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Fondo Iommi-Amunátegui | Carpeta Cartón

tipo referencia: Poema

título: Las cadencias


autor: Godofredo Iommi
edición: --
páginas: 32
imágenes: 32
formato: 21,5 x 31,5 cm.
lugar: Viña del Mar
fecha: 1979

colección: Poesía
fondo: Iommi-Amunátegui
conjunto: Carpeta Cartón
número ingreso: 003

nota edición: Textos mecanografiados y anotados con grafito y tinta en cada página
como orden y corrección.
Existe una edición del poema en el libro Comentarios y Cadencias [Viña
del Mar 1980].
Se incluye el registro del retiro de la página 32, contiene anotaciones
manuscritas al respecto de la edición de 1980.
En la transcripción del op.1 los versos entre [ paréntesis cuadrados],
no están en la edición del 80.

clave: Iommi / Poesía / Iommi-Amunátegui / Carpeta Cartón / Las cadencias


/ 1979 / 003 /
código: IOM-POE-IAM-CAC-CAD-979-003
003 / Las cadencias

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p. 32
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p. 32 r
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003 / Las cadencias

op. 1

Tu azul inacabable
del descuido,
guijarros lúcidos
del pudor
que vacila, ambiguo,
adorado en especies,
en la lenta explanada del daño
que sube
a la comisura de los velos.

Una incitación ya afín


por ensueños
y truhanes embellecidos en el golfo.

Otro viso en las mujeres


y errores y bonanzas
pasables – desliz al nombre.

La joya gira cruel


a crestas altas e ilegítimas.

Vuelves rosácea
envuelta de orillas
a una jarra de luz
que impide el rostro
de otras asiladas
en mi cuerpo
bajo consonantes torpes y sagaces.
Uno en otro
[fragmentos
retienen el transluz,
la intocable irrisión.

Abre
abre sus fracasos]
bajo el pórtico
vigías desnudos
revelan sus rocas,
la calidad fraterna del poniente
– prematura aversión
del relato
al émulo familiar.
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Ellos no levantarán las barbillas,


ciertos trastos locales,
en la unívoca virtud del paisaje,
en la utilidad in-fraganti
del mar.

A despecho del cuervo


en el leño
la memoria aduce
una invisible artesana
del adviento
oblicuo al río......

op. 2

extensa,
el alto alsaciano
a sangre halada
en alientos
tan finos de la doma,
– ¿incides? –
en la tribu sin admisión
ni respuesta. Cuantos dieran
la hilera secreta y juvenil
de una jugada a siestas,
a iracundas dominicales
en la palma
o en el paso franco
insensible del aurífero
vencido en sus extremos.

La mente mía invicta


en el rigor de la verja abscisa
y solitaria del puerto
– tan asesinados en la andada
clara, exclusiva de mayo,
la inicial
pervertida a tiempo
a reto y muro
indemnes, femeninos
en las guerras.
003 / Las cadencias

Númenes directos
bajo miserias de lazos
y un salmo
cabal
en la historia repetida
del tragaluces
en el formón
sin par
de otro prestigio.

Desdíceme cochero fuerte


en el sexto. Nunca.
Inherente al celo
vota
la exenta
perseguida abjurada
en el ceño
en el rústico
can
adherido al quicio,
en el sin.

La mente mía en la siega


policial, audible
bajo la gruesa, incinerada
cima
del cántico sin albas
ni alas que lían
al aire el señuelo
del fin. Una atrabiliaria
convicta
al raso
entre sucesos corporales
inánimes si miente
el caso azul
llano y ajeno
sobre los brazos
heridos del ciervo,
una y otra vez
para el aserto y el blanco
de sangre
en tantos susurros
que ancestrales
restituyen en la estrella
la aptitud de otro domino.
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Déjame marchar – hito –


humilde en la oval invisible
entre himnos que añoran
el único rebato intacto,
la versión del alma
en el sufragio
y la alta comisión
del bandido
en la tea
del erial

(Ultimarse en toques
de ejes, acento innúmero,
con la feria adoptada
de la bulla
aérea, inexistente
en la felina calle
del disentimiento
y el rubro
asísmico, tenaz
de cuanto sigue
a su pesar).

De sueño a paso
un eco
y el rápido absorbe
el pájaro
inmediato, manso en exceso
del gesto
inopinado, aún servil
en la guarda,
en el canje irrestricto,
sin bordes, del mes –

Sin acertar la caravana,


ilativo
don
del cabo
echado al ciego
desastre de la sien
y al unísono
arrogado
aval
mercenario del alma,
003 / Las cadencias

a tiempo
para advertir la rotonda
o, casto y oculto, en las fechas,
en el instrumento exento
entre curiosos animales
y las sensualidades solícitas
de la conmemoración.

Nos urdíamos entre fronteras,


la sisa requerida
de la voz al celo
en antiguas armonías.

Imagen
o ulterior asonada,
el labio fútil y severo,
más que el engaño solaz
entrecerrada ocasión materna
irredenta para siempre
en el puente
del muñón (¿reservas
la zarpa del acuerdo
en la repetición del sol?)

Si una palabra
en la sed altiva del suicidio
entonces la simulación esclava,
una revisión de prisa
en los labios disueltos
del río
festivo, sexual, del abrazo
hurtado a las grasas silentes,
al odio abierto hacia el mar.

Témporas iletradas
del agravio, de la salud inexperta
en la boda,
colectora rustica del asta
en la insurrección – Ultima vid.

Ninguna celda
al oro de matrices
– sus muertes –
entreabre el dueño casi,
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ni el sesgo lejano y visible


alcanza
la celosía final de su mirada
antes que el vidrio se abandone
al reno fatal
de sus perdidos hielos.

op. 3

La lienza a solas
en la cena
– entrometidas jibadas –
una marea medida
encarcela la garganta.

Los cruces intermitentes


del alma
esconden el vaso
en su cara,
la aligerada anunciación
de la treta
en los suelos del bosque,
de la plaza
aguda del herido
a flor de labios
sobreinstinto al filo
en el pliego del verano,
expertas.

Sus animales precisos y ricos


la tierra muda de las ventanas
muerta en la espesa voluntad.

Un gran trapo a voces


responde
en mi indolencia,
la calidad inhalante
de los premios
pieza a pieza en el rencor
del sol.

Pero no me asesta
secreta, parpadeante,
003 / Las cadencias

en arco,
la arena del baile,
la tibia interferencia
del peso –
ranuras consagradas
o un resto
nocturno, podrido en el boj.

Tu piedra
ávida, inteligente,
la irremisión del lado
pospuesta al ruego
ensimisma las fases
de la nuca
bajo el haz. Conmovida invariante,
inconsutil caserón,
su planta calza
la sombra
y tantas instancias
– diseminada virtud del manto –
libres al despido
de la cabeza
apenas
sobre el mal.

op. 4

La vecindad tardía de las alas


su idéntica respuesta de rincones.

El espejo suelta
sus piezas lentas,
esta movida venal, elegante,
sueña abajo
esbozo disperso
por horrores,
la extremada asonancia.

Entre sus senos aletea la sorpresa


una abstinencia oscura
seduce la palabra,
resúmenes ciegos de la yema,
otro intelecto roto en la garganta.
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Muelle versátil, adecuado


altera una en otra gracia
– aquellos cuerpos –
la resta hundida en su virtud
filial.

Ellas hurtan las treguas animales


de la astucia,
la distancia que apasiona al borde,
este transido error
y el hueco
que en campo de recato
guarda su vacío.

op. 5

Este borde inteligente del silencio,


su playa absorbe olvidos.

La puerta viva
constriñe
sus pies. Un amago
resuelto en pus
bajo naranjos sorpresivos
semiocultos en el dolo.

Fugitivo
su cabeza echada al horizonte
construye la espesura.

Ninguna rígida versión


cae sobre la sombra.

El carro
cede y rescata el discurso,
la inanición extraña de los jóvenes
sometidos al follaje;
otra apurada virtud
bruñe en el asombro
el desliz del abandono.

La partidura vacila
sobre su propia fiesta,
003 / Las cadencias

enrojecen un alma
sus acantilados. La caza
espanta las hojas del deseo,
entierra un leño en la memoria,
verifica
la sobria vanidad
del lago
en la batalla. La luz
rehusa sus alturas
en la agudeza
de los hombros.

Ellas sobrevuelan el mercado


en oleadas adversas
que ajustan
secretos a la andanza.

Otro cuidado despoja rutas


ante esta carne
perdida por el cuerpo.

Su otoño
adelantado en la vergüenza,
pero la libertad anula los retornos
y bajos
los pájaros se hunden en la fiebre.

El desierto pasan lentas


las razones indiferentes.

op. 6

El alcance nos hospeda,


desnuda
la concepción silenciosa del sentido,
lejana el alba
tantea su barca,
tu arrojo distraído
en el oficio
pasa por el brazo
hasta la altura efímera
de otra cita
vana y fiel.
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El salón implica
la derrota,
este joven a cubierto
del aire construido
cuya masa disimula
el fin.

Breves cánticos ebrios


del transcurso
sin fondo
ni laurel
oportuno
entre las bocas
del portero sinuoso
de argumentada voz.

Repite, el indicio,
la distancia,
el árbol sin errores de los vientos,
su frase apareja
el ojo,
la latitud impredecible
enamorada
del helecho
al impostor.

Corrige el que ahuyenta


la bestezuela consagrada
por amantes
muertos sin calma
en el solar
y lejanos plantíos
modulados
en la venganza.

Volverán a penar
las melodías incisivas
por la casa de plata
admitida
con la soldadesca;
las lámparas bárbaras
del grito común
en cuyo río
empieza o acaba
003 / Las cadencias

tu trazo;
la idealidad amarga de una causa,
la intimidad rendida del tapiz.

Un salto justo
más cruel
que los cálculos
precede,
las máscaras vivaces
del tumulto. Otra variedad alternativa
recorre la mesura,
su dispensa a las hojas
inmóviles sobre sus sombras.

Más de nuevo la mujer


corre por el borde nocturno,
sin importancia.

op. 7

La piedra
encubre
el rumor de su peso,
sano desvío materno
del callejón,
sus fueros de humo en el cuadro
bajo una repetición
aconsejada por las aguas
– la escalera
extrae la ironía
la alfombra prometida;
tal belleza se exilia
de sí misma,
sus ordenes devuelven las aceras
y la voz cala en sus labios
el peligro
– construidas fases,
a previos densos
sus fuertes superficies
difunden pies
para acoger su imagen
y un junco solitario
en el recado
cuida el pensamiento.
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Su cabeza mueve la noche


a países tardos, irreparables
en la risa
– incesto sin medio
bajo relato,
barco perdido
en bosque de puertas –
tu gemido retiene
la voluntad en el paisaje
y la lluvia dispersa
recuerdos por el techo.

op. 8

La temporada se inclina en los brazos


y en sus palabras se recogen los pájaros marinos

Un río de noches cruza esta sala vacía,


la distancia reúne al prisionero.

Vago párpado del rezo


la invitación sin modo inaugura la manada,
– el amante lleva el placer en las rodillas.

op. 9

Mueve su ardid,
desea ese atrio
el voluptuoso adiós;
su lúcida blanca y sierva
– la vanidad tiembla
escondida en las axilas
y bajo acedia
polvillo imperceptible cobrizo
del alto regimiento.

La insistencia repulsiva del prado


en la alternativa
de uno u otro sol
bajo el orden astuto
del corazón
cuyos bordes marinos
003 / Las cadencias

comen y devuelven las playas


para las presas fugaces
finas y aviesas y
asiduas
en los eslabones fugitivos
del viento. La vuelta
guarda del cuello
su pasión;
las pesas labradas
en las penumbras del coro
su arte de fiel
vive de usuras,
lejanos maceteros del vacío
donde la altura expande su exilio
los huesos semanales y calvos
del delito.
– conjura por la espalda
bajo la arcada
la atracción absoluta del manojo
sobre el agua y el desdén.

Junto al hato
más que la muerte réproba del dueño
mi piel inmune a la superficie del fruto
ajusticiado en su afán

op. 10

En la cabeza vaga
su geometría involuntaria
adepta
la hiedra a un alma.
¿qué recuerdo sumerge su asombro en la herida,
la media lujuriosa del engaño
su ocasión baldía,
para repetir
los pedernales del ingenio?
– perseguidos por las frondas superiores,
la joya desnuda sus artes
y la lluvia la ternura de sus pelos.

Único hincapié sobre la ruina


el amor simultáneo de las fronteras
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cita las trampas,


la invencible sintaxis de la presa,
otra lealtad, el rellano
donde la estatua se separa del silencio.
– apenas puede el día con la luz –
el distingo ennoblece su partida.

op. 11

El aspa del deseo


finge sus vientos,
enjuga,
y la pasión del intruso
penetra esos silencios.

Los amigos
retienen la llave
entre sus párpados,
fugaces señales de océano
juntan los sueños al disparo
con que una sombra abandona un cuerpo.

Aunque no suceda
y el aire empero
deshaga el equipaje.

op. 12

La ansiosa pierna
en los valles
bajo tanto esquive
– antaño –
llenas figuras cálidas
que rehusan sus límites
con amplios cuerpos lasos
para impedir que el día
los encuentre. Y una vastedad
de murmullos sobre el quiebre
entintándose lento
hasta las cejas
y un tórax
muy solo para la reflexión
en la doble memoria de sus hombros.
003 / Las cadencias

Ninguno concede
la temible frescura
de lo próximo, sin estantes;
alguaciles del viento
en aquella inutilidad salvaje
cuando la palma
gana al gesto
las piedras que esplenden
lejos de las mesas. La nuca
esconde sus lluvias
con fútil arabesco
donde libres de ciencia
los mares contiguos
toman y dejan sus blancuras;
cierta rapidez
con lonjas de invitadas
y frentes que confunden
– indecisas –
la sencilla llamada
del centro
inútil, exacto, real
en el anillo de humo
ya violáceo
con que todo se ha concluido.

op. 13

La espesa manotada del pan,


anterior concordancia
con desechos lujosos
tensos criterios
y sordos altos sobre polvos
del aliento.

Mármoles enrojecidos
por la llanura del grito
año a año
en la huída inmemorial
encubierta con hojas fáciles, piadosas
hasta las cenizas del relato
frente al geranio
en un claro impronunciable
a doble alba
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por la débil
impropiedad del rumor.

Feroces hermanas
construyen
la rendición que la tarde asesta
a la casa,
a creencias aplacadas
en lagunas,
a días ocasionales
en el torno veloz del moribundo
y la rectitud de la figura
que disminuye su piedra.

Los colores se ocupan de estos rastros,


– descubiertas cabezas condenadas –
y salas fugaces de un consuelo
hasta guardar en las rodillas
la justa inclinación del hacha
y la gracia imperceptible
del pájaro en el piso
sustraído al poniente.

op. 14

La cabeza inclina ese día


y el asa inconclusa alienta delante;
un ala apenas despoja su hombro
y a sostenes de luz la mesa quieta.

Entre áridos normales


hijos severos del ojo,
de tinturas iniciales,
la ronda peregrina.

Tales guantes vivos


para los pájaros de la celada,
de taza en taza
su imagen se posa
hacia los últimos animales
de la distracción.

Una mínima banca para matar


003 / Las cadencias

labra
la fina arquitectura del adiós.

Ellos mueven los nombres en el receso


los dientes para aclarar su desierto,
mas el arco implacable del joven
retiene
la prenda sutil de la promesa
paralela al río,
del clan.

op. 25

El era en el mar,
retraída a signos
en la mezcla voraz de los plurales.

Una madura indigencia embellece


el cuerpo,
abre
las páginas del jardín
su calma se desliza por el caballo
que el complot del alba reúne,
a jarro solo
el cielo transa su distancia,
apenas heridos
en el salar impasible del silencio
sitiado horriblemente
por colores.

op. 26

Acalla en las altas cornisas


los vinos débiles
una mano que expira en los rehenes
a baja bruma, portuaria,
coludidos,
sin tez.

No calza el movimiento
en su cesura
y erguido entre sus perros
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consume la estación,
sustrae
un pensamiento
ardido en la aventura;
prisionero mudo en el tazón
la lejanía bruñe sus comisuras
y caen las pieles amontonadas
de la calma.

Una adición imposible


festeja los fríos
en las imágenes.

El cuarto de noche
pesa sus objetos
y el sueño tiende
la levedad del viento
como el rigor delicado y final
de las aristas.

op. 27

La mediana altera la demente


remate virginal de la corte
– palabra al ulterior vacío –
cuya fisura delicada
en el portal
hunde la máscara
en su tema.

Interna intrepidez de las piedras


cedidas
a la cabeza galante
en el cadalso,
vueltas hacia los sexos
lentos, dilatados, del lago
que atesora su juego.

Innovar en el pliegue
la tarde
a ras de nido,
su improbable apariencia
de remero en los suburbios.
003 / Las cadencias

Pasado hábito
la visible herida
atrae las lejanas
esquivas, sonoras
ente tallos, una
urde
la herencia en las laderas.

Una medida impropia


reanuda los arroyos,
el torno duro de la loa, tú
en las gradas mortales
del jardín.

op. 28

Ellos entorchan el hilo


del deleite,
restos perplejos del lobo
en el sueño
cautivo del acecho,
del múltiplo imperfecto,
de la separación suave
del mar.

Los grandes tacones


de su niebla
retienen la nostalgia
del zaguán.

op. 29

Disociadas semblanzas
en la huerta
donde un cuerpo, un solo cuerpo
consume en el otro
su perdón.

op. 30

La mano resume su vértice absorto,


la memoria inmóvil sobre el agua
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climas lejanos deshechos en las escalas;


por un vestigio
atraviesa la bandada
e inerme
resiste el murmullo la aventura
– vientos que contraen –
la hazaña
sobre un cuerpo.

op. 31

.... y su dolor
de plata argüida, vieja
bajo el cincel
la joven casta
en su toca
a señuelo de alba
en tanto el rey
golpeaba las piedras
del cortejo
y ennoblecía la despedida
entre manos femeninas
ceñidas
a la promesa de un signo
suave y bastardo
para unir lo disperso
en el campo
herido y secreto
de las mieses
que aquel beso
cuando ellas inducían
el ramaje
en el sutil
intento de la vírgenes
pidiendo el tacto
la propia voluptuosidad
de morir
dentro del estadio
bajo la hoja de sol
siniestra
aunada en las espaldas
a la longanimidad
de las aguas
003 / Las cadencias

cuya escisión
rasga las páginas
pues el último ujier
conoce
las palabras del armero,
la vicisitud de otro desprecio
que merodea la casa
urgida en cada sombra
al resto, al resto
inalcanzable
de la memoria y del canto.

op. 32

Las barcas
silentes
del gesto
por un pliegue tenue y abusivo
de este verano
que siega
la distancia
entornada hacia los finales
del buque negro
que desvanece en las fechas
el arte asiduo
del bosque junto a los pies,
sus pasos blancos
por la puerta lisa, larga de la luna
a la realidad
de una gallina impresa
en el horror
que cede
al distraído velamen de los antepasados
al acceso amable
e inútil
de una en otro bailarina
donde el sexo no difiere
y las sales agudas se alejan
al incesante adulterio
de la luz,
a su mediación
con muertes del agua
para frentes justas
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de atletas
casi involuntarias
en las estatuas,
en el texto lujoso de la pista
que disimula en las pestañas
la atractiva adivinación,
el húmedo cuello del florero
y la cita
cuyo eco
osadamente
por el Dnieper...

op. 33

Impagas, de rodillas
en la aceitada voluntad
de las sombras,
del tazón recurrente
viejo en
su espejo pétreo
de las paisanas
de pájaros juntos
ante el hombro
del esbelto
dulcemente probando
en su manto blanco
el día,
el único día de un adiós
que madura sus reses
pues ya imposible enterar
la indirecta
valla de oro,
las atrayentes
esparcidas en veranda
sobre pelos rotos
de madres
desnudándose
de un trazo,
embellecidas en sus gargantas
y brazos
abandonados por las cóleras
en tanto la noche seca
tiende
003 / Las cadencias

el pie de su montura
renovada
y adúltera.

op. 34

hasta la sangre sutil, solitaria


sobre el guante,
los gozos violáceos del muro
sobre los muertos
entre adeptos precoces
que suben lo prohibido al borde,
a números finísimos
que se desdicen
como los dedos de un pensamiento.

Calla
ante el fragor de los testigos
con una ceja bella
en la bóveda
sin desviar, fascinados,
el largo asesinato
de barqueros
en tanto
transeuntes,
ambos,
entre pétalos carnosos
se ocultan por las rejas.

op. 35

la mirada preña un agua


sorna
del aire
en deducida voz
hay otra nieve
para el castillo
por balaustradas
y consensos
con que las últimas hierbas
se inclinan
a la vaga profecía
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de la luz
en uno
o en aquel entonces
con que vivíamos
a primeros filos
de cuchillas
ladera abajo en la pendencia
o la canción
renovada por acres
tramo a tramo
bajo trajes
más crueles y nobles
que el indistinto juglar
entre plantas y niños
asustados
de sus bellezas mutuas
del tráfico azul, desestimado
cual quisieran los vientos
del cabrestante
que a golpe de bronce
sueño de destreza,
como si el temor
buscase en sus despojos
la realidad de un gozo
excesivo y prohibido
por el sol.

Cerro Castillo
Viña del Mar 1979.-
003 / Las cadencias

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