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INTRODUCCIÓN
Los infantes en los historiadores de Carrión
No se puede hablar de la historia de Ruy Díaz sin mencionar a Fernan-
do y a Diego González; pues si uno es el héroe de la gesta, el Campeador, los
hermanos son la contrafigura, los infantes de Carrión.
Y es el Cantar la fuente de la que brotan en crónicas y romances los epi-
sodios del león y la afrenta de Corpes. Y la cobardía y felonía de los infantes se
convierte en una narración tan conocida que los tres autores que en diferentes
épocas escriben la historia de Carrión, tratan este tema con relativa amplitud.
Juan Cisneros y Tagle
Juan Cisneros y Tagle redacta la “Historia de las Grandezas y Antigüe-
dades de la Villa de Carrión de los Condes” en el año 1629 y en el folio 185
figura: “Discurso en que se pone la fundación y principio de la muy noble villa
de Carrión y su antigüedad y los señores que la poseyeron, asta que se incorpo-
ró en la Corona Real y quienes fueron los infantes y los Condes de Carrión.”
Alfonso VI.
Miniatura del turmo A. S. XII.
Archivo de la Catedral.
Santiago de Compostela.
Cree De Riquer que ya en vida de Ruiz Díaz pudieron los juglares can-
tar sus hazañas como ocurrió con los romances de la guerra de Granada; que
pudo haber un primer redactor hacia 1120 y varias refundiciones entre 1140 y
1160. Los autores puede que fuesen populares; pero algún refundidor debió de
ser culto, un hombre de leyes.
Estas opiniones diferenciadas nos pueden llevar a lo que queremos ana-
lizar en este artículo: que el cantar de gesta se ha ido formando por las tradi-
ciones trasmitidas por los juglares, basadas en personas y espacios geográficos
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Córdoba a veces con sus muertos (uno de sus miembros, Sancho Gómez, her-
mano del conde García, sucumbe en Guadalmellato a las puertas de Córdoba
apoyando al Califa Sanchol en la revuelta urbana provocada por sus enemigos
en la que perece el año 1009).
Su hermano, el conde García Gómez interviene en el califato apoyando
al bandobereber, toma Córdoba convirtiéndose en árbitro del califa y regresan-
do cargado de riquezas: “le dieron vestidos de honor” (¿Tal vez tienen alguna
relación con las “telas” de San Zoilo?).
A su muerte sin descendencia el condado pasa a su sobrino Diego Fer-
nández, padre del conde Gómez Díaz de Carrión, que sigue interviniendo en
Córdoba, obteniendo con su hijo Fernando recompensa en recursos económi-
cos, religiosos y técnicos, que le permiten traer los restos de los santos cordo-
beses Zoilo, Félix y Agapio, adornados con las telas andalusíes de Carrión, si es
que no estaban ya en poder de la casa desde el conde García.
Por otra parte, a partir de 1037, en que Fernando I une Castilla y León
después de la muerte de Vermudo III en la batalla de Tamarón, Carrión queda
convertida en el punto de paso necesario entre los dos centros de poder, Burgos
y León, y los monarcas impondrán su domino y control.
A pesar de ello, durante el reinado de Fernando I es el único condado
que no es sustituido por tenencias, y su conde Gómez Díaz continuará con su
propia política aunque siempre tiene en cuenta e imita la del rey. Ambos tienen
como fuente de recursos económicos sus intervenciones en Al-andalus. Ambos
emprenden la construcción de su monasterio, San Isidoro y San Zoilo, los pri-
meros datados del románico pleno (no es comprensible que, recién edificados
en otro estilo, fueran derruidos para levantarlos íntegramente de nuevo, como
afirman quienes opinan que ese románico se originó en Europa y nos llegó a tra-
vés del Camino).
Ambos buscan la aproximación a Europa mediante el apoyo al Camino
atrayendo a los peregrinos con las reliquias de los santos, construyendo puentes
y hospitales y colaborando con la Orden de Cluny, que luchaba entonces por la
integración de la cristiandad alrededor de la Cátedra de San Pedro.
Pero si por una parte Gómez Díaz mantiene el poder tradicional en el
condado, su hermano Asur Díaz se integra en la Corte donde ocupa un lugar
destacado como mayordomo.
Los hijos del Rey Fernando, Sancho de Castilla y Alfonso de León se
enfrentan por las ambiciones del mayor que quiere reunificar el Reino, en el
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El tercer hijo del Conde Diego Fernández, es el Conde Asur Díaz, que
estaba casado en segundas nupcias con Justa. Fue un personaje muy importan-
te en la corte de Fernando I, del que fue mayordomo. De su viuda, doña Justa,
sabemos que fue recibida, ella con sus bienes, por los cluniacenses. Los hijos de
Asur Díaz fueron Pedro, Gonzalo, Fernando y Diego. De ellos tuvo especial
relevancia Gonzalo Ansúrez, que llegó a ser el año 1071 alférez de Alfonso VI,
al que acompaña al destierro, junto con sus hermanos Pedro y Fernando. Des-
pués aparece en diferentes diplomas.
Más, si cabe, destacó Pedro Ansúerez, casado con Elo, sobrina de Tere-
sa Peláez, y de la familia Alfonso (su tío Martín Alfonso fue alférez de Alfonso
VI). Era hombre clave en la corte de Alfonso VI, fue mayordomo, ayo de su hija
doña Urraca, desde 1074 conde de Saldaña y de Santa María, Conde de Zamo-
ra; estuvo en la conquista de Toledo, de la que fue tenente, la defendió de los
almorávides con su yerno Álvar Fañez; como tenente de Cabezón promueve el
mercado y la dotación eclesial de Valladolid, por lo que es conocido como fun-
dador de la ciudad. Como veremos aparecerá de nuevo en la época de Urraca y
Alfonso I el Batallador.
Su hijo varón, Alfonso, muere en 1093 y es enterrado en Sahagún. No
hay duda de que en su época es el prohombre del clan familiar de los Vani-
Gómez, y aunque no aparece en el conocido Cantar del Mío Cid, Menéndez
Pidal reconstruye un verso perdido en el que aparece su nombre.
De sus hijas, María se casa con Armengol V, conde de Urgel; y doña
Mayor con Álvar Fáñez, el primo del Cid y personaje importante no solo en el
Cantar sino en la corte de Alfonso VI como jefe militar en Sagrajas, Jaén, Con-
suegra y defensa de Toledo.
Los nietos de don Pedro forman parte ya de familias nobiliarias galle-
gas o leonesas como los Castro. Con la desaparición del condado como un terri-
torio patrimonial de la familia desaparecen, pues, a principios del XII, los Vani-
Gómez diluidos entre las grandes familias nobiliarias.
A la muerte de Pedro Ansúrez el año 1119 ya no hay más Condes de
Carrión, y aparecen separadas la tenencia de Saldaña, que detenta Pedro López,
y la de Carrión a cuyo frente está don Beltrán, sobrino del rey de Aragón, Alfon-
so el Batallador, que en ese momento domina la ciudad. Es de notar que en estos
mismos años en que desaparece el condado tampoco se habla ya de Santa
María, sustituido su nombre por Carrión y el monasterio de San Juan Bautista
deja de llamarse así para convertirse en el monasterio de San Zoilo.
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El rey afirma que con el casamiento de las hijas del Cid con los infantes
“abrá ˝ ondra e creçra en onor,” (v. 1905)
Detrás de esta necia soberbia personal, está la real valía de Carrión y sus
tierras que son repetidamente citadas en el Cantar y de forma admirativa.
Luego, el Carrión que aparece en el Cantar, es un Carrión muy positivo.
El Cantar nunca toma Carrión como prototipo del leonesismo vituperado.
Es cierto que exalta al Cid, a sus parientes y mesnadas, que proceden de la zona
burgalesa; pero el mayor enemigo del Cid, uno de los “malos mestureros” que pro-
vocan al Rey contra el Cid, también es castellano, el conde García Ordóñez, y es
él el que aparece asociado a los infantes y no otros nobles leoneses.
En otro documento, fechado en 1124, Urraca dona con sus hijos la villa
de Palacio al Monasterio de Coras por el alma de Gonzalo Ansúrez, documen-
to que incluye en la donación a los hijos del matrimonio Pedro, Rodrigo, Cris-
tina y Sancha.
Como vemos, ni Fernando ni Diego González, ni su hermano Asur, que
también aparece en el Cantar, son nombrados como hijos de Gonzalo Ansúrez.
No obstante, el libro de Colin Smith recoge que los dos infantes son per-
sonajes reales que aparecen en documentos de 1095 y 1100 como “filius come-
tis”. Diego aparece en un diploma de 1090 como miembro de “scola regis”, era
pues joven y adecuado para el casamiento en esos años 90 con las hijas del Cid.
En otro documento de 1109, aparece Fernando.
Según Colin Smith, Asur González no aparece en diplomas, pero sí en
las crónicas y, lo ajustado de su caracterización lo aproximan totalmente a un
personaje real. Colin Smith afirma categóricamente que a Gonzalo Ansúrez se
“le conoce por documentos que van de 1068 hasta su muerte, ocurrida en 1117”.
De tener razón Colin Smith, el Gonzalo Ansúrez casado con Urraca Ver-
múdez es otro personaje diferente del Gonzalo hermano de Pedro Ansúrez y
padre de los infantes del Cantar. En el caso de ser el mismo, y existiendo docu-
mentación de Fernando y Diego González, siendo tan tardías las fechas en que
aparecen los hijos de Urraca Bermúdez, bien pudiera ser que estos fueran hijos
de un segundo matrimonio de Gonzalo con la retirada de Urraca.
También aparece otro miembro de la familia en el verso 3457:
“Gomez Peláyet en pie se levantó;”
Éste sí que está documentado como conde en diferentes diplomas que
abarcan desde el año 1096 al 1135. Por su nombre y apellido es claro que es
nieto de Gómez Díaz y doña Teresa a través de su hijo Pelayo, que es primo del
padre de los infantes.
Como sabemos, los hermanos Díaz: Fernando, Gómez y Asur, tuvieron
amplia descendencia y muchos alcanzaron el título de condes. Un hijo y tres
hijas de Gómez llevan el título de condes, lo mismo que todos los hijos de Asur,
como Pedro y Gonzalo.
El Cantar los presenta como una familia que posee un patrimonio basa-
do en un condado y les da el mismo calificativo que los documentos árabes,
Vani-Gómez. Es un grupo extenso y poderoso.
Así habla Álvar Fáñez en las cortes de Toledo:
“De natura sodes de los Vanigómez,
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Hipótesis
Con Colin Smith admitimos que hay un solo autor del Cantar por razo-
nes artísticas: los temas que desarrolla están bien tratados y son consistentes;
hacen referencia a lugares anteriores y todo él goza de unidad de estilo.
El autor es erudito, hábil y sensible; debe ser un jurista por la forma en
que trata los temas feudales, como matrimonios, destierros, leyes de deslealtad,
la ira y la gracia del rey, los procesos de la justicia, y por el cuidado que pone en
mencionar los documentos escritos como cartas, pregones, repartos de botín, etc.
El autor del Cantar, aunque pone la centralidad en Burgos, Vivar y Car-
deña, bien podría ser de San Esteban de Gormaz o de Medinaceli.
Antonio Ubieto, por las referencias que hace el cantar al “buen Empe-
rador”, por la afirmación de que “Oy los reyes d’España sos parientes son,”
(v. 3724) y por el antileonesismo encarnado en los de Carrión, basado en el epi-
sodio mencionado, cree que el autor era aragonés y no pudo componer el Can-
tar antes de los primeros años del siglo XIII.
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tos, etc. Sino que en todo él se muestra que el autor está impregnado de los valo-
res sociales de los que es testigo como buen sabidor. Defiende la estructura
social con el rey como fuente del derecho, el vasallaje, la lealtad, el reparto justo
y el triunfo del derecho.
Pues bien, este autor conoce bien Carrión, no es antileonesista y parece
citar con precisión a los infantes y a sus parientes. De tal suerte, que nunca dirá
que los infantes son hijos del conde de Carrión, que lo era su tío y lo habían sido
anteriormente sus antepasados, sólo afirmará que son de natura de los condes de
Carrión.
Es muy claro que ellos son los “malos”, cobardes, viles, traidores, todo
lo contrario de la figura del héroe. Tampoco su hermano sale bien parado, pero
en este caso su descripción podría ser más real, alejada de la imaginación lite-
raria con que recreó a Fernando y Diego. Así lo describe cuando acompaña a
sus hermanos a Valencia:
“E va í Ansuor Goçálvez que era bullidor,
que es largo de lengua mas en lo ál non es tan pro.” (v. 2172-3)
¿Qué pudo tener el autor para poner como contraimagen a estos perso-
najes?
No se sostiene la teoría de A. Ubieto ya que los únicos sujetos del abo-
rrecimiento son los infantes y, en todo caso, su familia del momento; no Carrión
ni los carrioneses, tampoco se ve por ninguna parte el antileonesismo.
Además es anacrónico que ya en el siglo XIII se hable de los Vani-
Gómez desaparecidos como tales un siglo antes al perder el condado su carác-
ter patrimonial.
Las conclusiones del insigne medievalista tienen tal vez exceso de ima-
ginación.
Estos son los datos que dan base a nuestra hipótesis:
a) El Cantar tiene “un autor” y éste tiene carácter de “sabidor”.
b) Conoce perfectamente Carrión y su familia condal, no comete erro-
res ni descuidos voluntarios o involuntarios como acontece en el núcleo fami-
liar del héroe en que sus hijas cambian de nombre; no conoce la ascendencia de
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la más alta nobleza asturiana emparentada con los reyes de su esposa doña Jime-
na; el abad de Cardeña no es el nombrado por el Cantar y, por último, los Infan-
tes de Aragón y de Navarra tampoco fueron los auténticos esposos de sus hijas.
c) Por el contrario, los nombres, parentescos y orígenes de los Vani-
Gómez pueden ser exactos: Gonzalo Ansúrez, el padre; Asur, Fernando y Diego
González, sus hijos, que no son hijos del conde de Carrión; y otro pariente que
nombra, Gómez Pelayet, está perfectamente documentado.
d) Que en los últimos años de Alfonso VI y en los años del reinado de
su hija suceden acontecimientos que afectan a Carrión y, sobre todo, a los Banu-
Gómez: don Raimundo de Borgoña, casado con la hija y heredera del rey, doña
Urraca, recibe le título de conde de Zamora, que ostentaba anteriormente Pedro
Ansúrez y que poseía allí numerosas propiedades.
Pedro Ansúrez el año 1106 está en Cataluña, en la conquista de Balaguer,
ayudando al conde de Urgel, su yerno. Hay autores que opinan que su estancia
allí no era de su agrado, sino obligado por el rey al ser desterrado por no aceptar
lo de Zamora. Y bien sabemos lo que suponía esto para el castigado y su fami-
lia. Prueba de ello es que ya no aparece como conde de Saldaña o de Carrión.
Muerto Alfonso VI, su hija, ya viuda, se casa con Alfonso I el Batalla-
dor de Aragón, debiendo influir en este matrimonio Pedro Ansúrez. El matri-
monio no fue bien avenido y partidarios de una y de otro se enfrentan en nume-
rosos combates, teniendo el batallador sus bases en Burgos y Carrión.
Pues bien, don Alfonso I de Aragón restituye al conde Pedro Ansúrez el
título de conde de Carrión, Saldaña y San Juan de Entrepeñas y la tenencia de
Cabezón y llega a nombrarle mayordomo el año 1110. Pero poco después, vol-
vemos a encontrar a don Pedro en el séquito de la reina y es posible que esto
ocurriese en alguno de los intentos de convivencia de los esposos. Pero ya per-
manecerá siempre en el bando de la Reina y, es de suponer, que con él también
su familia. De hecho, su yerno el gran Álvar Fáñez muere el año 1114 en Sego-
via combatiendo a los partidarios del Batallador.
El conde de Carrión sigue figurando en los diplomas de la reina hasta su
muerte el año 1118 o 1119.
Hubo avatares diversos y Carrión estuvo tanto en poder de la reina como
de su esposo, aunque más frecuentemente en posesión del segundo hasta que
Alfonso VII sea proclamado rey de León en el año 1126.
Es natural que, por la edad, Fernando y Diego, estuviesen al frente de
sus mesnadas nobiliarias; sabemos que en esos años murieron su padre y su tío
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don Pedro, y que antes de su muerte eran muy vierjos para bajar al campo de
batalla.
De todo ello surge nuestra hipótesis: el autor pudo ser un “sabidor” de
la corte de Alfonso el Batallador, establecida en Carrión y hasta pudo tomar
parte en la elaboración de la documentación que devolvía a los Vani-Gómez al
dominio de sus posesiones. ¿Cómo no iba a considerarlos traidores al verlos en
el bando de la reina?
Aquí pues, pudo estar el origen de la trama del Cantar. El autor, natural
de San Esteban o de Medinaceli, partidario como los burgaleses de Alfonso el
Batallador, reconquistador de Zaragoza, pues garantizaba, como el Cid, la lucha
victoriosa contra los almorávides, y ve surgir en su imaginación creadora la con-
trafigura del Cid, opuesta al combatiente victorioso y vasallo leal, la de los
infantes de Carrión, desleales, que en lugar de combatir a los almorávides, vuel-
ven sus armas contra Alfonso. Sería aquí en Carrión, donde el autor, que admi-
ra profundamente la figura del Cid y que conocería las diferentes versiones
juglarescas sobre el mismo, concibe la trama total con el cantar de bodas y la
afrenta de Corpes.
Tanto la figura del héroe como los antihéroes, son personajes reales que
conoce, y admira o aborrece, pero que en el Cantar los recrea a su manera,
pasando a ser personajes literarios.
Martín de Riquer no encuentra dificultad para afirmar que hacia 1120
existiera un primitivo Cantar del Cid, aunque sobre sus contenidos caben todo
tipo de conjeturas, y que sobre 1140-1160 sufrieron una o varias refundiciones.
Teniendo esto en cuenta, cabrían, según nuestra hipótesis, dos posibili-
dades:
1ª Que hacia 1120 ya estuviese construido un primer Cantar, referido
fundamentalmente al Cantar del Destierro, y que, entre 1140 y 1160,
nuestro “sabidor” no solo crease el Cantar de Bodas y el de la Afren-
ta de Corpes sino que le diese al primer Cantar unidad de estilo, con-
tenido y valores propios de un jurista. El autor lo compondría, tal vez
en Burgos, ya retirado tras la marcha de Alfonso I el Batallador a su
reino de Aragón, y como era un canto para recitar, esto suponía cam-
bios menores a lo largo del tiempo y sus transcripciones.
2ª Que hacia 1120, nuestro “sabidor”, conociendo ya diferentes temas
cidianos de los juglares, compusiese el cantar con su trama total, uni-
dad de estilo y de valores; y que hacia 1140-1160 se realizasen refun-
diciones con cambios más significativos, que incluirían los versos
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Conclusión
En cualquier caso el Cantar de Mio Cid, no supone referencia alguna
deshonrosa para Carrión. Al contrario, al figurar de forma tan destacada en esta
obra magna de la épica castellana, permite que el Carrión medieval y la impor-
tancia de sus Condes, destaquen y sean más conocidos.
Según nuestra hipótesis, Carrión sería además el lugar donde surgió la
idea luminosa del gran cantar de gesta castellana, con su estructura definitiva
del héroe y los antihéroes.
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