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Para mí es muy motivante escribir sobre futbol, el deporte más hermoso de todos, como
fenómeno social mueve multitudes, los sentimientos que llega a despertar son casi
problemas que para nosotros, sus aficionados, son de mucha importancia y de vital influencia
sobre nuestro diario vivir, es muy grato tener que redactar un texto sobre la base de mi
existencia, es de mucho agrado tener que realizar una pequeña reflexión s al motivo más grande
que tengo en este mundo, no reflexiono sobre la liturgia del juego en su verdadera esencia, sino
en las acciones que se toman para manchar el buen nombre del futebol.
La hinchada es una base del ambiente futbolístico, además gracias a ella se puede medir
ganador en potencia; con los jugadores como actores, siendo la parte fundamental de la escena,
los espectadores, a primera vista, no parecen tan activos; mientras los primeros trabajan,
literalmente, los otros ocupan su ocio, sin embargo, hoy en día, caracterizando al futbol como
el gran espectáculo, es necesario destacar que los espectadores somos también, en rigor,
actores, al igual que un teatro griego clásico o en una ópera, los espectadores son el coro del
espectáculo y sin duda constituyen coros sumamente activos, me basta observar las galerías y
las plateas en partido relativamente importante para poder observar este hecho en plenitud y
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con su gran complejidad, donde esta coparticipación ya no se reduce solamente al sitio sino
que va más allá de este, según los seguimientos corales a través de la radio o la televisión. Así,
colectivo que los comprende, así como la participación de tales actores sociales en el
El peso proyectivo que tienen las victorias es el más evidente indicador de esta
Pero no todo es para los vencedores. En el fútbol existe una máxima que también implica a los
perdedores: “son cosas del fútbol”, se dice, cuando se pierde. Fórmula que, por otra parte,
implica el grado de incertidumbre que caracteriza, pese a los grados de excelencia, al juego.
Son actos desde ya inseparables6 que a veces necesitan de batallas campales para ser
completamente ejecutados o de algún chivo expiatorio circunstancial, como por ejemplo los
que vivimos en el fútbol... actuando, unos más explícita o frecuentemente que otros. Dicho sea
de paso, los actores jugadores no sólo corren y patean, sino que también verbalizan
permanentemente su juego, sobre todo fuera de la cancha. Piénsese, por ejemplo, en el ahora
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inactivo Ronaldo o en los míticos Pelé, Beckenbauer, Platini o Maradona, entre tantos otros
quienes, como nosotros los “espectadores” y como los jugadores “en ejercicio”, no cesan de
actuar futbolísticamente, aunque ahora sólo jueguen sus (otros) múltiples papeles fuera de las
canchas.
Los actos, en general, y los actos verbales en particular, suponen, todos, órdenes sociales
sino también en el tenue terreno de la ética. No todo es flores en este espectáculo; en rigor, es
también muy espinoso. El fair play es sólo un horizonte más que un conjunto de reglas. Desde
los fauls a Cruyff, pasando por las tarjetas amarilla y roja, y terminando en batallas campales
in situ después o antes de los partidos, o en los asesinatos de rivales, el espectáculo del fútbol
sucede, también, violentamente. Hay actores altamente especializados en esa parte del juego:
las barras bravas, por ejemplo y, por supuesto, las fuerzas públicas del orden; En una de las
última Copas europeas, las tácticas que discutían entrenadores y jugadores no eran para otro
juego, que para aquel cuyas medidas de seguridad planteaban a su vez las policías holandesa
participantes “espectadores” de los partidos. No conozco ni poseo una explicación amplia para
este tipo de actos; las de detalle suelen ser motivadas pero son difícilmente generalizables. Las
polaridades locales entre clubes podrían ilustrar: todo bueno tiene su malo y viceversa, y sus
analógicamente, habría que inquirir en los haceres de la “razón instrumental” que invertiría
descrédito en un ámbito para obtener réditos en otro. Tal vez, esta otra cara del fútbol es parte
del “precio” que esta forma de cultura debe pagar, éticamente, para constituirse como tal.
Inversiones que, por otra parte, no dejan de producir ganancias y poderes: eso de
“hacerse el macho”, por ejemplo, claramente perceptible en estos actos, ha sido, como se sabe,
De todas maneras, sin olvidar estas facetas penumbrosas (dopaje incluido) el fútbol es una
Por otra parte, la coparticipación (ampliada) de los actores radicaría en el carácter democrático
determinaciones sociales de origen, puede acceder, a través del fútbol, a la riqueza económica,
a la fama internacional, en fin, al reconocimiento afín a los ámbitos sociales del poder o poderes
ideal de las sociedades democráticas, mostrándonos, por medio de sus héroes que, ‘sin importar
quién, puede convertirse en alguien’, que los status no se adquieren desde el nacimiento sino
Que ahí jueguen también aparatos “políticos” para acceder más lucrativa o rápidamente
a esos poderes, es otra historia: lo notable es que se puede haber nacido en una favela y, años
después, vía el fútbol, vivir como millonario y hasta gozar de una fama, como se dice,
“olímpica”. Aquí estamos hablando, sobre todo, de los jugadores profesionales de las últimas
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décadas, cuerpos técnicos, empresarios, inversores, más media. Pero, también, este hecho
implica a los “espectadores”, cuyos réditos habría que medir en ese otro tipo de dólar que es –
siempre ha sido– el reconocimiento grupal. Y por ahí entramos en principio a temas relativos
amplias.
La verdadera esencia del futbol se ha visto maculada por el mal accionar, de hinchas,
dirigentes, futbolistas, quienes han hecho perder el verdadero sentido que éste puede llegar a
tener, por lo que para terminar, cito el discurso de despedida de uno delos más grandes de este
deporte, Diego Armando Maradona: “esperé tanto este partido y ya se terminó, ojala que no
se termine nunca este amor que siento por el futbol y que no termine nunca esta fiesta (…) el
futbol es el deporte más lindo y más sano del mundo, de eso no les quepa la menor duda,
porque uno se equivoque no tiene por qué pagar el futbol, yo me equivoqué y pagué… pero la
REFERENCIAS:
(Paris: Bayard).
N° 134-135.