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MataHitler PDF
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By JdJ
El atentado
Supongo que no es mucho suponer que sean mayoría las personas que
sepan que el supremo jefe de la Alemania nazi, Adolf Hitler, fue objeto de un
atentado que estuvo a punto de acabar con su vida a finales de la segunda
guerra mundial; más concretamente, el 20 de julio de 1944, en algún
momento entre las doce y media de la mañana y la una de la tarde. Tampoco
es improbable que a muchos les suene el nombre del conde Von Stauffenberg
como autor de los hechos. De todo esto voy a hablar en estas notas. Pero lo
voy a hacer, principalmente, para reivindicar otros muchos más nombres.
Para demostrar, si puedo, que la conspiración para matar a Hitler, o más
propiamente el conjunto de conspiraciones, fue un dédalo de voluntades.
Creo que es necesario contar esta historia para evitar una confusión
muy frecuente alimentada, sobre todo, por el cine de Hollywood. Me refiero a
utilizar la expresión «los nazis» como sinécdoque de la completa Alemania en
guerra. Se dice, por ejemplo: «Tras descartar una invasión de las Islas
Británicas, los nazis invaden la URSS». Existe una confusión, no sé si
interesada o no, entre los diversos estamentos que conforman una sociedad
compleja como la alemana, notablemente el ejército, y la fidelidad a los
principios del nacionalsocialismo. No todos los alemames que hicieron la
guerra eran nazis ni la hicieron por los motivos por los que Hitler la inició. No
todos los alemanes, ni siquiera los mandos militares, acompañaron a Hitler
más allá de 1941, cuando empezó a hacerse evidente que la guerra duraba
demasiado, que estaba demandando demasiados recursos y, con el tiempo,
que no podía ser ganada por el Eje.
Pero, sea cuales sean las razones, lo realmente indiscutible son las
consecuencias. Después de Munich, el prestigió de Hitler se disparó de tal
manera que hizo ya imposible un golpe de Estado que aspirase a tener un
mínimo de apoyo social. Más aún después del 15 de marzo de 1939, cuando los
alemanes entraron en Praga y Hitler se ganó la fama social de invencible de la
que iba a vivir los siguientes seis años.
Una vez que Alemania abrió el frente oriental al invadir la URSS, colocó
en dicho frente a un importante elemento para la resistencia. Nos referimos a
Henning von Tresckow, mayor general que, por sus responsabilidades, tenía
acceso directo al mariscal de campo Von Kluge, comandante de uno de los
siete cuerpos de ejército empleados en la invasión de Rusia.
Más o menos por los tiempos del atentado fallido contra Hitler en el
aire se produjo el intento por parte de elementos de la resistencia de atraer a
sus proyectos de Heinrich Himmler. Aunque pueda parecer increíble, lo cierto
es que esta tesis no está exenta de lógica. Himmler no era especialmente
inteligente (aunque, al lado de gentes como Ribentropp o Hess, era un
licenciado en exactas con premio extraordinario) y, aún así (o tal vez por eso
mismo) era tremendamente ambicioso. Mediada la segunda guerra mundial
que, no lo olvidemos, venía a suponer más o menos los diez años de Hitler en
el poder y algunos más al frente del partido, no era Himmler el único
miembro de la cúpula nazi que se preguntaba quién mandaría cuando Hitler
dejase de hacerlo. Himmler, además, al menos hasta la catástrofe de
Stalingrado, podía bien pensar que estaba perdiendo la partida a favor de
Göring; aunque, como digo, más allá la cosas le sonrieron un poco más,
puesto que Stalingrado fue uno más de los ejemplos en los que Göring
prometió algo que no cumplió (en este caso, el correcto abastecimiento de las
tropas en la bolsa), lo que le hizo perder puntos.
Klaus von Stauffernberg era muy valioso para la resistencia por diversas
razones. En primer lugar, era un convencido de la causa, hasta el punto de
haber ejercido de prosélito sobre la necesidad de acabar con Hitler ante el
general Erich von Manstein, quien durante los tiempos del célebre colapso de
Stalingrado era comandante en jefe del frente del Este. Además, era un héroe
mutilado de guerra. En 1943, en Túnez, su vehículo había sido alcanzado por
un proyectil y le hirió tan gravemente que perdió una mano, un antebrazo,
tres dedos de la mano superviviente y el ojo izquierdo. A pesar de tan graves
heridas, se las arregló para seguir movilizado, por supuesto en labores de
oficina. Fue destinado al equipo del general Olbricht, en el gabinete de guerra
situado en la Bendlestrasse de Berlín. Allí pudo tener muy frecuentes
relaciones con Tresckow sin despertar sospechas. En realidad, Von
Stauffenberg no es sino el símbolo, o el síntoma, de la toma de «poder»
dentro de la resistencia de una generación más joven que la de Beck y
Goerdeler.
En Berlín, el general Hoepner, que tenía sus propias razones para ser un
antihitleriano (el Führer le había destituido por incompetente) se dirije a
ayudar a Olbricht en su puesto; su misión es tomar en su momento el mando
del Ejército de Reserva, en el caso de que el general Fromm, como todos
sospechan, se niegue a unirse a la conspiración. El general conde Wolf von
Helldorf, presidente de la policía de Berlín, tenía ya en esa mañana una
pequeña fuerza policial preparada por si las moscas. Por su parte en París el
conspirador que había comprometido su acción, Stuepnagel, estaba solo en su
cuartel general del hotel Majestic de la avenida Kléber de París. Allí no le
cabía esperar la ayuda de nadie; a esas alturas de la guerra, todo aquel
mando que no estaba en el frente ruso comiendo mierda y sangre, tenía
motivos para estarle agradecido a Hitler. Sin embargo, en el estamento de los
oficiales de menor graduación, Stuepnagel sí que tenía compañeros, muy
especialmente Cäsar von Hofacker, primo de Stauffenberg. Eso sí, el
conspirador en Francia sabía que su superior jefe, el general Kluge, en
realidad tenía una posición muy típica de los golpes de Estado, y que, por
ejemplo, Gonzalo Queipo de Llano se encontraría en no pocas de las
guarniciones de Sevilla el 18 de julio de 1936. Kluge estaba dispuesto a unirse
a la rebelión, pero únicamente cuando los primeros compases hubiesen
pasado y el golpe se hubiese consolidado.
Todo este montaje depende de una sola cosa: del esperado estado de
shock en el que los conspiradores esperan que quede el Estado nazi después
de que Hitler haya reventado en pedazos.
Más lo menos a la misma hora, en París ocurre algo que, que yo sepa,
nunca se ha aclarado del todo. En la rue de Surène, un miembro del gabinete
de Kluge, el coronel Frinckh, recibe una llamada de teléfono de alguien que
dice llamar desde Zossen y que se limita a decir, pausadamente: «Ejercicio».
Conocedor Frinckh de las intenciones conspiradoras, informa inmediatamente
a Hofacker. Como digo, ninguno de los dos supo nunca quién les llamó.
En París, para aportar aún más misterio a la cosa, Finckh recibió otra
llamada misteriosa desde Zossen. La misma voz de la llamada anterior
deletreó: Abgelaufen. O sea: lanzado.
Aunque la voz colgó sin más, Finckh llegó a la conclusión de que debía
activar el protocolo previsto para el golpe, según el cual debía desplazarse a
las afueras de París, al Estado Mayor del frente occidental, e informar al jefe
de gabinete de Kluge, general Blumentritt, que no era un conspirador, de que
se había producido un golpe de Estado. A eso de las tres de la tarde, en
efecto, Finckh le declaró oficialmente a Blumentritt que la Gestapo había
dado un golpe de Estado en Berlín, que Hitler estaba muerto y que se había
formado un gobierno con los generales Beck, Witzleben y el doctor Goerdeler.
A esa misma hora, las cinco de la tarde, Himmler tiene ya una idea
bastante precisa de lo que ha pasado. Ya tiene claro que el atentado es cosa
de Stauffenberg, aunque a esa hora de la tarde todavía piensa que el militar
mutilado ha actuado solo. En todo caso, telefonea a Berlín ordenando la
detención de Stauffenberg, esté donde esté.
A eso de las seis, por fin, las primeras unidades movilizadas por los
mensajes de Valquiria se dejan ver por la Bendlestrasse. Estas unidades eran
un batallón de guardias, unidades del servicio de formación de tiro, así como
unidades de la academia de Infantería de Doeberitz. Lo más granado de esas
tropas eran los guardias, al mando del mayor Otto Ernst Remer, quien,
paradójicamente, era un furibundo creyente nazi; aunque su jefe directo,
general Kurt von Haase, simpatizaba con el golpe.
Siempre he considerado más que posible que tanto Remer como Hagen
estuviesen en ese punto jugando a dos barajas. Algo pasadas las seis de la
tarde, ambos habían cumplido a rajatabla las órdenes de Valquiria, así pues si
los golpistas vencían no serían ellos represaliados. Sin embargo, querían
seguridades de que las cosas eran como los conspiradores decían, y por eso
Hagen hizo de explorador. Se vio con Goebbels a la vista de la puerta de
Brandenburgo, recibió del ministro seguridades de que Hitler estaba vivo y, al
salir de la casa, se las arregló para pillar una moto y se largó a toda pastilla, a
distribuir la noticia de que el Führer estaba vivo. En ese momento el general
Von Haase, probablemente por recibir información sobre los movimientos
orquestales en la oscuridad de Remer, deshizo la orden de que fuese el mayor
el encargado de arrestar a Goebbels. Este detalle, y una nueva conversación
con Hitler en la que el Führer debió dejar muy claro que sus órdenes debían
ser cumplidas unmittelbar, decidieron a Goebbels a proceder a la
radiodifusión del mensaje, que se produjo a las 18,45 horas.
Repasando, pues: Goebbels sabía desde las cinco de la tarde que Hitler
estaba vivo, a menos que creyese que los zombies saben marcar el teléfono
(ésta parece más bien una creencia propia de Himmler). Pero no radió la
noticia hasta casi dos horas después. A mi modo de ver, hay dos posibilidades
aquí. Una, que Goebbels esperase a ver si el golpe había triunfado, para jugar
sus cartas. Otra, que fuese así de cauteloso porque, en realidad, si receló
hasta de Speer, no sabía en quién podía contar. Mi opción personal, sin
dudarlo, es la segunda. Goebbels tenía que saber que los conspiradores, en
todo caso, lo considerarían un alter ego de Hitler, así pues en una Alemania
sin el Führer no habría sitio para él respirando. El ministro de Propaganda no
era tan idiota como para creer, como creyó Himmler al final de la guerra, que
negociando hábilmente con el conde Bernardotte se podría ir de rositas. La
diferencia de intelectos de Goebbels y Himmler es similar a la que existe
entre un Porsche y un Warburg-Trabant.
En ese momento, Stuepnagel supo que estaba más muerto que vivo. En
París, tropas a sus órdenes estaban deteniendo oficiales de la SS y de la
Gestapo. Él había ido a La Roche-Guyon para obtener de Kluge el OK a esa
orden. Y ahora sabía que el mariscal no lo daría. Estaba perdido.
A las diez y media, Herber, Von der Heyde y otros pronazis asaltaron la
Bendlestrasse. Entraron en una sala de reuniones donde Olbricht estaba
reunido con civiles: Eugen Gerstenmeier, Peter Yorck y Berthold Stauffenberg.
Había un cuarto, Otto John, pero se había ido a las nueve. La secretaria Delia
Ziegler salió por patas por el pasillo para avisar a Beck y a Hoepner, que
estaban con Fromm. Por el camino, encontró a Stauffenberg y Haeften, que se
dirigieron inmediatamente a la sala. Hubo un tiroteo. Stauffenberg fue herido
en su único brazo. Los pronazis terminaron por ganar, arrestaron a
Stauffenberg, Beck, Hoepner, Olbricht y Haeften, y liberaron a Fromm. Éste
se apresuró a montar un consejo de guerra a las once de la noche. Sabedor de
que las órdenes de los conspiradores, realizadas bajo tu teórico mando, le
implicaban en el golpe, estaba ansioso por hacer méritos. Beck solicitó el
derecho que le asistía como alto mando de recibir una pistola para suicidarse.
A Hoepner le ofrecieron la misma solución, pero la rechazó.
Beck estaba tan nervioso que falló su primer tiro en la sien. Cuando le
fueron a quitar la pistola, rogó por una nueva oportunidad, que Fromm le
concedió. Solicitó también ayuda si fallaba, por lo que Fromm designó a un
sargento para hacer el trabajo. Todo parece indicar que, realmente, lo que
mató a Beck fue el disparo en la nuca del sargento, por lo que siempre se ha
especulado que también en la segunda intentona falló, cuando menos en
parte.
Coronel Cäsar
von Hofacker
Coronel Quirnheim
General Fromm
General Henning von Tresckow
General Olbricht
General Stuepnagel
Hans Bernd Gisevius
Hans Oster
Ian Colvin
Karl Goerdeler
Karl Bonhoefer
Mariscal de campo Von Kluge
Embajador
Ulrich von
Hassel
Otto John