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Miguel Arturo González Sáenz

Cultura Digital: Facebook Data Storage Centers as the Archive’s Underbelly

En una escena particularmente graciosa de los Simpson, Homero nos llama la atención acerca
de la forma en que pareciera que entendiéramos la esencia del internet. La familia se
encuentra asistiendo a la premier de una película realizada por Lisa y proyectada en el
prestigioso festival de cine independiente de Sundance. Esta película ridiculiza sus peculiares
dinámicas, razón por la cual Homero, Bart, Marge y Maggie se molestan con Lisa por
exhibirlos como monstruos ante el mundo. Para tranquilizarlos, Lisa les dice que solo las
personas que vieron el filme en la sala de cine sabrán sobre este. Pero el sujeto de las tiras
cómicas, sentado detrás de ellos y con su laptop en su regazo, les avisa que ya publicó por
internet una reseña de la película. Desesperado, Homero empieza a agitar sus brazos en el
aire, afirmando intentar “atrapar los rayos de internet” que salieron de la laptop para que la
reseña no sea publicada.

Al verlo nos parece gracioso que Homero crea en la existencia de elementos etéreos como
los “rayos de internet”. Pero si desplazamos la mirada hacia nosotros mismos, es posible
darnos cuenta de que la hilarante ocurrencia del patriarca Simpson no está muy lejos de la
forma en que nosotros mismos concebimos la red: un espacio infinito, invisible e inmaterial.
Una dimensión a la que tenemos acceso mediante las tecnologías de la comunicación actuales
en todo momento y en todo lugar, pero desterrado a una realidad material distinta a la que
habitamos. Sin embargo, ¿en donde reside la materialidad de la información que
compartimos casi de forma frenética y agonizante día a día, desde que nos despertamos hasta
que vamos a dormir? La investigadora Mél Hogan nos hace este topo de preguntas en su texto
“Facebook Data Storage Centers as the Archive’s Underbelly”.

En este documento, Hogan señala que una parte mayoritaria de los estudios realizados sobre
la red solo se enfocan en aquello con lo que interactuamos: plataformas digitales como
Facebook o twitter, el valor económico dado a los likes y a los follows, las dinámicas de
circulación de los datos, etc. La pregunta por las bases materiales y condicionales de este tipo
de interacciones pasa a un segundo plano o no se menciona en lo más mínimo: ¿en donde
son almacenados los datos? ¿De que forma son almacenados? ¿Cuál es el costo tanto
económico como ambiental y energético de mantenerlos? ¿De qué forma y en qué
condiciones operan estas gigantescas bóvedas de servidores? ¿Qué nos dice esto sobre
nuestra situación actual?

Estos interrogantes nos pueden indicar algo acerca de la forma en que las relaciones
económicas, sociales y políticas que permiten el funcionamiento de plataformas como
Facebook o Google han encontrado una máscara que no permite que sean cuestionadas o si
quiera concebidas. El diseño amable de las plataformas, la promesa de una experiencia
agradable y las múltiples formas de interconexión entre usuarios y distintos contenidos se
han vuelto lugares tan comunes en nuestro devenir cotidiano que nos es difícil encontrar en
ellas algo de extrañeza. Las barreras entre lo “digital” y lo “real” se han vuelto borrosas y
cada vez más nos vamos acercando al punto en que el uno sea distinguible del otro. Como
nos comportamos, de que forma pensamos, las maneras en que nos relacionamos con los
otros e incluso los elementos identitarios que reconocemos en nosotros mismos son el fruto
de una permanente inmersión en los entornos digitales, acelerada por la velocidad de las
tecnologías de la comunicación a nuestra disposición en todo momento y en todo lugar. Ya
no reconocemos de un antes a un después de la era digital. Percibimos nuestra realidad como
un continuum: nuestra vida siempre ha sido así y siempre será de la misma forma. De la
misma forma en que no nos cuestionamos (a menos de que tengamos las herramientas
teóricas para hacerlo) sobre las relaciones detrás de la comida que consumimos (si acaso nos
fijamos en el valor nutricional), la red está ahí solo para complacernos. Lo paradójico de todo
esto es que entre más dependemos de la esfera digital, menos sabemos sobre ella.

El cuestionar la materialidad detrás de lo aparentemente intangible nos abre las puertas para
comprender no solo como funciona lo digital, sino como funciona el mundo en que vivimos.
Si comprendemos que la información de la red está sujeta a la disponibilidad de servidores
de almacenamiento de esta, podemos comprender que lo aparentemente inmaterial nunca ha
sido inmaterial. Y por ello mismo tampoco ajeno a la finitud propia de las cosas materiales.
¿Llegará el momento en que la información acumulada llegue a ser de proporciones tan
absurdas que no haya físicamente en donde almacenarla? ¿Qué tan lejos estamos de esta
realidad? Si comprendemos que nuestra información personal es vista como una mercancía
valiosa para las grandes empresas informáticas, ¿no seremos acaso capaces de denunciar el
despojo de estos datos del que somos víctimas actualmente? Si entendemos que la lógica de
almacenamiento de la información se basa en una relación de costo beneficio (reducir el costo
de almacenamiento hasta donde sea posible: ampliar la capacidad de los depósitos de
información), ¿no podemos entender que detrás del disfrazo de preocupación ambiental, el
ahorro que se hace obedece a otros objetivos? Los grandes costos de mantenimiento que
llevan a Facebook a mudar algunas de sus instalaciones descritos por la autora pueden servir
como una muestra de cómo los grandes actores del capital exportan los riesgos ambientales
y sociales de sus líneas de producción a países “menos desarrollados”, mientras reciben todas
las ganancias en sus países de origen. ¿Cómo podríamos entonces entender la realidad en que
vivimos solo el empaque con las cual se nos presenta?

Referencias

Hogan, M. (2015). Facebook Data Storage Centers as the Archive’s Underbelly. En:
Television and New Media, Vol 16. Pp. 3-18

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