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capítulo 1 Pepiecita

Yahoo/Buzón

 Piedad Ruiz Echeverry <pruiz@unicauca.edu.co>

Para:carlangaz_05@yahoo.com

6 abr. a las 8:33 p. m.

CAPITULO 1

“Feliz de reencontrarme”. Ese fue el mensaje que finalmente ella colgó en su muro del Facebook
el día siguiente a la separación. Amanda emitía con ello uno de esos mensajes que entre su grupo de
amigos tiene mil interpretaciones posibles y que en últimas alude a la incontenible necesidad
contemporánea de los sujetos de hablar y ser escuchados, en un mundo en el que las interacciones
directas tienden a ser excluidas y reemplazadas por contactos virtuales.

Había alrededor suyo y de sus amigos más cercanos todo un ciberuniverso que constituía prótesis
vital en esa comunidad, como para otros grupos sociales lo son otros lenguajes o contactos
mediáticos

Pude observar en varias ocasiones cómo entre sus dinámicas laborales frente al computador, al
tiempo que buscaba y ordenaba algunas notas para sus clases, Amanda consultaba sus diversos
correos, modificaba su blog o visitaba espacios electrónicos de sus amigos y familiares. Ese ritual
de híbridas interacciones virtuales se repetía con cierta frecuencia, aunque no con la misma
intensidad y velocidad con las que sus estudiantes lo hacían.

Juan por ejemplo, era uno de esos estudiantes universitarios que, habiendo terminado la mayoría de
sus compromisos académicos, disponía gran parte de sus horas para navegar incansablemente entre
diversas páginas de la Internet, lo que constituía una búsqueda desbordada e infinita de músicas,
armonías, imágenes pornográficas y todo cuanto constituía su pequeño universo de pantalla. Tenía
él también varios correos y páginas personales, en las que cientos de conocidos y admiradoras le
hacían saber periódicamente cuánto apreciaban el talento de sus voz y cuánto aspiraban compartir
con él una relación más cercana, por lo que dichos viajes representaban para Juan un gratificante
masaje a su siempre autofortalecido ego.

Estos rituales interactivos constituían en esa comunidad una suerte de vidas paralelas en las cuales
los sujetos específicos derivaban en roles alternativos; opciones idealizadas sin posibilidad real de
ser materializadas. Personalidades ensoñadas, algunas perversas, otras eróticamente contenidas y en
general todas con un sello de fantoche y absurdo, que en todo caso jugaban un papel fundamental
en la constitución de sus caracteres públicos y privados.

Además de los cambios generacionales en los usos de las interacciones tecnoculturales, pude
apreciar que otro tipo de variables incidían en dichas prácticas. El género por ejemplo, y de algún
modo la vida material y concreta, la vida real de cada cual, alcanzaba a bosquejar rasgos particulares
en cada sujeto, tendiendo al menos un frágil puente entre sus realidades reales y sus realidades
virtuales.
De ahí que aquel día el mensaje en el muro virtual de Amanda representara un grito relativamente
anónimo con el que anunciaba al micromundo de sus escasos contactos, su nueva condición
descomprometida de lazos amorosos, su reinaugurada soltería que para ella implicaba
fundamentalmente un maravilloso espacio de soledad, concebida como lugar propio, la instancia
para un reencuentro.

Juan en cambio, asumía por su parte la ruptura como una pérdida lamentable que sin embargo a la
larga le proporcionaría igualmente tiempos y espacios para recuperar antiguos hábitos y sueños
relativos a nuevos y también a abandonados contactos sociales. Al igual que otros hombres jóvenes
de su comunidad cultural, no concebía la soledad como una opción de crecimiento, sino como un
deprimente estado de abandono al cual jamás sería sano autoconfinarse. Muy por el contrario, la
ausencia de cualquier mínimo compromiso amoroso trasmutaba en la preciada oportunidad para
tejer fugaces y renovados encuentros sexuales y para cultivar amistades del pasado, aquellas que por
la simple condición de arraigo histórico en su vida, contaban con la complaciente puerta siempre
abierta y dispuesta a su confianza y abrazo.

Estos dos sujetos constituyeron durante más de cinco años el foco de mis observaciones etnográficas.
Si bien, había planteado originalmente un ejercicio de investigación sobre el escenario general de
la comunidad universitaria, sus formas de interacción social y su relación con el contexto cultural,
poco a poco me fui dejando seducir por algunos casos particulares hasta terminar focalizando la
etnografía en aquella naciente relación amorosa, surgida entre las dinámicas de poder y seducción
del ejercicio de las autoridades académica, generacional y artística.

El trabajo se desarrolló en el contexto de aquel pueblo blanco, emblemático y premoderno, que


anclado en un valle geográfico del país, había sido colonizado durante siglos por la iglesia, la moral
y los principios católicos de España.

Había escuchado muchas cosas acerca de sus costumbres y sus gentes antes del viaje; varias de ellas
atendían a todo tipo de prejuicios en torno a las prácticas culturales con un marcado sello
conservador y a un desesperado afán tradicionalista de sus gentes que intentaban perpetuar un
pasado colonial y republicano hace mucho tiempo desaparecido. Aun así, emprendí el trabajo de
investigación con la máxima apertura posible, con plena conciencia de la necesidad de mantener a
raya mis propios prejuicios y principios vitales, poniéndolos en conserva durante el transcurso de
mis observaciones y de mi lenta y progresiva inserción en la comunidad.

Aunque había estado en el pueblo en dos o tres ocasiones anteriores, aquellas visitas habían tenido
una única intención turística, y pese a la imposibilidad de librarme del todo de una mirada
sociológica aún en tiempos de descanso, aquellos breves viajes no habían representado ningún dato
confiable del cual partir en el ejercicio. Habían sido viajes de fin de semana en los que buscamos
solo cambiar de temperatura y recorrer alguna de esas pequeñas ciudades-museo, en las que el
tiempo parece haberse detenido, como una imagen perpetua para ser consumida por visitantes ajenos
a sus rutinas.

Aquellas percepciones desde la otra orilla, no aportaban pues mayor cosa en función del trabajo
inicial de recopilación de información del contexto.
El solo giro en la mirada originó una perspectiva distinta desde el primer momento de la inmersión
en el terreno. Curiosamente, una de las primeras impresiones que tuve en los días iniciales de la
llegada al campo fue la confirmación material de aquel discurso socioantropológico y también
jurídicopolítico, acerca de la plurietnicidad y la multiculturalidad del pueblo.

Recuerdo haber escrito entonces a mis amigos sobre la grata sorpresa al encontrar entre la
muchedumbre estudiantil de la universidad a la que había llegado en rol de docente, una intensa
variedad de rostros masculinos en los que se conjugaban casi con la magia de la selección natural,
rasgos de negros y mestizos, de indios y negros, de blancos colonos e indios colonizados. Cabellos
largos y lacios tejidos en trenzas, labios generosos, enmarcando blancas e irrefrenables sonrisas,
cejas del pasado moro de España acompañando unos rasgados y tibios ojos negros; narices aguileñas
o chatas, pieles de todos los ocres y todas las estaturas. Cualquier aficionado al collage como yo,
podría haber enloquecido ante tal gratuita vitrina de naturalezas físicas humanas.

Leía yo en todo ello una maravillosas historia local rica en encuentros culturales y de alguna manera
idealizaba la colección de sujetos, asumiéndolos portadores conscientes de todo su pasado histórico,
de las fuerzas y tensiones entre procesos de humillación y resistencia, entre movilizaciones sociales
y represiones oligárquicas, entre poderes y fuerzas culturales y políticas.

Piedad Ruiz Echeverry

Socióloga, Mg en Comunicación

Profesora

Programa de Comunicación Social

Universidad del Cauca

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