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M C .

Por: Carlos Rolong D la Cruz


Eva corría desesperada hacia la orilla de la encañada, pues ahí seguramente estaría la pequeña
Modesta, su hija. Era temprano; todavía sentía el roció de la mañana golpeando su rostro y
el jején picándole los brazos. De pronto al llegar a la orilla, divisó en la punta de un barranco
a su pequeña hija, de pie y estática, con un vestido blanco, descalza, y un ramo de flores que
sujetaba con sus manos pegado a su pecho, en una posición con la cabeza ligeramente
inclinada y los ojos cerrados. La niña dormía de pies. Horrorizada, caminó apretando el paso
hasta su hija, y apartando el miedo y el vértigo abrazó a Modesta por la espalda, la quitó del
sitio y la despertó. La niña abrió los ojos y habló con su mamá, contándole que no sabía por
qué estaba ahí, que de lo único que se acordaba era del momento en que se acostó en su cama
la noche anterior…
El pequeño Cristo de 5 años, dormía en una hamaca y compartía el cuarto con varios
hermanos. Pero en la madrugada, cuando apretaba el frio, le entraban ganas de orinar. Esa
noche hizo como de costumbre, se sentó en la hamaca, sacó para orinar y se agarró
fuertemente de los dos extremos que se amarran a las cabuyas, pero adormitado, no calculó
bien y se cayó; se golpeó en un tobillo con el borde de una cama; enseguida, prendió la casa
gritando de dolor. Magdalena, su mamá quien dormía con su esposo en la sala, se estremeció
por la bulla y en el oscuro levantó a Domingo y le dijo: Corre Domingo, vamos, porque a
Cristico se lo están llevando las brujas…
Al día siguiente fueron corriendo donde el padre del pueblo, para bautizar a Cristo, pues se
creía que así, no se lo llevarían las brujas por estar moro.

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