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No estoy loco.
Mis papás vienen a verme cada vez menos. Igual mis amigos.
Escribo esto con un lápiz que olvidó el doctor García una vez y que pude esconder
debajo de la almohada. Me ha tomado también varios días hacerme de seis
servilletas para tener papel en el cual relatarte mi historia. En cuanto termine,
arrojaré mis escritos por la ventana. Tú, quien quiera que seas, amigo de la calle,
los recogerás del suelo, los ordenarás, los llevarás a tu casa, los leerás con
cuidado y, si decides creerme, me ayudarás. Tendrás la gentileza de venir al
hospital, hablar con los doctores y decirles que no he inventado nada, que el juego
existe y que debo terminarlo o en pocos días van a tener que sacar de aquí mi
cuerpo exánime y retorcido.
- Gerardo, tienes que venir a ver esto - dijo la voz de Humberto al teléfono.
- ¿Qué es?
- Pues no vengas.
Ojalá le hubiera hecho caso. Ojalá hubiera preferido terminar mi tarea. Después
de varios minutos de intentar concentrarme, acabé por rendirme. Agarré una
chamarra y salí para su casa cruzando la calle.
- Ni yo sé qué onda.
- ¡Este es el mero malo de este nivel! - me dijo- . Está bien difícil echárselo.
Me cedió el teclado. Llevé el puntero del mouse hasta el botón que decía “Juego
nuevo”. Entonces, efectivamente, aparecieron tres casillas: Nombre, Apellido
Paterno, Apellido Materno. Puse todo en mayúsculas y luego apreté el botón
“Siguiente”. Me preguntó entonces mi fecha de nacimiento. La ingresé y se puso a
pensar un rato. Luego, apareció la barrita de “Loading” y por fin salió, sobre una
hoja que pretendía ser como de pergamino, una descripción en letra garigoleada:
Y así lo hace. Al instante dio inicio el juego. Lo increíble es que la figura de acción
estaba parada justo enfrente de la puerta de mi casa.
- De veras que está de pelos.
- Yo creo que es como el Google Earth, que te deja ver tu casa desde el espacio,
¿no?
- Sí. Yo creo que utilizan ese mapa para hacer una copia de todas las calles del
mundo. ¿A poco no está súper de pelos?
Las manos me sudaban. Era, por mucho, el mejor juego que había jugado en toda
mi vida. Humberto se dio cuenta de lo que me pasaba por la cabeza.
- ¿Qué?
- Que yate hice una copia. Pero te cuesta el examen de mate. Me vas a dejar
copiarte.
- Es un trato.
Al salir de su casa, una sola cosa me llamó la atención. En la calle estaba Lilí
sobre su bicicleta. Me hizo sentir escalofrío; estaba en el mismo lugar en el que,
dentro del juego, la habían atacado los demonios y convertido en cenizas. Me dio
gusto verla viva y jugando.
Al otro día, después de clases, volví a jugar. Y así lo hice todos los días hasta el
fin de semana. El problema era que no podía matar al diablo rojo con nada. Ni
siquiera encerrándome todo el sábado y el domingo pude hacerlo. Por eso
empecé a sospechar que el juego no tenía más que un nivel. Se lo dije a
Humberto el siguiente lunes en la escuela.
- ¿Para qué? - dijo, apretándose el estómago y mirando hacia los lados con
angustia. Parecía que algo en el ambiente le causaba temor.
En la tarde fui a su casa por el disco. Mi amigo estaba verdaderamente mal, tenía
fiebre y la mirada extraviada.
- Ya me llevó mi mamá. Pero el doctor dice que se me tiene que pasar pronto
porque no tengo nada.
La verdad es que no había mucho en qué fijarse. Decía “Abaddon I” hasta arriba;
“Tenebrae” en la parte inferior; y una secuencia de letras y números en medio:
“4qrtpp”. Ninguna empresa responsable ni nada. Comencé a sentir que algo había
de malo en todo eso.
Luego puse “Tenebrae” y sólo me enteré de que es algo que usan para hacer
juegos de acción en “primera persona”, o sea, esos juegos en los que ves la
pantalla como si fueras tú el que estás adentro.
Como última opción, puse las letras y números. Menos. El buscador no arrojó
ninguna página.
Me fui a dormir, pensando que yo también acabaría por renunciar al tonto juego.
Al día siguiente la maestra nos dio la mala noticia. Casi todos los chavos lloraron;
yo, en cambio, no podía creerlo. Había estado en su casa el día anterior Tenía
muchas cosas que alguna vez me había prestado y que nunca le regresé de
cuando éramos más chicos: su Max Steele, algunas cartas de Yugi-Oh!, su
colección de tazos. Era imposible.
No pude más. Luego luego entré a mi correo y le escribí a esa persona. Lo hice en
inglés por miedo a que, en español, no me entendiera. Fue muy corto mi correo “I
want information of Abbadon I”.
Me fui a dormir. Pero durante toda esa semana tuve horribles pesadillas. Y cuando
despertaba de ellas, no podía evitar correr a la ventana y mirar hacia el otro lado
de la calle. Estaba seguro de que me iba a encontrar con los ojos de un muchacho
triste con el que en otro tiempo jugaba al futbol y a las maquinitas.
A los pocos días mis papás se dieron cuenta de que yo no estaba bien.
- Porque ya van varias veces que lo gritas en sueños, hijo. ¿Viste alguna película
que te impresionó? ¿O es por lo de Humberto?
No supe ni qué contestarle. Pero sí me di cuenta de que no podía seguir así. Fui a
mi cuarto y rompí el disco original. Luego, hice lo mismo con mi copia. Y cuando
estaba a punto de desinstalar el juego de mi computadora, comprendí.
Luego, dentro del juego, fui al único crucifijo que hay en la casa: uno que está en
el cuarto de mis papás. Ahí, frente a él, se me develó el secreto. Letras azules
brillantes flotaban frente a él.
Eso era todo lo que decía. Estuve viendo el mensaje por tanto tiempo, tratando de
descifrar el significado, que casi ni vi el arco que se encontraba bajo la cruz. Un
arco luminoso y azul con una sola saeta. Supe que con esa flecha podría vencer a
Abaddon.
- A las cláusulas de inicio, cuando jugaste por primera vez. ¿Qué no las leíste?
Entregabas tu prórroga inicial por la que Abbadon quisiera concederte.
- El día señalado de tu muerte. Abaddon escoge otro para darle interés al juego.
Cuando vences al señor de la destrucción, él te devuelve tu día señalado. Y se
acaba el juego. Tú tienes suerte, Libra. No a muchos les da 131 jornadas para
vencerlo.
Entonces entró un diablo por la ventana. No me atacó con fuego, sólo me empezó
a atormentar subiéndose en mi espalda, arañándome con sus garras y sus
colmillos. Mis gritos hicieron entrar a mi madre al cuarto.
Tengo miedo.