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1759 Apocalipsis 21

¿Cómo puede un cristiano llegar a un budista?


Por Ravi Zacharias

ARTÍCULO
E l atractivo de la espiritualidad oriental y, en particular, del budismo es fuerte, debido
a que el espíritu humano anhela respuestas espirituales. Por lo tanto, cada vez que
un cristiano conversa con alguien que profesa otra fe, incluido el budismo, debe intentar
sacar a luz el hambre del corazón humano y cómo sólo Cristo puede satisfacerlo.
Gautama Buda enseñó que debemos liberarnos de las falsas ideas de individualidad, de
Dios, del perdón y de la vida individual en el más allá. Debemos centrarnos en una vida en
la cual las buenas obras sobrepasen a las malas. Buda creía que toda la vida es sufrimien-
to, y que para escapar de la reencarnación, debemos comprender nuestra naturaleza. Si
apagamos los apetitos y nos separamos de los deseos (a saber, las relaciones), compensa-
remos todos los actos y pensamientos impuros. Esta es la esperanza budista.
Sin embargo, el atractivo del budismo no proporciona respuestas reales. En la filosofía
budista, que anula los anhelos del alma, el ser (que es innegable e ineludible) se pierde.
Todo depende de nosotros. Todas las pérdidas nos pertenecen. No existe «otro» a quien
podamos recurrir, ni siquiera un ser con el cual podamos hablar. De todos modos, la
negación de un Dios personal por parte del budismo no puede impedir que los que prac-
tican esta religión procuren relacionarse con un ser personal y lo adoren. Existe un ansia
universal que impulsa al ser hacia otro ser individual y trascendente.
Buda consideraba que en la vida presente pagamos las deudas de las vidas pasadas. Cada
renacimiento se debe a una deuda kármica, pero sin continuidad con la persona anterior.
En oposición, el cristianismo ve al individuo como un ser único e indivisible. El amor de
Dios es personal. Jesús trajo, de parte de Dios, el ofrecimiento de un verdadero perdón y
de vida eterna, a la vez que ratificó al individuo como una creación única hecha a imagen
de Dios. Para Jesús, el sufrimiento no es más que el síntoma de aquella vida que se ha
descarrilado de una correcta relación con Dios. Nos hemos separado de Él, de nuestros
semejantes e, incluso, de nosotros mismos.
En contraste con el karma (donde el «pecado» no es más que ignorancia o una idea fal-
sa), el perdón de Cristo puede representar algo verdaderamente atractivo para el budista.
El evangelio proclama que nuestra desintegración emocional proviene de adentro, y que
Jesús tiene la verdadera respuesta para esta fractura. Al descubrir una verdadera relación
con Dios, todas las otras relaciones reciben valor moral. Dios, que es diferente y está dis-
tante, se acercó, de modo que nosotros, que somos pecadores y débiles, podamos recibir
el perdón y crecer en la comunión con Él sin perder nuestra identidad. Ese sencillo acto
de comunión condensa el propósito de la vida. El individuo mantiene su individualidad,
a la vez que habita en comunidad.
Más aún, Cristo no dice que debamos extinguir el ser (lo cual no es posible), sino que
ya no debemos vivir para nosotros mismos. Tener hambre y sed de justicia y rectitud es
bueno y nos trae la plenitud de Dios. Todo aquel que ha rendido todo a los pies de Jesús
puede confesar con el apóstol Pablo: «…porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro
que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2 Ti. 1:12). Cuando le confia-
mos a Jesucristo todos nuestros propósitos, amores y afectos, Él tiene cuidado de ellos.

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