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No se puede obtener el conocimiento de este Ser sólo por medio del estudio. Ese conocimiento nos
viene por una sabiduría de la que el hombre natural no conoce nada, ni puede conocer nada, porque
se discierne espiritualmente.
Todo el largo camino recorrido en búsqueda del rostro de Dios llega a su plenitud en Jesús. De la
mano del Nuevo Testamento vamos a ir desgranando la nueva experiencia de Dios que nos
transmite él.
Pablo dice que Jesús es “la imagen de Dios” (Col 1,15; 2Cor 4,4). Dios se nos hace plenamente
presente y activo en la humanidad de Jesús; no “a pesar de” o “al margen de” su humanidad, sino en
su misma humanidad (Heb 1,1-4).
“A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios[a] y que vive en unión íntima
con el Padre, nos lo ha dado a conocer.” (Jn 1,18).
Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesucristo eran parciales. Lo que se dice en el
Antiguo Testamento no es sino anuncio, preparación o figura de la esperanza que se cumple en
Jesús. Solamente él, por su experiencia personal e íntima, puede expresar lo que es Dios
Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre. (Jn 6,46).
Toda idea de Dios que no pueda verificarse en Jesús, es un invento humano sin valor.
La atrevida petición de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre, que eso nos basta” (Jn 14,8), expresa
la más profunda aspiración de la humanidad en busca de Dios. Y la respuesta de Jesús asegura que
esta aspiración ya puede ser colmada: “Quien me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14,9).
Éste es el único “camino” para poder conocer y llegar a Dios. Ésta es la“verdad” de Jesús: “Nadie
se acerca al Padre sino por mí; si ustedes me conocen a mí, conocerán también a mi Padre” (Jn
14,7). Ésta es justamente la “vida” que él nos trae. El hombre Jesús es la imagen pura y fiel del
Dios invisible. Toda su existencia humana tiende a hacer ver al Padre.
Cristo es considerado con todo derecho como el sacramento primero de Dios, pues él es Dios de una
manera humana y es hombre de una manera divina. Oír y palpar a Jesús es oír y palpar a Dios (1Jn
1,1); experimentar a Jesús es experimentar a Dios mismo.
Después de Jesús ya no podemos creer en un Dios alejado e intocable, que vive en las alturas de su
cielo, ajeno a los problemas de los hombres. El es imagen de la bondad de Dios, un Dios bueno, que
se hizo pequeño, se hizo historia, tomó nuestra condición humana y se entregó totalmente a nuestro
servicio. Los hombres solos no hubiéramos pensado jamás que Dios se podría acercar tanto a los
humanos.
No multiplica sus palabras sobre Dios, sino que lo vive y lo da a conocer con actitudes concretas.
Su vida es un continuo permanecer en el amor del Padre (Jn 15,10). Deja siempre a Dios ser Dios,
un Dios radicalmente diferente de las imágenes que los hombres manipulamos sobre la divinidad.
Por eso, como reflejo del Padre, Jesús siente profundamente en su corazón las necesidades de
sus hermanos. Le llegan al alma las enfermedades de su pueblo.
Ayuda a cada uno a partir de su realidad. Comprende al pecador, pero sin condescender con
el mal. A cada uno sabe decirle lo necesario para levantarlo de su miseria. Sabe usar palabras
duras, cuando hay que usarlas, y alabar, cuando hay que alabar; pero siempre con el fin de
ayudar.
Esta actitud de servicio total de Cristo a los hombres está maravillosamente caracterizada en
el hecho de ponerse de rodillas delante de sus discípulos para lavarles los pies. La
trascendencia de este hecho es enorme, pues el pasaje evangélico subraya su divinidad
Para sus propios amigos aquello era un escándalo. Pero es la imagen de Dios hecho hombre
por amor a los hombres. Y es imagen también de lo que debemos hacer todos los que
queramos seguir sus huellas. Así lo dijo él mismo: “Pues si Yo, el Maestro y el Señor, les he
lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13,14).
“El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo
con el gran poder de su palabra.” Hebreos 1.3