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El café que he compartido con personas que me aman, especialmente con mi esposa.
Ese café que compartimos, es el que realmente vale la pena en la vida, porque no es el color, e,
sabor, ni el tostado o la marca de este, sino lo que involucra tomar ese café con la persona más
especial de mi vida.
Otro café que también ha marcado la diferencia en mi vida, es el que he compartido alrededor de
personas que me aman y porque me aman quieren lo mejor para mi vida y se atreven a decirme lo
que necesito cambiar para ser un mejor padre, esposo, amigo, cristiano.
Estos son los dos cafés que han marcado la diferencia en mi vida, pero hay también uno que pongo
en tercer lugar, no porque no merezca el primero, sino que porque en esta ocasión quiero dedicarle
la mayor atención, el café que no solo ha marcado la diferencia en mi vida, sino que la ha
revolucionado y la ha transformado en cada área en cada aspecto de mi vida es el café que he
compartido con Dios, leyendo su Palabra y meditando en ella.
Ese café, no solo me ha enfrentado con mis debilidades y fortalezas, sino que me ha llevado a tomar
decisiones en mi vida que la han cambiado profundamente.
La fuerza de una charla con Dios me ha guiado a cambios determinantes en mi relación con Él y con
el resto de los seres humanos, ese café con Dios me ha influenciado en mi trabajo, en mi
matrimonio, en la crianza de mis hijos y en todo lo que implica ser yo.