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MANUAL AUTOFORMATIVO
ASIGNATURA
Contratos Típicos
Autor:
Halley Lopez Zaldívar
ÍNDICE
INTRODUCCION
Control de Lectura N° 1
Glosario
Bibliografía de la Unidad I
Autoevaluación No. 01
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Lectura seleccionada N° 1: Forno Flórez, Hugo (2014) El principio de retroactivi-
dad. En: Derecho Contractual. Lima: Fondo PUCP. pp. 478 – 479.
Actividad N°1
Tema N° 2: El contrato de donación
1. Definición y características
2. Las prestaciones
3. Donación de bienes muebles
4. Donación de bienes inmuebles
Tarea Académica N° 1
Glosario
Bibliografía de la Unidad II
Autoevaluación No. 02
Lectura seleccionada N° 1: Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especia-
listas. (2006). Tomos IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. (512-516).
Actividad N°3
Lectura seleccionada N° 2: Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especia-
listas. (2006). Tomos IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. 230-232.
Control de Lectura N° 2
Glosario
Bibliografía de la Unidad III
Autoevaluación No. 03
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UNIDAD IV: “Los contratos de prestación de servicios. Otras fuentes de las
obligaciones reguladas en el Código Civil”
Diagrama de Presentación de la Unidad IV
Organización de los aprendizajes
Tema N° 1: El contrato de locación de servicios
1. Definición y características
2. Las prestaciones
Tema N° 2: El contrato de obra
1. Definición y características
2. Las prestaciones
3. Sistemas de contratación
4. Vicios aparentes y vicios ocultos, y responsabilidad (CC Comentado IX, 176-180)
Actividad Nº4
Tema N° 3: Los contratos de mandato, de depósito y secuestro
1. Contrato de mandato
2. Contrato de depósito
3. Contrato de secuestro
Tema N° 4: Otras fuentes de las obligaciones reguladas en el Código Civil
1. Enriquecimiento sin causa
2. Gestión de negocios
3. Promesa unilateral
Lectura seleccionada No 2: Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especia-
listas. (2006). Tomo IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. 644 y 645.
Tarea Académica N° 2
Glosario
Bibliografía de la Unidad IV
Autoevaluación No. 04
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INTRODUCCIÓN
Apreciado lector, el presente trabajo tiene como objeto establecer las bases nece-
sarias para forjar un interés en el conocimiento de la tipología contractual según los
alcances y regulaciones del Código Civil peruano.
En ese sentido, se tratan diversos tópicos que van desde el recuerdo de la parte
general del contrato, hasta la diferenciación de los diversos tipos contractuales más
importantes reconocidos por la normativa civil y comercial.
Es así que en la primera unidad se estudian las instituciones básicas del derecho de
contratos, seguido por el análisis de los contratos de compraventa y de permuta.
Para la segunda unidad están destinados el análisis de las categorías principales de
los contratos de suministro y de donación.
Espero que con el presente Manual Autoformativo puedan generarse las bases para
una comprensión fundamental de las contrataciones reguladas por el Código Civil,
esto es, desde el estudio de las categorías generales y particulares que cada tipo
presente.
El Autor.
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DIAGRAMA DE PRESENTACIÓN
DE LA ASIGNATURA
COMPETENCIA:
Analiza los conceptos doctrinales, legales y jurisprudenciales en las relaciones jurí-
dicas que la práctica legal le exponga, aplicando las reglas y procedimientos para la
protección de los derechos fundamentales en su interacción con los diferentes parti-
culares, logrando objetivos conformes a la relación obligacional constituida.
UNIDADES DIDACTICAS:
UNIDAD I: UNIDAD II: Unidad III Unidad IV
El contrato en ge- Los contratos de Los contratos de Los contratos de
neral. Los contra- suministro y de mutuo, de comoda- prestación de ser-
tos de compraven- donación to, de arrendamien- vicios. Otras fuen-
ta y de permuta to y de hospedaje tes de las obliga-
ciones reguladas
en el Código Civil
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UNIDAD I: “EL CONTRATO EN GENERAL. LOS CONTRATOS DE COMPRAVEN-
TA Y DE PERMUTA”
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UNIDAD I: EL CONTRATO EN GENERAL. LOS CONTRATOS DE
COMPRAVENTA Y DE PERMUTA
1. Definición y características
Es el artículo 1351° del Código Civil (de redacción muy similar al artículo 1321° del
Código Civil italiano) el que reconoce una definición de la categoría del Contrato. Al
respecto De la Puente (2011, pp. 35-40) señala lo siguiente:
“Parecería inútil que, existiendo una definición legislativa del contrato (artículo 1351
del Código civil), se busca saber cuál es el concepto de contrato, desde que éste es,
al fin y al cabo, lo que la definición dice.
Sin embargo, debe tenerse presente que la definición, por su naturaleza, sólo debe
establecer los lineamientos generales de la institución, o sea cuál es su naturaleza y
cuáles sus efectos mientras el concepto de contrato profundiza estas nociones. Por
otro lado establecer el concepto de contrato permite juzgar, con mayores elemen-
tos de juicio, la bondad de la definición.
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En lo que se refiere a la voluntad, el problema es similar, ¿se trata de dos volunta-
des, una del oferente y otra del aceptante, que son coincidentes entre sí, o de una
sola voluntad común de ambas partes? En el mismo trabajo opino, pese a las serias
objeciones formuladas por Riso- LIA, MESSINEO y MUÑOZ, que la manifestación
conjunta de que hablo en el párrafo anterior exterioriza una voluntad común.
Existe una creencia generalizada de que lo que vincula a las partes es el contrato, y
en ese sentido se habla comúnmente, aun entre hombres de Derecho e inclusive en
los Códigos, de obligatoriedad del contrato, de ejecución del contrato, de resolución
del contrato, de rescisión del contrato, etc.
Esta creencia debe ser puesta en tela de juicio. Tal como dicen acertadamente Mes-
sineo y García Amigo, hay que distinguir entre el contrato y la relación obligatoria
que nace del contrato.
El contrato, como acto jurídico, es una manifestación de voluntad cuya razón de ser
es crear la relación jurídica. Una vez cumplido este cometido, que se alcanza ple-
namente con la sola manifestación de voluntad (al menos en los contratos consen-
suales), el contrato deja de existir, porque ha terminado su rol.
Lo que subsiste es la relación obligatoria nacida del contrato, que es la que vincula
a las partes y la que debe ser cumplida. Por ejemplo, en un contrato de compra-
venta lo que obliga al vendedor a entregar el bien mueble materia del contrato, no
es éste sino la relación jurídica (obligación de transferir la propiedad del bien) crea-
da por él.
En este sentido, lo que obliga, lo que se cumple, lo que se resuelve es la relación
obligatoria nacida del contrato y no el contrato mismo que, repito, deja de existir
en el momento en que se perfecciona. Sin embargo, está tan difundido el concepto
de que el contrato es lo que obliga a las partes, que se identifica el contrato con la
relación jurídica creada por él y se habla generalmente, como he dicho, de resolu-
ción del contrato o de cumplimiento del contrato. Debo confesar que con harta fre-
cuencia me olvido del distingo e incurro en el error que ahora crítico.
Es preciso hacer la aclaración de que la relación jurídica creada por el contrato está
compuesta por obligaciones a cargo de las partes, pues hay que recordar que el
contrate es una mente de obligaciones. No debe darse al contrato mayores alcances
haciéndolo creador de relaciones jurídicas distintas de las obligacionales.
Por esta razón, algunos autores que piensan que toda obligación tiene naturaleza
de derecho patrimonial, consideran inútil agregar que la relación jurídica, que está
constituida por obligaciones, sea patrimonial. Sin embargo, como existe una co-
rriente doctrinaria que opina que las obligaciones pueden tener cualquier contenido,
es preferible, por razones de claridad, puntualizar que se trata de obligaciones pa-
trimoniales.
De otro lado, según el artículo 1403 del Código civil, el objeto del contrato, que es
la obligación, debe ser lícito. El contrato no es apto para crear obligaciones ilícitas.
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DÍEZ-PICAZO hace una distinción muy interesante entre el contrato como acto y
como norma. Como acto, el contrate es un acto jurídico querido por las partes al
cual el ordenamiento jurídico atribuye unos determinados efectos jurídicos. Como
norma, el contrato es un precepto o una regla de conducta (la regla contractual a la
cual se someten las partes, que no debe confundirse con la situación e n que las
partes se colocan después de haber celebrado el contrato.
Distingue así DIEZ-PlCAZO tres fenómenos diversos: el contrato como acto jurídico,
el contrato como norma y la relación obligatoria nacida del contrato.
Sobre este mismo tema indica Gomes que hay dos posiciones antagónicas que divi-
den a los juristas: la subjetiva y la objetiva.
De acuerdo con la posición subjetiva, el contenido del contrato está compuesto por
los derechos y obligaciones de las partes, que constituyen la relación jurídica que
vincula a éstas. Según la posición objetiva, las cláusulas contractuales tienen sus-
tancia normativa, se trata de preceptos que forman un reglamento trazado por las
partes de común acuerdo, lo que determina que el contrato sea una fuente de nor-
mas jurídicas, al lado de la ley y de la sentencia.
Para resolver esta duda, dice GOMES, hay que tener presente las enseñanzas de
SAVIGNY, quien distingue el contrato de la ley en el sentido que aquél es fuente de
obligaciones y derechos subjetivos, en tanto que ésta es fuente de Derecho objeti-
vo.
Por mi parte, no creo que lo que hay que cumplir es el contrato como norma sino,
tal cual acabo de decirlo, las obligaciones creadas por el contrato. No nos olvidemos
que el contrato como acto jurídico deja de existir una vez que ha logrado su objeto,
que es crear la relación jurídica, dejando no una norma de cumplimiento obligato-
rio, sino esa relación constituida por obligaciones que hay que cumplir mediante la
ejecución de las respectivas prestaciones.
Pienso, pues, que el iter contractual se desarrolla sólo en dos etapas: el contrato
como acto jurídico y la relación jurídica creada por este acto.
Conjugando tales ideas con dicha definición, puede decirse que el concepto del con-
trato es la declaración conjunta de la voluntad común de dos o más partes que, por
permitirlo el ordenamiento jurídico, tiene por efecto crear, regular, modificar o ex-
tinguir entre sí obligaciones lícitas de carácter patrimonial.
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creación de una situación jurídica, asignándole obligaciones a cada parte contrac-
tual. Asimismo, debe destacarse el hecho de que para la doctrina italiana señala
que los centros de interés son distintos en una relación obligaciones creada por un
contrato.
2.1.- La oferta
Algunos autores sostienen que las expresiones "oferta" y "propuesta" son sinóni-
mas. Los Ospina señalan que últimamente la doctrina tiende a reservar la denomi-
nación de oferta a la propuesta a personas determinadas y la de policitación a la
que se dirige al público en general.
Dada esta diversidad de conceptos, voy a denominar para los efectos de esta obra,
quizá caprichosamente, policitación al ofrecimiento hecho al público en general,
propuesta al ofrecimiento hecho a persona determinada que no ha llegado a cono-
cimiento del destinatario y que, por ello, no tiene fuerza vinculante, y oferta al
ofrecimiento hecho a persona determinada que es conocido por el destinatario, que
sí obliga al oferente.
Requisitos de la oferta.
Los requisitos que exige la doctrina para la validez de la oferta son los siguientes:
Recuérdese que según el artículo 1359 del Código civil, no hay con-trato mientras
las partes no estén conformes sobre todas las estipulaciones, de tal manera que la
oferta debe contener todas las estipulaciones respecto de las cuales las partes de-
ben ponerse de acuerdo.
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Se ha visto en el comentario de dicho artículo que tratándose de contratos típicos
legales el acuerdo sobre los elementos esenciales significa, en realidad, la confor-
midad sobre todas las estipulaciones (esenciales y secundarias) de que habla el
artículo 1359. En las ofertas relativas a estos contratos basta, pues, que se consig-
nen los elementos esenciales de ellos.
2.2. La Aceptación
Así como la oferta es la última proposición contractual desde que contiene la pro-
puesta definitiva que el oferente hace a! destinatario, la aceptación es la última
declaración contractual r oes con ella se forma el contrato, sin necesidad de ningu-
na declaración o intervención del oferente. El aceptante no propone nada al oferen-
te sólo le comunica que con su aceptación ha quedado concluido el contra:
Requisitos de la aceptación.
De su parte, Arias (tomo II, 2011, pp. 116 y 117) nos comenta:
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Evidentemente no existen problemas cuando la contratación se celebra entre pre-
sentes, dado que en ella la oferta y la aceptación son coetáneas y no media un in-
tervalo de tiempo considerable entre las manifestaciones de voluntad de las partes.
El asunto reviste igualmente interés por cuestiones tales corno las de la aceptación
tardía, el traslado de los riesgos, la revocación de la oferta o de la aceptación, la
muerte o incapacidad del oferente o del destinatario de la oferta, la ley aplicable,
pues puede empezar a regir una nueva durante el periodo de conclusión, el inicio
del cómputo del término inicial de un plazo, etc.
4. La forma
De lo dicho se desprende que los contratos que requieren de una formalidad “ad
probationem” no se encuentran comprendidos en este supuesto porque la exigencia
de la forma en estos casos es una facultad que queda librada a las partes, sin que
esto afecte la validez del contrato.
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Este sentido técnico, por el cual la forma aparece como fundamental para la vincu-
lación jurídica, hace referencia, en opinión de Diez-Picazo (Op. cit., tomo I, página
182). “A un medio concreto y determinado, que la ley o la voluntad de los particu-
lares imponen para exteriorizar la voluntad contractual. Se habla del requisito de
forma de los contratos cuando se piensa y se ordena que a efectos de su existencia,
de su eficacia o de su prueba es necesario que los contratos aparezcan exterioriza-
dos mediante algún vehículo determinado de conocimiento. La forma es entonces
‘la expresión necesaria del negocio mismo’, de tal suerte que solo cuando la volun-
tad aparece revestida y expresada por medio de tal forma es válida y eficaz”.
Aun en este sentido estricto, la forma es un “plus” que se añade a la voluntad y que
en todo caso por mandato de la ley o por el acuerdo de las partes condiciona la
validez del contrato a su realización; contrato que por lo demás existe, pero cuya
validez y por consiguiente, su eficacia, dependerá de dicha forma.
Conviene puntualizar que dentro del indicado criterio de facilitar los contratos, el
Código Civil establece que la libertad es la regla y el formalismo la excepción. Em-
pero, siguiendo a Messineo, cuando se habla de la libertad de forma no se está
queriendo decir que la declaración puede ser emitida sin observarse formalismo
alguno, pues en este caso estaríamos frente a una situación que no tendría signifi-
cado. Lo que se desea indicar con propiedad es que las partes tienen libertad de
elección, de donde se sobrentiende que, cuando menos, la forma verbal es indis-
pensable. No es ocioso aclarar que esta forma es la más simple, pero también la
menos segura. Por ello, si bien es indispensable que la contratación se lleve a cabo
con la mayor celeridad posible y es exacto que el rigor formalista produce demoras
que no se compadecen con la creciente importancia del tráfico contractual, la forma
escrita resulta la más recomendable en la práctica. En efecto el documento en que
está encerrada la declaración de voluntad de las partes constituye, por sí mismo,
un hecho tangible y, por lo tanto, susceptible de probanza, mientras que, como lo
hemos expresado en muchas oportunidades, “la palabra se la lleva el viento”.
1) La forma legal
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Ha sido contemplada por el artículo 1352 del Código Civil y comprende los siguien-
tes casos:
2) La forma convencional
Ha sido regulada por el artículo 1411 y se presenta cuando las partes han conveni-
do anticipadamente y por escrito adoptar una forma determinada, que es presu-
puesto indispensable para la validez del acto.
Concluimos que la forma puede servir para generar validez y probar la existencia
de un acto, o solamente para probar su celebración. En algunos casos la forma vie-
ne exigida por mandato legal o convención de las partes, en el otro la forma es una
alternativa que permitirá en un futuro probar la existencia del acto.
4. El efecto relativo
“Este precepto responde a principios universalmente conocidos, según los cuales los
contratos no se extienden más allá de las partes que los han otorgado y sus here-
deros, sean estos a título singular o universal; salvo que los derechos y obligacio-
nes contenidos en la relación no resulten transmisibles. Esto sucede cuando las par-
tes hayan excluido su transmisión; o cuando la exclusión se desprenda del mandato
de la ley; o si, finalmente, haya surgido en razón directa o preponderante de las
condiciones personales de los contratantes.
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Por oposición se deduce que los contratos no producen efectos respecto de terce-
ros; lo que no significa, de modo alguno, que no le sean oponibles.
El sentido del artículo 1363 aparece transparente. No existe, en efecto, razón para
que cuando una persona que haya celebrado un contrato de compraventa a plazos
fallezca, sus herederos no deban cumplir con el pago del saldo pendiente. Empero,
puede suceder que en el contrato se haya establecido que, en esta hipótesis, se
resuelva la relación existente. Puede también acontecer que la obligación no se
transmita porque la ley así lo determina, como sucede en la hipótesis prevista por
el artículo 1733, sobre comodato, y siempre que no se presente la salvedad conte-
nida en dicho precepto. Finalmente, cuando se contrata a un célebre artista para
que realice una pintura o escultura, por ejemplo, ello se hace en razón de sus con-
diciones personales, que por ser propias no se transmiten a sus herederos y en este
caso las obligaciones no se desplazan a estos últimos.
Se trata, en suma, de los contratos celebrados “intuito personae”, esto es, en fun-
ción de las cualidades personales del sujeto, tales como su capacidad creadora, su
prestigio, su seriedad u otras motivaciones similares.”
Debe tenerse en consideración que el contrato sólo obliga a los contratantes y a sus
sucesores, siempre que las prestaciones (objeto de las obligaciones) no sean de un
carácter personalísimo, caso contrario, los sucesores no podrían asumir la obliga-
ciones generada por un vínculo contractual.
5. Remedios contractuales
En algunas circunstancias, el contrato no podrá surtir los efectos queridos por las
partes en vista a la aparición de un vicio. A este sentido, Arias (tomo I, 2011, pp.
105 y 106) señala lo siguiente:
“Ha sido frecuente confundir la rescisión con la resolución contractual, pues ante-
riormente no existía una norma que las definiese. Tanto el artículo 1370, como el
1371 y 1372 fueron introducidos por la Comisión Revisora, a mérito de una ponen-
cia presentada por Manuel De la Puente y Lavalle.
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constitutivos y si la desproporción entre las prestaciones era concomitante y no
posterior al momento en que se perfeccionó dicha compraventa.
(…)
6. Interpretación contractual
Entender la voluntad contractual de las partes resulta ser un tópico de difícil com-
prensión, pero que se constituye como una herramienta saludable a la ejecución de
las prestaciones.
“La interpretación persigue determinar lo que efectivamente han querido las partes,
es una investigación fáctica. En tanto la calificación se inclina al terreno de lo jurídi-
co, se intenta buscar la naturaleza jurídica del contrato, para partir de ahí, deter-
minar en qué tipo legal subsumimos el supuesto fáctico que tenemos frente a noso-
tros. O sea, se buscan las normas jurídicas que resulten de aplicación al contrato.
La calificación implica, pues, insertar lo querido por los contratantes dentro de los
tipos o esquemas negociales predispuestos por el ordenamiento. De manera que
como sostiene López y López '...supone un juicio de adecuación del negocio concre-
to (o más rectamente dicho...., del intento o propósito contractual concreto) a ca-
tegorías establecidas a priori por las normas, y ello, obviamente, sólo cabe hacerlo
desde la óptica de las normas (lo que formalmente idéntico para la calificación de
atipicidad, en tanto ella supone la no-tipicidad, y, en consecuencia, la exclusión de
la aplicación de unas normas: o dicho más exactamente, porque no se encuentran
normas directamente aplicables, el contrato califica de atípico".
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eficacia de su relación contractual, acudiendo para ello a la utilización de diferentes
técnicas.
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LECTURA SELECCIONADA No 1:
En cuanto al término interpretación, conviene precisar que suele usarse tanto para
indicar la actividad interpretativa, esto es, la operación consistente en determinar el
significado del texto jurídico objeto de interpretación, como para indicar el resulta-
do de llevar a cabo dicha operación. En este sentido, se habla de interpretación
actividad y de interpretación producto.
Por su parte, BETTI señala que la interpretación que interesa al Derecho es una
actividad dirigida a reconocer y a reconstruir el significado que ha de atribuirse a
declaraciones o comportamientos que se desarrollan en el círculo social disciplinado
por el Derecho, en cuanto tengan relevancia jurídica.
De todo ello, resulta claro que para la interpretación del contrato se hayan diseñado
criterios hermenéuticos propios frente a los desarrollados para la interpretación de
la ley, hecho que no debe ser entendido como si se matase de una forma indepen-
diente o especial de interpretación jurídica, ya que ambas formas de interpretación
buscar, precisar cuál es el recto sentido y alcance de la voluntad objetiva.
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Sobre el particular, FERNÁNDEZ CRUZ señala que, en principio, la interpretación del
contrato busca el significado de aquello que las partes han pactado. La finalidad de
tal dinámica es establecer qué obligaciones y derechos nacen del contrato, es decir,
cuáles son los efectos jurídicos que la voluntad objetiva (declaración o comporta-
miento) ha querido producir mediante el contrato.
Ferri, en relación con este punto, considera que la interpretación del contrato debe
encaminarse hacia la búsqueda de la voluntad objetivada en el contrato contenida
en las normas privadas dictadas por las partes.
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ACTIVIDAD No 1
INSTRUCCIONES:
1. En un documento con formato .doc o .docx, y con una extensión de una página.
2. Utilice un formato de letra arial de 12 puntos a espacio sencillo.
3. El peso del documento no debe exceder de 0.5 mb.
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TEMA N° 2: EL CONTRATO DE COMPRAVENTA
1. Definición y características
“Con la salvedad de que existen variadas definiciones, estimamos que por la com-
praventa el vendedor se obliga a transferir la propiedad de un bien al comprador y
este a pagar su precio en dinero. Esta es, por lo demás, la definición contenida en
el artículo 1529 del Código Civil vigente, a cuyo análisis nos remitimos.”
Asimismo, Arias (tomo II, 2011, pp. 22 y 23) determina que sus características
son:
5) Es conmutativa, pues las partes han previsto con anticipación los beneficios po-
tenciales del contrato y, salvo situaciones especiales y que se examinan en su
momento no están sujetas a factores de carácter aleatorio y las obligaciones re-
cíprocas se consideran equivalentes. Coincidimos con Alessandri, por lo demás,
cuando afirma que la conmutabilidad no es de la esencia de este contrato y des-
cartamos la opinión de quienes sostienen que si se pierde esa característica la
compraventa se transforma en otro contrato atípico. Dice Alessandri, citando a
Pothier, que “...la simple esperanza y la suerte pueden ser objeto de este con-
trato.
Es por esto que si un pescador vende a alguien por cierto precio toda la pesca
que saque de un golpe de red, aquel celebra un verdadero contrato de venta,
aun cuando no salga ningún pescado, pues la esperanza o la expectativa de los
peces que pudieron salir es un hecho moral apreciable en dinero y que puede,
por lo tanto, constituir el objeto de un contrato” (Arturo Alessandri Rodríguez,
22
"De la compraventa y de la promesa de venta”, tomo primero, página 11). Se
trata, en suma, del clásico ejemplo de Pothier sobre “la redada del pescador”.
2. Sujetos contractuales
A este efecto, Arias (tomo II, 2011, pp. 23 y 24) nos dice que:
Hay ciertos casos en que se presenta la incapacidad de goce, esto es, el impedi-
mento para celebrar el contrato y así sucede con todas aquellas personas que se
encuentran imposibilitadas de contratar por mandato de lo dispuesto en el artículo
1366 del Código Civil, en razón de las funciones que desempeñan. Tampoco pueden
los padres comprar los bienes de sus hijos (contrato consigo mismo, artículo 166
del Código Civil), salvo que medie autorización judicial y por causas justificadas de
necesidad o utilidad (artículo 447 del Código Civil) y haya quedado excluida la posi-
bilidad de un conflicto de intereses. Más rigurosa es aún la posición de los tutores y
curadores, pues existe prohibición expresa para que compren los bienes de los me-
nores y pupilos, según mandato del artículo 538, inciso 1, y la regla remisoria del
artículo 568 del Código Civil. Por lo demás, debemos poner énfasis que una persona
puede hacer todo aquello que la ley no se lo prohíba expresamente, de modo tal
que en la compraventa como en la contratación en general, la capacidad de goce es
la regla y la incapacidad, la excepción. Citando a Baudry-Lacantinerie, no tenemos
que buscar si existe una ley que permita celebrar una compraventa, sino una que lo
prohíba. Señala Alessandri que “...de este aforismo fluye una consecuencia muy
importante y es que las incapacidades para celebrar un contrato solo pueden ema-
nar de la ley. Es esta la única que puede privar a los individuos de la capacidad ne-
cesaria para contratar, puesto que en caso contrario tal capacidad existe, en razón
de ser capaces todos aquellos que la ley no declara incapaces” (Arturo Alessandri
Rodríguez, Op. cit., tomó primero, página 385). A lo dicho cabe agregar que las
prohibiciones o incapacidades de goce establecidas por mandato de la ley no pue-
den ser extendidas por analogía, dado su carácter excepcional. Rige, a este respec-
to, el artículo IV del Título Preliminar del Código Civil peruano.
Ya expresamos que los padres no pueden comprar los bienes de sus hijos sin auto-
rización judicial y previa justificación de su necesidad o utilidad y que los tutores y
curadores están prohibidos de hacerlo. Debemos completar esta materia señalando
que para que los padres, tutores y curadores puedan vender los bienes de sus hi-
jos, pupilos o de las personas sujetas a cúratela, respectivamente, es indispensable
que obtengan la autorización del juez y que existan razones de necesidad o utilidad
que lo justifiquen, todo ello en defensa de los intereses de esos incapaces (artículos
447, 531, 535 y 568 del Código Civil).
23
Consideramos adecuado recordar que no hay, en cambio, impedimento para que
los cónyuges celebren una compraventa, pues ha desaparecido la prohibición que
existía en el artículo 1339 del Código Civil de 1936 y la única condición es que esos
contratantes tengan patrimonios separados, pues en caso de que haya sociedad
conyugal funciona la regla negativa establecida por el artículo 312 del Código Civil.
Desde luego también será posible la celebración del contrato cuando se trata de
bienes propios de los cónyuges.
Cuando lo que está de por medio es la incapacidad de ejercicio, habrá que estable-
cer si quien ha intervenido directamente -esto es, al margen de su representante
legal- es absoluta o relativamente incapaz. En la primera hipótesis el contrato será
nulo, en tanto que en la segunda es anulable, todo ello a tenor de lo dispuesto en
los artículos 219, inciso 2, y 221, inciso 1, del Código Civil, respectivamente.”
3. Las prestaciones
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físicamente imposible el que es contrario a la naturaleza, y moralmente imposible el
prohibido por las leyes o contrario a las buenas costumbres o al orden público. Co-
lígese, por tanto, que al momento de la perfección de la venta, la cosa debe tener
existencia actual o, al menos eventual, ser determinada o, por lo menos determi-
nable y ser comercial” (Hernán Valencia Restrepo, “Teoría general de la compra-
venta”, página 174).
Castillo, en su análisis incluido en el Código Civil Comentado por los 100 mejores
especialistas (2006, pp. 571-574) nos referencia las particularidades del bien mate-
ria de la compraventa en la siguiente forma:
Es así como encontramos dos grandes grupos. El primero de ellos, conformado por
los bienes extra commercium, que eran, como su nombre lo indica, los que estaban
sustraídos al comercio de los hombres. Aquéllos tenían —a su vez— una subdivisión
que los clasificaba en divini iuris (y que comprendían a los bienes sagrados, religio-
sos y santos); y humani iuris (que comprendían a los comunes, públicos y de cor-
poraciones, o res universitatis).
Sin duda alguna, esta clasificación contenida en el Libro II, Título I de las Instituci-
nes de Justiniano, constituía un elemento muy importante para determinar sobre
qué bienes estaba permitido a los particulares celebrar contratos.
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dicha influencia a través del Derecho Español. Nos referimos a la Ley de las Siete
Partidas. En la Tercera Partida, Título XXVIII, relativo a cómo gana el hombre el
señorío de las cosas, en la Ley II, encontramos una síntesis de la clasificación de
las cosas, según su pertenencia, pudiendo distinguir: aquellas cosas comunes a
todas las criaturas (Ley III); las cosas comunes a todos los hombres (Ley VI); las
cosas que pertenecen apartadamente al común de alguna ciudad o villa (Ley IX);
las cosas que no pertenecen al señorío de ningún hombre, dentro de las que encon-
tramos a las sagradas, religiosas y santas (Leyes XII, XIII, XIV y XV); y las cosas
que pertenecen a cada hombre en particular y de las cuales este hombre puede
ganar o perder su señorío. Estas cosas no están definidas explícitamente, y respec-
to de ellas no se hace mayor mención. Pensamos que podríamos definirlas por ex-
clusión, respecto de todas las otras cosas sobre las cuales los hombres pueden con-
tratar, ya que, como se señala en la Ley II del comentado Título XXVIII, sobre
ellas, el hombre puede ganar o perder su señorío.
£l Código Civil de 1852, en su artículo 459, establece una división de las cosas en el
públicas, comunes, destinadas al culto y las de particulares.
El Código Civil de 1936 efectúa una división de los bienes en aquéllos de propiedad
privada, los cuales son definidos en el artículo 821 como “de los particulares que
tienen título reconocido por la ley»; y los del Estado, que se encuentran enumera-
dos en el artículo 822.
Consideramos necesario señalar que las clasificaciones efectuadas por los Códigos
Civiles Peruanos hasta el de 1936, se enmarcan dentro de la tradición justinianea
antes citada. Sin embargo, debemos precisar que clasificaciones de esta naturaleza
tienen el inconveniente de poder acarrear algunos equívocos. Toda clasificación de
los bienes de acuerdo a su pertenencia estaría incompleta para efectos de nuestro
trabajo si es que dejásemos de hacer una salvedad, en el sentido en que determi-
nados bienes, ya no de acuerdo a su pertenencia, sino de acuerdo al uso que tie-
nen, pueden ser de dominio público, o de dominio particular, clasificación que no es
incompatible, sino más bien complementaria a la anterior.
Cabe puntualizar que con el paso de los años, las clasificaciones de los bienes de
acuerdo a su pertenencia se van limitando cada vez más, llegando a circunscribirse,
en algunas legislaciones (dentro de las que encontramos al Código Civil Peruano de
1936), básicamente, en aquéllos de propiedad de particulares y aquéllos de propie-
dad estatal, pero se hace necesario distinguir —dentro de estos últimos— los de
uso público o común y los que pertenecen al patrimonio del Estado.
26
El Código Civil vigente no incluye además, norma alguna en el sentido de especifi-
car cuáles son aquellos bienes sobre los que se puede contratar. Así, podríamos
considerar que los particulares pueden contratar sobre cualquier bien, siempre y
cuando su naturaleza material o jurídica y su pertenencia lo permitan; y que la ley
no lo prohíba.
El marco que establece el Código Civil Peruano al respecto, no es del todo comple-
to. Tal vez hubiera sido preferible que al igual que una serie de Códigos Civiles de
otros países42 se señalara como regla general, respecto de los bienes que pueden
ser materia de los contrato?, el que éstos estén dentro del comercio de los hom-
bres.
La Carta Política de 1993 también incluye un precepto sobre el tema. Nos referimos
al numeral 73, de texto siguiente:
Como complemento, podríamos anotar que, sobre casos específicos, el Código Civil
de 1984 señala, en su artículo 1403, que los bienes objeto de la prestación en que
consiste la obligación, deben ser posibles. Establece además, en el artículo 1409,
que estos bienes pueden ser futuros, salvo las prohibiciones establecidas por la ley;
ajenos; afectados en garantía; o sujetos a litigio por cualquier otra causa.”
Estamos entonces a que el bien debe ser realizable y enajenable a través del con-
trato de compraventa. Además de lo mencionado debe reconocerse que el bien ma-
teria de venta debe cumplir con lo señalado por el artículo 140° del Código Civil a
los fines de evitar cualquier situación de vicio que afecte la estructura del negocio
jurídico.
5. Pactos especiales
En relación a los pactos especiales, Arias (tomo II, 2011, pp. 102 y 103, 108-110)
nos comenta sobre aquellos pactos que pueden ser adicionados a manera de cláu-
sulas dentro de un contrato de compraventa. Así tenemos que:
27
serva el dominio y con ello asegura su derecho. El comprador, por su parte, recibe
el bien y lo disfruta, pero no lo incorpora a su patrimonio en tanto no se haya pro-
ducido la cancelación convenida. Es pues, de consiguiente, lo que llama Degni “un
precarista”, y no puede válidamente disponer del bien, y de hacerlo responde de
apropiación indebida. Tampoco puede adquirirlo por prescripción (Francesco Degni,
Op. cit., página 231). Empero, y una vez satisfecho el precio, la transferencia se
realiza automáticamente, sin que sea necesario efectuar una nueva declaración de
voluntad.
Arrendamiento-venta
28
Como sucede con el pacto de reserva de propiedad, la naturaleza jurídica del
arrendamiento-venta ha sido y es discutida en doctrina. Para algunos juristas se
trata de una venta bajo condición suspensiva, mientras no faltan quienes sostienen
que es una locación con promesa de venta. Abundan, por último, los que afirman
que es una venta con reserva de propiedad, es decir, una aplicación del pacto re-
servad domini. Rezzónico penetra profundamente en el tema, en términos de con-
notada importancia. Cita entre los autores a Guillouard, quien sostiene que “...es
un contrato de venta, sin mezcla alguna con locación, pues el fin del contrato es
hacer al cesionario propietario del objeto que va a serle entregado, bajo la condi-
ción del pago de las cuotas en que ha sido fraccionado el precio: adquiere inmedia-
tamente la cosa, bajo la condición suspensiva del pago de las cuotas”. Agrega Rez-
zónico que "la jurisprudencia francesa se ha inclinado a consagrar este criterio y
pone como ejemplo el fallo de la Corte de Casación, dictado en 1933, en el juicio
promovido por la Sociedad Citroen contra la quiebra de Roger, indicando que dicha
sociedad había entregado al señor Roger ur. automóvil pagadero en parte al conta-
do y en parte en mensualidades de 1,000 francos, estableciendo el contrato que
mientras el precio total del coche no hubiese sido completamerr.e pagado, el cliente
no sería propietario del mismo, y hasta entonces el fabricante será el propietario y
la venta del vehículo estará prohibida. Declarada la quiebra del señor Roger. El Sín-
dico vendió el automóvil, y la Sociedad Citroen reclamó que se le reconociera como
acreedor privilegiado por la suma que se le adeudaba, sobre el importe obtenido de
la venta. La Corte de Casación declaró que la cláusula de reserva de propiedad no
podía ser opuesta a la quiebra judicial del adquirente, porque siendo venta, el ter-
cerista < el sucesor del comprador, después vendedor) se había desprendido de la
propiedad. y en consecuencia consideróse a Citroen como un acreedor común” (Op.
cit.. nota 12" página 366).
Entre nosotros el artículo 1585 del Código Civil elimina toda duda respecto de la
naturaleza del arrendamiento-venta, pues lo remite a las disposiciones de los ar-
tículos 1583 y 1584, sobre compraventa con reserva de propiedad. Esta es, en con-
secuencia, su naturaleza jurídica, en coincidencia con otras legislaciones, como la
alemana y la italiana. Enneccerus ha señalado que estas operaciones son una espe-
cie del género de las ventas con pactum reservad dominii, es decir que son ventas
con reserva de propiedad, con suspensión de la transferencia de dominio hasta el
completo pago de las cuotas del precio.
Retroventa
29
Por el pacto de retroventa, el vendedor tiene el derecho de recuperar el bien vendi-
do, restituyendo al comprador el precio recibido. Conocido también como pactum
de retrovendendum y pacte de rémeré, a decir de Oscar María Ferrari (“Pacto de
retroventa”, página 26), “estas denominaciones, en lo que al Derecho francés ata-
ñen, pero que podrían generalizarse a las demás legislaciones con alguna excepción
como Alemania, han sido objeto de la crítica de Troplong. El insigne tratadista dice
que de la definición que da el Código Civil (‘la reserva de recobrar la cosa vendida,
mediante la restitución del precio principal’), resulta que el retracto no es una nue-
va venta, sino una disolución de la venta realizada. Y que a las expresiones ‘pacte
de rachaf, ‘pacte de rémeré', les falta exactitud, pues nada hay de reventa en el
contrato de que se trata. Afirma que son denominaciones vulgares, siendo la de
‘retracto convencional’ la más conforme a la verdad, pero la menos empleada en la
práctica”.
30
TEMA N° 3: EL CONTRATO DE PERMUTA
El contrato de permuta se presenta como una de las figuras que permitió desde los
inicios de “los tiempos del hombre” la realización de intercambio de bienes, esto es,
ante la inexistencia de la moneda y del valor que éste nominalmente representa en
la actualidad (ni siquiera bajo una perspectiva valorista).
1. Definición y características
Al respecto, Arias (tomo II, 2011, pp. 135-136) nos permite la siguiente visión de
sus características:
Debemos concluir con el hecho de que la permuta poco a poco a perdido su interés
para la sociedad, al ser reemplazado por la compraventa, pues ésta (la compraven-
ta) se denota como un mecanismo de intercambio mucho más dinámico y flexible.
2. Las prestaciones
Fácilmente aprehensible del mismo texto legal que define a la permuta, Arias (tomo
II, 2011, pp. 136-138) nos señala lo siguiente:
“Tal como se desprende del artículo 1602, la permuta tiene por objeto la transfe-
rencia recíproca de la propiedad de bienes. El concepto de “bienes” comprende no
solo las cosas materiales, sino también los derechos susceptibles ce comercio.
31
Es interesante citar la opinión de Femando Melón Infante, cuando afirma que “...el
objeto de la permuta es siempre un derecho: el derecho de propiedad (‘cambio de
cosas’) u otro derecho (‘cambio de la titularidad de un derecho por la de otro’)...”
(Melón Infante, “El contrato de permuta en el Código Civil". Revista de Derecho
Privado, 1961, página 708, nota 6).
Respecto del dinero, resulta evidente que cuando se trata del simple intercambio de
monedas en atención a su valor numismático, no estamos frente a una permuta de
“dinero”, sino a un intercambio de cosas muebles (el metal acuñado).
Supongamos que “A” tiene una vivienda y “B” es propietario de un terreno que co-
linda con la misma. Imaginemos que el terreno de “B” es de escaso valor comercial
(supongamos que en el mercado valdría unos 50,000 soles), porque por sus carac-
terísticas no es edificable. Puede ocurrir, sin embargo, que dicho terreno sea de
gran valor para “A”, porque siendo colindante con su casa, le permitiría ampliar el
jardín (o construir una piscina, por ejemplo). Nada impediría que “B” transfiera el
terreno a “A” y este le entregue a cambio un automóvil que vale 80,000 soles, sin
que “B” esté obligado a compensarle con los 30,000 soles de diferencia en metálico.
En efecto, para “A” el valor del terreno que adquiere no es el valor del mercado, y
estima que hay equivalencia entre ambos bienes.
32
los gastos todos del contrato, puede ser considerado realmente como un caso de
compensación dineraria” (Merino Hernández, José Luis, “El contrato de permuta”,
página 60).
33
LECTURA SELECCIONADA No 2:
“El Código Civil Peruano no regula este supuesto, a diferencia de otros Códigos,
como el Argentino, que declara a dicho contrato sin efecto alguno, en su artículo
1328, norma concordante con el numeral 1172, ubicado en la Parte General de
Contratos, el mismo que prescribe que "Son nulos los contratos que tuviesen por
objeto la entrega de cosas como existentes, cuando éstas aún no existan, o hubie-
ren dejado de existir; y el que hubiese prometido tales cosas indemnizará el daño
que causare a la otra parte. Tal vez la razón fundamental que haya llevado al legis-
lador peruano a no regular el particular, es que se entiende, por demás claramente,
que un contrato en el cual el bien ya ha perecido, carece de objeto, ya que la pres-
tación del vendedor
se habrá tornado en imposible, por la existencia absoluta y perpetua del objeto de
la misma (el bien). Este criterio puede ser apreciado en la Exposición de Motivos de
la Comisión Revisora del Código Civil de 1984, cuando señala que: "Si el íntegro del
bien ha dejado de tener existencia al momento de la celebración del contrato, el
mismo es nulo por cuanto el objeto de la prestación materia de la obligación surgi-
da del contrato es físicamente imposible".
(a) La que opta por considerar que el contrato es nulo, iniciada por el Código Civil
Francés y seguida por numerosos cuerpos legislativos.
(b) La que opta por considerar al contrato sin efecto alguno, iniciada por el Proyec-
to Bello.
(c) La que opta por señalar que no hay venta, iniciada por el Código Civil Peruano
de 1852.
En tal sentido, la doctrina consultada tiene unánime parecer al considerar nulo este
contrato.”
34
CONTROL DE LECTURA Nº 1
1. La ineficacia funcional del contrato puede ser declarada mediante el uso del
remedio contractual de:
a. La disolución
b. La resolución
c. La nulidad
d. La anulabilidad
e. La confirmación
2. La ineficacia estructural del contrato puede ser declarada mediante el uso
del remedio contractual de:
a. La disolución
b. La resolución
c. La nulidad
d. La rescisión
e. La confirmación
3. Es una causal de resolución del contrato:
a. El objeto físicamente imposible
b. El objeto jurídicamente imposible
c. El fin ilícito
d. La inobservancia de la forma
e. El incumplimiento
4. Es una causal de nulidad del contrato:
a. La venta de bien ajeno
b. La lesión
c. La excesiva onerosidad de la prestación
d. La falta de maifestación de la voluntad
e. El objeto físicamente posible
5. La permuta es está siendo reemplazada en el tiempo por el uso de:
a. El seguro
b. La compraventa
c. La franquicia
d. El leasing
e. El arrendamiento financiero
6. La prestación en un contrato de permuta se manifiesta con una conducta de:
a. Hacer
b. No hacer
c. Hacer y no hacer
d. Dar
e. Doy para hagas
7. El contrato sólo surte efectos entre las personas que lo celebran y:
a. Sus herederos
b. Sus afiliados
c. Sus terceros
d. Sus grupos empresariales
e. Sus asegurados
8. Cuando la ley exige la realización de una determinada forma para el acto
jurídico, entonces debemos decir que la forma es:
a. Ad dominus
b. Ad corpus
c. Ad solemnitatem
d. Ad probationem
e. Ad gustum
35
9. La herramienta que sirve para entender lo que las partes quisieron
manifestar en su contrato es conocida como:
a. Calificación
b. Interpretación
c. Integración
d. Cobertura
e. Inducción
10. Es un pacto por el cual el pago de una determinada cantidad dispuesta por
las partes puede condicionar la transferencia de propiedad sobre el bien:
a. Retroventa
b. Resolución
c. Rescisión
d. Reserva de propiedad
e. Leasing
36
GLOSARIO DE LA UNIDAD
37
BIBLIOGRAFIA DE LA UNIDAD I
1. Arias, Max (2011). Exégesis del Código Civil peruano de 1984. Tomos I y II.
Lima. Normas Legales: Lima.
2. Castillo Freyre, Mario (2002). La compraventa de bien pasado. En:
http://www.castillofreyre.com/archivos/pdfs/articulos/la_compraventa_de_bien
_pasado.pdf. Consultado el 30 de setiembre de 2015.
3. Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomos VIII y
IX. Lima: Gaceta Jurídica.
4. De la Puente, Manuel. (2011). El contrato en general. Tomo I. Lima: Palestra.
5. Soto Coaguila, Carlos. (2007). La interpretación de los contratos predispuestos
en el derecho peruano. Lima: Grijley.
38
AUTOEVALUACION No 1
39
a) La resolución
b) La nulidad
c) La anulabilidad
d) La rescisión
e) La confirmación
10. El lesión es una causal para declarar la … del contrato:
a. La resolución
b. La nulidad
c. La anulabilidad
d. La rescisión
e. La confirmación
40
UNIDAD II: “LOS CONTRATOS DE SUMINISTRO Y DE DONACIÓN”
41
UNIDAD II: LOS CONTRATOS DE SUMINISTRO Y DE DONACIÓN
Una de las formas de poder satisfacer una necesidad a través de un tipo contractual
de tracto sucesivo es con la celebración de un suministro, por el cual las partes ven
satisfechos enteramente sus intereses cada cierto plazo pactado.
1. Definición y características
En referencia a la definición, Arias (tomo II, 2011, p. 146) nos comenta lo siguien-
te:
Asimismo, el referido autor (Arias: tomo II, 2011, pp. 150 y 151) mencione que:
42
unificados para considerarse como uno solo.
7) Es un contrato complejo debido a la pluralidad de prestaciones.
En efecto, supone diversos actos, cada uno de los cuales es por sí mismo
suficiente para satisfacer una necesidad y todos ellos reunidos logran la rea-
lización de otra necesidad distinta y superior, lo que hace que los actos
queden refundidos en un solo contrato.
Los sujetos del contrato son el suministrante, esto es, quien proporciona los bienes,
y el suministrado, que es el que los recibe, sea en propiedad o en uso y disfrute.
Desde luego ambos sujetos pueden ser personas naturales o jurídicas, pero lo usual
es que se organicen empresarialmente a través de las formas de las sociedades
anónimas, sociedades comerciales de responsabilidad limitada, etc.
La capacidad de ejercicio de los sujetos debe tener la plenitud propia de todo cele-
brante de un contrato (inciso 1 del artículo 140 del Código Civil) y los incapaces no
pueden concluirlo sino a través de sus representantes legales, salvo aquellos casos
excepcionales e improbables de quienes siendo incapaces no estén privados de dis-
cernimiento y satisfagan mediante el suministro necesidades ordinarias de la vida
diaria (artículo 1358 del Código Civil).
(…)
Por su parte, “Los sujetos del contrato son el suministrante, esto es, quien pro-
porciona los bienes, y el suministrado, que es el que los recibe, sea en propie-
dad o en uso y disfrute. Desde luego ambos sujetos pueden ser personas natu-
rales o jurídicas, pero lo usual es que se organicen empresarialmente a través
de las formas de las sociedades anónimas, sociedades comerciales de respon-
sabilidad limitada, etc.
2. Las prestaciones
43
En el suministro se ha seguido la teoría intermedia (ex vendito y ex locato) según
la cual quedan excluidos los servicios y se incluyen, en cambio, no solo la propiedad
sino también el uso y disfrute de bienes. Este temperamento fue adoptado en razón
de la similitud que existiría, en caso contrario, con la locación de servicios. Empero,
no se ha seguido el mismo criterio en cuanto atañe a las cláusulas generales de
contratación y así vemos que los artículos 1394 y 1396 del Código Civil se refieren
al suministro de “bienes y servicios”. No se trata, como parecería ser a simple vista,
de una contradicción o un error en la elaboración del Código. La inclusión del sumi-
nistro de servicios en las cláusulas generales de contratación se explica, en efecto,
por la naturaleza peculiar de esta forma de contratación, en la que es usual propor-
cionarlos. Actualmente existe la tendencia a extender el suministro a los servicios.
Por último, una empresa teatral celebra con una tienda un contrato por el cual la
segunda se compromete a proporcionarle las vestimentas que usarán los actores,
que regularmente serán reemplazadas por otras según se vaya produciendo su
desgaste, devolviéndolas después de ser usadas. En esta hipótesis no se da la
transmisión de la propiedad y el suministrante solo confiere al suministrado un de-
recho de uso, a cambio del pago de una contraprestación. Desde luego no podemos
desconocer la posibilidad de que el contrato sea uno de arrendamiento, dada su
potencial similitud y, en definitiva, habría que estar a lo que ha sido la común in-
tención de las partes (artículo 1362 del Código Civil).”
3. La forma
Con referencia a la forma, Arias (tomo II, 2011, p. 154) determina lo siguiente:
44
Se concluye que el contrato de suministro se rige bajo el principio de libertad de
forma, no obstante ante la existencia de varios contratos, primará aquel que se
haya celebrado por escrito.
4. Pactos especiales
“Cláusula de preferencia
Conceptuamos que aun cuando la redacción final del artículo 1614 no es ciertamen-
te feliz, la Comisión Revisora consideró implícita la cláusula de exclusividad -tal co-
mo se hizo en el Anteproyecto-, pues no tendría sentido que el plazo de los cinco
años estuviese referido al pacto de preferencia. Este pacto, por su misma naturale-
za, solo puede ser breve, pues de otro modo se estaría obstaculizando el tráfico
contractual. Lamentablemente, y como se explica con mayor detalle en el artículo
1615, no se ha señalado dentro de qué plazo se ejercita la preferencia.
Castillo Freyre sugiere derogar este artículo, pues sostiene que serían aplicables las
normas sobre el contrato preparatorio (Op. cit., página 980). No estamos de acuer-
do con esta posición, ya que el suministro es generalmente un contrato de grandes
números y el plazo debe ser mayor.
45
Por último, al comentar el artículo 1616 hacemos notar que se ha omitido toda re-
ferencia al plazo máximo del suministro exclusivo cuando no existe pacto de prefe-
rencia y manifestamos que le es de aplicación el principio de la analogía.
Exclusividad
Desde luego nada impide que las partes convengan una fórmula distinta, por la cual
el suministrante autorice un abastecimiento parcial o temporal de terceros, para
poner un ejemplo, pues el artículo 1616 lo admite por su misma motivación.
Aun cuando el plazo máximo de cinco años está referido a los contratos de exclusi-
vidad con pacto de preferencia consideramos que es igualmente aplicable a aque-
llos que no contengan esta cláusula, pues donde existe la misma razón, existe tam-
bién el mismo derecho y lo que el legislador persigue es que la exclusividad se en-
cuentre limitada en el tiempo y no esclavice al suministrante o al suministrado. En
consecuencia, lo que sostenemos en este párrafo se extiende también al artículo
1617, relativo a la cláusula de exclusividad establecida a favor del suministrado.
(…)
Nos preocupa el cambio efectuado por la Comisión Revisora en la parte final del
artículo, al disponer que la exclusiva le impide al suministrante efectuar opera-
ciones de igual naturaleza, en ningún otro lugar. El Proyecto limitaba esta
prohibición a la zona para la que se hubiese concedido, esto es, allí donde el
suministrado desenvuelve su actividad económica (artículo 1650 del Proyecto).
El criterio que se tuvo fue, en otras palabras, económico y no geográfico. Pero
si el texto se entiende con sentido extensivo, tal como aparece literalmente,
será dudoso que los suministrantes estén dispuestos a acceder a una cláusula
de exclusividad que tenga estos alcances y, en todo caso, esto hará más onero-
sa la contraprestación, con el correlativo aumento de los costos.
46
Lo expuesto en el párrafo anterior puede ser grave si se tiene en cuenta que el ar-
tículo 1617 es imperativo. Empero, y luego de reflexionar con mayor detenimiento,
creemos que valdrá la cláusula por la cual, sin renunciar al deber de abstención, las
partes lo reduzcan geográficamente. Al hacer esta salvedad queda modificada la
opinión radical que diéramos en la Exposición de Motivos y Comentarios, Compila-
ción hecha por la doctora Delia Revoredo Marsano, (tomo VI, página 268).
(…)
Puede suceder, como una suerte de compensación por la cláusula de exclusiva pac-
tada a beneficio del suministrado, que este asuma, a su vez, el compromiso de
promover la venta de los bienes que recibe del suministrante. Este pacto, que lleva
implícita la idea de una representación económica destinada a propiciar la divulga-
ción en el mercado de la producción del suministrante, se emplea, de consiguiente,
como contrapartida por la existencia de la cláusula de exclusividad. Empero, su
incumplimiento solo determina que el suministrado repare los daños y perjuicios
resultantes, independientemente de que se haya satisfecho el pago emanado del
contrato, en lo que concierne a la cantidad mínima señalada. En efecto, lo que in-
teresa aquí es que el producto suministrado reciba la promoción comprometida y
proyecte su prestigio hacia el porvenir.
Por cierto que la falta de satisfacción del pacto de promoción de venta no arrastra
la vigencia del contrato de suministro, pues aquel es accesorio de este.”
47
LECTURA SELECCIONADA No 1:
Para demostrar que al hablar de irretroactividad los autores se han referido en ver-
dad a la retroactividad obligatoria o con un efecto real muy relativo, resulta suge-
rente recordar que el propio Auletta sostiene que si se estudia la naturaleza de la
resolución, la irretroactividad termina siendo un simple corolario; y agrega que, en
48
conclusión, “[...] cuando en base al contrato resuelto o a su cumplimiento, el in-
cumplidor ha adquirido un derecho real, los terceros, a los cuales éste haya trasmi-
tido un derecho real o de crédito, no pierden su derecho no obstante la resolución,
con tal que se hayan observado las formas establecidas por la ley (inscripción o
transmisión de la posesión) para la oponibilidad de la adquisición a los sucesivos
adquirentes del dante causa; cuando por el contrario el incumplidor haya adquirido
sólo un derecho de crédito, la cesión de él o la constitución de otro derecho de cré-
dito a favor de un tercero no puede ser opuesta a quien ha obtenido la resolución”.
Como ya se ha recordado también, esta era la tónica del proyecto elaborado por la
Comisión encargada del Estudio y Revisión del Código Civil de 1936 y que fue modi-
ficada por la Comisión Revisora.
El efecto restitutorio -o reintegrativo- (esto es, aquel en virtud del cual las partes
se deben restituir las prestaciones ejecutadas) es inevitable (salvo las excepciones
a que se aludirá más adelante) en la resolución, toda vez que haya existido princi-
pio de ejecución.
Pues bien, para confirmar que lo anterior es exacto veamos a dónde conduciría la
predicada irretroactividad general de la resolución. Tómese, a modo de ejemplo, el
49
caso de una compraventa de un bien mueble cualquiera. Supóngase que el vende-
dor cumplió con entregar el bien tan pronto como se celebró el contrato, es decir el
15 de enero de 1993. Supóngase, además, que el comprador tenía que pagar el
precio el 29 de diciembre de ese año, lo que no ocurrió. Supóngase por último que
el vendedor, después de requerir al comprador al pago en forma reiterada obtiene
la resolución -sea judicial o extrajudicialmente- el 15 de abril de 1994. Negar el
efecto retroactivo de la resolución, es decir, sostener que ésta opera sólo a partir
de la fecha en que se produce en adelante (a partir del 15 de abril de 1994, en el
ejemplo), significa sostener que entre el 15 de enero de 1993 y el 15 de abril de
1994 la relación se mantiene en el espectro jurídico no siendo afectada por la reso-
lución. Esto llevaría finalmente al absurdo de sostener que como el bien se entregó
el 15 de enero de 1993 y hasta esa época no llega la resolución, el comprador pue-
de retener el bien que recibió al amparo de la relación de compraventa -es decir se
negaría el efecto restitutorio-, lo que determinaría un empobrecimiento en el ven-
dedor y un enriquecimiento del comprador a costa de aquél. Estaríamos premiando
al incumplidor, y perjudicando gravemente a la otra parte.
50
con arreglo a ley, y se trasmite el derecho de propiedad de las acciones a favor del
comprador; supóngase
también que durante el transcurso de 1991 y de 1992, la sociedad emisora de las
acciones distribuye dividendos en especie consistentes en acciones de propia emi-
sión, e incluso en acciones emitidas por otras compañías de las cuales la sociedad
es accionista; supóngase, finalmente, que al 31 de diciembre de 1992 el comprador
no paga la cuota correspondiente (es decir, la primera), y por esta razón el vende-
dor se ve precisado a resolver la relación de compraventa.
Es cierto que podría argumentarse que el vendedor tiene derecho a reclamar -en el
caso de resolución por incumplimiento, pero no necesariamente en otros supuestos
de resolución- indemnización por daños y perjuicios, y que dicha indemnización
podría comprender el valor de las acciones que permanecen en el patrimonio del
comprador.
Perdería también, en este ejemplo, las acciones de las otras compañías que tam-
bién le hubieran correspondido. Por su parte, el comprador incumplidor permane-
cería no obstante como accionista de dichas compañías. Este solo hecho puede
tener repercusiones de importancia insospechada. Por otra parte, si se reconoce al
vendedor el derecho a obtener una indemnización que comprenda el valor de las
acciones que permanezcan en el patrimonio del comprador, de alguna forma se
está reconociendo que dichas acciones corresponden al vendedor porque de otro
modo sería justificado que pueda reclamar el valor de las mismas. Si esto es así,
¿cuál sería el principio que justifica que el vendedor pueda exigir la restitución de
los dividendos por equivalente y no pueda pretender -a pesar que ello es posible-
que se los restituyan in natura?
Es verdad que pueden darse casos en los que resulta más discutible si la restitución
de los frutos y provechos debe tener lugar porque el que los percibió de buena fe
los consumió o los enajenó a un tercero (que a su vez puede haber obrado de bue-
na o de mala fe). Me refiero no ya al caso en que la resolución tiene lugar por in-
cumplimiento sino cuando opera por imposibilidad, o por excesiva onerosidad so-
breviniente, etc. Este es el problema que se deriva de legislar de manera general
51
los efectos de una figura como la resolución respecto de muy diferentes supuestos
de hecho susceptibles de provocarla.
Creo por ello que para el caso de los frutos y provechos debería evaluarse con de-
tenimiento la posibilidad de aplicar las reglas de la posesión o acaso las que con-
ciernen al pago indebido que son más completas, y que por lo demás resultan natu-
ralmente aplicables al caso de la resolución retroactiva si se considera que al desa-
parecer la relación jurídica pierden su sustento y resultan no debidos los pagos
efectuados.
ACTIVIDAD No 2
52
Elabora un organizador del conocimiento (el de su elección) en donde logre
explicar brevemente las obligaciones de los contratantes en el suministro.
INSTRUCCIONES:
1. En un documento con formato .doc o .docx, y con una extensión de una página.
2. Utilice un formato de letra arial de 12 puntos a espacio sencillo.
3. El peso del documento no debe exceder de 0.5 mb.
53
TEMA N° 2: EL CONTRATO DE DONACIÓN
1. Definición y características
Así Arias (tomo II, 2011, pp. 169, 176 y 177) mencione lo siguiente:
(…)
54
a) Para bienes muebles, de acuerdo con la Ley N° 26189, cuando su valor no
exceda del 25% de su Unidad Impositiva Tributaria, se hará verbalmente. Si
su valor excede el límite fijado en el mismo artículo 1623, se deberá hacer
por escrito de fecha cierta, bajo sanción de nulidad.
b) Para bienes inmuebles, debe formalizarse siempre por escritura pública, sea
cual fuere el valor de los mismos.
Es importante señalar que a excepción de la donación de muebles de escaso
valor o con ocasión de bodas o acontecimientos similares, que como hemos
visto puede hacerse de cualquier forma -incluso verbalmente-, en los demás
casos la ley impone formalidades “ad solemnitatem” de manera que su no
observancia acarrea la nulidad del acto.
2. Las prestaciones
Bajo el concepto de bienes debemos comprender no solo las cosas materiales, sino
también todos aquellos derechos susceptibles de comercio. De ahí que podamos
sostener que la donación puede versar sobre todo tipo de bienes: muebles, inmue-
bles y derechos.
En lo que respecta a bienes futuros, ciertas legislaciones como la española, por ci-
tar un caso, prohíben terminantemente su donación.
No existe entre nosotros ninguna razón para negar validez a la donación de bienes
futuros. Por el contrario, ella está admitida a tenor de lo dispuesto por el artículo
1409, inciso 1, del Código Civil. El legislador de 1984 no ha seguido, en consecuen-
55
cia, la línea de otros Códigos, como el español y el argentino, cuyos artículos 635 y
1800, respectivamente, prohíben la donación de bienes futuros y emplean como
argumento el hecho de que aún no están incorporados al patrimonio del donante y
este no podría hacer inmediata entrega del bien al donatario; y que el donante ten-
dría en sus manos la posibilidad de revocar prácticamente la donación mediante
actos pasivos que impedirían su previa adquisición. Ninguna de estas razones es, a
nuestro modo de ver, convincente, y no advertimos impedimento para que la en-
trega del bien sea diferida hasta el momento en que exista; y por otra parte la po-
sibilidad indicada no es motivo suficiente para negar esta modalidad de donación y
será, en la mayoría de los casos, una excepción o fenómeno poco usual.
Es cierto que el donante carece de un derecho actual sobre los bienes futuros. Pero
también es exacto que al contratar respecto de ellos está haciéndolo de un modo
condicional y que, en este sentido, se puede hablar de un derecho cuando menos
potencial. Tampoco se ve justificación en prohibir la donación de bienes futuros
para frenar la prodigalidad del donante, pues ella está debidamente controlada por
la regla contenida en el artículo 1629 del Código Civil.
Tratándose de bienes ajenos, cabe esgrimir los mismos fundamentos para concluir
admitiendo la posibilidad de que sean donados, conforme a la regla contenida en el
artículo 1627 que comentaremos más extensamente al hacer su exégesis.
“El primer párrafo del artículo 1474 del Código Civil de 1936 disponía que la dona-
ción de cosa mueble podía hacerse verbalmente cuando versare sobre objetos de
pequeño valor, pero requería la entrega simultánea de la cosa donada. Esto es lo
que en doctrina se conoce como “donación manual”.
La redacción del precepto que comentamos salvó los inconvenientes del artículo
1474 del Código derogado, al disponer que bastará el consentimiento expresado en
56
forma verbal para las donaciones de pequeño valor, entendiendo por tales aquellas
cuyo monto no excediera de treinta veces el sueldo mínimo vital vigente en el mo-
mento y lugar en que se celebre el contrato, según el texto original que tenía el
artículo 1623. Se introdujo, por lo tanto, una fórmula precisa y al mismo tiempo
flexible, en la medida en que se le consideraba variable. En la Exposición de Moti-
vos y Comentarios al Código Civil (Tomo VI, páginas286 y siguientes) manifesta-
mos que las ventajas que suponía la introducción de una fórmula clara en este ar-
tículo, se veían desvirtuadas por la desactualización del sueldo mínimo vital cuyo
importe permaneció congelado durante mucho tiempo pese al mandato contenía:
en el artículo 43 de la Constitución de 1979. En efecto, el propósito del legislador
de 198- ce introducir una referencia de valor flexible, solo podía surtir los efectos
deseados en la medida en que, respetando el precepto constitucional, el sueldo mí-
nimo vital fuera reajustándose paulatinamente, a fin de mantener su valor constan-
te.
Con relación a este tema, posteriormente, se promulgó la Ley N° 26189, que modi-
ficó el artículo 1623 en los siguientes términos:
Para los efectos que nos ocupan, resulta acertada y alentadora la disposición legal
modificatoria mencionada, pues ello significará que los valores referenciales man-
tendrán su vigencia actualizada.”
Palacios, en el Código Civil Comentado por los 100 mejores especialistas (2006, pp.
404-406), se refiere a ello de tal forma que:
57
ella, lo cual es imposible en estos tiempos en que se acumula sin dificultad una for-
tuna y coexisten la moneda, los títulos al portador y el cheque. Supervivencia del
antiguo recelo hacia las liberalidades, la solemnidad es, en definitiva, un lujo costo-
so para uso de las personas alertas y escrupulosas, para las cuales, precisamente,
tal protección es evidentemente superflua".
Por su parte. Castillo Freyre sostiene que las mismas razones que llevan a la ley a
establecer la formalidad escrita para la donación de bienes muebles de relativo va-
lor, esto es, seguridad jurídica, posibilidad de arrepentimiento y cautela respecto a
la posibilidad de que se trate de una donación inoficiosa, "que en el caso de los bie-
nes muebles resultan una demasía, sí tienen fundamento teórico y práctico para el
caso de la donación de bienes inmuebles; allí se sigue el criterio de que dichos bie-
58
nes son. por lo general, aquellos que tienen un valor más considerable dentro de la
sociedad. En tal virtud, los actos de liberalidad que recaigan sobre los mismos de-
ben revestir todas las condiciones que los hagan ser verosímiles, de modo tal que la
sociedad tenga certeza de que se han celebrado".”
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LECTURA SELECCIONADA N° 2
Espinoza Espinoza, Juan. (2010). Acto jurídico negocial. Lima: Gaceta Jurí-
dica. pp. 348 – 354.
1. INTRODUCCIÓN
Se advierte que “con la acción revocatoria (llamada también pauliana) los acreedo-
res pueden hacer declarar ineficaces con respecto a ellos, los actos de disposición
realizados por el deudor para defraudar sus derechos. Nos referimos a enajenacio-
nes efectivas y no simplemente disimuladas. Piénsese en la hipótesis que un deudor
se despoje de sus bienes, donándolos a sus familiares, con el fin de sustraerlos a la
ejecución forzada, o en la hipótesis que el deudor insolvente haya vendido un bien
por un precio, del cual no se encuentre rastro”. También se sostiene que “la acción
revocatoria se produce por existir una disminución de la garantía, merma que, al
suponer un daño injusto para el acreedor, en cuanto queda insatisfecha su causa
60
credendi, le permite pedir la declaración de ineficacia de ciertos actos jurídicos que,
además de serles perjudiciales, son inferiores, en valor jurídico, a su derecho. La
revocación colabora, desde afuera, a la efectividad de la responsabilidad, pero no
surge, ex substancia, de esta”.
Sobre la relación del fraude a la ley con respecto al fraude a los acreedores, nos
encontramos en la situación del género frente a la de la especie. Así, “el fraude es,
probablemente, un fenómeno unitario, que consiste en eludir la aplicación de una
regla general obligatoria o de un deber jurídico mediante un camino indirecto que
constituye grosso modo un subterfugio. El fraude es, por tanto, siempre fraude a la
ley”: ambos tienen en común la circunventio legis.
61
TAREA ACADÉMICA Nº 1
INSTRUCCIONES:
1. El ensayo debe contener la siguiente estructura: datos de identificación, intro-
ducción, contenido y conclusiones.
2. La extensión máxima es de 3 páginas.
3. En un documento con formato .doc o .docx, y con una extensión de una página.
4. Utilice un formato de letra arial de 12 puntos a espacio sencillo.
5. El peso del documento no debe exceder de 0.5 mb.
62
GLOSARIO DE LA UNIDAD
63
BIBLIOGRAFIA DE LA UNIDAD II
1. Arias, Max (2011). Exégesis del Código Civil peruano de 1984. Tomo II. Lima.
Normas Legales: Lima.
2. Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomos VIII y
IX. Lima: Gaceta Jurídica.
3. Espinoza Espinoza, Juan. (2010). Acto jurídico negocial. Lima: Gaceta Jurídica.
4. Forno Flórez, Hugo (2014). El principio de retroactividad. En: Derecho Contrac-
tual. Lima: Fondo PUCP.
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AUTOEVALUACION No 2
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9. Cuando un bien no fungible es entregado en uso bajo título gratuito, estamos
hablando del contrato de:
a) Permuta
b) Donación
c) Compraventa
d) Mutuo
e) Comodato
10. Cuando un bien fungible es entregado en uso bajo un título gratuito u oneroso,
estamos hablando del contrato de:
a) Permuta
b) Donación
c) Compraventa
d) Mutuo
e) Comodato
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UNIDAD III: “LOS CONTRATO DE MUTUO, COMODATO, DE ARRENDAMIEN-
TO Y DE HOSPEDAJE”
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UNIDAD III: LOS CONTRATOS DE MUTUO, DE COMODATO DE ARRENDA-
MIENTO Y DE HOSPEDAJE
1. Definición y características
Con respecto a la definición, Gutiérrez y Castro, el Código Civil Comentado por los
100 mejores especialistas (tomo VIII, 2006, pp. 425-428), señalan que:
Con todo, el desarrollo del crédito ha alcanzado tal envergadura que en nuestros
días es el centro de toda una actividad empresarial: el negocio bancario. AsI han
surgido instituciones organizadas con el específico propósito de proporcionar crédi-
tos. Los bancos son intermediarios financieros, entre quienes tienen exceso de li-
quidez y quienes necesitan de esta. De este modo, el banco es al propio tiempo
deudor de quien le provee los fondos y acreedor de aquel a quien provee de fondos,
con lo cual se convierte en un multiplicador del crédito, pues es seguro que antes
que su acreedor retire los fondos depositados aquellos haya prestado ya varias ve-
ces.
68
car los regímenes normativos del mutuo comercial, antes regulado por el Código de
Comercio de 1902, y del mutuo civil, antes regulado por el Código Civil de 1936.
Esta es una típica manifestación del fenómeno de la unificación de las obligaciones
civiles y mercantiles o, en general, de la unificación de las ramas que componen el
Derecho Privado. Hoy, entonces, existe un régimen unitario del mutuo, en el senti-
do establecido por el aludido artículo 2112 del Código Civil.
El articulo 1648 nos proporciona una definición de este contrato que resulta acorde
con lo que la mayor parte de la doctrina entiende por él. En efecto, el Código Civil
de 1984 define al mutuo como el contrato por medio del cual el mutuante se obliga
a entregar al mutuatario una determinada cantidad de dinero o de bienes consumi-
bles, a cambio de que se le devuelvan otros de la misma especie, calidad o canti-
dad. De esta definición se desprenden algunas características que resultan esencia-
les para entender su naturaleza jurídica. Veamos.
Finalmente, debemos señalar que el mutuo es un contrato que versa sobre bienes
consumibles. Un bien es consumible cuando perece tras el consumo del que es ob-
jeto. A esta afirmación, no obstante, hay que hacerle una precisión. Si se entiende
por bienes consumibles a todos los bienes que tras su consumo perecen, todos los
69
bienes podrían ser materia de un préstamo de consumo. La explicación a esta últi-
ma afirmación radica en que la categoría de los bienes consumibles no se refiere a
cualquier momento de perecimiento. En tal sentido, serán bienes consumibles, en
el estricto significado del término, aquellos bienes que perecen tras su primera utili-
zación como, por ejemplo, el dinero, que es el principal objeto de préstamo de con-
sumo en la economía contemporánea.
2. Clases de mutuo
El mutuo puede manifestarse como uno civil o uno comercial. En el primero de los
casos estamos ante la realización de una contraprestación sin abonar una suma
adicional alguna (entiéndase, interés). En el segundo, el bien otorgado debe gene-
rar una ganancia para el mutuante, esto es, a través del pago de un interés pacta-
do (convencional) o legal.
3. Las prestaciones
Al respecto, Arias (tomo II, 2011, pp. 2010-212) nos manifiesta que:
70
Se entiende por cosas consumibles aquellas cuya existencia termina con el primer
uso o para quien deja de poseerlas, en vista de no poder distinguir su individuali-
dad. Si “A” le entrega a “B” en préstamo una canasta llena de comestibles, el mu-
tuatario los ingiere y consume con su primer uso. En cambio, si “A” le presta a “B”
5,000 soles, no se produce un consumo material, como en el ejemplo anterior, sino
puramente simbólico o relativo, pues el dinero no se extingue, sino que se transmi-
te a terceros por su calidad de instrumento de cambio y pago. “B” no lo consume
materialmente, pero para él se extingue en la medida en que se ha trasladado al
patrimonio de otra persona y es, pues, como si ya no existiera. En la obra de Salvat
se mencionan otras situaciones análogas y se explica que la palabra “consumo”
evoca la idea de un extinguirse físicamente una cosa o substancia por absorberse
en otra o por transformarse. Desaparece a veces la corporeidad (por ejemplo, agua
que es hervida) o adquiere otra forma que hace irreconocible al cuerpo anterior (R.
Salvat, “Derecho Civil argentino”, Parte General, II, página 99).
Desde luego todos los bienes resultan, tarde o temprano, consumibles. Lo trascen-
dente es que este hecho no se produzca con el primer uso. No son bienes consumi-
bles, para citar ejemplos, el mobiliario de una casa, las joyas, los libros, las vesti-
mentas y similares.
Las cosas fungibles, a su vez, son las que por su naturaleza tienen equivalencia en
la misma especie y pueden sustituirse por otras de igual calidad y cantidad. Esto
significa que una cosa fungible equivale a otra de su especie y que puede haber
reemplazo de unas por otras. Salvat indica que “en general, las cosas fungibles son
aquellas que en las relaciones de negocios es de uso determinar por su peso, nú-
mero o medida res quaepondere, numero, mensura constant” (Op. cit., tomo II,
página 96).
Bien fungible es, por ejemplo, el mineral que proviene de un yacimiento y tiene su
equivalente en otro mineral de la misma sustancia y ley.
Por el contrario, las cosas no fungibles son las que no pueden ser sustituidas por
otras en vista de sus características propias. Un famoso caballo de carrera, vence-
dor de clásicos nacionales e internacionales, es un bien no fungible.
“a) Una pieza de moneda, en principio, es una cosa fungible; la una equivale
perfectamente a la otra, siempre, naturalmente, que sean de la misma clase
y de igual valor. Pero supongamos que yo conservo en mi poder una mone-
da antigua, fuera ya de la circulación y cuyo valor es simplemente histórico;
yo presto esa moneda a un amigo que es coleccionista; la moneda será en
este caso no fingióle, pues mi intención ha sido, no prestarle una suma de
dinero, sino la moneda en sí misma, como objeto de curiosidad, de tal ma-
nera que él estaría obligado a devolverme esa misma moneda y no otra de
valor equivalente.
b) Un Código Civil es en principio una cosa fungible; si un librero que no
teniéndolo en un momento dado y para atender el pedido de un cliente, soli-
cita un ejemplar de un colega, su obligación será devolverle cualquier otro
ejemplar: el Código es aquí cosa perfectamente fungible. Pero supongamos
que un amigo me pide prestado un Código Civil, en cuyo margen yo tengo
anotadas una serie de observaciones; la intención nuestra es evidentemente
que mi amigo me devuelva ese mismo ejemplar de Código Civil que yo le he
71
prestado, en el cual puedo tener interés por las notas puestas en él; el Códi-
go es aquí cosa no fungióle” (Op. cit., tomo II, página 97).
En opinión de Valencia Zea (“Derecho Civil”, tomo IV, Contratos, páginas 229 y
230), “en el mutuo, el mutuante o prestamista entrega una cosa al mutuario en-
tendiendo volver a adquirir, no la misma cosa, sino una equivalente en especie; es
decir, que dicho contrato debe recaer sobre cosas fungióles, pues solo estas pueden
realizar esa finalidad, por ser intercambiables en el comercio por otras del mismo
género y calidad. Se puede entregar a otro cincuenta arrobas de trigo a condición
de que en determinado plazo devuelva otras cincuenta de la misma calidad; se
puede entregar diez litros de vino para que se devuelvan otros diez de la misma
calidad. Pero el dinero es lo que constituye el objeto principal sobre que recaen los
contratos de mutuo”.”
Se colige entonces que los intereses son sumas –generalmente dinerarias– adicio-
nales a la obligación principal que logran ser efectivas por el pacto de las partes o
por mandato de la ley, señalando a su vez que deben pogarse por la demora en el
cumplimiento de la contraprestación o como retribución por el uso del bien mutua-
do.
4. Los intereses
Arias (tomo II, 2011, pp. 215-224) refiere sobre los intereses en la siguiente for-
ma:
El Código de 1936 fijaba el interés legal del dinero para los casos en que no hubiera
convenio expreso en un cinco por ciento anual (artículo 1325). En relación con este
precepto, se ha apreciado con exactitud que “la norma se encontraba alejada de la
realidad económica del país y, por otra parte, no resultaba aconsejable que un Có-
digo Civil, con el sentido de permanencia que le es inherente, previera un porcenta-
je susceptible de ser frecuentemente alterado de acuerdo a contingencias económi-
cas”. (“Código Civil, Exposición de Motivos y Comentarios”, tomo V, página 393).
72
3. Ubicación y alcances de las reglas relativas al pago de intereses en el Código
Civil de 1984
Una diferencia fundamental respecto del Código derogado de 1936 está dada por la
circunstancia de que el nuevo Código Civil se refiere al pago de intereses en un ca-
pítulo separado que integra la regulación del pago en el Libro VI dedicado al Dere-
cho de Obligaciones.
Tal ubicación se justifica plenamente por el hecho de que la aplicación de los intere-
ses se extiende a toda clase de obligaciones, dinerarias y no dinerarias, sea que
deriven o no del mutuo.
Los intereses constituyen los frutos civiles del capital, entendiendo este, según la
definición del Diccionario de la Lengua Española (Vigésima edición, tomo I, página
265), como el “valor de lo que, de manera periódica o accidental, rinde u ocasiona
rentas, intereses o frutos”.
Con arreglo al artículo 891 del Código, son frutos civiles los que el bien produce
como consecuencia de una relación jurídica. Tienen, por consiguiente, el carácter
de prestación accesoria respecto del crédito que los origina (“De la accesoriedad
deriva la doctrina común que el devengo y consiguiente pago de intereses se extin-
ga con la obligación principal; que esté cubierta por la misma garantía real que ga-
rantiza esta última; y que cuando se transmite el derecho a exigir la entrega o res-
titución del capital se entienda trasmitido el derecho a exigir el pago de los intere-
ses que se devenguen. Sin embargo, con excepción de lo dicho respecto a la extin-
ción (que es una consecuencia lógica de la extinción de la obligación de entrega o
restitución), las demás consecuencias de la accesoriedad no las ordena la ley impe-
rativamente, por lo que las partes pueden pactar lícitamente la no cobertura de la
deuda de intereses por la garantía real de la obligación principal, y el acreedor po-
drá trasmitir a un tercero el derecho a exigir el pago de intereses sin cederle el de-
recho a exigir la prestación principal. El Código Civil (español) no contiene un pre-
cepto por el que se imponga la unidad indisoluble de la titularidad de ambos dere-
chos. Por esta razón, cuando se cede un crédito las partes pueden excluir la de los
intereses no satisfechos pero ya devengados antes de la cesión” (Luis Diez-Picazo y
Antonio Gullón. “Sistema de Derecho Civil”, volumen II, página 203). Como con
claridad señala de Ruggiero (“Instituciones de Derecho Civil”, tomo 11, volumen
primero, página 54; traducción de Ramón Serrano Suñer y José Santa-Cruz Teijei-
ro), “la deuda de intereses no puede generarse si no preexiste una deuda principal,
porque tiene siempre carácter de prestación accesoria; esto no impide que los in-
tereses constituyan a veces objeto de una obligación autónoma cuando por un mo-
tivo cualquiera se desglose de la del capital hasta el punto de poder accionar por
aquella sin peijuicio de esta”.
73
valor o importe predeterminado, porque de no ser así, sería imposible obtener esa
proporción sobre el capital y el tiempo, que constituye una característica fundamen-
tal de los intereses”).
No se equivoca de Ruggiero (Op. cit., páginas 56 y 57) cuando afirma que grave y
complejo problema es el de la determinación de la tasa y de la función respectiva
del legislador; un problema que ha preocupado siempre (y que fue causa de agita-
ciones y perturbaciones políticas) por las múltiples cuestiones de altísima trascen-
dencia social que lleva aparejadas y por la dificultad de conciliar los criterios eco-
nómicos con los jurídicos, las puras aspiraciones sentimentales con las exigencias
de la vida y del comercio. Cuáles son los criterios que deben presidir la fijación de
la tasa legal; si en orden a los intereses convencionales, y por respeto a la libertad
individual, debe dejarse su fijación al arbitrio de las partes, o debe, por el contrario,
intervenir el Estado para corregir los errores y reprimir los abusos de la usura; ad-
mitida la intervención, cuáles deben ser sus límites y cuándo puede considerarse
lícito el interés y cuándo usurario; de qué modo podrá actuarse una represión eficaz
de la usura; he aquí los problemas que el legislador debe enfrentar y resolver y que
la historia de las legislaciones antiguas y modernas nos ofrece resueltas.
En el caso del Perú, de acuerdo con el Código de 1984, es el Banco Central de Re-
serva del Perú el que establece la tasa máxima de interés convencional compensa-
torio y moratorio, así como la tasa de interés legal.
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En este orden de ideas, puede afirmarse que el Código atribuye al Banco Central de
Reserva la fijación de la tasa legal máxima de los intereses convencionales y la tasa
legal del interés legal. Admite, sin embargo, que las partes estipulen un interés
compensatorio o moratorio inferior a ese máximo. En ese caso, la tasa será con-
vencional y, además lícita, de mantenerse dentro de los márgenes legales, o usura-
ria o ilícita, si supera el tipo máximo fijado.
De acuerdo con el segundo párrafo del artículo 1243 del Código, cualquier exceso
sobre la tasa máxima del interés convencional compensatorio o moratorio da lugar
a la devolución o a la imputación al capital, a voluntad del deudor.
El precepto está inspirado en los artículos 2136, 2138 y 2142 del Código ecuato-
riano y en la ley francesa de 3 de setiembre de 1807 y difiere de las soluciones que
brindan otros Códigos como el alemán (artículo 138), que en el supuesto planteado
opta por que se anule el contrato.
Conviene indicar que el segundo párrafo del artículo 1243 deja sin efecto lo dis-
puesto por el artículo 7, primer párrafo, de la Ley N° 2760 de 26 de junio de 1918,
que sancionaba con nulidad todo contrato de préstamo en que se estipulase un in-
terés superior al catorce por ciento anual si la cantidad prestada era de quinientos o
más soles y de dieciocho por ciento al año si era menor de esta suma.
La regla del artículo 1243, segundo párrafo, constituye una aplicación más del prin-
cipio de conservación del contrato que sanciona el Código Civil de 1984.
Precisa señalarse también que el agio y la usura constituyen delito a tenor de lo
dispuesto por el Decreto Ley N° 11078 de 5 de agosto de 1949r).
Como indica de Ruggiero (Op. cit., página 58), la historia nos muestra la insuficien-
cia “de los esfuerzos para acabar con la usura, por la inagotable variedad de expe-
dientes a que en todo lugar y en toda época han recurrido los usureros para burlar
prohibiciones legales”. Cita entre ellos el préstamo hecho con detracción anticipada
de intereses, modalidad que se usa con mucha frecuencia en nuestros días y que
debe ser combatida con firmeza.
La tasa de interés desde el punto de vista del costo puede ser nominal o efectiva.
La tasa nominal estará dada por el porcentaje señalado por el Banco Central de
Reserva, independiente de las modalidades en el cobro: pago adelantado de intere-
ses, capitalización de estos en periodos menores a un año, etc. La tasa efectiva, en
cambio, viene a ser la cantidad realmente pagada por concepto de intereses como
resultado del empleo de las modalidades de cobro ya citadas.
6. Interés compensatorio
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rando el significado de este último vocablo. Así lo hacía el Proyecto de Código Civil
elaborado por la Comisión Reformadora, artículo 1262, primer párrafo).
Corresponde al Banco Central de Reserva del Perú fijar la tasa máxima del interés
compensatorio (artículo 1243). En el caso de los intereses convencionales, se fija
una tasa máxima. Por lo tanto, las partes pueden pactar libremente la aplicable al
contrato que los vincule dentro del límite legal.
Es preciso hacer notar que el Banco Central de Reserva del Perú tiene fijadas
igualmente las tasas máximas del interés compensatorio aplicables a las operacio-
nes activas y pasivas de las instituciones del sistema financiero con usuarios fina-
les, a las operaciones entre instituciones del sistema financiero y, finalmente, a las
76
operaciones del Banco Central de Reserva con las instituciones del sistema financie-
ro, expresadas tanto en moneda nacional como en moneda extranjera.
Los artículos 1247 y 1248 citados se inspiran en el artículo 311 del Código de Co-
mercio peruano de 1902.
8. Interés moratorio
Según Salvat (Op. cit., página 429), “no puede haber a su respecto cuestión de
daños y perjuicios compensatorios, porque ellos constituyen la indemnización que
la ley acuerda al acreedor por la inejecución de la obligación; en la imposibilidad de
ejecutar esta directamente, la ley llega a la ejecución indirecta, convirtiendo así la
primitiva obligación en la de pagar daños y perjuicios; cambia el objeto de ella y
sustituye al objeto debido el monto de la indemnización, es decir, una suma de di-
nero. En las obligaciones de esta última clase, no hay conversión alguna que hacer
y, por consiguiente, los únicos daños y perjuicios que debían tenerse en cuenta y
reglamentarse, eran los moratorios”.
77
causa de mora de interés compensatorio pactado y, en su defecto, el interés legal”.
Del artículo 1246 se deriva que en caso de mora, el deudor se encuentra obligado
al pago del interés moratorio pactado. De no haberse convenido este, el deudor
debe pagar el interés compensatorio acordado, el mismo que se continuará deven-
gando después del día de la mora con la calidad de interés moratorio. Solo en au-
sencia de interés compensatorio pactado, el deudor pagará el interés legal.
Conforme se ha indicado, el artículo 1246 guarda relación con el artículo 1324 del
Código. Según este artículo:
“Las obligaciones de dar sumas de dinero devengan el interés legal que fija el Ban-
co Central de Reserva del Perú, desde el día en que el deudor incurra en mora, sin
necesidad de que el acreedor pruebe haber sufrido daño alguno. Si antes de la mo-
ra se debían intereses mayores, ellos continuarán devengándose después del día de
la mora con la calidad de intereses moratorios. Si se hubiese estipulado la indemni-
zación del daño ulterior, corresponde al acreedor que demuestre haberlo sufrido el
respectivo resarcimiento
En su segundo párrafo, el artículo 1324 admite la posibilidad de que las partes esti-
pulen la denominada “indemnización del daño ulterior”.
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En estos casos, el deudor continúa obligado al pago de los daños y perjuicios mora-
torios (es decir, el interés moratorio pactado; el compensatorio, en defecto de ese,
solo si fuera superior al legal; o el legal, en ausencia de estipulación sobre intereses
moratorios y salvo el caso anterior -artículo 1324, primer párrafo-), pero estos se
computan como parte de los daños y perjuicios a que tiene derecho el acreedor, si
su cuantía fuese mayor.
La existencia del daño ulterior, así como su monto, tendrán que ser probados por el
acreedor. En el caso de que se demuestre que el daño ulterior excede el valor de
los intereses moratorios devengados, el deudor estará obligado a pagar estos y,
además, la diferencia de daños y perjuicios sufridos en exceso.
El Código vigente no ha reproducido la frase final del artículo transcrito. “Esta regla
no se refería evidentemente ni a los intereses legales ni a los intereses convencio-
nales, pues el citado artículo 1324 del Código de 1936 alude, sin duda, a prestacio-
nes distintas a los intereses, que si bien están destinadas a reparar los verdaderos
daños y perjuicios que podría que tales prestaciones fueran superiores, en valor, al
máximo del interés previsto por la ley: lo cual induciría a hacer indirectamente lo
que la ley prohíbe hacer directamente” (Exposición de Motivos y Comentarios al
Libro VI del Código Civil - Las Obligaciones, en loe. cit., página 452).
En efecto, la frase final del artículo 1324 del Código de 1936 aludía al pacto de una
cláusula penal, distinta al pago de intereses moratorios, que podía estar constituida
por cualquier prestación de dar, hacer o no hacer, y no necesariamente por la obli-
gación de pagar una suma de dinero.
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Ahora bien, para que proceda el pago del interés moratorio, según lo contemplado
por los artículos 1246 y 1324, será necesario, en primer lugar, que exista un retar-
do en el cumplimiento de la obligación por causa imputable al deudor, salvo pacto
en contrario (artículos 1317, 1324 y 1343); y, en segundo término, que el deudor
haya sido constituido en mora mediante la intimación o interpelación judicial o ex-
trajudicial, salvo los casos de excepción previstos por el artículo 1333 del Código
(mora automática).
A este respecto comenta Galli (En Salvat, Op. cit. página 437) que “los Códigos que
exigen la constitución en mora para que se produzcan los efectos del retardo, de-
ben presumir un plazo de gracia concedido al deudor por el acreedor. Este plazo
implicará la prórroga para la exigibilidad, pero en manera alguna la alteración de la
convención. Los intereses convenidos tendrán que seguir corriendo como si la obli-
gación no estuviese vencida”.
El interés moratorio se deberá por cierto, sin necesidad de que el acreedor pruebe
haber sufrido un daño por el retardo, ni su monto (artículos 1324 y 1343).”
Sea para reparar un daño por la demora en la ejecución de la prestación, sea para
retribuir el uso del bien otorgado en mutuo, los intereses cumplen una función jurí-
dica y económica importante en el tráfico comercial
80
TEMA N° 2: EL CONTRATO DE COMODATO
Por su parte, tenemos al contrato de comodato que se arregla como una figura por
la cual se otorga en uso un buen no consumible a título gratuito.
1. Definición y características
“El comodato supone, dentro del Código vigente, la obligación que asume una per-
sona de entregar a otra algún bien no consumible, a título de liberalidad, y por tan-
to para que sea utilizado sin contraprestación alguna y devuelto en la oportunidad
que corresponda. Esta definición se aleja del concepto tradicional, dado que el Có-
digo vigente ya no considera al comodato como un contrato real, todo lo cual se
explica con mayor detenimiento al examinar la parte relativa a su naturaleza jurídi-
ca y en el comentario del artículo 1728 del Código Civil.
Al tratar sobre la formación de este contrato, Salvat manifiesta que “...en él inter-
vienen los elementos de todo contrato: 1) Consentimiento; 2) Capacidad; 3) Obje-
to. En cuanto al primer punto, el Código (Código Civil argentino), no trae reglas
especiales y, en consecuencia, se aplican los principios generales que ya conoce-
mos. Encontramos, en cambio, reglas especiales relacionadas con la capacidad y el
objeto” (Raymundo Salvat, “Tratado de Derecho Civil argentino, Fuentes de las
Obligaciones”, tomo III, página 563).
81
3) Es inevitablemente gratuito, habida cuenta del sentimiento altruista o de soli-
daridad que le inspira, pues mientras el comodante temporalmente se empo-
brece al perder la posesión y el uso del bien, el comodatario solo se enriquece
mediante dicha posesión y uso y no tiene a su cargo contrapartida alguna.
4) Es un contrato temporal, pues tanto la posesión como el uso del bien están
sujetos a duración, y esta puede inclusive ser precaria, según se explica al ha-
cer el estudio del artículo 1736 del Código Civil.
5) Es un contrato consensual, ya que no está sujeto a ninguna formalidad y basta
que las partes consientan para que se considere perfeccionado: la entrega es
un aspecto de la ejecución del contrato, mas no de su creación. Teniendo ca-
rácter consensual, evidentemente existe para las partes libertad de forma y
pueden por lo tanto escoger aquella que tengan por conveniente.
6) Es conmutativo, dado que los derechos y obligaciones del comodante y de',
comodatario obedecen a factores ciertos y no inciertos o aleatorios.
7) Es de uso y disfrute, pues es de su esencia que el comodatario aproveche del
bien y por ello es que se le conoce también con el nombre de préstamo de uso.
8) Es un contrato intuitu personae, de modo que no se puede transmitir sin per-
miso del comodante y se extingue al fallecimiento del comodatario. En el co-
mentario al artículo 1733 se vuelve sobre este tema y se explica la excepción
que contiene, y que está basada en la conveniencia práctica de no suspender la
finalidad perseguida al celebrarse el contrato (artículo 1733).”
Se identifican así las características del mutuo que permiten comprarlo y diferen-
ciarlo de otros tipos de contratos como el mutuo, el depósito, el secuestro y la
compraventa.
2. Las prestaciones
Nuestro Código únicamente condiciona el comodato a que los bienes tengan el ca-
rácter de no consumibles y el contrato, por lo tanto, puede celebrarse sobre toda
clase de bienes muebles e inmuebles. Desde luego serán aplicables las reglas gene-
rales del acto jurídico, respecto a los requisitos para su validez y no podrá prestarse
un bien gratuitamente para un uso contrario a las leyes o las buenas costumbres ni
tampoco aquellos que se encuentrar fuera del comercio de los hombres, por ser
contrarios al interés público. Esto último sería, por ejemplo, el préstamo a un parti-
cular de un arma cuyo uso está limitado a las fuerzas armadas, aun cuando su fina-
lidad no sea la de realizar actos delictuales.
Salvat señala como ejemplos de usos contrarios a las leyes o buenas costumbres
“la entrega de un revólver para cometer un delito, el de una habitación para insta-
lar una mesa de juego: el de una casa, para la celebración de una orgía, etc.”
(Raymundo Salvat, Op. cit., página 566).
Se discute si el bien que se entrega en comodato puede ser un título valor. Leo'
Barandiarán, en opinión con la cual coincidimos, analizó esta interesante posibilidac
82
> luego de citar el concepto afirmativo de Wameyer, se pronunció adversamente,
haciende notar que no se podrían ejercitar los derechos representados por el docu-
mento respecto : pues ello equivaldría a que el receptor se hubiese convertido en
propietario, lo que desc: luego es contrario a la naturaleza misma del comodato
(José León Barandiarán, Op. cr. páginas 45 y 46).”
83
LECTURA SELECCIONADA No 1
Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomos
IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. (512-516).
En tal sentido, la ley impone al comodatario un especial deber de cuidado para con
el bien, el mismo que se encuentra íntimamente relacionado con el principio de
identidad, ya que dicho bien deberá ser devuelto en las mismas condiciones en que
fue entregado al comodatario.
Un ejemplo de pérdida del bien dado en comodato sería aquel en el cual el bien
prestado fuera un perro guardián, el mismo que durante la vigencia del comodato
muriera por causas naturales. Es evidente que en este caso el comodatario no de-
bería responder en absoluto en relación al comodante.
Por otra parte, podríamos citar un ejemplo de deterioro del bien dado en comodato,
que provenga del uso ordinario del bien. Sería el caso del comodante que presta al
84
comodatario un libro de texto de Derecho para ser usado a lo largo de todo un se-
mestre académico en la universidad. Es obvio que el uso de un libro implicará el
desgaste del mismo, por más cuidado que se tenga, y mientras dicho uso haya sido
adecuado a las circunstancias, el comodatario no debería resarcir al comodante el
eventual deterioro.
Dentro de tal orden de ideas, es que el inciso 1) del ARTÍCULO 1738 exonera de
responsabilidad al comodatario cuando la pérdida o deterioro del bien no provengan
de su naturaleza o del uso ordinario.
Deberá entenderse, entonces, que el comodatario sí responde por la pérdida o de-
terioro del bien que escapen a dichas consideraciones y que obedezcan a culpa su-
ya.
Pensamos que a este respecto resulta de plena aplicación lo dispuesto en materia
de Teoría del Riesgo por el ARTÍCULO 1138 del Código Civil, teniendo como princi-
pio rector el periculum est debitoris, cuando el bien se pierda o deteriore sin culpa
de las partes o por culpa del deudor; en tanto regirá el periculum est creditoris si el
bien se pierde o deteriora por culpa del acreedor.
En virtud de lo establecido por el ARTÍCULO 1738, inciso 2), del Código Civil, es
obligación del comodatario emplear el bien para el uso determinado en el contrato
o, en su defecto, según la naturaleza del mismo y la costumbre, siendo responsable
del deterioro o pérdida proveniente del abuso.
Sin embargo, debemos convenir en que dentro de la idea de pacto implícito a que
acabamos de hacer referencia, podría entenderse que en el segundo punto señala-
do por el propio inciso 2), que consiste que en defecto de pacto contractual sobre el
destino del bien, se estará a la naturaleza del mismo. Con esta expresión queda la
duda en torno a si el Código Civil se está refiriendo a la naturaleza del contrato o a
la naturaleza del bien. Pensamos que el tema debe entenderse como una mixtura
tanto de la naturaleza del bien como de la naturaleza del contrato, vale decir, que
de acuerdo al bien de que se trate y al acto que se celebre no quede la menor duda
acerca de cuál es el destino que las partes han convenido para el referido bien en el
uso que del mismo hará el comodatario.
85
la ley hace referencia a la costumbre está haciendo alusión al destino que habi-
tualmente se da a bienes similares en contratos de préstamos gratuitos similares.
En tal sentido, de acuerdo a los tres criterios planteados por la ley, resultaría prác-
ticamente imposible que al entregarse un bien en comodato, las partes desconoz-
can cuál es la finalidad para la cual se ha prestado.
Consideramos, en tal sentido, que la parte final del inciso 2) no se relaciona con el
inciso 1), pues si así fuese resultaría redundante.
El Código Civil de 1984 introdujo una nueva obligación, cual es la de permitir que el
comodante "inspeccione el bien para establecer su estado de uso y conservación"
(inciso 3 del ARTÍCULO 1378). Con este dispositivo el comodante podrá, en caso de
comprobar que existen peligros de deterioro o pérdida del bien en posesión del co-
modatario, hacer efectivo su derecho a solicitar la devolución antes de cumplido el
plazo o de haber servido al uso del comodatario.
Conforme a lo establecido por el inciso 3) del ARTÍCULO 1738 del Código Civil, el
comodatario está obligado a permitir que el comodante inspeccione el bien para
establecer su estado de uso y conservación.
86
En tal virtud, al no tener un contacto directo con el bien dado en comodato, desco-
nocerá cuál sea el uso, desgaste y situación real del mismo. La única forma que
tendrá para conocer esta situación es inspeccionarlo.
Resulta evidente que la respuesta negativa se impone, ya que toda causa injustifi-
cada representará, precisamente, un abuso de derecho del comodante en perjuicio
del comodatario.
Debe entenderse la existencia de una razón por la cual el comodante desee inspec-
cionar el bien y no se haga dicha inspección por un mero capricho o, incluso, de
manera que lo que se busque sea, como hemos mencionado, el abuso del derecho.
Sin embargo, debemos admitir que el tema se presta a interpretaciones ambiguas,
por tratarse de un aspecto de carácter subjetivo, en donde jugarán tanto los intere-
ses del comodante como los del comodatario.
Dentro de tal orden de ideas, asumimos que esta situación deberá apreciarse con el
mayor criterio de ponderación, conducente a hacer valer los derechos del comodan-
te en resguardo de la integridad del bien dado en comodato, pero también deberá
asumirse dicho ejercicio del derecho con el más absoluto respeto del contrato, es
decir, eje los intereses del comodatario de utilizar tranquila y pacíficamente el bien
prestado durante el plazo convenido.
Sin embargo, debemos admitir que la situación del comodante le otorga mayores
prerrogativas que la situación del arrendador, ya que el comodante se encuentra
realizando un acto de liberalidad, al haber celebrado un contrato a título gratuito,
en tanto el arrendador va a recibir una renta a cambio del uso del bien materia de
su contrato.
En tal sentido, podría decirse que dada esta especial situación, las prerrogativas
que a este respecto tiene el comodante deben entenderse como más amplias que
aquellas de las que goza el arrendador.
Pero no obstante todo lo indicado, debemos puntualizar que el abuso del ejercicio
de la facultad establecida por el ARTÍCULO 1738, inciso 3), podría otorgar al como-
87
datario la facultad para negarse a que el comodante proceda a efectuar dicha ins-
pección e incluso a resolver el contrato, con independencia de la indemnización que
por daños y perjuicios le pudiera corresponder.
Es obligación del comodatario pagar los gastos ordinarios que exijan la conserva-
ción y uso del bien. El Código Civil de 1836 no tuvo una norma expresa, pero esta
obligación podía ser deducida de la obligación general de conservación, consignada
en el articulo 1243; en el Proyecto de Vidaurre (ARTÍCULO 10); en el Código Civil
de 1852 (ARTÍCULO 1835, inciso 3); en el ARTÍCULO 1595, inciso 3), del Código
Civil de 1936; y en el ARTÍCULO 1738, inciso 4), del Código Civil de 1984.
De conformidad con lo dispuesto por el inciso 4) del ARTÍCULO 1738 del Código
Civil, el comodatario está obligado a pagar los gastos ordinarios indispensables que
exija la conservación y uso del bien.
El inciso 5) del ARTÍCULO 1738 establece que es obligación del comodatario devol-
ver el bien en el plazo estipulado o, en su defecto, después del uso para el que fue
dado en comodato.
INSTRUCCIONES:
88
1. En un documento con formato .doc o .docx, y con una extensión de una página.
2. Utilice un formato de letra arial de 12 puntos a espacio sencillo.
3. El peso del documento no debe exceder de 0.5 mb.
89
TEMA N° 3: EL CONTRATO DE ARRENDAMIENTO
La relación jurídica que genera uso y disfrute sobre un bien más arraigada en el
tráfico civil y/o mercantil es aquella que crea el contrato de arrendamiento, a cuyas
categorías principales dedicamos este apartado.
1. Definición y características
Con referencia a ello, Arias (tomo II, 2011, p. 252) menciona que:
El Código Civil ha definido este contrato en su artículo 1666 al establecer que: “Por
el arrendamiento el arrendador se obliga a ceder temporalmente al arrendatario el
uso de un bien por cierta renta convenida”.
Asimismo, Arias (tomo II, 2011, pp. 252, 262 y 264) menciona que:
90
1) Es un contrato típico.- El contrato es típico, como señalamos en el
primer tomo de esta obra (Exégesis, página 48) cuando está regido por una
determinada disciplina legal. Este es el caso del contrato de arrendamiento,
el cual se encuentra regulado en el Código Civil entre los artículos 1666 al
1712 inclusive.
Como expresa Diez-Picazo: “Está claro que los conceptos de tipicidad y atipi-
cidad son relativos, pues se miden en función del contenido que en cada
momento posee el ordenamiento jurídico. Contratos que hasta un determi-
nado momento han sido atípicos pueden dejar de serlo y convertirse en típi-
cos desde el momento en que su normativa es recogida y fijada por la ley”
(Luis Diez-Picazo, “Fundamentos del derecho civil patrimonial”, volumen II,
página 252).
2) Es un contrato principal o autónomo.- El contrato de arrendamiento
tiene vida propia, ya que no depende de ningún otro que exista con anterio-
ridad a él. En ciertas circunstancias le acompaña un contrato accesorio (ga-
rantía).
3) Es un contrato simple.- En el que las prestaciones contenido de las
obligaciones de cada una de las partes se presentan con toda claridad. Bási-
camente, el arrendador tiene una obligación con prestación de dar, que con-
siste en ceder temporalmente al arrendatario el uso de un bien; mientras
que el arrendatario, por su parte, tiene una obligación con prestación de dar
la renta convenida contractualmente.
(…)
91
Podemos colegir que el contrato de arredramiento es una figura por la cual se cede
temporalmente (máximo de 10 años señalados por el Código Civil) del uso de un
determinado bien a cambio –generalmente– de una contraprestación a cargo del
arrendatario.
2. Las prestaciones
Respecto a las prestaciones, Arias (tomo II, 2011, pp. 265 y 266) hace la siguiente
referencia:
“Pueden ser objeto de la prestación que asume el arrendador o locador, toda clase
de bienes, sean cosas o derechos. La única limitación que existe y que es inherente
a la naturaleza es la que concierne al consumo del bien. En efecto, como el arren-
damiento es un contrato de duración (tracto sucesivo) existe un inevitable deber de
conservación y el bien que es materia de la prestación no puede ser sustancialmen-
te alterado y debe ser devuelto -sin otra modificación que la derivada de su natural
desgaste- al término del contrato. Si esta obligación no puede quedar satisfecha
por haberse consumido el bien estaríamos en presencia de un contrato distinto, y
generalmente se trataría de una compraventa o un mutuo en especie.
Empero, Rezzónico enseña que si bien el principio general es que las cosas fungi-
bles y las consumibles no pueden ser objeto de locación “porque la concesión de su
uso y goce equivaldría a enajenarlas y por ende el contrato sería de venta y no de
locación, hace también notar que existen excepciones y señala dos importantes:
Así, por ejemplo, cuando se arrienda un fundo entran también en la locación cosas
fungibles y consumibles como son la paja, el heno, los abonos, etc., existentes en
el fundo; cuando se arrienda una fábrica, una usina o establecimiento industrial,
con sus aprovisionamientos de materia prima destinada a la industrialización, estos
se entienden integrantes del objeto locado, aunque sean fungibles y consumibles.
También reconocen los autores, nomine discrepante, que una cosa fungible o con-
sumible puede por excepción ser objeto de un contrato de locación, si es entregada
al locatario ad pompan v el ostentationem, es decir, para su exhibición o lucimiento
y con obligación de restituirla ‘individuo’, según la expresión de Troplong” (Luis Ma-
ría Rezzónico, Ob. cit., página 99).”
3. Duración
En un tema tan controvertido como la duración, Arias (tomo II, 2011, pp. 326-329)
nos menciona que:
92
“La duración del contrato de arrendamiento tiene gran importancia, en tanto que se
trata de un contrato por medio del cual se cede temporalmente el uso de un bien.
Es pues, de la esencia de este contrato su temporalidad.
(…)
Este es uno de los grandes cambios introducidos en el nuevo Código, pues el dero-
gado no fijaba un plazo máximo para el arrendamiento de duración determinada y
esto, en la práctica, se traducía en contratos que podían mantenerse inclusive por
generaciones. La idea de señalar un plazo máximo es, pues, congruente con la filo-
sofía del Código, que rechaza el abuso y la prepotencia de uno de los contratantes,
en perjuicio de la contraparte.
Desde luego el plazo de diez años es de fantasía y pudo ser mayor o menor. Se ha
sugerido que sea por 40 años, lo que nos parece excesivo (Castillo Freyre, Op. cit.,
página 1008).
93
Nada impide, por lo demás, renovar el arrendamiento a su vencimiento por otros
diez años más y así sucesivamente, pero para ello obviamente será indispensable
que concurran las voluntades de ambas partes.
También es pertinente señalar que si es exacto que los padres pueden arrendar los
bienes del menor sobre el que ejercen la patria potestad hasta por seis años, re-
quieren para ello -cuando el arriendo va a ser de más de tres años hasta seis- que
obtengan autorización judicial (artículo 448, inciso 1, del Código Civil).
(…)
Sanciona el Código Civil, con buen criterio, una presunción iuris tantum de que el
arrendamiento es de duración determinada a falta de acuerdo expreso.
Este dispositivo tiene su antecedente inmediato en los artículos 1495 y 1496 del
Código Civil de 1936, referidos a la locación de heredades o de fundos rústicos.
Cuando las partes no han estipulado nada acerca de la duración del contrato de
arrendamiento el contrato no deja por ello de ser válido, porque como expresa Rez-
zónico “aunque la temporalidad del uso y goce del locatario es de la esencia de la
locación, la designación o expresión del plazo no es esencial” (Luis María Rezzónico,
op. cit., página 138).
Así tenemos que la presunción mencionada funcionará para el caso de que el arren-
damiento tenga una finalidad específica entendiéndose pactado por el tiempo nece-
sario para llevarla a cabo; y cuando se trate de predios ubicados en lugares de
temporada, de tal modo que se entenderá que el plazo del arrendamiento es el de
una temporada.
(…)
Este numeral, que tiene como precedente al artículo 1497 del Código Civil de 1936,
contempla la situación de los contratos de arrendamiento sin plazo ad quem y esta-
blece que en esta hipótesis la ley lo fija relacionándolo con los periodos en que se
paga la merced conductiva. Dice León Barandiarán, comentando el citado artículo
1497 del Código derogado, que “...el artículo 1497 en su primera parte habla a este
respecto de año, semestre, mes, pero también podría ser un periodo distinto: se-
mana, trimestre, día” (Op. cit., página 334).
94
En suma, puede afirmarse que lo que el legislador ha hecho es interpretar la volun-
tad presunta de los contratantes y que siguiendo los usos y costumbres empieza
por reputar que el arrendamiento de duración indeterminada es por meses, pero
cuidando de que se consideren otros periodos, según como se efectúe el pago de la
merced conductiva.”
4. Cesión y subarrendamiento
A estos efectos, Arias (tomo II, 2011, pp. 330-333) nos ha legado lo siguiente:
Gráfico N° 1
De lo dicho se advierte que si bien la figura importa una trilogía, esto es, que exis-
tan tres partes, no se infiere de ello que las tres intervengan en el contrato de sub-
arrendamiento y, por el contrario, este solo se da entre el arrendatario-
95
subarrendador y el subarrendatario. En suma, es presupuesto lógico y necesario
que preexista un contrato de arrendamiento entre arrendador y arrendatario, que
constituye su antecedente lógico y natural y que no se extingue, sino que, por el
contrario, perdura, aunque el arrendatario pierda totalmente la posesión del bien
(subarrendamiento total) y no solo parcialmente (subarrendamiento parcial).
Dice López Vilas que “...el subarrendamiento propiamente dicho es, por definición,
una relación contractual de igual naturaleza que otra anterior y que surge por con-
secuencia de la actitud del arrendatario del primer contrato, el cual, al pactar con
un tercero un nuevo arrendamiento configurado con base en el primero, pasa a
ocupar en la segunda relación el puesto del arrendador. No se trata, pues, de un
arrendamiento hecho simplemente por un arrendatario o por un usufructario, cuyas
facultades le permiten ceder en parte el uso o disfrute de la cosa usufructuada a un
tercero. El subarrendamiento es algo más: es un contrato de arrendamiento que
surge de otro anterior al que está conectado por ese contratante común en el que
confluyen y se aúnan las cualidades de arrendador y arrendatario” (Ramón López
Vilas, Op. cit., página 79).
96
6) Es oneroso.
7) Es derivado y tiene como límites naturales las estipulaciones contenidas en el
contrato de arrendamiento y en particular, su duración. Por ello el artículo 1694
prescribe que a la conclusión del arrendamiento se extinguen los subarrenda-
mientos cuyos plazos no han vencido, dejándose a salvo el derecho del sub-
arrendatario para exigir del arrendatario la indemnización correspondiente.”
Asimismo, Arias (tomo II, 2011, pp. 336-338), respecto a la cesión, nos menciona
que:
“Como sabemos, desde la muerte de una persona, los bienes, derechos y obligacio-
nes que constituyen la herencia se transmiten a sus sucesores (artículo 660 del
Código Civil), a lo que se agrega que los contratos producen efectos entre las par-
tes que los otorgan y sus herederos, salvo los derechos y obligaciones no transmi-
sibles (artículo 1362 del Código Civil). En consecuencia, al fallecimiento del arren-
dador como del arrendatario, los derechos y obligaciones que emanan del arrenda-
miento se transmiten a sus herederos dentro de las condiciones que la misma ley
dispone (artículo 1710 del Código Civil).
(…)
97
1) El arrendatario traspasa su posición contractual a un tercero (cesionario) que
lo sustituye en sus derechos y asume sus obligaciones. Se requiere que el
arrendador preste su conformidad antes, simultáneamente, o después del
acuerdo de cesión. Si la conformidad del arrendador ha sido prestada previa-
mente al acuerdo entre cedente y cesionario, el contrato solo tiene efectos
desde que dicho acuerdo ha sido comunicado al cedido por escrito de fecha
cierta (artículo 1435 del Código Civil).
Esto quiere decir que con mayor razón la cesión del arrendamiento realizada
sin la conformidad del arrendador solamente tendrá efectos desde que él la
preste con posterioridad.
2) El arrendatario deja de tener el uso total del bien arrendado y se aparta de sus
obligaciones y derechos. Unos y otros son asumidos por el cesionario desde
que se celebra la cesión. Empero, el arrendador podrá accionar contra el ce-
dente si hubiera pactado con este que no queda liberado por la cesión si el ce-
sionario no cumple las obligaciones asumidas.
En este caso, el arrendador debe comunicar al cedente del incumplimiento del
cesionario dentro de los treinta (30) días en que se produjo y, de no hacerlo, el
cedente queda libre de responsabilidad (artículo 1437 del Código Civil).
3) Se mantiene el mismo contrato: lo que sucede es que el tercero pasa a ocupar
la posición contractual del arrendatario.
4) Las garantías constituidas por terceras personas no pasan al cesionario sin la
autorización expresa de aquellas (artículo 1439 del Código Civil).
5) La forma de la cesión debe ser la misma en que se celebra el contrato de
arrendamiento (artículo 1413 del Código Civil).”
5. Conclusión
Por último, Arias (tomo II, 2011, pp. 342-344) nos refiere que:
Debemos señalar también, sin embargo, que el contrato se puede extinguir por
imposibilidad del objeto de la prestación en la medida de que el arrendador no pue-
da cumplir con su obligación de mantener al arrendatario en el uso del bien arren-
dado porque este se ha perdido o destruido. Es obvio, que en el caso de que estos
hechos se deban a una situación culposa o dolosa del arrendador, deberá responder
por los mismos mediante la correspondiente indemnización por daños y perjuicios.
En el caso de que la pérdida o el deterioro del bien ocurran en el curso del arren-
damiento, encontrándose el arrendatario en el uso del bien, se presume la respon-
sabilidad de aquel, aun cuando la pérdida o el deterioro deriven de incendio, si no
prueba que han ocurrido por causa no imputable a él (artículo 1683 del Código Ci-
vil).
98
En aplicación del artículo anteriormente señalado, el arrendatario deberá probar
que la pérdida o el deterioro del bien no se produjeron por causa imputable a él o a
las personas que admitió, aunque sea temporalmente, al uso del bien. Probado ello,
tendrá derecho a que en aplicación del artículo 1316 y tratándose de un caso de
destrucción parcial, se extinga la obligación porque solo es susceptible de ejecutar-
se parcialmente, ya que el bien en esas condiciones no le es de utilidad o porque no
tiene justificado interés en tal ejecución. En caso contrario, el deudor (arrendador)
queda obligado a ejecutar su prestación con reducción de la contraprestación, si la
hubiere.
(…)
El Código Civil de 1984, en cambio, entiende con mejor criterio que no existe reno-
vación tácita ya que para que se dé un nuevo contrato se requiere el consentimien-
to de las partes. Por el contrario, se considera que el arrendamiento continúa pro-
rrogado en el tiempo indefinidamente. Se establece de esta manera la presunción
juris et de jure de que las partes lo han prolongado por tiempo indefinido, bajo sus
mismas estipulaciones.
Expresa Muñiz Ziches que: “Este artículo no hace referencia a las garantías consti-
tuidas por terceras personas otorgadas en favor del arrendatario. Debe entenderse,
en consecuencia, que de existir garantías que respalden las obligaciones de las par-
tes en los contratos cuyo plazo se ve prolongado por disposición de la ley, subsisti-
rán hasta la terminación de la relación contractual. Si hubiera sido distinta la inten-
ción del legislador, hubiera establecido expresamente, como lo hizo el artículo 1532
del Código Civil de 1936, la no vigencia de tales garantías” (Jorge Muñiz Ziches, Op.
cit., página 379).
99
La solución suprimida es la más justa para esta situación, ya que no se puede obli-
gar a un tercero a continuar garantizando más allá del plazo para el que se obligó
originariamente.
Admitiendo como correcto que la ley presuma que la voluntad de las partes es con-
tinuar con el arrendamiento después de vencido el plazo porque el arrendatario
permanece en el uso del bien arrendado y el arrendador no exige su devolución, no
cabe considerar como igualmente correcto que la continuación del arrendamiento
obligue al tercero que no expresa de ninguna manera su voluntad de seguir garan-
tizando el contrato.
A pesar de las razones expuestas es necesario llegar a la conclusión de que las ga-
rantías que respaldan las obligaciones de las partes subsisten hasta la terminación
de la relación contractual. Más aún, cuando el legislador ha sido cuidadoso al seña-
lar de manera expresa los casos en que dichas garantías se extinguen. Menciona-
remos entre ellos los siguientes supuestos: si la nueva obligación se declara nula o
es anulada, la primitiva obligación revive, pero el acreedor no podrá valerse de las
garantías pactadas por terceros (artículo 1287); cuando la transacción es indivisible
y alguna de sus estipulaciones es nula o se anula, se restablecen las garantías
otorgadas por las partes pero no las prestadas por terceros (artículo 1310); las ga-
rantías constituidas por terceras personas no pasan al cesionario sin la autorización
expresa de aquellas (artículo 1439).”
100
TEMA N° 4: EL CONTRATO DE HOSPEDAJE
1. Definición y características
Arias (tomo II, 2011, pp. 377 y 378) nos permite la siguiente visión:
Según Ramón Sánchez Medal, se trata de “un contrato por el cual una persona lla-
mada hospedero u hotelero, se obliga a prestar albergue a otra persona, llamada
huésped o viajero, a cambio de una retribución, comprendiéndose o no los alimen-
tos y demás servicios que origina el alojamiento completo. En el segundo caso se
trata de un alojamiento incompleto”, (Ramón Sánchez Medal, “De los contratos civi-
les”, página 313).
Según Clemente de Diego, “es un contrato consensual en virtud del cual una perso-
na se obliga a otra a prestar alojamiento y suministrarle alimentación mediante un
precio” (Clemente de Diego, “Instituciones de Derecho Civil español”, página 245).
Esta definición contiene el error de identificar los servicios fundamentales con los
complementarios o secundarios.
Para Francesco Messineo, el hospedaje “es el contrato que tiene lugar entre quien
explota (o es el propietario) un hotel, y el pasajero o entre quien tiene una habita-
ción amoblada y el inquilino” (Francesco Messineo, tomo V, “Manual de Derecho
Civil y Comercial”, página 186).
El Código Civil mexicano define el hospedaje en su artículo 2666 como “el contrato
que tiene lugar cuando alguno presta a otro albergue mediante la retribución con-
venida, comprendiéndose o no, según se estipule, los alimentos y demás gastos
que origine el hospedaje”. Nuestro Código vigente lleva también una definición en
el artículo 1713.
101
que podría confrontarse con citas de Apuleyo, Bursian, Friedlander. Posteriormente
la posada proporcionaba de todo, inclusive la comida (Op. cit., páginas 28 y 29).
(…)
Cómo se ha advertido al inicio del tema, las características del presente contrato
nos permiten una diferencia clara con el contrato de arrendamiento, en particular
del análisis de la complejidad del contrato de hospedaje.
2. Las prestaciones
El objeto del contrato es explicado por Arias (tomo II, 2011, pp. 382 y 383) en la
siguiente manera:
Un aspecto que no ha sido considerado por el Código y que, por su misma naturale-
za, está librado a la casuística, es el relativo a aquellas situaciones frecuentes en
que en una casa se proporciona habitación y alimento (pensión) a una o más per-
102
sonas, cohabitando en ella el propietario o el titular de un derecho sobre el inmue-
ble. Desde luego habrá que examinar cada circunstancia para establecer, a la luz de
los caracteres jurídicos del hospedaje, si estamos en presencia de este contrato o
de otro, que podría ser un subarrendamiento parcial o un contrato atípico.
Otra cuestión a considerar es que las disposiciones del presente título se refieren al
hospedaje público, o sea a aquellos locales destinados a dar alojamiento y even-
tualmente otros servicios a los viajeros; y en este sentido se consideran como tales
los hoteles, pensiones, mesones, hostales, moteles y análogos. El hospedaje priva-
do no está, por lo tanto, incluido y en la casuística se tratará de un comodato, de
un arrendamiento de piezas o, finalmente, de un contrato atípico en el cual las
normas del Código Civil (artículos 1713 a 1727) serán aplicables por analogía.
103
LECTURA SELECCIONADA No 2
Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomos
IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. 230-232.
Al respecto, señala Castillo Freyre (p. 64) que, en efecto, la mayoría de contratos
limitan su tratamiento legal a las normas contenidas en el Código Civil, pero ello no
sucede en el caso del hospedaje, debido a que se trata de "un contrato cuya impor-
tancia va más allá de las propias partes que lo celebran, pues estamos hablando de
una actividad en donde los establecimientos brindan un servicio al público usuario o
consumidor"; debiendo considerarse, además, que dicho contrato tiene un rol pre-
ponderante en una de las actividades de mayor relevancia que en tiempos actuales
viene promoviendo el Estado, que es la actividad turística.
En esa misma línea, Arias Schreiber (p. 676) expresa que por su naturaleza, y por
razones de control y seguridad, así como para beneficio de los huéspedes, el con-
trato de hospedaje -o mejor dicho, las prestaciones derivadas del servicio que brin-
dan los establecimientos dedicados a ese negocio- es supervisado por la autoridad
administrativa, que en este caso es el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo
(MINCETUR).
Al comentar el artículo 1713 del Código, ya nos hemos referido a grosso modo a los
antecedentes legislativos y a la normatividad complementaria sobre esta materia,
por lo que en esta parte conviene referimos a dos de las normas reglamentarias de
mayor relevancia que se conectan directamente con el artículo 1714:
El primer capítulo, referido a las disposiciones generales, regula el objeto del re-
glamento, el ámbito de aplicación para todos los establecimientos que prestan el
servicio de hospedaje, la clasificación y categorización de los mismos, y las defini-
ciones de la terminología corriente relacionada con el negocio y actividad de hospe-
daje. El capítulo segundo tiene contenido meramente administrativo, pues se refie-
re a la competencia y funciones de los órganos regionales para la aplicación del
reglamento. El capítulo tercero es de suma importancia porque regula todo lo con-
cerniente a la autorización y funcionamiento de los establecimientos de hospedaje
(requisitos para iniciar actividades y condiciones mínimas que deben cumplir, así
como la verificación de las mismas). El cuarto capítulo se ocupa del régimen de
clasificación y categorización, incluyendo la solicitud, el certificado, el procedimien-
to, el uso de la placa indicativa y el directorio de establecimientos. El quinto capítu-
lo concierne a las visitas de supervisión a efectos de verificar el cumplimiento de la
normatividad administrativa por parte de los establecimientos de hospedaje. El sex-
to capítulo establece brevemente el régimen sobre el cambio del titular de los esta-
blecimientos de hospedaje; y en el último capítulo se desarrolla el régimen de aten-
ción y registro de huéspedes. En suma se trata mayormente de disposiciones re-
glamentarias de carácter predominantemente administrativo para el correcto fun-
cionamiento y desarrollo de la actividad de hospedaje; por lo que no se halla en
104
este reglamento norma alguna sobre la relación contractual entre hospedante y
huésped.
105
CONTROL DE LECTURA Nº 2
106
b. Mutuante
c. Mutuatario
d. Aval
e. Comodatario
9. La persona que otorga un bien en comodato se denomina:
a. Comodante
b. Mutuante
c. Mutuatario
d. Aval
e. Comodatario
10. La persona que paga una merced conductiva en un contrato de
arrendamiento se denomina:
a. Arrendador
b. Aval
c. Fiador
d. Arrendatario
e. Asegurador
107
GLOSARIO DE LA UNIDAD
108
BIBLIOGRAFIA DE LA UNIDAD III
1. Arias, Max (2011). Exégesis del Código Civil peruano de 1984. Tomo II. Lima.
Normas Legales: Lima.
2. Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomos VIII y
IX. Lima: Gaceta Jurídica.
109
AUTOEVALUACION No 3
1. El interés que se paga como retribución por el uso del dinero se denomina:
a) Compensatorio
b) Moratorio
c) Igualatorio
d) Derogatorio
e) Capitalista
2. La razón para el pago de un interés moratorio es:
a) La demora
b) El pago
c) La cláusula penal
d) La indemnización
e) El incumplimiento defectuoso
3. Para ceder la posición contractual en un arrendamiento debe haber asentimien-
to del:
a) Arrendador
b) Arrendatario
c) Cesionario
d) Cedido
e) Cedente
4. Para subarrendador un bien debe haber asentimiento del:
a) Arrendador
b) Arrendatario
c) Cesionario
d) Cedido
e) Cedente
5. Los intereses que pactan las partes en el contrato se denominan:
a) Capitalistas
b) Moratorios
c) Legales
d) Convencionales
e) Compensatorios
6. Los intereses que se aplican en defecto de acuerdo y que son señalados por el
Banco Central de Reserva se denominan:
a) Capitalistas
b) Moratorios
c) Legales
d) Convencionales
e) Compensatorios
7. El mutuo puede es civil si:
a) No existen intereses a pagar
b) Existen intereses a pagar
c) La ley lo declara
d) Los tratados lo señalan
e) La Constitución Política lo dicta
8. La contraprestación en el muto consiste en:
a) Devolver el bien mutuado
b) Entregar el bien a mutuar
c) Pagar la merced conductiva
d) Pagar la prima
e) Pagar el canon
9. La contraprestación en el arrendamiento consiste en:
110
a) Pagar una merced conductiva
b) Pagar una prima
c) Pagar un canon
d) Pagar un royalti
e) Pagar un arancel
10. La contraprestación en el contrato de hospedaje consiste en:
a. Devolver el bien mutuado
b. Entregar el bien a mutuar
c. Pagar la merced conductiva
d. Pagar la prima
e. Pagar el canon
111
UNIDAD IV: “LOS CONTRATOS DE PRESTACIÓN DE SERVICIOS. OTRAS
FUENTES DE LAS OBLIGACIONES REGULADAS EN EL CÓDIGO CIVIL”
112
UNIDAD IV: LOS CONTRATOS DE PRESTACIÓN DE SERVICIOS. OTRAS
FUENTES DE LAS OBLIGACIONES REGULADAS EN EL CÓDIGO CIVIL
1. Definición y características
A tales efectos, Arias (tomo II, 2011, p. 449) nos indica que:
Esta última expresión, que figura en el presente artículo 1764, es la que determina
la discrepancia que tenemos con la doctrina tradicional, que distingue la locación de
servicios y el contrato de obra según se trate de obligaciones de medios y de resul-
tados, y ha determinado el surgimiento de una tesis según la cual la primera debe-
ría cubrir también las obras no empresariales, dejando para la segunda todas las
obras empresariales.
2. Las prestaciones
A estos efectos, Arias (tomo II, 2011, pp. 449 y 450) señala que:
“La energía humana al servicio de los demás se presta mediante una labor que tie-
ne contenido material e intelectual, primando uno sobre el otro y así recíprocamen-
te. No podemos afirmar, por consiguiente, que hay locaciones en las que la labor
sea estrictamente material y en otras intelectual. Lo que realmente sucede es que
una prevalece sobre la otra y no es corriente -aunque desde luego factible- que
exista equilibrio entre uno y otro factor. Cuando un peón o albañil es contratado
para efectuar determinado trabajo sin que haya dependencia, lo material es pro-
113
porcionalmente más intenso que lo intelectual, sin que se descarte esto último. Nos
encontramos, en cambio, con una relación en la que prevalece la labor intelectual
cuando se contratan los servicios independientes de un abogado, pero sin que pue-
da afirmarse que no se presentará en la prestación algún elemento material.
Resumiendo, podemos afirmar con Albaladejo, que los servicios objeto de este con-
trato pueden ser de cualquier tipo, siempre que reúnan los requisitos generales de
“...posibilidad, licitud, determinación o determinabilidad...” (Albaladejo, Manuel,
“Derecho Civil” II, Derecho de Obligaciones, volumen segundo, página 278).”
Se concluye que la labor que asume el locador puede tener la calificación a su vez
de intelectual o física, no generando ningún inconveniente que pueda ser de ambas
formas. Debemos tener en consideración que muchas prestaciones se caracterizan
por la elaboración de un producto como es el caso de la asesoría jurídica.
114
TEMA N° 2: EL CONTRATO DE OBRA
1. Definición y características
Al respecto, Tovar y Ferrero, en el Código Civil Comentado por los 100 mejores es-
pecialistas (2006, pp. 142-144), nos explican que:
“El ARTÍCULO bajo comentario denomina y tipifica al contrato de obra, el cual cons-
tituye una especie perfectamente precisada y tipificada de los contratos cuyo géne-
ro es la prestación de servicios (ARTÍCULO 1755 del Código Civil).
Si bien en doctrina hay muchas discusiones y teorías sobre los elementos que ca-
racterizan al contrato de obra y lo diferencian del contrato de locación de servicios,
otra de las variantes del género prestación de servicios, nuestro Código Civil define
el contrato de obra en los términos del ARTÍCULO 1771. Según esta definición legal
el elemento esencial del contrato por la parte del contratista es que se obliga a cier-
to resultado (que es precisamente la obra). Lo esencial es que este resultado tiene
un contenido predeterminado. El contrato fija en forma precisa en qué consiste la
obra que el contratista tiene que realizar. Y de otro lado, desde el punto de vista
del comitente, su obligación principal consistirá en pagar el precio convenido como
retribución por la obra contratada.
De lo anterior se pueden distinguir clara y precisamente dos obras. Una obra será
la futura construcción o implantación material y física del edificio, estructura o con-
junto de construcciones y equipos que configuran el proyecto. Pero una obra previa,
a cargo de profesionales especializados, es precisamente el diseño del proyecto,
que comprende todos los detalles necesarios para la construcción del mismo, ex-
115
presado en planos, maquetas, elevaciones, cortes y otros instrumentos propios de
la profesión.
Los juristas españoles suelen tratar al contrato de obra como el contrato de empre-
sa, pero aclaran que se refieren al contrato de obra (locatio conductio operis) del
Derecho Romano. En este sentido José Castán Tobeñas dice literalmente que:
"puede ser definido este contrato como aquel por el que una persona (llamada em-
presario o contratista) se obliga a ejecutar una obra en beneficio de otra (capitalista
o propietario), que se obliga a pagar por ella un precio cierto".
Por su parte Federico Puig Peña, en parecidos términos, afirma que el contrato de
empresa (es decir el de obra) " ... es aquel contrato en cuya virtud una de las par-
tes (locador, contratista, empresario, etc.) se obliga respecto de otra (conductor,
capitalista, propietario y más modernamente comitente) a la producción eficaz de
un determinado resultado de trabajo (obra) a cambio de un precio cierto, que se
calcula por la importancia del mismo".
El tratadista Spota ha dedicado un extenso libro en tres tomos al estudio del con-
trato de obra. Este autor, partiendo de la idea recogida en el Código Civil argentino
de que este contrato está incluido en el género de los contratos de locación, consi-
dera que "la locación de obra es un contrato por el cual una de las partes se obliga
a hacer alguna cosa (o a alcanzar un resultado material o inmaterial) para la otra y
sin subordinación frente a esta; todo mediante un precio en dinero".
De las citas anteriores podemos apreciar que la definición del contrato de obra con-
tenida en el ARTÍCULO 1771 del Código Civil coincide con la doctrina, al resaltar sus
dos componentes esenciales. Primero, desde la perspectiva del contratista, tene-
mos una obligación de resultado -hacer una obra determinada- cuyas característi-
cas estarán definidas en el contrato. Segundo, desde la perspectiva del comitente,
encontramos la obligación de pagar el precio convenido -la retribución-o entre los
caracteres jurídicos del contrato de obra es pertinente señalar que se trata de un
contrato autónomo. Asimismo, dada la existencia de una retribución, se trata de un
contrato oneroso y con prestaciones recíprocas. Es un contrato con libertad de for-
ma y no necesariamente personal. Sobre este último elemento nos pronunciaremos
al comentar el ARTÍCULO 1772 siguiente. Por su parte, Max Arias Schreiber hace
referencia a una "organización económica proporcionada por el contratista" presen-
te en los contratos de obra, y que los distingue, entre otros elementos, de los con-
tratos de locación de servicios.”
2. Las prestaciones
Para la explicación del alcance de las prestaciones asumidas por las partes, Tovar y
Ferrero (147 y 148) nos mencionan que:
116
hace este tipo de preguntas siempre queda una tercera alternativa, usualmente
llamada ecléctica, según la cual el contrato de obra sería una mezcla de ambos.
Creemos que la regla debe ser, en aplicación de la literalidad del ARTÍCULO 1771,
aplicar supletoriamente en primer lugar las normas que regulan las obligaciones de
hacer, por cuanto este ARTÍCULO ya califica al contrato de obra como uno por el
cual " ... el contratista se obliga a hacer una obra determinada ... " (el resaltado es
nuestro). Sin embargo, si como parte del contrato se identifican obligaciones de
dar, habrá que evaluarse si en ese caso y para esa situación particular corresponde
aplicar supletoriamente las normas sobre las obligaciones de dar.”
3. Sistemas de contratación
“Existen diferentes matices en lo que concierne al contrato de obra: por ajuste al-
zado, por economía o por administración, por precios unitarios y llave en mano,
etc., pero el Código Civil solo legisla sobre el primero de ellos, y en forma colateral
sobre la modalidad de la obra por pieza o medida (artículo 1781), sin tener en
cuenta la importancia y frecuencia de los restantes.
No hay razón legal para que en un contrato por ajuste alzado, el contratista se haya
comprometido a absorber cualquier costo adicional. Claro está, en nuestra época es
lo menos frecuente, debido al constante escalonamiento de los precios.
117
Para terminar, extraemos de la obra de Alberto G. Spota algunos comentarios acer-
ca de los contratos de obra por ajuste alzado, por unidad de medida o por precios
unitarios, a costo y costas, por economía o administración.
“El ajuste alzado significa una obra cuyo precio se fija a un tanto global (aforfait o
aprix fait, appalto a corpo o aversionale, prego global o per aversionem) ...”, “Es
indispensable para la existencia del contrato de obra por ajuste alzado que se cum-
plan dos condiciones; un precio global fijado de antemano e invariable para la tota-
lidad de los trabajos previstos en los planos y presupuestos y, correlativamente,
que el empresario nunca podrá sufrir reducción del precio o exigir aumento de este
trabajo bajo ningún pretexto”. Y agrega: “¿Cabe hablar de un ajuste alzado si no
existe un proyecto completo de obra? Aun una mera descripción escrita puede ser
suficiente, como en el caso de instalaciones eléctricas, de aire acondicionado, cale-
facción, etc., sobre todo si se recurre a fórmulas o cláusulas- tipo, usuales en la
esfera profesional. Pero todas las veces que la determinación de la obra a efectuar
impida establecer el precio global y previo, entonces solo cabe hablar, a lo sumo,
de ajuste alzado relativo. Este exigirá una innovación, en más o en menos, con res-
pecto al precio preventivamente fijado por las partes”. El maestro argentino resume
sus puntos de vista expresando que: “a) El sistema de ejecución de obra por ajuste
alzado significa que el precio resulta ser global o precio único”. Cuando existe inva-
riabilidad de la obra y del precio, es absoluto. En cambio, si cabe la innovación en el
precio, el sistema de ajuste alzado es relativo. Y agrega: “los franceses lo llaman
sistema a forfait; también lo denominan a prix fait. Los romanos lo llamaban siste-
ma per aversionem” (Alberto G. Spota, “Instituciones de Derecho Civil”, Contratos,
volumen V, páginas 357 a 361).
En lo que respecta al contrato de obra por unidad de medidas o por precios unita-
rios, manifiesta Spota que por esta forma de contratación “se estipula que los dis-
tintos trabajos de que estará constituida la obra, serán llevados a cabo mediante el
pago de precios asignados a cada unidad técnica de estructura o bien cantidad téc-
nica unitaria de obra de mano” y añade que la doctrina francesa se ocupa “del con-
trato según presupuesto, explicándolo de este modo: el precio se fija artículo por
artículo y solo puede determinarse a la terminación de los trabajos de acuerdo con
la cantidad ejecutada, por ejemplo, construcción de un muro a tanto el metro”. Se
trata -en cuanto a esta ejecución de obra por unidad-, del contrato de obra ad
mensuram por contraposición al tipo de contratación por ajuste alzado (per aver-
sionem). Seguidamente explica que existen “dos tipos de estos contratos por uni-
dad de medida o por precios unitarios, según se designe la medida total o el núme-
ro de piezas, o no se contenga esta designación. En el primer supuesto, se trata de
contrato por unidad de medida, pero determinando el precio no solo por cada uni-
dad, sino también las cantidades a ejecutar (sistema de ejecución de obra por pre-
cios unitarios con determinación de cantidad, o sistema por unidad de medidas). En
el supuesto, solo se fija el precio por unidad y se dejan indeterminadas las cantida-
des a ejecutar (sistema de ejecución por precios unitarios sin determinación de
cantidad, o sistema por unidad simple). Existe, entonces variabilidad del precio to-
tal y de las cantidades” (Alberto G. Spota, Op. cit., volumen V, página 362).
Examinando el artículo 1776 del Código Civil peruano, advertimos que solo se refie-
re a la obra por ajuste alzado relativo, pues admite las variaciones convenidas por
escrito con el comitente, siempre que signifiquen mayor trabajo o aumento en el
costo de la obra.
En las obras a coste y costas, “la estimación de los trabajos se verifica al final de la
obra, según el valor al curso del día de los materiales y de la mano de obra, aparte
de lo que corresponda por gastos indirectos. Pero nada obsta a que existan rendi-
118
ciones de cuenta parciales de lo invertido (materiales, obra de mano, fuerza motriz,
combustibles, gastos generales de administración, amortización pertinente de im-
plementos y enseres, etc.) y, por ende, pagos a cuenta, o mejor dicho, anticipos
del precio de obra". Dice también Spota que “no debe confundirse el sistema de
ejecución por economía o administración” “con el que venimos considerando. Aquel
no implica la existencia de un empresario que asume la obligación de ejecutar la
obra. Es el propio dueño de ella quien la erige, recurriendo a un director técnico o
director de obra, o bien a los trabajadores intelectuales (personal técnico con que
cuenta y que integra su empresa) y conforme a las reglamentaciones administrati-
vas dictadas en el ejercicio de poder de policía de la construcción que atañe a las
municipalidades)”. Dice luego que “en cambio, en el coste y costas estamos siem-
pre en presencia de un contrato de empresa, o sea de locación de obra material.
Por un lado, el dueño reembolsa al empresario las expensas de este (material, obra
de mano y otras expensas directas, aparte del reembolso de los gastos indirectos);
y, por el otro, el empresario se obliga, mediante un beneficio estipulado, a ejecutar
esa obra”. Dice luego:“sobre este sistema a coste y costas, cabe señalar que en los
países europeos, después de la anterior guerra de 1914 a 1918, se había ensayado
esa nueva forma de contratación que se denominó contrato americano, porque los
ejércitos norteamericanos -indica un autor- lo han practicado mucho en el curso de
los trabajos que han ejecutado durante la guerra”. Bajo el régimen de este contrato
-agrega- “el comitente paga la obra de mano y los materiales al precio justificado y
se le asegura al empresario, por sus gastos generales y su beneficio, un porcentaje
variable sobre el valor de los trabajos ejecutados. Hoy en día, o sea con posteriori-
dad a la guerra de 1939-1945, y en virtud de la alteración de los precios de la obra
de mano y de los materiales, que toman dificultoso prever un presupuesto suficien-
temente acertado, el sistema de coste y costas, así como el ajuste alzado relativo,
resultan ser los prevalecientes; es ello lo que, como en otros países, ocurre muy
especialmente en el nuestro. Los efectos de la depreciación y desvalorización mo-
netaria tienen una significación actual que impone cada vez más este sistema de
ejecución de obra en materia edilicia. En los atinentes a las obras públicas, el dere-
cho administrativo ha aminorado en buena medida la inseguridad jurídica y econó-
mica que ocasiona el fenómeno económico de la inflación monetaria” (Alberto G.
Spota, Op. cit., volumen V, páginas 368 y 369).
119
que el resultado será más excelso. Por eso, es un sistema que brinda la más amplia
satisfacción. En cambio, si quiere alcanzar un resultado mediocre, extremadamente
económico pero respondiendo a las reglas de arte, también lo alcanzará”. Dice a
renglón seguido que “existe un inconveniente. Este sistema, que llamamos por eco-
nomía, en ocasiones resulta ser el más antieconómico por la indicada gran flexibili-
dad que presenta. Aun con un estudio suficiente del proyecto de obra es posible
introducir todas las modificaciones que durante la ejecución se le ocurra al dueño
de la obra (no hay ningún contrato de obra material que impida u obstaculice la
introducción de esas modificaciones). De ahí que lo que parecía ser lo más econó-
mico puede resultar lo más costoso desde ese punto de vista porque la máxima
flexibilidad trae consigo el aumento de costos”. Culmina diciendo: “tenemos ex-
puesto, entonces, un sistema de ejecución que no implica contrato de obra mate-
rial, sin perjuicio de que el dueño de la obra celebre para algunos rubros, un con-
trato de obra material, por ejemplo para realizar la excavación y la estructura resis-
tente o bien, para la instalación eléctrica, un ascensor, etc.; pero en sustancia, sal-
vo esos supuestos de combinación de economía con locación de obra material, te-
nemos que decir que el sistema de ejecución por economía o por administración
significa que no hay locador de obra material y que el dueño de la obra es empre-
sario de sí mismo con las ventajas y desventajas, expuestas” (Alberto G. Spota,
Op. cit., volumen V, páginas 353 a 357).
Desde luego y en la práctica suele suceder que los contratos de obra sean comple-
jos y reúnan algunos de los tipos de ejecución expuestos, en la medida en que no
existe contradicción en hacerlo. Esto es lo que la doctrina conoce por “combinación
de sistemas”.
Agrega Spota con una observación que conviene tener muy presente: “Se ha sos-
tenido con mucho fundamento que no hay sistema que indiscutible o invariable-
mente supere a los restantes. A priori, entonces, no puede decirse cuál es el que
mejor conveniencia reporta para las partes: todo dependerá de las circunstancias”
(Alberto G. Spota, Op. cit., volumen V, página 378). Y finaliza señalando cuáles son
las ventajas y desventajas de cada uno de los sistemas expuestos (Alberto G. Spo-
ta, Op. cit., Volumen v, páginas 379 a 390).
A lo expuesto debemos señalar que el Código vigente bien pudo considerar otras
modalidades del contrato de obra, como son las que contempla la Ley de Contrata-
ciones y Adquisiciones del Estado.”
La suma alzada y los precios unitarios son sistemas que permiten establecer pará-
metros de contratación para en caso se sepan o no las condiciones, medidas y pre-
cios de la edificación ha ordenar.
A estos efectos Tovar y Ferrero, en el Código Civil Comentado por los 100 mejores
especialistas (2006, pp. 176-180), mencionan que:
“La fuente de este ARTÍCULO es el primer párrafo del ARTÍCULO 1667 del Código
Civil italiano. Debemos empezar definiendo el concepto de vicios o diversidades
para efectos de comentar este ARTÍCULO. Por vicios entendemos aquellos defectos
que presenta la obra, mientras que las diversidades se refieren a los trabajos en la
obra distintos a los previstos por las partes o, en otras palabras, ejecutados de ma-
nera diferente a lo estipulado contractualmente.
120
El comitente podría negarse a recibir la obra si la misma no constituye el resultado
contratado. Sin embargo, podría ocurrir que sí se obtuvo el resultado contratado,
pero a la vez existen algunas diversidades en la obra que podrían ocasionar por
ejemplo que esta tenga un menor valor o que la misma no sea exactamente igual.
En estos casos el comitente puede exigir una compensación por ello. Para estos
supuestos el ARTÍCULO 1782 recoge una regla que resulta bastante razonable, se-
gún la cual el contratista deberá responder por las diversidades entre la obra y las
especificaciones contratadas y por los vicios que está presente.
Por otro lado, Palacio Pimentel señala que al tratarse de una obligación de tipo pro-
fesional del contratista, es el quien debe responder por las diversidades o vicios
externos, es decir, por aquellos trabajos que resulten distintos a los pacta dos en el
contrato, o que hayan sido ejecutados de un modo diferente al acordado y que sean
ostensibles o que se puedan advertir a simple vista: Por tanto, no necesita mayor
demostración aquella parte del precepto que señala que quedará liberado el contra-
121
tista de responsabilidad, si el comitente recibe la obra sin hacer observaciones o
reservas.”
122
LECTURA SELECCIONADA No 1
Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomo
IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. 149-151.
“En doctrina, Stiglitz entiende por subcontrato "aquel contrato derivado y depen-
diente de otro anterior -de su misma naturaleza-, que surge a la vida como conse-
cuencia de la actitud de uno de los contratantes, el cual en vez de ejecutar perso-
nalmente las obligaciones asumidas en el contrato originario, se decide a contratar
con un tercero la realización de aquellas, basado en el contrato anterior del cual es
parte". Se trata de un nuevo derecho que no modifica las relaciones que nacieron
del contrato base, en virtud de una sucesión constitutiva.
Messineo define al subcontrato como aquel contrato que "da lugar a una figura
análoga a la filiación de un derecho de otro derecho (derecho hijo) o sucesión cons-
titutiva, es decir, al nacimiento de un contrato de contenido igual (contrato hijo) al
del contrato del cual deriva, y que puede llamarse contrato padre o contrato base".
Así, continúa Messineo señalando que "una de las partes del contrato base (cau-
sahabiente) constituye a favor de un segundo contratante (causahabiente mediato),
un derecho de naturaleza personal que proviene del derecho atribuido al constitu-
yente por el causante y lo presupone, de tal modo que el contrato hijo depende -
como el accesorio del principal- del contrato padre y queda ligado a todas las vicisi-
tudes de este último". Por ello, apunta Stiglitz, que "el subcontratante podrá adqui-
rir derechos y obligaciones iguales o más limitadas, pero no mayores.
Cabe pues preguntarse cuándo debe considerarse que una subcontratación ha ex-
cedido los límites que establece el ARTÍCULO 1772.
123
El primero es el caso en que la prestación principal de la obra pueda ser calificada
de personalisima. En este caso queda claro que lo único que podría subcontratar el
contratista serían trabajos accesorios o complementarios a la obra. Tal sería el ca-
so, por ejemplo, de un contrato por el cual el comitente encarga a un pintor famoso
que le haga un retrato. Este pintor famoso o contratista no podrá subcontratar a un
tercero para que haga el retrato. Sin embargo, sí para que ejecute prestaciones
accesorias como podría ser la elaboración del marco en el cual será entregado el
retrato.
Cabe resaltar nuevamente que se trata de una regla supletoria y que, por lo tanto,
las partes siempre podrán pactar en contrario en el contrato de obra y establecer la
necesidad de la autorización del comitente para la subcontratación total o parcial,
incluyendo el mecanismo y oportunidad aplicables para obtener dicha autorización.
Con relación al segundo párrafo del artículo 1772, creemos acertada la responsabi-
lidad solidaria del contratista y del subcontratista frente al comitente con relación a
la materia subcontratada. De un lado tenemos que el contratista siempre responde
frente al comitente, incluso por las prestaciones de su subcontratista. Esto es razo-
nable porque el comitente contrató con el contratista, pero además es eficiente
porque genera incentivos para que el contratista subcontrate la obra con subcontra-
tistas en capacidad de llevarlas a cabo adecuadamente, ya que en caso contrario
124
será el contratista quien asuma el riesgo frente al comitente. Así se generan los
incentivos correctos para la identificación del subcontratista y para el monitoreo de
su trabajo mientras este ejecute la parte subcontratada.
125
ACTIVIDAD No 4
INSTRUCCIONES:
1. En un documento con formato .doc o .docx, y con una extensión de una página.
2. Utilice un formato de letra arial de 12 puntos a espacio sencillo.
3. El peso del documento no debe exceder de 0.5 mb.
126
TEMA N° 3: LOS CONTRATOS DE MANDATO, DE DEPÓSITO Y SECUESTRO
En el Código Civil se encuentran reguladas otras figuras que parten de una presta-
ción de servicios y que pueden ser actividades por el convenio de las partes o por
disposición judicial o legal.
1. Contrato de mandato
El artículo 1790 al aludir a la realización de uno o más actos jurídicos difiere sus-
tancialmente del artículo 1627 del Código derogado, según el cual “por mandato
una persona encarga el desempeño de ciertos negocios, a otra que los toma a su
cargo…”.
Así Cornejo indicaba que “la expresión el desempeño de ciertos negocios ha de en-
tenderse como limitativa, en el sentido de que solo los negocios jurídicos pueden
ser materia del mandato. Literalmente englobaría todos los negocios posibles, ya
fueran de naturaleza de hecho o de índole jurídica; pero con esta extensión de sig-
nificado, no se caracterizan ni se circunscriben los negocios que pueden ser objeto
de encargo. La expresión legal literalmente entendida pecaría por exceso y estaría
en discordancia con los antecedentes históricos del mandato y con la regulación que
a este contrato da el Código Civil. Precisa, pues, reducir el contenido de la exposi-
ción legal para limitar el concepto del mandato...” (Revista de Derecho y Ciencias
Políticas, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1941, página 136).
Dichos actos jurídicos deben realizarse por cuenta y en interés del mandante. Ob-
sérvese que la regla destaca que la actuación del mandatario es por cuenta y en
interés del mandante. El mandatario no actúa en nombre de aquel, sino en su pro-
pio nombre.
En este orden de ideas, no hay, en principio, entre mandante y tercero, vínculo
alguno, sino entre dicho tercero y el mandatario.
127
Messineo puntualiza, refiriéndose al Código Civil italiano, que “la noción de manda-
to, tal como resulta del artículo 1703 (equivalente al artículo 1790 del Código de
1984), debe integrarse poniendo de relieve que, contemplado desde otro punto de
vista, el mandato implica siempre un encargo conferido por el mandante al manda-
tario. Esto no es, en modo alguno, lo mismo que conferir poderes de representa-
ción, ni importa, por consiguiente identificar el conferimiento de encargo con el
conferimiento de procura. Dar un encargo no significa, también y necesariamente,
que el encargo deba cumplirse utilizando el nombre de quien confiere dicho encar-
go; puede cumplirse aun sin indicar el sujeto en cuyo nombre se lleva a cabo; es
esta la figura del mandato sin representación” (Op. cit., página 38).
Como explica Lohmann (“El negocio jurídico”. Primera parte, página 153), “por el
encargo que se confiere al mandatario para que desempeñe cierta actividad solo se
le faculta, en primera instancia, para que actúe en interés del mandante y por su
cuenta, pero no necesariamente en su representación. Es decir, en la ejecución del
mandato se atiene fundamentalmente a realizar un servicio personal, al cumpli-
miento de un encargo, pero no a hacerlo en nombre de una persona, sino por su
cuenta. El mandante desea que el resultado de la actividad del mandatario repercu-
ta finalmente en sí y no en este, sin que sea relevante el modo en que el mandata-
rio actúa ante el tercero”.
Sin perjuicio de lo expresado, corresponde aclarar que el mandato puede ser cele-
brado también en interés del mandatario o de un tercero (vid., artículo 1803).
2. Contrato de depósito
Para explicar este contrato, Arias (tomo II, 2011, pp. 529 y 530) menciona que:
“Al definir el depósito voluntario quedan marcados sus elementos tipificantes, como
son la guarda, cuidado y vigilancia (custodia) y la obligación de restitución, sujeta a
la voluntad del depositante. Estas son las obligaciones principales que asume el
depositario en virtud de la celebración del contrato de depósito; y son las que en
definitiva marcan su contenido obligacional.
En relación con la manera como ambas obligaciones han sido valoradas por la doc-
trina en función de su importancia por lograr la finalidad práctica del depósito, en
algunos casos ha primado el deber de restituir frente al de custodiar, y en otros
casos, ha sido a la inversa.
Expresa al respecto Valpuesta Fernández que: “En esta línea, frente a un sector
doctrinal que se decanta por reconocer al deber de restituir como aglutinante de
toda significación práctica y jurídica del contrato de depósito, la mayoría de la doc-
trina se inclina por estimar que la obligación de guarda y custodia que asume el
depositario ostenta la supremacía en la configuración del mencionado contrato, en
el sentido de ser el dato identificador de tal tipo contractual, imprimiéndole carác-
ter. Si bien esta afirmación es cierta, hasta el punto que cabría plantear incluso si
quizás no constituyen las normas del depósito el paradigma legal del deber de cus-
128
todia, presente en muchas situaciones jurídicas, ello no debe servir para minimizar
el papel del deber de restituir en la dinámica del contrato de depósito, entendiendo
a tal fin que es algo más que el hito final de la relación jurídica derivada del mismo
contrato, En el Subcapítulo Segundo se dan las normas relativas al depósito nece-
sario o forzoso, que es aquel que se produce en virtud de una ley que lo ordena o
bajo circunstancias forzadas, que han dado origen a lo que se conoce doctrinaria-
mente como depósito “miserable”.
En esta figura, no tienen cabida varias de las reglas del depósito voluntario, como
sería, entre otras, la situación de la incapacidad del depositario. El Código no dis-
tingue entre los capaces e incapaces sujetos al depósito miserable, y el impedimen-
to a que se refiere el artículo 1855 no se extiende a esta incapacidad, que es de
derecho, sino a los impedimentos de hecho (un enfermo o la falta de sitio para
guardar el mobiliario, etc.).
El Código Civil de 1984 ofrece, con relación al de 1936, otras novedades y adicio-
nes. Entre ellas podemos citar la del artículo 1822, que autoriza el ejercicio de la
custodia y conservación de modo diverso del convenio, por razones de urgencia; el
artículo 1827, que sanciona el deber del secreto en el depósito; el artículo 1831,
sobre depósito en interés de un tercero; los artículos 1839 y 1840, relativos al de-
pósito plural; el artículo 1845, concerniente al depósito hecho por el administrador;
el artículo 1848, sobre el lugar de devolución del depósito; el artículo 1849, que
regula los gastos de entrega y devolución; el artículo 1851, sobre reembolso de los
gastos hechos por el depositario; y el artículo 1852, relativo al derecho de retención
por el depositario.
El Proyecto contenía en sus artículos 1881 a 1883 varias disposiciones sobre el de-
nominado depósito irregular, esto es, cuando lo que se deposita es una suma de
dinero u otro bien consumible y fungible. La Comisión Revisora suprimió esta figura
-por lo demás sumamente discutida en doctrina- en atención a los argumentos ex-
puestos por Manuel de la Puente y Lavalle, quien sostuvo que se trata, en realidad,
de un contrato de mutuo.
3. Contrato de secuestro
También Arias (tomo II, 2011, pp. 563 y 564) nos refiere que:
Se trata, de este modo, de sustraer el bien objeto de controversia entre dos o más
personas confiándoselo a un tercero, de modo tal, que se evita que los litigantes
dispongan de dicho bien mientras dure el litigio.
129
parentesco deriva de la finalidad cautelar, que es común a dos institutos; en am-
bos, la custodia se califica como instrumento, más que como finalidad. La finalidad
cautelar es impresa, a este contrato, por la circunstancia de que ha nacido una con-
troversia respecto de la cosa, y que es necesario esperar su definición; pero, entre-
tanto, hay que impedir que la cosa controvertida sea destruida, deteriorada, altera-
da o sustraída” (Op. cit., página 292).
De esta definición surge con claridad el parecido entre este contrato y el depósito
voluntario, desde que en ambos el elemento básico radica en el deber de custodia y
conservación. Pero también destaca el carácter de medida precautelatoria que es
propia del secuestro, dado que necesariamente se asocia con la existencia de una
controversia entre los depositantes. La obligación de custodia es el factor más im-
portante del secuestro y sobre ella hay opiniones divididas. En efecto, muchos tra-
tadistas afirman que la responsabilidad de quien la asume es del depositario, de
donde son aplicables las reglas que existen en el contrato de depósito. Carlos Drago
Correa, manifiesta que “el secuestratario (depositario en el Código Civil vigente) en
cuanto a su diligencia, debe conducirse con la prudencia normal”. Y añade: “A dife-
rencia del depósito, está obligado a dar los cuidados especiales que la cosa exija”
(Carlos Drago Correa, “Secuestro Convencional”, Tesis para optar el grado de Ba-
chiller en Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú, página 57). Este
planteamiento no ha prosperado en el Código, pues no existe norma que así lo es-
tablezca y, salvo pacto que acentúe la responsabilidad, el secuestratario (deposita-
rio) no tiene mayor obligación que la de poner la diligencia ordinaria exigida por la
naturaleza de la obligación y que corresponda a las circunstancias de las personas,
del tiempo y del lugar (artículo 1820), de acuerdo con la remisión que hace el ar-
tículo 1867 del Código Civil. En efecto, no se encontró razones suficientes para ha-
cer más rigurosa la responsabilidad del secuestratario, como preferimos denominar-
lo.
Planteamos entonces que el secuestro logra diferenciarse de otras figuras pues par-
te de la controversia a la cual se encuentra sometido el bien, sea por proceso judi-
cial o arbitral iniciado.
130
TEMA N° 4: OTRAS FUENTES DE LAS OBLIGACIONES REGULADAS EN EL
CÓDIGO CIVIL
Si bien el Código Civil se refiere a los contratos como fuente primigenia de obliga-
ciones, existen categorías que pueden generar obligaciones pero que no se consti-
tuyen por el pacto entre las partes, esto es, la obligación tiene una creación legal.
A tales efectos Palacios, en el Código Civil Comentado por los 100 mejores especia-
listas (2006, pp. 640-642), menciona que:
1) El enriquecimiento.
2) El daño.
3) La correlación entre daño y enriquecimiento.
4) La ausencia de justa causa.
5) La subsidiaridad, la que más parece una característica que será abordada en
el comentario del ARTÍCULO siguiente.
131
relevancia de un eventual enriquecimiento no patrimonial se ha pronunciado hace
ya bastante tiempo el profesor Alberto Trabucchi.
Frente a esto resulta necesario distinguir dos diferentes aspectos: por un lado, el
comportamiento lesivo del derecho ajeno y, por otro, las consecuencias de carácter
patrimonial que pueden derivar de tal violación; la lesión de un derecho ajeno o
situación protegida puede comportar, por un lado, un daño para el titular del dere-
cho y, por otro, un beneficio a favor del responsable de la lesión. A pesar de ello,
podría darse que ambas facetas no se manifiesten (GALLO), puesto que existen
casos en los que, al darse un enriquecimiento en un sujeto, no necesariamente se
produce un daño verdadero y propio en el otro sujeto cuyos bienes han sido, por
ejemplo, utilizados indebidamente.
132
en una aplicación lógica del punto anterior, a enunciar también la irrelevancia de la
correlación entre enriquecimiento y daño en la medida en que este último resulta
innecesario.
Para explicar la ausencia de justa causa como requisito de operatividad del enrique-
cimiento, debemos acotar que ella está excluida por la existencia de una válida fat-
tispecie contractual que actúe como justificación del enriquecimiento acontecido. A
estos fines es necesario que del contrato emerja una específica voluntad negocial o
la intención libre, en caso contrario resulta abierta la puerta a los remedios restitu-
torios (GALLO). Pero también la ley puede ser un factor idóneo para justificar la
transferencia de riqueza. Esta última afirmación, sin embargo, no resulta pacífica
en cuanto se ha afirmado que es posible invocar el enriquecimiento para corregir no
solo los desequilibrios patrimoniales que se han verificado de hecho, sino también
aquellos que han tenido lugar de derecho (TRIMARCHI). Por último, nótese cómo en
la doctrina se ha discutido si es procedente el enriquecimiento sin causa cuando
exista un caso de prescripción adquisitiva -lo que se podría debatir considerando la
adquisición a título originario derivada de un hecho- o un acto administrativo que
legitime el enriquecimiento a favor de una persona determinada, lo que ciertamente
no excluye la responsabilidad patrimonial estatal.”
2. Gestión de negocios
En referencia a éste tema, Mesinas, en el Código Civil Comentado por los 100 mejo-
res especialistas (2006, pp. 609 y 610), nos dice que:
“Como lo señala Enneccerus (p. 621), no es raro que uno actúe en interés de otro,
que se cuide de un asunto ajeno sin estar facultado ni obligado en absoluto por
alguna causa; y los motivos de tal actuación pueden ser los más diversos (amistad,
compasión, humanidad, etc.). Por ejemplo, se paga una deuda ajena, se penetra
violentamente en la casa del vecino ausente y se cierra el agua porque ha estallado
una cañería, se cuida a un hombre a quien se ha encontrado desamparado, se da
de comer a un perro escapado de la casa de su amo, etc. Estos casos, frecuentes
en la práctica, son supuestos típicos de la gestión de negocios, figura regulada por
los ARTÍCULOS 1950 y siguientes de nuestro Código Civil.
De modo general, y como lo señala Borda (p. 764), "[h]ay gestión de negocios
cuando alguien no obligado por contrato ni por representación legal realiza espon-
táneamente una gestión útil para otro". De modo más específico, y atendiendo a lo
regulado por nuestro Código Civil, en virtud de la gestión de negocios un agente
denominado gestor o negotiurum gestor, sin estar facultado u obligado a ello, reali-
za acto materiales o jurídicos destinados a gestionar o administrar un negocio o
bien ajeno, actuando en interés y provecho del dueño o dominus, quien ignora la
situación. Como consecuencia de la gestión, el dueño se ve librado de sufrir un per-
juicio u obtiene un beneficio patrimonial, por lo cual surge para él la obligación de
sufragar los gastos del gestor y/o indemnizar los daños que este hubiere sufrido.
¿A qué responde una figura como la gestión de negocios? Nótese que la gestión es
un acto unilateral y de propia iniciativa del gestor, por el cual este cuida un negocio
que no es suyo, sin contar con poder o autorización del dueño. En esa línea, como
lo señala Cárdenas Quirós (p. 750), "resulta innegable que asumir la administración
de un negocio ajeno sin haber encargo alguno en ese sentido o sin mediar obliga-
133
ción impuesta por leyes una invasión en la esfera patrimonial ajena, siendo la regla
que esta debe ser respetada portadas". Cabe preguntarse entonces por qué la ley
no sanciona la gestión -u intromisión en el negocio ajeno- sino que, por el contra-
rio, obliga al dominus a pagar los gastos y daños acaecidos. ¿Por qué se lo conside-
ra un acto lícito?
Para Betti (p. 125), la razón de la tutela que el ordenamiento jurídico otorga a la
gestión de negocios puede encontrarse en el interés social de solidaridad, de que
no sean abandonados los negocios del ausente o del incapaz. En sentido similar,
Pérez Gonzalez y Alguer, comentando la obra de Enneccerus (p. 628), señalan que
tal tutela responde a la conceptualización universal de proteger el auxilio mutuo
entre los hombres dentro de los límites prudentes de la conveniencia y el respeto a
sus intereses.
La actividad ejercida en favor de otro sin que medie una convención entre ellos se
entiende como gestión de negocios lo que activa la acción por enriquecimiento sin
causa y generar la restitución debida.
3. Promesa unilateral
134
do; esto juntando todo lo anteriormente señalado. la idea de precepto o mandato
particular encaja mucho mejor en la naturaleza misma del negocio porque pone
énfasis en su función principal: la autorregulación, y confirma que el mismo tiene
un origen estrictamente social.
Para terminar con este punto, destinado a sustentar la utilidad de la teoría del ne-
gocio jurídico en nuestro medio, y aunque no compartamos totalmente la imposta-
ción voluntarista, me permito citar textualmente a Giusseppe Mirabelli, a quien se
le confió la respuesta al injustificado ataque de Galgano -perpetrado en la voz Ne-
gozio giuridico (dottrine generale) de la Enciclopedia del Oiritto (Oott. A. Giuffré
Editore)- a través de la contravoz Negozio giuridico (teoria); quien finaliza su egre-
gia exposición con el siguiente párrafo:
"¿Son suficientes estos argumentos a fin de considerar todavía viva y vital la noción
de negocio jurídico? la doctrina jurídica italiana considera prevalentemente que sí.
la propia doctrina aparece convencida que todos los problemas nuevos que se pre-
sentan en relación con el fenómeno de la relevancia jurídica de la voluntad pueden
encontrar solución en el ámbito de la noción y que esta puede ofrecer útil apoyo a
cualquier reconstrucción. Pero parece que en tanto la noción ofrezca la posibilidad
de utilización en cuanto se la reconduzca a la construcción inicial de 'acto de volun-
tad' es instrumento útil para encuadrar y resolver el secular problema de la rele-
vancia de la voluntad del hombre en la producción de los efectos jurídicos".
Es evidente que nuestra posición particular, según lo expuesto en los párrafos pre-
cedentes, no puede ser otra que la de asignar un fundamento objetivo al precepto
(automandato) materializado en la promesa. En tal dirección pensamos que la pro-
mesa unilateral encuentra su fundamento en la situación objetiva creada por ella
frente a los terceros no intervinientes pero sí interesados en su concretización en el
plano de la eficacia, tal y como nos lo enseña un conocido maestro italiano (SCALl-
SI). La promesa entonces encuentra basamento en la confianza que genera en los
terceros interesados, posición que es acorde, por ejemplo, con la exigencia de la
reconocibilidad para justificar la relevancia del error como causal de anulabilidad
(ex ARTÍCULO 203 del C.C.); en otras palabras, con la promesa el sujeto negocial
que la genera crea una situación subjetiva de confianza en los sujetos a los que se
encuentra dirigida, debiendo considerarse que la confianza así creada debe estar
justificada en elementos objetivos, tales como, por ejemplo, una ventaja económica
ofrecida por el promitente que puede ser deducida del propio contenido de la pro-
mesa.
No está por demás aclarar que la promesa es un negocio jurídico de carácter unila-
teral, posicionamiento que comparte principalmente con el testamento, en tanto su
estructura se halla constituida por una sola declaración de voluntad -del promiten-
te- no necesitando -para su perfeccionamiento en el plano de la validez de la acep-
tación ni del asentimiento del sujeto hacia el cual se dirige; es más, este sujeto
puede ser determinado o determinable, como se tiene en los supuestos de la oferta
al público. Lo dicho, sin embargo, no se contrapone al segundo párrafo del ARTÍCU-
LO ahora comentado pues este se refiere al momento de eficacia de la promesa -en
135
el plano de los efectos obligatorios-demostrándose esto cuando se alude expresa-
mente a la necesidad del asentimiento expreso o tácito para que el destinatario sea
acreedor de la prestación, que como es conocido, constituye el llamado contenido
de la relación obligatoria. En definitiva, es oportuno reconocer cómo la norma pre-
dispone un esquema en el que la atribución patrimonial se coloca en función de un
interés del mismo promitente que resulta individual izado en su propia declaración,
concretándose un acto de cooperación económica (FERRI).
Por último, nótese cómo, en sintonía con la orientación del Código Civil, la promesa
unilateral tiene típicamente efectos obligatorios, lo que ciertamente no impide que
pueda, apoyándonos en la ficción del ARTÍCULO 949 del Código Civil, producir efec-
tos reales, transfiriendo la propiedad de un determinado bien inmueble. Lamenta-
blemente nuestro legislador ha pensado que todos los negocios jurídicos -y en ge-
neral las llamadas fuentes de las obligaciones- solo producen el nacimiento, modifi-
cación o extinción de obligaciones, o a lo sumo, de relaciones jurídicas, olvidado el
amplio espectro sobre el que puede recaer la actividad de autorregulación de los
particulares, al margen de la confusión latente, ya denunciada, entre el momento
generatriz y el momento funcional del negocio jurídico.”
Se tiene entonces que aún resulta ser discutible la naturaleza jurídica de la prome-
sa unilateral, pues bien podría ser considerada como una figura contractual y no de
otra esencia como lo hace el Código Civil.
136
LECTURA SELECCIONADA No 2
Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomo
IX. Lima: Gaceta Jurídica. pp. 644 y 645.
“Este ARTÍCULO regula uno de los requisitos de actuación de la figura del enrique-
cimiento, el que se encuentra, por así decirlo, entre los más acogidos por la doctri-
na tradicional, que -lo reitero- no solo por ello debe ser desdeñable, en tanto este
parecería proteger al ordenamiento positivo de posibles exageraciones que pueden
llevar a deformar su construcción de corte dogmático en base justamente a la lógi-
ca inmanente al derecho de restituciones.
Es sabido que este "dogma" de la subsidiaridad ha sido enunciado por primera vez
en la jurisprudencia francesa con la sentencia de la Corte de Casación del 12 de
mayo de 1914 que, retomando la formulación de dos conocidos tratadistas del Code
Civil-Aubry y Rau- ha precisado que la acción es proponible solo cuando el empo-
brecido no disponga de otro medio de tutela. Se toma a la subsidiaridad como una
suerte de mecanismo de protección a los fines de impedir una utilización generali-
zada e incontrolada de la acción de enriquecimiento. En tal modo, la subsidiaridad
responde a una función de filtro, reforzando las específicas condiciones requeridas
por los intérpretes a efectos de poder hablar de un enriquecimiento sin causa. Sin
embargo, esta impostación de la doctrina de los países latinos no encuentra mayor
apoyo entre los intérpretes del área germánica (MOSCATI) no encontrándose nin-
guna norma en el B.G.B., ni en sus otros dos cuerpos codificados, donde se conten-
ga el acotado requisito. Aquí el silencio de los legisladores en la sede material apa-
rece pleno de significado, ya que se trata de ordenamientos que han previsto una
serie de reacciones articuladas contra el "ungerechtfertigte Bereicherung" (MOSCA-
TI). En otras palabras, la doctrina alemana niega una general subsidiaridad del en-
riquecimiento.
Es obvio que nuestro Código Civil ha tomado esta opción, apoyándose en el tenor
intrínseco del Código Civil italiano de 1942.
En efecto, el problema no parece tanto excluir el eventual cúmulo entre los posibles
remedios concurrentes; si efectivamente subsiste más de uno siempre estará abier-
ta la posibilidad de que el sujeto escoja cuál considera protege mejor sus intereses
(GALLO). Más bien el problema está en evitar que mediante el enriquecimiento se
perpetúen fraudes a la ley en el sentido de pretender hacerse de compensaciones
aun cuando la ley determina específicamente la vía a seguir para la obtención de
tutela.”
137
TAREA ACADÉMICA Nº 2
INSTRUCCIONES:
1. El ensayo debe tener la siguiente estructura: datos de identificación del autor,
introducción, contenido y conclusiones.
2. La extensión máxima es de 3 páginas.
3. En un documento con formato .doc o .docx, y con una extensión de una página.
4. Utilice un formato de letra arial de 12 puntos a espacio sencillo.
5. El peso del documento no debe exceder de 0.5 mb.
138
GLOSARIO DE LA UNIDAD
- Vicio aparente: Es aquel vicio que puede ser detectado sin la necesidad de
recurrir a instrumentos de precisión.
- Vicio oculto: Es aquel vicio que puede ser detectado sin la necesidad
recurriendo a instrumentos de precisión.
- Subsidiariedad: Acción que puede ser realizada cuando no exista una
solución principal que permita la potencialidad de obtener un buen
resultado.
139
BIBLIOGRAFIA DE LA UNIDAD IV
1. Arias, Max (2011). Exégesis del Código Civil peruano de 1984. Tomo II. Lima.
Normas Legales: Lima.
2. Código Civil Comentado por los 100 Mejores Especialistas. (2006). Tomos VIII y
IX. Lima: Gaceta Jurídica.
140
AUTOEVALUACION No 4
141
c) Secuestro
d) Depósito
e) conservación
9. El mandato contiene un elemento de:
a) Adjudicación
b) Locación
c) Construcción
d) Representación
e) Denegación
10. La obligación del transferente que logra activarse por la aparición de vicios ocul-
tos es la de:
a. Vicios
b. Saneamiento
c. Recursiva
d. Indemnizatoria
e. Penalizadora
142
ANEXO
Número Respuesta
1 C
2 A
3 A
4 D
5 A
6 A
7 B
8 C
9 A
10 D
143
9 D
10 B
144