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La arquitectura peruana puede ser interpretada como la búsqueda continua de una forma que
exprese lo que significa ser peruano, en tendencias que variaban entre lo precolombino y lo
colonial. Esta búsqueda se expresaba en dos tendencias: La replicación de referencias históricas
locales, tales como la colonial o la precolombina, y la adaptación de tendencias
internacionales, tales como la modernidad.
"El modernismo es como una lente que permitió a los arquitectos latinoamericanos mirar las cosas de modo muy distinto,
rechazar la arquitectura romántica neocolonial y abrirse al gran mundo sin perder de vista el pasado, pero dándole un nuevo
enfoque" (William J.R. Curtis) [1]
La ocupación de los andes centrales por los españoles dio inicio a un proceso de fundación de
ciudades. En América la ciudad se convirtió en elemento fundamental para la explotación del
territorio, el manejo de su economía (manufactura, comercio, control gubernamental) y la
marcha del programa de cristianización masiva de las poblaciones aborígenes bajo la idea de
unificación política por la autoridad de la corona española.[2] El desarrollo de esta arquitectura
fue marcada principalmente por la actividad religiosa que dio origen a catedrales, parroquias y
conventos urbanos y rurales. Esta arquitectura tuvo desde un inicio un estilo Renacentista,
Mudéjar y Herreriario alrededor del siglo XVI, más tuvo un estilo Barroco en el siglo XVII y por
último un estilo Rococó y Neoclásico en el siglo XIX.[3] Para esto, se trabajaron técnicas y
materiales indígenas, lo que hizo de este arte un arte andino. Ya que se utilizó el adobe y la
quincha.
Para la arquitectura del siglo XVI, tan sólo se construyeron casas y patios en Lima y Cusco, e
iglesias en otros departamentos que son la única muestra de arquitectura de aquella época.
Entre ellas destacan: La Casa de Jerónimo de Aliaga (Lima), La Merced (Ayacucho), Iglesia de
San Jerónimo (Cuzco) y la Asunción (Puno). La mayoría de las iglesias de los fines del siglo XVI
poseían planta gótica-isabelina con nave alargada y separada por el presbiterio o la capilla
mayor por un gran arco denominado “arco triunfal”.[4]
En los templos nuevos o reconstruidos en el siglo XVII, se tendió a sustituir este tipo por el más
difundido del período barroco: la iglesia de planta en cruz latina, de una nave sola o con
capillas laterales conexas formando naves laterales, totalmente abovedada, con cúpula de
“media naranja” sobre el crucero (La Compañía-Cusco, San Francisco-Lima).[5]
La vivienda colonial fue en las ciudades y tuvo una fuerte influencia peninsular, esencialmente
andaluzca.[6] Eran casas de máximo de dos pavimentos y tenía un atrio que permitía la
entrada. Comúnmente, este zaguán permanecía accesible siempre para el arribo de las visitas o
vendedores ambulantes. De ahí, seguía un bello patio que dominaba el ingreso rodeado de las
habitaciones principales y dormitorios. En el primer piso se hallaba el salón que usualmente
conectaba a otro patio (traspatio) y finalmente se llegaba a la cocina.[7]
En el siglo XVI y XVII, las casas tenían comúnmente un balcón cerrado por donde se lograba
mirar la calle, estos miradores tenían celosías, y a fines del siglo XVIII y a inicios del siglo XIX se
edificaron bajo los cánones del estilo imperio y el neoclasicismo, atribuyéndose el uso de
ventanas de guillotina.[8] Los miradores le otorgaron a Lima un distintivo propio, ya que no
había ciudad americana que tuviese tantos balcones como en la capital del virreinato peruano.
Durante el siglo XIX, en el Perú se vivía la destrucción del proceso de integración cultural y
mestizaje, sin embargo también se abrió las puertas al camino de la independencia impulsada
por los criollos.
En los primeros años del siglo XX, la crisis de identidad era muy profunda, puesto que devino
de un tiempo de mestizaje cultural que fue configurando una nueva sociedad la cual fue
extremadamente renuente a aceptar nuestra realidad y a racionalizarse europea[2]. De aquí
que aún prevalecía esa dependencia hacia Europa y la necesidad de adquirir materiales
importados de países como Francia e Inglaterra para crear las edificaciones que eran una copia
indudable de su estilo arquitectónico.
De 1950 hasta finales del siglo XX el país se caracteriza por el fenómeno de barriadas y una
gran migración andina a la capital. Para comprender mejor esta etapa podemos dividirla en
cuatro periodos:
1. Entre los años 50, lima se convierte en el epicentro del Perú debido a una fase de
industrialización dentro de la ciudad que trae consigo un desborde popular de migraciones
andinas, y por consiguiente el asentamiento de barriadas en las faldas de los cerros o bordes
de los ríos.
Otro rasgo característico de esta etapa es que se constituyen las edificaciones de ladrillo y una
urbanización funcionalista
2. A partir de los 70, lima tiene una evolución compleja pues no existen muchas
modificaciones. Entre algunos cambios se puede resaltar la institucionalización de los pueblos
jóvenes y patrón de asentamiento horizontal.
3. La década de los 80 devino una explosión barrial e informal en medio de una de las crisis
económicas y políticas más severas; bajo estas circunstancias empieza a tener lugar una sobre
expansión de la ciudad y, por lo tanto, pierde vigencia el sistema de asentamiento horizontal.
[6]
4.La última década del siglo XX se caracteriza por tener dos caras: orden y desorden a un
mismo problema: sobreexplotación del espacio urbano. Otro rasgo es la expansión del sector
terciario. Inversiones urbanas y megaproyectos. Modernización de los servicios y preocupación
por la estética del mobiliario urbano. Se inicia una década de renovación urbana. Surgen
nuevas arquitecturas; sin embargo, los estratos sociales y económicos más altos dan comienzo
a una exclusión social en el uso del espacio así se crean estrategias de diferenciación en el uso
del territorio. [7]
Balcones de Lima
Cementerio Presbítero Matías Maestro (Lima)
Difícil respuesta para el crítico en arquitectura por cuanto como hemos visto el problema no es
tan sencillo y por lo tanto su respuesta tampoco lo es. Pero podemos plantear que si
aceptamos que la arquitectura es el reflejo de una época, de la sociedad a la que pertenece y
de la situación social imperante, no tenemos arquitectura contemporánea nacional porque en
arquitectura, al igual que muchas otras expresiones y situaciones actuales, también estamos en
crisis.
Nos encontramos entre continuas contradicciones y el público o usuario, alienado también por
todas las corrientes consumistas, tradicionalistas o progresistas, ideologías importadas que no
entiende por no corresponder a nuestra realidad, etc., tampoco se encuentra a sí mismo con
autenticidad. Si queremos que nuestra arquitectura sea auténtica, mientras nosotros, todos, no
lo seamos, tampoco lo
será esta por cuanto es su reflejo y no es ni será jamás un producto aislado o impersonal.
Responsabilizar a los arquitectos como únicos autores, es olvidarse que ellos también forman
parte de la misma sociedad que los usuarios y que quizás, están más sometidos aún que
muchos otros, a las presiones que determinan las soluciones arquitectónicas existentes.
Vemos así como muchas obras de gran mérito plástico y formal son obras que en países y
continentes altamente industrializados y tecnificados (Estados Unidos, Japón, Europa, etc.)
serían fiel expresión de una realidad que en nuestro país no lo es y que se explican en nuestro
medio por la enorme contradicción existente entre lo que aspiramos a ser y lo que somos,
entre lo que se nos afirma como expresión de progreso técnico y material y nuestro desarrollo
en formación. ¿Y este resultado, es culpa de la arquitectura? NO, la arquitectura, de la cual el
arquitecto es su intérprete y expresión de su realidad, solo la reafirma con sus obras, cuales
mudos testimonios que en todo caso deberían llevar al usuario a participar en los proceso de
cambio y reafirmación.
En buena cuenta, la arquitectura es el resultado, no de los arquitectos, quienes solo interpretan
los deseo y aspiraciones del usuario, sino justamente de este, llámese cliente privado, entidad
pública, cooperativa, etc.
Resumiendo criterios de autores como Héctor Velarde, en los que conceptualiza seis factores
principales que actúan en la formación de una arquitectura: el geográfico, el climatológico, el
geológico, el religioso, el social y el histórico. (Velarde, 1946).