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El improvisado cubil, recientemente excavado, estaba abarrotado de skavens que chillaban, se

arañaban, peleaban y discutían con frenesí alrededor de una mesa, cortesía del clan Moulder,
hecha de alguna criatura viva que secretaba unos extraños y deliciosos jarabes que nadie probaba.
En el centro de aquel saludable caos skaven, El gordo y rechoncho Mutacosas intentaba poner
orden y mostrar autoridad entre sus frenéticos subordinados, aunque con bastante poco éxito.
“Cobarde cosa gorda-torpe”, pensó Vatch Sangremaldita, desde un apartado rincón en
semipenumbra, rodeado de cinco de sus mejores alimañas. “Ineficaz, inestable, fofo imbécil.
Típico del clan Moulder, si si”.

Todo Mutanido era un caos desde que un grupo de cosas-superficie se había adentrado en las
instalaciones y liberado un gran contingente de esclavos, a la par que causaban inestimables
destrozos en los demenciales aparatos del clan Skyre que Morskitarr, el señor del clan y uno de los
todopoderosos Señores de la Descomposición que gobernaban a los skavens, había cedido a
Mutacosas en recompensas a sus servicios en pos de la gran empresa secreta de los hombres rata.
Desde hacía horas las principales figuras de Mutanido estaban compareciendo ante Mutacosas
para dar explicaciones, aunque, en verdad, lo único que hacían era culpar a otros skavens de lo
ocurrido mientras el gordo maestro mutador se veía desbordado por la situación.

-Si si, oh, el más inmenso de los mutadores, cuyo nombre es una clara señal del destino manifiesto
que la rata cornuda te ha otorgado! -Decía uno- mis ratas debían vigilar el Chillalejos, es cierto,
pero ¿Quién fue el incompetente- torpe que dejo escapar a las cosas-esclavas?

-Mentira-Traición! -Gritaba otro, claramente sintiéndose aludido- Mis estúpidos subordinados


pueden no haber vigilado lo suficiente a las cosas-esclavas y ya los eh ejecutado y devorado por
ello, pero…quien no pudo contener a ese hatajo de roñosas crías-superficie?

Todas las miradas se posaron en Vatch en un instante, miradas de rostros sonrientes, sabedores
de que habían encontrado un culpable que salvaba sus cabezas. Incluso el gordo Mutacosas
parecía complacido.

Ya no podía tolerarlo más. Mientras estos idiotas intentaban salvar su pellejo, el hijo de la cosa-
conde huía por las alcantarillas hacia vaya saber dónde, llevándose secreta y poderosa información
que las lunáticas cosas-humanas del norte ansiaban. Aquella información podía reportar inmensos
beneficios al Imperio Subterráneo y al Consejo de los Trece…y enorme prestigio a quien se las
diera. Y ahora, además, debía soportar que lo acusaran? Era demasiado!

-Silencio silencio! -Grito, alzando el imponente hocico más alto que ninguno. Vatch no tenía el
negro pelaje de las alimañas, y era algo más pequeño, pero a base de piedra bruja y mutagenos
había aumentado de tamaño hasta ser más alto que la mayor de sus ratas negras- Como se
atreven, inservibles escorias, a acusar-juzgar a un caudillo del Clan Moors? Llevo matando cosas
superficie desde antes que muchos de ustedes dejaran la teta de sus gordas y repulsivas
criadoras!Mi lealtad-Eficacia ha sido puesta a prueba decenas de veces!Las cosas-superfice
atacaron a traición, utilizando viles-sucios métodos propios de los sin pelo, métodos que ofenden
el honor del pueblo Skaven, si si! Incluso me atacaron con engaños, me hirieron cuando ninguno
de ellos podría haberme siquiera rasguñado en combate-pelea!
Una punzada de dolor recorrio su maltrecho rostro y su cola, como recordándole quienes lo
habían herido. El rostro de la criadora-guerrera y la cosa-alabarda se formaron en su retorcida
mente Skaven.

-“Mientras discutimos peleamos aquí, las cosas superficie tienen un prisionero de vital
importancia para el Muy alto Gran Consejo de los Trece. Si, para el mismismo Supremo Ingeniero
Brujo Morskitarr!- Al escuchar mencionar a sus todopoderosos soberanos, las ratas se encogieron
nerviosamente, y Vatch olio el almizcle del miedo en el aire- Debemos trabajar juntos unidos, sisi,
olvidar las rencillas y peleas entre hermanos Skaven, dejar las acusaciones, e ir tras ellos. Los
matare, los matare degollare con placer, los despellejare y usare sus pieles como adorno en mis
estancias, sisi, los devoraremos y recuperaremos lo que nos han quitado!

Un silencio nerviso recorrio la sala. Sangremaldita contemplo los ojos asustadizos y acusadores de
su auditorio, las miradas nerviosas, y supo que su discurso inspirador no había hecho mella.
Siempre era lo mismo. Siempre debía ser el el único interesado en la noble causa Skaven. Y como
tal, por supuesto, debía asegurar su supervivencia.

-La culpa fue de Dienteroto. El ordeno la retirada y les permitio escapar, sisi!- Dijo, señalando a
una de las alimañas de su derecha. El soldado apenas pudo recuperarse de su sorpresa cuando
decenas de skavens se lanzaron sobre el y lo asesinaron a cuchilladas, entre chillidos de ira,
mientras el y el resto de sus alimañas abandonaban la sala. Tenia trabajo que hacer.

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