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nes ludentes. De este modo nos hemos despojado de mucha presunciGn, de mucha vanidad metafisica, pero también de gran pane de nuestra ingenua alegria espiritual y de algiin sentido ficticio de la vida. En ciento pasaje de Las palabras, Jean Paul Sartre ha escrito que necesit6 treinta afios para librarse del idea~ lismo filosofico tradicional. En nuestro caso, puedo asegurarlo, ‘este proceso fue mucho més veloz. Un pat de semanas en el campo bastaban normalmente para obrar un desencanto res- pecto al inventario filoséfico; mientras que otros espiritus, tal vez inmensamente mis dotados y agudos, han de luchar a lo largo de toda una vida para obtener el mismo efecto. Por tanto me atrevo 2 afirmar que al abandonar Auschwitz no ramos ni mis sabios ni mais profundos, pero si mas avisados. -La profundidad de pensamiento jams ha iluminado el mundo: pero la claridad de entendimiento lo penetra mas profunda- mente, dijo cierta vez Anhur Schnitzler. Para asimilar esta sa- gacidad el lugar mis adecuado era el campo de concentraci6n, sobre todo Auschwitz. Permitaseme citar, una vez més, a un aus- trfaco, Karl Kraus, que en los primeros afios del Tercer Reich pronuncis las siguientes palabras: -El verbo expir6, cuando des- peri6 aquel mundo-. Cietamente, Kraus hablaba como defen- sor de este -Verbo: metafisico, mientras nosotros, supervivien- tes del campo de concentracién, retomamos esta sentencia y la reproducimos con escepticismo frente a las posibilidades bales. La palabra cesa en cualquier lugar donde una realidad se impone como forma totalitaria, Para nosotros ha muerto hace mucho tiempo, Y ni siquiera nos ha quedado la sensaci6n de {que fuera menester lamentarnos por su pérdida. La TorreRa. Quien visitara Belgica como turista, podria ira parar por ca- sualidad a Fort Breendonk, situado a mitad de camino entre Bruselas y Amberes. La construccién es una fortaleza que se remonta a la primera guerra mundial e ignoro cual fue enton- ces su destino. En la segunda guerra mundial, durante los die ciocho breves dias de resistencia del ejército belga en mayo de 1940, Breendonk fue el dlkimo cuartel general del rey Leopol- do. Entonces, bajo la ocupacién alemana, se transformé en una suerte de pequeno campo de concentraciGn, un -Auffanglager- ‘campo de recogida:], como se decia en la jerga del Tercer Reich. Hoy es Museo nacional belga. 1a fontaleza Breendonk parece a primera vista muy vieja, con un gran pasado hist6rico. Tal como se alza alli, bajo el cielo eternamente encapotado de Flandes, con sus cipulas tapizadas ide musgo y sus muros grises oscuros, oftece el aspecto de un melancélico grabado de la guerra franco-prusiana de 1870: re- cuerda a Gravelotte y Sedan y el visitante juraria que de un mo- a mento a otro, por una de las puertas inclinadas ¢ imponentes, podria aparecer, quepis en mano, el derrotacio emperador Na- polesn Il, Es preciso acercarse para que la fantasmal imagen dle tiempos pasados sea relevada por otra més habitual: alo lar- zo del foso que rodea a la fortaleza se levantan toretas de guar dia, odo recubierto con alambradas de ptias. Sobre el grabado de cobre de 1870 se superponen subitamente las horrendas fo- tos de aquel mundo que David Rousseau: ha denominado -l'u nivers concentrationnaire. Los responsaibes del Museo nacional han dejado todo como estaba en los afios 1940-1944. Anuncios amarillentos sobre los muros: -Ms allé del limite se disparari sin previo aviso-. No habria sido necesario erie ante la forta~ leza ese patético monumento a la resistencia -un hombre obli- gado a postrarse de hinojos que, sin embargo, yergue porfia-

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