expresión de las emociones y
búsqueda de apoyo social. En el estilo evitativo se tienden a utilizar estrategias de inhibición
emocional, distanciamiento de lo emocional y afectivo, exclusión de recuerdos y pensamientos
dolorosos, inhibición de búsqueda de proximidad, supresión de emociones negativas y
distanciamiento de los contextos de apego. En el estilo ambivalente se utilizan con mayor
frecuencia estrategias de búsqueda de proximidad hacia las figuras de apego, hipervigilancia,
rumiación, y sobreactivación general del organismo, inhibición emocional, atención directa al
estrés, acceso constante a recuerdos emocionales negativos, activación crónica y disfuncional del
sistema de apego. Considerando estos hallazgos, surgen algunos análisis que parece relevante
destacar, y que se relacionan con tres áreas principales; por un lado, la presencia de ciertas
emociones y estrategias en cada estilo, conducen a preguntarse por la salud física de los sujetos,
debido a la multiplicidad de investigaciones que vinculan la presencia de emociones específicas y
la salud del ser humano. Luego, este mismo análisis, conduce al cuestionamiento de la efectividad
de las estrategias de regulación utilizadas ya que, a la luz de estos hallazgos, algunas estrategias
podrían parecer más bien desrreguladoras. Por último, surge la relevancia de los estilos de apego
por sus implicancias para el desarrollo de cada sujeto, y
APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL

503

desde allí, rescatar el aporte de investigaciones que enfatizan la importancia de distintos factores
en la formación de estos, enfatizando por cierto la familia, y centrándose no sólo en la díada
madrehijo, sino también en el vínculo que se produce entre padre-hijo, lo que puede influir en el
diseño y aplicación de programas de prevención, ampliando las posibilidades de favorecer el
desarrollo de apego seguro en los niños. El primer análisis se relaciona con la presencia de
distintas emociones en cada estilo y los efectos en la salud física. Diversos autores enfatizan que se
ha comprobado que hay ciertas emociones dañinas para la salud física (Barra, 2003a, 2003b;
Cacioppo, 2003; Crossley & Morgado, 2004; Fredrickson, 2001; Mendoza & Mendoza, 2001; Nieto-
Munuera, Abad, Albert & Arreal, 2003; Ryff & Singer, 2003; Salovey, Rothman, Detweiler &
Steward, 2000; Suinn, 2001; Valdés & De Flores, 1990), entre las que destacan la rabia, ira,
ansiedad, hostilidad y estrés; éstas pueden afectar la probabilidad, inicio y progresión de
enfermedades diversas, como afecciones cardíacas, cáncer, artritis, SIDA, hipertensión arterial,
entre otras. Al relacionar esto con los estilos de apego, se hipotetiza que los estilos inseguros,
tanto ambivalente como evitativo, están más expuestos a problemas de salud física por la
presencia constante, justamente, de las emociones que producen los mayores daños según lo
reportado en la mayoría de las investigaciones. Todo lo contrario debería ocurrir en el estilo de
apego seguro; el hecho de presentar en mayor medida emociones como alegría, confianza,
seguridad y tranquilidad, podría conducir a un mayor bienestar en la salud del individuo; según lo
que reporta Fredrickson (2001), las emociones positivas ayudan al crecimiento social, a la
resiliencia psicológica, a la conexión social, a ampliar repertorios de acción y pensamiento, a
deshacer la persistencia de emociones negativas y mejorar el bienestar emocional. En la misma
línea, Ryff y Singer (2003) enfatizan que las emociones positivas pueden ser protectoras y
promover una salud positiva.

En un segundo análisis, al considerar qué efectos podrían tener las estrategias de regulación
emocional utilizadas en los distintos estilos, se podría continuar con hipótesis tendientes a esperar
una mejor salud física en estilos de apego seguro, y un deterioro mayor de ésta, en ambos estilos
inseguros. El estilo seguro se caracteriza por estrategias centradas, por un lado, en la búsqueda de
apoyo y proximidad, y por otro, en la expresión de las emociones que sienten, ya sean positivas o
negativas; estas estrategias de regulación son consideradas como positivas y protectoras de la
salud de los sujetos, especialmente el apoyo social y la expresión emocional (Barra, 2003a, 2003b;
King & Miner, 1998; Pennebaker, 1997; Pennebaker & Seagal, 1999; Salovey et al., 2000). En el
estilo evitativo en cambio, la tendencia central es a la supresión emocional e inhibición de
búsqueda de proximidad. Las investigaciones enfatizan que la supresión e inhibición de las
emociones produce efectos perjudiciales en la salud física de los sujetos (Barra, 2003a, 2003b;
Giese-Davis & Spiegel, 2003; Salovey et al., 2000; Silva, 2003), así como también la falta de apoyo
social (Salovey et al., 2000). Por otra parte, el estilo ambivalente se caracteriza por una
hipervigilancia, rumiación, y sobreactivación general del organismo como estrategias reguladoras,
sumado a la inhibición emocional, atención directa al estrés y acceso constante a recuerdos
emocionales negativos. Diversas investigaciones señalan que la afectividad negativa perjudica la
salud física (Barra, 2003a, 2003b; Salovey et al., 2000); a lo anterior se suma lo perjudicial de la
inhibición emocional, ya explicado anteriormente, y también la atención constante al estrés e
hipervigilancia, que van perpetuando la sobreactivación del organismo y así, la generación y
mantenimiento de diversa sintomatología en la salud física de los individuos (Barra, 2003a, 2003b;
Crossley & Morgado, 2004; Martínez-Sánchez, Páez, Pennebaker & Rimé, 2002; Mendoza &
Mendoza, 2001; NietoMunuera, Abad, Albert & Arreal, 2003; Salovey et al., 2000; Suinn, 2001;
Valdés & De Flores, 1990).
504

GARRIDO-ROJAS

A partir del análisis realizado, surge como relevante la pregunta de qué tan efectivas son las
estrategias utilizadas por los sujetos en la regulación de sus emociones. Si se consideran los
resultados más destacados de las investigaciones, parece más bien que en el caso de ambos estilos
inseguros, tanto evitativo como ambivalente, las estrategias escogidas pueden hacer al sujeto más
vulnerable a determinadas problemáticas en su salud física, ya que además de no lograr terminar
con las emociones que gatillaron las estrategias, estas emociones tienen efectos negativos en la
salud de los sujetos. A partir de esto, parece pertinente el cuestionamiento de si en este caso se
podría hablar de estrategias que pueden llegar a ser incluso desrreguladoras para estos sujetos,
debido a la ineficacia en la modulación de las emociones, y la mayor probabilidad de
consecuencias negativas posterior a su utilización. Más aún, sería interesante dilucidar si existe
mayor riesgo en uno de los dos estilos inseguros, o si, dependiendo de las distintas estrategias
utilizadas, existan tendencias diferenciales en la generación y desarrollo de enfermedades
específicas. Esto conduce al tercer análisis, que se centra en la relevancia de los estilos de apego
en la salud de los seres humanos y la consecuente sensación de una necesidad creciente de
generar propuestas de promoción e intervención, en relación a mejorar la calidad del estilo de
apego en búsqueda de la formación de apegos seguros. Esto ya ha sido puesto en práctica en
diversos lugares, y la investigación da cuenta de resultados positivos; un ejemplo de ello, es el
desarrollo que ha tenido en Colombia el Programa Madre Canguro (PMC), que ya ha sido objeto
de estudio y que se ha evaluado como un factor protector de díadas madre-hijo (Ortiz, Borré,
Carrillo & Gutiérrez,

2006). Además, parece también fundamental poner atención a las diversas investigaciones que
han comenzado a relevar la importancia no sólo de la madre, sino también de otros vínculos en
este proceso de formación, lo que amplía las posibilidades de integrar a otros miembros de la
familia en el desarrollo de programas de prevención y/o intervención, aumentando a su vez, las
opciones de generar un apego seguro con al menos uno de los padres. Un desafío pendiente, es
realizar investigaciones que permitan evaluar relaciones entre estilos de apego y salud física, para
así poder evaluar las hipótesis aquí planteadas. Aunque en la literatura se han documentado
relaciones entre estilos de apego y psicopatología (Allen et al., 2001; Andersson & Perris, 2000;
Bowlby, 1986, 1988; Crittenden, 1995; Egeland & Carlson, 2004; González & Méndez, 2006; Green
& Goldwyn, 2002; Moneta, 2003; Muris, Mayer & Meesters; 2000; Sroufe, 1997; Sroufe, 2000b), se
aprecia una carencia en torno a lo que sucede con la salud física que sería importante dilucidar, ya
que se esperaría confirmar que los estilos inseguros poseen diversos factores de riesgo, que
implican una mayor propensión al desarrollo de afecciones en su salud física. Por último, es
necesario señalar que las investigaciones utilizan instrumentos diversos que no necesariamente
coinciden en los resultados encontrados, lo que mantiene preguntas sin respuestas definitivas en
distintas temáticas relacionadas al apego. Esto reafirma la necesidad de seguir investigando, con el
objetivo último de llegar a resultados fiables y así poder mejorar la calidad de vida del ser humano.
APEGO, EMOCIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL

505

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Recepción: mayo de 2005 Aceptación final: julio de 2006

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