Las representaciones culturales constituyen un componente crucial de las
dinámicas socioculturales y tienen un papel decisivo en la articulación identitaria y
en la evocación de referentes en el desarrollo de un imaginario colectivo. Desde la disciplina de la historia cultural, Roger Chartier destacó, en su ya clásica obra El mundo como representación, que las prácticas culturales implican formas de ejercer el poder (Chartier, 2002). Este historiador ha puesto de relieve que las representaciones colectivas facultan el pensar y repensar de forma más compleja y dinámica las relaciones entre los sistemas de percepción y de juicio y hacen variar las fronteras que atraviesan el mundo social. Considera que las representaciones, como productoras de lo social, actúan a través de los sentidos y, por esta razón, le parece necesario examinar y comprender la significación que transmiten en la construcción de la realidad social (Chartier, 2002). Desde los estudios culturales, Stuart Hall ha destacado el gran i