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Romero, Mercedes

Los mil y vos / Mercedes Romero ; editado por Pablo Marcelo Sabbia Sosa. - 2a ed.
ampliada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Pablo Marcelo Sabbia Sosa, 2018.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-987-42-9070-0

1. Poesía Argentina Contemporánea. I. Sabbia Sosa, Pablo Marcelo, ed. II. Título.
CDD A861
Mercedes Romero
Los mil y vos
Romero, Mercedes
Los mil y vos / Mercedes Romero ; editado por Pablo Marcelo Sabbia Sosa. - 2a ed.
ampliada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Pablo Marcelo Sabbia Sosa, 2018.
Libro digital, PDF

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ISBN 978-987-42-9070-0

1. Poesía Argentina Contemporánea. I. Sabbia Sosa, Pablo Marcelo, ed. II. Título.
CDD A861
“...Y pensábamos en esa cosa increíble que habíamos leído,
que un pez solo en su pecera se entristece y entonces basta
ponerle un espejo y el pez vuelve a estar contento…”

Julio Cortázar
Al dolor,
por sus infinitas metamorfosis.
Los mil y vos
Ellos
Objetos perdidos

Y aunque fuiste
todas esas sonrisas
que se me escapaban
cuando no me veías
todos esos apodos
que te puse
en tan poco
tiempo
acabamos entrando
lentamente en un limbo
como esos libros
que se extravían
en la biblioteca.
Suicida

Yo te quería así
sin pensar
como la gota de lluvia
que se arroja en caída libre
sin miedo de su
destino final.
Souvenirs

Con delicadeza
corrías de la cama
los muñecos que traje
de mis viajes
los levantabas de a uno
y los acostabas en el piso
como bebés recién dormidos
para que no se rompieran
yo siempre te decía
no pasa nada
tiralos así nomás
aunque en verdad
quería preguntarte
por qué conmigo
no hacías lo mismo.
A Emi

Te acordás cuando éramos chicos, esa breve época donde fui más alta que vos. Te
acordás cómo era convertirse en bombas de felicidad pura. Las olas miniatura
ganándole al concreto, los hilos de agua como venas que llenaban de vida el piso.
Qué cosa loca darte cuenta de que hubo un tiempo en que la felicidad rebalsaba
literalmente. Si te pudiera encontrar con la naturaleza casual que solía encontrar-
te esperándome en la pileta, te diría que me pasaron mil cosas pero que todavía
soy esa nena. Te diría eso y kilos de tiempo y también te preguntaría con los pies
apenas sumergidos, si te acordás cómo era ser feliz con tan poco.
Tic tac

La gente te preguntaba
cómo era que todavía
pensabas en ella
si ya habían pasado
cinco meses
desde que te había
dejado.

La gente no sabe nada, Fran.

Cinco meses
en la cronología del amor
son cinco minutos.
Antojos de la piel

La vista
un campo minado
protegido por la locura
de las tres de la mañana
las yemas de los dedos
enlazan mundos
con sus trazos
apurados
la prisa es terca
por recomponer
un cuerpo
aunque ya esté
armado
es terca
porque aunque
abandone a la mujer
deja un fragmento
del tiempo
del amor
en esa cama.
Terapia intensiva

Y aunque no hablemos
ni nos veamos
ni nos busquemos
quedan aún
los más sutiles indicios
como esa barba que crece
silenciosamente
en un paciente
en estado vegetativo
mientras es observado
por alguien que cree
que es cuestión de tiempo
para que abra los ojos.
Generación espontánea

Y de repente,
entre un café
y un par de cigarrillos,
algo cambió.

La vida a veces
es así:
crece de la nada,
como ese día
en el que le apareció
un brote
al poroto
que tuviste que germinar
en segundo grado
y vos pensaste
que era magia.
A Dani

Y durante ese tiempo


fuimos como un perro
sacando la cabeza
por la ventanilla del auto
extasiados
frente a la belleza
del mundo.
Instinto averiado

Si algo
es para vos
no necesitás
perseguirlo.

Persiguen
los ratis
y el único niño
que no se divierte
en la escondida.
A veces sonreía

Mirá Merce
acá un Boeing 707
allá un Hércules c-130H
lo que veo
es como se te pierde
la mirada
en tantas aves de metal
se te pierde la mirada
en el Pampa
en el Mirage
se te pierde
justo donde te encontrás
decís que la hora de vuelo
sale cara
que por eso
ya no volás
pero creo que sabés
que las horas de la vida
esas cuestan mucho más
Explicaciones
para viajar en el tiempo

Vos
cada dos segundos
porque la memoria
también tiene
su propio hipo.
Física cuántica

La quinta dimensión
existe
y está acá nomás.
La encuentro cada vez
que te pienso.
Causas de muerte

Quiero un amor
que muera de viejo,
por causas naturales
como la rutina,
la pérdida de líbido
o el desgaste.
Los míos
siempre mueren
prematuros
en accidentes trágicos
o por mala praxis.
Las pericias
no se deciden
por un culpable,
duran tanto
que cuando llega
la hora del entierro
ya a nadie
le importa.
Paisajes de la memoria

El cielo rasgado
por cada puñalada
de la nube
la paloma
copiamos la imagen
la derivamos
a donde se derivan
todos los recuerdos lindos
justo al lado
del olor a bombucha
la visita al Italpark
pensamos que hoy
algo es distinto
aunque tal vez hoy
sea la primera vez
que nos vemos
con estos ojos.
Espejismos

¿Cómo le decís,
a alguien
que nunca estuvo,
que se quede?
Vacaciones de vos

Silencio.
El verano dejó de latir
las hojas con el viento
empapelaron las casas
los pájaros se olvidaron
de qué hablaban.
Silencio.
El horizonte se empaña
allá en los robledos
que visten la montaña
y los ríos
hacen fábula y fábula.
Silencio.
Elige callarse
hasta el reloj
en el último
recorte de tiempo
donde la vida es corta
aunque a veces
las horas parezcan largas.
Silencio.
Se oye el pulso del mundo.
Fotograma

Se apaga un día

con él los árboles
se vuelven ingenuos
las bicicletas 

antiguas máquinas solitarias
las sombras son bocas
de palabras siniestras 

los patios de las casas
se asfixian
entre cuatro paredes
sin sus niños y pelotas
los faroles se anuncian
intimidando a los papeles
que pasean sin destino 

péndulos deprimidos
me preguntás
dónde fueron las risas
y los ruidos del día
mientras las hamacas
de las plazas
se ahorcan en cadenas.
Sobre métodos fallidos

Posaba en su boca
esa primavera escarlata
la urgencia del beso
que castra
cualquier palabra.

Los besos
uno cree
se deben dar
por amor
pero a veces
se dan sólo
por error.
Diagnóstico

Vas a ir al psiquiatra
te puede medicar
diagnosticar esquizofrenia
trastorno bipolar
o simplemente humana
con un corazón
lo suficientemente sano
vivo
como para pensar
que muere de dolor
ningún médico
va decirte esto
pero sabés
el invierno mental de hoy
pasa
como las estaciones
los años
el nombre que escribías junto al tuyo
en un pupitre.
A Lolo.
Ya no está

Un día vamos a buscar las cosas. Esas que siempre están ahí, empotradas en los
mismos rincones de la casa, a cualquier hora, de cualquier día. Pero esta vez no
las encontramos y es como si nos faltase un brazo, que de alguna manera es indis-
cutiblemente así. Ahora nos falta una caricia. Ese pedazo de alegría amontonada
ya no está. Sólo cuando las cosas dejan de estar, las que estaban siempre en las
trampas del hábito y no lo advertíamos. Las que no esperaban
demasiado de nosotros pero nos esperaban con una puntualidad casi clínica
entendemos que en la carrera de la soledad, otros caminan bien cerca nuestro.
Solos también. No les preocupa pasar desapercibidos, les preocupa no perdernos
el paso.
Y ya no están.
Ahora forman parte de un pliegue del tiempo. Sólo podemos saber de ellas si
revisamos en el registro de la memoria, que si es lo suficientemente inteligente y
selectiva como uno cree va a saber qué recuerdos guardar enteros.
NN

Quiero encontrar
a esa persona
que me quiera incluso
cuando lloro viendo
“El hombre bicentenario”
Cuando hablo poco
o mucho
demasiado fuerte
o con la boca llena.
Que me quiera
cuando pregunte
boludeces de fútbol.
Y también
cuando esté de mal humor
porque dormí poco.
Que me quiera
en los días premenstruales.
Después de usar
argumentos absurdos
para ganar una pelea.
Que me quiera
cuando le pregunte
y hoy qué comiste,
día tras día,
sin ser consciente
de que nos comió
la rutina.
Que me quiera
en las esperas eternas
de los check in
y aunque no entienda
Torrents
porque de algo
estoy segura:
nunca voy a entender
Torrents.
Que me quiera
cuando me rajen
de un laburo.
Cuando hable mucho
de lo caras que están
las Sancor bebé tres.
Que me quiera coger
con violencia escindida,
a cara lavada,
con el cavado creciendo
y una uña encarnada.
Y que sin querer
se encuentre queriéndome
cuando mi pelo
cambie de color,
pero no por la tintura.
Cuando me falle
la memoria
pero me acuerde
del día en que nos conocimos
E insista en contárselo
con lujo de detalles
a los desconocidos.

Que me quiera con eso


y con todo lo bueno,
que según mi psicóloga,
es un montón.

Que me quiera
bien.
En eso estoy.
No te quiero.

Ya sé,
no importa.
Porque vos
ni sabías
cuánto te quería.
Pero recién,
mientras me duchaba,
me di cuenta:
no te quiero.
Los motivos
caían
como un rally
de dominó
como el agua
que me surfeaba
la espalda.
Me di cuenta
que no te quiero
porque pensé
que nunca saldrías
haciendo cara boluda
en alguna foto.
Y también
me di cuenta
que no podría
quererte
porque jamás
dirías
te amo,
a menos,
que tuvieras
la certeza tácita
de que ella
u otra
(yo no,
está claro)
fuese
como un
espejo.
No te quiero
porque usás
calzoncillo
y decís
castañas de cashú.
Yo no sé
mucho de la vida
Pero sé que
no te quiero
y que a menos que
conduzcas
un programa
en el Gourmet
junto a Juliana Lopez May
deberías saber
que parecés
un boludo fit
cada vez que decís
castañas de cashú.
Pero sabés
no te quiero
particularmente
porque ni te
llegaste
a dar cuenta
de todo
lo que ya
te estaba
queriendo.
Martin Parr

La caja del gato


que estaba enfermo
en el balcón
sin gato

La caja del gato


que estaba enfermo
como todas las historias
que dejo crecer
ahora abandonada
en un rincón del balcón.

La arena revuelta
sin gato.

El tiempo se ocupa
de fabricar ausencias
más pesadas
que cualquier presencia.

El libro que te compré


y nunca te di
mirándome desde
la repisa.

Abrirlo
leer la dedicatoria
que nunca vas a leer
leer las historias
que nunca vamos
a protagonizar.

Abrirlo
Leer
los secretos
que nunca te voy
a contar
Como esa mañana
que se me fue
mirándote
en el reflejo
del espejo
la almohada
en la cara
las horas
muertas
frente a la pantalla
mercadolibre
Martin Parr-libros.

La caja del gato


que estaba enfermo
el libro
y
todo eso
que no sé
dónde guardar.
Domingo nublado

Las turbinas
impactando
contra el cielo
encapotado
dibujan
un pentagrama
que se va
derramando
por la ventana
y desemboca
en nuestros oídos.

Unos niños
gritan
se pelean
se reconcilian
son felices
en un balcón.

Me gusta
poder sentir
la trayectoria
desprolija
con la que el tiempo
inventa todas estas
realidades.

Oírlas
a lo lejos
el instante exacto
en el que nacen
mientras que lo
único que veo
es a vos
y a tu silencio
están desnudos
los dos
eso me gusta
pero no tanto
como que seamos
personas
que aman
en silencio.
Vidi

Nunca supe si ser pelado te había vuelto ingenioso o si con pelo habrías sido así
de ocurrente. Da igual, tu calvicie era irreversible como tu locura. Pero admito
que cuando te ponías mis corpiños en la cabeza y decías: Mirá. Soy la princesa
Leia, yo te quería tanto que decía: Ese chiste ya lo hiciste. Solo para que no se me
note. De vos aprendí tanto a caretear lo que me pasaba.
Fuiste Leia, pero cuando te cortaste la cabeza justo a la altura de la frente, te
proclamaste El hombre Alcancía. Un año te tomó darte cuenta de que yo te llené
con todo lo que tenía. Con centavos, con pelusas, con paciencia, con silencio.
Qué boluda. No me di cuenta de que para buscar lo que había dejado necesitaba
romperte. Las iniciativas son así: llenas de entusiasmo, de ceguera.
Preferí dejarte intacto. Preferí romperme de nuevo. Tardé dos inviernos en reco-
ger mis pedazos. Entonces volviste y era tarde y era tiempo. Volviste y la alcancía
se rompió.
Roncón

Te amo de tantas formas a vos, me decías por teléfono, una de esas veces que me
llamabas para colgarte de mi voz un rato. Como mujer, como amiga, como a
una cosa que quiero cuidar, así decías que me amabas. Un amor sin cartografías
personales, sin pasados pesados, sólo amor que ya es tanto. Y aunque yo siempre
trataba de contestarte algo a la altura, las palabras se me desmayaban. Sonreía del
otro lado del teléfono porque esa es la clase de felicidad menos delatora
que me permito.
En el fondo, da igual. Sé que sabés todo lo que pensaba, todo lo que pienso.
Porque sabés que odio hablar por teléfono y con vos hablo todos los días. Del tra-
bajo, de nuestras parejas, de nuestros ex, de libros, de esos futuros que nos brotan
por generación espontánea en una estación de subte, que regamos con intensidad
esperando ver el resultado en menos de quince minutos, aunque después se vuel-
va otro de esos intereses que se va sin querer entre los días.
Cuando hablamos a veces no hablamos de nada. Creo que esas son las char-
las que más me gustan de nosotros. Un meme, saber cómo estás, pedacitos de
imágenes cotidianas que sólo puedo mostrarte a vos. No sé vos pero para mí esas
charlas por teléfono se van quedando petrificadas como una pieza de taxidermis-
ta, allá al fondo de la repisa de la memoria.
Me gusta charlar con vos porque me gusta escuchar mi versión sin ansiedad
anticipada de que el otro conteste, sin esa afición desmedida por ser ocurrente
o perspicaz. Me gusta mi yo sin miedos de decir alguna boludez. Y con vos no
necesito esconderme detrás de metáforas elaboradas o eufemismos: me gusta mi
yo sin miedo al abandono. También me gusta nuestra dialéctica solemne y justa.
Las idas y vueltas a cara lavada, pesar la vida en la misma balanza.
¿Te das cuenta de que hacemos esto hace cuatro años? te dije mientras saltaba
al recuerdo, pulido, intacto, de la primera noche que nos vimos desnudos desde
todos los ángulos que caben en una persona. Me acordé de vos señalando mis
medias, una a rayas y la otra a lunares. De vos, confesándome con el tiempo: vos
sos un poco eso, ordenada y metódica para algunas cosas, pero para otras: tan
impredecible. Lo repetías como si te lo revelaras más a vos que a mí. Las pala-
bras todavía resuenan como la piedra que cae al fondo del aljibe, con el trazo del
tiempo afilado, agudo, impactando contra la matriz como un meteorito. A esa
noche la veo como fotogramas sueltos. Los cigarrillos, las manos, las urgencias
del cuerpo. Las palabras que se chocaban, se amontonaban recién salidas de la
boca. Parecía como si hubiésemos pasado la vida entera esperando esa charla. Los
amores, los padres, las heridas que cuando pensamos que cicatrizan alguien viene
y las toquetea. Al final la cascarita siempre se cae.
A veces pienso que la vida sería fácil con más noches como esa.
A veces pienso, también, que hay personas que no viven ni a medias y después
estamos los otros, los que detenemos el mundo para abrazarnos todos los días
un rato a un teléfono, a la voz de alguien que tal vez no sea perfecto, ni el más
conveniente, ni cómo, ni cuando queremos, pero ese alguien es ese alguien. Y
cuando encontrás a tu alguien sabés que encontraste la mitad que necesitás para
no vivir a medias.
Metas

Ser como el sereno


de un cementerio.

Cuidar de todo
lo que dejaron
tus muertos
y de vez en cuando
ser visitado
por sus fantasmas.
Vos
Del amor extraño
lo que nunca entendí

Nunca entendí
por qué hacías
la lista
del supermercado
tampoco
es tanto
te decía yo
aunque en el fondo
sabía que hacías
bien
en cargarte
esa tarea
yo siempre
me olvidaba
algo
menos
las fechas
de cumpleaños
en eso
yo era la buena
y también
en mirarte
haciendo cosas
intrascendentes
como la lista
del súper
el mentón
calentándome
la mano
observarte
en la postura
en que se mira
lo que amamos
tu gesto congelado
de desafío matemático
las tildes imaginarias
que ponías
sobre el aura
de cada
palabra
la lapicera
en la oreja
parecés un verdulero
ridículo
te decía yo
sin sacar
el mentón
de la palma
de mi mano
entonces vos
sacaste
la lapicera
de tu oreja
y me pintaste
unos bigotes
medio nazis
qué tenés
contra los verduleros
careta
dijiste también
algo del inadi
y tener sangre
paraguaya
del resto
no me acuerdo
me diste
un beso
y lo borraste
junto a los
bigotes.
Ventajas indiscutibles

Yo siempre
vi el camino
los pasos
que la mente
necesita hacer
pero la memoria
a veces
no le deja dar
es que no era fácil
digo, girar la cabeza
mirar para ese lado
donde ya
no ibas a estar
ni tu manera de decir
qué hacés
cómo estás

Pensé
que era cuestión
de tiempo
que todo viene
y va
pero sabés
el tiempo siempre
estuvo

de

tu

lado.
Objetos perdidos II

De nuevo perdí las llaves.


Andá saber dónde las dejé.
Ya sé, vos me dirías
“buscá en la heladera,
la última vez estaban ahí”
pero no,
ya me fijé ahí y no están.
Perdí las llaves
y ahora cómo salgo
si vos no me vas a dar las tuyas.
Por qué pierdo siempre las llaves
por qué olvido
lo que necesito recordar
y me acuerdo tanto de vos
cuando ya te debería
haber olvidado.
LADO B

El amor
también puede
dejarte
como ese muñeco
sin relleno
derrumbado
junto a otras
chucherías falladas
al fondo
de una góndola.
Papelera

Hola.
Te escribo porque no puedo hablarte.
No se trata de encontrar las palabras o el café más agradable.
Hace tanto que no hablamos que ni sabría por dónde empezar.
Hoy limpiando encontré la cajita musical donde guardaba nuestras cosas.
Cómo te gustaba cartonear el segundo a segundo de nuestra vida, fijarlo con
postales.
Me pareció tan raro saber que ahora el tiempo se apila en el fondo del terciopelo
rojo, sostenido por el peso de una bailarina. Abrir las servilletas garabateadas,
desarticular una porción de ese pasado que nos ata, nos multiplica. Ver el papel
ya amarillento, lleno de pliegues, de grietas donde se mezclan los tiempos.
Caídos desde un hueco de la memoria nos vi como tantas otras veces en la Petan-
que. Yo te criticaba esa manía de aferrarte al pasado con uñas y dientes, para qué
guardar cosas que ya están en los estantes de la mente. Te vi con tanta nitidez
diciéndome “no te hagas, hombritos, está bueno ser un poco cursi”
Tenías razón, ¿sabés? terminé bajando la guardia. Me educaste en la materia con
tanta sutileza que ni llegué a percibirlo.
En la caja hay tantas cosas, te sorprenderías si estuvieras como yo, sentada viendo
todos nuestros instantes desparramados: entradas de recitales, de teatro, de cine.
Las notas que dejabas sobre las notas reales

Comprar leche y Cif


y Hombritos
te perdono
por ser un témpano.
El perro
que te ama
como sólo aman
los perros.

Abrí cada uno de esos papelitos. Escarbé en la memoria, como si por medio de
esa maña tonta se diera con la dimensión exacta de las cosas. Me acordé, sobre
todo, de esa vez que vimos pasar a un perro llevando la correa en la boca y te
dije: amo cuando hacen eso. Las palabras resbalando contra los adoquines de
Luis María Campos, soltarlas despacito sin dejar de ver al perro y al dueño que le
copiaba los pasos a la distancia. Me acordé de vos, tu sonrisa de piano, de dientes
afilados. Vos diciéndome: ves Hombritos, vos también sos cursi, pasa que lo tuyo
es menos convencional.

En la caja está la entrada de Hombre vertiente. Para mí en ese papel está impre-
sa en HD la madrugada caminando por Corrientes, el aire cargado de olores
vírgenes, de relámpagos que nacían como el flash de una cámara que le saca una
foto a la ciudad. Una foto de vos pasándome la mano por la cintura, dibujando
la música con el índice. Nos vi sentados en la plaza, llena de héroes de mármol y
jinetes de bronce corriendo por el tiempo, como nosotros ahora, viajando desde
las entrañas de la cajita musical.
Volví a ver el amanecer opaco, a escucharte preguntándome en qué pensás
Hombritos. Y yo siempre contestándote: en nada, en nada. Solo porque todas las
respuestas me resultaban tan cursis. Tan inconfesables.

Al fondo de la caja, trabada entre el resorte y la bailarina, estaba la última nota


que me escribiste:

Ya sé.
Soy un boludo.
Los perros somos
medio boludos
y vos siempre
tan gato.
Pero necesito que sepas algo, hombritos
si algo amaba de vos
era caminar
llevando la correa,
sabiendo que pertenecía a alguien
que nunca
me quiso atado.

Y te escribo porque ya no puedo hablarte. Porque si me preguntaras en qué


estoy pensando ahora, que la cajita ya no da cuerda, que la música es solo un eco,
volvería a contestarte en nada, perro. Los perros no entienden de estos temas,
prefieren romper cosas que funcionan muy bien, sólo por la curiosidad de saber
cómo son por dentro.
Arquitectura I

En la tele
está Rolón
hablando de amor
dice
que se trata
de equilibrio
habla
de ese equilibrio
de mitades perfectas
de vamos a medias
pienso
en vos
diciéndome
Hombritos
el equilibrio
no son partes iguales
fijate que para hacer
una pared
necesitás una de cal
y dos de arena
y aunque tenías
tanta razón
todo lo que
construíamos
siempre acababa
por romperse.
Apariciones

Te veo
a través de los rostros
del mundo.
En las risas grandes
que muestran hasta
la campanita.
En las personas
que tocan
la guitarra imaginaria
y en las hamacas
paraguayas.
Te descubro
en la complicidad
de las parejas
que leen el menú.
En las entradas
de teatro.
En el pelo
despeinado
y en los árboles
de tronco grande
como los que
abrazabas
porque decías
que te limpiaban
la energía.
Y también
en los anotadores
sin renglones
y las letras desprolijas
donde faltan
tus locuras
al lado de mi felicidad
tan inmensa
y cotidiana.
Me choco
con vos
en la soledad
del ascensor
camino a casa,
en las canciones
de Cerati
en los domingos lluviosos
y en el adjetivo
fascinante.
Me lo pegaste
como un chicle
en el fondo
de un pupitre viejo.
Te encuentro
como la palabra
en la sopa de letras.
La imagen
en los años
que pasan
y no se drena.
Te veo
en mis nuevos novios
y en casi todo
lo que teníamos
y ya no está
salvo en cicatrices
como ésta.
Gualichos

Mi madre
solía decir
que si alguien
te jode mucho
tenés que escribir
su nombre
y meterlo
en el congelador.
Hay que tener
cuidado
decía mi madre
de no dejarlos
mucho tiempo
porque
se enferman
y pueden
morir.
No siempre
escucho
los consejos
de mi madre
Pero hoy
di vuelta
todo el modular
buscando
hojas
para escribir.
Encontré un
cuaderno liso
Rivadavia
corté
la hoja
como si de
ese gesto
dependiera
el resto de
mi vida.
Me debatí
si escribir
en imprenta
o cursiva,
me incliné
por imprenta,
mi letra en cursiva
es de médico
y mirá
si el congelador
no entiende.
Fui a la heladera
abrí la puerta
del congelador
al lado
de las milanesas
de soja
marca Día %
y un pote
medio vacío
de helado
deposité
como un féretro
el pedazo de hoja.
Ahora
cada vez
que la abro
para buscar hielo
leo el papel
las letras grandes
la tinta
opaca
de la escarcha
No es raro
ver la palabra
Tristeza
justo al lado
de un paquete
de milanesas
de soja.
Rope

Cuando estabas borracho


la tristeza se te notaba más.
La mirada se te perdía
hasta cuando me veías.
Parecías uno de esos
perros cansados
que en verano se derrumban
en un rincón del piso
para sobrevivir al calor.

Es curioso
pienso
yo te empecé a decir
perro
mucho antes de
conocer tu dolor.
A mi yo del futuro

Cuando eras chica pensabas cosas


como que si el viento soplaba
mientras vos te ponías bizca
ibas a quedar así para toda la vida.
Cosas como que ibas a morirte
si te tragabas un chicle.

Después creciste
y te diste cuenta
de que no pasaba nada.
Que con la mayoría de las cosas
no pasa nada.

Salvo con el amor


que cada vez que lo perdés
sos la misma nena de cinco años
sintiendo que es el fin del mundo.
.

Me gustaba
que tu cuerpo
fuese una constelación
de lunares
el gesto
en el que tu
boca
naufragaba
cuando estaba
borracha
y me decía
Hombritos
de algo
hay que morir
me gustaba
el sonido
de las plantas
de tus pies
recién salidos
de la ducha
floreciendo
en el parquet
imaginarlos
tibios
de losa
radiante.

Cuarenta años
resumidos
en ese sonido.

Me gustaba
preguntarte
¿Te diste
cuenta
que tus pies
hacen el ruido
de las patas
de los perros,
perro?
Nosotros
Aunque esto que les voy a contar pasó hace mucho, quedan pedazos tan nítidos
en esa especie de cuarta dimensión que es la memoria, que solo puedo decirlos
en presente.
Estaba loco, pero no como las cabras. Estaba loco de tristeza.
No sé si él lo sabe. Yo necesité mucho dolor para entenderlo.

Mis compañeros de trabajo se encargaron rápidamente en darme una opinión so-


bre él. Ojo con ese, es un Don Juan, decían algunos. Es loco, pero en el fondo es
buen tipo, comentaban otros buscando un término más solemne. Es muy difícil
sacar una conclusión de una persona con la que solo intercambiás los protocola-
res buen día, hasta mañana. Pero a pesar de verlo a través de este caleidoscopio de
realidad fragmentada, nunca me importó demasiado lo que pensaban los demás.
Me gustaba saludarlo porque tenía una voz, un modo de hablar narcotizante.
Decía qué hacés, cómo estás, pronunciando las palabras pero a la vez
quedándoselas.
Este loco, amado y odiado en partes iguales, fue la primera persona en sentarse
y dedicarme media hora a eso que le decimos enseñar. Me transmitió el oficio
de un redactor, pero sobre todo: el oficio de aprender. Miraba los titulares con
ojo clínico, tachaba, agregaba palabras, reemplaza otras. Me decía “Ves, así. Un
adjetivo describe lo que un verbo te hace imaginar mucho más rápido”. Supongo
que lo sabía porque él era un poco un verbo. Con él siempre pasaba algo.

Mails, mensajes, llamados a la madrugada, la primera cita en La más querida,


una pizza, dos birras. Besos. En pasillos, en autos, en camas, en veredas, en
plazas. Besos y abrazos, pero uno, quizás, el más perfecto. El día que me regaló su
libro y firmó:

Para vos, Mercedes.


Porque sí, porque no.
Vaya uno a saber por qué.

Me acuerdo de él contándome como quien habla del pronóstico del tiempo, que
su mamá lo había dejado cuando tenía tres años. A esa noche la tengo incrustada
en el medio de la memoria. Dijo, mostrándome una inmensa cicatriz invisi-
ble: mi mamá me armó un bolso con todas mis cosas y me dejó en la puerta del
edificio hasta que alguien me vino a buscar. Y siguió hablando. Siguió hablando
como si nada.

Como si nada, creció todo. El tiempo se acumuló como sus palabras. Como ese
poema suyo que decía
El tiempo
es difícil de calcular
sin un reloj.
Tiempo.
Lo que todo necesita
para crecer.
Desde una planta,
hasta el amor o el odio

Me decía Hombritos, porque camino altiva, orgullosa, meciendo los hombros en


cada paso. Le decía Perro, porque se dormía en cualquier lado y me pedía que le
rasque las patas o las manos. Era un perro, pero no cualquiera. Para mí él era un
Boyero de Berna. Son perros compañeros, sensibles, que necesitan cariño como
un nene chiquito, y además son peludos, como vos, le dije una de esas tantas
veces almorzando en La Petanque, mientras él garabateaba en una servilleta un
bichito medio bizco-por mi ojo con estrabismo- y lo titulaba
“Hombritos casi contemplativo”.

Hicimos tiempo y de alguna forma, ese tiempo nos volvió a inventar.


Creo que él quería con todo su corazón ser el hombre del que yo estaba tan ena-
morada. Pensó, como deben pensar tantos hombres, que convivir lo cambiaba.
Borraba los vicios, emprolijaba las mañas.

De repente nuestros pasados pesaban menos, les cambiaba el signo. Para mí, ese
es el gesto más increíble que tiene amar. No es el otro el que te cura, es lo que
pasa entre los dos. Es la cotidianidad más intrascendente que nace cualquier día a
cualquier hora. Como él, diciéndome mirá si nos casamos, Hombritos, mientras
lavaba los platos. Si nos casamos, ¿podés entrar con Vuelta por el universo sonan-
do a todo lo que da? Era él sirviéndose del detergente como micrófono cantando:
Hoy que estás espléndida, y que todo lo iluminas, demos un paseo. Era yo, que
antes de llegar al estribillo ya pensaba en hijos y problemas y futuro.
No eran zapatos o cenas en lugares caros. Era él saliendo de la ducha envuelto
en un toallón que se sacaba rápido para hacerme el helicóptero antes de que yo
pudiese pedírselo. Sólo porque sabía que me iba a reír. Con la misma sonrisa que
se me escapa cada vez que lo cuento.
No era ninguna concatenación de palabras huecas. Era él preparándome la bañe-
ra, sentándose en el piso del baño para charlar, a veces solo a mirarme en silencio.
No eran nuestras similitudes, eran las diferencias. Como cuando se levantaba
a las seis de la mañana haciendo chistes y yo no podía evitar reírme, con lo que
odio que me despierten, pero él me hacía reír tanto que ya me desvelaba de una
forma que no se puede explicar en palabras.

Pasaron viajes, A nos Amours, bailes en el living, Lanús, Moreno.


Y después lo otro. Las desapariciones fugaces en el medio de la noche. Un teléfo-
no que suena y suena. Su humor arriba de un subibajas.

Eran las seis de la tarde de un miércoles. Había salido antes del trabajo así que
pasé por la florería de Lacroze y le compré un ramo de jazmines. Le gustaban casi
tanto como a mí ser la que regalara flores.
Lo veo, todavía, acostado en el sillón, tumbado frente a la tele encendida. Estaba
petrificado como un muerto, con más de una botella vacía. Siento mi mano
latiendo contra el celofán. En la suya un pañuelo con sangre y en mi mente todas
las piezas se unían.
El hueco que dejaba en la cama a mitad de la noche, era tan profundo como todo
lo que escondía. Las piezas, que siempre habían estado tan a la vista y yo no las
quise mirar, caían perfectas. Encajaban tal como lo estás pensando ahora.
Aunque en la habitación estaba la tele encendida, un silencio espeso atravesaba
todo. Nuestra vida, igual que su disco duro, tenía una carpeta encriptada.
Mientras llenaba el florero de agua, vi el rompecabezas. Fui al vestidor y en el
primer cajón que abrí estaba. Como si hubiese sabido desde el primer momento
dónde la escondía, a quién se la compraba, cuánto tomaba.

Lo peor no fue escuchar a los pocos días de eso, de la boca de ella sí, yo estoy con
él hace meses. Ni tener la certidumbre tácita de que siempre iba a haber una y
otra y otra mujer. Lo peor pasó esa tarde, en ese vestidor, sintiendo que a dentro
de ese cajón, en lugar de una bolsa con un polvo blanco había un revólver.

Una, dos, tres, no sé cuántas veces hice las valijas. Basta, no puedo más, me voy.
Y él pidiéndome que por favor no, que voy a cambiar. En el fondo -y no tanto- yo
sabía que no iba a cambiar. No podía cambiar.
Pero elegí quedarme igual.

Antes de conocerlo pensaba que el amor era una fórmula perfecta. Un único
camino. Pero hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro.
El amor, creo, es eso que les pasa a las personas que no saben nada de amor. Que
prolijamente, evitan llegar al corazón del alcaucil. Y sabés algo, perro, por eso me
quedé. Por eso me acosté con vos a vernos partir de a poco.
Sólo con el tiempo entendí que si me quedaba más, todo eso que amaba de
nosotros se iba a transformar en una copia descolorida. Ya no iban a repetirse los
stand ups a las seis de la mañana, las charlas en el baño, La Petanque, los míni-
mos rituales.
Supongo que el amor es eterno mientras persista al menos un recuerdo de esos
que ni el Alzheimer puede borrar.

A veces pienso en todos los que tengo al lado tuyo.


A veces nos extraño.
Entonces me acuerdo de ese poema de tu libro que decía:

Nada sirve
aunque nunca encuentres otra persona
con la que logres dormir tan cómodo
ni reír tan cómodo
ni pelear tan cómodo.

Eso, eso fue.


Y está buena la magia
pero ya se fue.
Para vos, perro.
Porque sí,
Porque no.
Vaya uno a saber porqué.

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