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Colombia Rural: Razones para la Esperanza

Derecho Agrario

Presentado por: Lily Vergara Santiago

Presentado a: Magister Eduardo Porras

Departamento de Derecho

Facultad: Educación y ciencias

Universidad de Sucre

Sincelejo, Sucre

2018
Colombia Rural: Razones para la Esperanza

En el campo colombiano se vive esperanza contra esperanza. Desde la época de la independencia


los campesinos le han cambiado diversos factores a su ecuación buscando un resultado favorable,
que si república federal o unitaria, godos o liberales, guerrillas o autodefensas, ruralidad o
urbanidad. Sin embargo, todos los esfuerzos han resultado en vano, puesto que Colombia siempre
le ha dado la espalda a las necesidades del campo.

Al mencionar el país, no lo hago en alusión al gobierno, sino a todos, que como pueblo adoptamos
la concepción de que campo es sinónimo de pobreza y atraso, lo cual nos ha llevado a la
“imperiosa” tarea de urbanizarlo todo, sin tener en cuenta que un campo estructurado es pieza
fundamental en el desarrollo de un país.

Tal ha sido nuestro afán por ver un avance hacia la industrialización, que cualquier asentamiento
con características claramente rurales, se torna en un municipio urbano. Como resultado, tenemos
censos que arrojan que solo el 25% de la población es rural. Es aquí donde radica la importancia
de informes como Colombia rural: Razones para la esperanza, el cual hace una apertura a la
realidad, al demostrar que el 32% de los pobladores pertenecen a la ruralidad.

Los autores del documento plantean 11 conclusiones sobre la situación del agro y terminan con
una doceava que es una propuesta de reforma para transformar la realidad rural. Lo cual se
convierte en una hoja de ruta para que gobiernos y comunidades en el marco de un compromiso
real, alcancen el desarrollo rural.

En primer lugar, se plantea el hecho de que Colombia es más rural de lo que se cree y a su vez se
propone un índice para medir esa ruralidad que se distancia del tradicional, en tanto que no se
centra en la densidad demográfica, sino que incluye aspectos como la continuidad de la ruralidad
y el municipio como unidad de análisis. En complemento propone un índice de vulnerabilidad
entre los municipios más y menos rurales.

La aplicación de los anteriores redundará en políticas de desarrollo rural conscientes de su


incidencia en los municipios en atención a los diferentes grados de ruralidad y la relación con el
bienestar de sus habitantes.
Segundo, el modelo de desarrollo rural ensayado no ha contribuido al bienestar de la mayoría de
pobladores puesto que este tiene ciertas características que lo hacen insatisfactorio para alcanzar
el desarrollo humano, tales como: La no promoción del desarrollo humano y su incidencia en la
vulnerabilidad de la población rural, lo inequitativo y poco convergente, su carácter invisibilizador
de las diferencias de género y su discriminación hacia la mujer, lo excluyente, su escaza
promoción de la sostenibilidad ambiental, su poca democracia y compromiso con la
institucionalidad rural. Sin lugar a dudas una descripción bastante fatalista.

Ante esta situación es necesario generar dos compromisos: Hacer un balance equitativo entre el
desarrollo rural y el urbano como una oportunidad de inserción en la economía mundial; modificar
el modelo enriqueciéndolo con el paradigma de desarrollo humano inclusivo con el poblador rural
y proyectado a la inversión en bienes públicos.

Tercero, las brechas de bienestar entre la población rural y la urbana se han profundizado, por
lo que se hace necesario reconocer la situación de crisis que vive el campo, siendo conscientes que
abandonarlo no es la vía para alcanzar el progreso, sino que por el contrario, buscar la convergencia
entre urbano y rural creando un fondo de compensación.

Cuarto, los patrones de ocupación y explotación económica del territorio originan conflictos, ante
los conflictos que vive el país los pobladores rurales se han adentrado en las zonas de reserva
forestal, en búsqueda de tierras que les permitan subsistir, a lo cual se suma la sobreexplotación
del suelo que hace caso omiso a la vocación del mismo. En este sentido la solución apuesta por
educar en conciencia ambiental, pero sobre todo en sostenibilidad a la población colombiana.

De la mano se plantean acciones políticas apremiantes como son: Revisar y modificar la ley 2 de
1959, cerrar la frontera agropecuaria a través de una herramienta de ordenamiento territorial,
reemplazar el modelo ganadero extensivo y liberar tierras para la agricultura, definir un modelo
minero enfocado a la protección de los recursos hídricos, que redunde en un beneficio económico
y social para el país, reformar las políticas de desarrollo alternativo buscando la integralidad y la
intervención en la cadena del narcotráfico.

Quinto, la estructura de tenencia de la tierra es un obstáculo al desarrollo humano. En contravía


con el panorama mundial Colombia sigue consolidando la alta concentración de la propiedad rural,
ubicándose en el segundo lugar como país más desigual en América.
En orden con las propuestas anteriores, es necesario agregar a la ecuación tres factores más:
restitución y formalización de tierras, distribución equitativa de la propiedad y apertura al mercado
de tierras, es decir, una política integral de tierras fundada en la equidad.

Sexto, hay un conflicto rural no resuelto y complejo. Para alcanzar la modernización el mundo
tuvo que modificar su estructura agraria, en el caso colombiano aún no se ha podido transformar
el orden social rural, dado que persisten factores como la concentración de la tierra y la no
democratización frente al acceso a los recursos políticos.

Es necesario un tratamiento del conflicto rural orientado a la protección de la población de


amenazas contra la vida, la integridad personal y el patrimonio, es decir, con un enfoque de
seguridad humana atendiendo principalmente a víctimas del conflicto y a líderes y miembros de
organizaciones sociales rurales.

Séptimo, La persistencia de élites políticas afecta dos dimensiones del desarrollo humano: la
democracia y el bienestar. Es menester abordar esta problemática desde de sus factores
desencadenantes: la criminalización de la política, donde los grupos paramilitares y las guerrillas
minaron el ejercicio de la democracia en las zonas rurales; y el control ejercido por las elites en
las elecciones a fin de mantenerse en el poder.

Para dar solución a esta problemática es necesaria la cooperación de todos los actores de la
sociedad, buscando recuperar la política como instancia de expresión y negociación desde la
pluralidad visiones para construir el futuro del país.

Octavo, el campesinado, las mujeres rurales, los pueblos indígenas y las comunidades
afrocolombianas han sido los más afectados. El protagonista de un modelo de desarrollo humano
es las condiciones de vida de los pobladores, en el caso colombiano no hay un reconocimiento del
campesinado como grupo social, lo cual ha generado una exclusión histórica del grupo.

Otro grupo es el de las mujeres, que aun conformando la mitad de la población del campo se
encuentran sometidas a una triple discriminación: por el hecho de ser mujeres, por vivir en el
campo y por ser víctimas de la violencia. Así mismo los pueblos indígenas y las comunidades afro
han tenido que enfrentarse a la incomprensión de su visón de territorio frente a la predominante en
occidente, el aislamiento geográfico, la mala calidad de las tierras otorgadas y el conflicto armado.
En atención a lo descrito es necesario el reconocimiento del campesinado como sujeto de derechos,
la educación transversal en enfoque de género, derechos y aporte de la mujer al campo y el
reconocimiento y respeto de la identidad étnica.

Noveno, el conflicto rural nos ha dejado consecuencias dramáticas: el despojo y el


desplazamiento. El primer factor debe ser entendido como un todo, es decir, no solo como la
pérdida de la tenencia material de la tierra, sino también como símbolo de pertenencia a un lugar
y forjador de lazos sociales. El segundo, las cifras de desplazamiento forzado son una alerta ante
la situación de vulnerabilidad que vive el campo.

Por tanto si se pretende resarcir el daño causado, diseñar un programa efectivo de restitución de
tierras es el primer paso. Sin embargo, este solo dará frutos en tanto esté cimentado en un
ordenamiento territorial con enfoque de derechos, un acompañamiento integral permanente por
parte del Estado y la comunidad internacional con estrategias claras de desarrollo rural
contextualizadas a la situación de desplazamiento en el marco de la prevención.

Decimo, el Estado ha perdido capacidad de intervención: deterioro de la institucionalidad pública


rural. La improvisación y la carencia de visión a largo plazo han derivado en la precaria
institucionalidad pública rural que hoy tenemos. Aunado a lo anterior, las políticas agrarias
caracterizadas por la homogenización de los instrumentos y estrategias del sector, la poca
diferenciación social, regional y de grupos étnicos.

Para resolver esta problemática no basta con fortalecer la institucionalidad existente, sino innovar
en acuerdos, reglas que permitan recuperar la confianza, crear nuevos instrumentos de desarrollo
y flujo de información de mejor calidad.

Undécimo, el desempeño sectorial ha sido insatisfactorio. Una vez se garanticen las condiciones
para un desarrollo rural pleno, es necesario concentrar esfuerzos en la productividad del campo.
En el caso colombiano el abandono del campo ha generado el gradual descenso en aportes al PIB
desde el sector agropecuario. Por lo que es necesario que desde el ministerio de agricultura se dé
un impulso al componente productivo y de mercado en atención a: la modernización de la
producción, los acuerdos comerciales, la seguridad alimentaria, el mercado interno, el riego y la
regulación de créditos.
Por último se presenta la solución que se ha venido esgrimiendo en los once puntos anteriores:
Una reforma para transformar la realidad rural. La cual persigue dos grandes objetivos combatir
la pobreza y resolver el conflicto rural para alcanzar una sociedad rural estable, sostenible e
encaminada a la modernización.

La reforma propuesta es concomitante con una red de reflexión, diálogo y conocimiento fundada
en la participación de todos los sectores del país y de la comunidad internacional como garante de
los procesos de transformación social.

“La tierra es para quien la trabaja”

Emiliano Zapata

El punto de partida para una verdadera transformación en pro del desarrollo rural es la
desconcentración de la tenencia de la tierra, lo cual implica una redistribución enfocada al fin
social y ecológico de la propiedad. Si nos guiamos por este principio, es innegable la necesidad de
establecer los límites máximos de propiedad, de manera que permita optimizar la explotación del
suelo en concordancia con su vocación e impedir el crecimiento de la brecha de desigualdad.

Limitar el acceso a la tierra permitirá restituir a la población campesina y grupos étnicos lo que
por derecho les corresponde, sin embargo, es indispensable acompañar este proceso cumpliendo
con los ODM y reestructurado el modelo de producción, estableciendo el sistema cooperativista,
donde el pequeño productor pueda ser competitivo en el mercado.

Por otra parte, es necesario capacitarse y formular las proyecciones de desarrollo en el marco de
la sostenibilidad, para garantizar la disponibilidad de recursos a las futuras generaciones, lo
anterior solo será posible con un mayor control en materia de explotación minera, preservación de
recursos hídricos, estrategias para mitigar los efectos del cambio climático, control de la frontera
agropecuaria y un plan de ordenamiento territorial.

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