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Introducción
Con el periodo Kamakura entramos en la llamada “etapa feudal” o “etapa medieval” de la
Historia Japonesa, aunque, como digo en la sección Periodización, no estoy demasiado de
acuerdo con estos términos –y no soy lógicamente el único en no estarlo. Se trata de
términos propios de la historia europea que, etnocéntricos como somos, nos empeñamos
en hacer encajar en la historia de otras sociedades. Dicho esto, está claro que tampoco se
trata de un uso completamente gratuito y aleatorio, se denomina “feudales” a estos periodos
porque comparten algunos aspectos sociales y económicos de la Europa feudal, como la
existencia de una élite de tipo militar que se articula mediante una estructura de relación
señor-vasallo, por ejemplo, aunque esta relación funcione de una forma bastante diferente
en el caso japonés. De todas formas, pese al debate al respecto entre historiadores, y, sobre
todo, a falta de una alternativa mejor, lo cierto es que estos términos son ampliamente
usados en la gran mayoría de la bibliografía disponible acerca del tema, y por ello van a ser
usados también aquí tras haber hecho esta matización.
Le demos el nombre que le demos, lo que es cierto es que con el periodo Kamakura se entra
en esa parte de la Historia Japonesa que nos viene más rápidamente a la cabeza cuando
pensamos en eso, en la Historia Japonesa. Es también la etapa favorita dentro del
imaginario colectivo japonés, la idealización de un pasado lleno de valerosos y leales
samuráis combatiendo por fidelidad hacia su señor, una imagen más atractiva para la
mayoría que la de los afectados y lánguidos cortesanos del periodo Heian vertiendo una
lágrima por la belleza de un poema acerca del florecimiento de una peonía, por ejemplo.
Dejando de lado lo idealizada y romantizada que pueda estar la visión que tenemos tanto
nosotros como los japoneses acerca de esta época, algo parecido quizá a lo que pasa con
la Edad Media europea, lo que no puede negarse es que se trata de unos momentos muy
interesantes de la historia que han definido gran parte de la cultura y la sociedad japonesa
incluso actual.
El gobierno de Yoritomo
Tras su victoria en las Guerras Genpei (1180-1185) contra el clan Taira, Minamoto Yoritomo
(1147-1199) estableció la sede de su gobierno en la misma ciudad en la que había situado
su cuartel general durante el conflicto, Kamakura, aunque la capital del país siguiese
estando en Kioto, para escapar lo máximo posible de la influencia de la corte de la capital,
además de beneficiarse de la riqueza agrícola de la llanura de Kantō, en la que se encuentra
Kamakura. Evitaba así caer en los mismos errores cometidos por los Taira en las décadas
anteriores, quienes se integraron en la corte, perdiendo de vista su carácter militar y
acomodándose a la vida placentera de la capital. Algunos historiadores creen incluso que el
principal objetivo de Yoritomo era el de gobernar de forma autónoma únicamente sobre la
parte oriental del país, más que hacerse con el control de todo Japón, y que esto último fue
sólo consecuencia de lo primero. Ya durante los años que duraron las Guerras Genpei,
Yoritomo fue tejiendo el sistema de alianzas políticas y militares sobre las que basaría
posteriormente su shōgunato. De hecho, no viajó a la capital hasta 1190, una vez estuvo
seguro de haber organizado su gobierno y afianzado su autoridad en la zona este del país.
Para extender esta autoridad sobre el resto del territorio tendría que esperar a ser nombrado
shōgun, algo que no pudo llegar hasta la muerte de Go-Shirakawa (1127-1192), el
emperador retirado, quien era muy influyente en la capital y se oponía firmemente al
nombramiento.
La palabra “shōgun” significa literalmente “comandante del ejército”, una versión acortada
del título “daishōgun” o “gran comandante del ejército” y en este caso, además, es una
versión acortada del título completo de “seiitaishōgun”, algo así como “gran comandante
apaciguador de bárbaros”. Este había sido hasta entonces un cargo temporal concedido al
general encargado de combatir a los pueblos bárbaros del norte del país, los emishi, y usado
por poco más de media docena de generales del siglo VIII al X. Yoritomo reclamó ese título,
que debe ser concedido por el emperador, para utilizarlo de forma permanente y hereditaria,
y no para combatir a los bárbaros del norte sino para gobernar sobre todo el país,
inaugurando así un concepto completamente novedoso. De nuevo, a menudo se ha buscado
para este término una traducción fácil de comprender, intentando hacer encajar un concepto
más cercano a la tradición occidental, con lo que muchas veces nos encontramos con que
“shōgun” se traduce como “dictador militar”, “caudillo” e incluso como “generalísimo”, aunque
ninguno de estos conceptos sea exactamente correcto. A su vez, al gobierno del shōgun
solemos llamarlo “shōgunato” o, a la japonesa, “bakufu”, palabra que significa “gobierno de
la maku”, siendo maku una especie de cortina o tienda de campaña en la que los generales
se situaban durante las batallas para dirigir a las tropas desde alguna colina cercana,
dejando así claro que se trata de un gobierno de carácter militar. A diferencia de los otros
dos shōgunatos que hubo en la Historia Japonesa –el Ashikaga y el Tokugawa–, este no
recibe el nombre del clan de su fundador sino el de la ciudad en la que se instaló, Kamakura,
el motivo es fácil de descubrir teniendo en cuenta cómo se desarrollaron los
acontecimientos, pero no nos adelantemos.
Con el nombramiento por parte del emperador, Yoritomo buscaba la legitimidad que ello le
aportaba, puesto que, pese a establecerse un gobierno militar, el papel central y sagrado de
la Familia Imperial nunca se puso en duda. En un plano teórico, Yoritomo actuaba en
representación del emperador, aunque de facto se tratase de una figura completamente
autónoma. Gobernaba directamente en la zona de Kantō, al este del país, y de forma diferida
en el resto, ostentando tanto el poder político como el militar, encargándose también de
tareas policiales, funciones que a la corte tampoco parecían interesar demasiado mientras
que alguien asumiese la tediosa tarea de mantener la paz, así como de recaudar impuestos.
Poseía un gran número de shōen, aunque la mayoría de shōen del país seguía aún en
manos de miembros de la corte y de grandes monasterios, e incluso era propietario de nueve
provincias en la zona de Kantō y siete más en otras regiones.
Los sistemas y estructuras del gobierno samurái no se plantearon de forma substitutoria a
los existentes dentro del sistema imperial, en funcionamiento desde la Reforma Taika, sino
que se implantaron añadiéndolos a éstos. La autonomía del bakufu, pese a ser real y estar
basada en sus propias condiciones y normas, buscaba estar legitimada por el poder
existente, encajándose dentro del marco legal de éste. De todas formas, la administración
imperial estaba ya bastante debilitada y en algunos casos se limitaba a un papel puramente
nominal, sobre todo a medida que fue avanzando el tiempo, decantándose la balanza de
poder cada vez más del lado del bakufu. Esta situación no propició demasiada oposición por
parte de la corte, como quizá cabría esperar, puesto que, en el día a día, la tranquila vida de
los cortesanos y la Familia Imperial no se vio demasiado afectada por todos estos cambios,
y Kioto continuó siendo la capital de la alta cultura.
Yoritomo contaba, ya desde antes de hacerse con el poder, con la ayuda y la lealtad de un
grupo de vasallos de confianza, los llamados go-kenin o “hombres de la casa”, que eran en
un principio miembros de su clan, el Minamoto, aunque esto iría cambiando paulatinamente,
incorporando a este selecto grupo a samuráis de otros clanes, dándose la irónica
circunstancia de llegar a incluir a numerosos miembros del clan Taira. Algunos de estos go-
kenin eran enviados a provincias fuera del ámbito de influencia directa de Yoritomo, donde
le representaban; en otros lugares, firmaba alianzas con los clanes de una determinada
provincia, antiguos enemigos en muchos casos, convirtiéndolos en vasallos. Para controlar
y administrar cada provincia creó dos nuevos cargos, designados por el mismo shōgun: el
de jitō, una especie de lugarteniente encargado de administrar un shōen, recaudando los
impuestos y manteniendo la paz en dicho territorio; y el de shugo, de carácter superior, algo
así como un gobernador, que supervisaba toda una provincia. Con el tiempo, ambos cargos
pasarían a ser hereditarios. Colocando a vasallos leales en estos puestos de
responsabilidad, Yoritomo tejió una red de confianza en cuyo centro se situaba el bakufu de
Kamakura. Esta relación de vasallaje era recompensada con tierras de las que se había
conquistado a los Taira en las Guerras Genpei así como con un porcentaje de los impuestos
que cada jitō y shugo recaudaba en la zona que administraba. El sistema del gobierno de
Kamakura demostró ser más eficiente que el anterior sistema imperial, haciendo que la
productividad de los shōen aumentase y los beneficios agrícolas fuesen mayores de lo que
eran hasta entonces, algo que colaboró en la tranquilidad de la corte de Kioto, puesto que
sus cortesanos eran propietarios de un gran número de territorios que ahora les procuraban
mayores riquezas.
Muerte de Yoritomo
En 1199 murió Yoritomo y en el bakufu se planteó un problema al no haber un sucesor
directo que pudiera heredar el puesto de shōgun. Tras vencer en las Guerras Genpei, una
de las primeras cosas que había hecho Yoritomo –que recelaba de todo y de todos,
especialmente de los más allegados– fue acabar con aquellos familiares y miembros de su
propio clan que creyó que podrían intentar usurpar su poder, empezando por su hermano
Yoshitsune. Así, siendo sus hijos aún demasiado pequeños para gobernar, no había ningún
Minamoto que pudiese optar claramente a hacerse cargo del bakufu. La viuda del shōgun
fallecido, Masako (1156-1225), perteneciente al clan Hōjō –poderoso clan que había
apoyado a Yoritomo durante el conflicto con los Taira–, fue quien se hizo con el poder,
rodeada de su padre y otros miembros de su clan. De hecho, el sobrenombre que se le dio
a partir de entonces fue el de ama shōgun, “monja shōgun” –al enviudar decidió convertirse
en monja budista–, puesto que todos sabían que era ella quien gobernaba en la sombra.
Tres años más tarde, el hijo mayor de Yoritomo, Minamoto Yoriie (1182-1204), pasó a ser
mayor de edad y, por tanto, heredó el liderato del clan y el puesto de shōgun, por lo que su
madre y su abuelo, Hōjō Tokimasa (1138-1215) –el líder de los Hōjō–, veían amenazado el
poder que habían ostentado desde la muerte de Yoritomo. Por ello, decidieron crear un
cargo nuevo dentro del bakufu, el de shikken, una especie de regente del shōgun, en teoría
un cargo de confianza que debía asesorar al shōgun, pero que en la práctica era quien
realmente controlaba el gobierno; en resumen, se trata de la versión del bakufu del regente
del emperador en Kioto. Y, lógicamente, el primer shikken fue precisamente Hōjō Tokimasa,
el abuelo del shōgun. Pero Yoriie era mucho más cercano a la familia de su mujer, y se
dejaba aconsejar mucho más por su suegro –el líder del clan Hiki– que por su propio abuelo
y regente. Esto hizo que Tokimasa temiese, de nuevo, perder el poder sobre el bakufu, por
lo que urdió una estratagema para acabar con la vida tanto del suegro de Yoriie como con
la de los principales miembros del clan Hiki e incluso con la del propio hijo y heredero de
Yoriie, de sólo cinco años, bisnieto del propio Tokimasa. Tras estos trágicos hechos, en
1203, Yoriie abdicó, para ser posteriormente acusado de conspirar contra los Hōjō y
condenado a un arresto domiciliario. Un año más tarde sería asesinado por miembros del
mismo clan Hōjō, el clan liderado por su madre y su abuelo.
sobre otro
El inicio de la crisis
Pese a haber evitado la conquista de Japón, los intentos de invasión mongol provocaron al
bakufu una enorme crisis financiera y social que, en sólo medio siglo, acabaría
desembocando en su caída. Por un lado, el gobierno había tenido que hacer frente a grandes
gastos para la defensa del país, que no se habían compensado al vencer con ninguna nueva
tierra conquistada ni ningún botín económico. Además, la posibilidad de un tercer intento de
invasión hizo que se mantuvieran las costosas medidas de seguridad durante décadas.
Tampoco pudo recompensar a los samuráis que habían ayudado en la defensa del país, por
el mismo motivo, esta vez no se había vencido a un clan enemigo, al que se desposeía tras
la victoria de sus tierras para repartirlas entre los generales aliados; así, por primera vez se
rompía la norma de “recompensa por servicios” sobre la que se asentaba gran parte del –
mal llamado– sistema “feudal”, con lo que la autoridad del shōgunato se empezó a poner en
duda.
Agravando aún más el problema, algunos monasterios budistas se atribuyeron el mérito de
la victoria doble ante los mongoles, curioso hecho provocado por la aún más curiosa forma
en la que transcurrieron los hechos durante las batallas; incluso el monje Nichiren proclamó
haber predicho los intentos de invasión mongol, como una especie de castigo divino a los
líderes del país. Curiosamente, sí se recompensó a algunos monasterios por su supuesta
ayuda en la batalla, algo que aún contribuyó más al descontento samurái. Entre la clase
guerrera creció un sentimiento de desconfianza hacia un shōgunato títere en manos del clan
Hōjō, atrás había quedado el tiempo en el que jurasen lealtad a Yoritomo. Los Hōjō
empezaron incluso a perder las simpatías de miembros del mismo gobierno y de la
aristrocracia samurái pertenecientes a otras familias, puesto que, cada vez más, los puestos
de responsabilidad de todo el país eran ocupados por miembros del clan Hōjō de forma casi
exclusiva.
Estatua de Nichiren en el templo Honrenji, en Nagasaki
Toda esta situación coincidió con una subida totalmente desproporcionada del precio del
arroz y del auge de actividades como el comercio, la manufactura o las transacciones de
tipo monetario. Todos estos factores contribuyeron a que parte de la clase samurái –que al
fin y al cabo vivían de la agricultura aunque no la practicasen directamente– empezase a
empobrecerse de forma rápida. Para hacer frente a esta situación, muchos de ellos, los de
rango más bajo e incluso algunos jitō, no tuvieron más remedio que empezar a vender o,
sobre todo, empeñar propiedades, endeudándose. Por supuesto, esta crisis no afectó a los
samuráis más poderosos y privilegiados, clase que acabaría evolucionando a los daimyō de
periodos posteriores. El preocupante endeudamiento de gran parte de los samuráis hizo que
el bakufu tomase una decisión de emergencia en 1297, declarando una amnistía que
anulaba todas las deudas contraídas por la clase guerrera. Obviamente, esta medida
únicamente solucionó el problema a corto plazo para agravarlo a la larga, ya que ahora los
samuráis, pese a estar libres de sus deudas, seguían siendo igual de pobres que lo eran
antes, por lo que tuvieron que volver a recurrir a los servicios de los prestamistas, y éstos,
temiendo una posible nueva amnistía del gobierno, endurecieron enormemente las
condiciones de sus préstamos, con unos intereses tan altos que empobrecieron aún más a
la clase guerrera. A principios del siglo XIV el descontento de gran parte de los samuráis –
casi todos excepto los Hōjō y pocos más– estaba llegando a un punto casi incontenible.
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Si utilizas este artículo, cita la fuente. Te propongo esta citación:
López-Vera, Jonathan. “El periodo Kamakura (1185-1333), primer gobierno samurai”
en HistoriaJaponesa.com, 2013.
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