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Y Merlín se convirtió en sociólogo. Robert K.

Merton, 1910-2003
Héctor Vera

El 24 de febrero de 2003 apareció fugaz en la prensa nacional la noticia de que a


los 92 años había muerto Robert King Merton. Los periódicos anglosajones pusieron más
énfasis en comentar el deceso. El diario británico The Guardian calificó a Merton como
el último miembro de una brillante generación de sociólogos estadounidenses cuyo
trabajó dio forma a la definición de su disciplina a mediados del siglo XX. Por su parte,
The New Times lo llamó uno de los más influyentes sociólogos del siglo pasado.
Sin embargo, para muchos en México la noticia significó enterarse de que en
realidad aquel sociólogo hacía el viaje a las honduras del cementerio por segunda vez,
pues numerosos académicos se habían encargado de eliminarlo de su horizonte
intelectual desde tiempo atrás. En un ambiente largamente dominado por el marxismo la
figura de un sociólogo estadounidense y funcionalista era fácilmente condenable. La obra
de Merton, como la de pocos sociólogos, ha sufrido tanto el peso de las etiquetas y las
consignas, y es un desperdicio sus escritos se hayan leído y enseñado tan escasamente.
Ahora que las pasiones militantes han aminorado, puede ser un buen momento
para leer con otros ojos la extensa y variopinta sociología de Merton, quien fue punto de
referencia en los debates internacionales a mediados del siglo pasado y escribió una de
las obras más relevantes de las ciencias sociales: Teoría y estructura sociales, conjunto
de ensayos publicado originalmente en 1949, que fue revisado y aumentado en 1957 y en
1964 (en español fue publicado por el Fondo de Cultura Económica).
El primer nombre de Merton fue Meyer R. Schkolnick. Cuando era un
adolescente actuaba como mago en fiestas de cumpleaños anunciándose como Robert
Merlin; después, a sugerencia de un amigo, modificó aquel nombre por Robert Merton y
así se inscribió en la universidad. En una nota insufriblemente cursi se podría escribir que
a “partir de entonces aquel fallido Merlín llenó de magia a la sociología”. Pero no se hará
aquí: por vergüenza y por que no fue cierto, antes al contrario.
Su estilo de escritura y argumentación se caracterizaron por la claridad y la
sobriedad; se interesó en la teoría, pero rechazó explícitamente las grandes
elucubraciones y procuró que lo atractivo no se convirtiera en superfluo. A Merton se le
atribuye la frase de que los sociólogos europeos estudian sin precisión temas interesantes
y que los estadounidenses investigan con rigor cosas que no le importan a nadie. En sus
ensayos (género de su predilección que cultivó con elegancia), trató de conjugar las
respectivas virtudes de los sociólogos de ambos extremos del Atlántico. Y lo logró.
Merton realizó sus primeros estudios en la Universidad de Temple y
posteriormente estudió su doctorado en la Universidad Harvard, donde trabó relación con
quien fuera el sociólogo más influyente de aquella época, Talcott Parsons.
Pronto Merton destacó en el mundo sociológico, en particular con la publicación
en 1936 de “Las consecuencias imprevistas de la acción social”, el cual apareció en la
American Sociological Review (en castellano se halla recopilado en Ambivalencia
sociológica y otros ensayos, editado por Espasa Calpe), texto del entonces sociólogo de
26 años que pronto se convirtió en un punto de referencia del debate teórico.
La parte primordial de la carrera de Merton fueron sus años en la Universidad de
Columbia, de la cual fue profesor de 1941 a 1979. Durante aquellos años trabajó
estrechamente con Paul Lazarsfeld, la labor de la cual se desprendieron numerosas
investigaciones. Fue en Columbia mismo donde Merton fue profesor de varios destacados
científicos sociales de la siguiente generación, como Peter Blau, James Coleman, Lewis
Coser, Alvin Gouldner y Seymour Martin Lipset.
Durante los años cincuenta fue presidente de la American Sociological
Association, periodo durante el cual la sociología como profesión creció
significativamente en Estados Unidos. Y en 1994 fue el primer sociólogo en ganar la
Medalla Nacional de Ciencia en ese mismo país.
Merton estudió de manera primordial los márgenes de la autodeterminación de los
individuos y cómo la vida de éstos tiene que ajustarse constantemente a ciertos límites
impuestos por la sociedad. Fue pionero en los estudios de opinión pública y en averiguar
qué tipo de influencia tienen los medios de comunicación de masas sobre la sociedad.
Escribió además lúcidas páginas sobre la manera en que las creencias colectivas
determinan en alto grado a la sociedad, como en su célebre artículo “La profecía que se
cumple a sí misma”, compilado en Teoría y estructura sociales.
Pero lo que despertó mayormente su interés fueron las investigaciones sobre la
ciencia, a las cuales dedicó tanto su tesis doctoral —Ciencia, tecnología y sociedad en la
Inglaterra del siglo XVII— como numerosos escritos que quedaron compilados en dos
bajo el nombre de Sociología de la ciencia (estas dos obras fueron editadas en España por
el sello Alianza). Incursionó en cómo los valores e instituciones sociales alientan o
inhiben el desarrollo de la ciencia, al igual que los comportamientos, motivaciones y
recompensas que componen la labor de los científicos.
Durante los primeros años de su carrera Merton recabó información sobre el
serendipity (aquellos descubrimientos que se logran de forma accidental). Producto de
esas pesquisas fue un libro que escribió con Elinor G. Barber: The Travels and
Adventures of Serendipity: A Study in Historical Semantics and the Sociology of Science;
la obra permaneció durante décadas sin publicar y sólo recientemente apreció bajo el
sello editorial de la Universidad de Princeton. Irónicamente, esta obra de juventud se
convirtió en su testamento intelectual.
El fallecimiento de Merton se suma a otros decesos importantes en el mundo de
las ciencias sociales y las humanidades. Hace unos días escuché a una socióloga
lamentarse: “Se está muriendo toda nuestra bibliografía”. Tenía razón, si se suma la de
Merton a las pasadas desapariciones de Niklas Luhmann, Hans G. Gadamer, Pierre
Bourdieu y Lewis A. Coser, se observa una noche donde cada vez hay menos puntos
luminosos, una noche que está a la espera de que comiencen a brillar nuevas
constelaciones.

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