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ALVARO, 'La Violencia de La Relación' PDF
ALVARO, 'La Violencia de La Relación' PDF
Daniel Alvaro
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otro tipo, dicha violencia pretende ser ella misma absoluta, esto es, sin
límites ni miramientos. Lo que no quiere decir que se trate necesaria-
mente de una violencia ciega o irracional. Por el contrario, la mayoría
de las veces, es violencia racionalmente administrada, conscientemente
proyectada y ejecutada. La violencia puede ser, y suele ser, la mani-
festación de un sentimiento de odio u hostilidad pero no por ello carece
de lógica. Incluso la violencia más espontánea, aquella que se ejerce
impulsiva o compulsivamente contra algo o alguien, y que en general va
dirigida a lo otro de sí mismo, a la alteridad del otro y de la otra, de los
otros y las otras, también esa violencia que podríamos llamar irreflexiva
se encuentra articulada con un esquema de pensamiento que hace uso
de conceptos. En el contexto de las experiencias totalitarias del siglo XX
—experiencias en más de un sentido extremas y por eso mismo para-
digmáticas de un cierto uso de la violencia— dos de los conceptos más
utilizados por los ideólogos y propagandistas fueron precisamente los
de “comunidad” y “pueblo”, de cuya alianza surgió la expresión Volks-
gemeinschaft o “comunidad del pueblo” en la que es dado reconocer,
de manera concentrada, la voluntad y los designios del movimiento nazi.
La comunidad que pretende ser absoluta, y que actúa en consecuencia,
violenta la relación. Paradójicamente, desde el momento en que se con-
sagra a su propia absolutez, el arquetipo moderno de la relación anula
cualquier posibilidad relacional. Lo absoluto y la relación se contradicen,
se niegan mutuamente. Entre ambos no hay coexistencia posible. Allí
donde se afirma lo uno lo otro se queda sin lugar, y recíprocamente.
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cia y, más concretamente, a la “violencia de la relación” en el sentido
de la violencia que irrumpe con la relación y como la relación misma.
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Por esta vía, que por momentos puede parecer demasiado abstracta y
abstrusa, nos acercamos sin embargo a la cuestión concreta de la vio-
lencia de la relación. En un sentido, lo absoluto —comunidad o individ-
uo— violenta la relación, intenta reducir las diferencias de los cuerpos
y las pieles, de los pensamientos y las prácticas, a la pura indiferencia
de una totalidad cerrada sobre sí misma y, en consecuencia, exclusiv-
amente reservada a su interioridad. En otro sentido, la relación violenta
lo absoluto, resiste la clausura que niega la exterioridad. Siendo ella
misma una diferencia, la relación multiplica las diferencias, las hace
proliferar infinitamente. Es exposición al afuera. Es apertura.
Tal vez, la forma más certera de definir la relación, aquella que no necesi-
ta ser demostrada por tratarse de una evidencia, es diciendo que somos
muchos y cada uno, cada una, diferente. Somos una pluralidad de sin-
gularidades y se haga lo que se haga al respecto no podemos ser de
otro modo. Esto es lo que intentan transmitir, con mayor o menor éxito,
expresiones tales como “ser-” o “estar-en-común” (être-en-commun),
“ser-” o “estar-juntos” (être-ensemble), popularizadas por los recientes
debates sobre la comunidad de los que Nancy, como sabemos, es uno
de los principales protagonistas. De maneras distintas, tanto el mito de
la comunidad como el mito del individuo pretenden hacer creer que la
singularidad y la pluralidad pueden ser reducidas o literalmente aplasta-
das por la voluntad homogeneizadora que suprime las diferencias. Pero
la comunidad y el individuo —habrá que insistir en ello— no son otra
cosa que mitos, en cuanto tales, criticables o deconstruibles. La plurali-
dad de singularidades que somos es irreductible a las representaciones
tradicionales de la mitología absolutista. La relación resiste el absolu-
to sin convertirse ella misma en un mito, sin convertirse ella misma en
absoluta. No hay relación absoluta, ni siquiera cuando se considera la
relación amorosa o la relación sexual, sobre las cuales desde tiempos
inmemoriales se conciben falsas teorías fusionistas. Tanto en el amor
como en el deseo es necesario que haya un mínimo de espacio entre los
participantes, una distancia que permita la cercanía, el desliz y la discre-
ción, la entrada y la retirada, el ir y venir de los cuerpos en movimiento.
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La fusión entre los cuerpos constituye una ficción tan funcional a la lógi-
ca que violenta la relación como aquella de la soledad pura y simple. A
pesar de las numerosas críticas dirigidas a las fantasías teóricas y liter-
arias sobre la soledad primordial, y muy especialmente de lo que Marx
y Nietzsche han podido escribir sobre esta cuestión, todavía es preciso
entender que la soledad no se opone a la relación. Por la sencilla razón
de que para estar solo aún debo contar con la ausencia de los demás.
Aquella otra o aquel otro, todos esos otros que se ausentan o de los que
me ausento están implicados en el cumplimiento de mi soledad. Cuento
con ellos, los necesito a tal punto que sin ellos, sin su presencia ausente,
nunca podría estar verdaderamente solo. En este punto no importa quién
se aleja o emprende la retirada pues la ausencia es mutua. Cada vez que
alguien se ausenta, se ausenta de otro alguien o incluso, si pudiera de-
cirse así, se ausenta en relación a o en relación con otro/a/s. El vínculo
entre la soledad y la relación no es de oposición o exclusión, como suele
creerse a menudo alegando incompatibilidad entre ambos términos. Al
contrario. La soledad está inscripta en el corazón de la relación.
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absoluta. En palabras de Nancy, se trata de una “fuerza de irrupción”,
“fuerza con la cual ella [la violencia] inicia una historia e instaura una
finitud”, “fuerza de acontecimiento” (Ibíd: 27). A pesar de que no se lo
cita, es posible reconocer en esta tesis, y en el lenguaje empleado para
enunciarla, la importante influencia de Heidegger. Como explica Derrida
en el texto mencionado más arriba a propósito del autor de Ser y tiempo:
El pensamiento del ser no es, pues, jamás extraño a una cierta vio-
lencia. Que este pensamiento aparezca siempre en la diferencia […]
significa de entrada que el ser es historia, se disimula a sí mismo en
su producción y se hace originariamente violencia en el pensamien-
to para decirse y mostrarse” (Derrida, 1989: 200).
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Bibliografía.
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