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En el apartado llamado EL GÉNERO COMO UNA ESTRUCTURA DE PRÁCTICA SOCIAL, la

autora explica que el género es una forma de ordenamiento de práctica social. “En los
procesos de género, la vida cotidiana está organizada en torno al escenario
reproductivo, definido por las estructuras corporales y por los procesos de reproducción
humana. Este escenario incluye el despertar sexual y la relación sexual, el parto y el
cuidado del niño las diferencias y similitudes sexuales corporales” (pág. 35) El género es
una práctica social (“escenario reproductivo”) que se refiere a un proceso histórico que
involucra al cuerpo y a lo que los cuerpos hacen, sin embargo el género no es una
práctica que se reduce a los cuerpos. El género existe en la medida en que la biología no
determina lo social, esto es, los procesos históricos son los que responden a situaciones
específicas y generan cambios dentro de las estructuras que conforman las relaciones
sociales. Cuando se nombra la masculinidad o la femineidad se hace alusión a procesos
de configuración de las prácticas de género que se pueden analizar en los procesos de
formación del carácter individual de los sujetos. En este sentido se entiende que la
configuración del género obedece a prácticas que se identifican con procesos que,
influenciados por ciertas ideologías, discursos o la cultura van transformando las
realidades sociales, esto es, que el género, como ideal, da sentido las prácticas que han
transformado el curso de la historia.
Otra de las consideraciones a tener en cuenta para analizar el concepto de masculinidad
es la complejidad que encierra la estructura del género mismo, dado que en este se
superponen diversas lógicas: “cualquier masculinidad, como una configuración de la
práctica, se ubica simultáneamente en varias estructuras de relación, que pueden estar
siguiendo diferentes trayectorias históricas. Por consiguiente, la masculinidad, así como
la femineidad, siempre está asociada a contradicciones internas y rupturas históricas”
(p. 37).
Ante tal panorama, la autora advierte que se requiere de un modelo de género con tres
dimensiones que sepa diferenciar entre relaciones de poder (patriarcado, la dominación
de los hombres), de producción (asignación de tareas y discriminación salarial) y lo
concerniente a los vínculos emocionales (el deseo sexual y su carácter genérico, es decir,
hay que cuestionar las formas que legitiman el deseo, tener en cuentas que si este tipo
de relaciones son consensuales o impuestas, si los involucrados dan y reciben placer…
son elementos que evidencian la dominación social de los hombres sobre este tipo de
vínculos).
Dado que el género está involucrado con otras estructuras sociales también interviene
con asuntos tales como la raza, la clase, incluso la nacionalidad. Lo anterior para
entender que el género es uno de los componentes principales necesarios para
comprender las demás estructuras sociales que componen la cultura, en palabras de la
autora “para entender el género… debemos ir constantemente más allá del propio
género… no podemos entender ni la clase, ni la raza, ni la desigualdad global sin
considerar constantemente el género. Las relaciones de género son un componente
principal de la estructura social considerada como un todo, y las políticas de género se
ubican entre las determinantes principales de nuestro destino colectivo” (p.38)
GÉNERO MASCULINO, NÚMERO SINGULAR.
CONSIDERACIONES SOBRE PSICOANÁLISIS Y COMPLEJO DE MASCULINIDAD.
Norberto Inda (Burin, Mabel y Dio Bleichmar, Emilse (compiladoras): GÉNERO,
PSICOANÁLISIS, SUBJETIVIDAD. Paidós. Buenos Aires. 1996)
215: tanto ciertos relatos del psicoanálisis como los provenientes del constructivismo
enfatizan la importancia de las palabras, de las formulaciones, en la construcción de “la
realidad” de cómo el lenguaje no sólo describe fenómenos sino su caracter constitutivo,
al modo de dispositivos perceptuales.
Presunción esencialista, la pregunta por el ser de la cosa en sí, resalta toda vez que el
ser se adueña del devenir.
LENGUAJE Y PARADIGMAS.
216: el autor nos explica el paradigma como los discursos que brindan modelos y
soluciones, creencias y valores a una comunidad en un tiempo dado. Consciente o
inconscientemente, en cada uno de nosotros un paradigma, en tanto visión del mundo,
opera como un selector perceptual que, al tiempo de organizarnoslos relatos sobre el
mundo, nos compele a que lo observado encaje en los límites establecidos. Es preciso
pensar en las consecuencias que esto conlleva en el uso automatizado de un lenguaje
sexista, producto y generador de una cultura sexista. Tras la afirmación de que “los
paradigmas determinan los límites de lo expresable, de lo conceptualizable…”,
comprendemos al tiempo que estos son construcciones humanas que dan cuenta de las
aspiraciones y contextos de quienes las formulan. En ese sentido entendemos que “el
conocimiento social-histórico y político, ligado a relaciones de poder que lo sostienen y
perpetúan… las verdades científicas contribuyen o son utilizadas como ordenadores
sociales. Hasta que nuevas prácticas científicas y políticas generen otros saberes o que
nuevas articulaciones inauguren nuevos paradigmas”.
217: cuando se afirma que los paradigmas son construcciones humanas se comprende
que estos son “hechos de lengua”, se tiene presente el hecho de que al ocurrir este tipo
de fenómenos, se introducen sesgos que, a su vez, condiciona la manera de percibir los
conceptos que se han construido acerca de lo femenino y lo masculino. El autor en este
capítulo sigue a García Meseguer (1988) que describe cómo desde la lingüística se avala
la asignación al término hombre como equivalente de persona. Uno de los fenómenos
que se quieren analizar es el denominado: Término dominante y dominado. 218: Con
relación a este, y en el caso del uso del lenguaje, se evidencia que “cuando existen dos
contrarios teóricamente iguales pero que, en realidad, no lo son, el vocablo que designa
al menos potente mantiene inalterada su significación, aludiendo tan sólo a su parte, en
tanto que el vocablo que designa al más potente pasa a significar, a la vez, su parte y el
todo” (García 1988). Esto es, que los individuos cuando nombran poseen una tendencia
a identificar lo masculino con lo total y lo femenino con lo parcial. Y cuando se realizan
este tipo de enunciados de carácter general, se da cuenta de la desigualdad entre ambos
géneros, casi que eliminando uno cuando se nombra el género masculino para dar
cuenta de asuntos y problemáticas que conciernen a ambos sexos.
Todas estas consideraciones de los asuntos paradigmáticos y del uso del lenguaje
conducen nuestro interés a reflexionar sobre la “normalidad” (p. 219) que padecen los
hombres. Aquí, el término normalidad alude al uso de la palabra hombre (varón) como
el primer sexo, el término dominante de la gramática, el lugar de privilegio y de poder y
que es preciso detenerse a analizar las consecuencias de este modo particular de
configuración de la masculinidad dado que determina el arraigo de ciertos valores
asignados al género masculino. Es conocido por todos el lugar privilegiado que ocupa el
género masculino en la sociedad ya que son quienes instituyen las leyes, son los jefes
del hogar, y determinan los lineamientos políticos que guían el rumbo de los pueblos.
Desde pequeños, y a partir de los valores culturales el sexismo, a partir un contundente
adiestramiento, deja claro los comportamientos que se esperan de los varones tales
como la competitividad, la agresividad, la autoridad, la selectividad (llegar a ser el
mejor). Acto seguido, el modo de naturalizar este tipo de valores, da cuenta de un ideal
de masculinidad que afecta la identidad de los varones que se pone a prueba al
relacionarse con sus pares y con el género femenino.

EDUCANDO A LOS MUCHACHOS: NUEVAS INVESTIGACIONES SOBRE MASCULINIDAD Y


ESTRATEGIAS DE GÉNERO PARA LAS ESCUELAS. R. W. CONNELL.

“Es claro que las escuelas tienen una capacidad considerable para hacer y rehacer el género;
pero no son la máquina de revolución de revolución de género…” (p. 168). Esta es una de las
conclusiones que nos ofrece la autora luego de recorrer de manera pormenorizada diversos
fenómenos que se tejen dentro del ambiente escolar. Y si bien la escuela no es el elemento
generador de cambio, no se puede desconocer que ella es la institución privilegiada para que las
sociedades transmitan los valores culturales a las nuevas generaciones. Sin embargo, en asuntos
de género no se puede omitir el hecho de que la escuela “ejerce un control directo sobre sus
propios regímenes de género” (p. 168), los cuales pueden, además de legitimar diversos
estándares, generar conocimientos que transformen la existencia de los sujetos en proceso de
formación. Después de realizar un recorrido por el artículo, el propósito de este nuevo ejercicio
es hacer énfasis en los resultados de los trabajos etnográficos expuestos por la autora con los
cuales demuestra la pertinencia de sus cuestiones.

Uno de ellos es determinar los elementos con los cuales las escuelas pueden afectar la
masculinidad y sus diversas manifestaciones. Otro de los a asuntos a analizar es hasta qué punto
es tan real la igualdad formal que la coeducación (instituciones educativas) ofrece.

EL LUGAR Y LOS LÍMITES DE LOS PROCESOS ESCOLARES.


En este apartado la autora afirma que la escuela no es la única institución que modela
masculinidades. Otras ramas de la sociología advierten de la importancia de las
comunicaciones masivas en el orden de género contemporáneo: la investigación sobre
los medios de comunicación están atestados de representaciones de masculinidades
(publicidad, cine, televisión). A su vez surge la pregunta, ¿por qué prestar atención a las
escuelas?, dado que los maestros plantean que deben enfrentarse a patrones
incontrolables que se establecen fuera de la escuela. Frente a estas temáticas la autora
menciona dos explicaciones con las que se ha tratado de solución a tales problemáticas.
La primera explicación es denomina mirada sociobiológica; con esta se busca justificar
el comportamiento masculino con el hecho de que éste brota de la naturaleza biológica
de los hombres, es propio de la codificación genética. Sin embargo esta explicación se
encuentra lejos de brindar elementos necesarios para la formación del género
masculino: “Es claro que las diferencias corporales son importantes para el género,
entendiendo este como la estructura por la cual las relaciones y diferencias
reproductivas se involucran en el proceso histórico de la sociedad humana” (p. 159).
Afirmar esto no es estar de acuerdo con una base biológica para la masculinidad. Las
diversas investigaciones demuestran que no hay un patrón estándar de masculinidad
que pueda ser producto de la biología. Los elementos anteriores reiteran la afirmación
ya trabajada por la autora: “la masculinidad no es una entidad biológica que existe antes
de la sociedad, las masculinidades son las formas como las sociedades interpretan y usan
los cuerpos masculinos” (p. 159)
La segunda explicación la autora la presenta como la mirada del “rol sexual masculino”;
esto es, todos los valores y comportamientos que se esperan de los hombres en un
contexto cultural amplio. Esta teoría le da más importancia a la educación que a los
postulados sociobiológicos. Mas esta mirada considera a las escuelas como “conductos
de las normas sociales y a los niños como recipientes pasivos de socialización” (p.159).
Claro está que este enfoque ofrece una comprensión reducida de los detalles de la vida
escolar y lo que está relacionado con el poder o con la diversidad de razas y clases.
“Aunque el lenguaje del “rol sexual” continúa siendo la manera más usual de hablar de
género en las escuelas, éste es fundamentalmente inadecuado para servir de marco
conceptual.”
Las escuelas son un actor importante en la formación de las masculinidades modernas:
son uno de los sitios principales de formación de masculinidad. Con esta afirmación lo
que se pretende es hacer un llamado de atención a lo que se conoce como las similitudes
de género. Se evidencian en las prácticas educativas que eliminan tales diferencias,
estos son, los currículos comunes, horarios compartidos, el mismo espacio, las rutinas
de clase, los maestros deben desenfatizar las diferencias de género y centrar su atención
en el crecimiento individual de los estudiantes. Todo esto para demostrar que “el
sistema educativo puede ser una fuerza para generar equidad al igual que inequidad”
(p.160). De todos modos estas prácticas que configuran esas similitudes no son
suficientes para superar los regímenes del género masculino.

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