Siempre que escucho la canción del cantautor antioqueño
Gustavo Quintero La Pelea del Siglo me acuerdo del debate entre Alejandro Gaviria y William Ospina. Y siempre que leo el debate entre William Ospina y Alejandro Gaviria, me acuerdo de la canción La Pelea del Siglo de Gustavo Quintero. Esto me pasa porque el intercambio que estos dos escritores sostuvieron en el año 2002 en la revista El Malpensante es, para mí, la mejor pelea de boxeo intelectual colombiano en lo que llevamos de siglo XXI.
A diferencia de la canción, mi pelea del siglo no la vi en el
infierno. La leí en la Universidad de Los Andes, donde estudié dos carreras: Ingeniería Química y Procrastinación Avanzada. Procrastinando para distraerme de algunas clases - que son más aburridas que un partido de fútbol amistoso en diferido-, tuve la fortuna de encontrarme con esa trilogía ensayística que cambiaría para siempre mis gustos lectores. Una de las cosas que recuerdo de la primera vez que leí los ensayos, fue esa inteligente agresividad con la que se burlaban el uno del otro y la forma ingeniosa con la que se acorralaban argumentativamente. La manera en que chocaron el pensador científico y el literato, despertaron en mí nuevas rutas de pensamiento.
Despertaron, entre otras cosas, el gusto por la filosofía. Por
encontrar nuevas formas de enmarcar la realidad y buscar pensadores con quienes identificarme, empecé mis lecturas sobre la obra de Voltaire, su vida y sus intercambios con Jean Jacques Rousseau. Pude confirmar que efectivamente lo que sucedía entre Gaviria y Ospina era una variación moderna de un viejo debate de la ilustración. Solo que esta vez tomaba lugar en nuestro tiempo, con ejemplos frescos y en nuestra geografía. Comprendí –hay cosas que solo son obvias en retrospectiva- que el debate había logrado captar mi atención sobre todo porque sus protagonistas eran locales. Esta vez, los personajes no me eran ajenos: el distante intercambio entre un suizo y un francés había tomado forma de pelea entre un paisa y un tolimense.
Contento con mis descubrimientos filosóficos, y aprovechando
que estudiaba en la misma universidad donde Alejandro dictaba clases, a mediados del 2012 le escribí un correo. Gaviria era en ese momento Decano de Economía y nunca había sido mi profesor. En el correo le conté que gracias a él me había interesado en la vida de Voltaire y le agradecí por haber escrito los artículos sobre Ospina. Le conté también que había logrado conseguir en Palinuro -la librería de Héctor Abad en Medellín- una versión antigua de las confesiones de Rousseau y que en ella se podía leer entre líneas cómo el filósofo tomaba posiciones simplemente por llevar la contraria y después pensaba cómo defender sus posturas. Este acto me pareció poco deseable en un filósofo, una de las manifestaciones de la deshonestidad intelectual. Seguí mi vida de ingeniero, batallando con la termodinámica, hasta que un día recibí la respuesta de Alejandro. Una respuesta corta, de una línea:
Juan Mario, muy interesante. Si tiene tiempo pase por la
oficina y conversamos.
Ante tal respuesta decidí que la termodinámica podía esperar,
que había un importante evento de procrastinación que atender y que bien valía la pena faltar a cualquier clase con tal de conocer personalmente al ingeniero paisa que se atrevió a enfrentar al poeta tolimense. Ya en persona le dije que los datos que había utilizado eran contundentes, que la investigación me parecía muy completa y que quería saber cuál había sido su motivación para escribir ese ensayo tan camorrero. ¿Por qué había embestido a William de esa manera tan incisiva? Y Gaviria me contestó: “Vea Juan Mario, la verdad es que yo estaba una vez en un aeropuerto muy aburrido. Estaba leyendo el libro de William Los Nuevos Centros de la Esfera y en un punto me dije: esto no puede ser, alguien tiene que decir algo. Comencé a tomar mis notas aquí en el borde del libro, -véalas aquí todavía están- y cuando llegué a Bogotá ya tenía alguna idea de cómo iba a ser el ensayo” .
Luego de hablar dos o tres cosas, recuerdo que comentamos la
reciente muerte de uno de los profesores de matemáticas más famosos de la universidad, -le decían la Rata Ramírez porque había hecho perder cálculo a su propio hijo-, Alejandro se despidió entregándome un libro de Matt Ridleytitulado Los Orígenes de la Virtud y me dijo:
Juan Mario, tome este libro. Se lo presto. De aquí saqué una
parte de los argumentos para escribir los ensayos sobre William. A usted se le nota el gusto por la biología y este libro le va a gustar.
Me llevé el libro convencido de que lo iba a devolver. Pero los
libros tienen su orgullo y a Gaviria le ofrecieron a finales de agosto del 2012 la cartera de salud y decidió aceptarla. Le escribí rápidamente: oiga Alejandro: muy bueno eso del ministerio pero ¿y el libro? ¿Cómo hago para devolvérselo? Nuevamente me contestó con una sola linea, pero esta vez más corto todavía:
-Tómelo como un regalo involuntario, digamos.
Ya con un libro más y un profesor menos me olvidé por un
tiempo de la pelea del siglo. Mis días entrevistando héroes de la retórica habían terminado pero la inercia con la que había construido el vicio de leer filosofía me evitaba dedicarme por completo a temas de la universidad. Me dediqué entonces a enfrentamientos en otras latitudes: Sam Harris vs Noam Chomsky y a las chiripiorcas de Nassim Taleb contra Neil Degrasse Tyson. Como buen procrastinador, patrocinado por el miquito de la gratifiación instantánea, siempre lograba encontrar un nuevo debate para entretenerme.
Pasaron cuatro años y a comienzos de este año 2016, en
Medellín y a la salida de la entrega del premio de Biblioteca Narrativa Colombiana ocurrió algo poco probable: luego de la entrega del premio me encontré en el coctel a William Ospina afuera del auditorio. Estaba conversando con otros escritores y algunos lectores. Supe desde que lo vi que no iba a poder aguantarme las ganas de preguntarle por el debate con Gaviria. Era la oportunidad de hacerle una corta entrevista al “Hermano de las Águilas.”
Luego de saludarnos brevemente le pregunté: William, ¿cómo
ha sido su relación con Alejandro Gaviria luego de ese fuerte intercambio ensayístico que tuvieron en el Malpensante en 2002? Con tono pausado y cara seria se limitó a decirme:
Yo no tengo ninguna relación con Alejandro Gaviria. Conozco
a su familia, a su papá, a su hermano pero con él me he limitado solo a esos intercambios por escrito.
Ospina no parecía tener muchas ganas de hablar. Se veía
tranquilo y serio. Me dijo que consideraba que en Colombia hacen falta más debates de ese tipo. No puedo estar más de acuerdo con él, es gratificante ver que existen en Colombia debates con altura, llenos de humor y aprendizaje en donde chocan las ideas sin chocar las personas. Debates donde lo más importante no es tanto cambiar la forma como piensa el adversario, sino más bien formar criterio en quienes leen. Sería muy interesante ver un cuarto “round” entre estos dos escritores aunque creo que la probabilidad es remota, inexistente. No sé si Ospina a estas alturas tenga ganas de más garrotazos, y por su parte, Alejandro ya es un serio Ministro alejado de la camorra, que de vez en cuando se dedica a competirle a Paulo Coelho en la industria de la auto ayuda.
Nota: espero que esta pequeña crónica personal sirva para
que nuevos lectores se animen a leer los ensayos. Personalmente los considero imperdibles. A continuación los enlaces en el orden cronológico en que sucedieron:
1. El Hermano de las Águilas (Alejandro Gaviria)
2. Un Paladín de Occidente (William Ospina) 3. Entre el Dentista y el Chamán (Alejandro Gaviria)