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LA TRAVESÍA CUARESMAL

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia


para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua.

La Cuaresma es una participación en la soledad, el silencio y la privación de Jesús. Los


cuarenta días de Cuaresma enfocan la atención en una larga tradición bíblica comenzando
con el Diluvio en el Libro del Génesis, con Elías cuando caminaba cuarenta días y cuarenta
noches hacia la montaña de Dios, el monte Horeb. Los israelitas deambulaban por el
desierto cuarenta años a fin de alcanzar la Tierra Prometida.

El desierto bíblico es en primer término un lugar de purificación, un lugar de paso. El


desierto bíblico no es tanto un lugar geográfico—un lugar de arena, piedras o plantas de
cactus— como un proceso de purificación interior que resulta de la completa liberación del
sistema del falso-yo con sus programas de felicidad que no es posible que funcionen.

La Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del


Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo,
hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos
vivir como hijos de Dios. El color litúrgico es el morado que significa luto y penitencia.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma
como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo
con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas
que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos
alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día,
durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones todo lo que se opone a
nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la
Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para
alcanzar la gloria de la resurrección.
La Cuaresma es un tiempo favorable para convertirnos
y volver a Dios Padre lleno de misericordia

Obras de misericordia corporales: 1. Visitar a los enfermos. 2. Dar de comer comer al


hambriento. 3. Dar de beber al sediento. 4. Dar posada al peregrino. 5. Vestir al desnudo.
6. Visitar a los presos. 7. Enterrar a los difuntos.

Obras de misericordia espirituales: 1. Enseñar al que no sabe. 2. Dar buen consejo al que
lo necesita. 3. Corregir al que se equivoca. 4. Perdonar al que nos ofende. 5 Consolar
al triste. 6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. 7. Rezar a Dios por los vivos y
por los difuntos.

CUARESMA: 40 días para cambiar

No sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues


nos servirá para templar nuestro cuerpo, a veces tan caprichoso y tan
regalado. Ayuno y abstinencia, sobre todo, de nuestros egoísmos,
vanidades, orgullos, odios, perezas, murmuraciones, deseos malos,
venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores, injusticias, insensibilidad
ante las miserias del prójimo. Ayuno y abstinencia, incluso, de cosas
buenas y legítimas para fortalecernos y liberarnos de ataduras. Ayuno
y abstinencia, también, de muchos medios de consumo, de estímulos,
de satisfacción de los sentidos; ayuno aquí significará renunciar a todo lo que alimenta
nuestra tendencia a la curiosidad, a la sensualidad, a la disipación de los sentidos, a la
superficialidad de vida. Ayuno y abstinencia que también repercuta en bien para los demás.

LIMOSNA. La limosna tiene que ir más allá: prestar ayuda a quien


necesita, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide,
compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos
ha ofendido. La limosna es esa disponibilidad a compartir todo, la
prontitud a darse a sí mismos. Significa la actitud de apertura y la
caridad hacia el otro. Recordemos aquí a san Pablo: “Si repartiese toda
mi hacienda...no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Corintios
13, 3).
También san Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si extiendes la mano para dar, pero
no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia
en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.
ORACIÓN. Si la limosna era apertura al otro, la oración es apertura a Dios. Sin oración,
tanto el ayuno como la limosna no se sostendrían; caerían por su propio
peso. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón, lo hace más
limpio, más comprensivo, más generoso...en una palabra, va transformando
nuestras actitudes negativas y creando en nosotros un corazón nuevo y lleno
de caridad. La oración es generadora de amor. La oración me induce a
conversión interior. La oración es vigorosa promotora de la acción, es decir,
me lleva a hacer obras buenas por Dios y por el prójimo. En la oración
recobramos la fuerza para salir victoriosos de las asechanzas y tentaciones.
Cuaresma es un tiempo fuerte de oración.

ANEXO 1

Los Números: EL SIMBOLISMO


Un número simbólico es aquel que no indica una
cantidad, sino que expresa una idea, un mensaje
distinto de él, que lo supera y lo desborda.

No siempre es posible saber por qué tal número


significa "tal" cosa. La asociación entre ambas
realidades a veces es desconocida. Para nosotros
los occidentales esto es difícil de entender, pero los
semitas los usaban con toda naturalidad para
transmitir ideas, mensajes o claves.

La Biblia no explica nunca qué simboliza cada número, pero los estudiosos han llegado a
averiguar algunos de sus simbolismos y han podido aclarar muchos episodios bíblicos.

El número 1 simboliza a Dios, que es único. Por ello indica exclusividad, primado,
excelencia: Mt 19,17 Mt 19,17 Mt 19,6 Jn 10,30 Gál 3,28 Ef 4,5 En todos estos casos, el
uno simboliza el ámbito divino.

El número 2 representa al hombre, pues en él hay siempre dualidad, división interior por
culpa del pecado. Mt 20,30 Mt 26,60

El número 3 representa "totalidad", quizá porque 3 son las dimensiones del tiempo: pasado,
presente y futuro. Decir 3 equivale a decir "la totalidad" o "siempre". Gn 6,10 Mt 26,34 Is
6,3

El número 4 en la Biblia simboliza el cosmos, el mundo, ya que son 4 los puntos cardinales.
Cuando se dice que en el Paraíso había 4 ríos (Gn 4,10) significa que todo el cosmos era
un Paraíso antes del pecado de Adán y Eva. O sea, no se trata de un sitio determinado,
aunque algunos continúen buscando dónde estaba. Ez 37,9 Apoc 4,6

El número 5 significa "algunos", "unos cuantos", una cantidad indefinida. Así, se dice que en
la multiplicación de los panes Jesús tomó 5 panes (=algunos panes). Que en el mercado
se venden 5 pajarillos por dos monedas (=algunos pajaritos)... 1 Cor 14,19

El número 7 tiene el simbolismo más conocido de todos. Representa la perfección. Por eso
Jesús dirá a Pedro que debe perdonar a su hermano hasta 70 veces 7. También puede
expresar la perfección del mal, o el sumo mal, como cuando Jesús enseña que si un espíritu
inmundo sale de un hombre puede regresar con otros 7 espíritus peores, o cuando el
evangelio cuenta que el Señor expulsó 7 demonios de la Magdalena.

El Apocalipsis es el que más lo emplea: 54 veces para describir simbólicamente las


realidades divinas: las 7 Iglesia del Asia, los 7 espíritus del trono de Dios, las 7 trompetas,
los 7 candeleros, los 7 cuernos, etc.

La tradición cristiana continuó este simbolismo del 7, y por eso fijó en 7 los sacramentos, los
dones del Espíritu Santo, las virtudes.

El número 10 tiene un valor que sirve para recordar. Al ser 10 los dedos de las manos,
resulta fácil recordar esta cifra. Por eso figuran como 10 los mandamientos que Yahvé dio
a Moisés (podrían haber sido más), y 10 las plagas que azotaron a Egipto. También por esta
razón se ponen sólo 10 antepasados entre Adán y Noé, y 10 entre Noé y Abraham, aun
cuando sabemos que existieron muchos más.

El número 12 es también simbólico. Significa "elección". Por eso se hablará de las 12 tribus
de Israel, cuando en realidad el Antiguo Testamento menciona más de 12; pero con esto
se quiere decir que eran tribus "elegidas". Igualmente se agruparán en 12 a los profetas
menores del Antiguo Testamento. También el Evangelio mencionará 12 apóstoles de Jesús,
que resultan ser más de 12 si comparamos sus nombres; pero se los llama "Los Doce"
porque son los elegidos del Señor. Asimismo Jesús asegura tener 12 legiones de ángeles a
su disposición (Mt 26,53). El Apocalipsis hablará de 12 estrellas que coronan a la Mujer,
12 puertas de Jerusalén, 12 ángeles, 12 frutos del árbol de la vida.

El número 40 tiene también valor simbólico. Los tiempos de prueba de Dios al hombre en
la Biblia son normalmente de 40 años. Representa el "cambio", de un período a otro, los
años de una generación. Por eso el diluvio dura 40 días y 40 noches (pues es el cambio
hacia una nueva humanidad). Los israelitas están 40 años en el desierto (hasta que cambia
la generación infiel por otra nueva). Moisés permanece 40 días en el monte Sinaí, y Elías
peregrina otros 40 días hasta allí (a partir de lo cual sus vidas cambiarán). Jonás predicó a
Nínive por 40 días. Jesús estará 40 días en el desierto siendo tentado por el Diablo ayunará
40 días (porque es el cambio de su vida privada a su vida pública). Jesús resucitado estuvo
40 días con los discípulos predicando antes de su ascensión.

El número 1.000 significa multitud, gran cantidad: Dan 5,1 Salm 90 1 Rey 3,4 1 Rey 11,3.
A veces este número puede entrar en combinación con otros. Así, en el Apocalipsis dice
simbólicamente que al final del mundo se salvarán 144.000 elegidos, porque es la
combinación de 12x12x1.000, y significan los elegidos del Antiguo Testamento (12), y los
elegidos del Nuevo Testamento (12), en una gran cantidad (x1.000).
Quedan otros números simbólicos como el 70. San Lucas dice que Jesús eligió a 70
discípulos para enviarlos a todos los lugares y sitios por donde él tenía que pasar (Lc 10,1).
No está dando una cifra real, sino simbólica, ya que según Gén 10, el total de los pueblos
y naciones que existían en el mundo era 70. Cuando Lucas dice esto, lo que quiso decir es
que los mandó para que el evangelio llegara a todas las naciones del mundo.

También vemos otra cifra en Jn 21,11 ¿Por qué tanto interés en dejar registrado el número
de 153 peces? Es que en la antigüedad se creía, entre los pescadores, que 153 era el
número de peces que existía en los mares. El mensaje es claro: Jesús vino a salvar a gente
de todas las naciones, razas y pueblos del mundo.

No todos los números en la Biblia son simbólicos, ante cada cifra tenemos que preguntarnos
¿esta cifra indica cantidad o encierra un mensaje?

ANEXO 2

El desierto: EL SIMBOLISMO

La significación religiosa del desierto se orienta


diferentemente según que se piense en un lugar
geográfico o en una época privilegiada de la
historia de la salvación. Desde el primer punto de
vista es el desierto una tierra que no ha bendecido
Dios: allí es rara el agua, como en el huerto del
paraíso, antes de la lluvia Gen 2,5, la vegetación
raquítica, la habitación imposible Is 6,11; hacer de
un país un desierto es hacerlo semejante al caos de
los orígenes Jer 2,6 4,20-26, lo que merecen los pecados de Israel Ez 6,14 Lam 5,18 Mt
23,38. En esta tierra infértil habitan demonios Lev 16,10 Lc 8,29 11,24, sátiros Lev 17,7
y otras bestias maléficas Is 13,21 14,23 30,6 34,11-16 Sof 2,13s. En resumen, en esta
perspectiva el desierto se opone a la tierra habitada como la maldición a la bendición.

Ahora bien, y tal es el punto de vista bíblico dominante, Dios quiso hacer pasar a su pueblo
por esta «tierra espantosa» Dt 1,19, para hacerle entrar en la Tierra Prometida en la que
fluyen ríos de leche y miel. Este acontecimiento va a transformar el simbolismo precedente.
Si el desierto sigue conservando el carácter de lugar desolado, sobre todo evoca una época
de la historia sagrada: el nacimiento del pueblo de Dios. El simbolismo bíblico del desierto
no puede, pues, confundirse con tal o cual mística de la soledad o de la fuga de la
civilización; no enfoca una vuelta al desierto ideal, sino un paso por el tiempo del desierto,
análogo al de Israel.
Hacia la Tierra Prometida:

La salida de Egipto y el desierto. EXODO


Las tradiciones, en su forma actual, muestran a la vez que fue un tiempo de prueba para el
pueblo y hasta de apostasía, pero en todo caso un tiempo de gloria para el Señor. Tres
elementos dominan estos recuerdos: el designio de Dios, la infidelidad del pueblo, el triunfo
de Dios.

Cristo en el desierto.
Jesús quiso revivir las diferentes etapas del pueblo de Dios. Así, como en otro tiempo los
hebreos, es llevado por el Espíritu de Dios al desierto para ser allí sometido a la prueba Mt
4,1-11. Pero, a diferencia de sus padres, supera la prueba y permanece fiel a su Padre,
prefiriendo la palabra de Dios al pan, la confianza al milagro maravilloso, el servicio de Dios
a toda esperanza de dominación terrena. La prueba que había fracasado en los tiempos del
éxodo, halla ahora su sentido: Jesús es el Hijo primogénito, en el que se cumple el destino
de Israel. No es imposible que en el relato de Marcos Mc 1,12s se lea el tema del paraíso
recobrado.

La Iglesia en el desierto
Los simbolismos del desierto siguen desempeñando un papel en la inteligencia de la
condición de la Iglesia. La figura del desierto es, pues, indispensable para comprender la
naturaleza de la vida cristiana.
Esta vida permanece bajo el signo de la prueba en tanto no hayamos entrado en el reposo
de Dios Heb 4,1. Así, acordándonos de los acontecimientos de otro tiempo, no
endurezcamos nuestros corazones; nuestro «hoy» está seguro del triunfo, porque somos
«partícipes de Cristo» 3,14, que permaneció fiel en la prueba.

ANEXO 3

La ceniza: EL SIMBOLISMO

Con la imposición de las cenizas, se inicia el tiempo de cuaresma para todo cristiano que
quiera prepararse para la vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección
del Señor Jesús.

Este tiempo del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido
en una sola palabra: "Convertíos". Este rito austero de la imposición de ceniza con las
palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo
y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión,
recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la
muerte.
Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio
de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de
Cristo.

Tradición

En la Iglesia primitiva, variaba la duración de la Cuaresma, pero eventualmente comenzaba


seis semanas (42 días) antes de la Pascua. Esto sólo daba por resultado 36 días de ayuno
(ya que se excluyen los domingos). En el siglo VII se agregaron cuatro días antes del primer
domingo de Cuaresma estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de
Cristo en el desierto.

Era práctica común en Roma que los penitentes comenzaran su penitencia pública el primer
día de Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a
mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el Jueves antes
de la Pascua. Cuando estas prácticas cayeron en desuso (del siglo VIII al X), el inicio de la
temporada penitencial de la Cuaresma fue simbolizada colocando ceniza en las cabezas de
toda la congregación.

Hoy en día en la Iglesia, el Miércoles de Ceniza, el cristiano recibe una cruz en la frente con
las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos previo. Esta
tradición de la Iglesia ha quedado como un simple servicio en algunas Iglesias protestantes
como la anglicana y la luterana. La Iglesia Ortodoxa comienza la cuaresma desde el lunes
anterior y no celebra el Miércoles de Ceniza.

Significado simbólico de la Ceniza

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy
fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de
humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los
habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y
ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo
de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval),
realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación
de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita
a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación
a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de
la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar
lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente:


"Conviértete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo
has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra
caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que
Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

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