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mañana una pequeña estera con libros de todo tipo y tamaño, siempre
diferentes. Una vez en el umbral la visión del interior le llevó a revivir
aquéllos años de ávidas lecturas recomendadas por Ibrahim y los
sabrosos tés y dulces de Hind. Aparentemente todo seguía en el mismo
sitio: la estera de lana que daba la bienvenida a los visitantes, las
mesillas largas y estrechas de los laterales y los estantes del fondo,
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igualmente repletos de libros y, en la esquina de la izquierda, escorada,
la pequeña mesa de madera de olivo rebosante de libros, pergaminos y
candiles sobre los que asomaba la reluciente coronilla de Ibrahim.
Hamid miró hacia donde le indicaba Ibrahim y constató que ahí seguía
su “cueva”, como denominaba el viejo librero al espacio donde Hamid
pasaba las horas y las tardes, con su estera, sus grandes y mullidos
almohadones, su Miqra´a (atril) de madera de pino y, en él, abierto casi
por la mitad, “su libro”.
- Pero…. ¿cómo…?... ¿Todavía lo conservas?
- ¡Pues claro! ¿Cuántas veces te he dicho que los libros son nuestros
pilares como personas? Especialmente algunos, como éste lo fue
para ti. Además, qué te crees, yo todavía lo sigo leyendo y
consultando.
Se trataba del “Lenguaje de los pájaros”, una de las obras cumbre del
sufismo persa, redactada por el maestro Farid Uddin Fattar en el siglo
XII como alegoría del viaje espiritual del Alma en busca de su unión
con la Divinidad.
así como el modo en que interactuaba con ellos y consigo mismo. Luego
vendrían muchos más, si bien siempre regresaba a ese Lenguaje de los
pájaros.
La tarde anterior Hamid, sin ser consciente del ansia que le embargaba,
se dirigió con paso ligero hacia la ensenada donde los modestos
pescadores lugareños varaban sus pequeñas y tan socorridas
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embarcaciones, cerca de la concurrida área portuaria. Allí, como
deseaba, encontró, en la misma modesta y adecentada barraca que
recordaba, a su querido amigo Ruyyi, compañero de aventuras y
gamberradas de infancia.
Esto último, para sorpresa de Ruyyi, lo dijo en voz alta, sin ser
consciente de ello, como recordándoselo a modo de letanía.
- ¿Qué dices Hamid?
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