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INTRODUCCION.

La facilidad con que las normas jurídicas son acatadas por la gran mayoria de la
población se explica porque, aun sin tener cabal conciencia de tal actitud, están
íntimamente convencidos del valor que encierran las normas y de la convivencia de
ajustarse a ellas para poder convivir con los demás. Como antes vimos al tratar de la
moral, en toda clase de normas el individuo adquiere su conocimiento y se acostumbra a
su practica desde la infancia a través del proceso de socialización, mediante la enseñanza
y la imitación, de tal modo que las asimila y se habitúa a seguirlas como algo
perfectamente natural. Las normas que rigen su conducta en sus relaciones con los
demás forman parte de la cultura general en la que se encuentra inmerso y, por lo mismo,
las acepta como acepta el idioma, los usos y todos los demás elementos culturales. Es
frecuente que el sujeto ni siquiera conozca las normas concretas que rigen su conducta y,
sin embargo, esta se ajusta a ellas simplemente porque lo que ordenan coincide con sus
costumbres y con su cultura. Todos sabemos que vivimos dentro de un sistema de reglas
obligatorias de conducta y lo reconocemos y aceptamos en su conjunto, se trata de un
saber colectivo y general, aunque no conozcamos puntualmente cada una de esas
normas, y aprobamos, incluso, que se sancione a quienes las violen. Por ello, un
ordenamiento jurídico que se ajusta a los usos colectivos adquieren mayor eficacia que
uno que se oponga a ellos. El problema de la efectividad o eficacia de la ley uno de los
temas fundamentales de la sociología jurídica ya que se refieren al estudio de cómo y
hasta qué punto influye en derecho en la realidad social. La legalidad implica que la
autoridad esté constituida y sustentada de acuerdo con la ley, pero esto no es suficiente,
porque la propia autoridad puede crear la normatividad adecuada para auto justificarse y
ejercerla en forma despótica. Por ello, es necesario, además que autoridades y normas
gocen de legitimidad porque se sustentan en la razón y la justicia y están encaminadas a
lograr el bien de la colectividad. Tanto la teoría como la sociología establecen que una de
las finalidades esenciales del derecho es la seguridad que brinda a la sociedad el sistema
jurídico, entendiendo por ésta, no tanto la certeza que puede tener una persona sobre el
disfrute de sus derechos específicos, como su vida, sus propiedades, etc. sino la
seguridad normativa que, al establecer los derechos y obligaciones de cada uno, lo
protege y le garantiza que nadie puede arbitrariamente lesionar sus intereses. La
expresión jurídica más importante de todo este movimiento fue la “Declaración Universal
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” proclamada por la Revolución Francesa y
consagrados ya antes al declararse la independencia norteamericana. Desde luego, el
derecho a la vida, a la libertad individual, a la propiedad etcétera, eran reconocidos desde
tiempos muy remotos, pero solo disfrutaba de ellos la minoría dominante el triunfo del
individualismo y la retracción del estado en la vida social, fue la consecuencia tendencia a
dejar que las relaciones entre los particulares erigieran mediante el acuerdo entre ellos
mismos, alcanzando así el contrato una extensión de la que anterior mente carecía, ya
que hasta entonces se regulaban en gran medida por los estatutos de los gremios y
demás corporaciones que fijaban la ubicación social de las personas y muchos de sus
actividades.
La Aceptación del Derecho.

En la práctica cotidiana podemos comprobar que la gente ajusta su conducta


espontáneamente, casi sin darse cuenta de ello, a las prescripciones legales. Tan
observación es válida fundamentalmente para las relaciones de los particulares entre sí, es
decir, para el derecho privado. Las relaciones con los órganos de gobierno no suelen ser
tan espontaneas ni tan voluntarias, porque no brotan con la misma naturalidad de la
convivencia social y, frecuentemente, representan una carga o una limitación para el
súbdito. La facilidad con que las normas jurídicas son acatadas por la gran mayoria de la
población se explica porque, aun sin tener cabal conciencia de tal actitud, están
íntimamente convencidos del valor que encierran las normas y de la convivencia de
ajustarse a ellas para poder convivir con los demás. Como antes vimos al tratar de la moral,
en toda clase de normas el individuo adquiere su conocimiento y se acostumbra a su
practica desde la infancia a través del proceso de socialización, mediante la enseñanza y
la imitación, de tal modo que las asimila y se habitúa a seguirlas como algo perfectamente
natural. Las normas que rigen su conducta en sus relaciones con los demás forman parte
de la cultura general en la que se encuentra inmerso y, por lo mismo, las acepta como
acepta el idioma, los usos y todos los demás elementos culturales. Es frecuente que el
sujeto ni siquiera conozca las normas concretas que rigen su conducta y, sin embargo, esta
se ajusta a ellas simplemente porque lo que ordenan coincide con sus costumbres y con su
cultura. Todos sabemos que vivimos dentro de un sistema de reglas obligatorias de
conducta y lo reconocemos y aceptamos en su conjunto, se trata de un saber colectivo y
general, aunque no conozcamos puntualmente cada una de esas normas, y aprobamos,
incluso, que se sancione a quienes las violen. Por ello, un ordenamiento jurídico que se
ajusta a los usos colectivos adquieren mayor eficacia que uno que se oponga a ellos. Pero
tambien es verdad que, en algunos casos, la aplicación de la ley llega a crear en la
población los hábitos correspondientes. Esto permite aplicar en términos generales, el
principio, esencial para lograr la eficacia del sistema jurídico, según el cual la ignorancia de
la ley a nadie disculpa de su cumplimiento. No obstante, desde la antigüedad romana se ha
aceptado que esta regla general admite en algunos casos como excepción la ignorancia
insuperable del sujeto. Este problema reviste mayor gravedad en los paises en los que
existen grupos étnicos que ni siquiera conocen el idioma en que están redactadas las leyes
y, además, tienen las suyas propias que si conocen. De tal modo que aun sabiendo que
existe otro sistema jurídico distinto al suyo, están convencidos de que no rige para ellos, lo
que redunda en detrimento de la eficacia del sistema jurídico general.

Por lo demás las normas jurídicas se benefician para su acatamiento de las motivaciones
de carácter moral, religioso y cultura en general. Esto puede verse con mucha claridad en
el caso de los pueblos primitivos, en los que es muy frecuente que aparezcan, como una
de sus primeras manifestaciones religiosas, el culto a los muertos, a sus antepasados, a
los cuales se atribuye la creacion de las normas transmitidas escrupulosamente de
generación en generación. Esto anterior les proporciona un gran prestigio y una gran fuerza
moral y religiosa, ya que su violación se considera no solo una transgresión social, sino una
ofensa a los antepasados que son considerados como semidioses y pueden enviarles
castigos sobrenaturales. En otros casos, el origen de las leyes se atribuye a la propia
divinidad o a su representante terrenal que es el gobernante. Esta clase de fenómenos
contribuyen, de modo muy efectivo, a la legitimidad del sistema jurídico, es decir, a su
justificación ideológica ante la población. Por otra parte, sociológicamente podemos
distinguir entre una coacción vertical y otra horizontal, la primera radica, no solo en la
amenaza de una sanción por parte de la autoridad, sino tambien en las múltiples formas de
apremio que ejerce esta sobre cada uno de sus miembros para que actué de un
determinado modo, como la vigilancia policial o los inspectores, por ejemplo, contribuyendo
así a dar eficacia al sistema normativo. La segunda consiste en la presión que ejerce el
propio grupo social sobre sus componentes mediante sus opiniones o actitudes para que
se respeten las normas de convivencia. Para un banquero, v. gr. Puede ser mucho más
intimidatorio perder prestigio social y profesional que sufrir una pena pecuniaria. Ademas
como hemos visto, las relaciones sociales se basan, en términos generales, en el principio
de reciprocidad, de tal modo que la omisión o la irregularidad de una conducta no puede
suscitar en su contraparte la actitud que en una situación normal sería de esperarse, lo cual
determina que tal relación se frustre con el consiguiente perjuicio para el infractor. Si en una
compra venta no entrego el precio, no recibo la cosa. Por ello, los conflictos que se producen
ocasionalmente entre los integrantes de un grupo son excepcionales si se les compara con
el cumulo de relaciones que se desarrollan sin ningún tropiezo.

En el caso de las relaciones jurídicas este principio de reciprocidad está regulado con
mucha precisión. Por su carácter bilateral, a todo derecho corresponde una obligación, cuyo
cumplimiento puede exigir la otra parte. Por ello sobre todo cuando la relación se da entre
particulares, lo más frecuente es que el interesado, antes de recurrir a la autoridad para que
obligue a su contraparte a cumplir, haga todas las gestiones y ejerza todas las presiones a
su alcance para lograrlo, convirtiéndose así en un eficaz agente del acatamiento a las
normas. De este modo, aunque en muchas ocasiones la autoridad tiene facultades para
aplicar la norma en la práctica su intervención es muy limitada y excepcional. Por todos
estos motivos, solo en muy raros casos, cuando por razones circunstanciales una norma
contradice algún interés muy particular, es cuando reparamos en su existencia y en la
posibilidad fáctica de violarla, y valoramos las consecuencias que pudiera acarrearnos la
sanción correspondiente y, tambien, las posibilidades de eludir esta. Incluso quienes
infringen la ley o mantiene una conducta delictiva, normalmente aceptan la validez general
de la ley y tratan de justificar su conducta como un caso de excepción, pero ningún ladrón
está de acuerdo en que lo roben a él y, aun el delincuente habitual, en todas las demás
actividades de su vida cotidiana, actúa correctamente. En derecho penal, la obediencia
normal de las normas es lo que justifica, ademas de otras razones, la presunción de
inocencia de que goza un individuo mientras no le sea demostrado plenamente que las ha
violado. El acatamiento voluntario y el generalizado de la normatividad vigente es esencial
para el funcionamiento de la sociedad pues sería físicamente imposible aplicar la ley
recurriendo constantemente y en todos los casos a la fuerza y a la sanción. Se puede decir,
desde esta perspectiva, que la sociedad se autorregula, porque todos sus integrantes se
controlan mutuamente. Si la obediencia contra el orden jurídico alcanza cierta magnitud, el
orden social corre un grave peligro. Un rechazo generalizado a un sistema jurídico
impuesto, en las ocasiones históricas en las que esto se ha producido, ha dado lugar a
sangrientas represiones que muy frecuentemente, a la postre han resultado inútiles.
De lo antes dicho se desprende que es un error pensar que el derecho se manifiesta, única
o principalmente a través de los conflictos y los fallos judiciales cuando que, por lo contrario,
el derecho tiene por finalidad evitar estos en efecto los conflictos solamente se presentan
en casos muy peculiares y excepcionales, cuando hay una diferencia de apreciación entre
los sujetos, ya sea sobre un hecho o sobre el significado de una ley o cuando abiertamente
alguno viola un precepto legal o se resiste a cumplirlo y esto hace necesaria la intervención
del poder público, bien para decidir sobre la controversia o para forzar el acatamiento de la
norma o, si esto ya no es posible como ocurre frecuentemente en materia penal para
imponer la sanción correspondiente. En este último caso está claro que el derecho no logro
su objetivo que es, como decíamos precisamente evitar conflictos y confrontaciones que
trastornen la pacífica convivencia. Por otra parte, se dan muchos casos en que los conflictos
no llegan al conocimiento de las autoridades ya sea por sus propias limitaciones o porque
los involucrados en el son capaces de solucionarlo por sí mismo o porque el afectado por
alguna razón no solicita su intervención. La principal manifestación del derecho en
consecuencia la constituye su acatamiento, el comportamiento normal y ordinario de los
individuos conforme a sus preceptos.

La Eficacia de la Ley

El problema de la efectividad o eficacia de la ley uno de los temas fundamentales de la


sociología jurídica ya que se refieren al estudio de cómo y hasta qué punto influye en
derecho en la realidad social. Este problema se refiere fundamentalmente al derecho escrito
ya que el consuetudinario, en términos generales las normas y el comportamiento social se
identifican, puesto que aquellas están inscritas en la conducta de la gente. De acuerdo con
los criterios de validez del derecho a los que se refiere Bobbio y que más arriba hemos
citado la forma de aprecias hasta qué punto es válido socialmente el derecho, consiste en
determinar en qué medida y de manera se realizan en la práctica los preceptos que integran
n sistema jurídico. La tarea de la sociología jurídica aplicada es la de establecer mediante
la investigación empírica la eficacia de la ley en cada caso concreto. En el nivel teórico solo
es posible hacer algunas observaciones de carácter general. Este tema es distinto al de la
aceptación de las normas por parte de sus destinatarios, al que dedicamos el capítulo
anterior porque aquí se trata de determinar hasta qué grado una norma es capaz de
determinar o al menos influir en los comportamientos sociales, independientemente de que
cuente o no con la aceptación de los afectados, ya que puede ser impuesta coactivamente
sin su aquiescencia. El derecho implantado por los conquistadores, por ejemplo, modifico
radicalmente la sociedad indígena sin considerar su opinión. Podría decirse que aceptación
y eficacia son aspectos del mismo problema, pero, en el primer caso, observando este
desde el enfoque de los sujetos y en el segundo desde la perspectiva del sistema jurídico.
La importancia de la eficacia de la ley, incluso desde el punto de vista de la dogmática
jurídica, puede observarse con toda claridad en el caso límite de las revoluciones triunfantes
en que la legislación vigente pierde toda efectividad o si así pudiera decirse es derogada
de hecho ya que tambien desaparece los órganos y los procedimientos necesarios para
derogarla formalmente. Así la nueva legislación que produzca el movimiento revolucionario
carecerá, necesariamente, de validez formal sin embargo alcanzara eficacia y a la postre
legitimidad en la medida en que las nuevas autoridades sean capaces de aplicarlas y la
población las acepte o por lo menos no las rechace decididamente. El caso de la
Constitucion de 1917 y la legislación derivada de ella , como producto de la revolución
iniciada en 1910, ilustra lo que acabamos de decir otros ejemplos de la eficacia puede
alcanzar una legislación originada en situaciones de hecho, los ofrece el derecho
internacional, cuando ella es dictada por un gobierno facto y más aún en el caso del
reconocimiento de beligerancia que pueden otorgar gobiernos extranjeros cuando un grupo
rebelde demuestra que es capaz de mantener el control de un territorio e imponer en el las
normas que dicte. En cuanto a la ineficacia esta puede prevenir del desacato de los
destinatarios sea por ignorancia o franco rechazo y el problema será más o menos grave
de acuerdo con las dimensiones que alcance pues un desacato generalizado de normas
que son importantes para mantener el orden y la convivencia puede conducir a una crisis
política o a la anarquía. Pero la ineficacia puede deberse tambien a la incapacidad de las
autoridades para aplicarlas ya sea por ignorancia, por debilidad o sencillamente por
corrupción, con resultado semejantes a los que antes señalábamos pues en ambos casos
se pueden llegar a una situación de ingobernabilidad que amenace la convivencia social.
Cuando este caso se da específicamente en materia penal, reviste particular gravedad pues
se traduce en impunidad para los delincuentes, atentando así la repetición de esos actos
punibles.

LA LEGALIDAD Y LA LEGITIMIDAD

El problema de la aceptación o rechazo de la autoridad y de la normativa jurídica está


relacionado con la distinción entre legalidad y legitimidad. La legalidad implica que la
autoridad esté constituida y sustentada de acuerdo con la ley, pero esto no es suficiente,
porque la propia autoridad puede crear la normatividad adecuada para auto justificarse y
ejercerla en forma despótica. Por ello, es necesario, además que autoridades y normas
gocen de legitimidad porque se sustentan en la razón y la justicia y están encaminadas a
lograr el bien de la colectividad. Esta es la situación que pretende comprobar formalmente
el sistema democrático mediante la realización de elecciones. Pero también muchas veces
se acepta un sistema político jurídico por simple inercia y en otras ocasiones se les tolera
solamente como un mal menor, ya que implica su permanencia. La conclusión que se deriva
de estas consideraciones en que, mientras mayor legitimidad posea la autoridad y la ley,
menos necesarios será el emplear medidas de coerción y viceversa. Es frecuente que un
régimen político y sistema jurídico correspondiente, deriven su legitimidad de los
acontecimientos históricos que le dieron origen, ya que sea porque vino a sacar a la
sociedad de un estado de anarquía o porque la liberó de la dominación extranjera o de un
gobierno opresor. Es el caso de los gobiernos surgidos de una revolución y de las leyes
dictadas por ellos, como ocurrió con la Revolución mexicana de 1910 y el régimen político
emanado de ella que, a más de siete décadas de distancias continúa invocando aquellos
acontecimientos como fuente de su legitimidad. Las monarquías suelen apelar con el mismo
objeto a su suelen apelar con el mismo objeto a sucesos históricos ocurridos hace muchos
siglos.

La filosofía política tradicional, apoyándose en los criterios de la justicia y el bien común,


distingue entre la legitimidad de origen de un gobierno, que se refiere a su ascenso al poder
de acuerdo con las leyes vigentes, lo que antes denominábamos legitimidad, y la legalidad
de ejercicio, que depende de que las leyes que promulgue o cualquier otro acto de gobierno
que realice estén dirigidos al bien de la colectividad. Naturalmente, si en el primer caso es
posible apoyar un juicio objetivo en las normas establecidas que rigen el ascenso al poder,
en el segundo, solamente la propia comunidad esta capacidad para juzgar pues se aplica
el concepto de legitimidad en el mismo sentido que al principio le dimos. Doctrinalmente
estas cuestiones que involucran por igual a la política y al derecho, ha sido largamente
discutidas desde la antigüedad y en síntesis pueden distinguirse dos grandes corrientes de
pensamiento, las que basan el origen de la autoridad en un acto de fuerza o fraude, pero
que eventualmente en su ejercicio puede alcanzar su legitimidad y las teorías
contractualitas, que establecen el origen de la sociedad, la autoridad y el derecho en un
acuerdo o contrato, explícito o implícito, entre los individuos que la integran. La
preocupación fundamental de estas últimas, que adquirieron gran difusión y aceptación a
partir del siglo XVII, no es fácil encontrar el origen histórico de la sociedad, sino
precisamente, resolver el problema de la legitimidad de la autoridad y la justificación del
sistema de normas al que sus miembros quedan sometidos. Como sabemos, éste es el
fundamento de la democracia. Pero, aunque efectivamente éste es el sistema de mejor
garantizar la legitimidad de un régimen, tampoco puede evitar que la autoridad así adquirida
puede denegarse en un gobierno tiránico. La historia es tan rica y multiforme que ofrece
ejemplos que pueden apoyar cualquier teoría. Finalmente, es conveniente distinguir entre
la validez jurídica y la validez social de un sistema normativo. Desde el, punto de vista de
la dogmática jurídica, la validez de un sistema normativo se deriva, según la conocida teoría
de Kelsen, de una norma fundamental. Pero esta tesis no hace sin transferir el problema a
la justificación de esta última. En cambio, considerado sociológicamente esta cuestión, su
validez se explica, como hemos visto, por el reconocimiento que le presten sus destinarios,
es decir, por su efectividad. Bobbio expresa esta idea con mucha, claridad, cuando afirma
que el criterio último de la legitimidad del poder legal es la justificación íntima de las leyes.
Justificación que no puede hallarse en otra ley superior, sino que debe encontrarse en los
valores que esa ley satisface. Entre tales valores, como tanto hemos insistido, debe
incluirse el que representa en sí misma la convivencia social.

LA SEGURIDAD JURÍDICA

Tanto la teoría como la sociología establecen que una de las finalidades esenciales del
derecho es la seguridad que brinda a la sociedad el sistema jurídico, entendiendo por ésta,
no tanto la certeza que puede tener una persona sobre el disfrute de sus derechos
específicos, como su vida, sus propiedades, etc. sino la seguridad normativa que, al
establecer los derechos y obligaciones de cada uno, lo protege y le garantiza que nadie
puede arbitrariamente lesionar sus intereses. Desde un punto de vista estrictamente
sociológico, la seguridad jurídica consiste en la certeza que ofrece el derecho a través de
sus fuerza obligatoria, de que se cumplirán las expectativas que cada quien puede tener
respecto de la conducta de los demás y en cuanto a los efectos que producir su propia
conducta en materias regidas por el derecho, pues de otro modo ni los individuos , pues de
otro modo ni los individuos ni las sociedad en sus ni las sociedad en su conjunto, pudieran
actuar confiadamente si no tuvieran la convicción de que la posición que ocupan y las
obligaciones y facultades ocupan y las obligaciones y facultades que dé ella se derivan, no
serán alteradas inesperadamente, y que los actos que ellos realicen tendrán las
consecuencias previstas y, más aún, que en caso de duda o conflicto sobre sus derechos,
existen organismos capaces de darles una solución y, en su caso, restablecerlos o, en
última instancia, reparar el daño que se le hubiese causado cuando hayan sido violados.
Sin esta seguridad que el derecho proporciona, los individuos sentirán que su situación
carece de estabilidad, que se encuentran a la deriva y expuestos a toda clase de riesgos
en el seno de la sociedad y ésta se vería amenazada por la anarquía. De este modo, la
seguridad jurídica constituye un elemento indispensable para mantener el orden social y la
pacífica y fructífera convivencia entre sus integrantes. Por esta razón, las ambigüedades y
lagunas en la redacción de las leyes, la excesiva libertad del juez o de otros funcionarios
en su interpretación y aplicación, la ineficacia de las autoridades para hacerla cumplir, así
como cualquier extralimitación de los gobernantes en sus funciones, son factores que
menoscaban la seguridad jurídica. En estas condiciones, todo cambio en las normas
provoca una alteración mayor o menor, según sea el caso, en la seguridad jurídica, puesto
que perturba de algún modo los derechos adquiridos por los sujetos bajo el régimen jurídico
vigente. En los sistemas de derecho consuetudinario o judicial las modificaciones
normativas se dan en forma tan gradual que esas alteraciones son muy lentas, pero, en
cambio, cuando un órgano legislativo introduce reformas radicales de modo repentino o con
excesiva frecuencia, pueden provocar desconciertos, incertidumbres e inseguridad en los
afectados. Por esta razón, para garantizar cierta estabilidad al menos en los preceptos
fundamentales para la organización del país, se establece un procedimiento más lento y
complejo cuando se trata de introducir reformas o adiciones a la constitución. En México,
sin embargo, este procedimiento no ha sido óbice para que la Constitución haya sufrido
alrededor de cuatrocientas reformas, lo cual le ha restado autoridad a ésta.

El Derecho Natural

Las distintas concepciones filosóficas sobre el derecho que han surgido a lo largo del
tiempo, aunque de carácter puramente abstracto, han tenido en ocasiones una gran
influencia en el modo de entender el derecho positivo y, por consiguiente, la función de este
en la sociedad. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la filosofía de la
ilustración, que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo XVII y dio origen en la política y el
derecho a la doctrina liberal cuya influencia pervive hasta nuestros días, por lo que se hace
necesario aludir a ella, aunque solo sea de manera muy resumida. De acuerdo con la
filosofía antigua y medieval, por derecho natural se entiende el conjunto de principios, a los
que nos referimos en su oportunidad, que en sí mismos no se contraponen a la visión
sociológica del derecho. Pero, a partir del siglo XVII, con las obras de filósofos como
Hobbes, Grocio y Locke y de sus seguidores después, cambió radicalmente, la concepción
del derecho positivo, lo cual vino a modificar, a su vez, la función atribuida a este en el seno
de la sociedad, que es el aspecto que aquí nos interesa. Este cambio es producto del
profundo movimiento intelectual de esa época, que vino a imprimir una nueva orientación
eminentemente individualista a las doctrinas y a los sistemas jurídicos, contraria por lo
mismo, a las anteriores interpretaciones sociales o corporativas del derecho.
El fortalecimiento de la conciencia individual es la característica central de lo que
denominamos la edad moderna. Ya desde el Renacimiento es posible advertir en los
pensadores y artistas una vigorosa presencia de la personalidad individual frente al espíritu
comunitario de la Edad Media. En el siglo XVII, Descartes recogió esta tendencia y dio un
giro completo a la filosofía cambiando, con su célebre axioma “pienso, luego existo”, el
centro de atención del objeto, del ser, al que se había enfocado hasta entonces la atención
de los filósofos, al propio sujeto. El problema del conocimiento, de la capacidad del hombre
para captar y comprender la realidad, se combarte en la cuestión fundamental de la reflexión
filosófica. Como consecuencia, se produce n rechazo a toda premisa establecida y la
observación y la experiencia se convierten en la única fuente valida del conocimiento. En
esta base se sustenta la mentalidad moderna que representa un cambio diametral respecto
de los métodos intelectuales del medioevo, en que era la especulación, la elaboración lógica
a partir de determinados principios, la vía de acceso a la realidad; el método deductivo es
desplazado por el inductivo. El saber no será ya el acervo de axiomas y doctrinas
tradicionales, sino una conquista de la razón. Se instaura así, una visión antropocéntrica
del Universo en la que toda explicación debe partir del hombre considerado individualmente
y dirigirse a él. En consonancia con este nuevo espíritu, el Estado no es ya una comunidad
o u conjunto orgánico de estamentos y corporaciones, sino una asociación racional de
individuos que culmina en la persona del monarca “El Estado Soy Yo” como afirmo con toda
precisión el rey de Francia, Luis XIV. La soberanía, que no reconoce ningún poder igual al
suyo en el interior del Estado y ningún poder superior existen, es su característica
definitoria. En términos generales es ahora el individuo, y ya no el grupo o la corporación,
quien se constituye en el agente, el sujeto y actos de la vida social y de la historia. Como
consecuencia de esta actitud intelectual, la aplicación de la razón al conocimiento de la
realidad logro extraordinarios avances en el terreno de las ciencias naturales, que
encuentran su más claro ejemplo en el descubrimiento de la ley de la gravitación universal,
desarrollada por Isaac Newton. Por ello se piensa que, siguiendo su ejemplo, la razón
humana puede ser capaz de descubrir las leyes que rigen su organización social, “la norma
social llegó a decirse son como las leyes de la física para la sociedad” desechando como
también lo hicieron en otros campos de la cultura, las concepciones tradicionales sobre la
sociedad, porque no estaban, sustentadas en una elaboración racional.

En concordancia con esta filosofía individualista y racionalista, el derecho experimenta


también una verdadera revolución conceptual. Hasta entonces se pensaba que el derecho
residía, primordial y fundamentalmente, en la norma, en el derecho objetivo, surgido de la
comunidad a través de la costumbre, del cual se desprenden los derechos subjetivos. Ahora
esta relación entre el derecho, en sentido objetivo, y los derechos subjetivos, se plantea
exactamente al revés: el derecho radica en el individuo, en la naturaleza humana y las
facultades que le son inherentes, es decir, en sus derechos subjetivos o individuales y la
norma no hace sino reconoce, desarrolla y garantiza estos. Sobre estos derechos naturales
fue posible construir, por medio de la razón, un sistema jurídico y político paradigmático,
valido, lógicamente, para todos los pueblos. El derecho natural así concebido, es el
fundamento del orden jurídico y el que le confiere legitimidad. Pero había que acotar que el
derecho tradicional, aunque no constituyera un cuerpo normativo elaborado
sistemáticamente, si bien en muchos aspectos pudo volverse anacrónico, en su momento
fue una respuesta racional a las necesidades y problemas de cada sociedad y cada época.
Ante las exigencias de la construcción del Estado moderno mediante la centralización del
poder, surgió el empeño por unificar los distintos sistemas jurídicos vigentes en su territorio
y monopolizar en manos del gobierno la producción del derecho. Esto requería de los
legistas un esfuerzo de racionalización que mucho contribuyo al desarrollo del racionalismo
característico de la época. Así quedo consagrada la idea de que el derecho tiene un origen
en los atributos de la persona, pero solamente adquiere validez cuando es promulgado por
el Estado.

Los Derechos del hombre y la mujer

La expresión jurídica más importante de todo este movimiento fue la “Declaración Universal
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” proclamada por la Revolución Francesa y
consagrados ya antes al declararse la independencia norteamericana. Desde luego, el
derecho a la vida, a la libertad individual, a la propiedad etcétera, eran reconocidos desde
tiempos muy remotos, pero solo disfrutaba de ellos la minoría dominante. La novedad de
estas declaraciones de fines del siglo XVIII, radica en haberlos considerado como
inherentes a la naturaleza humana y, en consecuencia, hacerlos extensivos a todo el
género humano. Por ello su principal aportación fue la de afirmar el principio de igualdad
jurídica entre todos los hombres.

La declaración de la asamblea de 1789 fue incorporada a la Constitución francesa de 1791,


su ejemplo ha sido seguido por casi todas las constituciones la gran mayoría de los países
y alcanzo su consagración internacional en Declaración Universal de los Derechos
Humanos aprobada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas
en diciembre de 1948. El derecho privado y más específicamente el derecho civil, constituye
la extensión y el desarrollo de esos derechos y libertades fundamentales. Poe eso, en
atención a esa libertad e igualdad entre los hombres, y la regulación d las relaciones entre
particulares se rige voluntariamente por la propia voluntad de las partes, es decir, por el
contrato. Son los individuos los que, por mutuo acuerdo, determinan las reglas que deben
regir sus relaciones y ya no la ley ni el estatuto creados por la colectividad, como ocurría en
la edad media, La ley es ahora solamente supletoria de la voluntad de los individuos.
Algunos juristas de los siglos XVIII y XIX creyeron encontrar el prototipo de estas nuevas
concepciones jurídicas en el derecho romano, caracterizado por su racionalidad y sus
individualismos, por lo cual adquirió este una gran autoridad y su influencia se extendió aun
a países ajenos a la tradición latina, como ocurrió en Alemania con la recepción del derecho
romano. “El derecho romano se decía es la expresión jurídica de la razón”. En él se inspiró
básicamente el Código Napoleón, promulgado en 1804, que fue considerado como el
desarrollo y la codificación del derecho natural y pronto se constituyó en el modelo del
derecho civil seguido por casi todos los códigos de su especie en los países occidentales,
incluyendo desde luego a los latinoamericanos. Si el derecho surge de la naturaleza
humana, ello significa que tiene su origen en las tendencias y capacidades biológicas y
psicológicas del hombre que se manifiestan en el derecho a formar una familia, a trabajar
para conseguir su sustento y apropiarse de los frutos de su trabajo, a desplazarse
libremente y establecerse en donde decida, a reunirse o asociase con otros para mejor
satisfacer sus necesidades, a expresarse para comunicarse entre ellos, etc. Todos estos
derechos son, por consiguiente, el reconocimiento jurídico de sus necesidades y facultades
naturales. En función de estos derechos, y para asegurar estas libertades, se desarrolló,
como más adelante veremos, toda la teoría política de la que nace el moderno derecho
constitucional y, en términos generales, el derecho público. Por esta razón los derechos
del ciudadano o derechos políticos, se derivan indirectamente d esos derechos civiles. A
través de los derechos políticos se expresa la voluntad contractual de los ciudadanos para
la estructuración política de la sociedad y la protección de los derechos fundamentales. El
artículo primero de la constitución mexicana de 1857 expresaba esta tesis con mucha
claridad, al establecer que “El pueblo mexicano reconoce que los derechos del Hombre son
la base y el objeto de las instituciones sociales”. Esta es la moderna concepción del derecho
natural; no es el Estado, ni siquiera el pueblo o la sociedad, quienes crean o conceden tales
derechos, sino que simplemente los reconocen como una realidad preexistente. Por lo
demás, la participación del pueblo en la formación del Estado y en la designación de los
gobernantes, a través del ejercicio de sus derechos políticos asegura la aceptación y el
reconocimiento que, como acabamos de ver, son el requisito de su legitimidad.

En épocas pasadas la consagración de estas libertades personales, además de


inconcebibles, talvez hubiera dado lugar a consecuencias indeseables pues el individuo
requerías de protección y solidaridad de sus grupos para poder vivir, lo cual implicaba
limitaciones a su libertad, de ahí el empeño del liberalismo por suprimir las asociaciones
intermedias, como los gremios, las cofradías, las comunidades agrarias, etc. Pero en las
condiciones del mundo moderno y, sobre todo, ante el surgimiento del Estado todo
poderoso los derechos del hombre han venido a ser, en la medida en que se respetan la
salvaguardia y la garantía indispensables para que el sujeto pueda realizarse desarrollando
sin trabas innecesarias sus incapacidades. Sin embargo, habrá que admitir que la historia
y la observación sociológica no avalan las tesis iusnaturalistas de la vigencia perenne y
universal de los derechos humano. En primer término, siendo el hombre fundamentalmente
un producto de su evolución cultural, que supera y transforma sus raíces biológicas, no se
le puede considerar, en modo alguno, como un ser inmutable, por lo contrario, sus
necesidades cambian constantemente y aun sus facultades intelectuales se modifican.
Aunque pueda parecer paradójico, la naturaleza humana consiste en su capacidad de
trasformación y por lo mismo no puede servir como base para fincar en ella derechos
inalterables. El hombre prehistórico, para citar un ejemplo elemental, no podía concebir la
libertad de escribir y publicar escritos, que actualmente se consideran como un derecho,
fundamental. Esto ayuda a explicar porque solo hasta una época muy reciente han sido
reconocidos y consagrados jurídicamente como tales derechos y que, aun en la actualidad,
su respeto efectivo sea bastante parcial y limitado. Por otra parte, también es un derecho
natural que algunos hombres son más fuertes que otros y someten a estos a su dominio, y
que la violencia tiene. Así mismo, una raíz biológica. No es de extrañar por ello, que una
mente tan lucida como la de Aristóteles afirma que algunos hombres nacieron para
obedecer y otros para mandar, y que una asociación como la esclavitud haya sido aceptada
como normal hasta el siglo pasado. Los padres de la independencia norteamericana, para
citar un relevante ejemplo, que fueron los primeros en instituir legalmente los derechos
humanos, no veían ninguna contradicción entre ellos y sus plantaciones esclavistas Los
derechos del hombre, en consecuencia, son una lenta y difícil conquista alcanzada
paulatinamente por la evolución cultural.

Por otra parte, como más adelante hemos de ver con mayor detenimiento, el
reconocimiento puramente formal de los derechos humanos es ineficaz si no se crean las
condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que permitan su efectiva
realización. Desde el punto de vista histórico, podemos concluir que las doctrinas
individualistas obedecen una efectiva maduración de la personalidad humana y han hecho
valiosísimas aportaciones al proceso civilizatorio de la humanidad; sin embargo, cayeron a
un grave reduccionismo al destacar solamente el aspecto individual de la naturaleza
humana, menospreciando su igualmente esencial condición social. Precisamente por esta
condición social del ser humano, estos derechos o libertades fundamentales no pueden ser
absolutos, si no que encuentran su límite en las libertades de los demás y en los derechos
del conjunto social. Esto implica, que el derecho en sentido objetivo, no puede asentarse
exclusivamente sobre los derechos subjetivos, sino que la norma debe establecer los
derechos y las obligaciones de los individuos en función de un orden social, que no consiste
ni se deriva de la suma o conjunción de derechos y obligaciones individuales, sino que se
sitúan en un plano superior, cualitativamente distinto o, como decían los escolásticos, el
derecho se estatuye en función del bien común. Pero, además, el desarrollo histórico de los
últimos tiempos, encierra una profunda contradicción, porque si bien por una parte se
robustece el individualismo, por la otra se fortalece la socialización, en el sentido de un
aumento de la interdependencia entre los integrantes de la sociedad, como consecuencia
de un desarrollo científico y tecnológico, que ha llevado a una multiplicación y diversificación
de las necesidades y de las actividades necesarias para satisfacerla. La denominada
revolución de las expectativas y la sociedad de consumo han producido un desarrollo
concomitante de las funciones que la sociedad exige y que se traduce en una mayor
especialización de quienes deben desempeñarlas y una mayor división del trabajo. Hasta
hace muy poco no existían especialistas en electrónica u técnicos en computación y en
muchas otras profesiones que ahora son indispensables. Cada vez más dependemos los
unos de los otros, incluso a nivel mundial, porque estos fenómenos se han visto acelerados
por el asombroso perfeccionamiento de las comunicaciones. Como adelante veremos con
mayor detenimiento, todas estas circunstancias se traducen también en un comportamiento
contradictorio del Estado, que, si bien por una parte tiende a replegarse ante la iniciativa
privada, por la otra se ve impelido o aumentar su intervención social para atender a nuevos
problemas generales, como pueden ser los ecológicos para; citar un solo caso. Por otra
parte, la técnica moderna ofrece posibilidad de que algunos individuos causen perjuicios a
un; número mucho mayor de personas, v. gr. Con la producción de artículos dañinos, lo
cual exige la intervención del Estado para proteger a la colectividad.

Tal contradicción entre individualismo y solidaridad social a traído consigo, entre otras
muchas cuestiones, una mayor tensión entre las libertades personales y las exigencias
sociales que se han traducido en una fuerte polarización de los diversos sistemas políticos
y jurídicos, a la cual hemos de referirnos más adelante con mayor detenimiento. Atendiendo
a su contenido, los derechos del hombre deben ser considerados, al menos en principio,
como el caso más relevante de normas que, a partir de las distintas convenciones
internacionales, encierran disposiciones de aceptación universal, constituyendo así una
importante excepción a lo que antes hemos expuesto sobre la indeterminación del
contenido de las normas jurídicas.

La Igualdad Ante la Ley

Los filósofos de la ilustración, aunque pensaban que estaban deduciendo sus postulados
directamente de la naturaleza de las cosas, y en muchos aspectos sus tesis eran, en
realidad, una reacción en contra de la situación existente en su época; en el caso que nos
ocupa, en contra de los privilegios de que gozaban algunos grupos y, en general, en contra
de la división de la sociedad en testamentos cerrados e insalvables, de ahí su insistencia
en el principio de igualdad ante la ley y la prohibición de leyes y tribunales espaciales, para
suprimir toda esa herencia histórica. De acuerdo con estos principios el artículo 1 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, empieza estableciendo que
todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Pero como hemos
visto antes, esta es una conquista de la civilización ya que la historia y la sociología no
confirman tan categóricamente la calidad “natural” de esos derechos. Ello es más notorio
cuando se trata de su principio fundamental, que es de la igualdad jurídica de todos los
súbditos de un Estado. Esto es así porque se trata, como muy pronto fue denunciado por
sus críticos de una igualdad puramente jurídica y, por lo mismo formal y abstracta que no
encuentra ninguna correspondencia con las grandes deferencias económicas, sociales y
culturales en que vive realmente la población. La consecuencia lógica de la proclamación
de este principio fue la exigencia de que la igualdad jurídica se tradujera en igualdad social,
de donde brotaron las diversas doctrinas socialistas. De cualquier modo, los derechos del
hombre se refieren a este, solo en cuanto tal, como individuo, pero no a otros derechos que
se derivan de las características, condiciones o situación en que pueda encontrarse cada
persona, a las cuales no es posible aplicar el principio de igualdad. Puede decirse que los
derechos del hombre son el mínimo común denominador de todos los hombres, pero más
allá de esos derechos surgen inevitablemente las diferencias, y de acuerdo con la justicia
distributiva, tratar igual a quienes no son iguales constituye una injusticia y acarrea como
de hecho a ocurrido, trastornos sociales. Por eso desde un principio tuvieron que hacerse
alguna excepción al apotegma de igualdad ante la ley, como es el caso del fuero militar o
el que gozan algunos gobernantes durante el periodo de su desempeño. Más tarde ante la
presión de ciertos grupos, se aceptaron leyes y tribunales especiales para tratar de
equilibrar jurídicamente a los sectores sociales más débiles, como los obreros y
campesinos, en sus relaciones con otros más fuertes. Por ello, es frecuente que, en las
constituciones modernas, aparezcan como ocurre en la guatemalteca, junto a los derechos
del hombre o garantías individuales, los que se han denominado derechos sociales, porque
se otorgan a un sector de la población. A diferencia de los primeros, en que el Estado debe
concretarse a garantizar su libre ejercicio, para Hacer efectivos los segundos, se hace
necesaria la intervención del Estado, substrayendo así estas relaciones al derecho privado
para incluirlas en el derecho público. El convenio 169 de la Organización Internacional del
Trabajo, al que ya aludimos antes al establecer el derecho de las etnias o nacionalidades a
sus diferentes instituciones y costumbres, hace, sin embargo, la salvedad de que estos no
sean contrarios a los derechos humanos, como suele ocurrir, por ejemplo, en los
matrimonios por concertación familiar, tan frecuentes en estos grupos.

EL DERECHO SUBJETIVO

Hasta aquí hemos venido designando con el término “derecho” a la norma jurídica. Lo
hemos usado así en sentido objetivo, pero, según ya hemos visto en varias ocasiones,
como en el caso de los derechos humanos, este mismo término puede usarse en sentido
subjetivo cuando se refiere a las facultades que reconoce a una persona una norma
jurídica para exigir a otro que dé, haga o se abstenga de hacer algo. A si la norma, contiene
una doble proyección, puesto que regula relaciones interindividuales, ya que a la vez que
otorga derechos impone obligaciones; estas son el otro extremo de la relación jurídica, la
contra partida necesaria de todo derecho subjetivo. Para explicar esta relación entre las
normas jurídicas y los derechos que ellas protegen, se han propuesto múltiples teorías y
los juristas han sostenido largas polémicas. No obstan ante, si se considera el problema
parece más sencillo. En el derecho consuetudinario esta relación entre la norma, por una
parte, y el derecho subjetivo y la obligación correlativa por la otra, puede apreciarse con
toda claridad. En efecto, la norma jurídica es una pauta de conducta que se distingue
de las demás en que es obligatorio y coercible. Como toda pauta, se deriva de la repetición
de una conducta colectiva que al adquirir el carácter de noma jurídica implica derecho y
obligaciones, pero una vez constituida esa norma, es esta la que protege tales derechos e
imponen las consiguientes obligaciones. Como sabemos, la norma puede ser modificada
por el mismo procedimiento que le dio origen. Se da así entre la norma y la conducta lo
que bien puede denominarse una relación dialéctica o de causalidad circular; el derecho
objetivo es producto de la conducta de los sujetos y la conducta de estos es regulada por
la norma. En estas condiciones el derecho sujeto no aparece simplemente como un atributo
otorgado verticalmente por la norma.

Por ello, almenas desde el punto de vista sociológico, no tiene mucho sentido discutir como
la norma confiere alas sujetas sus derechos o si estos consisten en un interés subjetivo que
la norma protege. Estos problemas solamente se presentan cundo se piensa que la norma
tiene su origen exclusivamente en el estado y este es la que la impone. Pero, en rigor, este
solamente sería cierto en un gobierno autocrático como las constituciones o (cartas
otorgadas) por los monarcas absolutos porque en un régimen legislativo democrático, en el
que la población seda así misma las leyes atravesó de sus representantes la norma y la
conducta estarían al menos teóricamente, estrechamente relacionados, de tal modo que no
se explicaría la una sin la otra. Sin embargo, es útil la consideración del derecho, ya que no
solamente como un sistema normativo, sino desde la perspectiva de los sujetos portadores
de derechos y obligación por que la norma nace para garantizar, mediante una obligación
jurídica, el interés que tiene alguien entre otros adopten una determinada conducta. Pero
desde luego, no todo interés subjetivo de origen a una obligación jurídica. Puede darse el
caso, de que alguien tenga interés en recibir un obsequia o peor aún, en apoderase de un
bien ajeno, pero muy qué intenso que sea su interés, este no se traducirá en una norma
que impongan la obligación correspondiente, si no existe al propio tiempo un interés social
en que sea satisfecho para preservar la convicción, bien se trate de un contraprestación ,
del acatamiento a un mandato legítimo de una autoridad o de algún otro motivo fundado, la
fundación del derecho objetivo se manifiesta mejor si se considera que el titular de la
obligación puede tener interés en no cumplir con esta; el reconocimiento y protección del
derecho subjetivo consiste precisamente en obligarlo coercitivamente a que cumpla con ella
.por eso, desde el punto de vista de los sujetos, se dice que el derecho objetivo tiene por
fin hacer compatibles intereses encontrados, en último caso, zanjar los conflictos que
surjan por ese motivo.

Pero los derechos y obligaciones no siempre surgen de las normas jurídicas, sino que en
derecho privados son los particulares los que, mediante un acuerdo entre sí, dan origen a
estos; son ellos mismos los que establecen las normas que deben regir sus religiones. Por
esto el derecho objetivo en esta materia es un derecho facultativo ya que solamente tiene
efectos supletorios de la voluntad de las partes. Incluso, de ellas depende la aplicación
coercitiva de la norma ya que es también optativa recurrir para ello al poder público para
que la haga efectiva, utilizando la fuerza de ser necesario. Como puede verse, depende de
la voluntad del interesado y no de la autoridad, que la coercitividad adquiere eficacia
poniéndose al servicio de un derecho subjetivo. Los contratos constituyen la mejor
ilustración de esta situación, aunque, como sabemos, los derechos y obligaciones pueden
originarse en varias otras causas. El hecho de que toda la sociedad se involucre elevando
una relación entre particulares a la condición de vinculo jurídico se explica porque, si en un
caso concreto las obligaciones derivadas de ellas no se cumplirán resultaría afectada toda
la comunidad, ya que se perdería la certeza de que las obligaciones se haría efectivas en
todos los casos. Sin embargo, como vimos, ya que atañe solo a particulares se deja a estos
la facultad de exigir formalmente su cumplimiento, puesto que si el interesado renuncia a
su derecho la obligación se extingue y, por lo mismo, no se altera el orden jurídico ni se
produce ningún conflicto.

De este modo podemos constatar como el derecho objetivo, a la vez que surge de los
intereses particulares, se establece con carácter general y abstracto para garantizar el
desenvolvimiento ordenado de las relaciones sociales. Esta finalidad se alcanza en la gran
mayoría de los casos espontáneamente, sin que haya necesidad de apelar expresamente
a la norma y esta tiene eficacia aun en la hipótesis de que nunca sea necesario aplicarla
coercitivamente así, el sistema normativo por su manera existencia cumple una función
social al brindar la seguridad de que las obligaciones serán cumplidas. Existen otra
categoría de derechos subjetivos que son considerados publicos y, por consiguiente,
imperativos, en el sentido de que no son facultativos ni renunciables. Esta especial
característica que los distinguen de los demás derechos subjetivos, se justifica porque se
estima que nadie renunciaría voluntariamente a ellos y, por lo tanto, la ley y la autoridad
debe tutelarlos, este es el caso típico de los derechos humanos, pero tambien de ciertos
derechos laborales y algunos más como el derecho a la educación y la salud consagrados
por la constitución. Cuadro se trata de los actos que debe desempeñar un funcionario
público, suele decirse que son al propio tiempo un derecho y una obligación, pero esto es
un contrasentido, son simplemente obligaciones frente a la, comunidad, y su derecho
consiste solamente en la retribución que cobra por ello.
El contrato.

Una de las consecuencias más notorias de la gran transformación jurídica verificada a partir
de la revoluciones del siglo XVIII y con ellas el triunfo del individualismo y la retracción del
estado en la vida social, fue la consecuencia tendencia a dejar que las relaciones entre los
particulares erigieran mediante el acuerdo entre ellos mismos, alcanzando así el contrato
una extensión de la que anterior mente carecía, ya que hasta entonces se regulaban en
gran medida por los estatutos de los gremios y demás corporaciones que fijaban la
ubicación social de las personas y muchos de sus actividades, tales como las formas de
producción y el intercambio de los productos así como los distintos tipos de propiedad. La
propiedad individual y la libertad de contracción fueron las dos instituciones fundamentales
de la nueva organización social y de su régimen jurídico. Sin embargo, este propósito de
dejar al contrato la regulación de las relaciones entre particulares, encontró al unos limites
en la realidad de la vida social que hubo que reconocer. Desde luego, se presentan casos
en lo que, por razones de equidad, la autoridad debe suplir la voluntad, de un particular, a
fin de evitar que una de las partes abuse de la otra. Así ocurre cuando, por algún motivo,
como la minoría de edad o la incapacidad mental, el sujeto se encuentra impedido para
expresar libre y conscientemente su voluntad, por causas parecidas los vicios de la
voluntad, como son el error o la presión, puede determinar la unidad de un contrato.

Pero ademas, ya desde el siglo xix se suscrito una reacción en contra del respeto ir rescrito
a la voluntad de las partes en algunas materias, sobre todo en la relación obrera patronal
y, en algunos paises, tambien en materia agraria. En efecto, la libertad contractual se
basaba en el supuesto de la igualdad de condicionante los contratantes y, por lo mismo, en
su capacidad para hacer valer sin trabas su voluntad. Sin embargo, esta igualdad y libertad
entre los contratantes son solamente una presunción o una ficción jurídica, ya que en la
realidad los desequilibrios existentes en la sociedad, no solo por las características
personales, sino en razón del sector o clase arque pertenecen, impiden que se realice en
la práctica esos supuestos y, como consecuencia, que la parte más débil se vea forzada a
aceptar condiciones que le son desfavorable. Se trata de una situación similar alas de los
vicios de la voluntad aplicada a todo un sector de la sociedad. Este dio lugar a que se
extinguiera la funcion tutelar de derecho, principalmente paro los campesinos y los obreros,
prescribiendo para sus relaciones profesionales algunas condiciones que la voluntad de las
partes no puede modificar, como antes vimos. Expresando, en otros términos; la ley
establece en forma irrenunciable lo que se supone que sería la voluntad de estos sujetos si
estuvieran en responsabilidad de expresarla sin presión alguna. En el fondo, se trata
precisamente se salvaguardar la voluntad de los contratantes quien en las condiciones
sociales imperantes no la pueden hacer valer por sí mismo. Por otra parte, para alcanzar
cierto equilibrio entre los contratantes se admitió, en contra de las teorías individualistas,
imperantes la formación de agrupaciones profesionales de tal modo que puedan contratar
a nombre de sus agremiados a través de la figura jurídica denominada en el derecho laboral
“contrato colectivo “e incluso se les doto de ciertos medios de presión como la huelga, para
equilibrar su capacidad de contratar con IX, que posee, por su situación económica, la parte
patronal. Aquí podemos ver nuevamente, como el derecho objetivo no puede derivarse
simplemente de las libertades y derechos subjetivos, sino que tienen que velar por los
intereses de colectividad en conjunto. Al mismo tiempo es posible advertir en esto también
el influjo que ejerce el concepto de justicia que posee la sociedad para modificar el sistema
jurídico. La sociología y la historia han podido constatar este hecho al estudiar los motivos
sociales y la abundante literatura de la protesta en contra de las situaciones que provoco la
libertad irrestricta de contratación que eran consideradas por una gran parte de la población
como profundamente injustas. En estas condiciones, la permisividad del derecho y la
retracción del Estado, no se ha traducido, como se pretendía, en una mayor libertad para
todos, sino que ha operado en favor de los más poderosos, lo cual demuestra que es posible
manipular las instituciones jurídicas para que lleven a resultados contrarias a los que se
habían propuesto.

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