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La Balserita
Víctor Carvajal
Ilustraciones de Carolina Schütte González
Alucinaciones
puerta.
—Váyase como pueda, hija —respondió la
madre.
Con su uniforme azul, salió a la bruma de la
mañana. Saltando como una gaviota, siguió el
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camino que señalaba la estrecha pasarela. Hasta
que descendió por la escalinata de madera que
conducía al muelle.
Tiara se aproximó a su compañero de escuela y le
ofreció la mejilla para aceptar un beso desganado y
tibio. De uno de sus bolsillos sacó la delgada cuerda
para el juego del kai-kai\ su entretención
predilecta, mientras esperaba el bote que los
balsearía hasta la caleta de la escuela.
—Anoche soñé contigo —dijo, sonriendo.
—¿Qué cosa, Huevito? —preguntó Diego, muy
serio.
Pero Tiara no respondió. Tensó el cordel entre
sus dedos entumecidos y con los pulgares y los
índices formó diversas figuras a medida que
cantaba:
Kia—kia; kia—kia;
tari rau kumara,
i te ehu—ehu;
i te Papua—púa.
El dilema
—Yo le conté.
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—¿Y para qué le dijiste?
—Para reírme de ti.
—¿Lo ves, tonto? Te castigó la boca, como se
dice.
—Es que nunca pensé que me escucharía. Ahora
no hace más que transmitir con el asunto, insiste
que las balsas de pluma- vit son peligrosas y que
una bicicleta para el agua, como él la llama, sería
más segura.
—Ahora con mayor razón tienes que
demostrarle que puedes usar tu bici, a tu manera,
en tu estilo.
Tiara recogió los cachivaches y se alejó saltando
de bote en bote, haciendo equilibrio con la carga
que llevaba. Diego caminó por la pasarela, en la
misma dirección de Tiara, arrastrando la bicicleta.
La niña se dirigió hacia una cavidad que se
producía entre la roca y la parte inferior del
pasadizo de madera. Desde ahí llamó a su
compañero, asomando apenas la cabeza.
—¡Ven, sigúeme!
—¡No voy a bajar! —protestó Diego desde la
baranda.
—¡Aquí es increíble!
—No puedo dejar mi bici —porfió.
—¡Salta con ella! —respondió Tiara con el ánimo
encendido.
Tiara se echó a reír de felicidad, como nunca lo
había hecho. Diego esperó que la niña cambiara de
idea y regresara donde él aguardaba. El tiempo se
estiró como la melcocha y Diego perdió la
paciencia. Comenzó a descender por la superficie
rocosa, aferrado a la bicicleta, sujetándola con
ambas manos. Las extravagantes ocurrencias de
Tiara se apoderaron de su mente y pensó montar
en la bicicleta; por un instante, como un chispazo
de luminosidad, se vio haciendo equilibrio, con los
pies bien puestos en los pedales, apretando los
frenos, dando brinco tras brinco, hasta acercarse a
la entrada del escondite que había descubierto su
compañera. Sin
darse cuenta siquiera, había descendido un par
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de pasos en dirección al refugio, pero en ese
instante resbaló una de las ruedas y Diego se
echó sobre la roca, como una lagartija que salva
su pellejo bajo la luz del sol. Entonces fue Tiara
en su ayuda. Ella sujetó con las dos manos la
—¿A quién?
—A la Ese, una chiquilla que duerme en el piso
de arriba.
—¿Quién es ella?
—Déjame seguir —lo interrumpió Tiara—. En
todo caso, pase lo que pase, tú y yo nunca nos
vamos a separar, porque seremos como hermanos.
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-¿Qué?
—El uno es del otro y el otro es de uno.
Imagínate al Leuquipán. Tenía seis años cuando
falleció su abuelita y quedó en la calle, porque no
tenía a nadie más en la vida. Se fue a vivir con
otros niños en una caleta, debajo de un puente. Se
lo ha recorrido todo, conoce todos los cantos del
río, sabe cuándo está contento, cuándo
desdichado.
—¡Estás delirando!
—Mira, cuando entré al dormitorio estaba lleno
de camas, como de hospital. En cada cama había
un niño. Entonces, ellos al verme se levantaron
para saludarme, para darme la bienvenida,
¿entiendes? Una de las camas se cayó y se produjo
el descalabro. Nos reímos, porque junto con la
cama se cayó el chiquillo que estaba en ella. Y
Los príncipes
Cálida bienvenida
—¿También se fueron?
—Muchos de ellos estudian lejos de aquí. Tal vez
regresaron al norte, porque lo echaban de menos.
Ahora mi hermano es un tripulante más en la nave
de los príncipes, descubrirá nuevas islas, por
encargo de sus reyes. Nunca se sabe cuando el
gigante Uoke hundirá la tierra donde vivimos.
Tendré que ayudar bastante en mi casa. ¿Me
acompañarías al monte a buscar leña?
—Sí, claro, Huevito —respondió Diego—.
Podemos usar mi bici para cargarla.
—No quisiera que la estropearas. Aunque,
pensándolo bien, podemos atarle un canasto para
la carga.
—¿Cómo?
—Muy fácil, Diego. ¿Quieres que te lo dibuje?
—No, por favor, Huevito —replicó, muerto de
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risa—. ¿Cómo eres para el hacha?
—¡Seca! Siempre le ayudaba a mi hermano.
Ahora que mi papito tiene que vencer las rencillas
en la ciudad sagrada, tengo que ayudarle mucho a
mi mamá.
—¡Ah!
Glosario
Acantilado: pared de roca casi vertical, formada
por la erosión que produce el viento y la constante
humedad del mar.
Kete: canastillo.
Los Chonos: archipiélago de la Undécima Región.
Kete: canastillo.
Los Chonos: archipiélago de la Undécima Región.
Víctor Carvajal