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El vocablo latino funĕbris llegó a nuestra lengua como fúnebre. Se trata de un adjetivo que
se utiliza para aludir a aquello vinculado a los muertos.
La referencia más antigua, según el historiador y doctor Gerardo Ramírez, está relacionada
con los gastos de la cofradía de Jesús Nazareno de la Merced. Entre 1654 y 1714 aparecen
fondos destinados para pagar la música. En 1679 se pagó un miserere. Primero cantaba el
coro de la comunidad —frailes—, después se contrató un grupo de músicos, refiere el
artículo Carisma, vocación y corazón, música de exteriores, del libro Contemplaciones.
Repertorio actual
Las marchas fúnebres se remontan a mediados del siglo XIX, cuando el compositor
Benedicto Sáenz hijo, quien en 1852 adquirió en un viaje a Europa partituras de la Marcha
Fúnebre Número Uno, de Ludwig van Beethoven, y la Marcha fúnebre, de Federico
Chopin (1837), las adaptó para la música sacra durante la Semana Santa en Guatemala,
refiere el doctor en Historia del Arte Fernando Urquizú.
Esta última ha sido la marcha oficial del Señor Sepultado de Santo Domingo desde hace
cien años.
Una de las primeras piezas del repertorio de Sáenz es el Miserere (El grande) para coro y
orquesta, que lo compuso para escucharse en la Catedral Metropolitana y, luego en el
templo de la Merced, Candelaria y Santo Domingo.